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BIBLIOTECA IES EL CARMEN CAZALLA DE LA SIERRA SEVILLA

NORMAS GENERALES DE LA BE PARA TODOS LOS USUARIOS 1∙​ ­­​ Es obligatorio mantener silencio en la biblioteca, como medio imprescindible para que un grupo numeroso de personas pueda rendir el máximo posible en su trabajo. 2∙­Se debe respetar y cuidar el mobiliario de la biblioteca, así como todo el material existente. En este sentido los usuarios de la biblioteca deben mantenerla limpia y dejarla ordenada tras su uso. Mª J. NÚÑEZ PACHECO


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3∙​ ­ ​ Está totalmente prohibido comer en la biblioteca. 4∙ ­ ​ En todo momento los usuarios adoptarán una conducta correcta en la sala. 5∙​ ­​ Los grupos que vayan a la biblioteca a trabajar deberán comportarse correctamente, y siempre estarán bajo supervisión de su profesor . 6.­El uso de móviles no está permitido. 7.­​ ​ Hay libros que únicamente se pueden consultar en la Biblioteca. 8.­ ​ Hay que devolver los libros en los plazos fijados. Transcurrido el mismo, se devuelve el mismo o se prorroga el préstamo. Mª J. NÚÑEZ PACHECO


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http://issuu.com/penupa/docs/los_recuerdos_del_pasado?e=3829184/8173674 TRABAJO GANADOR DEL PREMIO ARTÍSTICO. ACCÉSIT LOCAL

LOS RECUERDOS DEL PASADO Por Paula Fernández Ventura 2º DE ESO En un recodo de esta isla, sentada en una inmensa roca, contemplando desde lo alto de una Montaña, recordaba con pesar en cómo había ido a parar a aquel lugar remoto y alejado de mi tan querido hogar. A los cinco días de haber cumplido los trece años, a mi padre, un jefe militar, lo habían destinado a un lugar llamado América junto a su familia. Yo, al principio me opuse porque no quería alejarme de mi casa, de mis amigas y de mi gran amigo Uri, era fiel, monocorde en sus pensamientos y no nos separábamos nunca, pero después,pensé que era una niña afortunada al poder viajar a un nuevo continente. Según mi madre, América era un gran continente que albergaba a mucha gente y allí haría muchos amigos. A mis amigas no las recuerdo apenas. A Uri lo recuerdo con toda claridad; era alto y delgado, con los ojos color topacio y su pelo alborotado del color del bronce. Preparé la maleta junto a mi madre, con una alegría no muy normal en mí. Cuanto más me acercaba al barco, mi entusiasmo se iba evaporando . Me subí al barco sin pronunciar una palabra y me senté junto al castillo de proa. Cuando zarpamos del puerto de Palos de la Frontera me dirigí a mi camarote con paso rápido. Cerré la puerta con llave y me acurruqué en mi gran cama con una profunda tristeza incomprensible que emanaba de mi corazón y se extendía por todo mi cuerpo. Me aferré más a mis sábanas de seda, con las lágrimas asomándose por las comisuras de mis ojos sin atreverse a salir ni dar vuelta atrás. Sin darme cuenta se me empiezan a cerrar los párpados, a lo lejos escucho las olas chocando suavemente contra el barco mientras lo balancea, sin darme cuenta me duermo. A la mañana siguiente, me despierto con los murmullos de los navegantes de a bordo. Me visto deprisa y me voy a la cocina, allí están todos esperándome en una mesa cuadrada. En un lado está mi padre con su uniforme, para que sepa la gente quién es y lo traten con respeto, y su bigote ancho, que nunca se quita, pues según él, lo llevan todos los que son hombres de verdad; enfrente suya está mi madre, una dama modesta que así se califica ella, lleva un gran sombrero rosa y blanco conjuntado con su bonito vestido de encaje; a su mano izquierda está mi hermano Ismael, Isel, como él prefiere llamarse, es una persona sencilla y liberal. Terminado mi desayuno, me siento en el borde de la proa contemplando el rostro que se

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dibuja en sus aguas, en su rostro marfileño destaca unos ojos negros y unos cabellos sin peinar que caen a la altura de sus hombros. Sus labios bien dibujados son de un color rojo pálido. Se levanta y refleja en sus aguas un cuerpo grácil que empieza a bailar olvidándose de todo a su alrededor. De pronto una mano aferra su brazo y la baja con un movimiento rápido y cuidadoso. ­ Que no te vea más haciéndolo, Sara, es peligroso­me dijo enfadada mi institutriz, aunque yo sabía que más que enfadada se había asustado ­ Venga, que es hora de dar clases de Francés­ y se dirigió a mi camarote.Así pasaron los días, las semanas..., cuando una noche, arremolinada en mis sábanas con esa tristeza violenta e incomprensible que me acosaba cada noche, empecé a notar que el barco se empezaba a mover cada vez con más brusquedad, así que me levanté para ver lo que pasaba. Mis pasos eran cautelosos y escépticos en la oscuridad de la noche, nadie me escuchó salir de mi habitación ni subir a cubierta. Arriba me di cuenta de qué era lo que hacía que el barco se moviera frenéticamente, era el comienzo de una gran tormenta, no solo era eso, sino que el empuje de las olas llevaba al barco a un arrecife. Me di la vuelta para despertar al marinero que tenía que estar de guardia para ponerle al corriente del peligro, pero solo pude ver cómo mi hermano se acercaba hacia mí antes de que una gran ola chocara contra el barco y me arrastrara mar adentro. Yo no sabía nadar, así que mi cuerpo se hundió en el mar por la fuerte caída, en ese instante solo pensé que moriría ahogada, pero el propio impulso del agua me sacó a flote. Intenté mantenerme a flote y medio lo conseguí. Entonces vi delante de mis ojos cómo el barco chocaba brutalmente contra el arrecife destrozándolo por completo. En cuestión de minutos, no quedaba nada del barco, solo trozos del mástil. Quise gritar llamando a mi familia pero otra ola me engulló y perdí el conocimiento. Una sed terrible me despertó, abrí los ojos y me encontré boca arriba. Me levanté casi arrastrándome y miré a mi alrededor, estaba a las orillas de una playa y a unos cuantos metros de mí se extendía un inmenso bosque. Con el cuerpo tembloroso intenté alcanzar el bosque, solo di dos pasos arrastrando los pies y pisé una pequeña roca que me hizo perder el equilibrio y caer de bruces al suelo. Con las pequeñas fuerzas que me quedaban conseguí ponerme boca arriba y sentí devanecerme hasta perder otra vez el sentido. Los recuerdos a continuación son vagos, recobraba y perdía el conocimiento a ratos, el sol me abrasaba. Una de las veces que cobré el sentido ya no notaba como el sol me quemaba sino que un aire frío recorría mi cuerpo, al intentar abrir los ojos, noté que me pesaban, solo los entrecerré para saber que había anochecido y caer otra vez en la oscuridad. Apenas pasó un rato cuando escuché una voz lejana masculina que se acercaba hablando con otra femenina, se pararon junto a mí y empezaron a hablar, un lenguaje que no entendí. Después sentí que se desvanecía el suelo y como la persona me acercaba a ella, me acurruqué en su regazo al sentir su piel tibia. Mª J. NÚÑEZ PACHECO


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­ Tranquila ya estás a salvo­ escuché al lado de mi oído una voz dulce de mujer, y es lo último que recuerdo de ese infernal día. Me desperté en una cabaña donde había todo tipo de plantas colgando por el techo, un montón de utensilios sin orden alguno en una mesa situada en el medio, una ventana diminuta estaba entreabierta que pasaba una corriente de aire cálido y fresco, intenté levantarme. ­ Es mejor que no lo hagas, preciosa, todavía no te has recuperado­ me dijo una mujer entrando supongo que tendrás hambre¿no?­ me siguió diciendo la mujer con una sonrisa acogedora. ­Sí, gracias­ susurré por el dolor de garganta. ­ Pues tenemos leche de coco ¿te apetece?­ me preguntó cerrando la puerta. Ese fue el comienzo de una nueva vida. Las personas que me encontraron después del naufragio se convirtieron en mi familia adoptiva. Temalthi, era un hombre ancho de espaldas, indio que había estado surcando todos los mares como comerciante y que al conocer a Verónica se había casado con ella. Esta, era una mujerona decidida, que, cuando vio la oportunidad de quedarse en un sitio permanente, eligió la isla donde residen. Poco a poco fui explorando la isla y conociendo todos sus parajes. Sabía distinguir un fruto comestible del que no lo era. El paisaje que más me gustaba era una inmensa laguna donde solía acudir por la noche, me tumbaba en sus orillas contemplando los reflejos de los voluminosos árboles en sus aguas cristalinas al pie de la montaña más grande de la isla. Pasaba horas y horas en aquel lugar absorta en mis pensamientos ajenos. Con el paso de los años consideré a Temalthi y a Veŕonica como mis padres, aunque nunca, en ningún momento me olvidé de mis padres biológicos, los que me habían dado la vida. Mi nueva familia también me trataba y me quería como a una hija suya. Me enseñaban todo lo que sabían. Lo que más me gustaba de estar con ellos eran las miles de historias fabulosas, extrañas, misteriosas...además de las anécdotas que les habían sucedido a lo largo de su vida. Por el crepúsculo subíamos a un acantilado donde se divisaba todo lo que alcanzaba tu vista. Allí nos sentábamos los tres juntos observando el horizonte, supongo que cada uno pensaba en los años que habían navegado sin rumbo y las aventuras que les habían asaltado en cada viaje, cada uno diferente al otro y con otros problemas. Una tarde, Temalthi se había adelantado en subir al acantilado. Después subimos Verónica y yo. Lo vimos sentado muy quieto, no se inmutó cuando lo llamamos. Nos inquietamos, al llegar a su lado comprendimos. Tenía la tez blanca, a diferencia del color tostado que tenía siempre, tenía sus ojos marrones perdidos en el horizonte y aunque nos sorprendimos al ver

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una sonrisa de satisfaccción. Parecía que había sabido cuándo iba a morir y había elegido ese lugar para morir. Veronica corrió hacia él y empezó a llorar desconsoladamente. Al mes, hallé a mi madre muerta en la cama, con una foto deteriorada y desgastada por el tiempo de Temalthi, en sus manos puestas a la altura de su corazón. Estuve llorando más de lo que había llorado en toda mi vida. Los enterré a los dos juntos en un acantilado donde pasaron sus últimos años. Pasó un año. Sentada en las afueras del bosque, pensando en cómo podría salir de la isla, miré hacia el horizonte y divisé acercarse un pequeño galeón. Como no sabía quiénes eran los tripulantes me escondí detrás de un árbol, para poder mirar sin ser vista. Cuando la galera se acercó a la orilla, en un pequeño bote se montaron algunos tripulantes que cuando llegaron a tierra pude contar más o menos dieciocho personas. Cuatro ingleses, cinco españoles, tres negros, cuatro árabes y dos niños mulatos. Me sorprendí al ver que de los cinco españoles, dos de ellos me eran conocidos. Los dos eran altos y delgados, pero a diferencia de uno, eran dos polos opuestos. El del pelo de color de bronce y sus ojos acristalados del color del topacio, era el inconfundible Uri, siempre con su sonrisa burlona; a su lado, el del pelo negro rizado recogido en una coleta se encontraba mi hermano Isel. Cuál fue mi sorpresa al verlos, que salí corriendo hacia ellos sin acordarme que no se habían percatado de mí y que cuando les salí a su encuentro los dos reaccionaron sacando sus correspondientes espadas. ­¿Es que no os acordáis de mí?­ dije exagerando el movimiento de incredulidad. Al principio tardaron en reconocerme, pero cuando lo habían hecho, guardaron sus espadas y me dieron un abrazo entre los dos. Se rieron al ver las caras de sus compañeros que mostraban un poco de confusión. Después de las presentaciones, mi hermano Isel me contó lo que había pasado en la noche del naufragio del barco. Él también se había despertado. Al subir a cubierta me había visto asomada al borde de la popa y se acercaba a mí para decirme que me fuera a la cama, que no era hora para una niña de mi edad cuando la ola se estampó contra el barco y desaparecí en ella. Él fue corriendo adonde me había visto la última vez cuando el barco chocó fuertemente. Él con la mala suerte se le había enganchado un pie en una cuerda, estuvo forcejeando para liberarse el tiempo justo cuando no podía aguantar más. Al salir a la superficie no vio nada más que trozos del barco flotando y restos de tela de la vela. Estuvo buscando entre las olas alguien que quedara con vida sin tener éxito. Estuvo tres días agarrado en un trozo de madera hasta que pasó por allí un barco que lo recogió. Cuando se recuperó, preguntó si había sobrevivientes del naufragio, le respondieron que no,

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que todos los cuerpos encontrados en el mar no tenían vida. También le contaron que solo un cuerpo no había sido encontrado. En la mente de mi hermano creció una idea de que a lo mejor hubiera quedado con vida, aunque fuera una remota vida. Cuando tuvo suficiente dinero, compró un barco y fue reuniendo hombres en todos los puertos que embarcaba. Se encontró con Uri trabajando en el puerto, cuando le contó que me buscaba, este se apuntó. Después de tres años buscándome, pararon en una isla para limpiar el barco sin saber que en esta me encontraba. Una noche entera pasamos hablando. A la mañana siguiente mi hermano me propuso zarpar los mares con él y con sus hombres, convertirme en pirata. Fueron unos años inolvidables, condesafíos y aventuras en todos los lugares adonde íbamos. Así estuve años junto a Isel y Uri, los tres inseparables y más unidos que nunca. Hoy, casada con Uri y después de casi diez años, vuelvo a esta isla a rememorar mis recuerdos luctuosos por la muerte de mis padres en el barco y de mis padres adoptivos en este lugar perdido en el océano. Digo en un susurro imperceptible adiós de despedida, pues ese iba a ser mi último momento en la isla, no pienso volver, ni mirar hacia atrás, solo al presente y seguir mis días de aventurera.

Mª J. NÚÑEZ PACHECO


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