El caballero y las cabras

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El caballero y las cabras. Erase una vez un caballero andante que, como tal, era justo, leal, prudente, generoso, amable, sabio, benévolo y trabajador. Hacía mucho tiempo había dejado su pueblo y cuando regresó a él vio que había mucha pobreza, que los adultos no tenían trabajo, ni los niños jardines en donde jugar. Arturo —así se llamaba este caballero— tenía un buen corazón y mucha cabeza, por lo que decidió visitar a la reina, ante quien se arrodilló para decirle con todo respeto: —Su Majestad, durante mi recorrido por tierras lejanas he aprendido muchas cosas, entre ellas a trabajar duro y a ahorrar. Para crear puestos de trabajo en el pueblo he pensado que podríamos, usted y yo, poner una granja para cabras. Por mi parte, invertiría el dinero que he ahorrado. Le propongo que por cada euro que usted ponga yo ponga otro. Seamos socios. —Mmm —dijo la reina, pensativa—. ¿Y qué haríamos en esa granja de cabras? —

Produciríamos leche y, con ella, queso de cabra, mantequilla y yogurt.

Viendo que su propuesta interesaba a la reina, continuó: — podríamos empezar con 50 cabritas. De esa forma, se crearían muchos empleos. Verá… —continuó el caballero andante sacando de su bolsillo un lápiz y un papel para anotar— Por lo pronto, necesitaríamos: un veterinario que cuide la salud de la cabras, ordeñadores de leche y otras personas que la procesen para transformarla en queso y yogurt. ¡Ah!, y algunos jardineros que cuiden los pastizales de alfalfa en donde pastarían los animalitos. Yo calculo que se generarían, para empezar, diez empleos. Sé que es poco, pero es una buena forma de iniciar. ¿Qué le parece? —Y con el tiempo hasta podríamos poner una taberna en la que se vendan nuestros productos. ¿No crees?— intervino la reina.


El caballero andante asintió sonriendo. —¡Trato hecho!— dijo la reina, y estrecharon sus manos. —¡Empecemos!— exclamó Arturo, feliz, y partió a comprar las cabras. Al poco tiempo el pueblo se transformó: de ser un lugar en donde ni las moscas volaban, se convirtió en otro con mucha actividad. A las mujeres se les veía apuradas ordeñando a las cabras, a los hombres llevando de un lado al otro las cubetas de leche, y a los niños se les veía jugar en los verdes pastizales con la cabrita más pequeña, a la que nombraron Flor por ser dulce y cariñosa. De esa manera, el proyecto productivo de Arturo y de la reina se hizo realidad: habían creado una granja de cabras que generaba muchos empleos partiendo de sólo una buena idea, ahorro, planificación y mucho trabajo. En ella todos eran felices, incluso las cabras. Por ello, Arturo y la reina, con ayuda de sus trabajadores, pusieron a la entrada un letrero en donde se leía “La Dicha”. Así nombraron a su granja.


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