La Bogotá de los muertos. Borraduras y permanencias en el Antiguo Cementerio de Pobres

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CONTACTO CON LOS MUERTOS. SIGLO XX. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ, FONDO DANIEL RODRÍGUEZ.
EN
VESTIGIOS DE LA CAPILLA DE LAS ÁNIMAS. FOTOGRAFÍA DE CAMILO RODRÍGUEZ-IDPC, 2023.
CAPILLA DE LAS ÁNIMAS DURANTE LOS AÑOS NOVENTA. FOTOGRAFÍA DE CLARA INÉS ISAZA, 1997.
DOS VISITANTES EN EL CEMENTERIO EL DIA DE DIFUNTOS. FOTOGRAFÍA SADY GONZÁLEZ. S.F. SECRETARÍA GENERAL DE LA ALCALDÍA MAYOR DE BOGOTÁ D. C. - DIRECCIÓN DISTRITAL DE ARCHIVO DE BOGOTÁ.

LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS

BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

Ana Margarita Sierra Pinedo

Eloísa Lamilla Guerrero

Javier Ortiz Cassiani

ALCALDESA MAYOR DE BOGOTÁ

SECRETARIA DE CULTURA, RECREACIÓN Y DEPORTE

DIRECTOR INSTITUTO DISTRITAL DE PATRIMONIO CULTURAL

SUBDIRECTORA DE DIVULGACIÓN Y APROPIACIÓN DEL PATRIMONIO

INVESTIGACIÓN Y TEXTOS

ASISTENCIA DE INVESTIGACIÓN

COORDINACIÓN EDITORIAL/EDICIÓN

DIRECCIÓN DE ARTE/DISEÑO GRÁFICO

CORRECCIÓN DE ESTILO

GESTIÓN DE IMÁGENES FOTOGRAFÍAS

Claudia López Hernández

Catalina Valencia Tobón

Patrick Morales Thomas

Camila Medina Arbeláez

Ana Margarita Sierra Pinedo

Eloísa Lamilla Guerrero

Javier Ortiz Cassiani

Yesid Humberto Hurtado

Ximena Bernal Castillo

Yessica Acosta Molina

Bibiana Castro Ramírez

Alfredo Barón Leal

Camilo Rodríguez-IDPC, Carlos Hernández - IDPC, Óscar

IMPRESIÓN

ISBN

IMAGEN CONTRAPORTADA

IMÁGENES CAJA

Díaz - IDPC, Clara Inés Isaza, Eloísa Lamilla Guerrero, John Farfán Rodríguez, Fondo Jorge Silva – Archivo de Bogotá, Fondo Leo Matiz – Archivo de Bogotá, Mar Parada, Fondo Sady González – Archivo de Bogotá, Fondo Viki Ospina – Archivo de Bogotá, Viviana Parada, Archivo Ernest Rothlisberger, Universidad Nacional de Colombia, Colección Museo de Bogotá, Diario El Tiempo, Revista Cromos, Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá Multi-impresos

Impreso 978-628-95853-1-5 Digital 978-628-95853-0-8

Cargando la cruz. “El Día de Difuntos”, El Tiempo, 2 de noviembre, 1959, portada. (Ver página 56 de esta publicación).

Camilo Rodríguez-IDPC, 2023

La Secretaría General de la Alcaldía Mayor de Bogotá D. C.Dirección Distritalde Archivo de Bogotá, fue copartícipe en la publicación, a través de la autorización de uso de las imágenes de sus fondos.

2023

SELLO EDITORIAL IDPC

INSTITUTO DISTRITAL DE PATRIMONIO CULTURAL

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NICHO INTERVENIDO POR WENDY MIKAELA MOTTA DURANTE PROCESO DE ACTIVACIÓN. FOTOGRAFÍA OSCAR DÍAZ-IDPC, 2021.

PRESENTACIÓN 12 / INTRODUCCIÓN 14

ENTRADA 20 El Espíritu del Lugar 22 Nombrar es conjurar 24

UNA POBLACIÓN DE MEMORIAS CON SUS ARRABALES Y EDIFICACIONES PETULANTES 41

Mausoleo y altar de la nación 42 El contraste en el tratamiento de los muertos 54

LOS ENTIERROS DE MI GENTE POBRE 73

¿Cómo contar estos muertos? 77 Las de Atrás: el cementerio de ‘Sirvientas’ 102

UNTARSE DE MUERTO 129

La muerte contrasta las diferencias 135

LAS MEMORIAS DEL OLVIDO O LOS OLVIDOS DE LA MEMORIA 157

El Bogotazo: los muertos esquivos y la superposición de la memoria 159 Memoria y simulación 170

CIERRE: LA ESPECTRALIDAD DEL CEMENTERIO 191

REFERENCIAS 198

LA TRAYECTORIA TEMPORAL DEL LUGAR. ACERCAMIENTO GRÁFICO SOBRE EL TRATAMIENTO

A LA MUERTE DE LOS POBRES 202

GALERÍAS FUNERARIAS. FOTOGRAFÍA DE CLARA INÉS ISAZA, 1997. DERECHOS RESERVADOS PNUD COLOMBIA.

CONTENIDO

LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

PRESENTACIÓN

Bogotá es una criatura de constantes alteraciones. A veces se ensancha, crece, se desborda de sus límites. Otras veces se empequeñece y se borra; se fractura para dar lugar a drásticas transformaciones enmascaradas en la idea del progreso. A diario caminamos sobre una urbe inconstante y ecléctica, bajo un péndulo que oscila entre el anhelo de la ciudad que tenemos y la ciudad que soñamos tener. Dentro de este ir y venir se producen síncopes, pérdidas abruptas de espacios vitales que devastan las relaciones y prácticas ciudadanas, e irrumpen en los modos de habitar los lugares.

No solo los vivos se ven afectados por estas transformaciones urbanas, también los muertos sufren con este continuo trasegar; o, dicho de otro modo, las lógicas de segregación que ordenan la ciudad de los vivos se desdoblan en las necrópolis bogotanas. La Bogotá de los muertos. Borraduras y permanencias en el Antiguo Cementerio de Pobres analiza la manera en que el orden social traspasa los límites de la vida para instalarse también en la muerte. El texto se concentra en la exploración de un espacio funerario que, a pesar de hacer parte del Cementerio Central y colindar con su parte más apreciada (la Elipse y el Trapecio), ha sido desestimado por las políticas de la memoria y violentado por los planes urbanísticos. La zona de la Elipse y el Trapecio del Cementerio Central resguardan desde el siglo XIX a los muertos “ilustres” del país, con sus mausoleos y sus nombres claramente legibles. Estos cuerpos que importan han estado resguardados por una particular noción de valía, que a su vez se ha estabilizado en el tiempo gracias a la sublimación discursiva y estética de un orden social abismalmente jerárquico. De forma opuesta, el costado occidental, donde estaba ubicado el Cementerio de Pobres, acogió la muerte de las vidas menos “respetables”, aquellas signadas por una causa de muerte, religión o condición social que avergonzaban y no merecían ser recordadas. Se trataba de una especie de designio post mortem que decretaba que aquel que muriera en estas condiciones debía continuar habitando terrenos marginales, los cuales, más adelante, terminaron siendo atravesados por omisiones sistemáticas que han estado a punto de borrar el Cementerio de Pobres, tanto de la historia como de su propio espacio físico.

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PANORÁMICA DE LA GALERÍA PERIMETRAL DE LAS ÁNIMAS. FOTOGRAFÍA DE CLARA INÉS ISAZA, 1997. DERECHOS RESERVADOS PNUD COLOMBIA.

Actualmente en este cementerio no hay nombres completos, ni tumbas ni cuerpos para visitar, pues las decisiones administrativas, amparadas bajo el estigma de la pobreza, posibilitaron situaciones cargadas de desidia que irían desde la proliferación de un mercado negro de restos óseos hasta la formulación de proyectos urbanos que reglamentarían su cierre definitivo y quebrantarían la vocación histórica del lugar.

En esta publicación, que se adentra en la historia del Antiguo Cementerio de Pobres desde perspectivas íntimas y reflexivas, a través de la exploración documental y de la observación detenida de las huellas que aún conserva el espacio, el equipo de investigación del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural (IDPC) analiza los mecanismos de manifestación y estabilización del tratamiento diferenciador de la muerte en un lugar y una población en particular. El Antiguo Cementerio de Pobres nos habla de la Bogotá de los muertos. Y en esa conversación, las borraduras que se hacen visibles en las siguientes páginas no dan cuenta tan solo de lo ocurrido en este espacio, sino que son un recordatorio de una herida latente: la de la desigualdad estructural que atraviesa y determina tanto nuestra cotidianidad como nuestras maneras de elaborar la muerte y de construir memoria.

PRESENTACIÓN 13
RITUALIDAD HACIA LOS NN. FOTOGRAFÍA DE CLARA INÉS ISAZA, 1997. DERECHOS RESERVADOS PNUD COLOMBIA.

INTRODUCCIÓN

Aunque el Cementerio de Pobres[1] y su vecino de la Elipse Central hicieron parte de un mismo complejo funerario, las fronteras jerárquicas del mundo de los vivos se desdoblaron en la necrópolis bogotana y determinaron su transcurrir histórico. Esta publicación pretende comprender las maneras en que se construyeron y manifestaron las fronteras entre los muertos, en tanto continuación de un ordenamiento social fundamentado en la diferenciación y la segregación de los vivos.

En razón a que, a diferencia de la zona de la Elipse y el Trapecio, el Antiguo Cementerio de Pobres no aparece mencionado más que de manera periférica en unas pocas referencias bibliográficas, este texto se concentra en observar, a través del espacio funerario destinado a los pobres, las relaciones de poder y las tramas de significación que han configurado un tratamiento diferenciador de la muerte Desde este espacio es posible leer los mecanismos en los que se precarizó la muerte de unas poblaciones específicas, y la manera en que tales mecanismos han encontrado la forma de reactualizar sus estrategias y modalidades para estabilizarse en el tiempo. El vector del tratamiento diferenciador de la muerte se aborda en un arco temporal que va desde mediados del siglo XIX hasta la actualidad, y se analiza tanto desde su expresión en las políticas de la memoria como en las decisiones urbanísticas que afectaron al cementerio, que, aunadas, provocaron una especie de borradura del espacio.

Para esto, luego de entrar al cementerio a través de una voz imaginada del lugar y de un ensayo literario que recorre el espacio para observar las capas de tiempo perceptibles en su estado actual, el foco del primer capítulo es examinar, a modo de ensayo histórico, las formas en las que se expresa y se legitima la frontera entre los muertos pertenecientes a las capas mayoritarias de la población —o pobres— y los muertos de las élites, mediante el análisis de una serie de sucesos y escenas elocuentes respecto del funcionamiento de dicha frontera.

Por su parte, el segundo capítulo se concentra en reconocer el universo social que estuvo ligado al cementerio, es decir, se pregunta por quiénes lo habitaron en la vida y en la muerte, desde una escritura que entreteje el análisis etnográfico y el ensayo literario. Hace énfasis sobre las clases trabajadoras cuya historia se articula

1 El área del Antiguo Cementerio de Pobres corresponde al actual globo de terreno del parque de la Reconciliación, en donde se encuentran ubicadas las galerías funerarias conocidas hoy como Columbarios. Comprendía también la zona del actual parque El Renacimiento y pertenecía al complejo funerario del Cementerio Central de Bogotá.

INTRODUCCIÓN 17
INTRODUCCIÓN 17

LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

con la del cementerio, y se detiene, de manera particular, en las mujeres trabajadoras del hogar, quienes tuvieron, al menos desde las primeras décadas del siglo XX y según las fuentes primarias en las que se rastrearon sus vidas, una presencia preponderante en el Antiguo Cementerio de Pobres. Se trata, entonces, de situar socioculturalmente a los actores que históricamente han estado vinculados con el lugar, con la intención de señalar su ocultamiento y omisión por parte de la historia y de las políticas de la memoria, y, al mismo tiempo, de hacerlos aparecer, fijarse en su lugar social.

“Siempre estamos muriendo” es la frase con la que inicia el ensayo de la cuarta sección, cuyo propósito es aproximarse a las maneras en que se construyó una particular relación con la muerte escenificada en la ritualidad del cementerio hacia finales del siglo XX. Para entonces, tras décadas de precariedad y maltrato por parte de las administraciones distritales, en el cementerio se configuró un universo devocional que integró los desechos descarnados de la muerte dentro de los códigos de la gramática ritual.

“Las memorias del olvido o los olvidos de la memoria”, que podría situarse narrativamente dentro del ensayo crítico, se centra en analizar la superposición de las memorias e historias asociadas con el espacio funerario para poner de manifiesto las tensiones y contradicciones discursivas subyacentes a las formas de entender y ocupar el Antiguo Cementerio en la actualidad. Lo anterior, no con el fin de proponer miradas resolutivas u ofrecer desenlaces tranquilizadores, sino de situar la paradoja dentro las posibilidades de interpretación. Finalmente, el texto de cierre, más que situar ideas conclusivas, sugiere una mirada especulativa sobre la condición de espectralidad del cementerio, a partir de la cual se plantea que, en tanto sobreviviente y ente sustancial, este espacio funerario contiene unas claves de lectura que resultan cruciales para descifrar o imaginar los futuros que le fueron negados y, por ende, los semblantes de nuestros futuros posibles.

La publicación "La Bogotá de los muertos. Borraduras y permanencias en el Antiguo Cementerio de Pobres" incluye, además, una infografía que presenta de manera sucinta los episodios que marcaron el devenir histórico del lugar, en pers-

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pectiva de usos y afectaciones, con la intención de situar la lectura de los textos a partir de una línea de tiempo básica o de referencia.

El libro es un texto escrito a varias manos, que presenta diferentes entradas y abordajes a la pregunta por el desenvolvimiento del tratamiento diferencial de la muerte en Bogotá.. El texto no se mueve al ritmo de un tiempo secuencial a medida que sus capítulos avanzan, sino que se encamina por derivas distintas, pero complementarias, para analizar un mismo asunto. Por ello, la estructura del libro no supone una lectura que deba avanzar, necesariamente, en el orden consecutivo de sus apartados. Lejos de perseguir una simetría formal en el discurso o de ceñirse al canon de algún género específico, las entradas se desarrollan bajo tonos narrativos autónomos, que responden a la manera particular en que cada autor observa los terrenos de desenvolvimiento del proceso de negación política y discursiva del Cementerio de Pobres, en tanto estrategia para legitimar y estabilizar el ethos excluyente que atraviesa nuestro ordenamiento social. Un ethos en tensión permanente con la agencia del lugar mismo y, por supuesto, con la de las poblaciones vinculadas a él.

INTRODUCCIÓN 19 INTRODUCCIÓN 19
VEGETACIÓN RUDERAL EN EL PISO DEL CEMENTERIO. FOTOGRAFÍA DE JOHN FARFÁN RODRÍGUEZ, 2020.

ENTRADA

EL ESPÍRITU DEL LUGAR

Por Eloísa Lamilla Guerrero

Fui el occidente de Bogotá, la dirección del eterno ocaso. Fui la morada cálida de cuerpos amados y de desamparados. Serví durante años para enterrar los cadáveres de tantos que nacieron y migraron a esta sabana lila. Hoy ya no soy una ciudad de muertos, pero aún palpitan en mis terrenos los despojos de todos aquellos que alguna vez fueron.

Al principio quedaba a las espaldas de las tumbas y mausoleos de la élite criolla; luego, corrí hacia el crepúsculo, sobre la misma vía que conduce a Engativá, hacia los potreros del occidente deshabitado, silvestre. Me nombra-

ron Cementerio de Pobres para señalar el abismo entre los muertos de aquí y los muertos de allá; esos de la Elipse con monumentos erguidos a lo alto para mirar por encima del hombro. Mientras tanto, en este lugar se inclinaron las miradas ante los tapetes de cruces, rosas y crisantemos que anidaron las tumbas. Pero no se engañen, ambos sectores somos parte de lo mismo: el Cementerio Central.

Aun así, los temporales y los vivos nos trataron distinto. Cada año, las lluvias inundaron las profundidades de la tierra y sacaron a flote los cuerpos de tantos inhumados en el suelo.

PANORÁMICA CEMENTERIO DE POBRES. “DEL COSTO DE LA VIDA AL COSTO DE LA MUERTE”, REVISTA CROMOS, 16 DE NOVIEMBRE, 1946, 7.

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Y los dolientes, los más humildes y desprotegidos, se agacharon sobre los pantanos de mortecina para dejar sus flores y plegarias.

En todo este ancho mar de exangües descansaron para siempre abuelos, madres, tíos, hijos, hermanos, y tantos otros parientes, amigos y cercanos, como también infinidad de niños y adultos huérfanos, de recién nacidos, de extraños y extrañados.

Yo atesoré las manos adoloridas y las piernas cansadas de miles de mujeres de todas las edades dedicadas al subyugado oficio de la servidumbre. Ellas estuvieron en lechos de materia orgánica más amplios y misericordiosos de los que en vida muchas veces les fueron brindados. Durante muchos años, refugié las batalladas espaldas y brazos de centenares de soldados entregados a las fauces de tantas guerras ajenas.

En mis dominios también descansaron hombres y mujeres trabajadoras que sobrevivían como agricultores, cocineras, jornaleros, cigarreras, sastres, lavanderas, comerciantes, comadronas y vivanderas. O como escribientes, mozos de cordel (cargueros) y buhoneras (vendedoras ambulantes). Incluso, mendigos y locos de profesión, así como otros enterrados de quienes se desconoce su nombre, edad u oficio. Tantas y tantos olvidados e inadvertidos, pero cuyo último despojo tiene una huella en esta tierra.

Aquí no se escogieron los rostros que los acompañaron en la muerte.

Por estos terrenos se extendieron rastros, cuerpos, mortajas, rezos, esperanzas, sufrimientos y huesos de aquellos condenados de la metrópoli. Fui el arrabal del poniente que arropó a los desarraigados. Albergue de la muerte, de sus duelos, recuerdos y olvidos.

ENTRADA 23
ELOÍSA LAMILLA GUERRERO

NOMBRAR ES CONJURAR

Por Eloísa Lamilla Guerrero

Mirar la ruina y en ella todas las cosas de una sola vez. Ver las esquinas, los remiendos las cosas rotas y aferradas o los vestidos arados del amor. El polvo que es el tiempo que tocó los cuerpos levemente y los desmoronó. Hay siempre en todo una cosa entera y ferozmente cierta, como cierta es la ruina, y es voraz y es bella.

“Todo en ruinas”, La ruina que nombro Andrea Cote, 2015

Es difícil no sentirse atraído por la atmósfera en ruinas y soledad en la que se alzan los Columbarios. Esas enormes edificaciones aferradas a la margen sur de la avenida El Dorado son vestigios en agonía de la vocación funeraria y ritual que hasta hace un poco más de dos décadas subsistió en este espacio. Durante

mucho tiempo, su mutismo, despojo y abandono hicieron que la ciudad ignorara su presencia y la del área en la que se enmarcan. Hoy es necesario escarbar en su pasado e invocar su presente porque su pulso está vivo.

Desde la agitada avenida orientada cardinalmente entre el oriente y el poniente, lo primero que brota a la vista es el enrejado que divide la ciudad de los vivos de la antigua necrópolis. Una separación que no impide la perspectiva panorámica de los transeúntes hacia su interior, en donde se elevan los Columbarios con bóvedas por sus cuatro lados, y que bajo la mirada de la escritora mexicana Margot Glantz, durante un recorrido en pleno atardecer bogotano, se convirtieron en bocas gigantescas de incontables dientes. Su relato literario no dista de mi propia experiencia con el lugar, pues cada vez que entro me siento devorada por él. Pero para poder digerirlo se requiere de tiempo y rumiado, y por ello es preciso que entre y salga varias veces, para así acceder a las distintas capas y profundidades que habitan este desolado paraje mortuorio.

Al ingresar y levantar la mirada, descubro un horizonte circundado por montañas, edificios y nubes, con el que contrasta la magnificencia de los Columbarios y la extensa zona verde que sirvió de sepultura a tantos habitantes. Son pocos

ADORNANDO CON FLORES FRESCAS UNA TUMBA DEL CEMENTERIO DE POBRES. 1941. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ, FONDO DANIEL RODRÍGUEZ.

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LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

los lugares en el centro de Bogotá que ofrecen una vista de 360° de la ciudad, pues el vertiginoso crecimiento vertical cada vez la imposibilita más. Al volver la mirada hacia abajo, mientras camino, noto que el terreno es irregular y sinuoso, y me siento perpleja ante la certeza de estar pisando una tierra que fue la última morada de tantos muertos.

Las tumbas y lugares de entierro son los principales signos de asentamiento de una sociedad; son la huella de la cultura contra la naturaleza, que va tras el olvido. La tumba instituye el recuerdo. Es el útero de la humanidad, como bellamente afirma la antropóloga forense Helka Quevedo; el lugar donde se nace al recuerdo en busca de eternidad. Por tanto, los sepulcros y el culto a los muertos tienen una condición sagrada: son un signo irrefutable de humanidad que concede respeto y dignidad a los restos humanos, a los huesos y cenizas “Lo que se encuentra ahí, bajo la piedra, en el seno de la tierra es digno de permanecer”[2]

En Bogotá, sin embargo, las tumbas y mausoleos dignos de permanecer fueron aquellos reservados para los prohombres públicos, y otros ciudadanos y familias de la élite criolla, quienes aún hoy catapultan el prestigio con sus muertos en la Elipse y el Trapecio del costado oriental (Globo A) del Cementerio Central. Mientras tanto, sobre los potreros del occidente,

2 Robert Redeker, El eclipse de la muerte (Bogotá: Luna Libros, 2018), 100.

quedaban los entierros y fosas de una heterogénea población que incluía artesanos, asalariados, comerciantes, campesinos de tierra templada y caliente, trabajadoras domésticas, funcionarios públicos, militares, bebés, niños, y buena parte de los muertos sin deudos amparados apenas por hospitales, asilos o calles. Este extenso terreno sabanero, que aparece registrado en los documentos primero como Cementerio Nuevo o Cementerio de Occidente, y luego como Cementerio de Pobres, resguardó bajo tierra y luego en bóvedas los cadáveres de multitudes durante siglo y medio.

Al deambular en silencio por este amplio paraje cubierto de hierba, reina el canto aflautado de los mirlos de pico negro y el gorjeo de las palomas. Con los ojos cerrados, respiro el aire tostado que emana de una fábrica de café cercana. Abro los ojos y sigo caminando sin rumbo, hasta que me topo de frente con dos ramas amarradas a un cable rojo. La inesperada cruz se camufla bien entre la yerba. Por instinto, alzo la vista y todo este tupido prado se transforma en un campo abierto colmado de cruces de madera y astillas talladas delicadamente en sus extremos, de alturas desiguales, algunas diminutas y otras casi al mismo nivel de los vivos. Imagino escenas lejanas de cruces por doquier, con retablos e inscripciones necrológicas, con giraldas, ramos y flores solitarias.

CRUZ SOLITARIA. FOTOGRAFÍA DE ELOÍSA LAMILLA GUERRERO, 2020.

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Yo también me dedico a ambular por entre las cruces, cada una de las cuales vibra como un recuerdo. Hay cruces de varias clases, y en ellas puede leerse el carácter tímido o audaz, insolente o humilde, triste o alegre, de los deudos del sepultado. Hay cruces con vistosos letreros, con protuberantes decoraciones de hojalata, con escandalosas flores de papel. Parece que solo fueron puestas allí para

“LA TIERRA Y EL AGUA ACOMPAÑABAN LAS VISITAS A LOS MUERTOS”, EL TIEMPO, 2 DE NOVIEMBRE, 1945, 12.

llamar la atención de los visitantes, como ancianas coquetas. Hay otras modestas, sencillas, pequeñas, que se sienten deprimidas, como vivieron sus dueños, humillados y ocultos. Hay otras inexpresivas, como rostros de idiotas. Otras son los dolores vivos, inextinguibles, clavados en el suelo. [3]

3 José Antonio Osorio Lizarazo, “El anillo de la muerte”, en La cara de la miseria (Bogotá: Talleres de Ediciones, 1926), 136.

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Cuando giro nuevamente la mirada hacia el suelo, me devuelvo a este presente desolado de una cruz solitaria clavada en el pasto. Único rastro de aquellos tiempos lejanos cuando la mayoría reposaba en la tierra.

Hoy día, en este antiguo espacio de la muerte ya no es posible toparse con cruces, procesiones ni rituales funerarios en torno a las ánimas, pero sí se puede transitar por entre las ruinas y vestigios de lo que algún día fue.

Una vez sus terrenos fueron espejos de agua, inmensos humedales convertidos en lodazales, que poco a poco fueron siendo secados para darle paso a la muerte. Sobre esos charcos los pobres lloraron a sus muertos y sepultaron sus pies para dejarles aunque fuera una humilde flor en forma de ofrenda. Hoy, cuando llueve, las aguas inundan partes del lugar, como reclamando lo que algún día fue suyo.

Vuelvo a transportarme en el tiempo al momento del primer pabellón funerario que funcionó en este espacio desde finales del siglo XIX y hasta bien entrada la década del XX. Un fortín con nichos en su fachada y sus costados, conocido como el Torreón Padilla, que se utilizó para el entierro público, aunque no gratuito, de los fallecidos. Estuvo emplazado justo a medio camino entre la parte oriental y occidental de este cementerio fraccionado entre clases. No obstante, el trazado de la carrera 19 borró la huella de esta primera edificación funeraria y, a su vez, arrasó con las tumbas y huesos de cientos de habitantes de la ciudad.

La noción de ruina va ligada a la idea del fragmento, a la pérdida de una totalidad y de un origen: son los restos/escombros de algo que no volverá a ser más que en su reconstrucción ilusoria y mimética, subsidiaria del modelo original. En este sentido, la ruina implica la convergencia de un pasado y un presente; la pervivencia de vestigios incompletos de un pretérito que es irrecuperable y al mismo tiempo “ineliminable”.[4]

Luego vinieron nuevas bóvedas en altura, colosales edificios inspirados en una arquitectura funeraria romana. Un diseño proyectado por la Compañía de Cementos Samper, aproximadamente en 1918, denominado “Criptas para el Panteón Municipal”, que no llegó a ejecutarse sino solo hasta finales de la década de los cuarenta. Primero, se construyeron cuatro entre 1947 y 1952, y luego, entre los años sesenta y setenta, se construyeron otras tres de menor factura, que fueron derrumbadas inmediatamente después de la clausura del cementerio distrital.

Las cuatro construcciones aún en pie, que sobreviven entre la maleza y el olvido, constan de un bloque central con seis niveles de bóvedas o pequeñas cavidades a modo de

4 Francisca Márquez, Javiera Bustamante y Carla Pinochet, “Antropología de las ruinas. Desestabilización y fragmento”, Cultura, Hombre, Sociedad 29, n.o 2 (2019): 113, https:// scielo.conicyt.cl/scielo.php?script=sci_abstract&pid=S0719-27892019005000304&lng=pt&nrm=i.p

ENTRADA 29
LAMILLA GUERRERO
ELOÍSA

DESCRIPCIÓN DE MATERIALES PARA LA CONSTRUCCIÓN DE LAS GALERÍAS FUNERARIAS. ACUERDO 12, 15 DE ABRIL DE 1946, ARCHIVO DE BOGOTÁ, FONDO CONCEJO DE BOGOTÁ.

CRIPTAS PARA EL PANTEÓN MUNICIPAL, CA. 1918. FERNANDO CARRASCO ZALDÚA, LA COMPAÑÍA DE CEMENTO SAMPER. TRABAJOS DE ARQUITECTURA 19181925 (BOGOTÁ: INSTITUTO DISTRITAL DE PATRIMONIO CULTURAL, 2006), 104.

LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

colmenas, sobre una galería perimetral de columnas cuadradas que sirvieron de refugio a la descomposición de la vida. Sus cimientos de piedra y mampostería están cubiertos por la tradicional teja de barro, que se encaja, a su vez, sobre esterillas de guadua. Los pisos están forrados por baldosas de cemento sencillamente decoradas. Se trata de un reducto de construcción vernácula que cuenta con aproximadamente 18.000 bóvedas con su remate en arco y su pañetado interior, de las que 15.000 fueron dispuestas para difuntos adultos y las restantes, para difuntos niños. Todas prestaron servicios funerarios en condición de arriendo por periodos de entre siete, y luego cinco y tres años. A pesar de que hoy dichas bóvedas yacen vacías, el vaho de su pasado sigue resonando.

Estos edificios fueron conocidos como los Pabellones o las Galerías de los Santos, en razón a que cada una fue bautizada en homenaje a una figura santificada dentro de la cristiandad. Los nombres originales de estas edificaciones tienen todas las iniciales S. J., en una clara referencia a la Societas Jesu o Compañía de Jesús. Una posible hipótesis de dicho protagonismo se deba a la presencia e impacto de las obras sociales y de caridad que realizó el Círculo de Obreros en Bogotá, organización fundada por los padres jesuitas.

Las Galerías, luego renombradas como los Columbarios, fueron llamadas originalmente de oriente a occidente así: Galería San Ja-

cobo, posiblemente para homenajear a quien fuera benefactor de los pobres, guardián de las viudas y huérfanos, y protector de los enfermos. Hoy esta galería yace destruida y sus escombros forman una pequeña elevación sobre la que de vez en cuando se encuentran restos de piso y techo. Galería San Javier, quizá elegida para rendir tributo al santo de las causas perdidas. Galería San Jerónimo, aquel que abre los caminos de libertad, y aparta las penas y la soledad del alma. Galería San Juan, posiblemente nombrada así para recordar al predicador que bautizó a Jesús, conocido como el cumplidor de profecías. Galería San Joaquín, esposo de Ana y padre de María. Galería San Jorge, designada tal vez para rendir tributo al mártir y patrono de agricultores, soldados, arqueros, prisioneros y herreros, oficios íntimamente ligados a los habitantes que fueron a reposar al cementerio público. Esta última galería hacia el occidente también fue demolida y actualmente no existen rastros de su presencia.

Con sutileza, recorro los Columbarios con las yemas de los dedos y voy repasando sus formas rugosas y desniveladas, los pañetes delgados de cemento y el grosor de otros mantos de revestimiento en los muros. En los cuatro edificios en pie hay una yuxtaposición de capas de pintura y de estratos de enlucidos que me hace pensar en un ejercicio de geología necrológica. Agudizo los sentidos para reconocer los impactos de las intervenciones,

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ENTRADA 33
ELOÍSA LAMILLA GUERRERO MENSAJE EN BÓVEDA DEL COLUMBARIO SAN JOAQUÍN. FOTOGRAFÍA DE ELOÍSA LAMILLA GUERRERO, 2020.

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el tiempo, la humedad y la indómita vegetación ruderal (propia de los escombros) que amenaza dramáticamente la resistencia de los Columbarios. Pero, a pesar de su fragilidad, desde lo profundo y cautelosamente, comienzan a emerger las huellas o marcas inscritas en las paredes, provenientes de los últimos habitantes de esta necrópolis. Los Columbarios se descascaran, como un animal que está cambiando de piel. Y bajo ese tejido poroso se logra leer rastros de números, nombres, fechas y epitafios entrecortados; se descubren antiguas jardineras, decoraciones de angelitos, aleros que se usaron como pequeños techos para las bóvedas; llaves, campanas, rosarios, entre otros objetos funerarios. Aparecen, como si recién surgieran, una profusión de mensajes que combinan la elocuencia de la palabra con el vacío de lo borrado. Trazos y capas de otros tiempos que insisten en rebelarse desde el fragmento para señalarnos esta cicatriz abierta que es el Cementerio de Pobres. Las galerías funerarias sobreviven como palimpsestos desde su enunciación múltiple, abierta, viva y dinámica, que procede de su cíclica destrucción y construcción. Son lugares de tránsito, surgimiento y desaparición de la memoria, en los que, a pesar del olvido sistemático e impuesto, han empezado a aparecer las expresiones de su supervivencia: un rastro, una estructura, una palabra. Lugares de los que la memoria no se borra, sino que se hace visible para nombrar a sus muertos.

Desde el 2008 y hasta el 2012 se construyó el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación (CMPR) en parte de los terrenos del antiguo cementerio público. Paradójicamente, la ubicación de esta edificación para la memoria histórica abarcó el sector que un día estuvo destinado para la galería de los denominados como NN. De modo que esta zona fue arrasada por las retroexcavadoras durante las obras de CMPR, y con ello desapareció cualquier indicio o testimonio de uso, ocupación y devoción en el lugar.

Dicha galería de los NN, junto con otras dos dispuestas en la parte sur del lote que posteriormente fueron derribadas: galería Nueva y galería Capilla de las Ánimas, eran parte del circuito ritual de los vivos en sus visitas para reafirmar sus vínculos con los que partieron al más allá.

Luego de deambular por horas dentro del complejo del Centro de Memoria, su monolito y sus jardines, me encamino hasta el límite sur del terreno donde irrumpe un alto muro en ladrillo, pintado de verde aguamarina, que colinda con viviendas abandonadas y fábricas aún en uso del barrio Santafé. Descubro que de las grietas de esta muralla es por donde se cuela la humarada de grano tostado que impregna la atmósfera.

Esta pared posterior guarda los rastros de los simétricos cuadrados que la compusieron. Aquí existía una colmena de bóvedas donde se disponían, como en pequeños apartamentos,

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los ataúdes o cajones con los restos mortuorios, que luego se cubrían con lápidas o simplemente se sellaban con cemento fresco, para escribir sobre este los nombres y fechas de nacimiento y muerte del difunto. Un cuadrado reducido para la comunicación entre los visitantes y sus muertos, que se adaptaba con versatilidad para informar, decorar y encantar cada una de las tumbas. En la culata de ese pabellón funerario también se conserva una cruz empotrada rodeada de placas en mármol.

Es la huella que encarna la imborrable presencia de la Capilla de las Almas o las Ánimas, donde se buscaba la mediación de la Virgen del Carmen —Virgen de la buena muerte— para las benditas ánimas del purgatorio. Este es uno de los puntos más trascendentes de este circuito funerario, donde se pedía por la protección de la vida; la obtención de trabajo, casa, dinero o amor; o la resolución de situaciones complicadas. La Capilla de las Ánimas fue el escenario culmen de la efervescencia y la devoción po-

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ELOÍSA LAMILLA GUERRERO RASTROS DE UN EPITAFIO. FOTOGRAFÍA DE CAMILO RODRÍGUEZ-IDPC, 2023

LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

pular ligado a la profunda y siempre inquietante relación con los muertos. Fue un altar para intercambiar ofrendas a cambio de milagros. Un lugar que corrió la misma suerte que el resto del recinto y fue desmantelado y demolido, pero que aún guarda reductos de hollín de los tiempos en que las velas de sebo y los velones sellaban con su esperma los rezos y peticiones de los devotos.

El Antiguo Cementerio de Pobres fue un lugar dinámico para reafirmar y renovar los afectos, para la expresión de creencias tradicionalmente católicas y de otro tipo. Escenario

de encuentro, respeto, bullicio y silencio, de fe y esperanza en la trascendencia. Terreno dispuesto para la oración, el ritual, y la manifestación de los signos religiosos y las prácticas culturales que permiten entrar en relación, contacto y diálogo con la muerte. Un espacio privilegiado para la visita, la evocación y la conmemoración de ciertas fechas especiales. Un contexto complejo y paradójico por su recepción de toda clase de experiencias y prácticas mágico-religiosas. Una arena social donde se materializan memorias, disputas y consensos.

LOS COLUMBARIOS AÚN EN PIE. FOTOGRAFÍA DE JOHN FARFÁN RODRÍGUEZ, 2020.

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Un lugar para el llanto y el duelo. Para vivir entre lo sagrado y lo escatológico.

Con la reglamentación del cambio de uso del suelo del sector y el proyecto de instalar un parque recreativo en los predios del Cementerio de Pobres, se obligó a su desalojo masivo, y con ello, los cuerpos de los Columbarios fueron desterrados, en un acto que desgarró y deshumanizó al cementerio, a los muertos y a la ciudad en general. El proceso inició repentinamente hacia finales del siglo pasado y concluyó a principios de la década del 2000, cuando los últimos restos fueron exhumados. A partir de ese momento, se dislocó definitivamente la vocación funeraria y sagrada, el genius loci, o espíritu protector del lugar. La ausencia de cuerpos y ritos produjo la violenta agonía de lo que se conocía como Cementerio de Pobres.

Su clausura definitiva resquebrajó la relación de la ciudadanía con este foco mortuorio de Bogotá. Sin embargo, eliminar la concepción simbólica y de referente ritual, de muerte e incluso de descomposición no fue un asunto que ocurriera de inmediato. La función de este escenario como depósito de restos mortales, así como de circuito ceremonial, es decir, su yuxtaposición desde lo social y escatológico, siguió existiendo durante algunos años después de su cierre.

COLUMBARIOS, PUES SUS MUERTOS YA NO ESTÁN. ELLOS
ENTRADA 37 ELOÍSA LAMILLA GUERRERO
COLUMBARIOS
MUERTOS
GENERAL.
LIMPIAR
DESCANSAR. ALABAO A LOS COLUMBARIOS. ALBA NELLY MINA, 2020
LOS
SON SAGRADOS PARA LOS
EN
HOY ESTOS SON DE ADORNO Y LAS ALMAS EN DÓNDE ESTÁN. SANAR Y
LOS
ESTÁN DEAMBULANDO, NO HAN PODIDO
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ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES 1. MENSAJES QUE BROTAN DE LAS BÓVEDAS / 2. SIMBIOSIS ENTRE LA VEGETACIÓN RUDERAL Y EL LUGAR / 3.NOMBRES AFLORANDO DE LA PARED. FOTOGRAFÍAS 1,2,3 DE ELOÍSA LAMILLA GUERRERO, 2020 / 4.DECORACIONES A LOS ÚLTIMOS MUERTOS. FOTOGRAFÍA DE CAMILO RODRÍGUEZ-IDPC, 2021. ‘HASTA SIEMPRE EN MIS MEMORIAS’. FOTOGRAFÍA DE ELOÍSA LAMILLA GUERRERO, 2020. ELOÍSA LAMILLA GUERRERO
VISTA DESDE LAS GALERÍAS DEL ORIENTE AL CEMENTERIO DE POBRES. SIGLO XX. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ, FONDO DANIEL RODRÍGUEZ.

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LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

MAUSOLEO Y ALTAR DE LA NACIÓN

La frontera de la miseria continúa con la muerte.

El Tiempo, 6 de enero de 1955.

En los años treinta del siglo XX había cinco rutas de tranvía en la ciudad de Bogotá identificadas por unas bandas cruzadas, adelante y atrás de los vagones, con los colores amarillo, azul, blanco, verde y rojo. Dos de ellas —la de la franja azul y la de franja blanca— tenían como punto de inicio y finalización del recorrido el Cementerio Central de Bogotá. Así lo anuncia el geógrafo, cartógrafo y novelista Eduardo Acevedo Latorre, en Bogotá: guía del turista, publicada en 1933[5]

Que prácticamente la mitad de las cinco líneas que existían partieran y finalizaran su recorrido en el Cementerio Central, muestra la importancia del panteón como referente de una Bogotá en pleno proceso de modernización y construcción de nuevos equipamientos urbanos. El cementerio era resaltado como un lugar que debía conocer todo aquel que llegara a Bogotá, pues su importancia estaba a la misma altura que “sus templos, edificios y monumentos”. La nota en la guía dice que “dentro de la elipse formada por las galerías se encuentran monumentos funerarios casi todos de salientes

personalidades cuyos nombres sería largo enumerar”[6]. Puesto el cementerio en esa dimensión de lo urbano y la urbanidad, no tiene absolutamente nada de raro que las líneas dedicadas a este lugar fueran consignadas en el capítulo que se refiere a los “Museos y bibliotecas”. El cementerio se concibió desde un principio como una especie de gran museo a cielo abierto que, acorde con la época, buscaba resaltar un tipo de memoria: aquella conformada por los grandes hombres que le daban sentido a la pretendida patria civilizada. El problema —como veremos— es que otros actores también se morían y había que buscarles un espacio, así no reunieran los requisitos sociales ni tuvieran los méritos —de acuerdo con los criterios del momento— para convertirse en celebrados referentes de la construcción de la nación.

Muy temprano, el Cementerio Central de Bogotá adquirió un carácter monumental. Aunque al poco tiempo de haber sido puesto en servicio (en 1836) se habló de que “entre las galerías y los caminos paseaban comúnmente los ganados mayores y los cerdos”[7], pronto —con la arborización, el arreglo de los jardines, el tapiado y demás ornamentos— el sitio se fue cargando de todo el sentido que demandaba la nación en

6 Acevedo Latorre, Bogotá: guía del turista, 108.

7 Enrique Ortega Ricaurte, Cementerios de Bogotá (Bogotá: Editorial Cromos, 1931), 50.

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5 Eduardo Acevedo Latorre, Bogotá: guía del turista (Bogotá: Librería Nueva-Casa Editorial, 1933), 33.

PLANO DE BOGOTÁ. LEVANTADO POR LA SECCIÓN DE LEVANTAMIENTO, SECRETARÍA DE OBRAS PÚBLICAS MUNICIPALES, 1932.

COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ.

ciernes. Sin duda, lo que más contribuyó a definir la identidad del espacio fue el de servir de última morada de los llamados muertos célebres del país, de modo que, con la presencia en sus terrenos de los hacedores de nación, el cementerio se convirtió en mausoleo, pero también en altar del santoral secular de la patria.

En 1892 Ignacio Borda —propagandista, propietario de una imprenta y aficionado a la arquitectura y la construcción— publicó el libro Monumentos patrióticos de Bogotá. Su historia y descripción. Borda registró los detalles del homenaje a Simón Bolívar con el levantamiento de una estatua en la plaza Mayor de Bogotá, oficializado a través de la Ley del 12 de mayo de

1846 y develada el 20 de julio de ese mismo año; la colocación de una lápida conmemorativa en el balcón del Palacio de San Carlos por donde saltó el Libertador para ponerse a salvo de la conspiración del 25 de septiembre de 1828; la lápida en mármol blanco puesta el 29 de octubre de 1881 en la casa número 163 de la carrera 8.ª donde vivió sus últimos días Francisco José de Caldas, antes de ser apresado para ser llevado al cadalso el 5 de octubre de 1816; el “soberbio mausoleo” de José María del Castillo y Rada en la capilla del Colegio del Rosario, institución de la que era rector cuando murió el 23 de febrero de 1835; el busto de José Acevedo y Gómez, el Tribuno de Pueblo, puesto en el Cabildo de Bogotá en

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PETULANTES
JAVIER ORTIZ CASSIANI

ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

UN ASPECTO DEL CEMENTERIO CENTRAL DE BOGOTÁ. EDUARDO ACEVEDO LATORRE, BOGOTÁ: GUÍA DEL TURISTA (BOGOTÁ: LIBRERÍA NUEVA-CASA EDITORIAL), 1933, 107.

EXHUMACIÓN DE UN CADÁVER EN UNA CALLE DE BOGOTÁ. S. F. SOCIEDAD DE MEJORAS Y ORNATO DE BOGOTÁ, COLECCIÓN JOSÉ VICENTE ORTEGA RICAURTE.

NÚMERO DE REGISTRO: II-129A.

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1851; la estatua de Tomás Cipriano de Mosquera inaugurada el 17 de octubre de 1883 en el Capitolio Nacional; el Obelisco a los Mártires de la Independencia inaugurado el 4 de marzo de 1880; y el Monumento del Centenario en homenaje a Simón Bolívar[8]

En toda esta pedagogía patriótica que Borda recrea en su libro, el cementerio está a la altura y cumple la misma función que todos los monumentos mencionados arriba. Nada refleja más la necesidad de cambiar la arraigada costumbre de inhumar los muertos en las iglesias, y la idea de que los cementerios por fuera de estas eran solo para pobres, menesterosos y cadáveres de apestados que morían en los hospitales públicos y en las calles, que la necesidad de enterrar allí a personajes ilustres. Sabemos que a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX las autoridades virreinales lo habían intentado acudiendo al argumento de que, además de ser una práctica insalubre, los cadáveres en las iglesias, con sus vapores y miasmas, contaminaban el lugar sagrado y el momento de la comunión de los devotos con Dios. El pensamiento de los ilustrados al servicio de la Corona decía que los pueblos más civilizados y sanos —desde la Antigüedad— solían enterrar a sus muertos alejados de los centros urbanos[9]. Quizá, mientras argumentaban esto, tenían en la cabeza a Pericles dando un discurso

moral en homenaje a los primeros caídos de la guerra del Peloponeso en el cementerio de los extramuros de Atenas. Aquello, más allá del ritual fúnebre, era un acto político en el que se exaltaban las glorias de la ciudad. Pero acá eso vendría después. Ni el dictamen de José López de Ruiz “Sobre la necesidad de construir cementerios en las afueras de Santa Fe y evitar los entierros en las iglesias” de 1790, ni el “Discurso sobre los cementerios” de Frutos Joaquín Gutiérrez, publicado en el Semanario del Nuevo Reyno de Granada en noviembre de 1809[10], y ni siquiera los decretos de Simón Bolívar, en los albores de la República, lograron cambiar la visión sobre los cementerios. Sería Francisco de Paula Santander quien lo haría con su muerte.

8 Ignacio Borda, Monumentos patrióticos de Bogotá (Bogotá: Imprenta de La Luz, 1892) 1, 33, 79, 94, 98, 102-103.

9 Adriana Alzate Echeverri, Suciedad y orden. Reformas borbónicas en la Nueva Granada, 1760-1810 (Bogotá: Icanh; Universidad de Antioquia; Universidad del Rosario, 2007), 210-238.

En la Santafé colonial, enterrar los cuerpos a campo abierto, fuera de las iglesias y capillas, se percibía como un agravio hacia los difuntos y sus allegados porque se asociaba con pertenecer a las clases pobres y marginales. En el único cementerio que existía, La Pepita, eran sepultados todos aquellos carentes de propiedad y renta que no tenían cómo costear un funeral en ninguna parroquia, quienes morían por epidemia o sin familia que reclamara sus restos mortales. Mientras tanto, las personas y familias de clase alta fueron dejadas en los templos, considerados recintos sacrum que protegían el alma del difunto y permitían su buen tránsito al reino de los cielos. Morir y estar enterrados lejos de esos lugares y, directamente en el suelo, significaba

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JAVIER ORTIZ CASSIANI 10 Alzate Echeverri, Suciedad y orden, 239-263.

desamparar la materia, el espíritu y la memoria de los difuntos, además de representar una humillación para sus deudos[11]

En todo caso, como una estrategia para comprometer a la sociedad bogotana con el uso de las dinámicas funerarias modernas que se venían promocionando desde finales del siglo XVIII, Santander había expresado el deseo de ser enterrado en el nuevo cementerio una vez falleciera. Pero antes, el 20 de diciembre de 1836, murió su hijo con escasos minutos de nacido, de manera que se convirtió en el primer muerto ilustre enterrado en el lugar para ejemplo de una sociedad todavía reticente a la sepultura en los cementerios distantes a las iglesias.

Unos años después, el 6 de mayo de 1840, Santander murió y sería inhumado con todos los honores en el Cementerio Central. Diez años después, en 1850 —durante el siglo XIX y el siglo XX el tiempo de duración de los muertos en las tumbas antes de ser exhumados oscilaba entre los cinco, ocho y diez años—, la viuda sacó sus restos del cementerio y los llevó a la casa que solían habitar en el centro de Bogotá, donde permanecieron hasta finales de 1866, cuando fueron trasladados nuevamente al cementerio y depositados en uno de los nichos de la tumba de Josefa Santander de Briceño, su hermana. Lo que describe Borda de manera detallada es la construcción del mausoleo en un área cedida por el Municipio para el reposo definitivo de sus

11 Ana Luz Rodríguez, Cofradías, capellanías, epidemias y funerales. Una mirada al tejido social de la Independencia (Bogotá: El Áncora, 1999), 210.

restos, el 2 de abril de 1892, en el centenario de su natalicio:

El cortejo que debía presenciar el ceremonial en el cementerio, se puso en marcha a medio día, desde el atrio de la Catedral hasta aquel recinto. La concurrencia era numerosa y escogida.

Una vez llegado allí, la Junta del Centenario se adelantó a la capilla, donde se encontraba la caja que contenía los restos del General Santander, la que se había cubierto con el tricolor nacional y circundado de cirios y lámparas funerarias que presentaban aspecto solemne e imponente.

La caja fue llevada en hombros de los miembros de la Junta hasta el sitio en que se había levantado el monumento, donde se depositaron muchas coronas orladas con los colores nacionales […]

Una vez que la caja se hubo cerrado con llave —la que hoy se encuentra en el Museo Nacional— se sepultó en la bóveda, que se cubrió con una gran losa de piedra, sobre la cual se lee esta inscripción: SANTANDER […]

Por la sencillez de la decoración artística, por el ancho marco que la forma y por la excelencia y el buen gusto que dispuso se compusiese de materiales puramente nacionales, constituye este mausoleo uno de los más hermosos que adornan hoy el cementerio de Bogotá.[12]

12 Borda, Monumentos patrióticos, 31-32.

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Apenas un año antes de la construcción del mausoleo de Santander, se trasladaron las cenizas de Gonzalo Jiménez de Quesada, fundador de Bogotá, al cementerio. No había duda de que el lugar se pensaba como un arcano de la historia oficial del país y la ciudad. Es muy diciente, además, que el hecho haya sido registrado en la Historia de Colombia y en el Compendio de la historia de Colombia, este último definido por el decreto expedido el 26 de octubre de 1910 (año del centenario de la Independencia de Colombia) por el Ministerio de Instrucción Pública como texto oficial para la enseñanza de la historia en las escuelas primarias de todo el país. Henao y Arrubla dijeron que en 1891 el Concejo Municipal de Bogotá acordó levantar un monumento a la memoria del fundador de la ciudad en el cementerio para depositar sus cenizas. Ilustraron este pasaje con una fotografía del mausoleo, y en futuras ediciones se agregó que “en 1938, con motivo de la celebración del cuarto centenario de la fundación de la capital, se trasladaron, con gran solemnidad, a la catedral o Basílica Menor”[13]

Algo que se les olvidó mencionar no era un detalle menor: el 1.º de noviembre de 1923, como parte de los actos de la inauguración de la avenida 26, se trasladaron los restos del conquistador de la capilla del Cementerio a un nuevo mausoleo en el Cementerio Central, que fue bendecido por el arzobispo de Bogotá. Al acto asistieron las autoridades públicas y civiles,

Jesús María Henao y

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13 Gerardo Arrubla, Compendio de la historia de Colombia, para la enseñanza de las escuelas primarias de la República (Bogotá: Voluntad, 1958), 153. HOMENAJE DE LA COLONIA ESPAÑOLA A GONZALO JÍMENEZ DE QUESADA. 1912. CEMENTERIO CENTRAL. PROPIEDAD DE CONSUELO CARRILLO. COLECCIÓN ÁLBUM FAMILIAR DE BOGOTÁ-MDB.

miembros de la Academia de Historia, la Sociedad de Embellecimiento, la Junta de Mejoras Públicas, miembros de la Asamblea de Cundinamarca, y colegios y escuelas de Bogotá. Fueron dos días de actividades —el 1.º y el 2 de noviembre—, con retretas, discursos y la inauguración del alumbrado eléctrico de la recién pavimentada calle 26 que se ponía al servicio y la iluminación del Cementerio Antiguo[14] —como se le llamó en algún tiempo a la parte donde se encuentra la Elipse Central para diferenciarla del Torreón de Padilla y del Cementerio de Pobres que crecía cada vez más hacia el occidente—.

Otro hecho, que también contribuiría con la función del cementerio como un espacio esencial en la ritualidad cívica nacional, fue el entierro y la posterior construcción del mausoleo del coronel Juan José Neira. Neira había sido herido en Buenavista (Boyacá) durante una de las batallas de la guerra de los Supremos en noviembre de 1840 y, producto de aquella herida, murió en la ciudad de Bogotá el 7 de enero de 1841. Neira, a quien en épocas previas a la formación de los partidos tradicionales —caracterizada por la guerra de facciones— se le atribuyó haber salvado a Bogotá del caos y defendido el orden legítimo de la nación, fue sepultado siete días después con toda la pompa. En Reminiscencias de Santafé y Bogotá, de José María Cordovez Moure, se muestran los detalles de la suntuosidad del acto:

14 “La fiesta de ayer en el cementerio. La bendición del monumento a Gonzalo Jiménez de Quesada”, El Tiempo, 2 de noviembre, 1923.

En un rico ataúd de caoba con incrustaciones de bronce y embutidos de madera blanca, reposaba Neira sobre colchones y almohadas de seda negra, galoneadas de oro, vestido de uniforme de coronel de Caballería, consistente en casaca de paño y pantalón azul turquí con solapa y vueltas de terciopelo verde, charreteras y botonadura de plata, botas altas, sable al cinto y las manos con guantes blancos de manopla cruzadas sobre el pecho. […] Terminados los funerales en la iglesia, desfiló el convoy por la Calle Real y el camellón de Las Nieves, con dirección al cementerio, llevando en hombros el cadáver de Neira, precedido de su caballo de batalla con su lanza, y de tantas señoritas cuantas eran entonces las provincias de Nueva Granada, ostentando cada una en una banda roja con letras de oro el nombre que le correspondía, y con coronas de ciprés.

Todo el trayecto estaba adornado con festones fúnebres, y de trecho en trecho se levantaban columnas corintias con una lechuza sobre el capitel e inscripciones de los hechos notables de Neira en el centro de coronas de ciprés y siemprevivas, con un hombre vestido de capuz, sentado al pie en actitud de profundo dolor.[15]

Desfile de húsares, coches con caballos enjaezados, quinientas mujeres que transportaban

15 José María Cordovez Moure, Reminiscencias escogidas de Santafé y Bogotá (Bogotá: Biblioteca Básica de la Cultura Colombiana; Ministerio de Cultura; Biblioteca Nacional de Colombia, 2015), 647-648. Recurso electrónico.

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LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

coronas fúnebres, gente de todas las condiciones que se turnaban —de acuerdo con los cronistas de la época— para llevar en hombros su fino ataúd por las calles de Bogotá, salvas de cañón desde el barrio Egipto contestadas en la plaza Mayor, y, por supuesto —lo que se volvió costumbre y convirtió al cementerio en una escuela de oratoria nacional—, sendos discursos sobre las virtudes personales y las de la patria. En 1844 fue exhumado y sus restos depositados en un mausoleo coronado por un busto, descrito por el escritor Lázaro María Girón como “uno de los más notables por su composición sencilla y majestuosa, por la perfección y elegancia de los accesorios, y por la riqueza de los materiales que la forman”[16]

Esta imagen del cementerio como un lugar de memoria se aprecia en un texto de marzo de 1944 escrito por Gustavo Otero Muñoz para la revista Sábado, con el título “Cómo era Bogotá en 1844”. Para entonces, de acuerdo con lo que narra Otero, el cementerio se estaba terminando y era una mansión digna para el reposo “bajo de losas sepulcrales de nuestros hombres de Estado, nuestros deudos, amigos y demás personas queridas”[17]. Todo indica que se había convertido en costumbre la construcción de monumentos en el cementerio, al punto que, en marzo de 1846, Pastor Ospina, gobernador de la provincia de Bogotá, le escribió al presidente del Concejo Municipal preocupado porque, ante ese ritmo vertiginoso, no iba a quedar espacio para

16 Borda, Monumentos patrióticos, 106.

17 “Cómo era Bogotá en 1844”, Sábado (Bogotá), n.° 34, 4 de marzo, 1944, 11.

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MAUSOLEO DE NEIRA. IGNACIO BORDA, MONUMENTOS PATRIÓTICOS (BOGOTÁ: IMPRENTA DE LA LUZ, 1892), 85. BIBLIOTECA NACIONAL DE COLOMBIA, COLECCIÓN DIGITAL.

las inhumaciones y exhumaciones de cadáveres con las medidas de sanidad necesarias, y por los terrenos que se cedían gratuitamente y a perpetuidad a algunas familias:

Se ha permitido levantar monumentos en área del cementerio, sin establecer para esto reglas, ni derecho correspondiente; y si no se fijan, no tardará el tiempo en que falte el área suficiente para que se hagan las inhumaciones y exhumaciones, sin faltar a los principios de higiene establecidos para ella. Ni es equitativo que algunos individuos ocupen indefinidamente, sin la debida indemnización, un área destinada para la inhumación alternativa de los cadáveres[18]

A raíz de esto, el Concejo acordó que no se podían levantar monumentos, sino con el permiso de la jefatura y la aprobación de la Gobernación; que se debía pagar un derecho de 2 pesos anuales por cada vara de tierra que se ocupara, pero que estaban exentos del pago de este “derecho los monumentos que se han levantado a algunos servidores de la patria”.

El cementerio se convirtió, muy temprano, en una tribuna de la política nacional. El espacio que se construyó para la oratoria fúnebre lo describió en detalle Alberto Urdaneta en la edición de el Papel Periódico Ilustrado del 2 de noviembre de 1884 (Día de los Muertos), en un artículo titulado “El día de los difuntos (Cementerios de Bogotá)”:

18 Ortega Ricaurte, Cementerios de Bogotá, 72.

El camino que se dirige en línea recta a Engativá, frente al Cementerio Católico, forma un gran plaza de 55 por 32 metros, partida en dos por la vía carretera […] en el centro del cuadrado que forma el lado Sur de la plazoleta, se levanta la tribuna sobre la que se pronuncian los discursos fúnebres y que seguramente es el sitio donde más brillantemente se ha manifestado la elocuencia de la gran despedida, “allí donde la puerta que se cierra, abre una eternidad”, y donde con mayor intensidad se ha experimentado los más dolorosos sentimientos […] Una rampa inclinada, dos anchos escalones para llegar sobre la plataforma, el todo de 1 metro de ancho, sobre 3 de largo, sirve de pedestal al orador.[19]

No eran solo “dolorosos sentimientos” personales. Quienes merecían estos discursos habían trascendido lo personal para convertirse en hombres de la patria. Era —o debía ser— toda la patria la que lloraba su muerte. Su exaltación era a la nación, porque se entendía oficialmente que sus méritos habían sido fundamentales para la construcción del país. Era el bautizo del muerto en el rito iniciático previo a su tránsito para convertirse en memoria nacional. En esa tribuna se prometía continuar luchas, retomar banderas, se agradecían servicios a nombre de la nación y había paradas militares cuando moría un oficial de alto rango. Allí se subieron Florenti-

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LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES 19 Alberto Urdaneta, “El día de difuntos (Cementerio de Bogotá)”, Papel Periódico Ilustrado, n.° 78, año IV, 2 de noviembre, 1884, 93.

LISTA DE CADÁVERES SEPULTADOS EN 1856. BOGOTÁ, 15 DE ENERO DE 1864. BIBLIOTECA NACIONAL DE COLOMBIA, FONDO PINEDA 849, PIEZA 62.

LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

no González, Vicente Azuero, José Duque Gómez, Francisco Soto, Vicente Lombana y José María Gaitán para pronunciar los discursos de despedida a Santander el 12 de mayo de 1840. Como lo dejó ver Urdaneta en su artículo de finales del siglo XIX sobre el cementerio —que luego, a finales de los años noventa del siglo XX, retomaría Oscar Calvo Isaza en su detallada investigación El Cementerio Central: Bogotá, la vida y la muerte—, la plazoleta con su tribuna estaba en un lugar excepcional: sitio de confluencia de las entradas del Cementerio Antiguo, del Cementerio Nuevo y el de los paupérrimos, era un lugar de transición entre la ciudad y el campo santo. Estaba justo en el camino hacia Engativá, es decir, en un terreno público y de obligado tránsito, de modo que la ritualidad que allí se practicaba se convertía en parte de la pedagogía cívica y ciudadana. Con el avance del siglo XX y la construcción de la avenida 26 a partir de los años cincuenta, la plazoleta perdió su forma. Sin embargo, que esa tradición permaneció por mucho tiempo lo confirma el hecho de que a finales del siglo XX el destino administrativo de la nación se definiera por la mención de un adolescente a un político al que nadie daba como presidenciable, en el discurso con el que despedía en el cementerio a su padre y candidato presidencial asesinado: Luis Carlos Galán Sarmiento.

Estamos, entonces, ante la muerte como un asunto que define el presente y el futuro de la nación, y que cuenta con el cementerio como principal escenario para ilustrarlo. Así fue desde el principio. La muerte y las exequias de los prohombres

de la nación eran una manera de tomarle el pulso a la época, a los cambios en los reconocimientos simbólicos y a las tensiones del mundo de los vivos. Algo de esto se puede ver claramente reflejado en una novela como Martín Flores, de José María Samper, publicada en 1866. Quizá pocos de los que se han aventurado a leerla se habrán fijado en el lamento de Martín, su protagonista, por la escasa asistencia al funeral de su padre, un veterano de las guerras por la independencia que murió en 1847, debido a una delicada operación de cráneo con la que se pretendió curarlo del sufrimiento que le causaba una vieja herida que recibió en la batalla de Carabobo:

El día que Martín llevó al sepulcro el cadáver de su padre, tuvo un triste desengaño que aumentó su amargura. Vio casi solo aquel sepulcro, y pocos fueron los testigos de su inmenso dolor… La época de la gratitud y la admiración por los veteranos de la independencia había pasado; ya no se daba importancia sino a los jefes banderizos de nuestras miserables guerras civiles. El soldado que había ganado la gloria de sus cicatrices en Boyacá y Ayacucho, bajaba del sepulcro silenciosamente, en medio de bandos delirantes olvidaban lo que debían a los viejos héroes de la patria, por tener su atención fija en su recíproco exterminio.[20]

El pasaje refleja un cambio de sensibilidad en la idea del héroe. Habían pasado casi cincuenta

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20 José María Samper, Martín Flores (Bogotá: Imprenta Gaitán, 1866), 13.

años de la Independencia y la nación reconocía a otros. Para mediados de siglo, una nueva generación, nacida en medio de los debates independentistas y alumbrada por los fogonazos de la guerra, pero que no había participado en ella, intentaba hacer las reformas en una sociedad que, según ellos, todavía se calentaba con el rescoldo del Antiguo Régimen. Eso, y las confrontaciones partidistas, agitaban los rituales de la muerte en el cementerio. Estos muertos también dejaban todo un arsenal —y aquí la palabra puede tomarse en forma literal— de objetos para ser exhibidos en la vitrina de la memoria histórica oficial de la nación: espadas, lanzas, escudos, cotas de malla, uniformes militares, además de máscaras mortuorias, coronas de laureles, camisas y llaves de los lugares donde se depositaban sus restos solían ser entregados al Museo Nacional de Colombia. Pasaban a ser objetos protegidos por vitrinas que actuaban como vectores de significados y como representación de una época. De acuerdo con lo que plantea Krzysztof Pomian, se convertían en semióforos, en tanto se adoptaba frente a ellos una actitud reverencial y eran “sometidos a un doble tratamiento que consistía en extraerlos de la naturaleza o del uso y, al hacerlo, cambiar su función para colocarlos enseguida de manera que uno pudiera mirarlos rodeándolos de cuidados y protección, con el fin de volver lo más lento posible la acción corrosiva de los factores físico-químicos e impedir el robo y las depredaciones”[21]

Pero, más allá de la relación del museo de la nación con el cementerio en la medida en que los objetos de los muertos del patriciado bogotano pasaban a este, el mismo cementerio se fue convirtiendo en museo. En sitio de romerías en fechas del calendario patrio en la medida en que albergaba los restos de quienes eran reconocidos oficialmente como constructores del país. Algo de esto se puso en evidencia en los años sesenta del siglo XIX en la disputa de la Iglesia por el control del lugar a raíz de las disposiciones para su secularización administrativa. En junio de 1869 el periódico católico La Caridad o Correo de las Aldeas, en un artículo titulado “En el cementerio de Bogotá”, comenzaba diciendo: “Quitad a un cementerio su carácter sagrado y lo habréis convertido de repente en un gran museo en que se guardan momias”[22]. En efecto, el cementerio era el museo y el altar donde se guardaban las momias que sustentaban el discurso de la nación.

El nuevo cementerio era un reflejo del reverso de la modernidad: por un lado, pretendía generar procesos de secularización y racionalidad, pero, por otro, esto solo era posible a través de la construcción de una especie de nuevo culto de nación que, en términos estéticos, se parecía a la lógica de los cultos religiosos. Se convirtió en altar secular de la patria, en pregonero de una fe cívica necesaria para construir la idea de nación.

22 “En el Cementerio de Bogotá”, La Caridad o Correo de las Aldeas, n.° 46, 3 de junio, 1869, 723.

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53
PETULANTES
JAVIER ORTIZ CASSIANI 21 Krzysztof Pomian, Historia cultural, historia de los semiósforos (Xalapa: Ediciones Digitales, 2010), 21.

LOS CONTRASTES EN EL TRATAMIENTO DE LOS MUERTOS

La primera mención del Cementerio de Pobres en los documentos históricos es de 1855, cuando se ordena entregarle al arzobispo de Bogotá el control del cementerio de bóvedas (la Elipse), mientras cesaba toda intervención de la autoridad civil sobre las licencias de sepulturas, la recaudación de derechos y gastos. Sin embargo, la Iglesia no acogió a los muertos pobres y el Municipio se vio obligado a disponer de una hectárea para la adecuación de un cementerio público que permitiera ubicar las fosas comunes y tumbas en tierra de aquellos sin riqueza. El lugar se consideraba dependiente de la policía y contaba con un celador y dos peones. Meses después, el Cabildo decidió economizar gastos haciendo del celador del cementerio de bóvedas el mismo del Cementerio de Pobres, y, además, despidió a los peones y destinó a dos presidiarios para que cumplieran dichas labores[23]

Una década después, el cementerio volvió a ser responsabilidad de la administración civil que decidió reorganizar su manejo y asignar el recaudo que sobrara de los gastos de mantenimiento para que fuera utilizado en la construcción de las tapias del Cementerio de Pobres. Sin embargo, una y otra vez a lo largo del tiempo, el espacio destinado para los pobres fue reubicado, desalojado y desmembrado según las necesidades

23 Ortega Ricaurte, Cementerios de Bogotá

y disposiciones administrativas, paisajísticas y urbanísticas del entonces Municipio.

Art 1°. Prohíbase inhumar cadáveres en el Cementerio llamado hoy de los pobres y hágase una plantación de eucaliptus á distancias convenientes del edificio de los Cementerios.

Art 2°. Queda el Consejo Administrativo autorizado para expropiar al Occidente del Cementerio llamado “Torreón Padilla” el área que sea indispensable para depositar cadáveres de pobres.

Art 3°. Mientras se pone al servicio público el Cementerio de pobres, de que trata este acuerdo se continuará enterrando cadáveres en el que hoy existe.

Dado en Bogotá, á veintiocho de Febrero de mil ochocientos ochenta y siete.[24]

Un acuerdo del Concejo de la Municipalidad de Bogotá del 10 de junio de 1865 creó la Junta Administrativa del cementerio y el cargo del inspector responsable de presidirla. Dentro de las funciones que señalaba, estaba la de velar por “la exacta recaudación de la renta” que produjera el cementerio, con la que se debía pagar el sueldo del celador y el de los sepultureros. Un punto importante de esta medida —que demuestra el proceso de “poblamiento” del cementerio y la construcción de una diferenciación espacial con relación a los muertos ilustres— se aprecia en el destino de los recursos sobrantes

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LOS
PERMANENCIAS EN EL
DE POBRES
LA BOGOTÁ DE
MUERTOS. BORRADURAS Y
ANTIGUO CEMENTERIO
24 Acuerdo 5 de 1887, Registro Municipal, Archivo de Bogotá, Hemeroteca.

ANTIGUO MODO DE CONDUCIR UN CADÁVER. RAMÓN TORRES MÉNDEZ. SIGLO XIX. COLECCIÓN BANCO DE LA REPÚBLICA.

ENTIERRO EN EL CEMENTERIO DE POBRES, DÍA DE DIFUNTOS. AVENIDA CENTRAL DEL CEMENTERIO ANTIGUO, ESCENA EN EL CEMENTERIO DE LOS POBRES. EL GRÁFICO, 7 DE NOVIEMBRE, 1914, 500.

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ORTIZ CASSIANI
JAVIER

una vez sufragados los honorarios de los encargados de la conservación y vigilancia del lugar[25] La disposición puntualizaba que una parte de estos recursos debía usarse para “encerrar con tapias el cementerio llamado comúnmente ‘cementerio de pobres’, i en hacer los reparos necesarios para conservar en buen estado los cementerios”. Que esto se puede señalar como un referente importante en el proceso de inhumación de gente de la Bogotá popular, también lo deja ver el acuerdo cuando anota que “las licencias para sepultar en el cementerio en donde no hai bóvedas, irán firmadas solo por el Alcalde o su Secretario”. Seguidamente, se consignaban los valores de cada una de las bóvedas de acuerdo al tamaño y al lugar donde estuvieran ubicadas: “Diez pesos por cada bóveda grande, seis por cada pequeña, i un peso por cada sepultura en el área del cementerio de bóvedas”. Asimismo, aparecen medidas relacionadas con la duración de los restos de una persona en la bóveda y otras disposiciones:

Parágrafo. La persona que pague el valor de una bóveda, adquiere el derecho de conservar en ella el cadáver sepultado por ocho años contados desde la fecha de su inhumación.

Parágrafo. El derecho adquirido a una bóveda es prorrogable por uno o más períodos, siempre que se pague la cuota fijada por cada período.

25 “Acuerdo orgánico de los cementerios”, en Acuerdos de la Municipalidad de Bogotá expedidos en los años de 1864 a 1866 (Bogotá: Imprenta de Nicolás Gómez, 1866), 11-12. Biblioteca Nacional de Colombia, Fondo Pineda 294, pieza 7.

Art. 12. El área del Cimenterio es enajenable a perpetuidad, a razón de diez i seis pesos por cada ochenta centímetros cuadrados; pero la persona que compre área, la tomará en el sitio que le designe el celador, de acuerdo con las instrucciones que reciba de la junta.[26]

Al año siguiente, el acuerdo que fijaba “las rentas i contribuciones del distrito para el año de 1866” decía que “los cadáveres de las personas cuyos deudos no pueden pagar los derechos establecidos en los artículos anteriores, serán inhumados en el cementerio en donde no haya bóvedas, sin exigirles indemnización alguna”[27] Asistimos, entonces, a la construcción de un proceso de jerarquización de acuerdo con los recursos y el origen de los difuntos en las prácticas de enterramientos en el cementerio. Una diferenciación que, como veremos, se expresaba tanto en la ritualidad como en el uso del espacio. Durante su estadía en Europa en 1882, el editor, periodista y escritor colombiano Medardo Rivas se dio cuenta de que en Francia las honras funerarias eran “más o menos suntuosas, según el caudal del muerto y la vanidad de la familia”, pero que todos los entierros tenían su tasa y arancel limitado, y que, de todas maneras —decía—, “la compañía de pompas fúnebres, no puede hacer lo que las agencias mortuorias

26 “Acuerdo orgánico de los cementerios”, 12-13.

27 “Acuerdo fijando las rentas i contribuciones del distrito para el año de 1866”, en Acuerdos de la Municipalidad de Bogotá expedidos en los años de 1864 a 1866 (Bogotá: Imprenta de Nicolás Gómez, 1866), 97. Biblioteca Nacional de Colombia, Fondo Pineda 294, pieza 7.

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LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

CARICATURAS EN EL DÍA DE LOS DIFUNTOS, BOGOTÁ CÓMICO, 11 DE NOVIEMBRE, 1919, 11.

de Bogotá: pedir por un entierro lo que forma la fortuna de una familia”[28]. Para esa misma época, en 1879, el escritor y estadista José Manuel Marroquín publicó un relato titulado “El entierro de mi compadre”, para burlarse de la costumbre capitalina de invertir grandes sumas de dinero en los funerales. “El lujo por cuenta de quien

28 Medardo Rivas, Obras de Medardo Rivas. Parte segunda. Viajes por Colombia, Francia, Inglaterra y Alemania (Bogotá: Fernando Pontón Editor, 1885), 542-543.

ya ha dejado este mundo […] es el colmo de la insensatez”, decía en los primeros párrafos, y luego comenzaba una descripción desenfadada de los innumerables gastos, considerados un simple ejercicio de vanidad y ostentación para el ego de los vivos, que las agencias funerarias aprovechaban como aves de rapiña[29]

29 José Manuel Marroquín, “El entierro de mi compadre”, en Cuentas alegres y cuentos tristes (Bogotá, Imprenta de La Luz, s. f.), 290.

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JAVIER ORTIZ CASSIANI

EUSTACIO BARRETO, ALFREDO GREÑAS, BENJAMÍN HEREDIA Y RICARDO MOROS URBINA, CEMENTERIOS DE BOGOTÁ. GRABADO EN MADERA A LA TESTA. PUBLICADO EN PAPEL PERIÓDICO ILUSTRADO, N.O 78, AÑO 4, 2 DE NOVIEMBRE, 1884, 96-97.

CEMENTERIO NUEVO, TORREÓN PADILLA. CA. 1900. ARCHIVO CENTRAL HISTÓRICO, UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA, SEDE BOGOTÁ, FONDO ERNST RÖTHLISBERGER, CAJA 1, CARPETA 3, ÁLBUM FOTOGRÁFICO.

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El suizo Ernst Röthlisberger —quien para los años ochenta del siglo XIX dictaba la cátedra de Filosofía e Historia del Derecho en la Universidad Nacional de Colombia— estaba en la misma línea de Marroquín. En sus memorias, publicadas con el título de El Dorado, dijo que el costo de algunos entierros se “eleva hasta varios miles de francos, y el lamentable lujo que rodea a la ceremonia era cosa aquí tan obligada, que las familias de pocos recursos que aspiran a conservar el llamado rango de clase, han de mirar con espanto los gastos del sepelio”[30]. Pero lo que le parecía más lamentable —y aquí la cifra no es cuestión de suposición, como en el relato de Marroquín— era que en los funerales de carácter público se gastaran sumas asombrosas: “las honras fúnebres de mi antecesor en el cargo el librepensador Rojas Garrido —dijo—, gran tribuno del pueblo, muerto un año después de mi nombramiento para la Universidad, costaron al Estado la cantidad de 6.600 pesos, o sea 33.000 francos”. En contraste con los excesos, el mismo Röthlisberger señaló que en ocasiones se podía “ver por la calle a un grupo de gente pobre que llevaba en hombros a su difunto, atado simplemente a una tabla, así que cualquier transeúnte podía ver el cadáver, envuelto en un vestido lo posiblemente bueno o a veces en una sencilla mortaja blanca”[31]

Antes, el suizo describió la Elipse Central del cementerio como un espacio de 340 metros de

30 Ernst Röthlisberger, El Dorado. Estampas de viajes y cultura de la Colombia suramericana (Bogotá: Publicaciones del Banco de la República; Archivo de la Economía Nacional, 1963), 109. 31 Röthlisberger, El Dorado, 107-109.

periferia y un diámetro de 113 metros, con “una ancha calle bordeada de árboles, flores y magníficos monumentos funerarios”. Seguidamente, señaló que al lado occidental de la Elipse existe “una curiosísima construcción de ladrillo a la que lleva una ancha y alta escalinata, y donde hay trescientos cincuenta nichos más, destinados a los pobres”[32]

En esta última parte el profesor suizo se refería a las bóvedas que, a manera de columbarios, se empezaron a construir en 1869, en los momentos en que Cenón Padilla oficiaba como director de Obras Públicas de Bogotá. Debido a esto, la nueva construcción se conoció popularmente como el “Torreón Padilla”, que fue demolido a finales de los años veinte del pasado siglo. Röthlisberger asocia este lugar con la inhumación de personas de escasos recursos, pero Enrique Ortega Ricaurte, quien como subcontralor municipal de Bogotá publicó en 1931 el libro Cementerio de Bogotá, referencia el espacio de otra manera:

De la puerta de este cementerio conduce una alameda al Torreón Padilla, construcción de ladrillo, de dos cuerpos, de aspecto monumental, cubierta por azoteas que se levantan sobre dos túneles o catacumbas paralelas. Ampliada escalera permite subir al segundo cuerpo. Este edificio es la duodécima parte de un polígono de grandes dimensiones que principió a construir el señor Cenón Padilla […] Allí se encon-

32 Röthlisberger, El Dorado, 108.

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LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

traban sepultados Pedro Pablo Cervantes, Antonio J. Salazar, José María Quijano Otero y Francisco J. Zaldúa, bogotanos distinguidos.[33]

También dice que “en los monumentos levantados en este nuevo cementerio, todos de reciente construcción”, estaban las tumbas de personajes de la política nacional del siglo XIX como Manuel Murillo Toro, Felipe Pérez y Salvador Camacho Roldán; que en la galería que se construyó posteriormente, al oriente de la antigua Elipse, habían inhumado a Pedro Alcántara Herrán, y remataba diciendo que “en el área de los cementerios exteriores se sepultan los pobres en el suelo”[34]. En realidad, esto pudo ser así al principio, pero luego el Torreón Padilla fue sufriendo un proceso de deterioro puesto que el proyecto, que en los planos era mucho más amplio, nunca fue terminado y la gente dejó de usarlo, con lo cual se convirtió en la referencia fronteriza entre la Elipse Central y sus cercanías con el Cementerio de Pobres. Así, al occidente, hasta los límites con el cementerio alemán, comenzaron los enterramientos de personas pobres y la implementación de fosas comunes. Posteriormente, a mediados del siglo XX —como veremos—, en esos mismos terrenos se iniciaría la construcción de nuevas criptas o galerías, como se las conoció durante mucho tiempo antes de que pasaran a ser llamadas Columbarios. Buena parte del área occidental del complejo funerario —dada la monumentalidad que se le

33 Ortega Ricaurte, Cementerios de Bogotá, 102.

34 Ortega Ricaurte, Cementerios de Bogotá, 102.

adjudicó desde un principio al sector de la Elipse y el Trapecio— estuvo asociada con la pobreza y lo marginal. En el texto ya mencionado, que apareció en 1884 en el Papel Periódico Ilustrado, a pesar de que Urdaneta se propone “hacer un estudio detallado de los cementerios de Bogotá”, deja claro que dará “predilección al conocido con el nombre de Cementerio Viejo” (Elipse y Trapecio), y que en otros números se ocupará “del nuevo, o llamado Torreón, del Exterior, el de los pobres y el Protestante”[35]. En las ediciones siguientes no apareció ninguna referencia a lo anunciado. Sobre lo que sí hay referencia es que durante la epidemia de gripe que asoló a Bogotá en 1918 el Cementerio de Pobres no dio abasto, de modo que se generalizó el enterramiento en fosas comunes y hasta en el cementerio de impenitentes (suicidas) o civil.

Para ilustrar las diferencias sustanciales en el tratamiento dado a los muertos de acuerdo al origen social y la función simbólica que debían cumplir en la memoria oficial de la fundación de la nación, volvamos a la exhumación de Santander y la manera en que fueron tratados sus restos antes de inhumarlos definitivamente en el lugar donde todavía reposan. Aquello no fue, por supuesto, un “espectáculo macabro”, sino una muestra del carácter de sacralidad que se les atribuía a los formadores de la patria: “Se procedió a extraer de uno de los osarios del monumento de la señora doña Josefa Santander de Briceño aquellos restos —dice el acta de la 35 Urdaneta, “El día de difuntos”, 92.

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junta que se creó para la conmemoración del Centenario del nacimiento de Francisco de Paula Santander y que consignó Ignacio Borda en su obra—, los cuales se trasladaron y colocaron con escrúpulo cuidadoso en el sarcófago de piedra del monumento en donde han permanecido hasta hoy en el mismo estado de conservación en que se encontraron”[36]. Luego hay una descripción pormenorizada de los restos de las prendas con las que fue enterrado:

Cubren el esqueleto las siguientes vestiduras: fragmentos de una capa militar y de un chaleco; la primera cubre las partes laterales del tórax y el muslo derecho. En el cuello, un lazo de corbata muy bien conservado, y pendiente un rosario de grandes cuentas negras, unidas por cadenas de metal blanco […] Un cinturón de cuero con dorado y medallones amarillos unidos por un broche, y tiros de espada […] Hacia los pies, cubriendo en parte las botas, restos de sombreros de militar, de tela negra, destruido en partes, con restos de adornos de plumas.[37]

La teatralidad del acto y la forma detallada con la que Ignacio Borda lo registra dotan el ritual de un poder cívico mediante el cual se fortalecen unos referentes de orden y de jerarquía social. Pero quizá el acontecimiento que muestra con mayor fuerza esa forma especial de relacionarse con ciertos muertos —asumidos como

los muertos de la patria o por la patria— es la exhumación del coronel Juan José Neira para la construcción de un pedestal en su mausoleo coronado por un busto. La descripción del estado en que se encuentran los restos del cadáver, de quien se considera el salvador de Bogotá durante la guerra de los Supremos, se asemeja a la veneración por el cadáver de una figura en el proceso de beatificación o santificación. Por la manera en que se habla de la situación podríamos hacer una alegoría entre el cuerpo de Neira y el cuerpo de la nación: un cuerpo conservado, bello, agradable e incorruptible. No sobra decir que existe una sensualización narrativa, en una suerte de perfecta combinación entre Eros y Thanatos en el discurso de construcción de la nación:

En 1844, con este motivo de la exhumación del cadáver de NEIRA para colocarlo bajo el nuevo pedestal que hoy tiene, se mandó quitar el sepulcro de cal y canto dentro del cual reposaba para colocar en su lugar un ancho pedestal de piedra sobre el cual debía ostentarse con más elegancia el artístico monumento.

Con este motivo los admiradores de NEIRA tuvieron ocasión de volver a ver el cadáver que reposó después de más de tres años de estar sepultado.

Estaba perfectamente conservado, en términos que cualquiera habría podido reconocerlo en el acto.

Tenía el rostro el mismo color blanco-pálido que tuvo NEIRA durante su vida, y no se había desfigurado; ni siquiera la parte carnosa

UNA POBLACIÓN DE MEMORIAS CON SUS ARRABALES Y EDIFICIOS PETULANTES 61
JAVIER ORTIZ CASSIANI 36 Borda, Monumentos patrióticos, 28. 37 Borda, Monumentos patrióticos, 30.

de la nariz, que es tan delicada, había sufrido nada. La barba había crecido hacia la parte inferior, sin duda por causa de la humedad, y daba un tinte azulado a la mandíbula. Las pestañas y cejas denotaban más bien aspecto de una persona que está dormida. Los vestidos se habían conservado perfectamente sin que se hubiesen alterado en nada las letras de los botones de la casaca, y las charreteras conservaban todavía su brillo.

La carne estaba tan fresca, que pudo volverse a su posición natural el labio superior, que se había levantado por el círculo de madera que se había colocado debajo de la barba para sostener el cadáver, el cual, como relatamos anteriormente, se había colocado de pie.

Aun cuando la caja de plomo estaba muy humedecida, no se notaba ningún mal olor, percibiéndose sólo uno semejante al que exhala una naranja cuando principia a descomponerse.[38]

También Cordovez Moure, en las Reminiscencias de Santafé y Bogotá, tuvo espacio para poner en letras esa especie de erotismo cívico-patriótico. Dijo que, “tanto en el año de 1844, en que se cambió el lugar de la sepultura de Neira, como en el de 1880, en que fue necesario desmontar el monumento a fin de impedir su ruina, hubo la oportunidad de volver a ver el cadáver”. Es decir, la nación tuvo el privilegio de apreciarlo nuevamente “en el mismo estado en que fue inhumado, sin otra diferencia que el crecimiento de la barba y de

las uñas de los pies”[39]. Era un despliegue de adoración del cuerpo de la nación representado en los restos del general Neira, al que desde un comienzo se le apostó oficialmente por la perpetuidad de su memoria. El 4 de octubre de 1842, la Cámara de la Provincia de Bogotá emitió una ordenanza para el establecimiento de una “fiesta provincial en conmemoración de la gran semana de Bogotá”. Se trataba de “fomentar la moralidad y la industria de los pueblos”, pues, como sabemos, había terminado la guerra de los Supremos y todos los discursos oficiales apuntaban a la construcción de sujetos ordenados, industriosos y morales para acabar con el fantasma de la sedición. Resaltar las buenas acciones de los habitantes de la provincia de Bogotá —con pretensiones de que fuera emulado en el resto del territorio nacional— era un compromiso oficial. La exhibición y premiación al trabajo individual ciudadano, cumplidor y respetuoso de las leyes a través de una festividad, eran fundamentales. Lo interesante, para los propósitos que nos convocan, es que un artículo pide —“dado que el objeto de la fiesta” es “honrar el patriotismo i estimular el amor al trabajo”— que la Guardia Nacional vaya “en uno de aquellos días al cementerio público a saludar las cenizas de NEIRA [mayúsculas sostenidas en el original] modelo singular de aquellas dos eminentes cualidades sociales”[40]

39 Cordovez Moure, Reminiscencias de Santafé y Bogotá, 650. 40 “Ordenanza 11ª estableciendo una fiesta provincial”, en Recopilación de las Ordenanzas provinciales vijentes en la Provincia de Bogotá i de los decretos de la gobernación (Bogotá: Impresa por Vicente Lozada, 1847), 53-54.

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LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES 38 Borda, Monumentos patrióticos, 92-93.
UNA POBLACIÓN DE MEMORIAS CON SUS ARRABALES Y EDIFICIOS PETULANTES 63
JAVIER ORTIZ CASSIANI EL RECUADRO SEÑALA LOS CASOS EN QUE DEBE NEGARSE LA SEPULTURA ECLESIÁSTICA. ACUERDO 2 DE 1894, REGISTRO MUNICIPAL, 1894, ARCHIVO DE BOGOTÁ, HEMEROTECA.

El tratamiento de lo que años después se conocería como globos B y C contrastaba con la memoria de mármol que desde el siglo XIX se venía desarrollando en el Globo A. En el B y en el C estaban los que, a causa de su muerte, religión y condición social, se inhumaban en espacios diferentes. El costado al oriente de la Elipse se constituyó como cementerio de paupérrimos y, más al occidente, en el actual Globo C, se construyó el cementerio civil. Este último debido a que, por disposiciones eclesiásticas, no todos podían ser enterrados en terrenos bendecidos; así, los cuerpos de fieles de confesión diferente a la católica, apóstatas y considerados herejes por la Iglesia, excomulgados, suicidas, muertos a causa de duelo, impenitentes o párvulos sin bautizar tendrían como destino final ese cementerio.

A esta dinámica de uso espacial habría que sumarle otras maneras de inhumar de los sectores populares, bajo la protección y la identidad que daba pertenecer a un gremio laboral a comienzos del siglo XX. Entre 1936 y 1938 fue loteada la parte sur de los terrenos del cementerio y se construyeron mausoleos colectivos de mutuales y sindicatos, con lo que se inauguraron una nueva estética y otras formas de habitar la necrópolis que, por supuesto, daban cuenta de lo que estaba pasando en la evolución sociourbana de la ciudad de Bogotá.

Quedaba así completamente clara la diferenciación tanto espacial como simbólica en el cementerio. Estas formas de habitarlo reflejaban disputas, exclusiones, contradicciones y negocia-

ciones, es decir, la complejidad social de Bogotá. Una ciudad que en menos de 30 años había prácticamente triplicado su población: en 1907 tenía 86.000 habitantes y para 1929 había alcanzado la cifra de 224.000. En una nota publicada el 2 de noviembre de 1915 en El Diario Nacional, se resume de manera precisa cómo se reproducía el mundo de los vivos en la necrópolis:

Los barrios del cementerio son cuatro: el de los Mausoleos que comprende la parte central, que habitan en propiedad los aristócratas, del talento o del dinero, las galerías, donde residen en locales arrendados, la clase media; el de los pobres que es el más grande, poblado por los humildes, y el de los suicidas que es el más abandonado, porque carece de agua y luz. De estos cuatro barrios de la ciudad de los muertos, hay sin embargo uno, el de los pobres, que tiene un día de fiesta en el año que hacen partícipe a los otros en que la concurrencia no deja una mata de yerba sin pisar ni una cruz de madera sin adornarla de flores. Esto es el dos de noviembre.[41]

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LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES 41 El Diario Nacional, 2 de noviembre, 1915, 1.

LA MUERTE SUELE USARSE COMO CONSUELO DE LA IGUALDAD QUE NO TIENE LA SOCIEDAD. PERO ESTA ES UNA IGUALDAD FALSA.

QUIZÁS NO TODAS LAS MUERTES SEAN PRODUCTO DE LA DESIGUALDAD DEL MUNDO DE LOS VIVOS, PERO LO QUE SÍ ES UN HECHO ES

QUE LOS RITUALES Y EL TRATAMIENTO DE LA MUERTE SON UNA CONTINUACIÓN DE LA DESIGUALDAD DE LA VIDA.

EL TRATO Y LA VIOLENCIA QUE SE EJERCEN SOBRE CIERTOS CUERPOS CONTRASTAN CON LAS CEREMONIAS DE EXALTACIÓN DE LOS QUE SE CONSIDERAN HÉROES DE LA PATRIA.

Parecería que a estos cuerpos no se los comiera el gusano. Permanecen bellos e incorruptibles, mientras que los pobres no son cadáveres para rendirle culto a la patria; a lo sumo, sirven para el comercio de esqueletos y restos humanos, y uno que otro ritual mágico-religioso. El 16 de junio de 1980 una nota de El Tiempo, titulada “El mercado de esqueletos”, decía que, por un olvido o descuido de los deudos, después de cinco años en una bóveda alquilada, los restos de una persona podrían terminar “en la vitrina de un colegio o en un laboratorio de una universidad que pagó 500 pesos por él”. El artículo habla del comercio de esqueletos con fines educativos que se vendían con autorización de la administración del cementerio, que de este modo salía de aquellos muertos cuyos restos no eran reclamados por los dolientes, o simplemente porque habían sido enterrados como NN y terminaban en una fosa común. Según esta nota, firmada por Bernardo Navas Talero, anualmente se vendían —cumpliendo con los trámites pertinentes— entre setecientos y novecientos esqueletos. Pero, además de este tráfico legal de restos humanos, existía un “mercado negro de esqueletos” que abastecía las necesidades de estudiantes de medicina, odontología, uno que otro profesor, “brujos” y “hechiceros”. Durante la labor de reportería, un joven que se dedicaba a “lavar los mausoleos y cuidar las jardineras de las tumbas en el cementerio central”, le ofreció al periodista un esqueleto “arreglado” —es decir, lavado y lacado— y un cráneo con “toditos los dientes”, por 5.500 pesos. Pero también se

UNA POBLACIÓN DE MEMORIAS CON SUS ARRABALES Y EDIFICIOS PETULANTES 65

LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

vendían partes: un húmero costaba alrededor de 100 pesos; una tibia, entre 50 y 80; una vértebra, entre 40 y 60 pesos; y una muela, 20 pesos. Por un cráneo con sus 36 dientes completos, un estudiante de odontología no tenía ningún reparo en pagar entre 300 y 600 pesos; y por uno lavado y lacado, hasta 1.000 pesos. No todos los restos se adquirían con fines educativos formales; había clientes que les daban otros usos relacionados con creencias populares. De acuerdo con el reportaje, no era raro que se adquirieran cráneos para adornar los consultorios de “brujos” y darle mayor credibilidad al oficio, y se compraban huesos que supuestamente eran usados por quienes comenzaban un negocio de restaurante. Según una creencia popular, preparar un caldo con un hueso de muerto a medianoche y vendérselo a uno de los primeros clientes —sin que, por supuesto, supiera de qué estaba hecho— era garantía de prosperidad en el negocio[42]

En el libro ya mencionado, Calvo Isaza consigna el testimonio de un personaje, habitante de calle, reciclador, que en el momento en que se hizo la entrevista —mayo de 1997— llevaba cinco años viviendo en una casa que fue armando con cosas recicladas del basurero del cementerio —entre esas, tablas de cajones desechados, cerca de la fosa común donde ponían los restos de los NN o de los muertos que nadie reclamaba una vez cumplido el plazo en

el lugar donde habían sido inhumados—. Arnulfo Londoño, Pitufo, como era conocido, contó, en su prolífica jerga callejera, historias de vivos y de muertos en sus andanzas por el cementerio. Narró en detalle cómo se dedicaba al tráfico de esqueletos por encargo como la cosa más natural y la confianza que establecía con los muertos:

Yo duermo con tres, cuatro esqueletos, por aquí lavándolos, porque tengo que lavar unos, vea ahí tengo secando dos […] yo los lavo a 50 mil pesos para la universidad, yo los cojo por la noche y los calveo y les digo: “Póngase pilas que le tocó el turno a usted”. Pongo la mesa allá y comienzo en la calva. Hay veces amontono tres, cuatro cabezas, dejen su alegadera ustedes ahí, déjenme trabajar. Yo solo a la una o dos de la mañana engancho una calavera y le pongo unos bombillos, vea, voy a ponerles luz para que no les dé frío ni nada. Vea ahí tengo dos, allá tengo otros dos. Este es para mañana, allá hay otros para mañana, estos sí son para el sábado. Entonces yo no, yo no me da miedo de eso. En cambio, aquí hay mucha gente que le da mucho miedo.[43]

El panorama que Calvo Isaza muestra de esta parte del cementerio, a través de los testimonios, es el de un muladar; nada tiene que ver con el ascetismo con el que se trata la muerte

43 Óscar Calvo Isaza, El Cementerio Central. Bogotá, la vida urbana y la muerte (Bogotá: Observatorio de Cultura Urbana; Unidad Especial del Instituto Distrital de Cultura y Turismo; Tercer Mundo Editores, 1998), 144-145.

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42 Bernardo Navas Talero, “El mercado de esqueletos”, El Tiempo, 16 de junio, 1980.

de los sujetos que “hacen patria” inhumados en el Globo A. Restos de ataúdes, restos humanos, arreglos florales podridos, cruces maltrechas, cerros de basura, maleza… Son las vísceras del cementerio —las mismas de la ciudad viva— exhibidas. Habitantes de calle que se pelean a cuchillo los mejores lugares del basurero para el reciclaje, “ñeros” que usan como leña la madera de los ataúdes desechados para preparar cocidos precarios, que se acomodan en las bóvedas vacías para fumarse un varillo de marihuana o una papeleta de bazuco mientras “dialogan” con los muertos de las bóvedas vecinas; pilas de cajones arrumados consumidos en fogatas trepidantes que cortan el frío bogotano. “La otra vez botaron dos mumias (momias) dos viejitos —dice Pitufo—, y yo, cómo es que los botan ahí, hermano, esto para qué, esto es basura. Mejor meterle candela para que se acabe de una. A lo que arrumé los cajones […] me los traje así juntos: vamos para la candela”[44]. Nada es figurado, es la materialización de una situación: dado que la misma empresa que manejaba las basuras de la ciudad era la encargada de administrar el cementerio, algunas partes del terreno, cerca de donde se enterraba a los pobres y los NN, servía también de basurero. Es decir, a algunos muertos se les daba el mismo tratamiento que a la basura.

La frontera se había creado hacía rato. Una fotografía de Daniel Rodríguez —posiblemente de finales de los años cuarenta o comienzos de los cincuenta— lo ilustra perfectamente. La ima44 Calvo Isaza, El Cementerio Central, 142-143.

gen (ver página doble al inicio de este capítulo) muestra en un primer plano las columnas de un par de galerías del Cementerio Central por el lado occidental; y a tres mujeres de espaldas a estas, elegantemente luctuosas, que parecen observar con atención lo que está sucediendo a unos metros. Lo que parecen ser otras dos mujeres, con las mismas características de las anteriores en cuanto a vestido, pero cubiertas en gran parte por una columna y por el nivel del piso que forman una especie de terraza en la galería, también tienen la atención en lo que pasa al fondo. Allá, un montón de modestas cruces están desperdigadas sin orden en un terreno enmontado. Pese a la distancia, es posible identificar figuras humanas que se mueven entre las cruces blancas y la maleza. Todo el cuadro —incluyendo al gendarme que aparece también en primer plano y el detalle del piso ajedrezado— permite una asociación del espacio con las grandes haciendas de América y el Caribe con su casa grande, arquitectónicamente bien definida, y la presencia de los propietarios y quienes tienen el derecho a estar ahí, mientras que enseguida, en el campo, están los esclavos, los peones, los jornaleros; en este caso, los más pobres de la ciudad, que sembraron los cuerpos de sus seres queridos en la tierra y ahora, en la precariedad, pareciera que trataran de cosechar sus almas. A estas diferencias se refería José Joaquín Jiménez —más conocido como Ximénez—, en una nota que escribió para El Tiempo, en noviembre de 1934. El cronista resumía el cementerio como “una población de memorias, con sus arra-

UNA POBLACIÓN DE MEMORIAS CON SUS ARRABALES Y EDIFICIOS PETULANTES 67
JAVIER ORTIZ CASSIANI

bales y edificaciones petulantes”. Por un lado, estaban las tumbas y los mausoleos suntuosos, los pabellones de bóvedas para alquiler, a los que describía como “archivadores del recuerdo”; y, por otro, las tumbas de gente pobre, fosas en el suelo, con “crucecillas humildes”, algunas firmes y erguidas, otras tambaleantes. En unos sectores, decía, “solo se notan protuberancias de dos metros, que parecen heridas llagadas por el olvido y el abandono”[45]. Las licencias literarias que Ximénez solía darse en sus textos en este caso actúan como metáforas demoledoras. La primera forma de inhumar está hecha para la memoria, para archivar los recuerdos, pero también como vitrina que exhibe, para que la ciudad vea o se vea. Es decir, que le sirva de espejo. Lo otro, los “arrabales”, no tienen la capacidad de archivar, sufren de obsolescencia por la miseria, por la misma precariedad de los materiales con los que están construidas las tumbas. La vida es una herida que no cierra con la muerte porque se alimenta de olvido y de abandono.

Tal vez por la carencia de los pobres para expresar la muerte a través de cosas materiales, la espiritualidad se refleja de una manera más sólida. De eso también se dio cuenta Ximénez, cuando estableció un paralelo entre los tipos de personas que visitaban el cementerio en fechas como el Día de los Difuntos (2 de noviembre). Ese día “los vehículos proletarios”, buses y tranvías venían “repletos de muchedumbre enlutada, señoras envueltas en gasas de dolor, apretujan

45 José Joaquín Jiménez, “El día de difuntos”, El Tiempo, 2 de noviembre, 1934, 14.

los ramilletes de rosas frescas, de rojos claveles, de margaritas ingenuas”. Más allá, otras mujeres llegaban al cementerio en lujosos automóviles “barnizados de color negro como sus vestidos”. El pesado arreglo floral lo traía un sirviente de poca edad, y ellas, sin mirar a nadie, avanzaban hacia un adornado monumento funeral, con oratorio y una diminuta capilla. Acá, silencio, una rápida oración y de vuelta al automóvil. Allá, rezos, llantos y sollozos en todos los tonos[46] Ese espíritu vocinglero del Cementerio de Pobres se convertiría en un tópico literario en las notas de prensa, en contraste con el comportamiento silente de los grupos más pudientes. Algo que se sumaría a nuestra educación sentimental alrededor de los rituales de la muerte, como cuando Cheo Feliciano cantó “en los entierros de mi pobre gente pobre”, una canción compuesta por el boricua Tite Curet Alonso. Hacia los sonidos y la corporalidad de los pobres que cultivaban las almas de sus muertos era que miraban aquellas señoras elegantes en la foto de Daniel Rodríguez. La gente se expresa, dice, construye sus formas del duelo y las atesora a pesar de que estas no alcanzan, por el mismo origen de sus muertos, a convertirse en memorias que ameriten ser representadas oficialmente.

Era una realidad que las prácticas funerarias habían instalado unas jerarquías de dominio popular. Fidel Torres González, quien firmaba como Mario Ibero y escribía semanalmente para la revista Sábado notas de humor sobre personajes cotidia-

46 Jiménez, “El día de difuntos”, 14.

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LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

nos de Bogotá, publicó, en una edición de julio de 1944, una titulada “El Bobo”. Allí contó la historia de un hombre de la calle muy conocido en Bogotá y su rencor por otra persona que no paraba de fastidiarlo cada vez que se veían. Extrañado porque llevaba tiempo sin encontrárselo, pensó que tal vez se había muerto y decidió tomar el camino hacia el Cementerio Central para comprobar su presentimiento. Después de dar algunas vueltas en el campo santo, “en efecto dio con la lápida de su ‘mortal’ enemigo y, lejos de sentirse satisfecho o tranquilo, exclamó hecho una ira mala: ‘¡Pero qué es que bóveda el miserable! dizque? ¿Por qué no lo enterraron en el suelo?’”[47]

Si bien la anterior nota demuestra lo arraigado y el conocimiento cotidiano de esta práctica, no deja de estar dentro de los códigos del humor. Quizá la nota que, por la crudeza del lenguaje que utiliza y por las imágenes que la acompañaron, refleja con más claridad la definición de esa frontera, fue una que apareció en enero de 1955 en El Tiempo. Al comienzo hay una frase lapidaria: “La frontera de la miseria continúa con la muerte”. Luego hay una exploración a la cartografía funeraria donde casi nadie se adentra, lo que pocos conocen del Cementerio Central:

Los asiduos u ocasionales visitantes del Cementerio Central, sólo conocen bóvedas y lápidas de mármol. Ignoran, que, cien metros más adelante, existe una frontera: principia el cementerio “de los pobres”. A medida que

se avanza la piedra y el mármol desaparecen. Surgen aquí y allá entre las hierbas, cruces de madera. Unas erguidas aún, otras ladeadas y a medio podrir […] Hasta en los abetos se retrata la miseria. Sus ramas no están podadas y muchas de ellas caen sin que nadie se preocupe por levantarlas. No hay flores sobres las tumbas. Los caminos de barro pegajoso marcan uno que otro paso. […] Muy pocos van más allá de las hermosas bóvedas. Muy pocos cruzan a lo ancho del cementerio para ir donde están las fosas humildes de los pobres, de los desconocidos, de los desheredados.[48]

El recuerdo de los muertos —como anotábamos más arriba— “se va perdiendo poco a poco”. Pero cuando aparecen las fosas comunes y la zona de inhumación de los NN, la cosa llega a unos niveles difíciles de seguir:

Y aparecen las fosas comunes y las individuales que sirven de alojamiento a quienes han muerto lejos de los deudos y al amparo de la caridad pública. No son fosas. Son huecos en el suelo que se llenan de agua verde, de agua negra donde flota un liquen espumoso. Allí son arrojados los cadáveres […] Sobre la tierra yacen desperdigados los restos. Miembros carcomidos, fémures y costillas a medio cubrir aún por la carroña, calaveras a medio vaciar, tiene que retirar con los pies el visitante. Es la única forma de abrirse paso. El cementerio

UNA POBLACIÓN DE MEMORIAS CON SUS ARRABALES Y EDIFICIOS PETULANTES 69
JAVIER ORTIZ CASSIANI 47 Mario Ibero, “El Bobo”, Sábado, n.° 51, 1.° de julio, 1944, 13. 48 “En un cementerio de Bogotá los cadáveres yacen sin fosa”, El Tiempo, 6 de enero, 1955, 9.

LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

blanquea de huesos. El aire está preñado de cadaverina.[49]

Hubo un hecho clave que ensanchó la frontera y terminó por encajar la materialidad de la separación espacial con la construcción de imaginarios y símbolos de diferenciación: la construcción de la carrera 19. La estructura vial de la ciudad de Bogotá empezó a crecer a mediados del siglo XX como producto de las medidas modernizadoras, el aumento poblacional y el crecimiento del parque automotor (la ciudad pasó de 325.650 habitantes en 1938 a 715.250 en 1951, y a 1.697.311 en 1964). Todo proceso de modernización deja damnificados y el trazo de las vías suele hacerse por sobre la vida de las personas que se consideran menos importantes. Esta lógica también aplica para el mundo de los muertos, de modo que lo que hicieron fue escarbar, voltear la tierra y construir una carretera por una zona del Cementerio de Pobres. La misma nota que habló del estado terrible en que se encontraba esa parte del panteón, narró — de manera agónica— la forma en que el progreso volteó los restos de los más humildes:

Alguien resolvió un día abrir una calle. Lo hizo por mitad del cementerio. Las palas escarbaron la tierra. La calle se concluyó, y quedaron arrinconados a lado y lado, decenas de ataúdes, huesos, paja y piedra. Algunos cajones debieron alojar el cadáver de un niño. Su tamaño lo hace pensar así. Otros eran tablas unidas por pun-

49 “En un cementerio de Bogotá”, 1955, 9.

tillas. Uno, fue lujoso. Quedan aún adheridas a sus aristas pedazos de telas que sirvieron de colchón. Y está marcado en él la sombra verdinegra de quien hace años lo ocupó.[50]

La vía se construyó en 1954 justo para los tiempos en que se estaban haciendo los Columbarios (comenzaron a edificarse en 1947), de manera que eso definió el destino del lugar. Pese a que estos —diseñados a partir de una propuesta de la fábrica de Cementos Samper— albergaban un tipo de muertos de origen popular —pero definitivamente en mejores condiciones económicas que los que eran inhumados a su alrededor directamente en la tierra—, el haber quedado, a partir de la construcción de la vía, de ese lado del cementerio, marcó su destino. Una cosa era lo que sucedía en la Elipse y las galerías adyacentes y otra lo que ocurría en los Columbarios y el Cementerio de Pobres. Había también otro tipo de actividad y de rituales intermedios relacionados con los muertos que pertenecían a las mutuales, los sindicatos y cierto culto a la memoria política de héroes populares y alternativos como Rafael Uribe Uribe —el máximo líder liberal de la guerra de los Mil Días—, pero, de todas formas, esto sucedía en la zona de la Elipse Central. La vía, sin duda, había terminado de definir lo que siempre estuvo ahí y se supo: la desigualdad social de la ciudad. La novedad es que se manifestó violentando el escenario de los muertos pobres.

50 “En un cementerio de Bogotá”, 1955, 9.

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LA COTIDIANIDAD DE LAS GALERÍAS EN LOS AÑOS NOVENTA. FOTOGRAFÍA DE CLARA INÉS ISAZA, 1997. DERECHOS RESERVADOS PNUD COLOMBIA.
PEQUEÑOS ESCALERISTAS. CA. 1940. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ, FONDO DANIEL RODRÍGUEZ.

LOS ENTIERROS DE MI GENTE POBRE

LOS ENTIERROS DE MI GENTE POBRE

Por Eloísa Lamilla Guerrero

Mi gente pobre siempre vuelve al campo santo

sembrando una flor de llanto con amor y voluntad las amapolas del cariño verdadero son el mayor homenaje de mi gente de arrabal.

Tite Curet Alonso

¿Quiénes eran aquellas mayorías enterradas a diario en los amplios suelos del cementerio público de la ciudad? ¿A qué se dedicaban? ¿Qué nos dicen sus muertes sobre la vida que tuvieron? ¿Quiénes eran sus deudos? ¿Cómo evocar a esta inmensa clase social que componía la urbe y cómo conocer sus historias?

Para poder darle un contorno a esa multitud de muertos en tierra es necesario insistir en que, a pesar de tratarse de una población heterogénea, guardaba más similitudes entre sí que con las clases económicas y políticas que los opulentos monumentos funerarios y en bóvedas representaban. Los enterrados en suelo componían las capas del pueblo. Los otros de la ciudadanía con variedad de condiciones materiales, económicas y sociales; los que sobrevivían gracias al trabajo en diversas labores y actividades, las clases medias explotadas laboralmente, pero en general sin gran-

des privilegios, rangos ni abolengos. Los pobres eran tanto parte de la clase trabajadora como de los desamparados.

De modo que el Cementerio de Pobres fue también el cementerio del pueblo, y aunque en su momento su existencia perturbó por sus usos y asociaciones con un mercado público, un lugar para el encuentro, el desparpajo y el esparcimiento, es decir, con el bullicio y el vulgo, hoy día lo que incomoda es el hecho de usar el nombre de Cementerio de Pobres para nombrarlo, para hablar de lo que fue. Sin embargo, no se muestra la misma indisposición por las causas estructurales que reprodujeron y siguen reproduciendo la pobreza y la desigualdad en la sociedad bogotana.

Aunque es imposible abarcar todas las variables y complejidades que caracterizan estas poblaciones y sus vínculos con el cementerio y la ciudad, a continuación se presentan dos apartados que intentan esbozar los contornos de la población bogotana que usó mayoritariamente este cementerio, además de ofrecer un panorama de las trayectorias históricas que afrontaron a lo largo del tiempo aquellas clases populares.

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LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

QUEJAS POR LOS USOS DEL CEMENTERIO.

“CONVERTIDO AYER EN MERCADO PÚBLICO EL CEMENTERIO CENTRAL”, EL TIEMPO, 3 DE NOVIEMBRE,1953, PORTADA.

“EL ÚLTIMO DESEO”, EL TIEMPO, 2 DE NOVIEMBRE, 1973, 1A-B.

ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

1. CARGANDO LA CRUZ. “EL DÍA DE DIFUNTOS”, EL TIEMPO, 2 DE NOVIEMBRE, 1959, PORTADA.

2. HABLANDO CON LOS MUERTOS. EL TIEMPO, 2 DE NOVIEMBRE, 1970, 7.

3. VISITANTES AL CEMENTERIO DE POBRES. “EN EL DÍA DE DIFUNTOS”, EL TIEMPO, 2 DE NOVIEMBRE, 1952, TERCERA.

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1. 2. 3.

¿CÓMO CONTAR ESTOS MUERTOS?

No queda rastro aparente de tumbas, pero el mármol de alguna lápida, el silencio sepulcral en el ambiente y los agujeros escondidos en la hierba recuerdan que, en el sector occidental del Cementerio Central, fue enterrada buena parte de la población bogotana durante siglo y medio.

Entonces, a falta de tumbas y cuerpos identificables, se necesitan otras estrategias para saber de los muertos y contar quiénes fueron. Pero ¿cómo interrogarlos?; ¿cómo preguntarles sobre sus vidas, sus luchas y tragedias?; ¿cómo perseguir sus trazos de existencia para intentar imaginar la vida que tuvieron?

Para rastrear el pasado es necesario interrogar el presente. Recorrer los archivos y documentos empolvados y desplegar ese abanico inabarcable de datos históricos. Desde los fondos documentales, entre los libros necrológicos, los registros municipales y los anuarios estadísticos, se levantan los muertos para insistir en no morir del todo. Los nombro para intentar que resuciten. Y, sin embargo, cuanto más cerca se está de ellos, más se alejan.

Cada espectro reconocible en los documentos arroja datos sobre lo que fue su vida: qué oficio o dedicación tenía, cuántos años logró vivir, dónde vivía, de qué murió y dónde yace enterrado, entre otros ecos que a veces

dejan más dudas que certezas. Pero, aun así, los espectros cargan historias de su tiempo que, al sedimentarse, se vuelven capas superpuestas. Capas y capas de tiempo de los muertos. Y tanto el cementerio como el archivo permiten sumergirse entre ellas. Como afirma la académica Saidiya Hartman, especializada en historia y literatura afroamericana, si tienen algún valor las historias que se cuentan, es que ayudan a dilucidar la forma en que nuestra época está ligada a ellas. “La pérdida de historias agudiza el apetito de ellas. ¿Es posible rescatar una existencia a partir de un puñado de palabras?”[51]

Con el incendio del Palacio Municipal en Bogotá, ocurrido el 20 de mayo de 1900, desapareció una parte invaluable del archivo histórico de la ciudad. Por ello, muchas de las fuentes que se conservan, principalmente las necrológicas, existen a partir del periodo finisecular.

Uno de los datos más llamativos de los archivos necrológicos es el registro del quehacer o labor a la que se dedicaban los muertos. El oficio declarado —consignado en los documentos—, más que otorgar una identidad o un rumbo de vida, es una inscripción que determina las relaciones sociales que se desarrollan en la ciudad. La profesión o labor permite reconocer el tipo de asociaciones que se establecen, los

51 Saidiya Hartman, “Venus en dos actos”, Sujetos de/al Archivo 9, n.os 1 y 2, 2012, E-Misférica, https://hemi.nyu.edu/ hemi/es/e-misferica-91/hartman

LOS ENTIERROS DE MI GENTE POBRE 77 ELOÍSA LAMILLA GUERRERO

retos o dificultades que afrontan y las esferas en las que se mueven los individuos[52]. Incluso, al conocer las labores o tareas diarias, se pueden imaginar rutinas que moldearon la vida, acciones o repeticiones que quedaron tatuadas en la piel y el cuerpo.

El inicio del siglo XX estuvo marcado por la miseria y la muerte, tanto así que para ese momento había una tendencia semejante entre los índices de nacimientos y los de defunciones en Bogotá. Incluso, en algunos momentos, la muerte le ganaba a la vida. Según la información consignada en el Registro Municipal, en enero de 1901 hubo 181 nacimientos y 381 defunciones, esto es, 200 muertes más que nacimientos.

Una de las principales causas de muerte en la ciudad y el país fue la guerra de los Mil

Días que se produjo entre 1899 y 1902. Y el Cementerio de Pobres fue uno de sus protagonistas, pues acogió cientos de estos entierros, buena parte de ellos de hombres jóvenes, enlistados como soldados para enfrentarse unos a otros a fusil, bayoneta y machete. Tres años de una guerra civil devastadora entre conservadores y liberales en la que se estima que perdieron la vida entre 70.000 y 100.000 personas, muchas de las cuales fueron soldados y militares. Combatientes como Gabino

52 Pilar López-Bejarano, “Maneras de trabajar. Santafe de Bogotá (siglo XVIII)”, Illes i Imperis 21 (2019), https:// www.raco.cat/index.php/IllesImperis/article/download/360430/452519

Ramírez (25 años), Gonzalo Forero (17 años), Ignacio Rodas (34 años), Avelino Sánchez (s. d), Eliécer Rubiano (s. d), entre otros, murieron como consecuencia de la violencia política, o por enfermedades contraídas durante la guerra, como gangrena, neumonía, disentería, fiebre amarilla y otras secuelas resultado de las batallas en la selva y el monte[53]. La mayoría de estos niños y jóvenes enlistados fueron campesinos, sobre quienes se sabe muy poco, pues solo en algunas ocasiones se registran en los libros necrológicos quizás un nombre y una edad aproximada, pocas veces un lugar de nacimiento, casi nunca los nombres de los padres ni otros datos específicos que permitan determinar quiénes eran. La única certeza que se tiene es que fueron hijos de la guerra. Féliz López, por dar solo un ejemplo, fue un militar del Batallón Cundinamarca que murió en el Hospital Militar de bronconeumonía el 26 de mayo de 1900. En el libro necrológico no se registran más datos sobre él. Ese mismo día, en el mismo hospital y por neumonía, murió Rubero Reyes, quién pertenecía al Batallón Carabobo y de quien tampoco se conocen mayores datos. Como ellos, cientos de hombres perecían a comienzos de siglo, pero la información que existe de sus vidas y muertes es mínima[54]

53 Archivo de Bogotá, Fondo Secretaría de Salud, serie Libros Necrológicos, 1899-1902.

54 Archivo de Bogotá, Fondo Secretaría de Salud, serie Libros Necrológicos, mayo-diciembre de 1900, 22.

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LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

HOMBRES ENLISTADOS PARA LA GUERRA DE LOS MIL DÍAS. APROX. 1900. ARCHIVO CENTRAL HISTÓRICO, UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA ARCHIVO ERNST RÖTHLISBERGER, FACSIMILAR ÁLBUM FOTOGRÁFICO, NÚMERO 32.

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ELOÍSA LAMILLA GUERRERO

LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

Durante este periodo convulso de la historia nacional, también se decretaron disposiciones para evitar epidemias “que han venido causando estragos en la población de una manera alarmante […] propagado por falta de elementos higiénicos” Las enfermedades a las que se refiere el Decreto 12 son la difteria, la viruela, la fiebre tifoidea y el tifo, entre otras. En caso de morir a causa de cualquiera de estos virus, quedaba prohibido hacerles exequias de cuerpo presente a los muertos y debían ser inmediatamente conducidos a su lugar de entierro.

El artículo 1 del Decreto 12 de 1901 determina cómo debían ser tratados y dispuestos los cadáveres de difteria, lo que ofrece una idea de los severos métodos de desinfección para evitar los contagios.

Art°1. Inmediatamente que un Médico declare la muerte de una persona enferma de difteria, se observarán las prescripciones siguientes: el cadáver será envuelto, sin cambiársele la ropa que tenga, en una sábana grande empapada en una solución alcohólica de vicloruro de mercurio (solimán), al 5 por 100; se depositará en un ataúd, en el cual se pondrá antes una capa de cal, cubriéndolo luego con otra capa de cal, y procurando que el ataúd quede perfectamente cerrado.[55]

Con la firma del Tratado de Wisconsin, que puso fin a la guerra de los Mil Días, vinieron tiempos complejos, de avances y retrocesos. Por una parte, hubo zozobra y vicisitudes para la nación por la pérdida de Panamá, la crisis económica y la conspiración política, además de masivas migraciones del campo a la ciudad que acentuaron los cinturones de pobreza, precariedad e insalubridad. De otro lado, se produjo un auge de la actividad comercial, así como la consolidación de los gremios artesanales que beneficiaron el desarrollo de la industria nacional y la modernización paulatina de la capital.

Durante el posconflicto, se dio paso al gobierno del general Rafael Reyes, que estuvo marcado por profundas contradicciones en razón a que sus actuaciones déspotas y de censura contrastaron con la noción de progreso y transformación que alentó su administración. Reyes sufrió un atentado el 10 de febrero de 1906 que tuvo fuertes repercusiones en los ámbitos político, social y simbólico. Los autores materiales fueron arrestados, enjuiciados por un consejo de guerra verbal, hallados culpables por el delito de ataque en cuadrilla de malhechores y condenados a la pena capital en un acto público y de difusión masiva. Reyes, mediante la ejecución de los cuatro hombres que participaron en su fallida emboscada, legitimó la administración de la muerte como un aparato de dominación y control social, es decir, incentivó el derecho soberano de matar a aquellos que estaban en su contra o, mejor, que no estaban a favor de su Gobierno.

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55 Decreto 12 de 1901, Registro Municipal, Archivo de Bogotá.

FUSILAMIENTO DE LOS CUATRO AJUSTICIADOS. EL DIEZ DE FEBRERO (NUEVA YORK: IMPRENTA HISPANOAMERICANA, 1906), 277.

Una medida que se siguió reproduciendo en gobiernos posteriores, aunque de maneras menos “espectaculares”. El fusilamiento de Juan Ortiz, Marco Arturo Salgar, Roberto González y Fernando Aguilar se produjo en el mismo lugar del atentado a Reyes y contó con la mirada de cientos de curiosos, así como de conspiradores, opositores al Gobierno y presidiarios comunes del Panóptico, quienes fueron obligados a asistir en primera fila al espectáculo. Luego de dos descargas de fusil, los ajusticiados —como se los nombró hasta en sus partidas necrológicas— fueron trasladados

al cementerio público y enterrados allí. Este episodio fue registrado de principio a fin en una especie de fotolibro, un documento que recrea el atentado a través de imágenes y recopila los expedientes del Ministerio de Guerra sobre el antes, durante y después del acontecimiento, que fue publicado por el Gobierno después de lo ocurrido, como dispositivo moralizante y aleccionador[56] .

56 El diez de febrero (Nueva York: Imprenta Hispanoamericana, 1906).

LOS ENTIERROS DE MI GENTE POBRE 81 ELOÍSA LAMILLA GUERRERO

FOTOGRAFÍA DE MARCO A. SALGAR.

EL DIEZ DE FEBRERO (NUEVA YORK: IMPRENTA HISPANOAMERICANA, 1906), 181.

FOTOGRAFÍA DE FERNANDO AGUILAR.

EL DIEZ DE FEBRERO (NUEVA YORK: IMPRENTA HISPANOAMERICANA, 1906), 229.

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LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES
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ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

ELOÍSA LAMILLA GUERRERO

ELOÍSA LAMILLA GUERRERO

FOTOGRAFÍA DE JUAN ORTIZ.

EL DIEZ DE FEBRERO (NUEVA YORK: IMPRENTA HISPANOAMERICANA, 1906), 63.

PARTIDA NECROLÓGICA DE MARCO A. SALGAR. ARCHIVO DE BOGOTÁ, FONDO SECRETARÍA DE SALUD, SERIE LIBROS NECROLÓGICOS, 6 DE MARZO DE 1906, 372.

F41. PARTIDA NECROLÓGICA DE FERNANDO AGUILAR. ARCHIVO DE BOGOTÁ, FONDO SECRETARÍA DE SALUD, SERIE LIBROS NECROLÓGICOS, 6 DE MARZO DE 1906, 371.

PARTIDA NECROLÓGICA DE JUAN ORTIZ. ARCHIVO DE BOGOTÁ, FONDO SECRETARÍA DE SALUD, SERIE LIBROS NECROLÓGICOS, 6 DE MARZO DE 1906, 372.

LOS ENTIERROS DE MI GENTE POBRE 83
LOS ENTIERROS DE MI GENTE POBRE 83

LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

Este hecho produjo un gran rechazo y crítica social, que se sumaron a nuevos descontentos y demandas por parte de diferentes actores políticos y económicos, entre ellos, el sector de los artesanos. Por ello, las manifestaciones se volvieron cada vez más recurrentes. En marzo de 1909, los estudiantes y artesanos protagonizaron una nueva protesta en contra del Gobierno de Reyes donde hubo represión y detenciones arbitrarias que obligaron a la posterior renuncia del general a la presidencia. Para algunos, esta se considera como la primera protesta urbana del siglo XX en Bogotá y la primera en derrocar a un presidente.

Con el paso de los años, las personas y gremios dedicados a los oficios manuales siguieron teniendo un papel protagónico en la estructura económica de la ciudad, y en el despertar de su conciencia social y política. Así, entre el listado de oficios registrados en las partidas necrológicas de los muertos dispuestos en el cementerio durante buena parte del siglo XX, se encuentra un panorama amplio de labores en el que sobresalen antiguos quehaceres hoy desaparecidos, junto a otros que aún persisten en la sociedad.

El impacto internacional de las luchas de clase y los movimientos socialistas impulsaron la asimilación del término artesano a la de obrero. Un vocablo genérico que se popularizó entre las masas y permitió establecer una relación hermanada entre obrero-artesano y pobres en general, en razón a que se usaba para

identificar a poblaciones trabajadoras con carencias materiales, que vivían en condiciones de hacinamiento, pobreza e insalubridad y que vendían su fuerza de trabajo a bajos costos. Hombres y mujeres del común, migrantes, que se instalaron en barrios como Las Aguas, Egipto, Las Cruces, San Victorino o las laderas de los cerros orientales, con la esperanza de obtener mejores condiciones de subsistencia, pero que se encontraron con un contexto profundamente jerarquizado que determinó tanto su vida como su muerte.

Algunas de las principales enfermedades que se siguieron propagando entre la población durante la primera mitad del siglo XX fueron disentería, enteritis, tuberculosis, fiebre tifoidea, cólera y neumonía, muchas de ellas asociadas al agua contaminada y a la falta de acueducto y alcantarillado en los barrios populares, lo que impedía el acceso a agua potable y el tratamiento de aguas residuales que generaban olores fétidos y plagas.

Por su parte, cada cierto tiempo, frente al inconformismo y la discrepancia social que llevaban a los ciudadanos a protestar, la fuerza pública, amparada por el gobierno de turno, perpetraba nuevas olas de represión. El 20 de julio de 1911, la asistencia a una corrida de toros que ofrecía un mediocre espectáculo terminó en una trágica jornada de enfrentamientos entre la policía y el ejército contra los artesanos y habitantes de los barrios populares vecinos de la plaza de toros, muchos de

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AGRICULTOR · COCHERO · SIRVIENTA · MILITAR

COSTURERA · CARPINTERO · ALBAÑIL · JORNALERO

NEGOCIANTE · VIVANDERA · SASTRE · ALFARERA

CIGARRERA · MECÁNICO · PLATERO · DULCERA

ESCRIBIENTE · APLANCHADORA · INSTITUTOR ·

LOCO · SOMBRERERA · TRANSPORTADOR · CHICHERA

TALABARTERO · CARNICERO · EMPLEADO · OFICIOS

DOMÉSTICOS · CARGUERO · MOZO DE CORDEL

AGRICULTORA · ZAPATERO · COCINERA · CANTERO

LAVANDERA · MENDIGO · RENTISTA · LATONERO

HACENDADO · IMPRESOR · MINERO · ESTERERO

ZAPATERO · PROFESORA · MENDIGA · REVENDEDOR

PANADERA · COMADRONA · MODISTA · COMERCIANTE CONFITERA · SIN PROFESIÓN · ARTISTA · JORNALERA

ESTUDIANTE · ORNAMENTADOR · TEJEDORA

CARRETERO · HERRERO · TABAQUERA

FLORISTA · ESTERERA · LOTERO · MOLENDERA

PROFESIONES EJERCIDAS EN BOGOTÁ, LIBROS NECROLÓGICOS DE 1900 A 1938

LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

CLASIFICACIÓN DE HABITANTES POR LUGARES DE NACIMIENTO Y DEFUNCIÓN. REGISTRO MUNICIPAL, 30 DE JUNIO, 1900, ARCHIVO DE BOGOTÁ, HEMEROTECA.

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ellos miembros del Partido Obrero recién conformado, quienes cayeron víctimas del abuso policial.

En octubre de 1918, se registró una de las mayores tasas de mortalidad en Bogotá con 1.358 muertes en un solo mes, buena parte de ellas como consecuencia de la gripe española[57]. Esta epidemia, si bien no fue la única que vivió Bogotá, sí fue la más mortífera, especialmente para las clases sociales menos favorecidas. La situación expuso las condiciones de miseria, infección y carencia de servicios sanitarios en las que subsistían las clases populares, así como el descuido del Estado de la salud de sus habitantes, puesto que la atención de los enfermos pobres estuvo marcada por la noción de la caridad o la beneficencia públicas, cuya administración estaba a cargo de las comunidades religiosas y las élites del país[58]. En razón a este panorama, a Bogotá se le conoció como la metrópoli de la muerte, pues tenía la tasa de mortalidad más alta de todas las ciudades de Colombia[59]

Hacia finales del siglo XIX y comienzos del XX se dio el paso definitivo de una Bogotá artesanal a una sociedad industrial. Este cambio no

57 “Defunciones anuales 1918-1938”, Anuario Municipal de Estadística, Archivo de Bogotá, Hemeroteca.

58 Beatriz Castro, Caridad y beneficencia. El tratamiento de la pobreza en Colombia 1870-1930 (Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2007).

59 Consuelo Sánchez, De la aldea a la metrópoli. Seis décadas de vida cotidiana en Bogotá, 1900-1959 (Bogotá: Tercer Mundo, 1998).

estuvo exento de traumas: en enero de 1893 un grupo de artesanos protagonizó el motín de mayor proporción de todos los que ocurrieron en la Bogotá decimonónica: los días 15 y 16 la recién estrenada Policía Nacional disparó contra los manifestantes, asesinó a más de cincuenta artesanos y dejó centenares de heridos. Quienes se han detenido a estudiar el hecho señalan como antecedente de la revuelta una columna de prensa en la que se hablaba en términos peyorativos y se ponían en tela de juicio la honra y el prestigio del artesanado bogotano, que fue publicada en el periódico Colombia Cristiana, una de las tribunas del clero nacional. El autor, Ignacio Gutiérrez Isaza, decía que los miembros de este gremio no conocían la honradez, y que con sus acciones y comportamiento habían borrado de su decálogo el séptimo mandamiento. Para colmo, eran “embusteros”, “cínicos” y expertos en incumplir los contratos. Para los artesanos, que habían desarrollado durante todo el siglo XIX un activismo político sustentado en la honradez y el deseo de superación como máximas, esta era una grave afrenta: salieron a las calles, se tomaron las comisarías de policía y apedrearon la casa de Gutiérrez Isaza. Pero, José Leocadio Camacho, un carpintero, periodista y concejal, le escribió una carta al presidente Rafael Núñez en la que advertía que las causas eran más profundas y estructurales: “No se levantaron cuatro o cinco mil hombres con sus niños y mujeres sin previo acuerdo, solo por

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una publicación que no todos habían leído”, escribió. La miseria —decía— era el combustible que había prendido el fuego[60]. Como la historia profesional no suele acompañar a los muertos al cementerio, y menos cuando se trata de personajes anónimos, no hay claridad ni de dónde ni cómo fueron enterrados los cadáveres de los artesanos. Algunos, incluso, han afirmado que muchos fueron sepultados clandestinamente.

Lo que sí sabemos es que en 1919 hubo otra masacre de artesanos y que los muertos fueron enterrados en el Cementerio Central. El 16 de marzo un grupo de trabajadores se concentró frente al palacio presidencial para exigirle al Gobierno que echara para atrás la decisión de mandar a confeccionar en el extranjero un lote de uniformes para el ejército y se los encargara a los artesanos de Bogotá. Al calor de la protesta, se dio la orden de disparar contra la multitud con el resultado de diez muertos, quince heridos y alrededor de trescientas personas detenidas. El hecho quedó perfectamente resumido en un grabado del periódico Bogotá Cómico: una musa mira acongojada hacia el suelo del cementerio, cerca de un sauce llorón, la lápida alusiva a los artesanos asesinados[61]. La imagen es de una

60 Renán Vega Cantor, “La primera masacre que perpetró la policía de Bogotá. El Motín de 1893”, Rebelión, Bogotá, 2020, https://rebelion.org/wp-content/uploads/2020/10/colombia_renan_policia.pdf

61 Bogotá Cómico, n.° 86, 19 de abril, 1919, 5.

fuerza incontestable. No era solo el grupo de trabajadores muertos los que se inhumaban; se enterraba también una época. No eran los artesanos morales, educados, amantes de las leyes y defensores del orden que reivindicaba el decreto provincial de septiembre de 1842, puestos como protagonistas de la Semana de Bogotá, convocada para noviembre en momentos en que se celebraba la paz después de la guerra de los Supremos. Estos trabajadores se salían del redil partidista que caracterizó el movimiento de artesanos en el siglo XIX, de modo que suponían una agenda incómoda para el poder. “Los manifestantes fueron a pedir pan y se les dio fuego y plomo; algunos creyeron hallar en la palabra oficial el consuelo y la esperanza… lo que hallaron fue la muerte”[62]

La represión a la huelga dejó varios muertos, heridos y detenidos, además de un ambiente de tensión y rabia que provocaría una avalancha de protestas de trabajadores en todo el país y terminaría con la caída de Suárez en 1921.

Aunque no todos los muertos de la jornada fueron sastres ni artesanos del vestir, todos hacían parte de la masa obrera que exigía mejores condiciones y sus vidas acabaron de la misma manera: por una herida con arma de fuego, como lo reportan sus partidas necrológicas. Carlos F. Monroy (21 años, mecánico),

62 “Manifiesto del Sindicato Central Obrero a los artesanos de la República”, La Libertad, 3 de abril, 1919, citado en Renán Vega, Gente muy rebelde, vol. 3, Mujeres, artesanos y protestas cívicas (Bogotá: Pensamiento Crítico, 2002), 150.

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GRABADO ALEGÓRICO A LOS ARTESANOS ASESINADOS EL 16 DE MARZO DE 1919, SEPULTADOS EN EL CEMENTERIO CENTRAL. BOGOTÁ CÓMICO, N.º 86, 19 DE ABRIL, 1919. BIBLIOTECA NACIONAL DE COLOMBIA, COLECCIÓN DIGITAL.

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LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

Gabriel Chávez (40 años, albañil), Oracia Garzón de Castañeda (55 años, cigarrera), Rafael Higuera (15 años, sastre), Nepomuceno Velázquez (40 años, mayordomo), Rafael Mora (20 años) y Abraham Cortés (35 años) fueron enterrados en la zona del cementerio público[63]: en el Cementerio de Pobres.

En particular, se recuerda la muerte del representante Gabriel Chávez que, según las fuentes, se dirigió junto con otros artesanos a la sede del Ministerio de Guerra para solicitar que se detuvieran los disparos de la fuerza pública. Sin embargo, al calor de la discusión, el ministro de Guerra desenfundó su arma de dotación oficial y disparó a quemarropa contra Chávez, quien moriría horas después. El 20 de marzo fue enterrado este líder artesanal en un sepelio multitudinario de más de mil personas que estuvo acompañado por arengas en contra del Gobierno, y por discursos de dolor e indignación por el atentado contra la clase trabajadora:

63 Archivo de Bogotá, Fondo Secretaría de Salud, serie Libros Necrológicos, marzo de 1919, 354-361.

Ahí tenéis a grandes rasgos historiada la fecha que cubrió de luto y desesperación al cuerpo de artesanos de la capital, en el trágico 16 de marzo de 1919 […] el grito de las multitudes en nuestro vendito [sic.] país son contestados a balazos; y esto de recibir plomo con las manos vacías es muy triste. […] Y por hoy, rompamos la marcha hacia el Cementerio, en completa compostura, a dar un testimonio fiel de compañerismo obrero, y depositar una flor roja, muy roja, sobre las tumbas de nuestros camaradas sacrificados por solicitar trabajo, ocupación. Somos obreros, y nuestra bandera es Trabajo.[64]

La masacre de 1919 constituye una referencia simbólica de las luchas populares y sus significados confluyen en el cementerio. El Cementerio de Pobres fue, entonces, un espacio cargado de las trazas de la demanda social, a partir del cual, en el presente, es posible leer la violencia estatal ejercida sobre líderes y

64 “Palabras pronunciadas por el señor Julio Martínez V. en la Plaza de Bolívar”, El Socialista, 22 de marzo, 1920, portada.

PARTIDA NECROLÓGICA DEL LÍDER GABRIEL CHÁVEZ, 20 DE MARZO DE 1919. ARCHIVO DE BOGOTÁ, FONDO SECRETARÍA DE SALUD, SERIE LIBROS NECROLÓGICOS, MARZO DE 1919, 354-361.

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CARICATURA DEL GENERAL PEDRO SICARD QUIEN LE DISPARÓ A CHÁVEZ.

BOGOTÁ CÓMICO, N.O 82, 22 DE MARZO, 1919, 11.

CANCIÓN DE CUNA.

BOGOTÁ CÓMICO, N.O 97, 5 DE JULIO, 1919, PORTADA.

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LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

trabajadores que ha marcado la historia de la ciudad.

En la década de los veinte hubo un incremento de la mortalidad en Bogotá vinculado a la proliferación de nuevas olas epidémicas como viruela, tifoidea, enfermedades gastrointestinales y tuberculosis. Los ciudadanos vivían en constante acecho. El sarampión representó desde tiempos coloniales una amenaza constante para los habitantes de Bogotá; tanto así que durante las primeras décadas de la República se registraba como una de las principales causas de muerte en la ciudad cada ocho años aproximadamente (1906, 1914, 1922, 1933, 1937), que perjudicaba principalmente a los niños y niñas, por la frecuencia y gravedad de las complicaciones y porque los hacía propensos a contraer otros males.

La población infantil fue durante el siglo XX una de las más vulnerables de la ciudad. Como consecuencia, fue la que más muertes registró durante la primera mitad del siglo. Buena parte de los recién nacidos morían antes de cumplir el primer año de vida o, en otros casos, no alcanzaban los cinco años de edad. Las razones de ello no solo se relacionaban con el deficiente sistema de salud de la época, que no priorizaba la atención de los infantes, sino también con la desnutrición, la miseria y el desamparo general de la niñez pobre por parte de padres y autoridades[65]

65 Cecilia Muñoz y Ximena Pachón, Réquiem por los niños muertos. Bogotá, siglo XX (Bogotá: Cerec, 2002).

También estaban las niñas y niños abandonados o huérfanos, conocidos comúnmente como los chinos, quienes mendigaban en las calles pidiendo limosna para sobrevivir o, en el mejor de los casos, trabajaban como emboladores, voceadores de periódico, empleadas domésticas y albañiles, entre otros oficios que ejercían desde los ocho años, como se registra en sus actas necrológicas. Algunos, además, se registran como casados a los catorce años. Otros más subsistieron cometiendo delitos y terminaron presos, en hospicios o asesinados.

Gran parte de la niñez que moría en Bogotá fue inhumada en el Cementerio de Pobres, probablemente en una zona destinada exclusivamente para esta población, como aún ocurre en los actuales cementerios. Un estudio bioarqueológico de los restos óseos que se excavaron en el cementerio durante la construcción del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación, desarrollada por la Universidad Nacional en 2015, concluyó que esta población sufrió episodios de estrés, probablemente asociados con las intensas jornadas de trabajo infantil. Entre los hallazgos hubo fracturas asociadas con muertes accidentales; caries resultado de una dieta carente de proteínas, con demasiados carbohidratos y una fuerte presencia de vegetales duros; anomalías relacionadas con anemia y desnutrición; así como problemas de salud de la madre durante el periodo de la gestación, lo cual también demuestra que la niñez

NIÑOS PIDIENDO LIMOSNA. 1950. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ, FONDO DANIEL RODRÍGUEZ.

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MENDIGOS RODANTES. CA. 1970. SECRETARÍA GENERAL DE LA ALCALDÍA MAYOR DE BOGOTÁ D.C. -DIRECCIÓN DISTRITAL DE ARCHIVO DE BOGOTÁ. COLECCIÓN VIKI OSPINA.

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bogotana de las clases bajas vivía en condiciones de extrema precariedad[66]

La ciudad de Bogotá y el país en general tuvieron una notable transformación en todos los campos a partir de la década de los treinta, enmarcados por la entrada de la Hegemonía Liberal al poder, el acelerado crecimiento industrial y la transición a un modelo de desarrollo de mayor modernización e intervención del Estado. Como resultado, las relaciones sociales, las costumbres y la mentalidad colectiva fueron cambiando, influenciadas por las oleadas de migración interna, las movilizaciones campesinas y obreras, y el incremento de trabajadores asalariados en las obras públicas y en algunas empresas privadas, lo que extinguió a los artesanos, tan significativos en la historia bogotana desde tiempos remotos[67]

Con el proceso de modernización, la ciudad se alargaba a sus extremos y se consolidaron nuevas estructuras barriales que rompían con el modelo tradicional de damero. Nuevas urbanizaciones se crearon con condiciones

ajustables a cada lugar y con una alta demanda de vivienda para la clase obrera.

Bogotá cambiaba vertiginosamente y prueba de ello era el paso del tranvía a la autopista. La expansión urbana y el desarrollo vial comenzaron a complicar el tráfico capitalino y a producir una elevada accidentalidad, que cobró nuevas víctimas fatales y se posicionó entre las primeras causas de muerte en la ciudad. Incluso, las nuevas vías y carros que transitaban ya no representaban solamente un peligro para los vivos, sino también para los muertos. Pues, como ya se mencionó, por encima del Cementerio de Pobres se trazó la nueva malla vial que fracturó irremediablemente el espacio funerario y ritual.

66 Claudia M. Rojas-Sepúlveda, José Vicente Rodríguez-Cuenca y Ancízar Sánchez Urriago, “Condiciones de vida de algunos habitantes de Bogotá (Colombia) en el ocaso del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX: primeros aportes desde el análisis bioarqueológico”, Memorias: Revista Digital de Historia y Arqueología desde el Caribe 42 (2020), https:// doi.org/10.14482/memor.42.986.148

67 José Antonio Ocampo y Santiago Montenegro, “La crisis mundial de los años treinta en Colombia”, Desarrollo y Sociedad, n.o 7 (1982): 37-96, https://revistas.uniandes.edu.co/ index.php/dys/article/view/6255/6437

Las nuevas décadas trajeron otras causas de muerte. Entre algunas que encabezaban el listado estaban las enfermedades cardiovasculares, el cáncer, la sífilis, la tuberculosis y la bronconeumonía. Los homicidios también impactaron profundamente el panorama urbano, y sumaron un porcentaje cada vez más elevado de muertes. En 1930 se habían registrado 28 muertes y, 10 años después, llegaron a 166[68]. Una cifra considerable que reproducía imaginarios de una ciudad violenta y con alta criminalidad. Aunque el resto del país no se quedaba atrás; en la segunda mitad del siglo, las regiones alejadas de los centros urbanos

68 Consuelo Sánchez, De la aldea a la metrópoli. Seis décadas de vida cotidiana en Bogotá, 1900-1959 (Bogotá: Tercer Mundo, 1998), 78.

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OBREROS VITOREANDO UNA MANIFESTACIÓN. APROX. AÑOS SETENTA. ARCHIVO DE BOGOTÁ, COLECCIÓN VIKI OSPINA.

LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

experimentaron los azotes de los conflictos partidistas que obligaron a muchos a migrar hacia Bogotá. La ciudad tuvo que crecer sin una adecuada planificación urbana, lo que obligó a muchos a habitar las periferias con dificultades para el acceso a servicios básicos como transporte, salud y educación.

No obstante, las expectativas de vida aumentaban con el tiempo. Los sectores populares seguían creciendo exponencialmente y sufriendo los embates del clasismo y la desigualdad. Las marcadas diferencias de clase se reflejaban tanto en la distribución urbanística de la ciudad de los vivos como en la ciudad de los muertos. Los ricos —tanto vivos como muertos— habitaban grandes espacios, mientras que los pobres vivían y morían hacinados y pegados unos a otros.

A lo largo del tiempo, las clases populares repercutieron significativamente en los diferentes hitos históricos de la ciudad y el país. Puesto que las demandas y manifestaciones sociales fueron fundamentales para presionar la realización de los cambios requeridos por las inmensas mayorías, a partir de la segunda mitad del siglo XX proliferaron las protestas, marchas y paros cívicos como mecanismos ciudadanos para exigir transformaciones estructurales en la sociedad, lo que produjo nuevas represiones y muertes. Aunque para este momento la forma de registrar los decesos ya no contó con la misma información, por lo cual no es posible rastrearla con el mismo nivel

de detalle en los documentos públicos, aún existen otras fuentes que dan cuenta de su ubicación en el cementerio público de Bogotá y del traslado de los cuerpos, como en el caso de los estudiantes caídos el 8 y 9 de junio de 1954[69], que fueron masacrados por el Batallón Colombia durante el gobierno del general Rojas Pinilla[70]

Tanto lo acontecido con los ajusticiados de Reyes como el asesinato del líder Gabriel Chávez son apenas episodios representativos de la lógica de represión con la que el Estado respondió a sus disidentes y ante las manifestaciones provenientes de los movimientos sociales que se perpetuaron durante el siglo XX. Los muertos resultantes de estos hechos fueron inhumados en el área del cementerio público correspondiente a los pobres. En este sentido, el cementerio puede ser leído como el espacio de enterramiento de los proscritos del Estado, en tanto estas personas fueron asesinadas por representantes del Gobierno, amparado o no por la ley. Ambos casos son ejemplos de la consumación de una especie de proscripción y exclusión radicales: quitar la vida deliberadamente. De modo que el Cementerio de Pobres no es solo el espacio que aco-

69 Decreto 380 de 1959, Archivo de Bogotá, Fondo Secretaría General, serie Junta Asesora y de Contratos, subserie Decretos, 185.

70 José Abelardo Díaz, “El 8 de junio y las disputas por la memoria, 1929-1954”, Historia y Sociedad, n.o 22 (2012), https://revistas.unal.edu.co/index.php/hisysoc/article/ view/32366/32378

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ELOÍSA LAMILLA GUERRERO MOVILIZACIÓN DE TRABAJADORES. CA. 1970. SECRETARÍA GENERAL DE LA ALCALDÍA MAYOR DE BOGOTÁ D.C. - DIRECCIÓN DISTRITAL DE ARCHIVO DE BOGOTÁ., COLECCIÓN JORGE SILVA.

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gió los cuerpos de aquellos que fueron relegados a vivir en los márgenes del ordenamiento social, dada su condición de pobreza, sino que también es el lugar al que fueron destinadas las vidas desechadas, tajantemente y de una manera cabal e incontestable, por ese orden social. El cementerio es el lugar en el que han reposado los cuerpos de unas vidas desechadas y que, además, no han sido reconocidas por las políticas de la memoria asociadas a las poblaciones victimizadas. Sin embargo, como se verá más adelante, paradójicamente tales políticas de la memoria sí han usado al Cementerio de Pobres para escenificar sus demandas y manifiestos.

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ELOÍSA LAMILLA GUERRERO LA LUCHA Y LA MUERTE. APROX. AÑOS SETENTA. SECRETARÍA GENERAL DE LA ALCALDÍA MAYOR DE BOGOTÁ D.C. - DIRECCIÓN DISTRITAL DE ARCHIVO DE BOGOTÁ, COLECCIÓN JORGE SILVA.

LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

LAS DE ATRÁS: CEMENTERIO DE “SIRVIENTAS”

Por Eloísa Lamilla Guerrero

20 DE SEPTIEMBRE DE 1900

187- Cano, Nieves, se ignoran sus padres, de setenta y ocho (78) años de edad, de San Gil, soltera, sirvienta, murió el diez y ocho en la Catedral de agotamiento orgánico según lo certificó el Dr. Enrique Pardo R. Alberto Cortes obtuvo licencia para área. [Pagó] 1 peso.[71]

4 DE NOVIEMBRE DE 1926

49- González, Irene, hija de Antonio Mendoza y María González, de treinta (30) años de edad, natural de Bogotá, soltera, de oficios domésticos, murió el (ilegible) del mes pasado, a las 8:30 pm en el Hospital de San Juan de Dios de epitelioma de cuello uterino (ilegible doble). Según certificó el doctor. Obtuvo licencia para inhumar el cadáver en fosa común.[72]

Cada partida de defunción resuena en mi cabeza, guarda una historia que nunca podrá ser completamente desentrañada. Lo único que se conservan son fragmentos, vestigios. La muerte y el tiempo nos vuelven retazos de historias, recuerdos a medias. No las conocí, no me conocieron, y por más que lo intente no puedo hacerme una

71 Archivo de Bogotá, Fondo Secretaría de Salud, serie Libros Necrológicos, septiembre de 1900, 168.

72 Archivo de Bogotá, Fondo Secretaría de Salud, serie Libros Necrológicos, noviembre de 1926, 296.

imagen precisa de estas mujeres, pero, aun así, sus nombres retumban. Insisto en nombrarlas en voz alta, para invocarlas y traerlas de vuelta, y evitar que continúen en el anonimato y el olvido. En muchos casos, los datos vociferan, además de nombres, edades, fechas, lugares y causas de muerte. En otros, predomina la elocuencia del vacío.

5 DE ABRIL DE 1907

46- Pardo Tránsito, hija de José Pardo, de diez y seis (16) años de edad, natural de Ubaque, soltera, sirvienta, murió el primero (1°) de los corrientes en el Hospital de San Juan de Dios, de fiebre tifoidea, según lo certificó el practicante Dr. Ángel G. Obtuvo licencia para inhumar el cadáver en el cementerio de pobres, Leonidas León.[73]

27 DE ENERO DE 1912

287-Amaya María, hija de N.N, de sesenta (60) años de edad, natural de Bogotá, viuda, sirvienta, murió ayer á las 4 pm, en el Asilo de San José, de miseria orgánica, según lo certificó el médico Dr. Juan N. Corpas. Obtuvo licencia para inhumar el cadáver en Cementerio de pobres, Nepomuceno Rodríguez.[74]

73 Archivo de Bogotá, Fondo Secretaría de Salud, serie Libros Necrológicos, abril de 1907, 371.

74 Archivo de Bogotá, Fondo Secretaría de Salud, serie Libros Necrológicos, enero de 1912, 86.

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Ya no hay cuerpos ni tumbas para visitar, pero al leer una partida de defunción se arma un esqueleto. Y del esqueleto emanan pedazos de tejidos, venas, cartílagos; brotan órganos y vahos. Hay materia y los cuerpos encarnan testimonios. Se vislumbran trazos de existencia, los muertos se despojan de su aparente mutismo.

Organizados bajo una estructura de repetición rigurosa, los libros necrológicos descubren la poesía cubierta en capas de folios; la palabra se expande, desentierra indicios. Se forman caminos por medio de los cuales transitar, siempre con el peligro latente de caer en

abismos, en preguntas sin salida. La información oficial es escueta, pero llena de grietas por las que se asoman perfiles difusos del pasado, pero sobre todo del presente. Desde las profundidades se vislumbran resquicios de lo público y lo privado. Emanaciones que entremezclan atmósferas del espacio íntimo y del espacio urbano. Fragmentos de humanidades que soportaron discriminaciones, despojos, luchas y resistencias. El dolor y la muerte casi pueden palparse.

Revisar los libros necrológicos, aquellos manuscritos donde se registraron una a una las muertes de los habitantes de Bogotá ocu-

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rridas entre 1900 a 1938, se convierte en una tarea obsesiva e hipnotizante. Cada una de las partidas consignadas despliega un universo fascinante e inabarcable de existencias que habitaron, sintieron, trabajaron, resistieron y murieron en esta ciudad. Toda la información se revela como valiosa y es imposible descartar algún dato, nombre o relato. Los libros necrológicos se leen como queriendo resucitar a los muertos, para revivirlos y escucharlos. Y entre la infinidad de información, un día el eco de una palabra comenzó a martillar hasta que su abarcadora presencia propició nuevas búsquedas y preguntas.

PROFESIÓN: SIRVIENTA

En el 2017, la Corte Constitucional de Colombia emitió sentencia para declarar discriminatorio el uso del término sirvienta, del latín serviens, que designa a “la que sirve”, definición que, sin nombrar al sujeto, se enuncia en función de su acción. Aún hoy existe entre ciertas personas reticencias para usar el participio activo del verbo ser en femenino, como en el caso de palabras como presidenta o gerenta. Sin embargo, con la misma regla gramatical no hay controversia ni malestar respecto al uso masivo y la connotación de la palabra sirvienta. La que sirve, la sirvienta, fue un apelativo heredado del feudalismo, que llegó con el colonialismo y se difundió durante la República. Aún hoy, existen otros soterrados calificativos

en América Latina para referirse al trabajo del hogar que invisibilizan, discriminan y denigran a las personas que los realizan. Otras expresiones comunes, como la muchacha o la que me ayuda en la casa, no designan a quienes ejercen este oficio en tanto trabajadoras, es decir, anulan y ocultan su condición de sujetos con derechos laborales.

El trabajo doméstico es una de las ocupaciones más antiguas, que funde sus raíces en el trabajo esclavo y en otras formas de servidumbre, en el que históricamente se han estructurado el cruce de las discriminaciones basadas en género, raza/etnia y condición social. Lo que significa que el servicio doméstico ha representado una de las mayores ocupaciones entre las mujeres, principalmente de origen afro, indígena y campesino, que pertenecen a los estratos más pobres y vulnerables de la sociedad[75]

A pesar del cambio reciente en la jurisprudencia nacional respecto a la connotación de la palabra, Bogotá y el país siguen teniendo una deuda histórica con las mujeres dedicadas a los oficios domésticos, por las incontables discriminaciones, negligencias y abusos que durante décadas han soportado dentro de los contextos en los que han tenido que trabajar.

75 Cepal y Naciones Unidas, “Trabajadoras remuneradas del hogar en América Latina y el Caribe frente a la crisis de covid-19 (ONU Mujeres, 2020), https://www.cepal.org/es/publicaciones/45724-trabajadoras-remuneradas-hogar-america-latina-caribe-frente-la-crisis-covid-19

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GENTE
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ELOÍSA LAMILLA GUERRERO PARTIDAS NECROLÓGICAS DE 1901. ARCHIVO DE BOGOTÁ, FONDO SECRETARÍA DE SALUD, SERIE LIBROS NECROLÓGICOS, JUNIO-JULIO DE 1901, 286-287.

LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

PARTIDAS NECROLÓGICAS DE 1926. ARCHIVO DE BOGOTÁ, FONDO SECRETARÍA DE SALUD, SERIE LIBROS NECROLÓGICOS, NOVIEMBRE DE 1926, 298-299.

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Reivindicar el oficio del trabajo doméstico requiere superar el ocultamiento y silenciamiento que, como una bruma, se ha esparcido durante tantos años. Se trata de recuperar el rastro indeleble de todas aquellas mujeres dedicadas a un oficio que ha sido desdeñado y desapercibido en la historia de la ciudad y, por ende, de transformar los códigos culturales a través de los cuales su presencia se inscribe en la urbe contemporánea.

La presencia de las mujeres dedicadas a las labores del hogar es numerosa tanto en los archivos necrológicos como en los suelos capitalinos. La servidumbre se registra copiosamente como uno de los oficios con mayor número de muertes en Bogotá a principios del siglo XX. Así como también el de abuelas, esposas, madres, hermanas e hijas dedicadas a las labores que sostienen los espacios íntimos y privados, y que en las partidas se designan como oficios domésticos. Un universo de mujeres de diferentes edades y proveniencias, que ejercieron —y aún ejercen— este rol asumiendo toda la carga de las tareas del hogar como responsabilidades “naturalmente” femeninas, cuyos cuerpos fueron a parar, mayoritariamente, al antiguo Cementerio de Pobres; tanto que podría afirmarse que es el cementerio de las trabajadoras del hogar, remuneradas y no remuneradas, protagonistas ocultadas del pasado y el presente de Bogotá.

Para dar un estimado, en octubre de 1902 se consignaron 355 partidas de defunción:

29 aparecen registradas con la profesión de sirvientas; 1, de sirviente; y 7, de otros oficios, como aplanchadoras, lavanderas y cocineras, para un total de 37. El oficio de militares suma 62 partidas y el de agricultores registra 30 defunciones en todo el mes. Si incluimos los datos del trabajo doméstico no remunerado inscrito bajo la categoría de oficios domésticos, sumaríamos 29 nuevos registros. Esto da un total de 66 partidas asociadas al trabajo del hogar que superan las muertes de militares, en un momento en el que Colombia estaba en plena guerra de los Mil Días. Lo que significa que las probabilidades de muerte de las personas, en su mayoría mujeres, dedicadas al trabajo del hogar son similares e incluso mayores que las de los militares durante un periodo de guerra.

Si se analiza otro año, se encuentra que en julio de 1914 se registraron 323 partidas de defunción, de las cuales, se ignora el oficio de 47; 36 corresponden al oficio de agricultor y agricultora; 29, a sirvientas; 11 a aplanchadoras, lavanderas y cocineras; 14, a oficios domésticos, y 4, a militares. En este año, Colombia ya no estaba atravesando una guerra interna. No obstante, las cifras de muerte de personas dedicadas al trabajo del hogar y el cuidado suman 54, y superan incluso los datos de aquellos cuyo oficio se ignora. Un último ejemplo que ilustra la situación de vulnerabilidad histórica de esta población se extrae de las cifras de marzo de 1932.

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LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

LAVANDERA. APROX. AÑOS SETENTA. SECRETARÍA GENERAL DE LA ALCALDÍA MAYOR DE BOGOTÁ D.C. - DIRECCIÓN DISTRITAL DE ARCHIVO DE BOGOTÁ, COLECCIÓN VIKI OSPINA.

AMA DE CASA. APROX. AÑOS SETENTA. SECRETARÍA GENERAL DE LA ALCALDÍA MAYOR DE BOGOTÁ D.C. - DIRECCIÓN DISTRITAL DE ARCHIVO DE BOGOTÁ, COLECCIÓN VIKI OSPINA.

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ELOÍSA LAMILLA GUERRERO

De 590 partidas necrológicas en el mes, el trabajo de agricultura alcanza el mayor número de registros, con 26, y le siguen las partidas asociadas a los trabajos del hogar, con 21, solo que en este caso la categoría de oficios domésticos tiene 11 partidas, mientras la de sirvienta registra 9 y otros oficios del hogar, 1.

Llama la atención, además, el elevado número de partidas en las que se ignora el oficio o actividad laboral (151), la gran mayoría de estos correspondientes a difuntas mujeres. Es inevitable preguntarse si este subregistro es una negación de trabajo del hogar como parte fundamental de la economía y la sostenibilidad de la sociedad, e incluso más del oficio de sirvientas.

Más allá de lo que puedan decir u ocultar las cifras, cada una de las partidas necrológicas desenterradas guarda un ápice, un último extracto o testimonio de la existencia de una mujer que dedicó su vida, su cuerpo y su salud a las arduas y menospreciadas labores del hogar y la familia, los cuales suman en conjunto millones de testimonios de mujeres dedicadas a este trabajo, quienes posiblemente murieron por causas que se derivan de las condiciones de precariedad propias de la Bogotá de la primera mitad del siglo XX, y de la exclusión y las violencias en medio de las que tuvieron no solamente que ejercer sus labores, sino existir. Recorrer los archivos donde descansan las historias de estas mujeres tiene, entonces, el sentido no solamente de

reconocer la relevancia de su presencia en la sociedad, presencia que ha sido invisibilizada históricamente, sino también el de iluminar esa invisibilización crónica y latente del lugar donde reposaron sus huesos: el Cementerio de Pobres que, por estar asociado a una población en particular, fue afectado por las mismas lógicas de exclusión y olvido que aún hoy sostienen un ordenamiento social basado en la segregación. Iluminar la invisibilización (hacerla evidente) implica tanto volver la mirada a las vidas de estas mujeres, sus luchas, sus proyectos y sus afectos, como reconocer y cuestionar las condiciones estructurales a las que han tenido que sobreponerse.

21 DE JULIO DE 1900

144- Jiménez Rafaela. Hija de Felipe Jiménez y Agustina Rodríguez, de cuarenta años, de Guatavita, soltera, sirvienta, murió hoy en el Hospital de Tuberculosis pulmonar, según lo certificó el Dr. Herrera, L. León obtuvo licencia para Cementerio de Pobres.[76]

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LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES 76 Archivo de Bogotá, Fondo Secretaría de Salud, serie Libros Necrológicos, julio de 1900, 92.

5 DE ABRIL DE 1907

44- Rozo Delfina, hija de José M° Rozo y Amparo Garzón, de treinta años de edad, natural de Gachetá, soltera, sirvienta, murió ayer en el Hospital de San Juan de Dios, de enteritis tuberculosa, según lo certificó el practicante Dr. Ángel L. Obtuvo licencia para inhumar el cadáver en el Cementerio de Pobres. Leonidas León.[77]

6 DE ENERO DE 1931

59- Gregoria Pachecho, hija de Anastasia Pacheco, edad 80 años, natural de Zipaquirá, soltera, sirvienta, murió ayer a las 4 am en el Asilo de Indigentes de Mujeres, de disentería crónica, según lo certificó el Dr. Pablo A (ilegible), obtuvo licencia para inhumar el cadáver en fosa común. Abraham Rubio.[78]

Entre lo lacónico de la información que se registra, cada texto se expande como un cuerpo en reposo, cuyo silencio está a la espera de ser conjurado. Ver a ese grupo de mujeres en su singularidad permite definir algunas siluetas, conocer ciertos pormenores de cómo fueron sus vidas, imaginar las condiciones en las que subsistieron y rastrear algunas de las situaciones que tuvieron que padecer.

Rafaela, Delfina y Gregoria. Las nombro para que se sienten a mi lado, para invitarlas a que me cuenten quiénes eran. Cada una guarda un relato, cada una es un universo inabarcable y singular, pero las tres juntas se convierten en un detonante, en una explosión que impacta el presente.

“A lo mejor eso somos al nacer, no lo había pensado antes: una enorme cicatriz que anticipa las que vendrán”[79] .

Rastrear algunos rincones de las geografías que recorrieron sus cuerpos permite hacer audibles algunos datos y seguir escarbando cada detalle para roerlo como un hueso, hasta llegar al tuétano y descubrir el vacío elocuente de lo no dicho.

Rafaela, Delfina y Gregoria. Las tres llegaron en las primeras décadas del siglo XX desde el oriente rural del altiplano que rodea la capital, territorio fuertemente marcado por un pasado indígena, tanto como lo revelan los lugares desde donde migraron: Guatavita, Gachetá y Zipaquirá, antiguas zonas habitadas por cacicazgos muiscas. Las tres murieron solteras, a pesar de sus edades (30, 40, 80 años), en una época donde el matrimonio era casi una obligación social. No podemos saber si alguna o todas estuvieron embarazadas o tuvieron hijos, pues los llamados “bastardos” o

77 Archivo de Bogotá, Fondo Secretaría de Salud, serie Libros Necrológicos, abril de 1907, 370.

78 Archivo de Bogotá, Fondo Secretaría de Salud, serie Libros Necrológicos, enero de 1931, 157.

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ELOÍSA LAMILLA GUERRERO
79 Alia Trabucco Zerán, Limpia (Bogotá: Lumen, 2023).

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MUJERES CON SUS HIJOS EN EL PARQUE SANTANDER. APROX. AÑOS SETENTA. SECRETARÍA GENERAL DE LA ALCALDÍA MAYOR DE BOGOTÁ D.C. - DIRECCIÓN DISTRITAL DE ARCHIVO DE BOGOTÁ., COLECCIÓN LEO MATIZ.

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ELOÍSA LAMILLA GUERRERO TRABAJADORA INTERNA DE SERVICIOS VARIOS EN ESPACIO ÍNTIMO DE HOGAR BOGOTANO. APROX. ENTRE 1957 Y 1965. ARCHIVO PERSONAL DE ANA VICTORIA MOGOLLÓN ARIZA.

LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

“ilegítimos”, es decir, hijos por fuera del matrimonio, eran muy frecuentes.

Tanto Rafaela Jiménez como Delfina Rozo murieron por tuberculosis, una enfermedad bacteriana que se transmite desde alguna persona infectada. La tuberculosis pulmonar como la intestinal están asociadas a condiciones de malnutrición y precariedad higiénica. Gregoria Pachecho murió en el Asilo de Indigentes de Mujeres de disentería crónica, que a menudo se propaga a través de alimentos contaminados o agua sucia. De Rafaela y Delfina sabemos que murieron en el hospital de los pobres y marginales: el San Juan de Dios. Y las tres fueron enterradas en el sector más humilde del cementerio, donde no se cobraba la sepultura, primero llamado Cementerio de Pobres, luego fosa común y, finalmente, cementerio gratis.

Las trabajadoras domésticas han sido relegadas a vivir en la sombra. Encargadas de ejecutar las tareas vitales que sostienen a la sociedad como alimentar a las familias, limpiar, lavar, realizar las compras, amparar el hogar, atender a las mascotas, cuidar de niñas y niños, personas adultas mayores o con discapacidad, e incluso, tiempo atrás, ser nodrizas que amamantaban a los recién nacidos, todo ello ejercido, de manera predominante, bajo condiciones de indignidad y maltrato. Relegadas a las piezas más frías, húmedas y sombrías de las casas, diseñadas específicamente para la humanidad menospreciada de las trabajado-

ras del hogar. Mujeres condenadas a padecer abusos sistemáticos. Convertidas en sombras que cargan sobre sí el peso de una posición tajantemente subordinada que se mantiene aún después de su muerte.

Es importante reconocer que cuando hablamos de trabajo doméstico no estamos hablando de un empleo como cualquier otro, sino que nos ocupa la manipulación más perversa y la violencia más sutil que el capitalismo ha perpetuado nunca contra cualquier segmento de la clase obrera.[80]

La inmersión en los archivos necrológicos permite insistir en pronunciar sus nombres, recordarlas y verlas entre nosotros, a pesar de que por mucho que se intente no se logre escuchar sus propias voces para narrar sus vidas, porque el lenguaje de lo concreto sobre lo que se decide contar y lo que se decide omitir atraviesa los archivos. No obstante, las presencias fantasmagóricas se ocultan entre los fragmentos, la repetición de los datos, entre las ausencias. Se trata de un intento por hacer una radiografía o, mejor, una necropsia histórica a partir de la información oficial, para reconstruir algunos de los relatos de vida y muerte de las trabajadoras del hogar, que apelen a la imaginación y al diálogo con otros

80 Silvia Federici, Revolución en punto cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas (Madrid: Traficantes de Sueños, 2012), 36.

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LA VIDA EN LA CIUDAD. APROX. AÑOS SETENTA. SECRETARÍA GENERAL DE LA ALCALDÍA MAYOR DE BOGOTÁ D. C.DIRECCIÓN DISTRITAL DE ARCHIVO DE BOGOTÁ, COLECCIÓN VIKI OSPINA.

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MUJERES LAVANDO ROPA EN LA CIUDAD, CA. 1935. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ, FONDO LUIS ALBERTO ACUÑA.

LOS ENTIERROS DE MI GENTE POBRE 115

LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

testimonios similares, para volverlas sujetos presentes y reconocer su valiosísimo legado.

22 DE JULIO DE 1901

313- Díaz, Rosa. Hija de Manuel Díaz y Gregoria Bernal de cincuenta años (50) de edad natural de Bogotá, soltera, sirvienta, murió hoy en el Hospital de San Juan de Dios de “miseria fisiológica” según lo certificó el Dr. Lombana B. Dolores Peña obtuvo licencia para inhumar el cadáver en el Cementerio de área.[81]

29 DE DICIEMBRE DE 1934

563- Moreno, Rosa María, hija de Estefanía Moreno, de 20 años de edad, natural de Soatá, soltera, oficios domésticos, murió el 27 a las 6 p.m. en la Cra

10 #7-63 de herida perforante del tórax y de los miembros inferiores por instrumento cortante y punzante, según certificó el Dr.R Martínez quien practicó la autopsia ordenada por el Juez Pte. Pol. Nal. Obtuvo licencia para inhumar el cadáver en área. E. Tobar.[82]

El tecnicismo de las palabras solo vislumbra el filo del horror vivido. Las Rosas, como muchas otras mujeres, trabajaron buena

81 Archivo de Bogotá, Fondo Secretaría de Salud, serie Libros Necrológicos, julio de 1901, 324.

82 Archivo de Bogotá, Fondo Secretaría de Salud, serie Libros Necrológicos, diciembre de 1934, 45.

parte de su tiempo sirviendo a otros, quizá desde muy jóvenes o siendo aún niñas. En las partidas necrológicas se registran mujeres de diversas edades, incluso niñas y adolescentes entre los nueve y los veinte años, y personas mayores que superan los ochenta y noventa años, quienes se encargaron de buena parte del funcionamiento de casas y familias ajenas, muchas veces a costa de sus propias vidas. Una inmensa mayoría provenía de zonas rurales y, también, de sectores urbanos empobrecidos. Estas situaciones continúan en el presente. Como buena parte de otras trabajadoras domésticas, ambas Rosas murieron solteras, lo que confirma su desarraigo con vínculos sociales estables y distintos a los de los empleadores y sus familias.

Rosa Díaz falleció un lunes en el Hospital San Juan de Dios. Su deceso fue consecuencia de la miseria fisiológica o miseria orgánica, también conocida en Europa como el mal de la rosa (una coincidencia escabrosa con su nombre) o el mal de la miseria. Todos, eufemismos para referirse a la malnutrición ocasionada por una dieta deficiente. Rosa tenía cincuenta años y, a pesar de estar trabajando, probablemente para familias acomodadas, a lo largo de su vida sufrió de hambre y desnutrición hasta que su cuerpo no resistió más. Alguien debió pagar un peso, que era el valor de la zona en área, para depositar su cuerpo en la tierra, en un sector humilde, pero aun así identificable.

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—Nos dijo que nos teníamos que poner a dieta porque nos íbamos a enfermar, pero eso en verdad era para no gastar mucho mercado con nosotras—, afirma. Según Elizabeth, solo tenían derecho a dos comidas diarias: la primera a las 11:30 de la mañana, casi siempre compuesta por una ensalada de brócoli, zanahoria cocida, coliflor y una tortilla de huevo. La segunda y última se servía hacia las 7 de la noche y solía ser una sopa de apio o cebolla y un muslito de pollo. —La pechuga era para los perros, no para nosotras—, cuenta indignada por el teléfono. En adelante, quedaban prohibidos el queso, la leche, el café y la “aguapanela”.[83]

Por su parte, Rosa Moreno, de tan solo veinte años, portaba el apellido materno; ¿habría sido criada por su madre, o habría quedado huérfana y sido llevada a Bogotá desde Soatá de pequeña? Fue desterrada del campo y de sus raíces indígenas, trasladada a la capital y obligada a realizar las exigentes labores domésticas de un número desconocido de familiares o parientes lejanos. Quizás recibió como único “pago” techo y comida, que seguramente eran deficientes para una vida saludable y digna.

83 Entrevista a Elizabeth Mosquera por Laila Abu Shihab Vergara, en “Trabajadoras domésticas internas: los abusos de los que no se habla”, La Vorágine, 12 de abril, 2022, https:// voragine.co/trabajadoras-domesticas-internas-los-abusos-de-los-que-no-se-habla/

Rosa Moreno murió un jueves a las seis de la tarde en el barrio San Victorino, como resultado de las crueles heridas que recibió con un objeto cortopunzante. Un homicidio que, por la forma de ser ejecutado, demuestra la sevicia e intencionalidad del victimario y que bajo la lupa actual podría ser catalogado como un feminicidio[84]. Su cuerpo fue enterrado en área; alguien pagó un peso para disponerlo allí, pero en definitiva no fue asumido por la Alcaldía Municipal, como queda explícitamente consignado a propósito de otras muertes violentas.

Las causas de muerte de estas dos mujeres evidencian las violencias, crueldades y vejaciones que tuvieron que padecer. Seres humanos vulnerados por la sociedad, no solo en términos simbólicos, sino también físicos. Ubicadas en el escalón más bajo de la pirámide socioeconómica, con acceso limitado o nulo a educación, vivienda, salud, alimentación, tiempo libre e intimidad; subsistieron en situaciones de precariedad y pobreza, y murieron por los atropellos y ultrajes de una sociedad clasista, racista y machista.

“Nosotras trabajamos para todos pero al final no trabajamos para nadie. A veces ni siquiera nos consideran como personas, a veces les va mejor a los animales”[85], dice Claribed

84 La ley 1761 o ley Rosa Elvira Cely tipificó en 2015 el delito de feminicidio como delito autónomo.

85 Laila Abu Shihab Vergara, “Claribed Palacios: la mujer que vive muchas vidas para dignificar el trabajo doméstico”, La Vorágine, 2020. https://voragine.co/trabajadorasdomes-

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ELOÍSA LAMILLA GUERRERO

LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

EL DÍA A DÍA. APROX. AÑOS SETENTA. SECRETARÍA GENERAL DE LA ALCALDÍA MAYOR DE BOGOTÁ D. C. - DIRECCIÓN DISTRITAL DE ARCHIVO DE BOGOTÁ, COLECCIÓN VIKI OSPINA.

Palacios, presidenta de la Unión de Trabajadoras Afrocolombianas del Servicio Doméstico (Utrasd), el primer sindicato de trabajadoras domésticas afrocolombianas de Colombia, creado en marzo de 2013, con sede en Medellín, pero con presencia nacional.

Uno de los primeros antecedentes de organización de trabajadoras domésticas se remonta a 1919, año significativo para la agremiación y la movilización social en Bogotá y el país. Eran tiempos de demandas y luchas inspiradas en los principios socialistas. En Montería, mujeres como Juana Julia Guzmán y María Varilla, campesinas que eran lavanderas, aplanchadoras y cocineras, junto con otras trabajadoras domésticas, se organizaron para constituir la Sociedad de Obreras Redención de la Mujer. Su símbolo era la imagen de una mujer planchando en representación del trabajo incansable de las mujeres pobres. Mientras tanto, en Bogotá, el Partido Socialista intentó organizar a esa numerosa pero ignorada mano de obra femenina para que se hiciera la primera huelga de sirvientas, en el marco de la fatídica protesta de artesanos en marzo de 1919. Aunque todo parece indicar que la huelga nunca se llevó a cabo, su sola planeación despertó la indignación y el escándalo entre las señoras y familias de clase alta, tanto como de organizaciones sociales y eclesiásticas. ticas/historias/claribed-palacios-mujer-vive-muchas-vidas-dignificar-trabajo-domestico.php

¿Se habrá visto ridiculez semejante a la de querer que las sirvientas tomen parte en esa desatentada danza de las huelgas? Pues no es broma en las esquinas con letra bien gorda se ha anunciado la huelga de las sirvientas. Y parece que han hecho circular una lista para recoger firmas, y hasta dicen que convocaron una reunión allá por Chapinero ¿con quien se imaginará que trata el socialismo? y por la misericordia de Dios a nosotros los cristianos el ser pobres no nos quita la dignidad ni nuestra grandeza! Tan digna y tan grande es una buena sirvienta como la señora más encopetada; o como la reina más augusta. Y querer que de un momento a otro las sirvientas salgan de las casas y anden rodando por las calles como un trapo sucio, es el colmo de la perversidad y nos hace ver claramente lo que es el socialismo […] Existe un numerosísimo grupo de sirvientas que son por sus virtudes legítima gloria de esta culta población: que ese grupo crezca indefinidamente es el ideal a que todos debemos aspirar.[86]

Es probable que en los años posteriores existieran nuevos intentos de asociación de las trabajadoras del hogar en Colombia y el resto de América Latina. Para 1935, por ejemplo, las cholas de Bolivia se organizaron

86 Boletín del Círculo de Obreros, 30 de noviembre, 1919, en Renan Vega, Gente muy rebelde, t. 3: Mujeres, artesanos y protestas cívicas (Bogotá: Pensamiento Crítico, 2002), 263, énfasis añadidos.

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y lograron reivindicar sus derechos y derogar una disposición municipal discriminatoria que prohibía que las mujeres de pollera y con canastas —muchas vinculadas a las tareas del cuidado— subieran a los tranvías porque “rasgaban las medias de las señoras”[87]

Paradójicamente, en Colombia, el primer antecedente de consolidación de un sindicato de empleadas domésticas se registró en 1938, una organización creada por patronas camanduleras que, respaldadas por la Iglesia, expandieron los espacios privados de control y yugo de las empleadas hasta los dominios públicos. Las directivas del sindicato imprimían el semanario Orientación Doméstica, para la difusión entre el gremio de las trabajadoras del hogar, que insistía en no desafiar a la autoridad, obedecer con humildad y soportar calladamente las mortificaciones del trabajo doméstico como actos de misericordia divina, y así lograr asemejarse a santa Zita, patrona de las trabajadoras domésticas, quien padeció abusos y maltratos sistemáticos por parte de sus empleadores. Por último, reiteraban la importancia de la resignación, “pues los pobres siempre serán pobres, los ricos, ricos, y la verdadera justicia solo se encuentra en el Reino de los Cielos”[88]

87 Elizabeth Peredo Beltrán, “Mujeres, trabajo doméstico y relaciones de género: reflexiones a propósito de la lucha de las trabajadoras bolivianas (Clacso, Xalapa, 2003), http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/gt/20101012022000/7pereda.pdf

88 Angel Unfried, “La revancha de Santa Zita”, Malpen-

Tal como lo hemos visto, la opresión, el desprecio y las malas condiciones laborales se manifiestan en los quebrantos de salud que, históricamente, han aquejado a las trabajadoras del hogar. Al respecto, el reconocido escritor finisecular José María Cordovez Moure, aunque de forma irónica, señala en sus Reminiscencias de Santafé y Bogotá que:

“Este mundo es un fandango y el que no baila es un tonto”

La anterior sentencia tiene riguroso cumplimiento entre nosotros; pero especialmente en el gremio de sirvientas. No sabemos las causas que influyan en estas para hacer de la vida una zambra perenne, sin dejar pasar oportunidad de divertirse en cualquier forma y lugar, aunque en ello comprometan el alma, la existencia y el cuerpo: no decimos la salud, porque, en realidad de verdad, es muy rara la que goza de ella. [...] las desheredadas llevan vida arrastrada hasta que a fin dan en la fosa. Mientras tanto se divierten y bailan que es un contento en los sitios a propósito para satisfacer su constante aspiración.[89]

La vida y la muerte están juntas. Reír y sufrir, bailar y llorar, gozar y morir son caras de una misma moneda. Sin embargo, sorprenden sante, 2016, https://cronicasperiodisticas.wordpress. com/2016/09/19/la-revancha-de-santa-zita/ 89 Cordovez Moure, Reminiscencias escogidas de Santafé y Bogotá, 574, énfasis de la autora.

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las agudas y masivas afecciones de salud de las trabajadoras del hogar que son las causantes de su fatal desenlace. Y, no obstante, genera sátira y reclamo, por parte de la sociedad, el derecho al disfrute y divertimento en los ratos libres de las mujeres trabajadoras del hogar. Una expresión de subestimación hacia la integridad física y emocional de estas mujeres, porque a pesar de que muchos empleadores insisten en que ellas “son como de la familia”, el trato que reciben dista mucho de dicha afirmación.

Personas como Petronila Hoya, Magdalena Plazas, María Luisa Bernal, entre otras trabajadoras del hogar, murieron por infecciones respiratorias como neumonía, bronquitis, laringitis, congestión pulmonar, por nombrar solo algunas, posiblemente asociadas a cocinar con estufa de leña y habitar en espacios húmedos y sin ventilación, por las calles polvorientas, las fuertes lluvias y vientos propios de la sabana andina. También fallecieron Crescencia Rodríguez, Desposorios Rubiano, Agripina Caycedo, entre otras, por malestares gastrointestinales como gastritis, enteritis, disentería y otras intoxicaciones alimentarias muy comunes y propagadas por la contaminación del agua potable, la leche cruda, los productos en mal estado y la preparación de alimentos en condiciones insalubres. Otros factores que causaron la muerte de Francisca Perdomo, María Antonia Ruiz, Estanislada Bonilla y más mujeres fueron los problemas renales, por las extensas jorna-

das que tenían y aún tienen las trabajadoras sin tomar líquidos ni ir al baño.

Carmen Duarte, María de Jesús Vargas, Emiliana Forero, Delfina Camargo, Eloísa Martínez, Consejo Gómez, entre tantas, murieron por afecciones del sistema inmune, como el síndrome de Guillain-Barré, la esclerosis y la artritis reumatoide, que es una de las mayores afectaciones que sufren las trabajadoras domésticas.

Lorenza Cortés, Asunción Cardoso, Juan Beltrán, entre otros sirvientes, murieron por enfermedades del sistema circulatorio, como obstrucción mitral, paro cardíaco, insuficiencia tricuspídea, entre algunas causas, por extenuantes jornadas laborales, falta de ejercicio y de una alimentación balanceada. Cabe mencionar las muertes relacionadas con hernias, ruptura de huesos, problemas de columna, desgaste de articulaciones, afectaciones en la piel, anemia, intoxicación por productos de limpieza, entre miles de riesgos más.

¿Quién puede morir limpiando una casa? Ana recuerda el caso de compañeras caídas de balcones y terrazas, y de otras quemadas por sartenes y ollas que volaron por los aires. Pero la agresión más frecuente es también la más silenciosa y en apariencia la más benigna: la del maltrato y la humillación, la del descaro y el abuso.[90]

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90 Entrevista a Ana Salamanca por José A. Castaño, en “Ana,

LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

Hay que señalar también las frecuentes epidemias de la época, como el sarampión, la tuberculosis en todas sus variantes y, una de las más temidas, la fiebre tifoidea, que afectaba mortalmente a las trabajadoras domésticas. Otra asociación del contagio de la fiebre tifoidea con el trabajo doméstico se establece a través de Mary Mallon, irlandesa que migró a los Estados Unidos a comienzos del siglo XX, quien sobrevivió como cocinera de familias adineradas. Se dice que ella fue la primera portadora asintomática de la historia, infectada con la bacteria de la salmonela, pero que no desarrolló ninguno de los síntomas de la fiebre tifoidea. Contagió a más de treinta personas a través de los alimentos que preparaba, lo que causó la muerte de tres de ellas. Fue perseguida, maltratada y condenada a vivir y morir en una isla solitaria, y es recordada por su humillante apodo: María Tifoidea[91]

Sumado a las muertes por epidemias, tenemos también un alto porcentaje de mujeres que perdieron la vida por complicaciones durante el embarazo, el parto y el posparto, o por abortos, es decir, causas relacionadas con temas de maternidad. Si la mujer sobrevivía, pero perdía el bebé, en la partida necrológica

la justicia limpia, la inequidad ensucia”, La Vorágine, 2020, https://voragine.co/ana-la-justicia-limpia-la-inequidad-ensucia/

91 Marta Macho-Stadler, “Mary Mallo: la cocinera que vivió un cuarto de siglo en cuarentena”, The Conversation, 2020, https://theconversation.com/mary-mallon-la-cocineraque-vivio-un-cuarto-de-siglo-en-cuarentena-137799

del niño difunto se incluía que el proceso pasaba a estar a cargo de un juez presente de la Policía Nacional, quien, para verificar que no se había tratado de una muerte inducida, podía ordenar que se practicara una autopsia y así determinar si las causas del deceso del neonato o infante estaban vinculadas con alguna práctica abortiva, la cual podría significar una condena judicial para la madre.

En el 2020, el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) estimó que en Colombia había aproximadamente 700.000 personas que se dedicaban a las labores domésticas remuneradas, de las cuales más del 94 % eran mujeres, quienes, además de padecer quebrantos físicos, también reportan cuadros mentales de estrés, ansiedad y depresión. Con el agravante de que solo el 17 % están afiliadas a salud y pensión, a pesar de que una sentencia de la Corte Constitucional, en el 2014, declaró el derecho legal al pago de la prima de servicios iguales para el trabajo doméstico, como ya se había establecido para el resto de trabajadores del país. Sin embargo, el pregón “Somos la excepción a los derechos laborales” de las mujeres del Sindicato de Trabajadoras del Hogar e Independientes (Sintrahin), primero de este tipo en Colombia, constituido en 2012, da cuenta del incumplimiento legal en la práctica. La desprotección, la informalidad y la exclusión que han vivido las personas dedicadas a las tareas del hogar las convierte en una población susceptible de bordear las

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DESAMPARO. APROX. AÑOS SETENTA. SECRETARÍA GENERAL DE LA ALCALDÍA MAYOR DE BOGOTÁ D. C. - DIRECCIÓN DISTRITAL DE ARCHIVO DE BOGOTÁ. COLECCIÓN VIKI OSPINA.

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fronteras de la miseria, pero que irónicamente labora más horas al día que el promedio del resto de trabajadores.

En los escritos históricos y literarios de la ciudad del periodo estudiado se habla vaga y superficialmente de las experiencias y obstáculos sociales, económicos y políticos que afrontó este grueso segmento de la población. En muchos casos, las historias o referencias que existen son sesgadas y desprestigian al gremio de las trabajadoras del hogar, o tienen la intención específica de señalar públicamente las faltas y transgresiones cometidas por las mujeres, como es el caso de la siguiente nota judicial fechada en 1887. En otros, como en la nota de El Tiempo de 1963, solo se exponen los excesos y violencias a las que son sometidas las trabajadoras del hogar cuando cruzan los límites, pero se normalizan otros tratos porque, según es “lógico”, prestan un pésimo servicio del que frecuentemente son víctimas las y los empleadores.

Al estar sometidas a la subordinación en el interior de los espacios domésticos, las trabajadoras se ven obligadas a callar, y soportar solas y en silencio los malos tratos, desprecios e injusticias de las que son víctimas, por miedo a perder su trabajo o a ser acusadas ante la ley, la cual no ha sido su aliada.

Sin embargo, estamos ante un nuevo panorama que se despliega, uno en el que las mujeres trabajadoras del hogar han decidido levantar la voz y organizarse para “Resistir a la

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LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES REGISTRO MUNICIPAL, 21 DE SEPTIEMBRE, 1887. ARCHIVO DE BOGOTÁ, HEMEROTECA.
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“ABREN CAUSA A SEÑORA QUE MATÓ A PALOS A SU CRIADA”, EL TIEMPO, 4 DE DICIEMBRE, 1963, TERCERA.

LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

discriminación y a una tradición de desigualdad”[92] En Colombia y América Latina, cada vez son más las organizaciones y sindicatos de trabajadoras domésticas que buscan dignificar los salarios, las prestaciones sociales y los tiempos de descanso, así como promover, a través de reformas y leyes, mejoras en las condiciones laborales, de seguridad social y pensional. Tanto el reconocimiento de las problemáticas como las transformaciones que se han producido son resultado de las luchas y demandas de las propias trabajadoras del hogar, y no de sus empleadores o de los sectores sociales que se benefician de ellas. Aun así, las deudas y brechas siguen siendo enormes.

No obstante, las transformaciones, aunque lejos de ser estructurales, comienzan a manifestarse. Prueba de ello es la elección en el 2022 de Francia Márquez como vicepresidenta de Colombia, una mujer negra, madre cabeza de hogar, desplazada, feminista, líder ambiental y abogada, quien también se desempeñó como trabajadora doméstica. Por fin la representación de las mujeres que han sostenido a la sociedad desde los espacios íntimos ocupa un lugar de poder para movilizar los cambios apremiantes. Pero se necesita mucho más que eso.

Por ello, ahora más que nunca, hay que insistir en desempolvar los libros necrológicos y

92 Mensaje tomado del cartel construido dentro de los laboratorios de activación con trabajadoras domésticas desarrollado durante el mes de noviembre de 2022 por el IDPC.

en leer en voz alta las partidas de estas mujeres confinadas al trabajo del servicio y los cuidados ajenos. Resulta impostergable darles un lugar en las memorias de la ciudad y el país a sus nombres, sus incansables dolores y luchas. Se trata de hacer un réquiem, una plegaria de lamentos que se convierta en grito. Un duelo colectivo que no se cierre hasta que haya una reparación material y cultural mediante un reconocimiento definitivo a la dignidad y humanidad de todas las trabajadoras del hogar de Bogotá y del país.

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TERCER ENCUENTRO DEL LABORATORIO DE LASDEATRÁS. //DIÁLOGOS DE CUERPOS EN RESISTENCIA. MANIFIESTOS EN SERIGRAFÍA, IDPC, EN COLABORACIÓN CON TALLER 2PECESALA2 (LINA GÓMEZ). FOTOGRAFÍA DE VIVIANA PARADA, 2022.
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ELOÍSA LAMILLA GUERRERO ARTEFACTO MÓVIL. LABORATORIO CON TRABAJADORAS DEL HOGAR LAS OCULTAS. IDPC. FOTOGRAFÍA DE MAR PARADA, 2022.
LO SAGRADO Y LO ESCATOLÓGICO. FOTOGRAFÍA DE CLARA INÉS ISAZA, 1997. DERECHOS RESERVADOS PNUD COLOMBIA.

UNTARSE DE MUERTO

UNTARSE DE MUERTO

Por Eloísa Lamilla Guerrero

La muerte es un problema de los vivos.

Norbert Elias

Siempre estamos muriendo.

Aunque la muerte no es igual para todos. La muerte varía en sus formas de manifestarse —falla, infección, enfermedad, siniestro, anomalía, una simple caída—, así como también en el tratamiento post mortem que reciben los cuerpos. Ver morir es tan inevitable como morir. Y esa presencia permanente genera una aprehensión aterradora y morbosa.

Por ello, a pesar de tener a la muerte siempre de frente, preferimos voltear la cara y mirar hacia otro lado. Detenernos y dejarnos interpelar por las imágenes que deja a su paso la muerte es una invitación que pocos estarán dispuestos a aceptar; no obstante, esa es la propuesta de este ensayo visual: incomodarnos ante el descarno.

En palabras de Susan Sontag, más que una imagen o una interpretación de lo real, las fotografías son vestigio, rastro directo de lo que fue como una huella o una máscara mortuoria.

En el pasado de Bogotá, los cuerpos sin vida eran expuestos a las miradas desprevenidas de los curiosos al ser conducidos rumbo al

cementerio. Pero en 1886 se prohibió transitar por las calles con cadáveres descubiertos mediante el Decreto 30: “Considerando: Que se tiene establecida por cierta clase social la perniciosa costumbre de conducir descubiertos por las calles los cadáveres que se llevan a inhumar al cementerio, causando con esto una desagradable impresión en los transeúntes que miran tan repugnante espectáculo”[93] No se sabe si lo que incomodaba era ver a los muertos o rozarse con la muerte de las clases empobrecidas.

Mientras tanto, algunos cuerpos fueron trasladados en fastuosos carruajes seguidos

93 Decreto 30 del 1.º de septiembre de 1886, Registro Municipal, Archivo de Bogotá, Hemeroteca.

LUJOSA CARROZA MORTUORIA. SIGLO XX. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ, FONDO DANIEL RODRÍGUEZ.

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LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

UN HUÉSPED MÁS AL CEMENTERIO DE POBRES. “CRÓNICA DE DIFUNTOS”, EL GRÁFICO (BOGOTÁ), N.O 16, 5 DE NOVIEMBRE, 1910, 3.

por atiborradas multitudes y sepultados en el cementerio en terrenos cedidos por el Estado. Otros fueron acicalados y enterrados con solemnidad por sus familiares en lotes de propiedad, bóvedas de arriendo o dentro de la tierra. Unos más fueron recogidos de las calles y hospitales por la Beneficencia y transportados

en humildes ataúdes de madera o en carretas hasta las fosas comunes. Fotografías como la de unos pies callosos y arrugados, cubiertos por ramas y tierra, y la de una mujer amortajada velada sobre una mesa, transmiten la desolación y la crudeza del fin.

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LAMILLA GUERRERO
ELOÍSA
LA MUERTE DE LOS DESAMPARADOS. SIGLO XX. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ, FONDO DANIEL RODRÍGUEZ.
CUERPO EN VELACIÓN. SIGLO XX. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ, FONDO DANIEL RODRÍGUEZ.
DIFUNTOS EN CARRETA. SIGLO XX. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ, FONDO DANIEL RODRÍGUEZ.

LA MUERTE CONTRASTA

LAS DIFERENCIAS

Pero, en general, los muertos están en todas partes y su presencia nos descoloca, aunque ahora nuestra relación con la muerte ha cambiado sustancialmente. Durante mucho tiempo la muerte nos veía a través de los ojos de los moribundos; sufríamos juntos su agonía. Y, cuando llegaba el último suspiro, los allegados cerraban los pesados párpados del recién fallecido, y las mujeres limpiaban el cuerpo y amortajaban las quijadas antes de que la macabra mueca del rigor mortis borrara las facciones de los seres amados. Hoy, la muerte genera temor y perturbación. Nadie quiere ver morir a los desahuciados ni mucho menos acompañarlos en su tránsito final. La muerte se considera indecente y se excluye de los asuntos de la vida.

Sin embargo, siempre estamos muriendo y ningún muerto da espera. A los muertos hay que atenderlos o, de lo contrario, nos consumen en la putrefacción y el tormento. Reclaman nuestra atención para que sepultemos sus cadáveres, esparzamos sus cenizas, honremos su legado y lloremos desconsolados su partida. Los muertos claman no ser olvidados.

Así que los funerales son las cosas que hacemos para resguardar la vida que tuvimos del frío, del sinsentido, del vacío, del ruidoso parloteo y de la cegadora oscuridad. Es la voz

que le damos al asombro, al dolor, al amor y al deseo, a la rabia y la indignación; las palabras que volvemos canto y oración.[94]

En Bogotá, muchos han vivido de los muertos, sobre todo, aquellos dedicados a los oficios funerarios. Trabajos como los de talladores, floristeras, arregladores de tumbas, escaleristas, músicos y hasta rezanderas han sido ejercidos y transmitidos a lo largo del tiempo por habitantes del sector aledaño al Cementerio Central. Algunos iniciaron las pesadas labores siendo muy niños —como lo confirma la impactante imagen de los pequeños escaleristas con uniformes que cuelgan de sus cuerpos infantiles y con utensilios que casi sobrepasan sus humanidades—, y otros heredaron los puestos, conocimientos y destrezas de sus padres y abuelos. Los muertos ofrecen techo y sustento. Y el espacio funerario se ensancha para convertirse en un barrio más de la ciudad, un taller de oficios, un recinto sagrado y un inmenso campo sembrado de muertos.

En los retratos del siglo XX se aprecia la manera como los funerales y las visitas al cementerio son destacados acontecimientos públicos que congregan a familiares, allegados y curiosos. Los muertos son dinamizadores de la vida cotidiana, especialmente durante el mes de noviembre, cuando se conmemora el Día de los Difuntos y los dolientes deciden

UNTARSE DE MUERTO 135 ELOÍSA LAMILLA GUERRERO
94 Thomas Lynch, El enterrador (Bogotá: Alfaguara, 1997), 20. LA IMPOTENCIA ANTE LA PÉRDIDA. SIGLO XX. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ, FONDO DANIEL RODRÍGUEZ.
A LA INTEMPERIE. SIGLO XX. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ, FONDO DANIEL RODRÍGUEZ.

rendirles homenaje visitándolos masivamente, para engalanar sus tumbas, prender velas, pagar serenatas y deambular por el cementerio. La participación en estos actos también puede leerse como contras o conjuros ante la muerte, como una manera de confrontar el destino. Como afirma el escritor argentino Roberto Juarroz[95]: “la muerte nos roza los cabellos, nos despeina y no entra. ¿La detendrá quizás algún gran pensamiento? ¿O acaso pensamos algo mayor que el pensamiento mismo?”.

Durante las primeras décadas del siglo XX, el costado occidental del Cementerio Central, el de los Pobres, se caracterizaba por un paisaje tupido de cruces sobre las que se inclinaban los deudos para manifestar su devoción, sentimiento y lamento. El pedazo de tierra donde se depositan los huesos se convierte en recordatorio, en testimonio de la existencia humana.

Y sobre este terreno donde yace el cadáver se congrega la vida. La tradicional visita y rezo a los muertos es una de las prácticas de religiosidad popular más arraigadas en América Latina. En Bogotá, la fuerte devoción hacia las ánimas y su conmovedora demostración en los cementerios está íntimamente asociada a la migración de poblaciones campesinas hacia la ciudad. La urbe acoge a un gran número de personas que traen consigo un extenso repertorio de creencias y rituales, los cuales afloran,

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LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES 95 Roberto Juarroz, Poesía vertical (Madrid: Cátedra, 1958), 121. MISAS Y OTRAS INTERMEDIACIONES. FOTOGRAFÍA DE CLARA INÉS ISAZA, 1997. DERECHOS RESERVADOS DE PNUD COLOMBIA. TALLADOR DE LÁPIDAS. CA. 1940. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ, FONDO DANIEL RODRÍGUEZ.

UNTARSE

DE MUERTO 139
ELOÍSA LAMILLA GUERRERO OBITUARIOS. EL TIEMPO, 2 DE NOVIEMBRE, 1952, PORTADA. 1. NIÑOS, CORONAS Y CRUCES. EL GRÁFICO, 7 DE NOVIEMBRE, 1914, 8. 2. “EL CULTO DE LOS MUERTOS”, EL TIEMPO, 2 DE NOVIEMBRE, 1944, PORTADA. 3. “EVOCACIÓN DE LOS MUERTOS”, EL TIEMPO, 2 DE NOVIEMBRE, 1946, PORTADA. 4. “SOLEMNE PEREGRINACIÓN”, EL TIEMPO, 2 DE NOVIEMBRE, 1948, 2. 2. 3. 1. 1. 3. 4. 2. 4.

se adaptan y reinventan en los nuevos contextos sociales.

Cada lunes, al caer la tarde, un olor a grasa quemada impregna el Cementerio Central. Las paredes ennegrecidas de hollín y el piso gelatinoso por las velas de sebo son una señal inequívoca de los sitios de devoción a las ánimas. Residuos de fervor como escrituras, espermas, rezos, entre otros, son gestos palpables de clamor hacia los muertos. El circuito ritual incluye varios mausoleos y tumbas de la Elipse como La Piedad, Leo Kopp, Las hermanitas Bodmer, María Salomé, el Caracol y en el pasado, iba hasta la zona de las galerías de occidente que se sitúan cruzando la carrera 19, donde estaban la Capilla de las Ánimas, el pabellón de los NN, la “casa de los restos” y el pastizal limítrofe con la casa del Pitufo, aquel reciclador de los restos de la muerte. Allí también se dice que antes estuvo enterrada María Salomé, una de las primeras tumbas de devoción que perdura hasta el día de hoy, antes de su traslado al sector llamado histórico, para luego ser llevada hacia el Cementerio del Sur. Su atracción es tal, que los traslados solo lograron diseminar su fuerza milagrosa entre los diferentes cementerios de la ciudad.

De la muerte, dice la antropóloga colombiana Gloria Inés Peláez, solo tenemos certeza por la existencia de los seres muertos, por esos difuntos que en la concepción religiosa siguen existiendo como entidades invisibles o ánimas.

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ELOÍSA LAMILLA GUERRERO
“‘FIESTA’ DE DIFUNTOS”, EL TIEMPO, 2 DE NOVIEMBRE, 1957, QUINTA.

LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

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DEVOCIÓN. FOTOGRAFÍA DE CLARA INÉS ISAZA, 1997. DERECHOS RESERVADOS PNUD COLOMBIA.

Las benditas ánimas están en todas partes del Cementerio Central y sus alrededores. La efervescencia del culto se origina en la necesidad de soluciones y milagros inmediatos que aminoren la hostil realidad. Entre las zonas con mayor magnetismo para este culto estaba la Capilla de las Almas o Ánimas precedida por imágenes de la Virgen del Carmen, considerada la Virgen del purgatorio y protectora de las ánimas, junto a una cruz empotrada en la cúspide de la pared, sencilla pero imponente, a la que los devotos le incrustaron monedas, placas de acción de gracias y pequeñas cruces rayadas.

La investigación pionera del historiador Óscar Calvo junto a las fotografías inéditas de Clara Inés Isaza, en el momento culmen de uso

y visita al Cementerio Central en la década de los noventa —años antes del cierre definitivo de la parte occidental—, exponen la intensidad de los rituales para los muertos y las “bajas” pasiones cargadas de tacto, cursilería morbosa y expresiones macabras, en las que se diluye la delgada línea entre lo sagrado y lo telúrico, lo ritual y lo mundano. En el ritual funerario hay que convivir y untarse de muerto para quedar embebido de esa fuerza misteriosa. El contacto directo con la mors ipsa (la muerte misma) es requerido y fundamental. Hurgar en las calaveras y huesos, las prendas y los restos de objetos que reposan en las fosas hace parte de la demanda mágico-religiosa. También se trepaba hasta las ventanas de la “casa de

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LA DEVOCIÓN POPULAR SE TOMA LA ELIPSE CENTRAL. FOTOGRAFÍA DE CLARA INÉS ISAZA, 1997. DERECHOS RESERVADOS PNUD COLOMBIA. SUSURROS EN LA TUMBA DE LEO KOPP.. FOTOGRAFÍA DE CLARA INÉS ISAZA, 1997. DERECHOS RESERVADOS PNUD COLOMBIA.

los restos” para curiosear los cadáveres de los recién llegados. Lo escatológico rodea el ritual. Incluso, para llegar a las bóvedas de los NN había que atravesar el basurero y pisar los pedazos de ataúdes, las coronas y flores marchitas, los desechos de la muerte, estar en contacto directo con la putrefacción. El limbo es un lugar descarnado y pestilente sobre el que se camina como acto de procesión para acceder al poder milagroso de las fosas donde habitan los NN, cuerpos anónimos o sin

reclamar, a quienes se les pagan visitas, rezos y ofrendas a cambio de que cumplan los milagros. Sus bóvedas, como casilleros de ladrillo y plancha de cemento, exhiben huesos curtidos y rotos, lo que no impide que sean portales de comunicación a los que se ingresa para romper la distancia con el más allá. Los circuitos de uso ritual y de desecho van de la mano.

Tanto en la vida como en la muerte nada se desperdicia. Los restos o residuos de lo que alguna vez fue son, para otros, valiosos tesoros

EL LUGAR PARA LA MUERTE DE LOS SIN NOMBRE. FOTOGRAFÍA DE CLARA INÉS ISAZA, 1997. DERECHOS RESERVADOS PNUD COLOMBIA.

LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

LA TUMBA DE MARÍA SALOMÉ, ANTES UBICADA EN EL CEMENTERIO DE POBRES. FOTOGRAFÍA DE CLARA INÉS ISAZA, 1997. DERECHOS RESERVADOS PNUD COLOMBIA.

DECORAR LA MUERTE. FOTOGRAFÍA DE CLARA INÉS ISAZA, 1997. DERECHOS RESERVADOS PNUD COLOMBIA.

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TUMBAS FLORECIDAS. FOTOGRAFÍA DE CLARA INÉS ISAZA, 1997. DERECHOS RESERVADOS PNUD COLOMBIA.

cargados de fuerza milagrosa o, por lo menos, de potencia mediadora. Los ritos funerarios se nutren de lo que ya no es. El cuerpo muerto ya no es el ser querido, pero sus despojos mortales permiten invocar, atraer, contrarrestar. Aquello que unos botan, otros lo resignifican; pocas cosas se agotan para siempre.

El sentido de colectividad es también esencial en la devoción y el intercambio con los muertos, quienes no le pertenecen a una sola persona o familia. Las ánimas son de todo aquel que las requiera y las venere, y que entienda el canje tácito que se establece con ellas de dar a cambio de recibir. Porque, a diferencia de las advocaciones marianas y los santos católicos, las ánimas están en un estado de sufrimiento irremediable, en un limbo que requiere de un intercambio transaccional, y por ello son tan poderosas como rencorosas y castigan a quienes no cumplen el pacto. Su deuda divina las convierte en entidades discordantes, expuestas a una situación de necesidad que es aprovechada por los creyentes. De ahí que la ritualidad popular con las ánimas se produzca sin mucha solemnidad, pomposidad ni permanencia; no importan las maneras de acceder, lo que importa es que, para los vivos, los muertos ofrecen compañía, misterio y protección, al igual que un canal de comunicación y mediación con lo desconocido.

Los signos de la devoción popular se ubican en un espacio liminal y contradictorio. El cementerio es un escenario propicio para el desahogo

emocional, la demostración de los afectos y la prolongación de las memorias de los difuntos, a través de la decoración de las tumbas, la conmemoración de las fechas especiales y la manifestación de los sentimientos. Así como también, un lugar de trauma y de dolor, del recelo y temor que revive la tristeza de la partida, de energías y sensaciones ambiguas.

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QUERER ASOMARSE A LA MUERTE. FOTOGRAFÍA DE CLARA INÉS ISAZA, 1997. DERECHOS RESERVADOS PNUD COLOMBIA. METERSE EN EL LUGAR DE LA MUERTE. FOTOGRAFÍA DE CLARA INÉS ISAZA, 1997. DERECHOS RESERVADOS PNUD COLOMBIA. SOBRAS Y RITO. FOTOGRAFÍA DE CLARA INÉS ISAZA, 1997. DERECHOS RESERVADOS PNUD COLOMBIA. QUE
SE
CUMPLA. FOTOGRAFÍA DE CLARA INÉS ISAZA, 1997. DERECHOS RESERVADOS PNUD COLOMBIA. LLAMAS Y HOLLÍN. FOTOGRAFÍA DE CLARA INÉS ISAZA, 1997. DERECHOS RESERVADOS PNUD COLOMBIA.

El cementerio condensa además la marginalidad de poblaciones relegadas a habitar los bordes de la planificación urbana, aquellos forzados a residir en las fisuras del mundo urbanizado que, como habitantes de las fronteras entre la vida y la muerte, se aferran a la ritualidad de las sobras y la memoria residual para subsistir. Seres condenados a la precariedad por una ciudad que desprecia su existencia, aquellos que viven en la indigencia y entre los desperdicios, llamados durante una época desechables. La escasez material de estas vidas encuentra en el cementerio una posibilidad de aguante que escarba entre los muertos para aprovechar sus despojos y últimas pertenencias.

Durante varios momentos de su historia, los muertos del cementerio distrital han sido objeto de tráfico tanto en términos simbólicos (ánimas) como físicos (huesos). De manera tangible, se consideraron una mercancía o

fuente de ingresos a través de la oferta y venta de sus dientes, cráneos y esqueletos para fines educativos o rituales. Y, por otro lado, también se ha dado la adopción y consuelo de las ánimas por parte de vecinos del sector y de otras partes de la ciudad, que acuden a ellas para suplir necesidades vitales o emocionales, como tener una vivienda, conseguir trabajo, cuidar a la familia, mantener o alejar a la pareja, evitar un embarazo, gozar de salud, ganarse la lotería, entre otros pedidos directamente ligados con aprietos o deseos cotidianos.

Las ánimas se conciben como artífices del proyecto de vida de los devotos. Los mensajes-testimonio atestiguan lo polivalente del deseo.

Una de las poblaciones que actualmente más frecuenta el cementerio y tiene gran afecto por el lugar y sus difuntos son las mujeres del barrio Santa Fe. Algunas de ellas viven en otras partes de Bogotá, pero luego de la muerte de algún cercano decidieron mudarse al centro durante el tiempo en arriendo de la bóveda para acompañar y visitar a su ser amado más íntimamente. Otras, como las trabajadoras sexuales y las mujeres trans, apodan a las ánimas como guardatumbas, y hacen de la visita y ritualidad una experiencia estética y política, una declaración frente a los actos de violencia y exclusión que han sufrido y que también les han costado la vida, de modo que muchas de las tumbas que rememoran son las de compañeras muertas por la discriminación social.

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LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES CASA DEL PITUFO. FOTOGRAFÍA DE PAOLA FIGUEROA, 1997. DERECHOS RESERVADOS PNUD COLOMBIA.

MARCAS EFÍMERAS A LAS BENDITAS ÁNIMAS. DÉCADA DE LOS NOVENTA. FOTOGRAFÍA DE PAOLA FIGUEROA, 1997. DERECHOS RESERVADOS PNUD COLOMBIA.

A pesar del arrasamiento que vivió el lugar funerario en su costado occidental, su memoria resistió al borramiento permanente y, aún hoy, en el espacio vacío persisten las latencias de una ritualidad colectiva pasada y reciente. Rosarios, frases, rayones, flores y otras sutiles marcas trascienden el tiempo y se instalan como testimonios anónimos del pasado en el presente. Los actos devocionales no necesi-

tan pruebas, testigos ni horarios; cada quien entabla la conversación a su manera, porque, aunque se mutiló un segmento valiosísimo del entramado devocional fúnebre de Bogotá, la conexión con la muerte se irradia hacia otros rincones de la ciudad y se unge con nuevos significados.

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DESEOS INSCRITOS EN LA CAPILLA DE LAS ÁNIMAS. FOTOGRAFÍA DE CLARA INÉS ISAZA, 1997. DERECHOS RESERVADOS PNUD COLOMBIA.

CÓDIGOS Y PETICIONES EN LA CAPILLA DE LAS ÁNIMAS. FOTOGRAFÍA DE CLARA INÉS ISAZA, 1997. DERECHOS RESERVADOS PNUD COLOMBIA.

MÍO
PIDO DE TODO
¨DIOS
TE
CORAZÓN QUE MEYEGUE EL PERIODO. AMÉN”. FOTOGRAFÍA DE CLARA INÉS ISAZA, 1997. DERECHOS RESERVADOS PNUD COLOMBIA.
ENTRE CAPAS. FOTOGRAFÍA DE ELOÍSA LAMILLA GUERRERO, 2021

LAS MEMORIAS DEL OLVIDO O LOS OLVIDOS DE LA MEMORIA

LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

LOS USOS Y CONSTRUCCIONES DE LA MEMORIA, EN SU ACEPCIÓN CONTEMPORÁNEA, HAN ENCONTRADO UN ESCENARIO DE PRONUNCIAMIENTO EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES, Y HAN CONFIGURADO UN NUEVO ESCENARIO CONTENCIOSO EN

EL QUE SE TENSIONAN LAS CONSIGNAS

DISCURSIVAS DEL LLAMADO POSCONFLICTO CON LOS SIGNIFICADOS DEL TRASEGAR HISTÓRICO DEL LUGAR. LOS SIGUIENTES

APARTADOS BUSCAN OBSERVAR LA FORMA EN QUE SE RELACIONA ESTA NUEVA VERTIENTE DISCURSIVA CON EL ESPACIO FUNERARIO, EN MEDIO DEL ADVENIMIENTO DE UN CLIMA POLÍTICO QUE PRETENDE RECONOCER LOS ESTRAGOS OCASIONADOS POR EL CONFLICTO ARMADO DE LAS ÚLTIMAS DÉCADAS.

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EL BOGOTAZO: LOS MUERTOS ESQUIVOS Y LA SUPERPOSICIÓN DE LA MEMORIA

Las efemérides evidencian la fragilidad de las memorias y revelan sus paradojas. Es común que cada año algún colectivo político, a través de portales o medios virtuales, recuerde el episodio que pasó a la historia como la Masacre de las Bananeras, ocurrida en la estación del ferrocarril de Ciénaga, Magdalena, la madrugada del 6 de diciembre de 1928, cuando el ejército colombiano disparó contra un grupo de obreros en huelga. Pero en lo que pocos se fijan es en el uso de fotografías que corresponden a los muertos del Bogotazo —ordenados en fila en el piso ajedrezado de una de las galerías del Cementerio Central de Bogotá— para representar a otros muertos, a los muertos de la masacre en la estación de Ciénaga.

Como si la nación no tuviera suficientes cadáveres, los muertos, protagonistas centrales de una memoria que ayudó a construir el reconocido fotoperiodista Sady González con su trabajo, se usan para representar otra memoria cuyos cadáveres en cambio siguen siendo difíciles de tabular: aquellos que murieron en la Masacre de las Bananeras. Pero, pese a que los asesinados durante las manifestaciones del 9 de abril de 1948 y en los días pos-

teriores siempre han contado con una evidencia fotográfica y testimonial sólida —dada la mayor cercanía de la fecha al presente—, aquellos que se cree fueron enterrados en el cementerio en fosas comunes siguen siendo muertos esquivos. Algunos de los testimonios que recogió Arturo Alape para su libro El Bogotazo: memorias del olvido[96] hablan de cadáveres hacinados para ser inhumados “en las fosas comunes que comienzan a abrirse”; de un cementerio “tapizado de muertos en un espectáculo macabro”; de “un muchacho que se metió hasta el alma cogiendo los muertos para echarlos en la fosa común”, pero todavía no se ha podido ubicar el lugar exacto donde reposan en el Antiguo Cementerio de Pobres. Sin embargo, en el ejercicio de relacionar los espacios con la memoria hegemónica construida —se puede hablar de la condición hegemónica del Bogotazo dentro de lo alternativo que representa la reivindicación de ciertos acontecimientos de violencia política—, este hecho se impone por encima de varias capas de muertos producto de la violencia sistemática en la formación de la ciudad de Bogotá. A los muertos del Bogotazo les llegó su turno, en este pulso dinámico, orgánico y vigoroso de la construcción de la memoria.

Que eso es así, lo demuestra la construcción del parque El Renacimiento, un proyecto de renovación urbana inaugurado por el gobierno distrital de Enrique Peñalosa en noviembre de 2000, diseñado por los arquitectos Jorge Villate

Las memorias del olvido o los olvidos e la memoria 159
JAVIER ORTIZ CASSIANI
96 Arturo Alape, El Bogotazo. Memorias del olvido (Bogotá: Universidad Central, 1983).

LUGAR EN EL QUE FUE HERIDO GAITÁN. 1948. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ, FONDO MANUEL H.

Liévano y Mario Cabrera Manrique. El parque se levantó sobre la sección del cementerio identificada como Globo C —uno de los espacios del Antiguo Cementerio de Pobres— y la memoria de los muertos que históricamente habitaron el lugar ni sería obstáculo ni sería tenida en cuenta para el desarrollo de un lugar emblemático de la modernidad patrimonial bogotana, cuya mayor seña de identificación es una escultura ecuestre del artista Fernando Botero en la entrada. Tuvo que pasar casi una década y darse la llegada de una nueva sensibilidad político-administrativa para que se instalara al fondo del parque una pequeña referencia a las víctimas del 9 de abril de 1948, cuyo número e identidad siguen siendo imprecisos.

La única referencia a los muertos, ocurrida en la tardía fecha de 2009, relaciona al lugar precariamente con el Bogotazo a través de un fragmento de “La oración por los humildes” de Jorge Eliécer Gaitán, escrita en una placa, y otra inscripción ambigua que habla de la heroicidad y de la condición de víctimas de los muertos, puesta en boga por las políticas de la memoria de los últimos tiempos: “Aquí yacen, en fosa común, las heroicas víctimas anónimas del 9 de abril de 1948”. Eran otros tiempos. También en el 2009, el entonces senador Juan Fernando Cristo proponía un proyecto de ley en el Congreso para ofrecerles garantías a las víctimas del conflicto armado, es decir, se cocinaba lo que sería la ley de víctimas y restitución de tierras de 2011. Eran tiempos de nuevas sensibilidades que, sin embargo, seguían haciendo tabla rasa de la memo-

ria histórica natural del lugar. El espacio no sería espejo para mirar las violencias y las desigualdades producto de la formación de la Bogotá moderna, pero sí se pulía el cristal, y se adecuaba el sitio para mirar y escenificar las memorias de la violencia del conflicto armado colombiano y las iniciativas del llamado posconflicto.

Ya en el primer semestre del año 2001, el entonces alcalde de Bogotá, Antanas Mockus, escogió los Columbarios para anunciar que se habían evitado 492 muertes violentas gracias a la intervención de la policía y ordenó poner una frase de cuatro palabras —una en cada columbario—: “La vida es sagrada”. Pero nadie aprovechó ese momento para preguntarse por la violencia histórica ejercida sobre los muertos inhumados en ese lugar, que además eran un reflejo de la desigualdad social. Precisamente en los años siguientes los últimos restos serían trasladados del lugar, de modo que el homenaje a la vida se hacía con las tumbas vacías de los muertos y sus memorias desplazadas. Los Columbarios han sido vitrinas para exhibir sensibilidades políticas y sociales que de alguna manera son ajenas al sitio porque la representación de esas realidades no dialoga con los hechos históricos y presentes del lugar. Da la sensación de que estamos ante una memoria incómoda y la solución es domesticarla para intentar que calce con la horma que se viene construyendo sobre el eje de la avenida 26, ligada a la memoria de las víctimas del conflicto armado y su condición de corredor cultural.

Más adelante, en el año 2005, durante la administración de Luis Eduardo Garzón, el Conce-

Las memorias del olvido o los olvidos e la memoria 161

LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

PLACA EN HONOR A LAS VÍCTIMAS EN EL RENACIMIENTO. FOTOGRAFÍA DE CAMILO RODRÍGUEZ-IDPC, 2023.

jo de Bogotá aprobó que en el Globo B del cementerio se hiciera el parque de la Reconciliación, en cuya área se construyó el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación, un proyecto motivado por la sociedad civil, que finalmente se inauguró con la administración de la Bogotá Humana. En el Cementerio Central se iban agenciando otras memorias y se empezaban a movilizar las voces de otros muertos invisibles. Una vez se aprobó el lugar exacto de la construcción de la edificación, fue necesaria la intervención de arqueólogos en-

tre 2008 y 2012 —tiempo que tomó la ejecución del proyecto— en un área de 4.000 metros cuadrados, lo que se convirtió en la excavación moderna en un espacio funerario más importante de Latinoamérica. Se excavaron 900 tumbas con alrededor de 7.000 hallazgos. El material hallado permitió descubrir desde elementos funerarios propios de los entierros hasta fotografías, fetiches, objetos de prácticas mágicas asociadas a la “brujería” e información de toda índole sobre costumbres de la época. Pero para muchos esta remoción de tierra solo tenía sentido en la medida en que se encontraran los muertos del Bogotazo.

Que la memoria de los muertos del 9 de abril de 1948 se convirtiera en una nueva hegemonía no fue fácil. Fue una memoria negada y tratada con pinzas, como lo ha sido la de la Masacre de las Bananeras. El 6 de diciembre de 1929, cuando se cumplió el primer aniversario de esa masacre, Jorge Eliécer Gaitán quiso construir un monumento en el cementerio que sirviera de homenaje a las víctimas a través del Acuerdo 44: “Monumento a los ciudadanos sacrificados en la zona bananera”. Las intenciones de Gaitán quedaron explícitas en el primer artículo: “Destínase en el Cementerio Central de la ciudad una área de terreno de cuatro metros cuadrados para el monumento que allí se levante en memoria de los obreros sacrificados en la zona bananera del Magdalena”[97]

97 Acuerdo 44 de 1929, “Por el cual se hace una destinación en el Cementerio de la ciudad para levantar un monumento a los ciudadanos sacrificados en la zona bananera”, Régimen Legal

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Pero esos cuatro metros cuadrados para reconocer a los muertos de la masacre en el Cementerio Central fueron tajantemente negados. Apenas unos días después, el 11 de diciembre de 1929, la Gobernación de Cundinamarca señaló que el Acuerdo 44 de 1929 entraba en pugna con el numeral 5 del artículo 171 del Régimen Político Municipal (Ley 4 de 1913), que prohíbe a los concejos “aplicar los bienes o rentas municipales a objetivos distintos del servicio público”. Además, reñía con el numeral 6 del mismo artículo: “Decretar honores y ordenar la erección de estatuas, bustos u otros monumentos conmemorativos, a costa de los fondos públicos, salvo las cosas excepcionales y con aprobación de la asamblea”[98]

Para el gobernador Guillermo Camacho Carrizosa, como lo hemos mencionado antes, un asesinato descomunal de trabajadores en la estación del ferrocarril en Ciénaga no tenía la carga política suficiente para considerarlo dentro de las “cosas excepcionales” que pudieran ser aprobados por la asamblea. Pero ya sabemos que la memoria es capaz de saltarse cualquier racionalidad legal, de modo que lo que impidió la construcción del monumento fue la certeza de la carga política y el poder simbólico que tendría un monumento a la Masacre de las Bananeras en el Cementerio Central en ese convulsionado año de 1929, de manera

de Bogotá, https://www.alcaldiabogota.gov.co/sisjur/normas/ Norma1.jsp?i=7754

98 Ley 4 de 1913, Diario Oficial 15012, 6 de octubre, 1913, https://www.consejodeestado.gov.co/webconsejoprueba/ wp-content/uploads/Libros/Ley4_1913.pdf

que, ajustados a los tiempos, sabían que no era recomendable crear, desde la oficialidad, lugares de romería y agitación política.

A mediados de ese año hubo protestas contra un grupo de funcionarios con prácticas corruptas llamadas “jornadas contra la rosca”. La represión de las manifestaciones por parte del presidente, Miguel Abadía Méndez, y el comandante de la policía, Carlos Cortés Vargas, hizo mucho más visible sus vínculos con los hechos de 1928 que caldeaban los ánimos con la molestia por la impunidad. Se respiraba una atmósfera de inconformismo y de necesidad de justicia. En las calles bogotanas se veían mensajes como “Venimos de las Bananeras”, que transmitían la idea de que los manifestantes eran los mismos trabajadores de la huelga bananera y de que el Gobierno que los oprimía era la misma gente que debía pagar por la muerte de los huelguistas. Uno de los protagonistas de las protestas de 1929 era Jorge Eliécer Gaitán.

A través del general Carlos Cortés Vargas —a quien la prensa tradicional seguía llamando, como lo hizo en su momento, “héroe de las bananeras”, pero ahora con abierto tono irónico—, el Gobierno de Abadía Méndez avanzó con la idea del uso de la represión para dispersar las movilizaciones. Sacaron la caballería contra los bogotanos que se concentraban en las calles, hicieron disparos con armas de fuego y no solo hubo heridos, sino que un estudiante de derecho de la Universidad Nacional resultó muerto: Gonzalo Bravo Pérez, quien el 7 de junio recibió un balazo en la espalda que le quitó la vida. La

Las memorias del olvido o los olvidos e la memoria 163
JAVIER ORTIZ CASSIANI

LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

historia de este mártir abre una arista dentro de toda la paradoja de la memoria. Si bien, unos meses después, el monumento a la Masacre de las Bananeras sería negado en los cuatro metros cuadrados que Gaitán solicitaría, este joven sí sería enterrado en el Cementerio Central. Según el Acuerdo 9 del 21 de junio de 1929, debía destinarse en el cementerio “el área de terreno que se necesita para guardar los restos del malogrado estudiante don Gonzalo Bravo Pérez”.

Gonzalo Bravo Pérez era hijo de un reconocido líder liberal de Nariño, Julio Bravo, con tradición como empresario en el sector energético. La madre de Gonzalo era Leticia Pérez, hermana de un exmagistrado de la Corte que ejercía su carrera diplomática, del que Gonzalo había heredado el nombre. Cuando el joven —de ideas liberales como su papá— se fue a estudiar a Bogotá, fue su tío Gonzalo Pérez —conservador— quien asumió el papel de acudiente. Como el tío debía salir del país por su misión diplomática, le pidió a su gran amigo, el presidente Abadía, que fuera el acudiente de su sobrino Gonzalo. Así, el único muerto por la represión del Gobierno de aquellas manifestaciones del 7 de junio de 1929 fue el joven del que el mismo presidente era acudiente. Al funeral asistieron unas 40.000 personas y en el aniversario de su muerte, cada año, su tumba era masivamente visitada por una suerte de peregrinaciones que mantenían viva su memoria. Por el contrario, cuando asesinaron a Jorge Eliécer Gaitán, no fue llevado al Cementerio Central para ser enterrado al lado de otras personalidades del país. Después de muerto sería un

cuerpo venerado hasta el paroxismo, pero sobre todo temido. La Masacre de las Bananeras había ocurrido lejos, y si pese a eso se temía al impacto político de la representación del hecho en el cementerio, se puede deducir fácilmente lo que podría pasar con la presencia permanente de los restos de este hombre de masas en ese lugar. Su destino, envuelto en circunstancias enigmáticas —en las que, incluso, el Ejército Nacional allanó su propia casa, rompió la loza bajo la que estaba sepultado y se llevó el cuerpo a otro lugar en contra de los deseos de su familia—, sería otro. Para Gloria Gaitán, la hija, el cuerpo de su padre ha sido una lucha por la memoria. Desde un principio fue transportado, de manera clandestina, en un carro tirado por un caballo y en ese momento inició una verdadera peripecia por no ser borrado de la historia. Es un vivo ejemplo de las paradojas de los usos de la memoria, su uso político e ideológico, sus capas de jerarquías,

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TUMBA DEL ESTUDIANTE GONZALO BRAVO PÉREZ. FOTOGRAFÍA DE CAMILO RODRÍGUEZ-IDPC, 2023.

sus nominaciones de legitimidad de acuerdo al tiempo y a la oficialidad.

Muy probablemente cuando Gaitán solicitó el monumento a las víctimas de la Masacre de las Bananeras también se estaba moviendo dentro de la identidad política que siempre lo habitó. Su propuesta podría ser interpretada como un acto de oposición y el monumento inevitablemente entenderse como un símbolo para aquellos que estuvieran en contra del Gobierno. Esas víctimas, las del Bogotazo, sin embargo, tenían una forma de ser nombradas, cierto matiz legendario, aglutinador, dentro de los anales de la historia; las consecuencias del magnicidio, del hito histórico, se superponen entonces sobre otros cadáveres en el Cementerio de Pobres cuyas muertes obedecieron a violencias más estructurales, invisibles en todos los tiempos, sin ninguna narración que les diera estatus, ni siquiera dentro de los reconocimientos más alternativos.

En el artículo 142 de la Ley 1448 de 2011, Jorge Eliécer Gaitán y el Bogotazo pasan a ser parte de la memoria oficial:

El 9 de abril de cada año, se celebrará el Día de la memoria y Solidaridad con las Víctimas y se realizarán por parte del Estado colombiano, eventos de memoria y reconocimiento de los hechos que han victimizado a los colombianos y colombianas. El Congreso de la República se reunirá en pleno ese día para escuchar a las víctimas en una jornada de sesión permanente.[99]

99 Congreso de Colombia, Ley 1448 de 2011, “Por la cual se dictan medidas de atención, asistencia y reparación integral

Lo que antes era una memoria residual, adquiere legitimidad. La memoria temida se domestica y se vuelve inofensiva. Gaitán ya no representa un peligro para nadie, pero el uso de su memoria y la de las víctimas del conflicto armado relacionada con el Antiguo Cementerio de Pobres advierte sobre un espacio del duelo cuya memoria no hemos terminado de dimensionar, así como tampoco lo que representa en la historia de la ciudad de Bogotá. Las prácticas justas y necesarias para el reconocimiento de una memoria eclipsada por mucho tiempo —como la de las víctimas del conflicto armado— puede convertirse en otro dispositivo para la negación de las tensiones de las violencias estructurales expresadas desde el principio en el Cementerio de Pobres.

El Antiguo Cementerio de Pobres tiene dos problemas de origen: se asumió desde sus comienzos como un espacio marginal y sus muertos nunca han sido nombrados. Ante la falta de un discurso y un proyecto a tono con su memoria histórica, una de las acciones de intervención oficial del lugar —que apareció como una forma de “salvar los Columbarios”— fue cambiarle el sentido de temporal a permanente a la obra de Beatriz González, Auras anónimas, inaugurada en el 2009. La obra surgió de un primer trabajo realizado en el año 2006 con el título de Vistahermosa, a raíz de la muerte y el desplazamiento por parte de la guerrilla de

a las víctimas del conflicto armado interno y se dictan otras disposiciones”, https://www.unidadvictimas.gov.co/es/ley1448-de-2011/13653

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JAVIER ORTIZ CASSIANI

OBRA AURAS ANÓNIMAS DE BEATRIZ GONZÁLEZ. FOTOGRAFÍA DE CAMILO RODRÍGUEZ-IDPC, 2021.

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campesinos y reinsertados en el municipio de Vista Hermosa, Meta, que se encontraban trabajando en un programa de sustitución de cultivos ilícitos. González dice que “Vistahermosa denota mi interés por los desplazamientos de la ‘población real’ de la que habla Foucault”[100] Es curioso que, para explicar Auras anónimas, Beatriz González vuelva a acudir a Foucault desde la alusión a la estructura panóptica de

Jeremy Bentham, que permite percibir los paneles (nichos, tumbas) con “las pequeñas siluetas cautivas en las celdas de la periferia”[101]. Ya no son —como en Vistahermosa— los cargueros que van desvaneciéndose hasta que desaparecen — lo que evidentemente remite al desplazamiento de la gente—, sino una gente, unas auras que llegan y son encarceladas en el sitio del despojo de otras auras. Hay algo problemático en el mis-

EL PASO DEL TIEMPO. FOTOGRAFÍA DE CAMILO RODRÍGUEZ-IDPC, 2023.

100 Beatriz González, “Recuperar el aura”, en Una retrospectiva, 2.ª ed. (Bogotá: Banco de la República, Bogotá, 2020), 228.

101 González, “Recuperar el aura”, 227.

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mo título de la presentación de la obra, “Recuperar el aura”. Recuperar el aura de unas víctimas y ponerlas allí, con la negación y el desplazamiento de las que históricamente estuvieron en ese lugar. A los dos problemas que mencioné anteriormente del Cementerio de Pobres, habría que agregar un tercero, entenderlo —desde que dejó de ser un sitio de sepultura— como un espacio vacío que puede ser llenado sin problematizar lo que allí ocurrió por más de 140 años. “El vacío que se genera al eliminar la función ceremonial de los columbarios del cementerio popular puede ser llenado a partir de la inscripción del arte contemporáneo en dicho espacio”[102], dijo Doris Salcedo en la víspera de la elaboración del proyecto de Beatriz González. No se puede homenajear una memoria inscrita en el reconocimiento que en los últimos años la nación ha venido haciendo a las víctimas del conflicto armado en Colombia haciendo tabla rasa de la vocación histórica del lugar.

***

No sabemos historiar la paradoja. Mucho menos las incoherencias. Nos gusta ver todo sin fisuras y asépticamente definido en primer plano. No somos capaces de asumir la memoria como un juego de capas en el que una deja ver parte de la otra, y la otra a la que sigue, y la que sigue a la que viene, y la que viene a la próxima, y la próxima a la que… Los ejercicios de memoria deberían

abrir, no sellar. Se dice que, en el área habilitada para inhumar a los pobres en el Cementerio Central de Bogotá, desde que empezó a funcionar a mediados del siglo XIX, hay aproximadamente ocho capas de muertos enterrados. En un pedazo de ese lugar se construyeron, a partir de 1946, los hoy llamados Columbarios. Ahora, con el paso del tiempo y el normal deterioro, empiezan a revelarse y a rebelarse: un nombre, una fecha, una frase… detrás de las capas de pintura.

Los recorridos por el lugar arrojan detalles insospechados. Pese al cerramiento y a que los muertos fueron desterrados hace más de dos décadas, algunos, como pudieron, en la clandestinidad, siguieron ofrendando la memoria de los suyos. En alguna de las tumbas hay un juego de llaves. No sabemos qué misterios abren, solo sabemos que esa presencia solitaria camuflada de hollín es una poderosa invitación a escuchar lo que el lugar tiene que decir. El cementerio es un documento en el que se lee la historia de los vivos. Hay que dejarlo que hable para poder nombrarlo.

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102 González, “Recuperar el aura”, 229.

MEMORIA Y SIMULACIÓN

El Cementerio de Pobres es un sobreviviente. Su presencia persiste, dislocada del tiempo y a contratiempo, como un recordatorio de lo no resuelto y de la imposibilidad de consumación inherente a cualquier empresa de desaparecimiento.

Por tratarse del lugar de la muerte de los pobres, la piel del cementerio no fue de mármol, piedra o cobre, sino de tierra anegada. Los restos de sus muertos no fueron resguardados por féretros exquisitos, sino por ataúdes sencillos, cuando no únicamente por el calor del lodo. Sus formas no fueron exaltadas, ni sus predios y usos protegidos por las políticas del patrimonio; en vez, fueron irrumpidos por avenidas que lo fracturaron y que arrastraron sus cuerpos desenterrados a las escombreras. Su vocación tampoco fue considerada perenne, sino que fue varias veces amenazada y alterada por propósitos urbanísticos pretendidamente más nobles o necesarios. Y las cavidades de sus nichos no fueron infranqueables, sino que fueron accedidas para despojarlas de sus cuerpos cuando la Administración de la ciudad decidió que el espacio ya no sería más un cementerio público, sino un parque recreativo.

El cuerpo de aquella parte de la necrópolis, la de los pobres, ha quedado disperso en un sinfín de lugares: los muertos que alguna vez fueron suyos, tras su cerramiento, tuvieron que ser sepultados en otros cementerios de la ciudad y quizás, incluso, del país. Cuando se abrieron las vías que hoy lo

atraviesan, un número indeterminado de cuerpos, violentamente desenterrados, tuvo que recorrer unos caminos discontinuos, azarosos y aleatorios hasta llegar, diseminados, a sus destinos incógnitos. Asimismo, la congregación ritual del duelo, de la devoción a las ánimas, y las múltiples experiencias que tenían como centro a este cementerio para escenificar y elaborar la relación con la muerte y con los muertos fue desagregada y desplazada. Con todo ello, el organismo de la necrópolis, compuesto por sus muertos, por los deudos y dolientes, los devotos, y por la integralidad de su propio espacio físico, quedó fragmentado y roto. Pero sobrevivió.

A pesar de que hoy el espacio ya no cumple, en términos prácticos y formales, la función para la que fue creado, su borradura no fue completa. La densidad histórica que le otorga al espacio tener cerca de un siglo y medio de uso funerario, y la profundidad de la impresión que este uso plantó en la ciudad lo han hecho resistente a las acciones, unas más estructuradas que otras, que han querido omitirlo y desaparecerlo.

En el cementerio subsisten las huellas de sus usos y las marcas de sus pobladores, los vestigios del conjunto edificado y las cuatro primeras galerías funerarias (columbarios) construidas. Permanecen, además, aún bajo la tierra, los restos de incontables individuos pertenecientes a las clases populares de la sociedad que durante casi 150 años fueron inhumados allí. Hoy el lugar contiene tanto los rastros y marcas de su vitalidad como las trazas de sus amputaciones, es decir, de su borradura.

BÓVEDAS DE LOS LLAMADOS NN. AÑOS NOVENTA. FOTOGRAFÍA DE CLARA INÉS ISAZA, 1997. DERECHOS RESERVADOS PNUD COLOMBIA.

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LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES LAS MEMORIAS DEL OLVIDO O LOS OLVIDOS DE LA MEMORIA 171 ANA MARGARITA SIERRA PINEDO

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Haber intentado borrar la muerte de estas poblaciones a través del maltrato al lugar que la abrigó, y a los cuerpos sin vida que en él se sedimentaron, demuestra, como es evidente, que la lógica de la exclusión sobre la cual se ha sustentado nuestro ordenamiento social se extendió por sobre los límites de la vida para determinar también la muerte. La muerte, en tanto presencia insalvable de la vida, es decir, en tanto su otra faz, ha sido gobernada y organizada de la misma manera en que lo ha sido aquella, la vida, de manera que el final de la existencia y su estela en los vivos no pudieran escaparse de los condicionamientos que la jerarquización social reclama para perpetuarse. Que la muerte se vea alcanzada y atrapada por el aparato de la exclusión garantiza, por lo tanto, la estabilización de los efectos que tal aparato promueve. La muerte —como la vida— debe trabajar en función de los preceptos clasificatorios de la jerarquía social, debe acogerse a ellos estrictamente, con el fin de cercar la posibilidad de que se convierta en un terreno fecundo para la emancipación.

La formalización de la precariedad a la que fue sometida la muerte de los pobres, en contraste con la ampulosidad, también formalizada, de la muerte de las élites, no redundó únicamente en la prolongación pragmática de las fronteras entre unos y otros, sino que hizo parte de las construcciones simbólicas que determinaron aquello que tiene estatus de ser memorable y aquello que solo puede ser efímero. Tanto en términos estéticos como físicos, el lugar asignado a la muerte de los pobres fue, por

definición, transitorio y poco visible. Dadas las condiciones diferenciadoras establecidas para las inhumaciones, los gestos que conformaron la grafía mortuoria de las clases populares fueron modestos, muchas veces espontáneos y poco duraderos. Según las condiciones socioeconómicas del difunto, las tumbas en la tierra fueron señaladas con sencillas cruces de madera o cemento, o bien con pequeños montículos que cubrían el lugar del resto mortuorio. Las sepulturas del conjunto edificado, es decir, las de la galería perimetral y las de las seis galerías restantes o Columbarios, contaron con nichos que no superaban por mucho la envergadura de un cuerpo humano y que albergaban los restos solo por un periodo de tiempo determinado, al cabo del cual los dolientes debían retirar el cadáver. Por su parte, las estructuras construidas hacia la década de los años setenta, destinadas a la inhumación de las personas llamadas NN, constaban apenas de dos hileras de bóvedas elementales edificadas de manera rudimentaria.

Lo destacable acá no es la sencillez y exigüidad de los elementos que componen este semblante funerario, ni tampoco su contraste evidente con la grandilocuencia, monumentalidad y brillo del lenguaje mortuorio de las élites (Elipse Central y Trapecio), sino el hecho de que el carácter provisional de los gestos, decoraciones y marcas en el espacio de los pobres inscribe estos signos en unas posibilidades de recordación muy poco fijas y azarosas. Y si bien la recordación, que es la prevalencia en el tiempo, no es laudable por

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BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES LAS MEMORIAS DEL OLVIDO O LOS OLVIDOS DE LA MEMORIA 173 ANA MARGARITA SIERRA PINEDO ZONA DE BASURERO CONTIGUA AL ESPACIO DE LOS LLAMADOS NN, AÑOS NOVENTA. FOTOGRAFÍA DE CLARA INÉS ISAZA, 1997. DERECHOS RESERVADOS PNUD COLOMBIA.

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sí misma[103], la provisionalidad, en tanto condición cardinal de la gestualidad funeraria del Cementerio de Pobres, nos habla de la situación específica de este espacio dentro de las políticas de la memoria, o de cómo las políticas de la memoria se han valido de este espacio, en tanto ámbito de producción de significados, para designar aquello que debe ser memorable y aquello que puede ser omitido o desechado. De modo que, dentro del régimen de lo memorable y, más aún, dentro de un régimen que persigue y alienta una cierta factura de lo memorable, en tanto estrategia para fijar en el tiempo estética y simbólicamente un ethos jerárquico, los códigos estéticos producidos desde el Cementerio de Pobres estaban, de antemano, condenados a perecer; y, al mismo tiempo, forzados a ser menos visibles, o visibles de otra manera: una que podía evadirse fácilmente, una forma de ser visible que puede no verse, no advertirse. En contraste, las estatuas fúnebres, los mausoleos o las tumbas de la zona monumental del cementerio, que se alzan por encima de la cabeza de quien los observa, o que se extienden horizontales por sobre el suelo, y que denotan que son sus dueños, ostentaron, por derecho, un tipo de visibilidad impositiva.

El tratamiento a las condiciones de producción y existencia de las iconografías propias del Cementerio de Pobres es la instancia inicial

de una suerte de escalonamiento, continuado y consistente, de la estrategia de situar en los márgenes el lugar semántico del cementerio dentro del esquema de lo memorable. En efecto, mientras la zona de la Elipse y el Trapecio del complejo funerario era declarada como Monumento Nacional[104], la sedimentación de décadas de indolencia y desprecio por parte del Estado se manifestaba en la intensificación de las condiciones de inclemencia y crudeza, hasta

104 Esta declaratoria se formaliza mediante el decreto 2390 del 26 de septiembre de 1984, citado en la Resolución 0905 de 2020 del Ministerio de Cultura por la cual se modifica el área afectada. Ver resolución en: https://mincultura.gov.co/ministerio/transparencia-y-acceso-a-informacion-publica/publicidad%20 de%20proyectos%20de%20especificos%20de%20regulacion/ Documents/Resoluciones/2020/0905.pdf. Adicionalmente, con los decretos 1042 y 1043 de 1987, se reglamentó el Globo B como de uso múltiple y el Globo A adquirió carácter de conservación histórica. Ver Decreto 1042: Registro distrital No. 394 del 10 de julio de 1987, pp. 679- 707.

IMAGEN DEL CORREDOR DE LOS PRESIDENTES. FOTOGRAFÍA DE CAMILO RODRÍGUEZ-IDPC, 2023.

103 Lo irremediablemente memorable y fijo, construido deliberadamente para serlo, puede entenderse también como un desvío o una distracción que ha impedido elaborar una verdadera relación con la muerte y con los muertos, y no una exclusivamente centrada en el recuerdo del que alguna vez estuvo vivo.

Ver Decreto 1043: Registro distrital No. 394 del 10 de julio de 1987, pp. 709-711. En: https://registrodistrital.secretariageneral.gov.co/publico/actos-administrativos?tipoActoId=&numeroActo=1042&entidadDesc=&asunto=&palabra=&fechaEmisionStart=&fechaEmisionEnd=

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los límites de lo dantesco, en las que los deudos pobres tuvieron que enterrar a sus muertos.

Lo sucesivo fue la constatación del interés, por parte de los gobiernos distritales de turno, de desaparecer el Cementerio de Pobres para convertir su suelo en un parque deportivo. Y aunque este interés no logró completarse en toda su magnitud, por causa de las dilaciones propias de la burocracia institucional y de la presión de algunos sectores de la sociedad, la normativa generada para los propósitos del cambio de uso de suelo

reglamentó el cierre definitivo del cementerio, permitió el derribamiento parcial de la galería funeraria perimetral, más la demolición total de las más recientes, y dio paso, en primera instancia, a la construcción del parque El Renacimiento sobre la tierra de los muertos desheredados.

A partir de su cerramiento, y en medio de la relativa indeterminación respecto de la construcción del parque recreativo, el espacio estuvo “vacante”. Quedó disponible para escenificar en él pronunciamientos o demandas sociales acor-

LAS MEMORIAS DEL OLVIDO O LOS OLVIDOS DE LA MEMORIA 175 ANA MARGARITA SIERRA PINEDO VESTIGIO ACTUAL DE LA GALERÍA PERIMETRAL DEMOLIDA. FOTOGRAFÍA DE ELOÍSA LAMILLA GUERRERO, 2020.

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des con el nuevo imaginario de verdad y justicia histórica ambientado por los procesos de esclarecimiento de los hechos ocurridos en el marco del conflicto armado reciente y la reparación a las poblaciones afectadas en el contexto de la guerra. Desde este momento, una particular concepción de la memoria comienza a enlazarse discursivamente con el Cementerio de Pobres.

UN PUNTO DE INFLEXIÓN EN LAS POLÍTICAS DE LA MEMORIA

Desde las interpretaciones provenientes de los discursos de la memoria histórica[105], más o menos masificadas, pasándo por las rutas analíticas propuestas años antes por parte de los estudios que se conocieron como violentología, los hechos ocurridos durante el Bogotazo y sus efectos sociales se han convertido en un hito cuya significación se ha anudado, narrativamente, con los hechos ocurridos en el marco del conflicto armado de las últimas décadas. Si bien esta secuencia narrativa, no exenta de sobresaltos, es legítima y procede de interpretaciones serias, su uso político, en tanto fabricación de sentido, ha desencadenado ciertas acciones y elaboraciones discursivas que no han sido consecuentes con la complejidad de la trama

105 Me refiero a memoria histórica como el cuerpo discursivo, legal y programático que se construyó, tanto para interpretar los hechos del conflicto armado reciente como para generar acciones de esclarecimiento, justicia y reparación en el marco del denominado posconflicto.

histórica a la cual se apela ni con las demandas del presente.

Al despuntar el nuevo milenio, y tras haber sido clausurado, el Cementerio de Pobres cobró un nuevo valor —además del que representó su suelo “vacante”—, que residía en la afirmación de que en él fueron inhumadas las personas que perecieron durante el 9 de abril. El cementerio fue valorado, entonces, solo en razón a que un episodio de su historia y su tierra misma parecían calzar perfectamente con los valores del discurso inaugural para elaborar políticamente los estragos del conflicto armado reciente y la nueva etapa del llamado posconflicto. El cementerio comenzó a importar solo en tanto fue susceptible de ser convertido en un símbolo más dentro de un esquema específico de reconocimiento de unas victimizaciones, también, específicas.

Aunque el universo de conceptos y acciones que unos años después recogió la ley de víctimas, y en cuya esfera se amparó este relato sobre el cementerio, ha tenido una oposición incesante por parte de los sectores más conservadores de la sociedad —que directamente niegan la existencia de un conflicto armado—, las prácticas y postulados de este discurso se han ido integrando, paulatinamente, en las maneras en que buena parte de la sociedad colombiana entiende analíticamente y elabora subjetivamente los hechos y efectos de la guerra. De modo que tal aparato discursivo, que se oficializa con la creación del cuerpo institucional que lo respalda, no asienta su legitimidad solamente en el fuero legal, sino que ha conseguido

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un eco social significativo, en tanto ha representado el posicionamiento público de una serie de reconocimientos en mora, cuya vocería había sido tradicionalmente agenciada por sectores marginados del poder político y de la toma de decisiones con alcance oficial.

Es en el tránsito entre un escenario de demandas agenciadas por sectores “alternativos” a uno en el que tales demandas fueron parcialmente asumidas por el Estado, que el discurso de la memoria histórica sobre la guerra reciente comenzó a ocupar el vacío disponible en el que quedó el Cementerio de Pobres tras su cierre y, en consecuencia, a marcar su espacio.

Por un lado, se instaló el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación (CMPR) en la zona noroccidental del predio, cuya construcción inició en 2008 y finalizó, con su inauguración, en 2012. Tal como consta en el sitio web de esta entidad:

El Centro de Memoria, Paz y Reconciliación es un instrumento que promueve una cultura de paz y respeto por los derechos humanos a partir de la memoria y la verdad histórica, que contribuye a la reconciliación y la profundización de la democracia. […] Dispone de escenarios, herramientas y capacidades dentro del CMPR y en el territorio de la ciudad-región, a favor de las víctimas y sus organizaciones, los colectivos y la ciudadanía para las expresiones a favor de la memoria, la paz y la reconciliación, con enfoques participativos, pluralistas, poblacionales y diferenciales. […] Está ubicado en el antiguo Globo B del Cementerio Central

en el Parque de la Reconciliación, de modo que su estructura física constituye, en conjunto, un Memorial por la Vida y los Derechos Humanos, que tiene por corazón un monolito con 2012 tubos de tierra en su estructura, que han sido entregados por víctimas y ciudadanía de toda Colombia, traídos desde territorios de conflicto, violencias, resistencias e iniciativas de paz.[106]

La finalidad y la pertinencia de esta institución no son, en este ensayo, objeto de ninguna interpelación. En vez, lo que me propongo observar es la operación a través de la cual el Cementerio de Pobres se vuelve a desdibujar frente al predominio, construido culturalmente, de un campo semántico que se instala y se enuncia desde este antiguo espacio funerario. El discurso de la memoria histórica ha desarrollado una demarcación política y epistémica cuyo foco es claro y limitado: las violencias del conflicto armado reciente. Desde este punto de vista, resultaría perfectamente lógico que el lugar escogido para la instalación de un centro de memoria fuera una necrópolis en desuso que recibió a los muertos del hito histórico de la violencia en Colombia por antonomasia: el Bogotazo. Sin embargo, el razonamiento que subyace a esta decisión, y que es, en apariencia, bastante simple, no contempló —o bien desdeñó— que además de tratarse del lugar en el que probablemente se hayan sepultado los muertos del

106 Sitio web del Centro de Memoria Paz y Reconciliación, http://centromemoria.gov.co/informacion-general/

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LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

episodio emblemático, este cementerio fue el lugar que amparó la muerte no solo de aquellas víctimas, sino que, de manera más categórica, acogió la muerte de las víctimas de la exclusión social.

Al estar obligado por la ley a atender únicamente a las personas victimizadas por el conflicto armado, el CMPR ha desarrollado su gestión en el espacio del cementerio, pero de espaldas a él. Y esto no supone un desconocimiento o negligencia por parte de la institución, sino, más bien, sugiere la cerrazón de los alcances interpretativos procedentes del cuerpo legal y, por ende, del discurso ético que se deriva de él y que informa tanto la gestión institucional del Estado como la de organismos no gubernamentales o privados.

Estas restricciones epistémicas y políticas se comenzaron a manifestar aun antes de la construcción del edificio que alberga el CMPR. En efecto, dado que parte del preámbulo para levantar la edificación fue realizar una serie de prospecciones y excavaciones arqueológicas en el área motivadas, en mayor medida, por el anhelo de identificar los cuerpos del Bogotazo, como lo señala Javier Ortiz en páginas anteriores; y dado que entre los hallazgos no se encontraron los cadáveres ansiados, sino otros muchos que murieron por otras causas y en otras épocas, los cuerpos exhumados recibieron un tratamiento deplorable por parte de la Administración distrital de entonces. Tratamiento que, hasta la fecha, ha sido matizado apenas por acciones “paliativas” de identificación y almacenamiento, gracias a la intervención de institu-

ciones como la Universidad Nacional, pero que ha mantenido a la llamada “colección arqueológica” del cementerio en un limbo.

Mientras se preparaba el terreno para la construcción de un edificio que albergaría el propósito de promover “una cultura de paz y respeto por los derechos humanos a partir de la memoria y la verdad histórica, que contribuye a la reconciliación y la profundización de la democracia”[107], los muertos pobres que eran de ahí fueron desplazados. Fueron desterrados para dar lugar a la representación de otros muertos, como si el lugar mismo no tuviera ya los suyos, como si la pobreza fuera maltrato insuficiente, y como si entre unos y otros no existiera, a gritos, un hilo lógico y dramático que los une: los mecanismos de exclusión como matriz de la pobreza y la guerra. Valga la reiteración, los muertos del cementerio fueron dejados sin tierra: una especie de metáfora extemporánea del conflicto armado.

¿Qué tipo de tratamiento, entonces, habrían recibido los cuerpos encontrados, de haber sido los que la nueva política de la memoria ambicionaba encontrar?

Un año después de haberse iniciado la construcción del CMPR, en 2009, fue instalada en las galerías funerarias, para ese momento ya llamadas Columbarios, la obra Auras anónimas de la artista Beatriz González, a la que también se ha referido Javier Ortiz. “Los Columbarios de Beatriz”, dicen algunos para aludir a las galerías,

107 Sitio web del Centro de Memoria Paz y Reconciliación, http://centromemoria.gov.co/informacion-general/

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GALERÍAS RECIÉN PINTADAS COMO ANTESALA A LA INSTALACIÓN DE LA OBRA AURAS ANÓNIMAS. FOTOGRAFÍA DE CARLOS LLAMAS-IDPC, 2009.

pues, dado el prestigio de la artista, el hecho de que su obra estuviera instalada en ellos motivó a ciertos sectores sociales a manifestarse mediáticamente cuando, en su segunda administración, el exalcalde Enrique Peñalosa intentó de nuevo hacer realidad su proyecto de canchas deportivas, para lo cual se proponía derribar, sin miramientos, las galerías que habían sobrevivido a su primer arranque de demoliciones. En efecto, la presión en contra del proyecto por parte de

sectores influyentes de la intelectualidad y del arte, incluyendo a la autora de la obra, tuvo eco en el Ministerio de Cultura que agenció, ante el Consejo Nacional de Patrimonio, la inclusión de los Columbarios dentro de la declaratoria ya existente del Cementerio Central como Bien de Interés Cultural del ámbito nacional. Con esta declaratoria se impidió legalmente la demolición de las galerías y la construcción del parque recreativo. Posteriormente, en 2020, el Instituto

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LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES DIBUJOS Y DECORACIONES BORRADOS. CENTRO DE DOCUMENTACIÓN IDPC. REPOSITORIO DIGITAL. PROYECTOS DE CONSULTORÍA. COLUMBARIOS, 2007.

Distrital de Patrimonio Cultural gestionó la restitución de la declaratoria de los Columbarios como Bien de Interés Cultural del ámbito distrital —que había sido retirada durante la alcaldía de Peñalosa— como una manera de reforzar la protección simbólica y práctica del espacio.

La conservación material de las galerías salió, por fin, bien librada de la disputa por su existencia. Sin embargo, esta victoria es contradictoria. He señalado que, dentro de las políticas de la memoria, la gramática mortuoria presente en el Cementerio de Pobres ha tenido un carácter de provisionalidad intrínseco, es decir, la transitoriedad ha determinado sus condiciones de posibilidad. Y esa especie de principio de caducidad, que se ha asumido como natural o propio de la grafía de los pobres, ha permitido que esta sea tachada con la mayor fluidez y desenvoltura. De esa convicción, entonces, se informa la decisión de blanquear enteramente el rostro de cada columbario para que ningún signo de sus anteriores ocupantes contrastara con las imágenes de las Auras anónimas. La obra necesitó borrar los nombres de los muertos, que permanecían aún legibles en los nichos, para no contradecir la prefigurada anonimia de las auras aludidas.

Se suprimieron los nombres de unas personas, a quienes se les ha negado su nombre en la historia, en nombre del nombre de una obra de arte, y de su causa. Ahora la disputa se sitúa ya no en el pulso entre la construcción de unas canchas deportivas y la conservación de las huellas que encarnan el significado de la necrópolis popular, sino en la tensión entre un manifiesto que

se inscribe claramente dentro del discurso de la memoria histórica, y la visibilidad de los gestos estéticos que contienen los significados y el espíritu del lugar; un lugar que ha sido violentado a lo largo de sus años de uso y de clausura.

El propósito de situar este conflicto no tiene que ver con la intención de que se resuelva, sino, sencillamente, de que aparezca. Se trata de una tensión escurridiza y evasiva, pues lo que representa la obra de Beatriz González, y no necesariamente la obra en sí misma ni su creadora, ha sido lo suficientemente filtrado, por cernidores políticos y epistemológicos, para crear una especie de mandato atmosférico que ha normalizado, disciplinado y esterilizado lo que en algún momento tuvo la posibilidad de ser fecundo. De manera que la alineación subjetiva con un discurso, cuyo estatus ético tiene primacía dentro de las recientes políticas de la memoria, se vuelve una suerte de absoluto moral. Es decir, ante la desgracia y el dolor y la altisonancia de la guerra, las denuncias sobre sus efectos parecerían, per se, proporcionalmente loables e incuestionables. De ahí la dificultad de que el conflicto señalado sea visible, y de que se considere que la estrategia de representación utilizada por Auras anónimas tiñó, con una nueva capa de veladura, los olvidos históricos de los que se alimenta la guerra: la exclusión y la pobreza.

Allí yace la paradoja. La guerra, en tanto sumatoria de episodios que se pueden contar y contornear, es denunciable; en cambio, la pobreza y la marginación, en tanto sustrato y condición estructural para el aparecimiento

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MARCAS QUE HAN EMERGIDO A TRAVÉS DE LAS CAPAS DE PINTURA BLANCA. FOTOGRAFÍAS DE CAMILO RODRÍGUEZ-IDPC, 2023 Y DE ELOÍSA LAMILLA GUERRERO, 2022.
TEXTURAS QUE PREVALECEN. FOTOGRAFÍA DE ELOÍSA LAMILLA GUERRERO, 2022.
MENSAJES QUE REAPARECEN A TRAVÉS DE LAS CAPAS DE PINTURA BLANCA. FOTOGRAFÍA DE CAMILO RODRÍGUEZ-IDPC, 2023

de esos “episodios”, no lo son ni lo han sido con igual vehemencia ni histrionismo. Y es también aquí donde está la médula del problema que me he propuesto observar en este texto y al que, de manera aventurada, llamaré la ética de la simulación.

Concebir la ferocidad de la guerra como una especie de dimensión episódica desligada de las condiciones estructurales que la desencadenan, y en las que se desenvuelve a sus anchas, o bien fijarse con mayor atención en ese rango incidental, deriva en que las acciones de denuncia, respuesta o no repetición se concentren también en el rasero del síntoma, por más sistemático que este sea. Esta noción de conflicto ha prevalecido tanto en la producción del régimen discursivo y el saber como en las acciones que el cuerpo legal ha puesto en marcha, y que, por ende, han informado la subjetividad con la que buena parte de la sociedad se posiciona frente a la realidad de la guerra.

Así las cosas, y ante la paulatina hegemonía de este régimen discursivo, se instaló en la sociedad una causa moral que hace parecer que sus acciones, tanto de orden simbólico como práctico, constituyen la manera apropiada de contribuir a la finalización del conflicto, cuando, en realidad, si no se sustentan en una lectura compleja de los fenómenos, se convierten en una trampa que captura la energía de respuesta ante una realidad que se quiere transformar y la conduce hacia la superficie. Es decir, aquieta y adiestra esta energía de respuesta, de manera que no se vuelva peligrosa para la estabilidad de

la estructura social, mientras crea el efecto de que efectivamente la está haciendo temblar, y, con ello, distrae el impulso de la contestación y anula su potencia.

En función de lo anterior, este régimen discursivo representa y, con ello, construye a los actores que se han visto inmersos en el conflicto armado, es decir, les asigna una identidad. Uno de ellos, y el principal para el problema que nos ocupa, es la víctima. Aunque es incuestionable que sobre gran parte de la población colombiana —y sus universos de sentido— se han perpetrado acciones y vejámenes de todo tipo con ocasión del conflicto armado, y que colijo que la noción de víctima a la que me refiero surgió como una figura para dar visibilidad y reconocimiento político a todas las personas violentadas, esta noción es profundamente problemática. Lo que opera tras la representación de la víctima es un dispositivo de verdad, sin prescripción temporal, que anula al sujeto político. La víctima es, esencialmente y dadas las connotaciones del concepto en el discurso, un sujeto reducido y sin agencia, es decir, sin poder propio. Un individuo que no es político: un infante. La insistencia sin matices de dicha representación, y su uso irreflexivo en los lenguajes desde los que se piensa y se significa el conflicto, ha terminado por asignar una identidad a perpetuidad al sujeto victimizado. En este sentido, ocurre una doble anulación: la primera, cuando acontecen los hechos victimizantes, y la segunda, cuando el sujeto víctima oculta al sujeto social que fue victimizado. Y ello es aún más problemático cuando

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el sistema de reparación predetermina una especie de obligación para quienes requieran de su atención y reconocimiento: la persona que ha sido victimizada debe reconocerse como víctima para que el Estado se fije en ella.

El peligro de esto cobra dos sentidos fundamentales: uno, el que radica en que, de haber sido interiorizada una identidad esencializada por parte de una gran cantidad de individuos victimizados, se produce su anulación política; en consecuencia, se paralizan las acciones que no se correspondan con esa identidad, y que a su vez son fundamentales para la emancipación individual o colectiva, es decir, para subvertir el orden de cosas que provocó el conflicto. Para la conservación del statu quo es bastante útil esta figura. Y el segundo consiste en que, en razón a que se debe ser víctima para recibir un cierto tipo de atención por parte del Estado, esta representación identitaria se ha ido revistiendo, gradualmente, con una suerte de estatus moral lastimero que prevalece sobre otras maneras de interpretar el lugar político de alguien que ha sido violentado y su ser en sociedad, y, por supuesto, sobre otros sujetos vulnerados que no se ajustan, enteramente, a tal representación.

Volvamos, entonces, a la ética de la simulación. Si se comprende que el imaginario de representaciones descrito funciona como un aparato distractor que neutraliza las acciones de transformación mientras hace parecer que las alienta, las manifestaciones que se inscriben dentro de este y se enuncian desde la interiorización de tal ethos político estarían, en gran

medida, desenvolviéndose en los terrenos del efectismo. Ahora bien, este cuerpo discursivo y ético proveniente de una acepción hegemónica de la memoria ha hecho eco del advenimiento de un clima político, de dimensiones globales, que ha logrado capturar las demandas sociales que hasta hace poco tiempo eran alternativas, para reconvertirlas en las políticas de la identidad. De modo que las luchas que han trasegado durante, al menos, buena parte del siglo anterior y lo que lleva del presente han sido filtradas por el foco de las identidades, tras el reconocimiento de que este foco es tan adiestrable políticamente como productivo económicamente dentro de la lógica neoliberal. En efecto, podría afirmarse que en la actualidad no existe ningún emporio económico con alcance global que no esté promoviendo o propagandeando, subrepticia o abiertamente, alguna causa identitaria. En este panorama que, por lo demás, produce un altísimo grado de homogeneización y uniformización del pensamiento se desenvuelve, con bastante eficiencia, la estrategia de hacer parecer que las causas identitarias tienen un alto potencial para subvertir unos esquemas opresivos, mientras se las reconduce por los caminos más convenientes o menos peligrosos para la estabilidad de los modelos de desarrollo neoliberales.

Este paisaje político funciona de manera gaseosa, atmosférica, casi ubicua, con lo cual se hace cada vez más difícil pensar en un afuera de sus mandatos, en una instancia que escape a su alcance. Y ello implica, a su vez, la configuración de un clima cargado de absolutos morales. Es

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decir, la sofisticación de la ética de la simulación radica no solamente en hacer parecer que algo es lo que en realidad no es, o que algo tiene un poder que en realidad no tiene, sino en hacer que las personas imbuidas en esa ética no adviertan que están fingiendo. Más allá de la colonización del discernimiento, se trata del arrinconamiento del fuero interior, en suma, del apaciguamiento del germen del pensamiento autónomo.

De toda esta carga climática de significados y valores ensamblados se informa la legitimidad de la forma en que el CMPR se ha relacionado con el Cementerio de Pobres y sus muertos, y la incuestionabilidad de manifiestos como Auras anónimas. Asimismo, se deriva también de esto la opacidad del conflicto señalado entre la preeminencia de las representaciones de las víctimas del conflicto armado en el espacio, y la presencia de las auras del cementerio encarnadas en las huellas físicas que han sido desconocidas o borradas. El problema aquí es que estas dos declaraciones ocurran en el cementerio al tiempo que lo desconocen, no que ocurran. Lo dicho hasta acá no pretende descalificarlas per se, sino cuestionar sus modos de operación respecto del cementerio, y observar la manera en que, al haber sido instaladas precisamente en este espacio, están dejando ver las fisuras, las contradicciones, los peligros y el revés de la trama del discurso en el que se inscriben.

Las operaciones del discurso hegemónico de la memoria han contribuido a desaparecer al Cementerio de Pobres de manera análoga a la forma en que, en el pasado, se trató urba-

nísticamente el espacio. Las acciones que se escenifican en el cementerio y que, a partir de la notoriedad de la presencia tanto del CMPR como de Auras anónimas se han multiplicado, han inscrito el espacio en un esquema de interpretación y valor unívoco que continúa negándolo. Es decir, la suplantación simbólica ha sido la forma en que se ha refinado y reactualizado un tipo de relacionamiento atávico con el Cementerio de Pobres y, desde luego, con la población a la que personifica.

La simbolización de las víctimas de la guerra reciente ha desplazado de su propio sitio, semántica y literalmente, a las victimizaciones provocadas por la marginalidad. Esta operación de usurpación ha dejado a los muertos del cementerio presos de un doble olvido, pues, con el ánimo de saldar un olvido histórico, se ha vuelto a velar el olvido histórico quizás más irresuelto y también, como el primero, impostergable: el de la pobreza. Se ocultó en su propio sitio, en uno de los sitios más propicios para verlo, para hacerlo visible. Y esto, por incómodo que sea para las causas sociales o identitarias en boga, se tiene que decir. La palabra pobre desagrada; en contraste, o tal vez en consecuencia, hay una suerte de regodeo con la palabra víctima. De los efectos de esa simulación está hecho este momento histórico.

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LOS OLVIDOS
LA MEMORIA
2021.
FOTOGRAFÍA DE JOHN FARFÁN RODRÍGUEZ,

CIERRE: LA ESPECTRALIDAD DEL CEMENTERIO

LA

SI ME DISPONGO A HABLAR EXTENSAMENTE DE FANTASMAS, DE HERENCIA Y DE GENERACIONES, DE GENERACIONES DE FANTASMAS, ES DECIR, DE CIERTOS OTROS QUE NO ESTÁN PRESENTES NI PRESENTEMENTE VIVOS […] ES EN NOMBRE DE LA JUSTICIA. DE LA JUSTICIA AHÍ DONDE LA JUSTICIA AÚN NO ESTÁ, AÚN NO AHÍ, AHÍ DONDE YA NO ESTÁ, ENTENDAMOS AHÍ

DONDE YA NO ESTÁ PRESENTE Y AHÍ DONDE NUNCA SERÁ, COMO TAMPOCO LO SERÁ LA LEY, REDUCTIBLE AL DERECHO. HAY QUE HABLAR DEL FANTASMA, INCLUSO AL FANTASMA Y CON ÉL, DESDE EL MOMENTO EN QUE NINGUNA ÉTICA, NINGUNA POLÍTICA, REVOLUCIONARIA O NO, PARECE POSIBLE NI PENSABLE NI JUSTA, SI NO RECONOCE COMO SU PRINCIPIO

EL RESPETO POR ESOS OTROS QUE NO SON YA O POR ESOS OTROS QUE NO

ESTÁN TODAVÍA AHÍ, PRESENTEMENTE VIVOS, TANTO SI HAN MUERTO YA, COMO SI TODAVÍA NO HAN NACIDO. NINGUNA JUSTICIA —NO DIGAMOS YA NINGUNA LEY, Y ESTA VEZ TAMPOCO HABLAMOS AQUÍ DEL DERECHO—

PARECE POSIBLE O PENSABLE SIN UN PRINCIPIO DE RESPONSABILIDAD, MÁS ALLÁ DE TODO PRESENTE VIVO, EN AQUELLO QUE DESQUICIA

EL PRESENTE VIVO, ANTE LOS FANTASMAS DE LOS QUE AÚN NO HAN NACIDO O DE LOS QUE HAN MUERTO YA, VÍCTIMAS O NO DE GUERRAS, DE VIOLENCIAS POLÍTICAS O DE OTRAS VIOLENCIAS, DE EXTERMINACIONES NACIONALISTAS, RACISTAS, COLONIALISTAS, SEXISTAS O DE OTRO TIPO; DE LAS OPRESIONES DEL IMPERIALISMO CAPITALISTA O DE CUALQUIER FORMA DE TOTALITARISMO.

JACQUES DERRIDA, ESPECTROS DE MARX. EL ESTADO DE LA DEUDA, EL TRABAJO DEL DUELO Y LA NUEVA INTERNACIONAL

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BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

Por Ana Margarita Sierra Pinedo

Reconstruir las evidencias del tratamiento diferenciador del que ha sido objeto el Cementerio de Pobres no busca situarlo como una víctima más dentro de la retórica de la lástima, sino observarlo, precisamente, como un escenario cuyas dinámicas han sido ocultadas por esta retórica, es decir, como un lugar contencioso no abarcable por la actual ética del posconflicto en intersección con la política de las identidades.

Dije antes que el Cementerio de Pobres es un sobreviviente y que ha estado condicionado a un régimen de visibilidad que puede no verse, que ha sido inaparente. Sin embargo, en este punto quiero proponer que no se trata solamente de un sobreviviente, en el sentido de haberse sobrepuesto a la desventura, sino que es la desventura misma y su propia contra, o sea, un ente sustancial. Por esa inaparencia de la sustancia, que es la que persiste al desaparecimiento, el cementerio ha estado dotado de la “visibilidad furtiva e inaprensible de lo invisible o una invisibilidad de un algo visible”[108]. El cementerio es, entonces, una presencia inaparente pero permanente: un espectro. Una especie de inconsciente de la realidad social que contiene en su centro aquello que no ha querido verse y encararse, si se entiende que el inconsciente es, al mismo tiempo, tanto el lugar del trauma

108 Jacques Derrida, Espectros de Marx. El estado de la deuda, el trabajo del duelo y la Nueva Internacional (Madrid: Editorial Trotta, 2012), 21.

como la instancia que contiene las claves para subvertirlo.

Como sustancial y como reaparecido, el cementerio tiene hoy una fenomenalidad espectral, es otro distinto del que fue antes de su cerramiento y de su expropiación semántica, pero su ser continúa existiendo y se manifiesta en tanto tal. Un espectro no es una figura esotérica hollywoodense: es una corporalidad paradójica. Es una existencia que es capaz de devenir cuerpo luego de haber sido arrancada de sí misma. Por eso, el cuerpo del cementerio funciona distinto de como funcionaba antes, cuando estaba solamente vivo. Un espectro tiene una forma de existir y una situación en el mundo que está “más allá de la oposición entre presencia y no-presencia, efectividad e inefectividad, vida y no-vida”[109]. Una existencia más allá del tiempo, pues no pertenece a él, o bien, el tiempo del espectro está fuera de sí: desquiciado, desarreglado. Y por ese estar y ser más allá de esas oposiciones, e incluso de desbaratar la dialéctica entre estas, un espectro no deja de existir jamás. Ese es su poder.

El cuerpo espectral del cementerio o el cementerio como espectro prevalece, entonces, a su borradura. Prevalece afectado y otro, pero sigue estando. Esto es justamente lo que él comunica cuando es visitado: se muestra. Deja caer una cáscara de pintura que cubría uno de los nombres de sus nichos, un trozo de máscara, y otra y otra más. Entrega de la tierra una cruz,

109 Derrida, Espectros de Marx, 26.

SOBRE LA ESPECTRALIDAD DEL CEMENTERIO 193
PINEDO
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LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES NICHOS Y VEGETACIÓN RUDERAL. FOTOGRAFÍA DE CAMILO RODRÍGUEZ-IDPC, 2023.

un pedazo de lápida; un fémur atónito por la luz del amanecer. Cobija con una colcha de hierba los vestigios impávidos de una de sus galerías, para que puedan ser caminadas, sin peligro, de nuevo. Permite que se ingrese al vientre de un columbario, y que sus venas sean tocadas, para que así quizás se caiga en la cuenta de que un vientre es una tumba y una tumba un vientre. Y que, al ser un vientre, una tumba no se sella nunca, a menos que tenga un cuerpo adentro que ya ha nacido a la muerte[110]

Como cualquier lugar abandonado, el cementerio tiene una frecuencia de comunicación distinta de la que tienen los lugares habitados por personas vivas. El rango de su sonoridad es grave, como el de una tuba, por tener el suelo cargado y pesarle tanto a la Tierra. Su temperatura está desnuda, nada la guarece, y su respiración produce corrientes de aire que hacen bucles entre los nichos abiertos. Por esas cavidades le salen ecos que provienen del vacío sumo, del primigenio, en el que yace toda concepción posible. Son ecos inaudibles, pero gravitan, revolotean y se untan en el pelo de la gente que los quiera imaginar durante alguna ensoñación. Está aquí y más allá, en la desintegración y en la pura permanencia.

La espectralidad del cementerio, “esa Cosa, […] nos mira y nos ve no verla incluso cuando está ahí”[111]. El cementerio lleva años viéndonos no verlo. Ha visto los malabares y monerías y pantomimas de los ilusionistas que lo han hecho desaparecer. Y sigue contemplando los efectos de no verlo, de no adivinarlo. Ya es hora de fijarse en él y de darse cuenta.

110 Las imágenes del vientre como tumba, de la tumba como vientre y del nacer a la muerte fueron tomadas del monólogo “Tumbas y vientres” de Carolina Sanín, para la revista Cambio, 6 de marzo, 2022, https://www.youtube.com/watch?v=KyBHneWaOwM

SOBRE LA ESPECTRALIDAD DEL CEMENTERIO 195
111 Derrida, Espectros de Marx, 21. VACÍO. FOTOGRAFÍA DE ELOÍSA LAMILLA GUERRERO, 2020.
2021
FOTOGRAFÍA DE ÓSCAR DÍAZ,

A la memoria de Wendy Mikaela Motta Mosquera (1983-2023)

"La vida se pega a las grietas".

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Castillo, J. V. “Pequeña historia del cementerio de Bogotá”. El Tiempo, 2 de noviembre, 1947. Pg. 4.

“Cómo era Bogotá en 1844”. Sábado (Bogotá), n.° 34, 4 de marzo, 1944. Pg. 11.

“Convertido ayer en mercado público el Cementerio Central”. El Tiempo, 3 de noviembre, 1953. Portada.

“Crónica de difuntos”. El Gráfico (Bogotá), n.o 16, 5 de noviembre, 1910. Pg. 3.

“Del costo de la vida al costo de la muerte”. Revista Cromos, 16 de noviembre, 1946. Pg. 7.

“El culto de los muertos”. El Tiempo, 2 de noviembre, 1944. Portada.

“El Día de Difuntos”. El Tiempo, 2 de noviembre, 1959. Portada.

El Diario Nacional, nº 42, 3 de noviembre, 1915. Pg. 1.

“El último deseo”. El Tiempo, 2 de noviembre, 1973. Pg. 1ª-B.

“En el Cementerio de Bogotá”. La Caridad o Correo de las Aldeas, n.° 46, 3 de junio, 1869. Pg. 723.

“En el Día de Difuntos”. El Tiempo, 2 de noviembre, 1952. Pg. 3.

“En un cementerio de Bogotá los cadáveres yacen sin fosa”. El Tiempo, 6 de enero, 1955. Pg. 9.

“Esto es inaudito”. El Tiempo, 14 de enero, 1961. Pg. 5.

“Evocación de los muertos”. El Tiempo, 2 de noviembre, 1946. Portada.

“Fiesta de difuntos”. El Tiempo, 2 de noviembre, 1957. Pg. 5.

“Hablando con los muertos”. El Tiempo, 2 de noviembre, 1970. Pg. 7.

Ibero, Mario. “El Bobo”. Sábado, 1.° de julio, 1944. Pg. 13.

Jiménez, José Joaquín. “El día de difuntos”. El Tiempo, 2 de noviembre, 1934. Pg. 14. “La fiesta de ayer en el cementerio. La bendición del monumento a Gonzalo Jiménez de Quesada”. El Tiempo, 2 de noviembre, 1923. Pg. 1.

“La tierra y el agua acompañaban las visitas a los muertos”. El Tiempo, 2 de noviembre, 1945. Pg. 12.

Navas Talero, Bernardo. “El mercado de esqueletos”. El Tiempo, 16 de junio, 1980. Pg. 2B.

Obituarios. El Tiempo, 2 de noviembre, 1952. Portada. “Palabras pronunciadas por el señor Julio Martínez V. en la Plaza de Bolívar”. El Socialista, 22 de marzo, 1920. Portada. Pérez, Enrique. “Los olvidados”. El Gráfico, 22 de abril, 1911. Pg. 7.

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200
LA BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS Y PERMANENCIAS EN EL ANTIGUO CEMENTERIO DE POBRES

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“Acuerdo fijando las rentas i contribuciones del distrito para el año de 1866”. En Acuerdos de la Municipalidad de Bogotá expedidos en los años de 1864 a 1866

Bogotá: Imprenta de Nicolás Gómez, 1866. Biblioteca Nacional de Colombia, Fondo Pineda 294, pieza 7. Pg. 11-12.

“Acuerdo orgánico de los cementerios”. En Acuerdos de la Municipalidad de Bogotá expedidos en los años de 1864 a 1866, 11-12 Bogotá: Imprenta de Nicolás Gómez, 1866. Biblioteca Nacional de Colombia, Fondo Pineda 294, pieza 7.

Anuario Municipal de Estadística. 1900-1960. Archivo de Bogotá, Hemeroteca.

Archivo de Bogotá.

Fondo Concejo de Bogotá. 1900-1967.

Fondo Secretaría de Salud. 1900-1938, serie Libros Necrológicos

Colección Museo de Bogotá, Instituto Distrital de Patrimonio Cultural.

Fondo Daniel Rodríguez.

Congreso de Colombia. Ley 1448 de 2011, “Por la cual se dictan medidas de atención, asistencia y reparación integral a las víctimas del conflicto armado interno y se dictan otras disposiciones”. https:// www.unidadvictimas.gov.co/es/ley1448-de-2011/13653

Decreto 380 de 1959. Archivo de Bogotá, Fondo Secretaría General, serie Junta Asesora y de Contratos, subserie Decretos.

Defunciones anuales 1918-1938. Anuario Municipal de Estadística. Archivo de Bogotá, Hemeroteca.

Ley 4 de 1913. Diario Oficial 15012, 6 de octubre, 1913. https://www.consejodeestado. gov.co/webconsejoprueba/wp-content/ uploads/Libros/Ley4_1913.pdf

Lista de cadáveres sepultados en 1856. Bogotá, 15 de enero de 1864. Biblioteca Nacional de Colombia, Fondo Pineda 849, pieza 62.

“Ordenanza 11ª estableciendo una fiesta provincial”. Recopilación de las Ordenanzas provinciales vijentes en la Provincia de Bogotá i de los decretos de la gobernación. Bogotá: Impresa por Vicente Lozada, 1847. Pg. 53-54.

Registro Municipal. 1886-1949. Archivo de Bogotá.

133. A la memoria de Wendy Micaela Motta Mosquera (1983-2023)

La vida se pega a las grietas.

Fotografía de Óscar Díaz, 2021

REFERENCIAS 201

LA

REFERENCIAS INSERTO: LA TRAYECTORIA DEL LUGAR. ACERCAMIENTO GRÁFICO SOBRE EL TRATAMIENTO A LA MUERTE DE LOS POBRES

1. Adriana María Alzate, Suciedad y orden. Reformas sanitarias borbónicas en la Nueva Granada 1760-1810 (Bogotá: Universidad del Rosario, 2007).

2. Enrique Ortega Ricaurte, Cementerios de Bogotá (Bogotá: Editorial de Cromos, 1931).

3. Concejo de Bogotá, Acuerdo 7 de 1868, Régimen Legal de Bogotá, https://www. alcaldiabogota.gov.co/sisjur/normas/ Norma1. jsp?i=8996&dt=S

4. Concejo de Bogotá, Acuerdo 38 de 1874, Régimen Legal de Bogotá, https://www.alcaldiabogota.gov.co/sisjur/normas/Norma1. jsp?i=8997#1

5. Concejo de Bogotá, Acuerdo 13 de 1878, Régimen Legal de Bogotá, https://www.alcaldiabogota.gov.co/sisjur/normas/Norma1. jsp?i=8479#

6. Alcaldía Mayor de Bogotá, Decreto 30 de 1886, Registro Municipal, 1886, Archivo de Bogotá, Hemeroteca.

7. Papel Periódico Ilustrado, 2 de noviembre, 1884, 89.

8. Concejo de Bogotá, acuerdos 4 y 5 de 1887, Registro Municipal, 1887, Archivo de Bogotá, Hemeroteca.

9. Concejo de Bogotá, Acuerdo 2 de 1894, Registro Municipal, 1894, Archivo de Bogotá, Hemeroteca.

10. Concejo de Bogotá, sesión del 11 de diciembre de 1891, Registro Municipal, 1891, Archivo de Bogotá, Hemeroteca.

11. Visita del Concejo de Bogotá a los cementerios de la ciudad, 27 de febrero de 1898. Registro Municipal, 1898, Archivo de Bogotá, Hemeroteca.

12. Visita a los cementerios de la ciudad. Registro Municipal, febrero de 1898, 420.

13. Archivo de Bogotá, Fondo Concejo de Bogotá,

serie Comunicaciones, Cementerios, 3 de marzo, 1910.

14. Archivo de Bogotá, Colección Urna Centenaria, julio de 1910, 115.

15. Archivo de Bogotá, Fondo Concejo de Bogotá, serie Comunicaciones, Cementerios, 4 de marzo, 1912, f. 202.

16. Archivo de Bogotá, Fondo EDIS, serie Comunicaciones, 16 de junio, 1914, f. 111.

17. Concejo de Bogotá, Acuerdo 16, 16 de junio, 1916, Registro Municipal, 1916, Archivo de Bogotá, Hemeroteca.

18. “Pequeña historia del Cementerio de Bogotá”, El Tiempo, 2 de noviembre, 1947, 4.

19. Archivo de Bogotá, Fondo Concejo de Bogotá, serie Comunicaciones, 3 de diciembre, 1918, f. 193.

20. “Los detalles de la tragedia de ayer”, El Tiempo, 16 de marzo, 1919, 6.

21. Archivo de Bogotá, Fondo Secretaría de Salud, serie Libros Necrológicos, año 1919.

22. Archivo de Bogotá, Fondo Concejo de Bogotá, serie Comunicaciones, Cementerios, 29 de junio, 1921, f. 8.

23. Concejo de Bogotá, Acuerdo 57 de 1923, Registro Municipal, 1923, Archivo de Bogotá, Hemeroteca.

24. Concejo de Bogotá, Acuerdo 14 de 1926, Registro Municipal, 1926, Archivo de Bogotá, Hemeroteca.

25. Alcaldía Mayor de Bogotá, Resolución 9 de 1931, Registro Municipal, 1931, Archivo de Bogotá, Hemeroteca.

26. Archivo de Bogotá, Fondo EDIS, serie Comunicaciones, 12 de abril, 1932, registro 201-23G728, f. 3460.

27. “El día de difuntos”, El Tiempo, 2 de noviembre, 1940, 1.

28. IGAC, vuelo B37, fotografía 638, 1947.

29. Concejo de Bogotá, acuerdos 12 de 1946, 11 de 1947 y 60 de 1948, Registro Municipal, 1946, 1947 y 1948, Archivo de Bogotá, Hemeroteca.

30. “Totalmente se agotaron ayer las bóvedas en el Cementerio Central”, El Tiempo, 1.º de agosto, 1946, 1.

31. “Pequeña historia del Cementerio de Bogotá”, El Tiempo, 2 de noviembre, 1947, 4.

32. “Los santafereños obligados a emplear los

cementerios con drásticas medidas”, El Tiempo, 2 de noviembre, 1949, 8.

33. “En un cementerio de Bogotá los cadáveres yacen sin fosa”, El Tiempo, 6 de enero, 1955, 5.

34. “Buenos días”, El Tiempo, 2 de noviembre, 1945, 10.

35. IGAC, vuelo C636, fotografía 20, 1953.

36. “Convertido ayer en mercado público el Cementerio Central”, El Tiempo, 3 de noviembre, 1953, 1.

37. “‘Fiesta’ de difuntos”, El Tiempo, 2 de noviembre, 1957, 5.

38. Archivo Óscar Iván Calvo, 1995-1998.

39. “Hace 25 años”, El Tiempo, 2 de noviembre, 1954, 20.

40. Unidad Administrativa Especial de Servicios Públicos (Uaesp), Servicios Funerarios, Cementerios Distritales, anexo 3, uaesp. gov.co/sites/default/files/micrositios/servicios_funerarios/cementerios_distritales/ ANEXO_3_Cementerio_Central.pdf

41. IGAC, vuelo C1188, fotografía 10, 1966.

42. Alcaldía Mayor de Bogotá, Decreto 829 de 1967, https://www.alcaldiabogota.gov.co/ sisjur/normas/Norma1.jsp?i=35184; Decreto 520 de 1970, https://www.alcaldiabogota. gov.co/sisjur/normas/Norma1.jsp?i=35185; Decreto 934 de 1971, https://www.alcaldiabogota.gov.co/sisjur/normas/Norma1. jsp?i=35186

43. Alcaldía Mayor de Bogotá, Decreto 715 de 1968, Archivo de Bogotá, Fondo Secretaría General, serie Decretos, f. 48.

44. IGAC, vuelo C1705, fotografía 104, 1976.

45. Concejo de Bogotá, Acuerdo 16 de 1976, Régimen Legal de Bogotá, https://www.alcaldiabogota.gov.co/sisjur/normas/Norma1. jsp?i=8997#1

46. “El mercado de los esqueletos”, El Tiempo, 16 de junio, 1980, 2B.

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BOGOTÁ DE LOS MUERTOS. BORRADURAS
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52. “La obra de Beatriz González en el Cementerio Central estaría en riesgo”, Semana, 26 de junio, 2018. semana.com/periodismo-cultural---revista-arcadia/articulo/ obra-sobre-el-bogotazo-de-beatriz-gonzalez-en-peligro-en-administracion-de-penalosa/69793/

53. Alcaldía Mayor de Bogotá, Decreto 396 de 2003, Régimen Legal de Bogotá, https:// www.alcaldiabogota.gov.co/sisjur/normas/ Norma1.jsp?i=10290

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riageneral.gov.co/noticias/lunes-las-almas

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61. Ministerio de Cultura, Resolución 095 de 2020, https://mincultura.gov.co/ministerio/transparencia-y-acceso-a-informacion-publica/ publicidad%20de%20proyectos%20de%20 especificos%20de%20regulacion/Documents/Resoluciones/2020/0905.pdf

62. Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, idpc. gov.co/columbarios-del-cementerio-central-declarados-bic-del-ambito-distrital

63. Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte, Resolución 197 de 2021, https://ant. culturarecreacionydeporte.gov.co/es/ scrd-transparente/resoluciones/resolucionno-197-del-18-de-marzo-de-2021-por-lacual-se-resuelve-una-solicitud-de-declaratoria-como-bien-de-interes-cultural-delas-estructuras-funerarias-correspondientes-al-conjunto-funerario-de-cuatro-4

64. “El mercado de los esqueletos”, El Tiempo, 16 de junio, 1980, 2B.

IMÁGENES

1. La Elipse Central en el siglo XIX. Papel Periódico Ilustrado, 2 de noviembre, 1884, 96.

2. El Cementerio Central visto desde la entrada del Cementerio Protestante. Papel Periódico Ilustrado, 2 de noviembre, 1884, 96

3. Torreón Padilla. Secretaría General Alcaldía Mayor de Bogotá, Album Für Photographien, (Bogotá: Secretaría General; Imprenta Distrital, 2017)

4. Elipse Central en el siglo XIX. Papel Periódico Ilustrado, 2 de noviembre, 1884, 96.

5. Niños conduciendo el cuerpo de un párvulo. El Gráfico, 5 de noviembre, 1910

6. Plano de portada y cortes de los hoy llamados Columbarios (ca. 1918). Fernando Carrasco Zaldúa, La Compañía de Cemento Samper. Trabajos de arquitectura 1918-1925 (Bogotá: Corporación La Candelaria, 2006), 104.

7. Alegoría a los artesanos asesinados en 1919.

Bogotá Cómico, n.º 86, 19 de abril, 1919, 5. Biblioteca Nacional de Colombia, Colección Digital.

8. Venta de flores frente al Cementerio Central. Siglo XX. Colección Museo de Bogotá, Fondo Daniel Rodríguez .

9. Sacerdote frente a la galería de las Ánimas. Fotografía de Clara Inés Isaza, 1997. Derechos reservados PNUD Colombia.

10. Última etapa constructiva del cuarto columbario. Instituto Geográfico Agustín Codazzi, 1952, vuelo C619, foto 43

11. Un niño visita la tumba de su madre, en medio de un gran lodazal. El Tiempo, 2 de noviembre, 1945, 12.

12. Peregrinación al cementerio en el Día de Difuntos. Sady González, 1948. Secretaría General de la Alcaldía Mayor de Bogotá D. C.Dirección Distrital de Archivo de Bogotá.

13. La construcción de la carrera 20 fractura el Cementerio de Pobres. Instituto Geográfico Agustín Codazzi, 1953, vuelo C636, foto 20.

14. Comercio informal a la entrada del Cementerio Central. Fotografía de Clara Inés Isaza, 1997. Derechos reservados PNUD Colombia.

15. Tumba de José Asunción Silva, luego de su traslado desde el cementerio de suicidas. Guía del Cementerio Central de Bogotá. Elipse central. (Bogotá: Corporación la Candelaria, 2007).

16. Instituto Geográfico Agustín Codazzi, 1966, vuelo C1188, foto 1

17. Instituto Geográfico Agustín Codazzi, 1973, vuelo C1436, foto 51.

18. Visitantes rindiendo culto a los muertos sepultados como NN. Fotografía de Clara Inés Isaza, 1997. Derechos reservados PNUD Colombia.

19. Despojos de las exhumaciones del Cementerio Central a finales de la década de los noventa. Fotografía de Clara Inés Isaza, 1997. Derechos reservados PNUD Colombia.

20. Depósito de basuras frente a las bóvedas de los NN. Fotografía de Fotografía de Clara Inés Isaza, 1997. Derechos reservados PNUD Colombia.

REFERENCIAS Y PIES DE FOTO LÍNEA DE TIEMPO 203
LA PROFUNDIDAD DE LOS COLUMBARIOS. FOTOGRAFÍA DE JOHN FARFÁN RODRÍGUEZ, 2020.
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