Segunda Guerra Púnica

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La revista gratuita de la Asociación cultural Hispania Romana

La Segunda Guerra Púnica

El Mediterráneo en armas

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CARTA DEL DIRECTOR

Tercos campesinos

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a marcha de Aníbal sobre Roma es uno de los episodios más evocadores de la Antigüedad. La imagen del gran caudillo cartaginés montado sobre un elefante ha excitado la imaginación de numerosos artistas, que veían en la estampa una síntesis perfecta del poderío arrollador que la metrópoli púnica. El juramento de Aníbal de odio eterno a Roma, el sitio a Sagunto, el cruce de los Alpes, las estrepitosas derrotas de las legiones, la tenacidad de Escipión, incluso el epílogo de Zama... Cada capítulo de la Segunda Guerra Púnica parece pintado con colores de leyenda. No es para menos, ya que las dos principales potencias del Mediterráneo occidental se jugaban no solo la supremacía sino, en última instancia, también su propia supervivencia.

La trascendencia del enfrentamiento espoleó a ambas ciudades para sacar lo mejor de sí. Aníbal mostró ser un fino estratega, tanto militar como político. En el campo de batalla batió a las legiones con sonadas victorias. En el terreno diplomático, consiguió atraerse a diversos aliados de su rival. Tras la batalla de Cannas, la situación de la Ciudad Eterna era tan oscura que a punto estuvo de perder su poético título. Con todo, quince años después Aníbal y Escipión ratificaban la rendición de Cartago. El resultado de la guerra perfila la grandeza de Roma. Los orgullosos agricultores, todavía sin desbastar por los refinamientos orientales, se rehicieron una vez tras otra a los reveses bélicos y se negaron con terquedad a aceptar la derrota como una opción plausible.

la viñeta Por Óscar Madrid

Mi emperador, qué poco digno está siendo esto.

Aunque desconfío de los que dicen aprender lecciones de la guerra (parece que necesitan una efusión de sangre para abrir su entendimiento), es necesario reconocer que la resistencia romana es un modelo a seguir en los momentos duros. Esa fe en el éxito final impidió a los descendientes de Rómulo sucumbir a las adversidades, dar la vuelta a la situación y paladear las mieles del triunfo en una llanura norteafricana, el año 202 a. C. Muchos otros, después de aquel capítulo, también emprendieron entusiastas el camino hacia la gloria, aunque con resultados menos alentadores. Pese a todo, el espíritu de superación de Roma sigue siendo un ejemplo para sobreponernos a los obstáculos que amenazan nuestras aspiraciones. roberto.pastrana@yahoo.es

Foto de portada de Carlos Martínez, tomada durante la primera Jornada Pitiusa de Recreación Histórica.

es una publicación de

Dirige: Roberto Pastrana. Consejo Editorial: Alejandro Carneiro, Francesc Sánchez y Enrique Santamaría. Corrector: Francisco Gómez Maquetación: Roberto Pastrana, Sonia Martínez y Carlos Martínez.

Da igual, ya lo adornaremos en el arco que me pienso construir en Roma.

Colaboran en este número, Francisco Bascuas, Alejandro Carneiro, Olalla García, Francisco José García Valadés, Juan Carlos Martín Leroy, Carlos Martínez, Cristian Mir, Salvador Pacheco, Fernando Quesada, José Rodríguez, Francesc Sánchez, David P. Sandoval, David Sierra y Enrique Santamaría. Correo: stilus@hispaniaromana.es


ROSTRA

Invasión y mestizaje

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JUAN ANTONIO MARTÍN RUIZ Arqueólogo

a caída de Cartago Nova y victorias como las de Baecula e Ilipa marcaron un punto de inflexión en la Segunda Guerra Púnica y supusieron el germen de la Hispania romana. A menudo se ha considerado que la llegada de Roma a la Península Ibérica supuso el fin de numerosas sociedades que, a la postre, se verían obligadas a integrarse en el extenso imperio que configuraron. Sin embargo, cada día resulta más evidente que ello no fue así o no fue así del todo, como podemos comenzar a entrever en el caso de la cultura fenicia. Aspectos contrastados en el cada vez más abundante registro arqueológico de origen colonial, como pueden ser la escasez de elementos materiales romanos en las necrópolis semitas de los siglos II-I a. C., la presencia de escritura neopúnica en vasos campanienses e itálicos, o la continuidad en la producción de salazones de pescado, que hoy sabemos tienen un claro origen fenicio, con la existencia de series anfóricas como las Mañá C2b, por citar tan sólo algunos ejemplos, avalan que al menos durante la etapa republicana el componente oriental no desapareció en absoluto por más que a veces, desde una postura quizás excesivamente tradicional, se piense que la simple presencia de un fragmento cerámico o una moneda romana implique el fin de cualquier sociedad anterior, sin tener demasiado en cuenta el distinto comportamiento que al respecto pueden tener diferentes sectores sociales. Y si no, véase el importante papel que parece tener el comercio dirigido desde Gadir en estos siglos anteriores al cambio de Era en toda la costa noroeste peninsular como comienza a verse en los castros gallegos. En realidad quizás nos hallemos ante un problema de corte ideológico al considerar la cultura romana como un elemento que elimina todo lo que va conquistando, por más que desde dicho punto de vista resulte difícil explicar lo ocurrido a San Agustín, quien nada menos que en las postrimerías del Imperio alcanzó el puesto de obispo porque sabía la lengua que hablaban los habitantes de las zonas rurales de la antigua Cartago, y que no era ni mucho menos el latín, sino el fenicio. Como es bien sabido, en arqueología a menudo no se encuentra lo que no se busca, de manera que tan solo en los últimos años, y de forma bastante tímida ha comenzado a replantearse este pervivencia al igual que acontece con otras culturas prerromanas (ibérica, turdetana, etc.), cuyo rastro se percibe incluso en los comienzos del Alto Imperio. En consecuencia, parece necesario prestar una mayor atención en estos niveles que podemos situar entre los siglo II-I a. C., e incluso a comienzos de la siguiente centuria, para rastrear en ellos nuevos elementos que nos informen de este aspecto y que, por otra parte, son cada vez más abundantes en yacimientos del norte de África.

EN ESTE NÚMERO TEMA DEL NÚMERO las crónicas dicen...

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CIUDADANOS CONTRA MERCENARIOS. Por David Sierra.

la huella de las legiones

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HISPANIA CAMBIA DE MANOS. Por Francisco J. García Valadés.

firma invitada

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LA LETRA PEQUEÑA DE LA SEGUNDA GUERRA PÚNICA. Por Julio Rodríguez.

biografías

20

LUCIO EMILIO PAULO (II). APOTEOSIS EN PIDNA. Por Juan Carlos Martín Leroy.

firma invitada

24

SÍMBOLOS Y FALCATAS. Por Fernando Quesada.

el rincón de esculapio

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LÍNEA DIRECTA CON LOS DIOSES. Por Salvador Pacheco.

derecho

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TIEMPO DE ADAPTARSE. Por Francesc Sánchez.

biografías

38

LA ANTECESORA DE LAS INVESTIGADORAS. Por Olalla García.

vida civil

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HOMO LIBER. Por Cristian Mir.

vida militar

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LA BATALLA, EN VIVO. Por Roberto Pastrana.

noticias hr

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breviarium

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videojuegos

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VAE VICTIS. Por Alejandro Carneiro.

la cinemateca de clío LA CAÍDA DEL IMPERIO ROMANO. Por David P. Sandoval.

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LASCRÓNICASDICEN...

Occidente se tiñó de sangre durante 17 años por el enfrentamiento entre Roma y Cartago. En el choque de estas dos ambiciones se dirimían viejas rencillas, pero también quién diseñaría el futuro del Mediterráneo. Las diferencias entre ambas potencias se reflejan en la propia concepción de los ejércitos que se midieron en los campos de batalla.

Ciudadanos contra mercenarios Por David Sierra.

La Segunda Guerra Púnica, uno de los mayores conflictos bélicos de la Antigüedad, marcó el comienzo de la hegemonía de Roma en el Mediterráneo a la vez que reducía a su rival, Cartago, a una potencia de segundo orden. Esta guerra fue una pugna global: se combatió en Hispania, el sur de Galia, la Península Itálica, Sicilia y norte de África.

El casus belli que desató las hostilidades fue el ataque cartaginés a la ciudad de Sagunto. De esta forma comenzaba la contienda. Aníbal, al mando del ejército púnico en Iberia, ante el control de las rutas marítimas por parte de Roma, decidió marchar por tierra con sus tropas hacia Italia. Conseguiría cruzar los Alpes y llegar a la Península Itálica realizando así una de las más grandes hazañas de la historia militar. Allí vencería a

los romanos en tres batallas campales (Ticino, Trebia y Trasimeno), obligándoles a reclutar un gran ejército para oponerse a los invasores cartagineses. Ambas fuerzas se enfrentaron en Cannas (216 a. C.), donde Aníbal aniquilaría a las legiones romanas. Les infligió la mayor derrota de su historia y causando según Tito Livio alrededor de 50.000 bajas. A pesar de este desastre y en contra de la lógica, Roma de-

Cartago: buenos agricultores y mejores comerciantes Según la leyenda Cartago fue fundada en el año 814 a. C. por navegantes provenientes de Fenicia, aunque los restos arqueológicos más antiguos datan de finales del siglo VIII a. C. En sus inicios se instalarían en esta ciudad aristócratas y grandes comerciantes de Tiro, ciudad con la que Cartago mantuvo siempre estrechos lazos culturales y religiosos. Con la conquista de Tiro por Nabucodonosor II, Cartago reemplazó a su ciudad de origen, convirtiéndose en la nueva metrópoli fenicia en el Mediterráneo. Los púnicos tenían como pilares básicos de su econo-

derrota en la Primera Guerra Púnica supuso la pérdida de su hegemonía naval a manos de Roma, una potencia sin tradición marinera. También la agricultura era un elemento importante de la economía de este pueblo. Los cartagineses poseían una base agrícola altamente organizada y efectiva de la que sacaban fuertes rendimientos, como lo atestigua el “Tratado de Agricultura” de Magón del siglo IV a. C., reco-

mía el comercio y la agricultura. Herederos de la gran tradición marinera de los fenicios, poseían una gran flota que les permitía el intercambio de productos a largas distancias, según queda demostrado por los viajes de Hanón el Navegante y de Himilcón. La protección de las redes comerciales y las áreas de influencia estaba encomendada a una eficaz flota de guerra. Sin embargo, la

gido por fuentes romanas como Plinio el Viejo y Columela. Dentro de la sociedad púnica existía una aristocracia terrateniente perteneciente a la nobleza gobernante, que era propietaria de extensos latifundios.


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cidió continuar la lucha mediante una guerra de desgaste que evitara la batalla campal, donde Aníbal había demostrado ser mejor que los romanos. Esta táctica daría sus frutos al ir reduciendo poco a poco la presencia del general púnico en el sur de Italia. Mientras, Escipión el Africano había conseguido expulsar a los cartagineses de la Península Ibérica y comenzaba la invasión del norte de África. Ante esta situación Cartago decide llamar a Aníbal que abandona Italia y regresa para hacerse cargo del ejército púnico. El enfrentamiento decisivo entre estos dos grandes generales tiene lugar en Zama (202 a. C.), venciendo Escipión. Cartago se ve obligada a firmar la paz. El secreto del éxito Las claves de la victoria en este conflicto están, por un lado, en la capacidad de reclutamiento de Roma y, por otro, a su negativa a aceptar la derrota como quedó patente en Cannas. Cualquier otro Estado de la época hubiera pedido la paz después del desastre, pero Roma decidió continuar la guerra consiguiendo en solo cinco años movilizar 25 legiones. Esto unido a la capacidad militar de su ejército permitiría finalmente a Roma conseguir la victoria.

La Segunda Guerra Púnica enfrentó dos ejércitos muy diferentes; uno compuesto por mercenarios y otro por ciudadanos. Estas dos concepciones militares responden a dos tipos de sociedad y de economía: la cartaginesa era comercial y la romana, agrícola. El ejército cartaginés fue un duro rival. La combinación de distintos tipos de combatientes (ver en las páginas siguientes) le otorgaba un gran equilibrio y versatilidad. En manos de un general como Aníbal fue un instrumento eficaz que puso en serios aprietos a la ciudad del Tíber. Sin embargo, la causa de Cartago estaba lastrada por el excesivo coste de un ejército mercenario, que a la postre mostró su escasa capacidad de reclutamiento en comparación con su rival. Por contra, Roma basaba su fuerza militar en sus ciudadanos y en la ayuda de sus aliados. La capacidad de reclutamiento de la Ciudad Eterna era muy grande si creemos a Polibio. El historiador de origen griego afirma que en 225 a. C. el número de ciudadanos que podían servir en la milicia era de 250.000 infantes y 23.000 caballeros. En cuanto a los aliados, Polibio cifra su capacidad militar en 340.000 soldados y 41.000 jinetes (2.24.16).

Roma, que se apresuró a poner en juego sus recursos humanos tras la debacle de Cannas, tuvo la fortuna de contar con unos aliados fieles, ya que solo algunas ciudades del sur de Italia aprovecharon la debilidad de la metrópoli para pasarse al bando de Aníbal. Además de su capacidad de recuperación, los romanos demostraron prudencia en los momentos críticos, copiando lo positivo de otros pueblos y aprendiendo de las derrotas. Es significativo que la exitosa campaña inicial de Cartago culminase con el éxito de Roma. Las legiones demostraban así que podían levantarse tantas veces como fueron derrotadas, a diferencia del ejército púnico, que no tenía esa capacidad. Al ser vencido en Zama, Cartago comenzó a declinar como potencia. A partir de este momento comenzará la expansión romana, que le llevará a crear un imperio. ◙ PARA SABER MÁS: • POLIBIO (1986): Historia Universal. Madrid. Editorial Akal. • TITO LIVIO (1992): Historia de Roma. La Segunda Guerra Púnica. Madrid. Editorial Alianza.

Roma, la potencia emergente del Mediterráneo occidental Según el mito, Roma fue fundada por Rómulo tras matar a su hermano Remo en el año 753 a. C. Comenzó siendo una monarquía pero a finales del siglo VI. a. C. se instauró la República que duraría hasta que Augusto asumió poderes extraordinarios, a finales del I a. C. Durante el período republicano, el poder político residía en tres instituciones: el Senado, formado por 300 miembros, tenía era el encargado de dirigir la política exterior; los magistrados, encabezados por dos cónsules elegidos cada año, tenían funciones ejecutivas y ostentaban el mando supremo del ejército; y las asambleas que se dividían en comicios (formados por curias, centurias y tribus). Estas instituciones representaban diversos modos de participación política de los ciudadanos. Antes de la Segunda Guerra Púnica, la influencia de Roma se extendía por la Península Itálica, Sicilia y Cerdeña. Al final del siglo II a. C., los romanos dominaban

un imperio que se extendía por Iberia, África y Grecia. El instrumento de conquista de estos territorios fueron las legiones, unas unidades eficientes y disciplinadas. El ejército republicano se basaba en una milicia de ciudadanos ayudada por contingentes de pueblos aliados. El derecho de ciudadanía vinculaba la participación política al servicio en las legiones.


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Frente a frente:

el ejército romano Varias fuentes literarias clásicas (Polibio, Tito Livio, Apiano, Plutarco y Silio Itálico) nos hablan de cómo eran las legiones que se opusieron a Aníbal. A diferencia del ejército mercenario de Cartago, que se disolvía al terminar la campaña, el romano se reclutaba cada año, en el mes de marzo. Era la legión o leva, compuesta por los ciudadanos con unos recursos mínimos fijados por el Estado. El proceso de reclutamiento (dialectus) tenía lugar en el Capitolio, en presencia de los cónsules, según Polibio (6. 19-26). En condiciones normales se formaban cuatro legiones. De lo que dice Polibio se deduce que se llamaba a las 35 tribus de ciudadanos en orden establecido por sorteo. Los hombres iban pasando en grupos de cuatro. Tras un examen se les asignaba a una de las cuatro legiones que se estaban formando, siguiendo un modelo que pretendía que todas las legiones recibieran hombres en número y calidad similares. El proceso acababa al llegar al número requerido de hombres, 4.200 efectivos, aunque en situaciones de emergencia se podía llegar a los 5.000 soldados.

Todos los ciudadanos entre 17 y 46 años que poseían un patrimonio de más de 11.000 ases tenían la obligación de acudir al dialectus. El servicio militar podía durar 16 años en la infantería y 10 en la caballería. Después de hacer la selección de los combatientes y encuadrarlos en las distintas legiones, se les hacía jurar que obedecerían las órdenes de sus jefes. Políticos y militares A diferencia de Cartago, los romanos no mantenían una división entre poder político y militar. Para desempeñar una magistratura era imprescindible que el candidato hubiera cumplido diez años de servicio militar. De esta forma el ascenso político estaba unido al éxito en el ejército. Una de las principales objeciones que se hace tradicionalmente a este planteamiento es la falta de profesionalidad, llegando a decirse que las legiones vencían a pesar de sus generales. Aunque algunos cometieron graves errores, lo cierto es que cualquier magistrado había servido en el ejército suficiente tiempo

como para adquirir experiencia y conocimientos castrenses, a lo que se unían los consejos de los oficiales que le acompañaban en campaña. En combate, el cónsul ostentaba el mando supremo y dirigía las fuerzas, recorría las líneas animando a las tropas, acudía a los puntos críticos y controlaba las reservas. Por debajo del cónsul estaban los tribunos militares. Había seis en cada legión y pertenecían a las capas altas de la sociedad. Sus funciones, que han sido poco estudiadas, eran tanto administrativas como tácticas. Seleccionaban a los reclutas, les tomaban juramento y dividían la infantería en cuatro categorías: velites, hastati, principes y triarii. También eran responsables del entrenamiento, salud y bienestar de los legionarios. Por último supervisaban el campamento y se encargaban de administrar los castigos. Los centuriones ocupaban un lugar básico en la escala de mando. Había 60 por legión. Polibio nos describe las cualidades necesarias para ocupar este cargo: «Los romanos quieren que sus centuriones sean, no tanto audaces y amigos del riesgo, como jefes con dotes de mando, reflexivos, que no ataquen sin pensárselo, o tomen precipitadamente la iniciativa en el combate, sino más bien que aguanten y mue-

sobre el campo de batalla Infantería ligera

En el campo de batalla, no todos los legionarios eran iguales. Las legiones clasificaban a los soldados por su edad y, en menor medida, por su riqueza. Los más jóvenes combatían como infantería ligera, hostigando al enemigo y realizando las escaramuzas. La fase inicial del combate recaía en los has-

Los velites eran los soldados más jóvenes y pobres. El armamento ofensivo que llevaban consistía en unas jabalinas y una espada. Para su defensa usaban un escudo redondo ligero (parma) y un casco sin penacho sobre el que colocaban, a veces, una

tati (primera línea) y los principes (la segunda). La última línea de la infantería pesada eran los triarii. Antes del choque con el enemigo lanzaban sus pila. En el cuerpo a cuerpo, el legionario avanzaba en formación y protegido por el escudo, su objetivo era herir al enemigo con su espada.

piel de lobo o de alguna otra fiera para aumentar la protección del casco y para ser reconocidos por sus jefes. La afirmación de Polibio de que las pieles distinguían a los soldados más valientes (6.22.3) parece indicar que no todos los velites portaban este distintivo.

La infantería ligera operaba en orden abierto y con gran rapidez. Al principio de la batalla hostigaba las líneas del enemigo con sus jabalinas. Después se retiraba y quedaba en reserva.

Infantería pesada La infantería pesada estaba formada por los hastati, principes y triarii. Los primeros eran los más jóvenes de los tres cuerpos mencionados, mientras que los principes se encontraban en la “flor de la vida”. Estos dos grupos llevaban un equipamiento similar y solo se diferenciarían en función de la riqueza de cada legionario.


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ran en su puesto cuando se vean acosados y vencidos» (6.24.8). Lo que buscaban era, por tanto, personas con experiencia y capacidad de liderazgo que no arriesgaran su vida si no era necesario. Su misión sería más bien controlar y organizar a los hombres. También debían de tener cierto nivel cultural, como lo demuestra el hecho de que se enviaran tres centuriones en misión diplomática a Sifax, rey de los númidas (Livio 24.48.3). Espacios polémicos Una legión se componía en condiciones normales de 1.200 velites, 1.200 hastati, 1.200 principes y 600 triarii. La infantería ligera (velites) luchaba en un orden disperso. En cambio, la infantería pesada (hastati, principes y triarii) combatía en manípulos. Cada legionario ocupaba un frente de entre 90 centímetros y 1,8 metros y un fondo de entre 1,8 y 2 metros (Polibio 18.30.5-8 y Vegecio, 3.1415). Cada manípulo de hastati y de principes, formado por 120 hombres, a diferencia de los triarii, que se dividían en unidades de 60 legionarios. Antes de la batalla la legión se desplegaba en tres líneas. La primera la componían diez manípulos de hastati, la segunda otros diez de principes y por último la tercera la formaban diez manípulos de triarii. Los has-

tati se disponían dejando entre cada manípulo un intervalo equivalente al frente de la unidad. Después los principes se colocaban de la misma manera, pero sus manípulos cubrían los huecos dejados por la línea de hastati. Por último los triarii tapaban los espacios libres que quedaban entre las unidades de la segunda línea. Esta formación se conocía como triplex acies y era la característica del ejército romano. Una vez desplegada, la legión avanzaba hacia el enemigo. Por delante iban los velites hostigando a la infantería contraria. Los estudiosos del ejército romano se encuentran divididos sobre qué ocurría cuando la infantería ligera se retiraba por los huecos dejados por sus compañeros. El grupo de historiadores liderado por Connolly, Warry y Fields defiende que en esa fase del combate los huecos dejados por los manípulos de hastati se cerraban presentando una línea continua al enemigo. Esta teoría se sustenta en hipótesis modernas sin una sólida base documental. Lo cierto es que las fuentes literarias no dicen específicamente que los espacios se cerraran, sino más bien lo contrario (Livio 8.8.9, Polibio 9.22.10 y 15.9.6). El segundo grupo de historiadores, formado por Goldsworthy y Cowan, cita a las fuentes clásicas para sos-

tener que la mayoría de los ejércitos en la Antigüedad mantenían espacios de separación entre sus unidades. Si en el hipotético caso en que la carga enemiga penetrase por los espacios de la primera línea, se encontraría de frente con los manípulos de principes de la segunda línea. En lo que coinciden todos es que, en esta fase de la batalla, los hastati avanzaban hacia el enemigo. Cuando se encontraban a una distancia de alrededor de 30 metros lanzaban sus jabalinas pesadas (pila), sacaban su espada (gladius) y establecían contacto directo con la infantería contraria. El sistema de combate romano se basaba en concentrar una fuerte presión, renovada de forma continua, sobre el centro de la línea enemiga. El combate cuerpo a cuerpo parecía ser tentativo, combinando el escudo y la espada. Si las primeras líneas no conseguían desbaratar la formación enemiga al cabo de cierto tiempo o se encontraban cansadas, eran relevadas por los manípulos de principes. La operación se llevaría acabo aprovechando los huecos existentes dentro del dispositivo romano. De esta manera se presentaba al enemigo una nueva línea con hombres de refresco y la lucha continuaba hasta que uno de los dos bandos conseguía la victoria.

sobre el campo de batalla Como armas ofensivas portaban dos jabalinas conocidas como pilum (plural, pila), una pesada y otra ligera, con gran poder de penetración. Su función era herir y desorganizar las filas enemigas. También portaban una espada (gladius), colgada del lado derecho, que se usaba tanto de punta

enemigo. A este equipo se le añadiría un casco de bronce coronado por tres plumas, de esta forma el soldado parecía más alto. Sobre el pecho llevaban una placa metálica de forma cuadrada. Los que tenían más recursos económicos empleaban una cota de mallas (lorica hamata). Completaba el equipo una

línea, la última de la legión romana. Si durante la batalla llegaban a entrar en combate, presentaban sus lanzas al enemigo, adoptando una formación similar a la falange.

como de filo. Como armamento defensivo llevaban un escudo (scutum) de forma ovalada. Sus medidas eran de 120 por 75 centímetros y su peso estaba entre seis y diez kilos. El scutum no solo otorgaba una gran protección sino que podía ser empleado para golpear y desequilibrar al

greba en la pierna izquierda, que tenían más adelantada cuando luchaban. Por último estaban los triarii, que eran los de mayor edad. Su armamento era similar al de los hastati y principes, la única diferencia era que portaban una lanza (hasta) en vez del pilum. Los triarii ocupaban la tercera

za de caballería compuesta por 300 jinetes que eran reclutados de entre los ciudadanos adinerados capaces de costearse un caballo. Su equipo consistiría en un escudo redondo, casco de bronce, lanza, espada y cota de malla. En combate su misión era la de proteger los flacos de las legiones.

Caballería Cada legión tenía una pequeña fuer-


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Frente a frente:

el ejército cartaginés El gran problema con el que nos encontramos al analizar el ejército cartaginés durante la Segunda Guerra Púnica es la escasez de fuentes específicas que nos informen, no ya solo de aspectos militares, sino de la propia cultura cartaginesa. No hay un Polibio que nos explique cómo era la organización del ejército púnico, como lo hace con el romano. Aun así, a través de pasajes de las propias fuentes y modernos estudios se pueden conocer ciertos datos. Cartago basaba su sistema militar en el empleo de mercenarios, debido a su reducido cuerpo de ciudadanos. Junto a este hecho numérico, existe otra explicación ideológica: el Senado prefería dedicar parte de sus ingresos a contratar tropas, en vez de retirar a parte de sus ciudadanos de las actividades comerciales para encuadrarles en un ejército.

Esto no quiere decir que Cartago no dispusiese de tropas propias. En situaciones de emergencia, la capital púnica solía reclutar una milicia de ciudadanos, pero su valor combativo era escaso, debido a su inexperiencia. Así ocurrió en la derrota de Zama (202 a. C.), cuando la milicia, que formaba parte de la segunda línea del dispositivo de Aníbal, falló en el apoyo a la primera línea. En el capítulo de caballería, existía una unidad de jóvenes de familias aristocráticas, conocida como la Banda Sagrada, que servía como escuela de oficiales para el ejército púnico. Su equipamiento seguía el modelo griego: llevaban encima de la túnica una armadura corta de cuero; se protegían la cabeza con un casco de bronce de tipo helenístico; sus armas eran un escudo circular,

una jabalina o lanza y una espada de tipo griego. Con todo, quizá la característica más famosas del ejército de Aníbal fue el empleo de los elefantes de guerra, una táctica heredada, al parecer, de las campañas de Alejandro Magno en la India. Los elefantes que usaron los púnicos provenían de la selva africana y su tamaño no superaba los 2,5 metros hasta el lomo. Durante la Segunda Guerra Púnica fueron un arma de doble filo. Por un lado servían para romper y desorganizar las líneas enemigas, a la vez que podían aterrorizar a los caballos. Sin embargo, si se asustaban, podían volverse contra las propias líneas y causar el caos. Junto a las anteriores tropas de carácter local, existía una gran variedad de tropas foráneas, que formaban el grueso de la fuerza cartaginesa. Provenientes de toda la cuenca del Mediterráneo occidental, cada pueblo disponía de unas características (ver cuadro inferior) que Aníbal supo aprovechar bien.

sobre el campo de batalla Los mercenarios reclutados por Cartago provenían de diversas zonas del Mediterráneo. Polibio al relatar la batalla de Cannas (216 a. C.), menciona las fuerzas que componían el ejército púnico: africanos, númidas, iberos y galos (Polibio 3.113):

En combate, los libio-fenicios adoptaban la formación de falange, caracterizada por presentar un frente compacto de picas erizadas, que les protegían de los ataques de la infantería pesada y de la caballería.

Libio-fenicios Originarios del norte de África, la base de la infantería cartaginesa, disponía de una panoplia que suscita cierto debate entre los expertos. Unos defienden que iban equipados con picas pesadas, similares a la sarissa macedónica. Otros investigadores sostienen que llevaban armas más ligeras, tipo lanza. El resto de su armamento estaría compuesto

Su nombre proviene de latín y significa nómadas. La mayoría de los contingentes númidas actuaban como caballería ligera, pero las fuentes también nos informan de la existencia de infantería armada con jabalinas y un escudo redondo. Hostigaban al enemigo antes del choque de la infantería pesada. La caballería númida no empleaba ni la brida ni la silla de montar. Dirigían

por casco metálico de tipo tracio, coraza de lino, un escudo redondo y una espada de tipo griego (kopis). Por último, para proteger las piernas llevarían grebas. Polibio no dice mucho acerca del equipo que llevaban estos hombres, pero menciona que portaban armas pesadas (3.113).

sus monturas únicamente por medio de la voz, un palo y una correa atada al cuello del animal. Los caballos eran pequeños, pero bastante fuertes, rápidos y ágiles. Los jinetes vestían con una simple túnica corta y sin mangas, ceñida al cuerpo por un cinturón. No llevaban ningún tipo de coraza, su úni-

Númidas

ca protección era un pequeño escudo circular de madera. Su armamento ofensivo consistía en jabalinas y lanzas ligeras. Hay escasas representaciones de la caballería númida, siendo la más conocida la de la columna Trajana que está muy alejada del período de las guerras púnicas. Polibio describe su modo de lucha: «Facilidad de los númidas para el despliegue y repliegue, así como su audacia y temeridad para volver de nuevo a la carga (esto, es en efecto lo característico del combate de los númidas)» (3.72,10).

Los celtas Conocidos por los romanos como galos, también formaron parte del ejército púnico. Se dividían en diversas tribus. Algunas de las que vivían en el sur de Francia y norte de Italia siempre tuvieron enfrentamientos con los romanos e incluso llegaron a saquear la ciudad alrededor del 390 a. C. Polibio y Tito Livio nos relatan que en la batalla de Cannas, los celtas iban


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El Mediterráneo en armas La Segunda Guerra Púnica fue una conflagración a gran escala, en la que los dos contendientes arrastraron al campo de batalla a cuantos aliados y mercenarios pudieron movilizar. Numerosos pueblos del Mediterráneo mostraron en los campos de batalla su poderío militar. Por parte de los romanos, las legiones contaron con la ayuda de sus aliados, denominados socii. Estos contingentes se dividían entre sus vecinos latinos y los provenientes

su número era tres veces más que el de la romana. Por lo que parece, el armamento y táctica de las unidades aliadas era parecido al de los romanos, aunque lo cierto es que las fuentes dan poca información sobre este asunto. En cuanto a Cartago, Aníbal atrajo las voluntades de diversos pueblos hispanos con una hábil política diplomática. Esto no es óbice para que la causa púnica recurriese a su tradicional política de reclutamien-

Próximos también geográficamente eran los númidas, originarios del noreste y noroeste de las actuales Argelia y Túnez. Formando parte de las tropas púnicas, bien como aliados o bien como simples mercenarios, los númidas eran también una parte fundamental del ejército cartaginés. Los galos, procedentes de los territorios que hoy son el sur de Francia y norte de Italia, componían el 40% del contingente con que Aníbal se internó en la Península Itálica, según las fuentes clásicas. Por último, los belicosos iberos y otros pueblos hispanos for-

del resto de las ciudades aliadas de la Península Itálica. El número de fuerzas y el aporte económico que debía realizar cada comunidad a Roma estaba determinado por los tratados firmados. Cada legión era apoyada por un contingente de infantería pesada de tamaño similar, recibía el nombre de ala. En cuanto a la caballería aliada,

to de mercenarios. Sólo en Cannas, Polibio habla de la ayuda que Aníbal recibió de iberos, galos, númidas y africanos. Estos últimos, fruto del mestizaje entre la población púnica y las tribus vecinas de Cartago, eran los más próximos tanto geográfica como culturalmente y representaban el núcleo central de la infantería cartaginesa.

maban una impetuosa fuerza de choque a la que «las armas y los caballos les eran más preciados que su propia vida», según Pompeyo Trogo. Las características especiales que aportaba cada pueblo hacían de la fuerza púnica un instrumento temible, con gran capacidad de adaptación a las diversas situaciones que encontró a lo largo de la guerra.

sobre el campo de batalla al combate desnudos por encima de la cintura y empleaban espadas largas. Estas servían para golpear solo de filo, necesitando para ello el combatiente cierto espacio para realizar este movimiento. Aunque es cierto que la cota de malla, utilizada por varios pueblos, entre ellos los romanos, es de origen galo, la realidad era que su alto coste hacia que estuviera solo restringida a la aristocracia. El equipo de los guerreros celtas se complementaba con un casco de bronce o hierro y un escudo largo de madera. Éste podía estar diseñado de varias formas: ovalado (la más común), redondo, rectangular y hexagonal. Debido a su tamaño, alrededor de 120 centímetros,

tal contra el enemigo, luchando con sus espadas largas hombre a hombre. Pero si esta embestida fallaba, comenzaban a cansarse y eran presa fácil del rival. Eran buenos combatientes, con gran ímpetu, pero necesitaban un líder capacitado que supiera regular su fuerza. Lo encontraron en Aníbal.

Dentro de la Península Ibérica había multitud de pueblos que se dividían en tribus muy belicosas, como atestiguan las fuentes. Hablando de su armamento, Polibio (3.113) los describe con túnicas de lino bordadas en púrpura, escudo similar a los galos (como los representados en las esculturas de Osuna) y

esculturas); y como armas arrojadizas, el saunon y la falarica. La caballería hispana tenía un armamento similar a la infantería, salvo por el uso de un escudo circular pequeño y una lanza. A veces se menciona que para combatir desmontaban de sus caballos y luchaban a pie. En cuanto a la forma de combate, los pueblos celtíberos eran hábiles preparando emboscadas pero también podían presentar batalla en campo abierto, como queda atestiguado por Tito Livio (28.2, 4-12 y 34.13), donde se enfrentaron de igual a igual con las legiones. Mención aparte merecen los honderos baleares que actuaban como infantería ligera. Los cartagineses los con-

protegía adecuadamente el cuerpo del luchador. Aníbal también empleó a los galos y los iberos como caballería pesada. Iban equipados de forma parecida a la infantería pero con cota de mallas, lanza y escudo pequeño. La táctica de combate de los guerreros celtas consistía en una carga fron-

espadas que servían para golpear tanto de punta como de filo. Usaban dos tipos de espadas, la falcata curvada y la espada recta de filo y de punta. A este equipo se le añadía un casco de cuero o de bronce, siendo el primero el más común; un pectoral circular o una cota de malla (como se aprecia en algunas

trataron desde al menos el 337 a. C. Iban equipados con tres tipos de hondas, que servían para distintas distancias. Poseían gran precisión y potencia de fuego. Pruebas modernas han demostrado que los proyectiles de honda pueden llegar a alcanzar una velocidad de 90 kilómetros por hora.

Los hispanos


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LASHUELLASDELASLEGIONES

Hispania cambia de manos Después de años de campañas victoriosas, el poderío cartaginés parecía agotarse en Hispania. Las orillas del Guadalquivir presenciaron uno de los episodios principales de la Segunda Guerra Púnica. La batalla de Baecula propició que el escenario bélico se trasladase a tierras italianas. Texto y fotos: F. J. García Valadés.

Foto: Google Earth

UBICACIÓN Cerro de las Albahacas, Santo Tomé (Jaén).

COORDENADAS 38º 00’ 54’’ N; 3º 06’ 48’’ O.

DESCRIPCIÓN Se ha localizado un campamento cartaginés en el Cerro de las Albahacas. A sus pies una extensa llanura que las últimas prospecciones identifican como campo de batalla. Sobre la margen derecha del río Guadalquivir y opuesta al campamento cartaginés se encuentra el oppidum ibérico de Turruñuelos, posible emplazamiento de Baecula. El conjunto se encuentra actualmente en estudio. Se busca el posible emplazamiento de un castra romano. Se conjetura que estuvo sobre la localidad de El Molar.

DATACIÓN Estudios en curso localizan aquí la batalla de Baecula, entre las tropas cartaginesas de Asdrúbal Barca y P. Cornelio Escipión. Dataría pues del año 208 a. C. durante la Segunda Guerra Púnica.

Tradicionalmente se venía relacionando la ubicación de Baecula con la actual Bailén. Autores como Schulten basaron tal planteamiento en la supuesta derivación del nombre de la ciudad jienense a partir del topónimo ibérico de Baécula. Buscaron avalar además tal identificación con la localización de elementos topográficos relatados por Polibio y Tito Livio en su descripción del entorno de la batalla. Sin embargo, siempre estuvo cuestionada ya que ni aparecieron restos arqueológicos propios de un oppidum relevante en el subsuelo ni de campo de batalla alguno. Además no se ajustaba con exactitud al análisis topográfico de las fuentes clásicas. Recientemente, el Centro Andaluz de Arqueología Ibérica (CAAI) ha localizado, de forma muy bien justificada, un nuevo emplazamiento para la batalla de Baecula. La búsqueda se inició con el nombre del oppidum ibé-


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El Molar, ubicación en la que se cree que estaba el ejército de Escipión, aparece en la lejanía desde las alturas en las que Asdrúbal acampó. Los olivares de la izquierda de la foto podrían ser la ladera por la que el propio Escipión ejecutó su maniobra de flanqueo.

Presentación a principios de año de objetos encontrados en Santo Tomé. la altura tendría seis kilómetros de longitud y la base unos ocho kilómetros. La cima del cerro se sitúa a 278 metros sobre la vega del río, lo que le confiere una privilegiada situación estratégica. El cuartel de Amílcar El campamento cartaginés se localiza en la cima del Cerro de las Albahacas, ubicándose en su extremo oriental, es decir, en la zona más elevada, controlando el valle del Río de la Vega, así como una amplia franja de la propia vega del Río Guadalquivir. También posee un amplio dominio de todos los pasos naturales de la zona sureste de la Loma de Úbeda. Se trata del único campamento cartaginés del que se tiene evidencia arqueológica en la península.

El recinto se orienta de norte a sur en su eje superior. Ocuparía una extensión de 76 hectáreas, con una longitud de unos 1.150 metros y una anchura media de 600 metros. Su forma tiende a ser rectangular, aunque presenta sus lados ligeramente curvos y sus esquinas se nos presentan redondeadas. Se adapta a la topografía de la parte superior del cerro. Curiosamente, las parcelas de los cultivos conservan la morfología de su perímetro, que se puede apreciar en fotografía aérea. De la misma manera se puede observar una posible división de la estructura en dos recintos, aunque los trabajos sobre el terreno no lo confirman. Se conservan algunos tramos de un sistema de empalizada realizada con postes, así como restos del agger del campamento. Sin embargo no hay

Foto: Javier García.

rico de Castulo, referido por los autores clásicos en relación a los hechos de la batalla y de ubicación conocida. A partir del cual, localizaron todos los oppida ibéricos del Alto Guadalquivir cuya secuencia se prolongase hasta finales del siglo III a. C. y cuyos nombres no hubiesen perdurado. Resultaron once localizaciones que fueron sometidas a análisis topográfico para determinar cuáles se correspondían con exactitud a la descripción del terreno de Polibio y Tito Livio. Este último dice que Asdrúbal se trasladó a un cerro con «una altura que tenía una explanada en su parte más alta. Por detrás había un río y por delante y por los lados ceñía su contorno una especie de ribazo abrupto». Finalmente, realizaron una prospección arqueológica selectiva y un muestreo magnético en ellas de un radio de cinco kilómetros. Los trabajos permitieron localizar los restos de un campo de batalla en un cerro vecino al oppidum de Turruñuelos, denominado Cerro de las Albahacas, que cumplía todos los criterios de búsqueda tales como: su extensión, la posición del río respecto de la zona de ataque, la existencia de un ribazo abrupto definido por sus pendientes, así como la presencia de cerámica ibérica tardía y de elementos metálicos, tales como glandes de plomo, puntas de proyectiles o monedas cartaginesas. El campo de batalla se localiza entre los términos municipales de Santo Tomé y Cazorla (Jaén), en el Alto Guadalquivir. Se trata de una unidad topográfica delimitada por el Río de la Vega al norte, noreste y este; por el Río Guadalquivir al norte, noroeste y oeste; y, al sur, por el Arroyo de Las Arcas. Suponiendo un triángulo,

Foto: Centro Andaluz de Arqueología Ibérica

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El campo de batalla y Baecula Los restos localizados confirman que la ladera al suroeste de la estructura del Cerro de las Albahacas fue escenario de un enfrentamiento bélico. Entre los numerosos hallazgos se encuentran varias puntas de jabalina númidas, regatones, puntas de pilum, puntas de flecha, glandes de plomo, datados a finales del siglo III a. C. Si interpretamos este lugar como la batalla de Baecula y el campamento del cerro como cartaginés, según ratifican los hallazgos, quedaría por identificar el emplazamiento de las tropas de

Foto: Javier García.

constancia de la existencia de un foso defensivo, que sería de presencia obligada si se tratase del campamento romano. Estos restos ratifican el carácter eventual del campamento, que según las fuentes citadas anteriormente, no se prolongarían más de cuatro días, incluyendo la batalla y posterior ocupación del mismo campamento por las tropas de Escipión.

Vista del Cerro de las Albahacas desde Santo Tomé. Escipión. Los actuales estudios tratan de localizar el campamento romano bajo la localidad de El Molar, que tuvo poblamiento ibérico hasta finales del siglo III a. C. Dominaría una leve elevación del terreno al suroeste del Cerro de las Al-

bahacas y estaría flanqueado al oeste por un ribazo del Guadalquivir. Interpretando estos emplazamientos como hemos referido, el oppidum de Los Turruñuelos sería la Baecula de las fuentes. Se encuentra a menos de dos

El exceso de confianza de Asdrúbal La guerra en Hispania había dado un vuelco. Tras el revés de Cn. Cornelio Escipión y su hermano Publio, un nuevo y aparentemente inexperto Escipión reanudaba con éxito imparable las operaciones en la Península Ibérica. Cartago Nova acababa de caer en un alarde de audacia casi temerario. La sorpresa cogió al ejército cartaginés dividido en tres cuerpos dirigidos por Asdrúbal Barca, Magón y Asdrúbal Gisco. La nueva amenaza requería que se unieran para hacerla frente y desalojar una vez más la presencia romana por debajo del Ebro. Aníbal precisaba el aporte de nuevas tropas desde la península italiana y esto era un contratiempo. El joven P. Cornelio Escipión es-

Asdrúbal se encontraba en las proximidades de Castulo y sus minas de plata, concretamente en los alrededores de la ciudad ibérica de Baecula. Alertado de la llegada de las legiones romanas por sus avanzadillas de caballería decidió abandonar el campamento en el que se encontraba. Desplazó su ejécito a un lugar que según Polibio tenía «[...] un río que fluía a sus espaldas y delante de la empalizada había un llano defendido por un escollo lo suficientemente hondo para ofrecer protección; el llano era tan ancho que cabía en él el ejército cartaginés formado. Asdrúbal permaneció en este sitio; apostó día y noche centinelas en el escollo». El emplazamiento era ideal para enfrentarse con ventaja a cualquier ataque.

ligera en la llanura. Escipión tenía serias dudas de sus opciones para abrir batalla en situación tan desventajosa. Durante dos días los ejércitos permanecieron expectantes. Ninguno desplegó todas sus tropas fuera de sus campamentos. Pero además el tiempo era aliado de Asdrúbal. Cada día que pasaba los otros dos cuerpos de ejército cartaginés se acercaban más, dispuestos a cerrar la trampa en torno a Escipión. Debía probar suerte y tantear al adversario. Escipión desplegó una cohorte para cortar el acceso por el valle del Guadalquivir y otra para cerrar los accesos desde Baecula al cerro en el que se encontraban los cartagineses. De esta manera pretendía impedir cualquier ayuda exterior a Asdrúbal. Desplegó

taba obligado a hacer frente a los cuerpos de ejército cartaginés por separado. Anticipándose a ello abandonó Cartago Nova en busca del ejército oriental, que estaba comandado por el hermano de Aníbal, Asdrúbal Barca.

A la mañana siguiente, Escipión había acantonado sus legiones al otro lado del llano, en una posición inferior. Estaban ya frente a frente. Asdrúbal decidió mover primero sus piezas y desplegó a sus jinetes numídicos, a los honderos baleares y la tropa africana

en la llanura a sus velites y una tropa legionaria escogida. El grueso de las legiones permanecía en sus campamentos, aunque dispuestas para intervenir. Los velites y el reducido cuerpo de legionarios comenzaron a ascender


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kilómetros del Cerro de las Albahacas sobre una terraza en la margen opuesta del Guadalquivir, a los pies de la Loma de Úbeda. Este oppidum ha sido objeto de intervenciones pasadas que lo caracterizaron como un asentamiento indígena datado entre el V y el III a. C., en cuya fase final sufrió un considerable aumento de tamaño hasta llegar a las 25 hectáreas. Aumento que tal vez tuvo relación estrecha con el escenario bélico y su indudable valor estratégico, ya que permite el control del acceso al Glosario

Alto Guadalquivir, a la zona del levante peninsular y al sureste hacia Cartagena, siguiendo el Guadiana Menor. Los hallazgos aportan información sobre la vía de acceso del ejército romano, que se produciría desde Cartagena, pasando por Baza y el Guadiana Menor, para emplazar su campamento en algún punto al sur del Cerro de Las Albahacas. Hecho que permite la huída cartaginesa hacia el norte, como refieren las fuentes citadas, a través de la Sierra de Cazorla o la Loma de Úbeda.

En Baecula, Asdrúbal Barca estuvo esperando la llegada de los cuerpos de ejército cartaginés de Magón y Asdrúbal Gisco. Ante la inminente llegada de Escipión se vio obligado a buscar un emplazamiento privilegiado para hacerle frente, el actual Cerro de las Albahacas. A sus pies se desarrollaría uno de los hitos de la Segunda Guerra Púnica. Derrotado Asdrúbal huyó hacia el norte, para reforzarse y alcanzar Italia por los Alpes, pero nunca uniría sus tropas a las de su hermano Aníbal. ◙

PARA SABER MÁS: • BELLÓN, J. P., GÓMEZ. F., GUTIÉRREZ, L. M.ª, RUEDA, C., RUIZ, A., SÁNCHEZ, A., MOLINOS, M., WIÑA, L., GARCÍA, M.ª A., y LOZANO, G. (2004): “Baécula. Arqueología de una batalla”. Proyectos de Investigación 20022003. Universidad de Jaén y Caja Rural. Jaén.

• BELLÓN, J.P., GÓMEZ. F., GUTIÉRREZ, L. M.ª, RUEDA, C., RUIZ, A., SÁNCHEZ, A., MOLINOS, M., WIÑA, L., GARCÍA, M.ª A., y LOZANO, G. (2006): “Cerro de las Albahacas camp and battlefield”; Morillo A. y Aurrecoechea J. (eds.), The Roman army in Hispania: an archaeological guide, León.

hacia las posiciones que tenían tomadas las tropas ligeras cartaginesas, que estaban desplegadas en el medio de la llanura desde el comienzo de las hostilidades. Cuando la tropa romana se encontró al alcance empezó a caer una lluvia de proyectiles. Pero no impidieron que persistieran en el ascenso hasta hacerles frente cuerpo a cuerpo. Los mercenarios cartagineses se vieron obligados a retroceder. Todo parecía una escaramuza más que una batalla plenamente desplegada. Asdrúbal permanecía dentro de su campamento con el resto de su ejército, como un espectador más desde las alturas, sin mostrarse alertado por los hechos. Estaba convencido de que los romanos no se atreverían a dar batalla en semejantes condiciones. Escipión decidió en ese momento que el resto de la infantería ligera

de la derecha de la colina. A la vez ascendía Lelio por el lado izquierdo con la otra mitad del ejército. Mientras, los enfrentamientos entre las tropas ligeras se limitaban al centro de batalla. Asdrúbal, en un principio, no concebía que tales maniobras correspondiesen a un ataque decidido y lo atribuía más bien a una demostración de fuerzas. Pero los dos ejércitos romanos no se detenían en su ascenso decidido hacia la posición dominante cartaginesa. Alarmado por ello dio orden de desplegar al grueso de sus tropas frente al campamento en orden de combate. Pero la maniobra se inició demasiado tarde. El ejército cartaginés se mostró demasiado grande, poco operativo y lento. Aún no se habían tomado posiciones en los extremos de la formación cuando las legio-

La situación privilegiada de los cartagineses se convirtió en una trampa para la huída, al no tener salida por los flancos. Asdrúbal huyó hacia el norte cuando vio que la situación era insostenible. No estaba dispuesto a perder todo en esa batalla, cuando lo que debía hacer era llegar hasta Italia. Reagrupó a buena parte de su ejército, incluidos algunos elefantes, y recogió todo el tesoro. Escipión no tendría la oportunidad de acabar con él. Decidió no cebarse en la persecución por temor a la presencia de los ejércitos de Magón y Asdrúbal Gisco que en breve debería hacer frente. Desde allí Asdrúbal remontó el Alto Guadalquivir para acceder a la meseta y encaminarse hacia los Pirineos, reclutando mercenarios sobre el terreno. Esta carrera aún tendría que encarar los pasos alpinos. Pero el final no era

apoyara de inmediato a la que inició el primer choque. Seguidamente, dividió su ejército en dos brazos y los desplegó en la llanura. Al frente del brazo derecho se encontraba el propio Escipión que ascendió la ladera dando un ligero rodeo por el escarpe

nes desplegadas en orden de combate arremetieron por ambas alas, casi sin poder ser rechazadas, comenzando una carnicería y provocando una desbandada general en la que incluso los elefantes cartagineses colaboraban presas del pánico.

el que hubiese deseado. Jamás lograría unir sus fuerzas a las de su hermano Aníbal. Las legiones romanas detuvieron sus propósitos en Metauro en el 207 a. C. y su cabeza fue lanzada sobre la empalizada del campamento de Aníbal en la Apulia.

• Agger: Talud interior sobre el foso por el que discurre el vallum. • Oppidum: Núcleo de poblamiento indígena fortificado. • Vallum: Balizamiento del campamento. • Velites: Infantería ligera romana formada por ciudadanos jóvenes de escasos recursos económicos.


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FIRMAINVITADA

BATALLAS MENORES, EN ITALIA

La letra pequeña de la Segunda Guerra Púnica En los cerca de veinte años que duró la con-

resultados fueron tan importantes como los de

tienda más famosa entre Roma y Cartago, el

las grandes gestas. El profesor Julio Rodríguez

nombre de las grandes batallas a menudo deja

repasa con detalle los pequeños choques que

en la sombra decenas de enfrentamientos cuyos

marcaron en Italia el rumbo de la guerra.

Por Julio Rodríguez González.

Cualquiera que esté mínimamente interesado en la Historia de Roma ha oído hablar de la II Guerra Púnica y de sus cinco grandes batallas, Tesino, Trebia, Trasimeno, Cannas y Zama, ganadas por Aníbal, excepto la última y definitiva. Sin embargo, Italia, principal campo de batalla de la guerra, al igual que en menor medida Cerdeña y Sicilia [ver apoyo], fueron escenario de muchos otros enfrentamientos armados entre los cartagineses y sus aliados y los romanos y los suyos. Estos combates incluyeron batallas campales, asedios, asaltos de ciudades, emboscadas y alguna batalla naval e implicaron a numerosos contingentes de guerreros por parte de ambos bandos, causando fuertes bajas que incluyeron a numerosos altos oficiales, incluso cónsules y procónsules por parte romana. Sin embargo, el análisis de estas batallas destruye otro tópico: la invencibilidad de Aníbal hasta Zama, pues algunas se resolvieron con una derrota para el caudillo cartaginés. Las batallas campales se produjeron

Grumentum Canusium

Consentia

Locr is

Trasim

Plasentia

desde el comienzo de la guerra. Nada más ser derrotado el cónsul P. Cornelio Escipión (padre) junto al río Ticinus (hoy Tesino) en 218 a. C., los supervivientes de sus auxiliares galos se sublevaron y atacaron y dieron muerte junto a Placentia (Plasencia) a muchos de los romanos que se habían salvado con ellos. A comienzos de 217 a. C. un enfrentamiento entre romanos y cartagineses cerca de dicha ciudad se saldó con un empate. En verano un contingente romano de

caballería fue aniquilado en un lugar no identificado del sur de Italia y en otoño de ese año, junto a Gerunium (Santa Croce di Magliano), los romanos derrotaron a Aníbal en primera instancia aunque a continuación el cartaginés se resarció en dos etapas, inflingiendo en la segunda una contundente derrota al magister equitum M. Minucio Rufo. En 216 a. C., previamente a Cannas, una gran escaramuza en la que los hombres del cónsul C. Terencio


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Varrón derrotaron a un contingente de Aníbal, llenó de optimismo (equivocado) a los romanos antes del gran enfrentamiento. En 215 a. C., en Grumentum (Grumento Nova), los romanos derrotaron a un contingente cartaginés (no mandado por Aníbal). En 214 a. C., junto a Beneventum (Benevento) los romanos del procónsul T. Sempronio Graco vencieron a los soldados del cartaginés Hannón, lo que ocasionó que su jefe Aníbal tuviese que abandonar la región de Campania y pasar a la de Apulia. También vencieron los hombres del cónsul M. Claudio Marcelo a las tropas comandadas por el propio Aníbal en las afueras de Nola. Al año siguiente Hannón tuvo oportunidad de desquitarse venciendo a un improvisado ejército romano formado por campesinos y esclavos a las órdenes del prefecto Pomponio Veyentano. En 212 a. C., de nuevo en Beneventum, Hannón volvió a ser derrotado (esta vez por los pelos) por el cónsul Q. Fulvio Flaco.

Genios de la emboscada, los cartagineses acabaron en los primeros años con varios contingentes gracias a ataques por sorpresa El año 212 a. C. vio en dos ocasiones más a un ejército romano derrotado, una de ellas cuando las tropas del pretor Cn. Fulvio Flaco se enfrentaron a un contingente cartaginés a las órdenes de Magón junto a Herdonia (Ordona) y otra en la región de Lucania. Aníbal amagó (no tenía fuerzas suficientes) un ataque sobre Roma en 211 a. C., algo que los soldados de los cónsules Cneo Fulvio Centúmalo Máximo y Publio Sulpicio Galba Máximo y del procónsul Quinto Fulvio Flaco conjuraron brillantemente venciendo a los cartagineses a dos

kilómetros de una de las entradas a la capital, la Porta Collina, y poniendo en graves dificultades al enemigo que se retiraba cuando este cruzaba el río Anio (Aniene), aún en las cercanías de Roma. Poco pudo disfrutar Centúmalo de su victoria, pues el año siguiente, siendo procónsul, cayó junto a 8.000 de sus soldados junto a Herdonia ante Aníbal en persona, derrota vengada en parte cuando en Numistro (¿Buccino?) el cónsul Claudio Marcelo, tras un duro combate, hizo que Aníbal se retirara de nuevo hacia Apulia. Marcelo fue tras él y en los días siguientes se produjeron una serie de escaramuzas en las que parece que los hombres de Aníbal llevaron la peor parte. Parecía que Marcelo le tenía tomada la medida al cartaginés, pues ya en 209 a. C. y con Marcelo como procónsul, tras una batalla de dos días en la que los romanos empezaron muy mal, consiguió vencerlo de nuevo en Canusium (Canossa di Puglia). El derrotado buscó entonces otros obje-

PASIÓN POR ROMA • • • •

pollo numídico ? ¿Cómo se maneja un gladio ? ¿Qué dicen las inscripciones ? ¿Cómo se pone una toga ? ¿A qué sabe el

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tivos y venció a un contingente romano que atacaba Caulonia (Marina di Caulonia), en poder cartaginés. El 207 a. C. fue un muy mal año para Aníbal. En primer lugar, se produjo la mayor de estas batallas menores, con resultado muy desfavorable para sus intereses: el 23 de junio su hermano Asdrúbal, que llegaba desde Hispania con un ejército de refuerzo, fue atrapado, derrotado y muerto junto al río Metaurus (Metauro) por las fuerzas conjuntas de los cónsules C. Claudio Nerón y M. Livio y del pretor L. Porcio Licinio. Aníbal, que por su parte había tenido dos reveses, en Grumentum y en Venusia (Venosa) y se retiraba hacia el Brucio, se enteró de lo que había pasado cuando los romanos lanzaron a su campamento la cabeza de su hermano. Transcurrieron tres años sin nuevas batallas campales, hasta que en

204 a. C los romanos del cónsul P. Sempronio Tuditano vencieron a Aníbal en Croton (Crotona) aunque él se tomó la revancha en un lugar no identificado. Al año siguiente sabemos de una posible batalla cerca otra vez de Croton, pero no su resultado. La última batalla en suelo itálico no fue en el sur, sino en el norte, en Mediolanum (Milán), en 203 a. C., donde Magón Barca, hermano de Aníbal, había llegado con un ejército, vía Genua (Génova), escapando del hundimiento del poder cartaginés en la Península Ibérica, con la idea de distraer la atención romana y aliviar la presión sobre su acosadísimo hermano en el sur. Allí presentó batalla a los romanos del procónsul M. Cornelio Cetego y el pretor P. Quintilio Varo, que lo derrotaron contundentemente. Gravemente herido, pudo Magón re-

tirarse con los supervivientes hacia la costa, donde recibió la orden de volver a Cartago, camino de la cual murió en el mar. El factor sorpresa

Sin llegar a ser batallas campales, las emboscadas, en las que los cartagineses eran maestros y que los romanos aprendieron, tuvieron su importancia en esta guerra. En la primera, en 217 a. C., una columna romana fue aniquilada en la región de Umbría por la caballería númida del general Maharbal. Los romanos, ese mismo año, trataron de responder tendiendo una en el monte Callicula (al sur de Pietravaivano) pero Aníbal montó una contraemboscada que le dio la victoria. Al año siguiente los galos boyos, aliados de Aníbal, aniquilaron mediante emboscada en la silva Litana, un lugar desconocido en la actual

Los frentes de Cerdeña y Sicila Frentes secundarios de la guerra en Italia fueron las islas de Sardinia (Cerdeña) y Sicilia, por cuya posesión ya se había luchado duramente en la Primera Guerra Púnica. Tras la victoria cartaginesa en Cannas en 216 a. C., los sardos, sometidos a Roma tan sólo desde 237, y azuzados por agentes cartagineses, pensaron que era el mejor momento para sacudirse el yugo romano y en 215 se sublevaron, dirigidos por un tal Hampsícora. Inmediatamente desde Cartago se envió un ejército para ayudarlos. Roma, a pesar de lo mal que lo estaba pasando en esos momentos, no podía permitir una Cerdeña cartaginesa, por lo que rápidamente envió un ejército mandado por el procónsul T. Manlio Torcuato, hombre con experiencia en la isla, que unió sus fuerzas a las romanas que allí ya había, al mando hasta entonces del gravemente enfermo pretor Q. Mu-

cio Escévola. Aún no había llegado el ejército cartaginés cuando, probablemente cerca de Carales (Cagliari), los romanos vencieron a los sardos. Cuando llegó por fin el ejército cartaginés, mandado por Asdrúbal el Calvo, la batalla de este y los sardos contra los romanos se resolvió en una nueva victoria para Roma, que acabó por atrapar a los supervivientes enemigos en Cornus (ruinas junto a Sta. Caterina de Pitinnuri), al oeste de la isla, ciudad que fue tomada a los pocos días, acabándose así los problemas romanos en Cerdeña. Para rematar el descalabro púnico, la flota que había llevado a Asdrúbal y sus hombres hasta la isla fue interceptada en su regreso a África por una escuadra romana y vencida, aunque no aniquilada. El último episodio bélico relacionado con esta isla tuvo lugar en 205

a. C., cuando una escuadra cartaginesa que llevaba abastecimientos a Aníbal, arrinconado entonces por los romanos en la región suritálica


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provincia de Rávena, al ejército del pretor L. Postumio Albino, que pereció. En 215 a. C. el cartaginés Hannón sorprendió y derrotó a varias unidades de aliados romanos y tres años después, tras otras dos emboscadas victoriosas de los cartagineses, una en un sitio no identificado y la otra junto a Thurii (las ruinas de Sybaris-Copia), en un lugar llamado Campus Vetus nada menos que un procónsul romano, Ti. Sempronio Graco, murió acribillado a flechazos en una celada. En 211 a. C. los romanos del cónsul Centúmalo consiguieron salvar una situación comprometida tras una emboscada y al año siguiente los romanos se la jugaron a los cartagineses, emboscándolos y derrotándolos en Tisia (Laganadi o San Stefano). El año 208 a. C. fue un mal año para los romanos en cuestión de em-

del Brucio, a causa una tormenta se vio obligada a desviarse de su ruta y cerca de las costas sardas fue interceptada y destruida por las naves del gobernador Cn. Octavio. Por su parte, Sicilia, romana desde 241 a. C., era estratégica y económicamente más importante todavía para Roma. Allí la lucha se prolongará entre 214 y 210 a. C. Fue Syracusa (Siracusa) el alma de la rebelión contra Roma, que los cartagineses apoyaron rápidamente. Durante esos años hubo tres batallas campales. En dos de ellas venció Roma: la de Acrilae (Biscari), en 214, y la del río Himera (Salso), en 212. Por contra, en 214, los siracusanos derrotaron en lugar no identificado a una columna romana que acudía a defender a las comarcas fieles a Roma. Agrigentum (Agrigento) y Heraclaea Minoa (ruinas cerca de Agrigento) fueron tomadas por los cartagineses nada más llegar a la isla. Cuatro años después serían recuperadas, la primera al asalto, así

que las fuentes dan noticia tuvo lugar al año siguiente y en ella los romanos vencieron a su enemigo.

Roma no podía consentir que las pujantes ciudades del sur de Italia quedasen en manos de Aníbal boscadas, pues una de ellas les causó una gran derrota en Petelia (Strongoli). La segunda de ellas, junto a Venusia, fue la más productiva de toda la guerra pues, por pura casualidad, entre los romanos que cayeron en la celada estaban los dos cónsules de aquel año, Claudio Marcelo y T. Quinctio Crispino. El primero murió en ella y el segundo a resultas de sus heridas. La última emboscada de la

como otras no identificadas controladas por Cartago. Los romanos tuvieron que hacer algún duro escarmiento con ciudades como Henna (Enna), en 214, dispuesta a pasarse al enemigo, así como Leontini (Lentini) y Megara Hyblaea (ruinas cerca de Augusta), que ya lo habían hecho. Sin embargo, la gran batalla siciliana fue el asedio al que el cónsul (luego procónsul) M. Claudio Marcelo sometió a Siracusa. Desde otoño de 214 al verano de 212 a. C., la ciudad resistió ayudada, entre otras cosas, por los artilugios que inventaba el

Enemigo a las puertas La lucha en las ciudades también tuvo mucha importancia en una península tan urbanizada como la Itálica. Dicha lucha comportó asedios y asaltos, en ocasiones sin necesidad de haber establecido previamente cerco. La inmensa mayoría de los combates que implicaron a ciudades tuvieron lugar en el sur, donde quedó Aníbal cada vez más acorralado y donde hubo poblaciones que cambiaron varias veces de manos. Tras la derrota romana en el río Trebia, en enero de 217 a. C., los cartagineses tomaron Victimulae (cerca de Vercelli), un centro de abastecimiento romano, mientras fracasaban ante otro no identificado. En el verano de 217 a. C. Aníbal, en su camino hacia el sur

científico Arquímedes (como los famosos espejos que quemaban las naves). Tras rechazar intentos cartagineses por auxiliarla, la ciudad fue tomada al asalto, durante el que murió Arquímedes. Como colofón a la lucha en Sicilia, en 207 a. C. una flota romana venció a una cartaginesa en las cercanías de la isla.


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por la costa adriática, vio rechazado su ataque sobre Spoletium (Spoleto), aunque tomó al asalto Telesia (Telese), en el Samnio. En otoño de 217 a. C. Gerunium fue tomada también al asalto para ser utilizada de base de invernada. Entre 216 a. C. y comienzos de 215 a. C., Aníbal tomó las ciudades de Acerra, Consentia (Cosenza), Nuceria (Nocera), Praeneste (Palestrina), Petelia, Casilinum (Capua) y el campamento del dictador romano M. Junio Pera, fracasando sin embargo ante Neapolis (Nápoles) y Nola. El 215 a. C. los romanos recuperaron al asalto muchas de las ciudades de las regiones de Campania y Samnio que se habían entregado de buen grado a los cartagineses: Austicula (¿Castellone di Castel San Vincenzo?), Combulteria (Dragone), Sicilinum (?), Trebula (Tre-

glia di Pontelatone), Vercellium (¿Circello?) y Vescellium (?). Además los hombres del cónsul Ti. Sempronio Graco tomaron un campamento de aliados campanos de Aníbal en Hamae (Giugliano in Campania). Por su parte, Aníbal asedió Cumae (Cumas) y Nola, ante las que fracasó. Al año siguiente las operaciones se extendieron también a la zona de Apulia. En esas tres regiones los romanos recuperaron al asalto Acuca (?), Telesia (Telese), Compulteria (ruinas junto a la iglesia de Santa Maria di Covulture), Compsa (Conza della Campania), Fugifulae (Faifoli di Montagano), Orbitanium (¿Vitulano?) y, posiblemente, Aecae (Troia) y Blanda (Policastro). Tras asedio previo cayó en su poder Casilinum (Capua). Por su parte Aníbal fracasó en intentar asediar Puteoli (Pozzuoli).

Quince años de lucha 218 a.C. Ticinus Placentia

217 a.C.

Trasimenus Trebia Victimulae Batalla no identificada Gerunium Telesia Emboscada en Umbría Spoletum Placentia

216 a.C.

Cannae Emboscada en Rávena Acerra Consentia Nuceria Praeneste Petelia Casilium Neapolis Nola

215 a.C.

Celada no identificada Grumentum Trebula

Sicilinum Austicula Conbulteria Vercellium Hamae Cumar Nola

214 a.C.

Beneventum Acuca Telesia Compulteria Compsa Fugifulae Orbitanium Aecae Blanda Nola Casilinum Putteoli

213 a.C.

Arpi Atrinum Batalla no identificada

212 a.C.

Herdonia Brundisium Batalla en Lucania

El gran cerco de la II Guerra Púnica en Italia comenzó en la primavera de 214 y se prolongaría hasta el verano de 211 a. C. Fue el asedio romano de Capua (hoy Capua Vetere). Esta importante ciudad campana, siempre refractaria a Roma, se había entregado a Aníbal en 216 a. C. y este había hecho de ella su cuartel general. Cuando en 214 el cartaginés salió de ella para dirigir sus operaciones en otros sitios, los romanos la pusieron bajo asedio y a pesar de los intentos de Aníbal por socorrerla —toma de Calatia (Caserta) en 211—, que provocaron diversos combates en sus cercanías, la ciudad, agotadas sus provisiones, hubo de entregarse. Los romanos desencadenaron una brutal represión y tras ejecutar a los principales ciudadanos vendieron al resto de los habitantes como esclavos.

Las acciones armadas aparecen ordenadas dentro de cada año en tres grupos:

• Victorias cartaginesas • Victorias romanas • Batallas de resultado incierto

Celada no identificada Celada cerca de Thurri Beneventum Tarentum

211 a.C.

Catalia Rhegium Marmorea Meles Salapia Capua Porta Colina Celada no identificada

210 a.C.

Herdonia Sapriportus Numistro Emboscada en Tisia

209 a.C. Caulonia Tarentum Locri Canusium

Manduria Salapia Plasentia

208 a.C.

Emboscada en Petelia Emboscada en Venusia

207 a.C.

Metaurus Grumentum Venusia Celada no identificada

206 a.C. Locri

205 a.C. Genua

204 a.C. Croton Clampetia Consentia Pandosia

203 a.C.

Mediolanum Croton


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En 213 a. C. los romanos siguieron reconquistando las ciudades que, de grado o por la fuerza, estaban en manos de los cartagineses. Así, al asalto tomaron Arpi, Atrinum (?) y varias otras que las fuentes no identifican. Por su parte, Aníbal cosechaba un nuevo fracaso ante Brundisium (Bríndisi) aunque conseguía tomar la ciudad baja de Tarentum (Tarento), aunque la ciudadela permanecía en poder de los romanos, que aguantaron allí, permitiéndose incluso hostigar a las tropas cartaginesas, hasta que un ejército romano recuperó la parte perdida de la ciudad en 209 a. C. En 211 otra vez Aníbal se dejaba parte de su prestigio al no poder tomar Rhegium (Reggio di Calabria), importante puerto en el extremo suroeste de Italia. Los romanos, por su parte, a lo suyo, tomando por asalto Marmorea (Civita Campomarano), Meles (¿Molise?) y Salapia (ruinas en las cercanías de Trinitapoli). En 209 a. C. cayó en poder de Roma Manduria mientras Locri, al año siguiente, resistió el cerco. Entre tanto, Aníbal también fracasaba en su intento por tomar Salapia. Locri sería tomada tres años después mediante un audaz golpe de mano ideando por el cónsul P. Cornelio Escipión (hijo). Tampoco su hermano Asdrúbal, de camino hacia su trágico destino en las orillas del Metaurus, pudo expugnar Plasentia. El tercero de los hermanos Barca, Magón que, como hemos visto antes, llegó en 205 a. C. al norte de Italia por vía marítima, sí pudo, por el contrario, tomar Genua (¿al asalto?). Las últimas operaciones militares contra ciudades tuvieron lugar en 204 a. C., cuando el cónsul P. Sempronio Tuditano, mientras el ahora procónsul Escipión (hijo) se disponía a iniciar la última fase de la guerra en el norte de África, tomó al asalto, en la región sureña del Brucio, las localidades, hasta entonces en poder de los cartagineses, de Clampetia (Amantea), Consentia y Pandosia (¿Lago?). Al año siguiente, reclamado desde Cartago, Aníbal y los restos de su ejército abandonaron Italia. Por último, hay que mencionar la única batalla naval librada en aguas itálicas, la que frente a Sapriportus (?) en-

El paso de los Al pes y las aplastantes victorias que obtu vo acto seguido dan a Aníbal una aureol a de general invencib le. Sin embargo, el anál isis detallado de lo s choques posterio res muestra una situa ción más matizada.

frentó en 210 a. C. a la flota tarentina, aliada de Aníbal, con una flota romana que iba a aprovisionar a los romanos que resistían en la ciudadela de Tarentum, a unos 22 kilómetros de allí. Los romanos fueron derrotados, sus naves dispersadas, destruidas o embarrancadas y su comandante, el prefecto Decio Quintio, muerto. Como conclusión, se puede ver que las tierras itálicas, sobre todo las meridionales soportaron durante años una dura presión militar por parte de ambos bandos, pero sobre todo de Roma, que no podía consentir que tierras tan importantes económica y demográficamente y tan recientemente incorporadas a sus dominios (algunas menos de 60 años antes) escaparan a su control, lo que hubiera otorgado a Aníbal una situación tan propicia que hubiese aumentado grandemente sus posibilidades de ganar la guerra. ◙

PARA SABER MÁS:

• APIANO (1980): “La guerra de Aníbal”, dentro de la edición Historia Romana. Editorial Gredos. Madrid. • LIVIO, T. (1990): Historia de Roma desde su fundación. Editorial Gredos. Madrid. • PLUTARCO (1944): Vidas paralelas: Fabio Máximo; Claudio Marcelo; Marco Catón; Quinctio Flaminino. Joaquín Gil Editor. Buenos Aires. • POLIBIO (1981): Historia Universal. Editorial Gredos. Madrid.


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BIOGRAFÍAS

Treinta años después de la derrota de Aníbal, Roma desconfiaba de Macedonia, la antigua aliada del cartaginés durante la Segunda Guerra Púnica. La guerra entre las dos potencias del Adriático era cuestión de tiempo. Cuando esta estalló, en 171 a. C., las legiones quedaron empantanadas en una lucha sin fin. La augusta rama de los Emilios, en horas bajas, fue clave en el fulgurante desenlace. El escritor Juan Carlos Martín Leroy rememora este episodio.

L. EMILIO PAULO MACEDÓNICO (y II)

Apoteosis en Pidna Por Juan Carlos Martín Leroy.

El año 171 a. C., el Senado declaró la guerra al rey Perseo de Macedonia. Así comenzaba el tercer enfrentamiento de Roma con la patria de Alejandro Magno. Durante tres años sucesivos, los cónsules romanos trataron inútilmente de invadir Macedonia desde sus bases en Grecia. En 168, mediante una acción combinada en torno al monte Olimpo, el cónsul Lucio Emilio Paulo logró entrar en la Pieria macedonia y presentó batalla a Perseo al sur de la ciudad de Pidna. Emilio Paulo, que poco antes parecía un sexagenario políticamente acabado, alcanzó, en solo una hora de combate, una de las victorias militares más brillantes y celebrabas por los romanos a lo largo de toda su historia. Los vencedores son justos y los perdedores, despreciables: de lo contrario la Historia carece de sentido moral. Según sus enemigos, Perseo era mezquino y cobarde. Su padre, el rey Filipo, había preparado al país para una nueva guerra contra Roma y castigó con la muerte a su hijo Demetrio, hermano de Perseo y favorito de los romanos, dejando el trono al peor de los dos. Con todo, Perseo inició en

179 su andadura política procurando mantener la paz con Roma. En 172 o 171 se presentó ante el Senado el rey de Pérgamo Eumenes II, quien fuera buen amigo de los Escipiones (a su valentía se debió la victoria de Magnesia) denunciando las intromisiones y las amenazas del rey Perseo. Según Polibio, ya entonces el Senado decidió declararle la guerra. Durante su regreso a Pérgamo, Eumenes sufrió un atentado a manos de sicarios que al parecer estaban a sueldo de Perseo, y este fue el motivo oficial para declararle la guerra al antigónida. Si vamos más allá de la denigración habitual transmitida por las fuentes grecolatinas, comprenderemos que Perseo siguió una cuidadosa estrategia diplomática y militar que le dio buenos resultados durante tres años consecutivos, y lo perdió todo en una sola batalla. Según se desprende del Un guerrero macedonio se desploma mientras contempla impotente el avance de las legiones romanas. Detalle del altorrelieve del monumento que el propio Paulo costeó en Delfos para glorificar su victoria sobre Perseo.

texto polibiano, dicha estrategia ya habría sido diseñada en los días de Filipo, quien sabía que, más tarde o más temprano, se produciría una nueva agresión romana. Perseo combinó una diplomacia muy activa con un planteamiento militar defensivo, presentándose siempre como “víctima” para granjearse las simpatías del resto del mundo helenístico, especialmente de Grecia, escenario en el cual renunció a combatir a los romanos. A juzgar por la dura represión romana de postguerra y las agrias observaciones de Polibio acerca de la veleidad de sus compatriotas, en este aspecto Perseo habría logrado sus objetivos. Incluso el rey Eumenes entró en nego-


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ciaciones secretas con Perseo, y la actitud definitivamente hostil de Polibio se explica por su propio resentimiento y por el deseo de complacer a sus amos romanos, ya que él mismo fue uno de los numerosos aristócratas griegos que apoyaron a Perseo y fueron después deportados a Italia. El mismo año de 171, Roma envió contra Perseo al cónsul P. Licinio Craso, adscrito al círculo catoniano, quien sufrió una derrota en toda regla cerca de Calícino. A Licinio le sucedió A. Hostilio Mancino, vinculado a la facción Claudio-Fulvia y padre del cónsul que firmará con los numantinos el célebre foedus. Hostilio atacó a Perseo en el Epiro con pobres resultados. Para el año siguiente los vientos políticos empezarían a soplar a favor del entorno próximo a Paulo, nombrándose a Q. Marcio Filipo, que logró entrar en Macedonia desde Tesalia bordeando el monte Olimpo —como después haría el mismo Paulo—, aunque se vio obligado a retirarse por falta de aprovisionamiento. El año 168 L. Emilio Paulo obtuvo el consulado con C. Licinio Craso y fue elegido para conducir la guerra contra Perseo. Paulo alistó en su ejército a sus hijos Q. Fabio Máximo Emiliano, que entonces tenía 19 años de edad, y P. Cornelio Escipión Emiliano, de 17. El menor, Marco, no alcanzaba la edad necesaria para tomar las armas. He aquí a un padre que, tras haberse visto obligado a ceder a sus hijos, quiso que sus respectivas carreras comenzaran con el juramento militar realizado bajo su imperium consular. ¿Puede haber algo más romano que esto? Paulo llegó con su ejército a Tesalia y, según Plutarco, “descubrió” un paso hacia Macedonia a través del la vertiente occidental del monte Olimpo, enviando a P. Cornelio Escipión Nasica (que dejó testimonios escritos de la campaña en forma de cartas o de memorias) para sorprender a Perseo. Sabiéndolo el rey por la delación de un tránsfuga, envió a Milón para interceptar a Nasica en la montaña. Se produjo un encuentro que resultó favorable al romano y Perseo se retiró hacia el norte mientras Paulo avanzaba por la costa. El 21 de junio Nasica y Paulo se

reunían en suelo macedonio, a unos 18 kilómetros al sur de la ciudad de Pidna, avistando al ejército de Perseo al otro lado del río Leucón desplegado en formación de combate. Paulo rehusó presentar batalla ese día y levantó un campamento al otro lado del río, al pie del monte Olocros. Según cuentan Livio y Plutarco, la noche del 21 al 22 se produjo un eclipse de luna. El episodio y la reacción supersticiosa de la tropa ofrecen un indudable interés antropológico. El tribuno militar C. Sulpicio Galo (que aparece al lado de Paulo en 171; del otro Sulpicio inscrito en su ejército hablaré más adelante) dio a los soldados una explicación racionalista que en las fuentes se mezcla confusamente con otra de carácter premonitorio, psicológicamente más rentable: el eclipse presagiaba la caída del reino macedonio. La batalla se desencadena La batalla de Pidna, que comenzó hacia las tres de la tarde del día siguiente, está narrada en Livio y en Plutarco. Uno y otro coinciden en que la causa de la derrota macedonia se debió a la ruptura de la falange. Livio nos transmite un informe pormenorizado, por más que el preferido sea Plutarco, que favorece a Paulo tratando de otorgarle una iniciativa que no parece haber tenido. Desde el principio, la batalla se desencadena y parece desarrollarse “por sí sola”. Tanto Paulo como sus oficiales actúan a la zaga de los acontecimien-

tos y ¡qué decir de Perseo! Es lugar común afirmar que el combate se desplazó a las faldas del monte Olocros y que esta fue la razón por la cual la falange perdió toda su efectividad, descomponiéndose. Conviene recordar que esta explicación no aparece en Livio y hay razones para dudar de su veracidad. Antes de que esto sucediera el ejército romano habría alcanzado su propio campamento, que se hallaba detrás y a poca distancia (Plutarco mismo afirma que las primeras muertes se produjeron a menos de doscientos pasos del campamento romano, y, según Livio, estaba situado en la misma falda del monte Olocros). Por otra parte, introducirse en semejante terreno hubiera resultado sorprendentemente estúpido para soldados y oficiales experimentados que de sobra conocerían las virtudes y los puntos débiles de su propia falange. Lo que nos conduce al pasaje 41 del libro XLIV de Livio, donde se nos refiere el momento exacto en que se produjo el giro decisivo en la batalla. En él Livio hace mención de un arma misteriosa que Perseo situó en el ala izquierda de su ejército y que denomina Elephantomachae, elefantomaquias. Después de atravesar el río Leucón, el ejército macedonio avanzó contra el de Paulo obligándolo a retroceder, hasta que, de forma repentina, se produjo el desmoronamiento del ala izquierda macedonia. Livio lo dice explícitamente:


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«En el ala derecha de los romanos, donde la batalla había comenzado, cerca del río, [Paulo] dispuso los elefantes y las cohortes de las tropas aliadas; y es aquí donde comenzó primero la huída de los macedonios».

Un triunfo militar, paso a paso EJÉRCITO MACEDÓNICO

EJÉRCITO ROMANO

Pero ¿qué o quiénes componían el ala izquierda macedonia? Livio, que hasta ahora ha venido realizando una descripción material de la batalla, de súbito cambia de registro y realiza una digresión filosófica antes de proseguir con la narración del combate:

CAMPAMENTO MACEDONIO

CAMPAMENTO ROMANO Fase 1: Los macedonios atraviesan el río Leucón mientras el enemigo se repliega hacia su campamento.

«Pues así como la mayoría de las nuevas invenciones de los mortales resultan impresionantes de palabra, y en la práctica —como entonces hay que llevarlas a cabo y no disertar sobre cómo llevarlas a cabo— se desvanecen sin efecto alguno, así en esta ocasión las elefantomaquias se quedaron solamente en un nombre inútil. Las tropas de aliados latinos siguieron la carga de los elefantes

haciendo retroceder el ala izquierda macedonia».

Fueran lo que fuesen, las elefantomaquias fracasaron, provocando el hundimiento del ala izquierda macedonia y el desbordamiento del frente por parte de los romanos, que rodearon al ejército de Perseo. Esto parece haber causado la paralización de la falange Calcáspida (Escudos Broncíneos) y la dislocación del frente macedonio, de modo que la falange Leucáspida (Escudos Blancos), ahora adelantada, mostraría su flanco izquierdo, contra el cual L. Postumio Albino envió a los soldados de la segunda legión consular. Otro aspecto que no debe olvidarse es que el combate fue tan violento como rápido: En apenas una hora todo había terminado y comenzaba la matanza. Las bajas romanas fueron insignificantes en comparación con las macedonias. Ahora bien: sabemos que, en un ejército helenístico, la falange se combinaba con una excelente caballería, a cuyo mando se encontraba el propio rey Perseo, como era tradición en los reyes macedonios desde los días de Alejandro Magno.

n Carlos Leroy

Infografías: Jua

Fase 3: El ataque del ala izquierda macedonia no sólo fracasa, sino que provoca el derrumbamiento de todo ese sector, que se bate en retirada.

Fase 2: Choque entre los dos ejércitos. Las primeras bajas se producen a escasos metros del campamento de L. Emilio Paulo.


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¿Por qué la caballería de Perseo no actuó, retirándose casi intacta del campo de batalla? Polibio acusa a Perseo de cobardía y de haber huído del combate en el momento decisivo. Podemos conformarnos con esta explicación o bien tratar de buscarla en el desarrollo de la batalla. Si bien la falange nunca habría llegado a adentrarse en el monte Olocros, la rapidez con que el frente se desplazó hasta sus proximidades pudo haber impedido que la caballería de Perseo actuase rodeando al ejército de Paulo y empujándolo contra aquélla según la táctica del yunque y el martillo. Esto y la velocidad con que se produjo el hundimiento del ala izquierda y el cerco de la primera falange habrían sido las claves de la derrota macedonia. Un grandioso triunfo empañado Según Polibio, Paulo buscó angustiado a su hijo Escipión Emiliano, que no apareció en el campamento hasta el anochecer: había estado persiguiendo macedonios en fuga. También nos cuenta que en la batalla, Catón Liciniano, el hijo del Censor, perdió su espada, y tuvieron que sujetarle para que no se arrojara sobre el enemigo tratando de recuperarla. Terminada la batalla, encontraron la espada revolviendo entre los montones de cadáveres macedonios. Perseo, que huyó a Samotracia, fue capturado y Paulo se apoderó de sus fabulosos tesoros. A continuación se dio

un paseo turístico por Grecia admirando sus monumentos, del que nos hablan Plutarco y Polibio; ordena erigir una estatua propia en un pedestal destinado a recibir una del vencido Perseo. Como sus soldados no quedaran satisfechos con lo que les cupo en recompensa, Paulo los condujo al Epiro para que se desquitasen previo permiso del Senado. Ciento cincuenta mil epirotas terminaron en los mercados de esclavos. Entretanto se desataba la represión en toda Grecia. Polibio fue uno de los que sufrieron el cautiverio: Paulo se lo regaló a su hijo Escipión Emiliano y Polibio pasó el resto de su vida como “huésped ilustre” y maestro suyo. El triunfo de L. Emilio Paulo Macedónico fue uno de los más largos y espléndidos de la Historia romana: duró tres días consecutivos y Plutarco lo describe con detalle. En aquellos días Paulo perdió a los hijos de su segunda esposa. En su discurso funerario, que nos refiere el biógrafo, nos encontramos con un estupendo ejemplo de superstición compensatoria, según la cual a un hecho feliz le corresponde otro desgraciado para equilibrar mágicamente el universo: así Paulo pagó con la pérdida de sus hijos la victoria que los dioses habían concedido a Roma. Lo cual no impidió que fuera acusado por uno de sus tribunos militares, S. Sulpicio Galba, el que más tarde traicionaría el juramento dado a los lusitanos. Galba trató de impedir el triunfo de Paulo con el apoyo de los

soldados, que seguían insatisfechos a pesar del saqueo del Epiro. Otro discurso ejemplar con exhibición de cicatrices de guerra por parte de un senador avergüenza a los revoltosos. Pero el motín no se habría zanjado sin un precio. En otra noticia de Plutarco que debe conectarse con las acusaciones de Galba, inscritas sin duda en una protesta popular de mayor calado, el pueblo fue eximido del pago de los tributos, que no se restableció hasta el 43 a. C. Años más tarde Escipión Emiliano devolvería a Galba aquella afrenta causada a su padre preguntándole ante el Senado por los miles de lusitanos, capturados por traición a un juramento, que el pretor vendió en los mercados de Galia. Lucio Emilio Paulo culminó su carrera política alcanzando el cargo de censor en 164 junto con Q. Marcio Filipo. Gracias al biógrafo de Queronea sabemos que hacia ese año Roma contaba con un censo de 337.452 ciudadanos. Sorprende el reducido número de “privilegiados” con plenos derechos para aquel Imperio que ya extendía su poder por todo el Mediterráneo. Paulo casó su hija Tertia con el hijo de Catón, quien fuera en otro tiempo su enemigo político, y falleció el año 160 a. C. a la edad de 71 años, “relativamente” pobre dado su gran triunfo sobre Perseo, sin descendencia que perpetuara el nombre de su familia: pues Paulo, como él mismo creía, todo lo dio por Roma, incluído sus cinco hijos varones. ◙ PARA SABER MÁS:

Fase 4: Los soldados de la Legión II se introducen por la brecha del ala izquierda para flanquear al enemigo. La caballería de Perseo, sorprendida, se desbanda y provoca el colapso del frente macedonio.

• BÉARD, M., (1998): El triunfo romano. Ed. Crítica. • GOLDSWORTHY, A., (2005): Grandes generales del ejército romano: campañas, estrategias y tácticas, Ariel. • KOVALIOV, S. I., (2007): Historia de Roma, Akal. • ROLDÁN HERVÁS, J. M., (1994): El imperialismo romano: Roma y la conquista del mundo mediterráneo (264-133 a. C.), Ed. Síntesis. • ROLDÁN HERVÁS, J. M., (2001): Historia Antigua de España, UNED.


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FIRMAINVITADA

ARMAMENTO PRERROMANO

Símbolos y falcatas Caballos, lobos, jabalíes y motivos vegetales decoran con profusión las armas ibéricas. Tanta filigrana parece indicar un uso suntuario, pero el profesor Fernando Quesada propone una hipótesis alternativa apoyándose en su conocimiento de la idiosincracia de las sociedades antiguas. Por Fernando Quesada Sanz.

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Como es bien conocido, la falcata es una espada de doble filo, uno principal y otro secundario, que sirve para cortar de tajo y clavar de punta. Fue arma de infantes más que de jinetes, hecha en hierro con una o varias láminas de hierro soldadas a la calda, a cuya empuñadura se añadían unas cachas de hueso o madera. Se llevaba en una vaina de cuero con refuerzos metálicos, de la que normalmente solo se conservan las anillas y los pasadores para su suspensión mediante un tahalí que pendía del hombro y cruzaba el pecho. De la falcata hay muchas variantes y muchos tamaños, pero centrémonos ahora solo en su decoración. Una falcata se decoraba de muchas maneras, pues toda ella es en cierto modo un objeto de arte. En primer lugar la empuñadura está forjada a manera, bien de cabeza de caballo, bien de cabeza de ave rapaz, modelo este último característico en algunas zonas del Mediterráneo Oriental desde fechas muy antiguas. No es el caso del caballo, pero éste sí era un icono muy característico de la cultura ibérica, donde existe incluso una divinidad protectora de los équidos.

La empuñadura adopta pues una forma zoomorfa, ya tiene plasticidad por sí misma: las cachas, en madera, hueso o asta, quizá en marfil, la cubrirían y mejorarían, ya que estaban labradas para realzar más la cabeza de ave o de caballo insinuada en la lámina férrea que servía de soporte. En ocasiones el remache que sujeta la cacha al alma metálica de la empuñadura se sitúa donde estaría el ojo del animal, y en ese caso se podía clavar un dorado remache de bronce en lugar de en hierro1. La empuñadura puede complicarse mucho añadiendo elementos metálicos más o menos complejos, como en la falcata de Almedinilla que aparece a la izquierda. En la necrópolis de La Serreta de Alcoy (Alicante)2 se ha restaurado recientemente con especial mimo una falcata muy rica que tiene una empuñadura en forma de cabeza de caballo: la genialidad estriba en que el morro del caballo se ha metamorfoseado en la cabeza y fauces de un león que a su vez esta devorando algo... En el otro extremo de la guarda lateral hay otra cabeza de león más pequeña, que también devora otro objeto. Cuando vemos los detalles ampliados, nos damos cuenta de que las fauces están modeladas y damasquinadas, y que


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lo que muerden las dos cabezas de león afrontadas es un par de cabezas humanas, el tamaño de las cuales no supera los siete milímetros, que se inspiran en las cabecitas de pasta vítrea de los collares púnicos (ver arriba, figura a). El esquema se repite en una falcata de Illora (Granada) (ver figura b). En otras piezas, como por ejemplo la ya citada procedente de Almedinilla, el artesano quiso imitar la forma de hacer de las anteriores, pero la serie de cabezas de felino devorando cabezas humanas, se ha simplificado y transformado en una barra metálica maciza. Muchas falcatas también presentan decoración en la hoja, como muestra la imagen superior derecha. En primer lugar es decoración la propia serie de acanaladuras más o menos complejas que cubren su superficie. Durante muchos años se ha dicho que su función era la de agravar las heridas en el combate facilitando la entrada de aire en la herida, creando además una mayor posibilidad de infección. Aunque no vamos a entrar en detalles ahora, esto no es así: las acanaladuras aligeran la hoja manteniendo una gran rigidez, y al tiempo decoran3. Cuando veamos una falcata bien conservada, hay que fijarse en el gusto y la elegancia con los que casi siempre se ha cincelado el metal, cómo se ha cortado en caliente para trazar series muy complejas de estrías

y acanaladuras. En ocasiones, además, estaban realzadas por frisos de damasquinados en plata que recorrían toda la hoja, resaltando y realzando más sus líneas. Así pues, decoración en plata y decoración “tallada” en el metal se complementaban. El artesano ibérico estaba pues utilizando el damasquinado en plata como refuerzo y complemento decorativo de las formas previamente cinceladas en la hoja de metal. Hay muchos modelos de acanaladuras, desde los más sencillos a otros bastante complejos que revelan un trabajo bastante cuidadoso por parte del forjador. Sin embargo en otras ocasiones encontramos “chapuzas”, como la de un artesano de Almedinilla que hizo las acanaladuras trazando dos rectas que forman una falsa unión4. Pero en las mejores piezas se trazaron acanaladuras anchas y estrías finas que convergen en un patrón extremadamente detallado y complejo, de una gran elegancia. Cuando hablamos de falcatas decoradas es frecuente pensar solo en términos de fina decoración damasquinada, pero como se indicó en el anterior artículo (ver Stilus 5), no podemos considerar nunca visualmente esta decoración si no es dentro del conjunto de lo que era la pieza, es decir, con su superficie de magnetita negra5, las acanaladuras, la empuñadura, los complicados motivos graba-

NOTAS

1) Sepultura 191 de El Cigarralejo, en

QUESADA, F. (1997): El armamento ibérico. Estudio tipológico, geográfico, funcional, social y simbólico de las armas de la cultura ibérica (siglos VI-I a. C.), Apéndice IV, n. cat. 526; Sepultura 243 Cigarralejo, n. cat. 243; Los Nietos, n. cat. Quesada 5093, etc. También CUADRADO, E., (1989): La panoplia ibérica de El Cigarralejo (Mula, Murcia). Murcia.

2) VV. AA. (2000): La falcata ibérica de la Serreta. Alicante.

3) QUESADA, F. (1988):, “Acanaladuras en las hojas de falcatas ibéricas”, en CuPAUAM 15, pp. 275-300.

4) QUESADA, F., (1997): El armamento ibérico. Lámina IIC.

5) QUESADA, F., (2000): Reseña de J.

Alonso, R. Cerdán e I. Filloi, Nuevas técnicas metalúrgicas de armas de la II Edad del Hierro, en Gladius, XX, págs. 313-317. Ver además COGHLAN, H., (1956-57): “Etruscan and Spanish Swords of Iron” en Sibrium 3, págs. 167-171.


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dos, desde dientes de lobo a espirales, y motivos de creciente complicación como las hojas de hiedra, trisqueles y motivos zoomorfos como dragones y otros elementos. Por ejemplo, la aparición de hojas de hiedra en la empuñadura podría considerarse como un motivo meramente ornamental, pero si tenemos en cuenta que en todo el Mediterráneo, desde el mundo griego al itálico, es un símbolo de inmortalidad, veremos el sentido de esas hojas de hiedra damasquinadas en plata de otra manera, con una perspectiva más rica. Igual que en el caso de la hiedra, tenemos otros motivos decorativos con los que ocurre exactamente lo mismo, es decir, que son mucho más que motivos ornamentales6. Así, en el extremo de una falcata de Almedinilla (Córdoba), al final de las acanaladuras, mirando hacia la punta, encontramos una cabeza de lobo con las fauces abiertas. El lobo es un animal muy característico de la iconografía ibérica, salvaje, agresivo, símbolo de fuerza. Cuando un guerrero ibérico

Los motivos decorativos de las armas cobran un nuevo sentido a la luz de la simbología de la Antigüedad clavaba su falcata en el vientre de un enemigo, el lobo, animal infernal, también le hería y mordía simbólicamente. No era ya solo el hierro de la espada, era la fuerza infernal que hay en el lobo lo que mataba al rival7. Al igual que en el caso del lobo, el jabalí también tuvo un significado que va más allá de la representación ornamental. En el mundo ibérico tiene un significado funerario y puede hacernos pensar que una falcata decorada con unos jabalíes en la cartela haya sido hecha para la tumba... Pero el jabalí también pudo ser el sobrenombre de la persona que encargó la

pieza, pues en la Antigüedad también había, como en el Medievo, motes que podían aludir a la fuerza, la fiereza o el valor (Corazón de León o Cabeza de Vaca son apodos que todavía resuenan). O tal vez quería ser el propietario tan fiero e impetuoso como el jabalí. Con todo, ¿es necesariamente excluyente que el jabalí fuera en esta espada un motivo ornamental, y además un apodo del propietario, y que además en el momento del entierro tuviera el valor añadido de constituirse en símbolo funerario? Casi con seguridad, no8. El mundo antiguo admite estas combinaciones y muchas más. En otra falcata, procedente de la necrópolis de Coimbra del Barranco Ancho (Jumilla, Murcia) encontramos grabado, aunque de forma sumaria, un puñal y tres cabezas humanas cortadas que no son perceptibles a simple vista9. Pueden estos elementos reflejar tres victorias sobre tres enemigos a los que se habría decapitado, en un ritual muy frecuente en el Mediterráneo antiguo. O podemos hacer una interpretación menos compleja, y pensar que

Los artesanos itinerantes El artesano metalúrgico era una figura muy especial en el mundo antiguo. Era un personaje de conocimientos misteriosos, que tomaba el mineral opaco, o el metal en bruto, informe, y lo transformaba en objetos lujosos, en armas brillantes. No encajaba muy bien en ningún grupo social y era, en definitiva, un cierto outsider, más cuanto más primitiva es la sociedad que estudiemos. La producción del armamento ibérico era tremendamente artesanal. Se partía de un patrón mental ideal que lógicamente sufría algunas transformaciones en su realización práctica, al carecerse de maquinaria. Este resultado forjado a partir de un esquema mental era tomado por artesanos posteriores para la fabricación de

sus obras, que van a ir variando y divergiendo a partir del modelo original. Por eso el artesano que en una misma generación fabricó espadas, las hacía más o menos grandes, más o menos curvas o tensas, dentro de un patrón general ideal, sin que eso se deba más que al carácter artesanal y personal de la producción. Hay falcatas en un mismo momento cronológico y en un mismo yacimiento que adoptan una gran variedad de formas y tamaños. Una cosa era el herrero forjador del hierro y otra el especialista que realizaba el damasquinado, probablemente siempre o casi siempre personas diferentes. Calculo que, en una estimación conservadora, entre un 20 o un 30% de las falcatas ibéricas tuvieron decoración en

plata. En cuanto al damasquinado en plata pueden distinguirse tentativamente dos estilos decorativos. Uno que denominamos ‘estilo preciso’, donde el artesano es capaz de dibujar una enorme cantidad de información en una superficie diminuta, con trazos rectos y mucha precisión, y donde se distingue perfectamente cada elemento de la decoración; es por otra parte un estilo de tipo geométrico, bastante rígido, preciso y elegante pero sobrio. El segundo estilo lo hemos denominado ‘libre’; es más suelto y mucho más basto, y es donde con mayor flexibilidad se introducen elementos zoomorfos, plantas, cabezas humanas que corresponden a una visión estilística diferente, y probablemente a una capacidad técnica distinta,


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el propietario del armas deseaba tener o había tenido muchas victorias, pero es tentador pensar que reflejaba el número exacto de ellas, tres. En el Mediterráneo Oriental hay monumentos, como el de un pilar licio en Xanthos, en el que los siete escudos grabados sobre el fuste se acompañan de un epígrafe en el que se da cuenta de un soldado concreto que abatió siete enemigos en batalla; luego el recuento de víctimas era una costumbre entre los pueblos mediterráneos y no solo entre los celtas10. Por otro lado, suele decirse que la ‘cabeza cortada’es un motivo de tipo celta, pero esto no es así: lo encontramos por todo el Mediterráneo, también en Etruria. En Italia tenemos unos referentes que no hay que buscar en Alemania o el norte de Francia. En otra pieza conservada en el Museo de Lorca (Figura 1) se conserva bien el metal, los cabujones y la plata11. Presenta un motivo geométrico que representa palmetas de cuenco geometrizadas, un motivo orientalizante que circula por el Mediterráneo

inferior. Se trata probablemente de obras de artesanos de habilidad inferior; solo en ocasiones encontramos figuras de animales de trazo preciso, pero la mayor parte de las decoraciones zoomorfas se realizaron en este segundo estilo más suelto e informal. Esta distinción y el análisis detallado de la amplia distribución geográfica de los yacimientos donde han aparecido las armas decoradas con estilo ‘preciso’ y estilo ‘libre’, ha hecho que nos planteemos qué tipos de artesanos pudieron hacer estos damasquinados. Encontramos piezas, como en la Serreta de Alcoy (Alicante) y en Illora (Granada), que son casi idénticas, donde el tipo de trazado y de trabajo indica que si no estamos ante la misma mano (cosa difícil de demostrar), estamos ante la misma concepción y formación estilística, muy próxima en pie-

desde el siglo VI a. C. y que el ibero interpreta estilizándolo y colocándolas en posición alterna. Las representaciones de liras y palmetas enmarcadas por dientes de lobo o por hojas de hiedra son características de las falcatas, siempre en el centro de estas cartelas de la empuñadura y siempre en la misma posición. No es casual que la sintaxis decorativa (la manera en la que el artesano ibero ordena en registros esta decoración de las falcatas) sea casi constante en todo el territorio ibérico, y seguramente tiene un significado que aún no entendemos del todo. Volveremos enseguida sobre ello. Si las hojas de hiedra son uno de los motivos más frecuentes, que aparecen no solo en la empuñadura sino a lo largo de toda la hoja, con un significado asociado a la inmortalidad, tampoco debemos despreciar las granadas o las adormideras que aparecen damasquinadas sobre otras falcatas, frutos cuyas propiedades narcóticas eran bien conocidas en la Antigüedad12.

zas que están muy cercanas en el tiempo, pero que han aparecido separadas por varios centenares de kilómetros. Esto también se observa en la ‘sintaxis decorativa’, en la forma, orden y relaciones internas que rigen la disposición de los elementos y motivos decorativos, y que es bastante rígida en el ‘estilo preciso’. La similitud entre productos tan alejados nos lleva a plantearnos dos alternativas: o bien hubo artesanos que trabajaban en ciudades y en talleres importantes, como Castulo, Ilici, etc.... y distribuían sus piezas en un área bastante grande (talleres ‘ciudadanos’), o por el contrario hubo artesanos itinerantes especializados de alto nivel que viajarían ofreciendo sus servicios de oppidum en oppidum, de ‘corte’ en ‘corte’, y por tanto en su vagabundear irían realizando sus productos en el estilo ‘preciso’

NOTAS

6) QUESADA, F., (2000): “De nuevo en

torno a contenidos simbólicos, decoración y artesanado en la Cultura Ibérica”. En VV. AA. La falcata ibérica de La Serreta. Alicante, págs. 23-30.

7) QUESADA, F., (1997): El armamento ibérico. Fig. 58.4 y Lám. IIIC.

8) QUESADA, F., (1989): Armamento,

guerra y sociedad en la necrópolis ibérica del Cabecico del Tesoro (Murcia, España). BAR International Series, 502, Oxford, págs. 269 y ss. y Fig. 104; El armamento ibérico, op. cit. Lám. IIID.

9) QUESADA, F., (1997): El armamento ibérico. Fig. 60. GARCÍA CANO, J. M., (1997): Las necrópolis ibéricas de Coimbra del Barranco Ancho (Jumilla, Murcia). I. Murcia, pág. 199.

10) QUESADA, F., (1994): “Lanzas hin-

cadas, Aristóteles y las estelas del Bajo Aragón”. en las Actas del V Congreso Internacional de Estelas Funerarias; de C. de la Casa (ed.); Soria, pág. 363.

11) QUESADA, F., MARTÍNEZ, A., (1995):

“Un lote de armas procedente del yacimiento de Carranza (Huéscar de Granada) y la cuestión de las vías de comunicación entre Granada y Murcia”, en Verdolay 7, Homenaje a la Dra. A. María Muñoz, págs. 239-250.

12) QUESADA, F., (2000): “De nuevo en torno...” op. cit., p. 30 y nota 10.

e irían dejando imitadores menos dotados pero de mente más abierta que después harían sus piezas en estilo ‘libre’. En el Mediterráneo está perfectamente documentada desde época homérica la existencia de artesanos itinerantes, que es posible incluso intuir en el mundo tartésico, como en el túmulo de Setefilla. Los paralelos históricos y etnográficos, la existencia de estos dos estilos, los paralelos cercanos entre piezas muy alejadas, y otros datos que no podemos detallar aquí, nos pueden llevar a plantear la existencia de orfebres especialistas que viajarían de un sitio a otro ofreciendo sus servicios: eso explicaría muchos patrones observados en la decoración damasquinada del armamento ibérico, y coincide con observaciones similares realizadas sobre numismática y escultura monumental ibéricas.


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En los análisis realizados en los recipientes de algunas tumbas etruscas se han encontrado restos de amapolas, de adormideras, que se consumían en los rituales funerarios y fiestas, posiblemente porque su consumo sacaba al ser humano de su estado de racionalidad, trasladándolo a un estado de conciencia agudizada o alterada, y sumergiéndole en el mundo irracional, incluso onírico, algo que estaba más allá de la experiencia humana diaria. Por fin, tenemos incluso un solo ejemplar conservado en el Museo del SIP de Valencia (no se sabe bien si procede de Levante o de Andalucía) en el que se nos muestra una inscripción, un texto escrito incompleto en caracteres ibéricos, en el que figura un nombre y otra palabra, ekiar, que por unos se interpreta como “propiedad de”, otros como un cargo y otros como alusión de tipo fecit, “fulanito lo hizo”, como pieza firmada. Es un tema complejo cuya discusión sigue abierta13. ¿Armas de guerra o ‘de parada’? El cuadro que representa a Carlos V en Mühlberg pintado por Tiziano lo conoce todo el mundo, pero aunque millones conocen y han visto el cuadro, es poca en comparación la gente que acude a la Armería Real de Madrid a ver la armadura real que aparece pintada en ese lienzo. Desde nuestra perspectiva moderna, lo que importa es el cuadro, que pertenece a un arte “mayor”. Pero al opinar así estamos proyectando nuestra mentalidad moderna hacia el pasado. En tiempos de Carlos V tenía más valor (y desde luego era considerablemente más cara en varios órdenes de magnitud) la armadura que el cuadro; y eso que Tiziano era un pintor cotizado. Esta reflexión nos sirve para introducir un nuevo punto: la cuestión de las armas ibéricas decoradas como posibles armas ‘de parada’. Las falcatas que hemos visto tan decoradas, cubiertas de damasquinados son, al decir de algún especialista, armas de parada, armas funerarias o armas de lujo. Yo creo que esto no es así.

El criterio antiguo para definir que un arma fuera o no de parada es que tuviera el tamaño y el filo adecuados, que fuera funcional, no que estuviera ricamente decorada. A lo largo de la historia, y hay decenas de ejemplos, los nobles han marchado al combate con las armas más caras que han podido procurarse. Carlos V en Mühlberg combatió

con la armadura que pintó Tiziano, hay documentación de ello, y al igual que el emperador, los Duques de Alba y muchos otros generales en el Renacimiento. No solamente los hombres, también sus monturas a menudo llevaban armaduras cuidadosamente adornadas con damasquinados, con incrustaciones de oro y plata que en modo alguno detraían de su eficacia defensiva. El argumento empleado a menudo es que “al estar decoradas son armas muy delicadas para que se puedan dañar”. En realidad, el noble que se podía permitir una de estas armaduras se podía permitir eso y más, y por otra parte una abolladura o un golpe de espada era un blasón de honor y no un daño a la pieza14, por tanto no hay problema en que la pieza se estropeara. Primero porque se podía reparar o sustituir si fuera imprescindible, y segundo porque no era un desdoro, sino todo lo contrario. Así, tenemos multitud de armas hasta el Renacimiento que son de batalla, que están decoradas y que no son de parada. Solo en ese momento van a surgir armas y armaduras pensadas para la ostentación, y no para la batalla.

NOTAS

13) QUESADA, F., (1997): El armamento

ibérico. págs. 122-123; ARANEGUI, C., DE HOZ, J., (1992): “Una falcata decorada con inscripción ibérica. Juegos gladiatorios y venationes”, en Homenaje a E. Pla Ballester, SIP Trabajos Varios 89, págs. 319-433.

14) En ocasiones incluso se dejaban las

abolladuras causadas por impactos de bala de mosquete de ensayo que demostraban la calidad de la coraza ‘a prueba de balas’.

15) JUNKELMANN, M., (2000) “Familia

gladiatoria: the heroes of the amphiteatre”, en Gladiators and Caesars, de E. Köhne y C. Ewigleben (eds.). Londres, págs. 31-74, especialmente págs. 38-40.

16) Para las armas persas, MILLER, M.

C., (1997): Athens and Persia in the fifth century BC. A study in cultural receptivity. Cambridge, pág. 47; para las griegas, PRICHETT, W.K., (1979): The Greek State at War. Vol. III, págs. 242 y ss. con abundantes ejemplos.


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En arqueología surgen a veces modas y una de ellas es pensar que cuando una pieza es lujosa automáticamente tiene que ser simbólica, funeraria y no funcional, y eso, a mi modo de ver, es falaz. Durante mucho tiempo se ha creído que los cascos de gladiador encontrados en Pompeya, porque eran muy pesados y porque estaban ricamente decorados, no eran cascos prácticos; recientemente se ha podido demostrar su funcionalidad15. Hay otros muchos ejemplos en la Antigüedad de armas ricamente decoradas que se llevaban sistemáticamente al combate. Es el caso de las máscaras de caballería romana, como la encontrada en el campo de batalla de la Varusschlacht. Por citar otros ejemplos, los griegos capturaron a lo largo de las Guerras Médicas espadas persas de hierro con empuñaduras de oro y marfil, que por lo demás eran perfectamente funcionales. Del mismo modo, el guerrero griego de la Antigüedad, incluso un curtido veterano como Jenofonte, «marchaba al combate —comenta W. K. Pritchett— con las armas más caras que podía permitirse»16. De hecho, un herido o un prisionero podía llegar a deber su vida al mismo hecho de llevar armas y armaduras muy ricas: ello indicaba su noble condición... e implicaba un posible rescate cuantioso. Si esta circunstancia es bien conocida en el mundo grecorromano, no veo por qué razón no podía ocurrir lo mismo en el mundo ibérico. No quiere esto decir que no hubiera armas sencillas, es solo una cuestión de si el propietario podía costearlas o no. Veíamos en el anterior artículo (ver Stilus 5) como los romanos conocían la debilidad de los iberos por las armas lujosas. Solo cuando encontramos armas en miniatura en un santuario, es decir cuando el objeto es claramente no funcional, podemos asegurar que se trata de un arma votiva, pero viene a ser más la excepción que la regla. Hay, eso sí, algunos tipos concretos de arma decorada que solo son parcialmente funcionales, y que tuvieron otro destino que la batalla. Es el caso de los llamados puñales Monte Bernorio (tipo III) que aparecen en la Meseta

Norte, con una vaina exagerada que se enredaría en cualquier cinturón y resultaría un serio estorbo en batalla. Caso similar es el de determinados puñales ibéricos de hoja triangular extremadamente ancha y muy corta (tipo IIA y IIB), decorados además con numerosos damasquinados, como se muestra en la página anterior. Estas piezas no solo están muy decoradas, incluso y sobre todo en la vaina, sino que son incómodas de llevar a la cintura, estorban, y su hoja o es demasiado pequeña o demasiado ancha para ser militarmente eficaz. El tahalí metálico del puñal bernoriano, cruzado sobre el pecho, y la propia estructura de la vaina, demuestran que el objeto no iba pendiente de la cintura, sino cruzado sobre el pecho, exhibiendo toda su decoración. En este caso, dichos puñales son, como en el Yemen actual, o como entre los sijs de la India, objetos que indican estatus, posición social, rango, pertenencia a una familia libre, y no exactamente un arma de batalla, y que probablemente se llevaban en ocasiones solemnes como asambleas o funerales como símbolo de estatus y no como indicio de posible agresión. La decoración sobre las armas ibéricas, en síntesis, nos ofrece una gran cantidad de información que hace de éstas mucho más que un objeto arqueológico. Fueron piezas dotadas de un riquísimo significado, carga simbólica intemporal y no exclusiva

del mundo ibérico. Recordemos, para acabar, unos versos del Beowulf, poema épico anglosajón arcaico, que refleja bien lo tratado, aunque haya por medio varios siglos: «Toma estos tesoros, tierra, ahora que nadie viviente / puede disfrutarlos. Fueron tuyos, en el principio; / permite que regresen. La guerra y el terror / han aniquilado a mi gente, cegado / sus ojos al placer y a la vida, cerrada / la puerta a toda alegría. Nadie queda / para empuñar esas espadas y pulir esas copas / enjoyadas; nadie guía, nadie sigue. / Esos cascos forjados, adornados con oro, se enmohecerán / y quebrarán; las manos que deberían limpiarlos y pulirlos están / quietas para siempre. Y esas cotas de malla, probadas / en combate, en un tiempo en que las espadas golpeaban / y sus hojas mordían los escudos y a los hombres, / se oxidarán, como los guerreros que las poseyeron. / Ninguno de esos tesoros viajará a tierras distantes, / siguiendo a sus Señores. El brillante sonido / del arpa, el halcón que cruza la sala / sobre sus alas ligeras, el garañón pateando / en el patio... todos muertos, criaturas de todas / las razas, y sus dueños, arrojados a la tumba». ◙

PARA SABER MÁS: • QUESADA, F. (1992): Arma y símbolo: la falcata ibérica. Alicante.

rio”, en III Reunió sobre Economía en el Mon Ibèric, Saguntum Extra 3; Mata C., Pérez G. (eds.).

• QUESADA, F. (1997): El armamento ibérico. Estudio tipológico, geográfico, funcional, social y simbólico de las armas de la cultura ibérica (siglos VI-I a. C.).

• QUESADA, F., ZAMORA, M., REQUENA, F., (2000): “Itinerant smiths in the Iberian Iron Age?”, en Iron, Blacksmiths and Tools. Monographies Instrumentum 12; Feugère, M., Gustin, M. (eds.).

• QUESADA, F. et alii (2000): “¿Artesanos itinerantes en el mundo ibérico? Sobre técnicas y estilos decorativos, especialistas y territo-

• QUESADA, F. y GABALDÓN, M. (2003): El caballo en la antigua Iberia. Madrid.


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ELRINCÓNDEESCULAPIO

HEPATOSCOPIA

Línea directa con los dioses Durante siglos diversas culturas de todo el mundo han conferido al hígado una importancia que va más allá de su función corporal. Los etruscos legaron a la antigua Roma los secretos con los que creían poder leer en este órgano el futuro e incluso conocer los designios de las divinidades. Por Salvador Pacheco.

El hígado, la gran víscera que ocupa la porción superior derecha del abdomen, fue de siempre para los antiguos, quizás por su tamaño, un órgano especial. Algunos llegaron a afirmar que en él residía la vida, al creerse origen de la sangre que infundía el principio vital a todo el cuerpo. No solo vemos esta importancia en el mundo greco-romano; también entre el pueblo hebreo el hígado, y junto a él riñones y tejido graso perirrenal eran lo único digno de ser ofrendado en holocausto a Dios. También, en esa sutil línea que separa religión antigua y magia, destacó por su importancia en Mesopotamia. Las referencias al hígado son habituales en el mundo griego, en donde ser tachado de hígado blanco (leukopatías) era lo mismo que andar falto de valor. Para Platón, era la víscera donde se asentaban las pasiones carnales. Anacreonte parece seguir esta línea cuando afirma que «el amor me impulsa y me hiere en el hígado como un tábano». También vemos en la Medea de Eurípides (versos 39 y ss.) esta relación entre el hígado y la pasión amorosa, cuando aparece la nodriza temerosa de que Medea, traicionada, quiera traspasar el hí-

gado del infiel marido y el de su nueva esposa en venganza. Ya en el mundo romano, Séneca asegura que en el hígado convivían tanto la misericordia como el miedo. Por su parte, Persio pensaba que en este órgano se encontraba el origen de todas las pasiones humanas. Es curioso constatar que, por el contrario, para los egipcios el hígado no era portador de cualidades psíquicas. Ni siquiera aparece en la descripción realizada por Arsieri, sacerdote de Amón-Ra, donde las únicas vísceras que aparecen son el corazón y los riñones. No es hasta la llegada de una medicina racional, con la teoría humoral de Hipócrates y más tarde con Aristóteles, cuando el hígado es por primera vez valorado desde un punto de vista estrictamente biológico. Sin embargo, más allá de la importancia médica, el principal órgano abdominal siempre tuvo para los antiguos romanos un vínculo especial con el mundo de los dioses. Ciencia divina Érase una vez un pobre campesino de Etruria acostumbrado a trabajar sus áridos campos. Cierto día, al clavar el ara-

Los sacerdotes utilizaban hígados de bronce como el de la imagen superior, encontrado en Piacenza, para marcar todos los signos que iban leyendo en las vísceras de las víctimas sacrificadas.

do en el surco, emergió un extraño personaje con apariencia de niño pero con sabiduría de anciano. No es de extrañar que cuando el niño-anciano le hablase, el sorprendido y asustado labrador respondiera con fuertes alaridos de pánico que hicieron acudir a todos los que estaban por allí. El infante telúrico explicó que era Tagés, padre común de los etruscos, hijo de Genio y por tanto nieto del propio Júpiter. Ante tan concurrido y maravillado público Tagés habló largo tiempo y explicó los secretos de su ciencia, la aruspicina. Todas sus enseñanzas fueron recogidas por escrito, según cuenta Cicerón. También recoge la historia San Isidoro de Sevilla, añadiendo que tras desvelar su doctrina, Tagés murió. La aruspicina, o haruspicina, es el arte etrusco de la adivinación mediante


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el examen de las entrañas de los animales ofrecidos en sacrificio. Eran muchos los adivinos etruscos que ejercían su arte en Roma. Entre ellos estaban los augures que vaticinaban el futuro por el vuelo de las aves (avis-is, pájaro y gur, predicción). Sus vaticinios eran los auspicios.

Por otro lado se encontraban los arúspices, que hacían sus pronósticos estudiando las entrañas (extispicium) de bueyes o carneros ofrecidos en sacrificio. Arúspice o harúspice proviene del latín haruspex, el observador de entrañas (de haru: entraña y spex: observa-

dor). Haru a su vez procede de haruga (víscera o víctima) y de sus homólogos harviga, arviga y aru, que en etrusco tenía el significado de res (carnero o buey) y por extensión, también el de sus entrañas. Al parecer, haru también está emparentado con la palabra latina hira

El asiento del valor La teoría de que el hígado es el punto de conexión entre lo humano y lo divino parece universal. No solo los antiguos romanos se dejaron seducir por esta idea que podemos rastrear bajo diferentes aspectos en otras sociedades más próximas en el tiempo, aunque no en el espacio. En Toga, en la Polinesia, la cirrosis era el justo castigo ante un sacrilegio a los tabúes religiosos, de modo que se llegaba a abrir el cadáver para confirmar si se habían cometido terribles pecados en vida. Asimismo, este pueblo polinesio creía que el hígado era depositario del valor, de forma que pesaban el hígado del difunto para medir su bravura. También entre los indios sosone, que no practicaban el canibalismo habitualmente, tras la batalla podían devorar corazón e hígado de sus enemigos más valerosos para, con este canibalismo ritual, apoderarse de su bravura. Incluso entre los civilizados chinos se dio este canibalismo ritual: cocían el hígado y el corazón de los vencidos en combate para adquirir vía oral el valor del enemigo muerto. Esta costumbre aún persistía en la guerra civil que asoló este país en 1854. Por otro lado, la creencia china de que la vesícula biliar también era asiento del valor explica el aprecio que la farmacopea del gigante asiático tenía por la bilis humana. Durante la dinastía Ming (1368-1644) tenemos noticia del aprecio por la bilis de chino, considerada de especial calidad. Los comerciantes hacían acopio de vesículas de los ajusticiados. En 1895, Matignon refiere que en Pekín, un verdugo extrajo la vesícula tras una ejecución, vendiéndola

a gran precio. Si los ajusticiados escaseaban, la presión de la demanda llevaba a veces al asesinato de personas, convertidas en donantes forzados de sus vesículas. La costumbre de recoger hiel humana parece que fue muy frecuente en distintos puntos de Camboya. Por este motivo eran muy temidos los djaoulech, nombre que recibían los buscadores de bilis humana empleada para infundir coraje a los elefantes reales en sus combates deportivos. Para conseguir el preciado órgano, la víctima debía ser asesinada por sorpresa para evitar que la situación de terror produjera que la vesícula se estropeara y se perdiese la bilis. Entre los Cham o Tchamas, la bilis humana era un excitante fabuloso: extraían la vesícula de los enemigos aún vivos y, mezclada con abundante aguardiente, daba un brebaje estimulante y enardecedor para el combate. La afición por la bilis fue desapareciendo gradualmente del sudeste asiático al pasar la zona a manos de los franceses. España tuvo un papel de cierta importancia en el declive de estas costumbres, ya que envió un cuerpo expedicionario tagalo a la zona en 1827. Este ejército llevó el peso de una campaña de castigo contra el emperador vietnamita Minh Mang (1791-1841), un confucionista radical que había asesinado a varios misioneros españoles y franceses por considerarles instigadores de una revuelta campesina. Aprovechando la inestabilidad política en España, los franceses capitalizaron la victoria y se asentaron en Indochina. Pese a la presión de los nuevos amos occidentales, el consumo de

bilis no se erradicó con rapidez. Prueba de ello es lo que cuenta el misionero Bouilleveaux, en las memorias de su viaje a Indochina publicadas en París en 1856. Allí refiere cómo a su llegada a la provincia de Battambang, en diciembre de 1850, tuvo conocimiento de la persistencia de los Ioc Pomat o recolectores de vesículas humanas. Narra el misionero que a su llegada la gente sentía desconfianza del extranjero ante la sospecha de que se pudiera tratar de un Ioc Pomat camuflado. En la actualidad la recolección de vesículas humanas ha desaparecido de Camboya y solo nos queda constancia de tales prácticas por la narración del viajero chino del siglo XIII Cheu-Ta-Kuan: «Antiguamente en el octavo mes se recogía la hiel. Cada año el rey de Champa (Camboya) exigía una jarra de hiel humana que contuviera varios miles de vesículas. Durante la noche los servidores reales se apostaban en lugares diversos de ciudades y pueblos. Al que sorprendían fuera de su domicilio le cubrían la cabeza con un capuchón apretado con una cuerda y, mediante un diminuto cuchillo, le hacían un corte en le lado derecho del abdomen, por el que extraían la vesícula. Su tarea proseguía hasta haber obtenido un número de vesículas suficientes para poder completar su ofrenda al rey. En ningún caso tomaban la hiel de un chino ya que se decía que en una ocasión en la que arrancaron la vesícula de un chino y la colocaron junto a las otras, observaron como inmediatamente, todas la vesículas de la jarra se pudrieron, haciéndose inservibles».


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Un nombre gastronómico El hígado es una víscera muy importante por diferentes razones. Su función e incluso su peso relativo dentro del cuerpo llaman la atención, pero es su relevancia culinaria de donde procede el término por el que se le conoce en numerosos países. Fueron los fogones, y no la medicina, la que le dio su actual denominación. Veamos la causa que hizo caer en desuso jecur, el vocablo latino que designaba a tan importante órgano. Plinio nos habla de Marco Gavio Apicio, afamado cocinero de tiempos de Tiberio (14-37 d. C.), conocido por su arte culinario y su fama de gourmet. Debió de tratarse de un personaje acaudalado, de buena posición social y conocido en su tiempo, pues aparece citado no solo en la “Historia Natural” de Plinio, sino también por Tácito, Suetonio, Ateneo y Séneca (este último como mal ejemplo para la juventud de la época). Apicio llevó la glotonería a sus límites más altos si creemos la anécdota referida por Séneca, quien asegura que fletó una embarcación para ir desde su casa de Miturno (en la Campania) hasta las costas de Libia, pues le habían comentado que allí se pescaba marisco más grande que en ninguna otra parte. Llegado a aquellas lejanas costas, los pesca-

dores le mostraron los ejemplares más grandes, pero desilusionado por lo que veía ordenó dar media vuelta a la embarcación sin llegar a poner pie en las costas africanas. No nos puede extrañar que dilapidara así su fortuna. Al verse arruinado (dicen las fuentes que “solo” le quedaban diez millones de sestercios) organizó un gran banquete que remató suicidándose con veneno, ya que prefirió la muerte antes que verse privado de su nivel de vida. Tan particular sujeto ideó una forma de engordar los hígados de los gansos, o más exactamente, de producir una degeneración grasa de la víscera con la idea de obtener el muy apreciado jecur ficatum, que hoy conocemos como foie-gras. Este sistema consistía en cebar al animal con higos e hidromiel. Si tenemos en cuenta que ficatum proviene del latín ficus, que significa higo (procedente a su vez de la palabra griega sykon del mismo significado), podemos traducir el manjar de Apicio como hígado relleno de higos o, valga la expresión, “hígado higado”, omitiendo intencionadamente la acentuación. El tiempo hizo que la calle fuese olvidando la primera parte del jecur ficatum, sustantivándose el adjetivo que hoy ha quedado como nombre de esta fundamental víscera.

DE APICIO UNA RECETA VII, III) OENOGARUM (Liber FICATVM IN FICATO de pimienta, aligus(foie-gras) un poco Añadir al jecur ficatum a de salazón de pesca (popular salsa roman tre, tomillo, garum . ite ace co de vino y do macerado), un po ite y garum, sustituir el ace si no se dispone de oliva. de ite ace Nota del traductor: en as ho de una lata de anc el garum por el aceite

que significa intestino y con el término sánscrito o indoeuropeo hira que significa entrañas, vísceras. La ciencia de los haruspices, la haruspicina, comprendía dos partes fundamentales: la hepatoscopia, también practicada por los caldeos y los griegos (donde la haruspicina era conocida, entre otros nombres, como hieroscopia); y la extrapicina, practicada especialmente por los etruscos, que consistía en el examen de los extra, las otras vísceras: estómago, riñones y corazón. Para muchos estudiosos, como Coutenau, la aruspicina se originó en Babilonia. También podríamos estar ante un origen multicéntrico para todo el mundo antiguo. No en balde la interpretación de las víctimas se dio en lugares tan lejanos como el mundo incaico. En la antigua civilización asirio-babilónica la observación del hígado de la víctima (generalmente cordero) era una forma más de conocer el pecado cometido que había originado la enfermedadcastigo sufrida por el oferente, así como el dios o demonio ofendido. Se creía que, al ser sede de la vida y de los sentimientos, la ofrenda del hígado de la víctima podía sustituir al del enfermo e incluso reflejar la intención del dios al que se ofrecía. Esta técnica fue de gran importancia en Babilonia y en Asiria, existiendo múltiples textos hepatoscópicos y varios hígados babilónicos de arcilla. Igualmente en el mundo sumerio se han encontrado modelos de hígados en arcilla. En las excavaciones de Mari (siglo XVIII a. C.) se han hallado más de 30. Seguramente fueron usados como elemento de consulta o para la enseñanza de la disciplina. Uno de ellos, conservado en el Museo Británico, es la representación de un hígado de oveja, dividido en unos 40 cuadrantes separados por líneas. En cada porción así aislada se encuentran escrituras sagradas. En estas porciones existían pequeños orificios donde se insertaban palillos de madera con los que registrar, sobre el modelo, las modificaciones que el sacerdote iba descubriendo en la víctima. En el mundo Mesopotámico los sacerdotes-adivinos (baru, en la cultura asirio-babilónica) dieron a cada parte del hígado el nombre de objetos a los cuales se asemejaban. Así describieron


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ríos, montículos, caminos, un palacio con sus puertas, una mano, un dedo, una oreja, un diente... Distinguían, como también los arúspices etruscos y por ende los romanos, entre el lóbulo derecho o parte propicia (pars familiaris) y la izquierda u hostil (pars hostilis). En la parte derecha se consultaba lo que afectaba al propio interrogador y en la parte izquierda se consultaba lo que atañía a las otras partes implicadas en la cuestión. Debía mirarse el color, aspecto, tamaño, forma, presencia o ausencia de determinadas particularidades. Finalmente se reunían y sistematizaban los distintos datos y con ello se profetizaba. Parece ser que esta práctica de los pueblos mesopotámicos pasó a los etruscos —no es el momento de hablar del posible origen oriental de este misterioso pueblo —, donde también vemos aparecer estos modelos de hígados en arcilla como el de Falerü (siglo II a. C.). También se puede apreciar en la pieza de bronce del Museo Cívico de Piacenza (siglo III-II a. C.) que corresponde a un hígado de oveja, cuya superficie también se encuentra dividida por líneas radiales y circulares en unos 40 campos en los que aparecen inscripciones, al parecer alusivas a divinidades. Un rito estricto Para los etruscos y sus pupilos romanos la aruspicina distinguía dos tipos de sacrificios: por una parte los hostiae

consultatoriae, sacrificios de carácter adivinatorios; por otra los hostiae animales, de carácter puramente religioso donde el estudio del hígado y demás órganos permitía constatar el beneplácito del dios. Según el tamaño del animal sacrificado se distinguía entre hostiae si eran animales pequeños y victimae si eran grandes. El acto religioso, y con él la aruspicina, precisaba todo un ordenado rito. Llegaban los sacerdotes precedidos por el kalator, que imponía a voces el cese de cualquier actividad y vigilaba cualquier descuido que pudiera invalidar el ritual. La víctima, adornada su cabeza con las infulae o cintas sagradas era conducida ante el ara, mientras el estruendo de las trompetas ahogaba cualquier posible ruido y el sacerdote, con la cabeza velada, realizaba las plegarias. Unos pelos de la cabeza de la víctima eran cortados y arrojados al fuego significando el ofrecimiento a los dioses de la vida del animal. Se seguía esparciendo sobre la víctima la mola salsa (la harina salada preparada por las vestales con las primeras espigas de la cosecha). Era la inmolatio, a la que seguía la mactatio. Todo era bien controlado para la predicción. No se despreciaba la observación del animal vivo (victimaria): su aspecto a la llegada al lugar del sacrificio, sin perder detalle alguno hasta el momento final. Muerta ya la víctima por el victimarius o el tu-

rarius, con un instrumental específico para cada tipo de víctima, se seguía con el estudio de las vísceras por el haruspex, el extispicium. Tras acabar su concienzudo estudio, los extra y la sangre eran arrojados al fuego. No era esto una forma de acabar con los desperdicios sino de completar el augurio, pues se estudiaban también el aspecto y movimiento de las llamas (empiromancia) y el humo (capnomancia). Los textos sagrados y en especial las tablas de aruspicina estaban escritas en etrusco. La función de augures y arúspices era ejercida en los primeros tiempos solo por las antiguas familias romanas de origen etrusco. Los romanos mandaban jóvenes a adiestrarse en Etruria o hacían venir etruscos instruidos en esta ciencia, según reconoce Tito Livio: «Itaque cum ad publica prodigia Etrusci tantum vates adhiberentur». Cuando el estudio de las vísceras pretendía solo conseguir determinadas predicciones (hostiae consultatoriae) estas podían hacer referencia a un solo interesado o podía solicitarse para un número importante de personas, es el caso de un ejército antes de entrar en batalla. Cicerón, que llama etruscos a los arúspices en general, ironizaba al respecto diciendo que un hígado, por grande que fuera, no podía determinar el buen o mal futuro de un gran número de hombres. ◙ PARA SABER MÁS: • APICIO (1995): De Re Coquinaria. R&B Editores. • ARANA, J. I. (1998): Más historias curiosas de la Medicina. Espasa Bolsillo. • BARRIO DE LA FUENTE, C: El culto y las plegarias. El calendario religioso. Disponible en la página www.liceus.com.

Estela funeraria del arúspice Lucio Marcio Memor, encontrada en Bath (Inglaterra).

• DÍAZ GONZÁLEZ, J. (1950): Historia de la Medicina en la Antigüedad. Ed. Barna. • PIULACHS (1971): El hígado y su historia. Colección Medicina e Historia.


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DERECHOROMANO

La Curia (der.) era el lugar donde el Senado refrendaban las leyes antes de exponerlas públicamente.

Foto: Steven Wagner

LAS NORMAS REPUBLICANAS

Tiempo de adaptarse La República fue un periodo de grandes cambios. Las reivindicaciones de las clases emergentes y la ampliación de las fronteras hicieron necesario modificar el sistema jurídico que reglaba la relación entre los ciudadanos, y la de estos con los extranjeros con los que fue encontrándose en su proceso de expansión. El Derecho, enfrentado a una realidad más compleja, se desprende de las ataduras sagradas y se hace más sofisticado.

Por Francesc Sánchez.

En cualquier sociedad civilizada el desarrollo de su Derecho es un proceso evolutivo en el que es realmente difícil poner fechas para explicar cada una de sus épocas. Y no podía ser de otra forma cuando hablamos del Derecho Romano de la época republicana, y más cuando los propios especialistas utilizan diversas clasificaciones (derecho arcaico, preclásico, clásico...) para describirlo. El Derecho Romano en la época republicana es el que se desarrolla entre los años 367 a. C., con la promulgación de la Lex Liciniae Sextiae (que atribuye al pretor competencias jurisdiccionales), y 27 a.

C. en el que Augusto asume poderes excepcionales y se da inicio al Principado y al derecho clásico. Veamos cuáles son las fuentes del derecho en época republicana (iurisprudentia, leges publicae y plebiscita) y la evolución de los diferentes sistemas jurídicos (ius civile, ius honorarium y ius gentium). Iurisprudentia Los romanos llamaban iurisprudentia (jurisprudencia) a la ciencia del Derecho, es decir a su estudio e interpretación. Los iuris prudentes (jurisconsultos) eran a aquellas personas que desarrollaban esta actividad. En el periodo arcaico, la legis-


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lación recogida en Ley de las XII Tablas necesitaba ser interpretada. Esta función correspondía al colegio de pontífices, desde el mismo momento de la fundación de Roma (ver Stilus 4). La situación fue cambiando y a partir del siglo III a. C. el estudio e interpretación del derecho pasaron progresivamente a ser realizados por juristas laicos (iuris prudentes) con lo que se produjo una secularización de la jurisprudencia. Se atribuye a Gneo Flavio, escriba del censor y cónsul Apio Claudio, la publicación de los formularios procesales de las acciones que este había coleccionado, el ius civile Flavianum, y que hasta el momento habían permanecido solo a disposición de los pontífices. Con este paso se pusieron a disposición de la plebe las diversas formulas judiciales y se permitió que, al margen de los pontífices, cualquier ciudadano romano pudiera proceder a su interpretación. De esta forma, en un proceso evolutivo lógico, en el siglo III a. C. Tiberio Coruncanio, que además de cónsul fue el primer plebeyo que en el año 254 a. C. alcanzó el pontificado máximo, empezó a dar respuestas públicas sobre cuestiones jurídicas que le eran planteadas. Ya con el cónsul Sexto Elio Petón se inició la literatura jurídica y la enseñanza del derecho. Otros juristas importantes del final de la república fueron Quinto Mucio Escévola, Aquilio Galo y Servio Sulpicio Rufo. Al igual que los juristas modernos emiten informes, redactan dictamenes o contratos, también la actividad de los juristas republicanos, que era pública y gratuita, se realizaba mediante diversas fórmulas o procedimientos. Tres eran los habituales: respondere, consistente en dar respuesta mediante la emisión de dictamenes a las consultas realizadas por particulares magistrados o jueces; cavere, que consisiía en

Reverso de un denario fechado en el 60 a. C. en el que aparece un togado depositando su voto en una cista. Según los expertos, en la tablilla se pueden ver grabadas en miniatura las iniciales VR (uti rogas), con las que da su respaldo a una moción.

redactar formularios para negocios concretos como podían ser contratos; y agere, que consistía en instruir a las partes en relación a un proceso determinado explicándoles cómo debían actuar. Leges publicae y plebiscita En sentido técnico la ley es una declaración normativa basada en un acuerdo y puede ser pública o privada. Según el jurista romano Gayo, la ley era lo que autorizaba y establecía el pueblo, mientras que plebiscito era lo que autorizaba y establecía la plebe. La diferencia entre una y otra institución era que la ley la establecía el

pueblo, entendido como el conjunto de todos los ciudadanos, incluidos los patricios, mientras que la adopción de los plebiscitos corespondía a la plebe, formada exclusivamente por ciudadanos no patricios. La iniciativa en la presentación de las leyes ante los comicios correspondía siempre a un magistrado con imperium, que en el caso de los plebiscita eran los tribunos de la plebe (ver Stilus 5). Las asambleas populares únicamente tenían la facultad de aprobar o rechazar la propuesta (rogatio) presentada, que normalmente había sido consultada antes al Senado. Días antes de la votación el pueblo era convocado de manera informal (contio) para conocer la ley. Se permitían criticas y discusiones a la propuesta. El día de la votación, que en los primeros tiempos fue pública para pasar a ser más tarde secreta, el voto solo podía ser a favor (uti rogas, abreviado VR.) o en contra (antiguo, A.).


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Una vez aprobada la ley por los comicios, esta tenía que ser refrendada por el Senado en ejercicio de la patrum auctoritas, tras lo que se procedía a exponerse públicamente para el conocimiento general. La actividad legislativa durante la República se limitó a cuestiones de derecho público. Las leyes se clasificaban en leges imperfectae, que prohibían algo pero no establecían ningún tipo de sanción al que las contravenía ni anulaban el acto; leges minus quam perfectae, que no anulaban el acto pero imponían sanciones; y leges perfectae, que anulaban el acto que contravenía la ley y además imponían sanciones. Ius civile, ius honorarium, ius gentium El derecho romano por excelencia en el periodo republicano fue el ius civile, que era el derecho propio de los ciudadanos romanos y al que no tenían acceso los extranjeros. Las fuentes de creación del ius civile fueron la costumbre (mos maiorum), la Ley de las XII Tablas, las leyes comiciales, los plebiscitos, los senadoconsultos y los edictos de

El derecho privado fue evolucionando gracias a la jurisprudencia, primero de los pontífices y luego de los profesionales laicos

los magistrados y regulaban tanto aspectos sustantivos (el “fondo” del asunto, lo que realmente se estaba discutiendo) como procesales. En el ius civile se distinguía entre el ius publicum (derecho público) que se refería a la estructura, organización y funcionamiento del estado romano y el ius privatum (derecho privado) que hacía referencia a la regulación de los negocios privados. La evolución del ius publicum se efectuó a través de la legislación comicial y de los plebiscitos, mientras que el desarrollo del ius privatum lo

fue mediante la jurisprudencia, primero de los pontífices, y luego laica. El jurista romano Papiniano (D. 1,1,7,1) nos define el ius honorarium también conocido como ius praetorium, como el que por razón de utilidad pública introdujeron los pretores, para ayudar, o suplir, o corregir el derecho civil; el cual se llama también honorario, habiéndosele denominado así en honor de los pretores. A partir del año 367 a. C. apareció la figura del pretor urbano al que se atribuyeron competencias jurisdiccionales (iurisdictio). Este magistrado, al inicio de su mandato anual reglamentaba, con la ayuda de los juristas, ciertos aspectos del derecho vigente e indicaba cómo iba a interpretar las normas existentes durante el período de ejercicio de su magistratura. Lo hacía mediante la promulgación del edicto del pretor que se denominaba edictum perpetuum ya que había de regir sus actuaciones durante todo su mandato. El fundamento de este acto de jurisdicción estaba en que el ius civile era rígido y debía adaptarse a las necesidades de los ciudadanos y por chez

Foto: Francesc Sán

El emperador Adriano encargço al jurista Salvio Juliano la redacciçon definitiva de un documento en el que se compilasen los desarrollos experimentados por el ius civile a lo largo de las anteriores décadas.


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En 367 a. C. se creó una nueva magistratura, el pretor urbano, con competencias jurisdiccionales. En la foto, procesión de magistrados.

tanto, como dice Papiniano, el pretor lo completaba y desarrollaba. Lo habitual era que cada nuevo pretor ratificase el anterior edicto (edictum tralaticium) aunque siempre podía introducir variaciones (parts nova) o bien dictar nuevas normas durante el mandato mediante un edictum repentinum. Dada la complejidad que iba adquiriendo el edicto, hacia el año 130 d. C., el emperador Adriano encargo al jurista Salvio Juliano una redacción definitiva del edicto, que a partir de aquel momento fue el único utilizado por los pretores. El ius gentium se diferencia del ius civile en que el primero era aplicable tanto a los ciudadanos romanos como a los extranjeros (peregrini). Era el derecho común a todos los pueblos, y partía de unos principios naturales y universales que se consideraban aplicables a todas las personas. Si bien inicialmente el derecho romano solo regulaba las relaciones jurídicas entre sus ciudadanos, pronto, debido a los contactos comerciales con otros pueblos, se vio la necesidad de aplicar normas a personas que no eran ciudadanos

Los contactos comerciales con otros pueblos hicieron necesario crear normas aplicables para personas que no tenían la ciudadanía romana

romanos. Las primeras regulaciones que afectaban a extranjeros tenían que ver con el ius commercii, pero poco a poco se fueron ampliando y así nació el ius gentium o derecho de gentes, creándose la figura del pretor peregrino, magistrado encargado de aplicar el derecho entre extranjeros o entre estos y un ciudadano romano. La conclusión es que los juristas romanos, desde casi el inicio de la construcción de su sistema jurídico, supieron diferenciar entre los dos

tipos de derechos, como se puede comprobar en las “Instituciones” de Gayo, que afirmaban que «todos los pueblos que se rigen por leyes y costumbres usan en parte su propio derecho y en parte el derecho común de todos los hombres; pues el derecho que cada pueblo establece para sí, ése es suyo propio, y se llama derecho civil, como si dijéramos derecho propio de la ciudad; en cambio, el que la razón natural establece entre todos los hombres, ése se observa uniformemente entre todos los pueblos y se llama derecho de gentes, como si dijéramos el derecho que usan todas las naciones. Así, pues, el pueblo romano usa en parte su propio derecho y en parte el derecho común de todos los hombres». ◙

PARA SABER MÁS: • FERNÁNDEZ BARREIRO, A y PARICIO, J. (1997): Historia del Derecho Romano y su recepción europea. El Faro Ediciones.


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LASCRÓNICASDICEN...

CIENCIA EN LA ANTIGÜEDAD

Hipatia, precursora de las investigadoras Filósofa, astrónoma y matemática, Hipatia de Alejandría no solo fue una pensadora excepcional; gozó además de notable influencia entre los círculos de poder municipales. Sobresalió en las dos esferas cuya hegemonía la Iglesia luchaba por conquistar a principios del siglo V d. C.: la intelectual y la política. La escritora Olalla García, que recientemente ha publicado una novela titulada “En el jardín de Hipatia”, nos habla de la polifacética pensadora.

Por Olalla García.

«Ojalá

que, al recibir esta carta, te encuentres en buena salud, madre, hermana, maestra, benefactora mía en todo». Así comienza una de las epístolas que el obispo Sinesio de Cirene dirige a Hipatia, su antigua profesora y mentora. El saludo evidencia el vínculo personal, de fraternidad y profundo afecto, que unía a la maestra con sus discípulos (a imagen de la relación que, nueve siglos antes, mantuviera Sócrates con sus alum-

Rafael situó a Hipatia (arriba) entre los sabios de la Antigüedad en su “Escuela de Atenas”, de 1509 (derecha).

nos). Pero, además, nos la presenta no sólo en su faceta de educadora, sino también en la de protectora. En otras palabras, demuestra que su autoridad como filósofa no se circunscribía al ámbito intelectual; también actuaba como una poderosa valedora política. Las Cartas de Sinesio son uno de los textos fundamentales para acercarnos a Hipatia. Se han conservado siete epístolas dirigidas por el obispo a su antigua maestra. Aunque algunas se encuentran en estado muy fragmentario, otras son lo bastante extensas para ilustrar ciertos aspectos relativos a

las doctrinas de su profesora y a las actividades que esta desarrollaba en la Alejandría de finales del siglo IV y principios del V d. C. Otro testimonio primordial es el de Sócrates de Constantinopla (denominado también Sócrates Escolástico), un cronista cristiano contemporáneo de Hipatia, cuya Historia Eclesiástica proporciona interesantes noticias sobre la filósofa. En la Suda, una enciclopedia bizantina redactada a finales del siglo X d. C., la entrada Hipatia reúne dos fuentes independientes: el historiador Hesiquio Milesio y el


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pensador ateniense Damascio. Ambos vivieron entre finales del siglo V y principios del siglo VI d. C. El primero de los textos se centra en la actividad científica de la sabia alejandrina; el segundo, en la filosófica. Con excepción de Sinesio (fallecido con anterioridad a su maestra) todas estas fuentes reflejan un hecho insólito: Hipatia fue una mujer que gozó de gran renombre en su época, a la que podemos considerar como la mayor figura intelectual de su mo-

mento; sin embargo, los textos referidos a ella incluyen más noticias sobre su muerte que sobre su vida, pese a los enormes logros que alcanzó. Una formación erudita Damascio nos informa de que «Hipatia nació, se crió y se educó en Alejandría. Superior en inteligencia a su padre, no quedó satisfecha con la instrucción matemática; así, se dedicó diligentemente a todas las cuestiones relacionadas con la filosofía».

Sabemos que Teón, el padre de Hipatia, era un erudito que gozaba de gran reputación en los círculos alejandrinos, y al que algunas fuentes asocian con el Museo, la última institución superviviente de la desaparecida Biblioteca de Alejandría. Como astrónomo y geómetra, educó a su hija en las disciplinas científicas, siguiendo el patrón que se documenta en algunas otras familias de intelectuales. En el mundo grecolatino, la mujer rara vez tenía acceso a la educación, re-

Ciencia y Filosofía Teón, el padre de Hipatia, fue un destacado científico que redactó varios comentarios dirigidos a sus alumnos para facilitarles la comprensión de los textos fundamentales en los campos de la astronomía y las matemáticas. Sabemos, gracias a una dedicatoria firmada por él mismo, que su hija colaboró con él en su edición de la Sintaxis matemática de Ptolomeo (más conocido hoy en día por la denominación árabe de Almagesto). Muchos expertos en historia de la ciencia coinciden en que, muy probablemente, también le ayudara a editar los Elementos de Euclides. Hesiquio Milesio afirma, además, que ella fue la autora individual de varios otros manuscritos: un Canon astronómico, un comentario a la obra de Diofanto y otro a las Cónicas de Apolonio. En otras palabras, su contribución abarca los títulos fundamentales que engloban los conocimientos adquiridos hasta entonces en materia de astronomía, geometría y álgebra; los mismos que, siglos después, permitirían el posterior florecimiento de dichas disciplinas. Por añadidura, Sinesio deja constancia del talento de su maestra en la ciencia práctica y, más concretamente, en el campo de la mecánica. En una de sus cartas, relata que aprendió de ella la técnica necesaria para construir un astrolabio; en otra, solicita su ayuda para fabricar un hidroscopio (probablemente, el instrumento que en la

actualidad se conoce como hidrómetro o densímetro). Pese a su importancia como científica, la mayoría de los textos de que disponemos nos presentan a Hipatia como guía en el camino del ascenso hacia la verdad metafísica. Damascio dice de ella que vestía una sobria capa filosófica y que interpretaba «a Platón, Aristóteles y las obras de cualquier otro pensador». Por su parte, Sócrates de Constantinopla asegura que «alcanzó tales conocimientos de literatura y ciencia que sobrepasó con mucho a todos los filósofos de su tiempo» y que «habiendo dominado la doctrina de Platón y Plotino, explicaba los principios de la filosofía a sus oyentes, muchos de los cuales venían desde gran distancia para ser instruidos por ella». Pero el dato definitivo nos los proporciona la obra de Sinesio. Estudiada en profundidad, nos revela su preferencia por las ideas de Platón, seguido de Aristóteles, Plotino y Porfirio. En otras palabras, Sinesio fue introducido por su maestra en el neoplatonismo. Se trata de una reinterpretación de la filosofía platónica cuyo primer exponente fue Ploti-

Astrolabio de época moderna.

no y que, a partir del siglo III d. C., se extendió con intensa fuerza en el orbe grecorromano, hasta permear no solo las raíces del pensamiento pagano, sino también las de las diferentes corrientes cristianas. Esta escuela de pensamiento incluye un fuerte contenido místico-religioso y, en el plano ético, preconiza la práctica de la virtud, que libera el alma de las ataduras corpóreas para elevarla a su estado original y fundirla con lo Uno, el principio supremo. Lo anterior implica un comportamiento ascético y un esfuerzo intelectual encauzado hacia la contemplación del mundo de las ideas, con el fin de someter las apetencias de la carne a la guía del espíritu. Hipatia fue una destacada representante de este modo de vida. Todas nuestras fuentes ensalzan unánimemente sus virtudes, que, en palabras de Sócrates de Constantinopla, «había adquirido gracias al adiestramiento de su mente».


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cial cesó, la gloriosa institución quedó condenada a desvanecerse; y, junto con ella, desaparecieron los ilustres sabios que tanto habían contribuido al avance de todas las ramas del conocimiento. En tiempos Hipatia, el saber se encontraba atomizado. Habían quedado atrás los tiempos de los grandes filósofos y científicos, de los inventores y autores de descubrimientos asombrosos. La prioridad, por tanto, no consistía en la investigación, sino la conservación de los conocimientos adquiridos en las centurias precedentes. En los siglos IV y V d. C., los eruditos concentraban sus conocimientos en la redacción de comentarios a los grandes tratados de los sabios de antaño.

servada a los varones y, en especial, a los miembros de familias acomodadas. Estos eran los únicos que podían costearse una formación que se impartía tan solo en academias privadas, y que se centraba en las artes de la retórica y la filosofía. Eran escasísimas las ocasiones en que una fémina recibía la misma educación. Cuando así sucedía, solía deberse a que su familia formaba parte de los círculos culturales. Esto implica que eran hijas o esposas de científicos, retóricos o filósofos, y su formación se realizaba dentro del ámbito doméstico, es decir, que recibían su instrucción por parte del progenitor o del marido. Lo que resulta excepcional en el caso que nos ocupa es que Hipatia no solo destacó como alumna, sino que sobrepasó a su padre y maestro en todas las disciplinas en que él la aleccionó; y que, a su vez, fundó su propia academia, que recibía discípulos de todo el imperio y que gozó de mayor fama que la de su progenitor. Tanto en la época grecolatina como en la nuestra, la investigación y el desarrollo científico solo resultan posibles mediante el apoyo y la financiación de una entidad poderosa o un protector influyente. Tal fue el caso de la Biblioteca de Alejandría, costeada por los reyes ptolemaicos. Pero cuando el patronazgo ofi-

Una personalidad pública Su calidad docente, su prestigio como pensadora y su modo de vida caracterizado por la moderación y la virtud, convirtieron a Hipatia de una autoridad para ciertos sectores de la sociedad alejandrina, tanto desde el punto de vista intelectual como moral. Su influencia entre la élite política queda patente en nuestras fuentes. Sócrates de Constantinopla atestigua que «con frecuencia aparecía en público acompañada de los magistrados. Tampoco se avergonzaba de asistir a las asambleas de los varones. Pues todos los hombres la admiraban enormemente, debido a su extraordinaria dignidad y virtud». Damascio afirma que «había alcanzado la cima de la las virtudes cívicas». También nos informa de que las puertas de su casa bullían siempre con «una multitud de personas y cabalgaduras». Aduce, de hecho, que ésta fue la causa que suscitó la animadversión del obispo de Alejandría, Cirilo; el cual, a raíz de este descubrimiento, «comenzó a planear su asesinato y la forma más atroz de perpetrarlo». La representación de Hipatia ha experimentado cambios a través de la Historia, desde la idealización neoclásica (arriba) a la exaltación romántica (derecha).

Pero, una vez más, es Sinesio quien describe de la forma más vívida la influencia que su maestra podía ejercer. En una de las epístolas dirigidas a ella (carta 81), escribe: «Tú, por supuesto, conservas tu poder; ojalá puedas utilizarlo de la mejor manera: cuida tú de que Niceo y Filolao, jóvenes excelentes y de la misma familia, vuelvan a ser dueños de sus propiedades; quede esto se ocupen todos los que honran a tu persona, tanto particulares como magistrados». Es digno de mención que el propio Sinesio realiza una petición muy similar a su superior jerárquico, el obispo de Alejandría, Teófilo. En la carta 80 le ruega que intervenga a favor de Niceo en un pleito por cuestión de herencia que éste mantiene con el gobernador de Cirenaica. Por tanto, Sinesio considera que su antigua maestra puede ejercer una influencia semejante a la del propio patriarca de Alejandría a la hora de conseguir favores políticos. Hemos de tener en cuenta que, en el mundo grecolatino, los lazos personales entre las élites (y entre estas y la plebe) se articulaban en torno a relaciones de clientelismo, y que estas resultaban especialmente significativas en el ámbito municipal.


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Los vínculos de patronazgo fueron una de las fuerzas motrices que, durante siglos, presidieron la vida social y política del orbe grecorromano y, que pervivieron desde la época helenística para consolidarse en los periodos republicano, imperial y tardoantiguo. Las “Cartas” de Sinesio ofrecen numerosos ejemplos de este tipo de práctica. Varias de ellas no son sino muestras de lealtad y respeto hacia un patrón al que, a su vez y en caso de necesidad, no duda en recurrir como valedor político. Las identidades de sus destinatarios desvelan todo un entramado de conexiones entre miembros de la élite intelectual, la aristocracia local, diversos administradores imperiales y cargos religiosos, todos ellos vinculados a través de una dinámica que se alimenta a base de solicitar y otorgar favores. Una red de relaciones personales que, en consecuencia, ejerce un gran peso en la esfera pública. La correspondencia de Sinesio evidencia que los antiguos discípulos de Hipatia, así como otras personalidades relacionadas con ella, ostentan cargos de importancia en las asambleas municipales, la administración civil y la eclesiástica. Todo lo anteriormente expuesto queda patente en otra de las epístolas que escribió a su maestra (carta 154), en la que hace referencia a un presente (un astrolabio de plata) y un breve escrito titulado “Sobre el regalo”, dirigidos ambos a Peonio, «un hombre que gozaba de

La pensadora era una autoridad para ciertos sectores sociales, gracias a su prestigio y vida virtuosa influencia ante el emperador. Algún provecho sacó también la Pentápolis (la provincia natal de Sinesio) del opúsculo y del regalo». Pero, aparte de estas redes de influencia mantenidas a distancia, Hipatia también entretejió lazos personales y directos con altos dignatarios residentes en la ciudad. Sócrates nos informa de que Hipatia desarrolló una estrecha relación con el prefecto augustal Orestes, el representante imperial en la ciudad de Alejandría, y uno de los cargos administrativos más poderosos del imperio. «Puesto que ella mantenía frecuentes entrevistas con Orestes, el populacho cristiano extendió la calumnia de que era ella quien impedía que aquél se reconciliara con el obispo (Cirilo)». La rival molesta La escuela de Hipatia no solo ejercía su influjo en el ámbito intelectual de Alejandría, sino también en las redes clientelares que regían la vida social y política de la ciudad. De hecho, su influencia no

se limitaba únicamente al ámbito urbano; se extendía, asimismo, a la patria de origen de sus alumnos (puesto que muchos de ellos provenían de otras regiones del imperio), así como a las provincias o diócesis en que estos desarrollaran sus actividades posteriores. Por tanto, a los ojos del patriarcado alejandrino, la maestra y su academia no solo aparecían como posibles antagonistas en el plano doctrinal (con toda la carga místico-religiosa inherente a las corrientes neoplatónicas), sino, de forma más palpable, en el entramado político de la diócesis. Dado el carácter beligerante del obispo Cirilo, y su búsqueda de la hegemonía en las esferas intelectual y política, la filósofa y su círculo se presentaban ante él como poderosos adversarios contra los que había actuar. Y así fue como, según el estremecedor relato de Sócrates, «algunos (miembros del populacho cristiano), espoleados por un celo feroz y fanático, cuyo cabecilla era un lector llamado Pedro, la detuvieron cuando regresaba a casa, la sacaron a la fuerza de su carruaje y la arrastraron a la iglesia llamada Cesareo, donde la desnudaron por completo y la asesinaron con fragmentos afilados de cerámica. Tras descuartizarla, llevaron sus miembros desmembrados a un lugar llamado Cinaron, y allí los quemaron. Este asunto arrojó un enorme oprobio no sólo sobre Cirilo, sino también sobre la iglesia alejandrina al completo». ◙

PARA SABER MÁS: FUENTES CLÁSICAS: • SINESIO DE CIRENE (1995): Cartas. Madrid. Editorial Gredos.

• ALSINA, J. (1989): El Neoplatonismo: Síntesis del espiritualismo antiguo. Editorial Anthropos.

History of Mathematics Paper 63.

• SINESIO DE CIRENE (1993): Himnos. Tratados. Madrid. Editorial Gredos.

• BLÁZQUEZ, J. M. (2004): “Sinesio de Cirene, intelectual. La escuela de Hypatia en Alejandría”, en Gerión, revista de historia antigua (núm. 22).

• DZIELSKA, M. (2006): Hipatia de Alejandría. Madrid. Ed. Siruela.

• SÓCRATES DE CONSTANTINOPLA: Historia eclesiástica.

Disponible en http://revistas.ucm.es/ ghi/02130181/articulos/GERI0404120403A.PDF

• ANÓNIMO (1971): Suidae lexicon; Adler, A. (editor). Stuttgart.

• DEAKIN, M. A. B. (1994): “Hypathia and her mathematics”, en American Mathematical Monthly, 101.3.

ENSAYOS MODERNOS: • ALIC, M. (1991): El legado de Hipatia. Historia de las mujeres desde la Antigüedad hasta el siglo XIX, Madrid. Ed. Siglo XXI.

Disponible en http://wwmat.mat.fc.ul. pt/~jnsilva/Sherlock/hypatia2.pdf

• DEAKIN, M. A. B. (1995): “The Primary Sources for the Life and Death of Hypatia of Alexandria”, en

Disponible en: http://www.physics.utah. edu/~jui/3375/Class%20Materials%20Files/ y2007m08d22/hypatia-primary-sources.html

• GELLNER, E. (1985): “Patronos y clientes”, en Patronos y clientes en las sociedades mediterráneas; Gellner, E. y Waterbury, J. (eds.). Madrid, Ed. Júcar. • MARTÍNEZ MAZA, C. (2009): Hipatia. La estremecedora historia de la última gran filósofa de la Antigüedad y la fascinante ciudad de Alejandría. Madrid. La Esfera de los Libros.


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Foto: R. Pastrana

VIDACOTIDIANA

Rollos de pergamino (con el titulus colgando) y unas tablillas enceradas en un fresco pompeyano. Museo Arqueológico de Nápoles.

CULTURA ESCRITA

Homo liber El libro fue, por su increíble difusión en época romana, un vehículo de primer orden en el proceso de romanización; la lengua, la literatura, la concepción del mundo y en definitiva, la cultura romana, se expanden hasta el último rincón del Imperio a través del liber romanus. Hablar del libro romano es hablar de romanización.

Por Cristian Mir.

La forma clásica del libro en época romana es la de un rollo de papiro, cuyo uso como soporte para la escritura hunde sus raíces en la historia de Egipto y en el mundo romano deviene icono indiscutible de romanización junto con la toga y el latín hasta que, en el Bajo Imperio, es paulatinamente sustituido por el codex de pergamino, el antecedente de nuestro libro actual. Aun así, los romanos emplearon otros materiales de escritura. El soporte más antiguo utilizado por los romanos debió ser la corteza de árbol, ya que éste es el significado original de la palabra latina empleada para libro (liber). También parece que se utilizó el lino para documentos oficiales ya que tenemos noticia de los libri

lintei a través de Plinio y Tito Livio. Pero el material más utilizado en los primeros tiempos son las pieles y, sobre todo las tabulae. Estas tablas, de madera generalmente, podían recibir directamente la escritura con tinta (como las halladas en Vindolanda) o sobre una capa de cera rayándola con el estilo. Estos soportes convivirán con el rollo de papiro en la faceta más cotidiana de la escritura, pero sin duda es el volumen el que se mantendrá durante la República Tardía y el Alto Imperio como la forma clásica del libro romano. Cuando Roma entra en contacto con el mundo griego y Oriente empieza a experimentar la influencia de la cultura y la literatura griegas y, de su mano, llega la forma griega de libro. Los generales romanos traen entre sus botines de guerra grandes colecciones de libros y se forman las primeras bibliotecas privadas. El comercio del libro comienza tímidamente debido a la demanda de unas clases altas cada vez más fuertemente helenizadas y se consolida plenamente coincidiendo con la eclosión de la li-


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Rollos de siete metros Empalmando diversas chartae en blanco se confeccionaba el rollo de papiro que en latín se denominó volumen. Se montaba la hoja izquierda sobre la derecha unos dos centímetros y la juntura se unía con goma, se prensaba y se pulía finalmente para obtener una superficie completamente lisa en la que no tropezara el cálamo al escribir. El número estándar de chartae para un rollo en blanco era de veinte. En caso de necesitarse más superficie de escritura se añadían más hojas. Si, por el contrario, no se necesitaban todas, se cortaba el sobrante. Las dimensiones de los rollos griegos y romanos eran inferiores a las de los egipcios (el Papiro Harris, por ejemplo, alcanza los cuarenta metros), pero podían variar mucho en altura y longitud. El tamaño de las hojas estaba en relación con la calidad: los papiros hallados varían entre las hojas de 23 por 33 centímetros las de mejor calidad y las de 25 por 19 centímetros las inferiores. Por tanto, la longitud de un rollo solía estar sobre los siete metros, aunque se han encontrado de hasta diez, ya que el escriba podía ir pegando hojas según la necesidad. Un volumen de seis o siete metros formaba un rollo de unos cinco o seis centímetros de diámetro, una medida cómoda para llevar en la mano. Para darle mayor resistencia y preservar el volumen del desgaste, en ocasiones se reforzaba el final del rollo con una tira de pergamino pegada. De la misma manera, se solía dejar un espacio en blanco al principio y al final correspondiente a una vuelta del rollo para evitar que la escritura de esta parte, más expuesta al roce, se estropeara.

El volumen se mantenía cerrado con unas cintas o correas de cuero (lora) que podían ser pintadas de colores (lora rubra) y para mayor protección podía guardarse en una funda de cuero (membrana o paenula) cuyos ejemplares de lujo podían ir teñidos de púrpura (Marcial, X, 93) o ser de materiales preciosos.

El volumen podía ir simplemente enrollado sobre sí mismo como la mayoría de los hallados en Herculano o bien, aquellos más costosos o destinados a ser leídos con mayor asiduidad, se enrollaban sobre una varilla central, el umbilicus, cuyos extremos se adornaban con unas borlas denominadas cornua. Según el valor del libro,

Las armas del escriba En un epigrama del poeta helenístico Fanias contenido en la “Antología Palatina”, se describen los instrumentos y el trabajo de un escriba o copista: «La navaja que talla las plumas, la esponja que enjuga / las cañas de Cnido, la regla que encuadra / la página y marca el renglón como guía a la pesa / de alinear, el tintero con la piedra pómez / que alisa, el compás de tornillo y la roja pastilla / brillante a las Piérides ofrendó Acestondas / como enseres de mísero oficio cuando hubo obtenido / un mendrugo en el rico festín de la alcabala». El cálamo (calamus, canna, fistula o arundo) fue el instrumento utilizado para escribir sobre papiro o pergamino, consistía en una caña con un corte en el extremo para empapar la tinta. Con el cortaplumas (scalprum, cultellus o artavus) se hacían las incisiones y cortes en el cálamo. Las plumas (penna) se emplearon también para escribir con tinta aunque su difusión es mucho más tardía (s. IV d. C.). A partir de cierto momento, los términos calamus y penna se confunden. Sobre el proceso para la fabricación de la tinta (tincta, atramentum, encaustum), nos dan noticia tanto Plinio el Viejo (“Historia Natural”), como Vitrubio (“De Architectura”): obtenido el negro de humo de la combustión de resina, sarmientos, teas de pino o heces de vino, se mezcla en agua una parte con tres de goma. La mezcla

resultante se dejaba solidificar y para su uso había que diluirla en agua. La tinta podía borrarse facilmente con agua y una esponja (spongia deletilis) que también se empleaba para la limpieza de los utensilios. El tintero era denominado atramentarium. Para corregir o borrar sobre pergamino se empleaba un raspador (rasorium o novacula). Otros utensilios son el compás (circinus o punctorium) y la regla que servían para marcar el espacio de escritura, las columnas y las líneas de pauta. La piedra pómez (pumex) servía para alisar los bordes y junturas del papiro. Los estuches para guardar y transportar los cálamos y el resto de utensilios de escritura (calamarium) estaban fabricados generalmente de cuero aunque también los había de lujo con cuero teñido de púrpura, materiales nobles y objetos de joyería.

Foto: R. Pastrana

teratura romana hacia el siglo I a. C. Será con la eliminación de la piratería en el Mediterráneo Occidental y la posterior anexión de Egipto por parte de Augusto que el comercio del libro alcanzará durante todo el Alto Imperio cotas insospechadas en época griega, que no se volverán a ver hasta la invención de la imprenta.

Tintero de cerámica del siglo II. Museo Arqueológico de Ammán.


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estos elementos podían ser de madera, hueso, marfil o incluso metales preciosos. Así, la expresión pervenire ad umbilicos se empleaba para acabar la lectura de un libro, es decir, llegar hasta el umbilicus. Del rollo colgaba una etiqueta identificativa, el titulus o index, que solía ser de pergamino: Cicerón, en una carta a su amigo Ático (Att. IV, 4,1) le solicita que le envíe un par de sus empleados de su biblioteca y le pide «que traigan un poco de pergamino para las etiquetas». El lector lo desenrollaba con la mano derecha mientras iba enrollandolo con la izquierda, y el texto iba pasando ante sus ojos como una película. La expresión latina volvere librum cuyo significado es “leer un libro” emplea el verbo desenrollar (volvere). El título de la obra acostumbraba a escribirse al final de rollo por una razón bien simple: una vez terminada la

lectura, el volumen quedaba enrollado a la izquierda y es comprensible la pereza que suponía “rebobinar” de nuevo, por lo cual la mayoría de libros se encontraban al final. El autor acostumbraba a escribir el título también en la primera línea del texto, de manera que estuviese enrollado como estuviese, el lector siempre podía leer el título en primer lugar e identificar la obra. El origen de las páginas Los rollos se guardaban y transportaban en unas cajas cilíndricas (scrinia o capsae), de madera o cuero, a menudo con un cierre de seguridad y con dos asas para su transporte por el capsarius, el esclavo destinado a tal fin. Estas cajas también servían para agrupar todos los rollos de los que constaba una obra. Se escribía solo por una de las caras del papiro, la que presentaba las

fibras del papiro de manera horizontal, denominada rectus en latín. Raramente se escribía por la cara posterior (con las fibras verticales), el versus. Esto sólo sucedía en casos de reutilización del papiro, una vez el documento había perdido valor, para tomar notas, apuntes, borradores o para copiar alguna obra aquellos lectores con menos recursos. Las columnas, el equivalente a nuestras páginas, se denominaban paginae; estas no coincidían con las hojas de papiro que conformaban en el volumen sino que en cada una podían caber varias paginae. No suponía problema alguno que coincidiera una pagina en medio de una juntura, pues, como ya hemos visto, la unión era casi imperceptible y, como montaba la hoja izquierda sobre la derecha, el cálamo no tropezaba al escribir.

los soportes del saber

Las plantas del faraón En la Antigüedad la planta del papiro (cyperus papyrus) crecía en todo Egipto, tanto en las tierras pantanosas del delta como en las aguas estancadas tras la inundación del Nilo. En menor medida, tenemos noticia también de su cultivo en algunas zonas de Oriente Medio y, posteriormente, en Sicilia. Hoy en día, crece de forma natural en Sudán y Etiopía. Su denominación latina proviene de la palabra egipcia papuro, “lo del faraón”, pues su explotación constituía un monopolio real. Teofrasto, en su “Historia de las Plantas” (4.8,3), indica que crece en lugares inundados con una profundidad entre uno y dos metros y puede alcanzar una altura de cuatro a cinco metros. Su tallo tiene una sección triangular y un grosor de unos diez a quince centímetros. Es Plinio el Viejo (“Historia Natural”, 13.78.2) quien nos ha legado la explicación clásica de la fabricación del papiro en su época: del interior del tallo se extraían unas fibras lo más largas y delgadas posible, de una anchura como de un dedo y

que estaban provistas de manera natural de una sustancia pegajosa. Las tiras extraídas se colocaban paralelas verticalmente en una plancha de madera y se humedecían con agua del Nilo. Sobre estas, una segunda capa, esta vez horizontales perpendicularmente a las primeras. Tras ser golpeadas y prensadas, se dejaban secar al sol. Finalmente, se pulía con piedra pómez (pumex) o con pulidores de marfil o concha. Para proteger el papiro de la humedad y del ataque de las polillas y otros insectos, solía dársele una capa final de aceite de cedro que, sabemos por Ovidio (“Tristes”, III.1.13), le confería un color amarillento y brillante. Las hojas resultantes eran denominadas en griego χαρτης (chartes), pasando al latín como charta. El comerciante de papiro en blanco era denominado así χαρτόπωλης (chartopola). El comercio de papiro en época tardorepublicana y altoimperial llega a niveles impensables debido a la altísima demanda, tenemos atesti-

Foto: Cilla No

lli

guados unos grandes almacenes en Roma (horreae chartariae) y talleres (officinae) donde se confeccionaba el papiro con la materia prima importada en bruto. Sabemos por Plinio (XIII. 74) las diversas calidades de chartae comercializadas: las de mejor calidad y mayor tamaño eran las augusta, livia, hieratica y claudia; las variedades saitica, taeneotica y amphitheatrica (fabricadas junto al anfiteatro de Alejandría) las más baratas y finalmente, la clase denominada emporitica que no servía para escribir sino para que los comerciantes —de ahí su nombre— envolvieran sus productos.


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Las paginae quedaban perfectamente justificadas a la izquierda, aunque no así por la derecha, por el deseo de no cortar las palabras. En ocasiones, cuando, a pesar del intento del escriba de alargar o estrechar las últimas letras, quedaba una línea más corta, podía justificarse rellenando el hueco con una raya horizontal. El número de líneas por columna no es uniforme y varia en relación al tamaño del papiro y el ancho de letra, por eso una copia de la misma obra puede variar en longitud dependiendo del ancho del papiro y del tamaño de letra del escriba. La escritura también podía ir acompañada y completada por ilustraciones. No solo se ilustraban los tratados científicos o de geografía (como por ejemplo, el famoso papiro de Artemidoro) sino también las obras literarias, de las que existen

algunos ejemplos en códices tardíos. Sabemos por noticia de varios autores que era usual encontrar un retrato del autor al principio del texto. El negocio editorial Tenemos testimonio de varios personajes dedicados a la edición de libros, el más famoso de los cuales es Ático, el amigo de Cicerón; pero también los hermanos Sosio, editores de Horacio, o Triphon, editor de Marcial y Quintiliano. Hay una diferencia entre un editor como podría ser Ático, un rico y culto personaje que se dedicaba a publicar obras literarias, y un librarius, el propietario de una librería (o el liberto o esclavo que la regenta en su nombre) y que edita y vende las obras a cambio del pago de cierta cantidad al autor. La presentación del libro se hacía en las denominadas recitaciones, lec-

turas en público de la obra presentada por parte del autor o de un lector profesional. Podían hacerse en lugares públicos como las bibliotecas, en las salas destinadas al uso en las termas, o en lugares privados como la propia casa del autor, su editor o su mecenas como sería el caso del famoso Auditorio de Mecenas. Incluso algunos autores sufragaban su propia obra, y repartían las copias entre sus amistades. No estaba protegida la propiedad intelectual, de manera que una vez publicada pasaba a dominio público y podía ser reproducida por cualquiera. Contra el plagio no había leyes concretas, aunque este estaba mal visto y encontramos muchos testimonios de autores como Marcial que se quejan de la apropiación de sus obras por parte de otros. En cuanto a la remuneración económi-

los soportes del saber

Una alternativa animal El pergamino se obtenía de pieles de animales a las que se sometía a un tratamiento para obtener hojas finas y delgadas ideales para contener escritura. Su introducción como materia escritoria la extraemos, de nuevo, del relato de Plinio el Viejo (“Historia Natural”, XIII, 21, 70): la razón, según Plinio, fueron los celos de Ptolomeo V Epifanes, rey de Egipto, ante la posibilidad de que la biblioteca que Eumenes II de Pérgamo había creado pudiera superar en importancia a la de Alejandría. La solución del soberano egipcio fue prohibir la exportación de papiro que era monopolio real a lo que el rey atálida contestó sustituyéndolo por pieles de animales. El uso del pergamino está constado en Asia desde mucho antes (Heródoto V.58), lo que no exime la posibilidad de que en un centro de producción intelectual como Pérgamo se incrementara su uso y se mejorara la calidad, y que esto hiciera que se le diera el nombre de la ciudad a este tipo de material.

El hecho es que el pergamino ofrecía varias ventajas respecto al papiro: la materia prima de elaboración no requería de un lugar concreto de cultivo, era mucho más abundante, más duradero y más aprovechable, pues se podía escribir por ambas caras. El término empleado en latín para referirse al pergamino es membrana, membrana pergamena o pergamenum. La terminología medieval nos informa del tipo de pieles empleadas: caprina, ovina y la de excepcional calidad, la virginia, procedente de los corderos lechales. En el proceso de fabricación se maceraban las pieles animales en sal durante un periodo de tres días, después se eliminaban los restos de pelo, carne y grasa y se les daba un baño en cal; entonces se tendían al sol en un bastidor para secarlas, se trataban con piedra pómez para alisarlas y finalmente se trataban con greda.

Foto: Kaspar Manz

Con el pergamino como soporte de escritura se confeccionaron rollos como los de papiro pero el formato más usual será el codex, pliegos de páginas de pergamino, el antecedente de nuestro libro actual. El nombre latino deriva de la palabra caudex –madera, tablilla- y hace referencia a los pliegos de tabulae de madera de los cuales copia la forma.


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ca, la mayoría de autores no escribían como medio de vida, ya que se trataba, en gran parte, de autores de clase alta que escribían con miras solo a la admiración de los círculos cultos. Aun así, autores de recursos económicos más limitados buscaban la protección de algún mecenas, incluso el propio emperador, dedicándole la obra. De todos modos, no está exenta alguna compensación económica por parte de algunos editores sobre la venta de las obras, aunque fuera imposible cuantificar tanto las ediciones clandestinas como las copias privadas: así se queja Marcial que, si bien tiene constancia de que sus libros se leen en todo el mundo, no así su bolsa (Marcial, XI, 3). Para hacerse con la copia de un libro podía recurrirse a una librería (taberna libraria) donde podían comprarse los libros ya copiados en stock en las estanterías (normalmente los clásicos, las novedades o los de más demanda) o encargar una copia; en tal caso, el librarius buscaba el libro en alguna biblioteca y lo hacía copiar. La copia se hacía en talleres donde un equipo de escribientes, casi siempre esclavos, reproducían el libro normalmente al dictado a fin de hacer el mayor número de copias posible. El sistema podía implicar incorrecciones en el texto por lo cual los talleres de mejor calidad incluían la figura del corrector (anagnostes), cosa que tampoco garantizaba la exactitud de la copia. No faltan en las fuentes múltiples quejas de autores y lectores ante las constantes faltas e incorrecciones. También podían hacer la copia los particulares para sí mismos de una biblioteca o prestado de algún amigo; Cicerón (Att. II, 20, 6) escribe a su amigo Ático: «he recibido el libro […], cuando lo hayamos copiado te lo devolveré». En el Edicto de Precios de Diocleciano tenemos fijado el precio que debían cobrar estos copistas por cada cien líneas, 25 denarios por la letra optima y 20 por la sequens. En la etiqueta, junto al título, solía indicarse el nú-

Los precios «Este breve librito te costará, si lo compras, cuatro sestercios. ¿Es demasiado cuatro? Podría costarte dos, y aún el librero Trifonte ganaría dinero». Marcial, XIII, 3.

mero de líneas de que constaba la obra para garantizar que estaba completa. El comercio Los vendedores de libros eran denominados librarii (Cicerón, “Las leyes”, III.20) o bibliopolae (Marcial, IV. 71). Este último, según dejan entrever las fuentes, sería únicamente vendedor de libros mientras que un librarius, como hemos visto, implica también el papel de editor. También encontramos una cierta diferenciación entre las tabernae librariae, las que vendían tan solo libros en stock, o las que contaban con un taller de copistas para reproducir los títulos solicitados. Quintiliano, a su vez, nos da noticia de la existencia de lo que nosotros conocemos como “librerías de viejo” . Las librerías se concentraban en Roma en el Argileto (Marcial I.4), en los pórticos de Foro de La Paz y en el Vicus Sandaliarius (Gell. XVIII, 4). Marcial (I. 117) nos ha legado una viva descripción de una de esas tiendas: «Lo que buscas, podrás encontrarlo más cerca. / Sin duda sueles pasar por el Argiletum: / frente al Foro de César hay una librería / con sus puertas llenas por todos lados de carteles, / para que rápidamente puedas leer a todos los poetas. / Búscame allí. No necesitas preguntar por Atrecto / (este es el nombre del dueño de la librería): / De la primera o segunda estantería te dará / pulido con piedra pómez y adornado con púrpura / un Marcial por cinco denarios».

En la puerta había colgados, tal como nos ilustra Marcial, unos carteles con los nombres de los autores y las obras vendidas en la librería. El precio de un libro radicaba en el lujo del material y, sobre todo, en la corrección de la copia. En el caso de los libros antiguos, el hecho de haber pertenecido a algún personaje con fama de culto era garante de la calidad de la copia y podía alcanzar precios exorbitantes. Existía también una demanda de libros de lujo cuyo valor residía en el material (umbilicus de oro o plata, teñido de púrpura…). La adquisición de libros como elemento meramente de ostentación social es criticado constantemente en las fuentes, evocando bibliotecas privadas

Dónde ir de compr as «Pero para que no ign ores dónde me puedes encontrar y no vayas a la aventura por toda la Ciudad, yo te haré de guía para qu e lo aciertes. Pregunta por Secundo […] detrás del atrio del Templo de la Paz.» Marcial, I.2.

valiosísimas de las cuales sus propietarios nunca habían ojeado ni los títulos (ver texto de la página siguiente). El comercio del libro alcanzó en todo el Imperio cotas impensables. En todas las ciudades de provincias había librerías que recibían copias de las novedades editoriales de su corresponsal en Roma o bien adquirían las obras para copiarlas. Junto al libro, el mercado editorial manejó otros productos, entre los que sobresale el codex, que podía ser de papiro o de pergamino. Su existencia está atestiguada ya en época de Augusto. También Marcial nos habla poco después del codex, aunque presentándolo como una novedad. Su uso permanece residual y relegado a pequeños manuales de viaje llamados pugilares —que cabían en la mano (o en el pliegue de la toga)— y libritos de regalo.


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También existieron una serie de híbridos entre el rollo de papiro y el códice de pergamino: el rollo de pergamino y el códice de papiro. Todos estos productos conviven, como mínimo, desde principios del Imperio, si bien el formato estrella indiscutible para las obras literarias del Alto Imperio es el volumen de papiro. Con todo, hacia el siglo IV d. C., comienza a declinar el uso del papiro en favor del pergamino, muy probablemente relacionado con la falta de materia prima o su encarecimiento, debido a la contracción de los mercados y a la situación política. La crisis del papiro Se han esgrimido muchas razones técnicas y prácticas para explicar la sustitución del rollo de papiro por el códice de pergamino, como la dificultad de encontrar una referencia concreta en el texto, el rápido acceso al contenido por la posibilidad de hojear el códice o la numeración de las páginas. Pero la principal ventaja sobre el papiro fue su capacidad, derivada del hecho de poder escribir el pergamino por ambas caras. En una cita de Marcial (XIV, 192) este se maravilla de que «los quince libros que Ovidio escribió de poesías se encuentran en este grueso códice de hojas muy finas». También se argumenta la incomodidad de sujetar el rollo con ambas manos

para leerlo, cosa que imposibilitaría hacer otras cosas como copiarlo o tomar notas, aunque esto se podría explicar porque el volumen está concebido para ser leído sobre el regazo mientras el códice requeriría de una mesa. En este sentido, es necesario recordar que las copias se harían al dictado y que era muy usual hacerse leer el libro por un esclavo (como Plinio mientras tomaba notas). Otra ventaja adicional del códice era que este estaba protegido por las tapas de madera mientras que los rollos se amontonaban en los estantes de las bibliotecas expuestos a rasgaduras y desgastes salvo que se cubrieran con una funda. En los estantes de las bibliotecas se podían ordenar cómodamente los códices mientras que, para coger un volumen concreto que estuviera debajo del montón de rollos habría que sacar los de encima. De la misma manera, para la localización de las obras en las bibliotecas, en el códice aparecía el título en el lomo mientras que la etiqueta del volumen podía extraviarse o caerse. El precio no parece un factor tan determinante, ya que si bien es cierto que el papiro era caro, el libro no de-

Las bibliotecas “decorativas” «¡Qué incontables libros y bibliotecas de las que el dueño apenas ha ojeado los índices en toda su vida! […] Tal como muchas veces entre gente ignorante, incluso los libros para aprender a leer no son instrumento de estudio sino adorno de los comedores. […] ¿Qué razón hay para perdonar a un hombre que va tras conseguir estanterías de cedro o de marfil, que busca obras completas de autores desconocidos o malos, que bosteza entre tantos miles de libros, que gusta, sobre todo, de los lomos y de los títulos de sus volúmenes. La prueba es que verás en casa de los hombres más indolentes todos los discursos y las obras de historia, armarios de libros que alcanzan hasta el techo; incluso ya junto a los baños y las termas, la biblioteca también se pule como un ornamento necesario de la casa. Lo perdonaría de corazón si se equivocara por su excesiva entrega al estudio; ahora bien, estas obras de autores consagrados tan buscados, clasificadas utilizando los bustos de cada uno de ellos, se preparan para decorar y adornar las paredes». Séneca, Tranq. IX, 4-7.

Fresco pompeyano que muestra a un hombre con un rollo de papiro a medio leer. El titulus identifica una obra de Homero. Museo Arqueológico de Nápoles.

jaba de ser también un objeto de lujo. Baste recordar que, pese a ser el pergamino una materia prima que no requería su importación, la confección de un solo códice necesitaba gran cantidad de cabezas de ganado. Pese a las aparentes ventajas del codex, el pergamino tardó en imponerse al volumen. La elección no se acabará tomando por criterios prácticos, sino por razones culturales y religiosas: el códice acaba siendo identificado con el cristianismo y el volumen, con el paganismo. Cristianismo y codex van de la mano aunque, paradójicamente, la salvaguarda de la Antigüedad clásica se realizará a través del códice medieval. ◙

PARA SABER MÁS: • PARKINSON, R. y QUIRKE, S. (1995): Papyrus. Londres. • NÚÑEZ CONTRERAS, L. (1994): Manual de Paleografía. Fundamentos de la escritura latina hasta el siglo VIII. Madrid. • WINSBURY, R. (2009): The roman book. Londres.


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MUNDOMILITAR

RECREACIÓN

La batalla, en vivo Los éxitos de las legiones romanas han causado tradicionalmente gran asombro. Desde la perspectiva actual, acostumbrada a la abundancia y las comodidades, las proezas resultan aún más llamativas. La curiosidad por la forma de vivir y luchar de aquellos hombres inspira las iniciativas de Hispania Romana para sumergirse en el ambiente en el que las fuerzas de Roma se expandieron por todo el Mediterráneo.

Por Roberto Pastrana.

A lo largo de 2009, la asociación Hispania Romana ha realizado diversos eventos de recreacionismo militar. En general, se trata de marchas en las que se comprueba sobre el terreno la eficacia y durabilidad de elementos de la equipación legionaria, reconstruidos a partir de evidencias arqueológicas. Así, se organizaron marchas en diversos puntos de España, con la participación de una veintena de asociados en total. Entre los ejercicios de entrenamiento destaca el realizado a principios de octubre en Ibiza, planteado también como un foro de intercambio de ideas entre diversas asociaciones recreacionistas de la Antigüedad: Hispania Romana, Athenea Prómakhos (Grecia clásica) y Grupo Attio (pueblos prerromanos). Las jornadas

fueron auspiciadas por la recién creada Asociación Iboshim, centrada en la presencia púnica en el archipiélago balear. El programa de actividades de las jornadas recreacionistas comprendía el entrenamiento de maniobras como el cambio de formación, en el que las tropas ligeras encargadas de realizar escaramuzas (velites y honderos) se replegaban tras la infantería pesada para apoyar una carga. Los ejercicios también englobaron el lanzamiento de jabalinas contra fardos de paja y el perfeccionamiento en el uso de la honda. En este sentido, los participantes en el evento contaron con la ayuda y consejos de José Saliner, experto lanzador federado, que regaló una docena de hondas artesanas como las que usaron los reputados honderos baleares mencionados en las fuentes clásicas.

Un campo de entrenamiento para los nuevos soldados Las jornadas de reconstrucción histórica celebradas en Ibiza durante el 10 y 11 de octubre contaron con la participación de 29 personas, de las que 19 provenían de fuera de la isla. Los asistentes estrenaron unas instalaciones realizadas expresamente para el evento, en las que pudieron entrenarse, poner en práctica lo ensayado y reponer fuerzas. Por un lado, el campamento constaba en el lado oeste de una empalizada con un pasillo de ronda en el que se apostaban los defensores. La elección de materiales constructivos siguió criterios utilitarios. Carlos

Martínez, organizador del evento, explica que la cerca es «un decorado trasportable, aunque utilizable para combates». Desde el exterior, la empalizada se levanta sobre un zócalo que semeja piedra. Sobre él, unos postes equidistantes sostienen un parapeto de mimbre que cubre a los defensores. Para completar el efecto disuasorio, en vez de cavar el foso preceptivo en todo campamento romano, la cerca se situó en la ribera de un río. Por último, se instaló una pequeña torre defensiva de unos cinco metros de alto, que reforzaba la acción de los soldados apostados

en el pasillo de ronda y servía de atalaya de vigilancia. En la parte sur del campamento, dos tiendas grandes y un toldo hacían de zona de descanso y avituallamiento para los participantes. La vertiente del este quedó cerrada por las dos tiendas de campaña del grupo Legio VIIII donde quedaron las pertenencias y ropas modernas de los asistentes. Detrás de las tiendas de la Legio se encontraba un campo de entrenamiento donde estaban dispuestos fardos de paja para entrenarse en el lanzamiento de jabalinas, lanzas pesadas (pila), cargas, etc.


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La treintena de participantes en las jornadas pudieron emplear las lecciones aprendidas en los entrenamientos en el asalto de una posición fortificada, creada al efecto (ver recuadro de la página anterior). Una partida ibero-púnica cayó sobre un puesto defendido por los legionarios, recordando una de las centenares de escaramuzas anónimas que jalonaron los enfrentamientos entre Cartago y Roma. La larga marcha. La experimentación militar en HR no se limita a las tácticas de lucha. El evento recreacionista de más tradición, el campamento que se celebra cada año en tierras sorianas, realizó entre otras actividades, una marcha de 20 kilómetros. Los participantes, equipados como legionarios romanos, indagaron en las dificultades de una caminata de largo recorrido, cargados con una impedimenta que supera ampliamente los 20 kilos. La principal fuente de problemas del destacamento en marcha fue el calzado. Las populares botas militares (caligae) provocaron molestias como dolores musculares en las piernas —por la falta de costumbre de calzado totalmente plano—, ampollas y rozaduras. El uso de udones, gruesos calcetines de ganchillo, parece una de las soluciones más indicadas. Patxi Marzo, participante en la marcha, también recomienda adaptar las caligae a los pies y la forma de pisar de cada uno, algo en lo que otros com-

Foto: Carlos Martínez

Arriba, los púnicos se preparan para asaltar un puesto romano. A la derecha, los legionarios forman ante sus tiendas, antes de marchar sobre Numancia.

pañeros de fatigas coincidieron. La marcha que se desarrolló desde uno de los campamentos romanos de Garray hasta el yacimiento de Numancia mostró a los participantes la mejor forma de disponer el peso del equipo. Aparte de colgarse a la espalda el escudo —ladeado ligeramente para evitar roces en los gemelos—, David Sandoval comprobó la utilidad del pañuelo que protege la garganta (focale), ya que «la correa de la que pende en bandolera el escudo tiene tendencia a irse hacia el cuello». Para motivar a los legionarios que realizaron la marcha, los orga-

Foto: Patxi Marzo

nizadores de la actividad dividieron a los legionarios en dos grupos que compitieron en busca de méritos, tanto colectivos como individuales. Por ejemplo, tras llegar a Numancia, los legionarios realizaron una carga a la carrera. El primero en llegar, Patxi Marzo, recibió una corona muralis simbólica, la condecoración que recibía en la Antigua Roma el primer soldado en encaramarse a la muralla enemiga. Pese a la dureza de la experiencia, los asistentes se mostraron entusiasmados por repetir. «¡Quiero más! Ojalá esta iniciativa se perpetúe para que mi hijo pueda disfrutar conmigo de este castra», concluye Patxi Marzo. ◙

El reto físico de los sitiadores de Numancia En 153 a. C. los celtíberos acantonados en Numancia resistieron la acometida de las legiones de Quinto Fulvio Nobilior. Las emboscadas y la fracasada batalla a las puertas de la ciudad, en la que hasta los elefantes huyeron, mermaron las legiones en más de un tercio. Según Apiano, aún morirían más soldados romanos durante el invierno debido a la escasez de provisiones, las frecuentes nevadas y el frío. La Asociación Hispania Romana recuerda aquel episodio en el campamento que realiza cada año. Aunque organizado en verano, los

participantes experimentan la dureza de la vida legionaria en campaña. En esta edición, los organizadores, Francisco G. Valadés y Francisco Bascuas, planificaron un programa de actividades «para proteger el carácter recreacionista del evento, evitando al máximo el empleo de cualquier objeto, prenda de abrigo o alimento que no se correspondiese con la época», explican. Con objeto de mantener el rigor y la disciplina en el desarrollo de las actividades se otorgó autoridad plena al centurión, que tomaba decisiones sobre los méritos a la vez que man-

tenía poder sancionador. El programa se realizó en un marco de incertidumbre: ningún legionario sabía lo que iba a ocurrir, tal y como ocurre en un contexto de campaña militar. Estas actividades tuvieron un marcado carácter de reto físico. El planteamiento fue asumido por los participantes sin que se produjese conflicto alguno, a pesar de su nivel de exigencia. Para los organizadores, «gracias al esfuerzo de todos se ha logrado fortalecer y cargar de contenido el castra, una de las actividades internas más demandadas por los asociados».


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NOTICIASHR

Cierre del ejercicio 2009 El muncipio burgalés de Covarrubias acogió por segundo año la Asamblea General Ordinaria de Hispania Romana, en la que se hizo balance del 2009 y se definieron las líneas de actuación para el año próximo. La Junta Directiva que coordinará los esfuerzos estará compuesta, como en 2009, por Arantxa Monteagudo (presidenta), José Gabriel Puche (tesorero) y David Sierra (secretario). A su lado, como vocales que dinamizarán la actividad en sus respectivas demarcaciones, estarán Javier Rodríguez —para el noroeste peninsular—, Juan José Reifs —en el sur—, Javier García —en la zona de Levante— y Fernando Marquerie, que repite en su puesto de vocal de la zona centro. La Junta Directiva animó a los socios a participar en los proyectos en marcha, entre los que sobresalen el estudio y recreación de las prácticas gladiatorias, los ritos matrimoniales y el protocolo y organización de un banquete (convivium). En el capítulo de actividades organiza28/11/2009.-

El complejo rito del banquete, desde los platos hasta la ubicación de los invitados, está transformándose en un guión divulgativo a exponer en futuros eventos.

das por terceros, la presidenta informó de que se están manteniendo conversaciones con diversas instituciones y organismos que podrían fructificar en los próximos meses en eventos de gran relevancia que se vendrían a sumar al “currículum” de Hispania Romana. La principal traba a estos planes radica en el severo recorte que han sufrido las partidas culturales en las diversas administraciones a causa de la situación económica. A este respecto, la Asamblea

de la Asociación aprobó unos presupuestos austeros que contemplan para el próximo año una cuota reducida para las personas desempleadas. El objetivo de esta decisión es facilitar la participación de los interesados, independientemente de su situación laboral, y afianzar la base asociativa, que un año más continuó ampliándose. En concreto, durante el 2009 el censo de Hispania Romana creció un 20%, hasta llegar a los 90 asociados.

Sangre y arena en el anfiteatro de Segóbriga Un mineral llamado lapis specularis, que hacía las veces de vidrio para ventanas, sostuvo durante siglos la economía de la ciudad de Segobriga (Saelices, Cuenca). Los negocios de extracción posibilitaron la construcción de una opulenta ciudad romana que llegó a contar con circo y anfiteatro. Tras siglos de silencio, los graderíos del anfiteatro volvieron a animarse con gritos de ánimo para los gladiadores que contendían en la arena. Coincidiendo con la jornada anual de puertas abiertas del yacimiento conquense, la Asociación Hispania Romana mostró de forma práctica los frutos del trabajo de investigación sobre la gladiatura, dirigidos 03/10/2009.-

por Salvador Pacheco. Dos gladiadores, equipados con las armas habituales del secutor y el samnita. Observados por el público asistente, ambos contendientes se acometieron con ímpetu en varios asaltos, resultando vencedor el samnita. Los combates gladiatorios fueron el colofón espectacular de unas jornadas de alto contenido divulgativo. Centenares de personas disfrutaron de visitas guiadas que les mostraron los avances de la investigación arqueológica en Segobriga. Por su parte, Hispania Romana acudió con una comitiva formada por un destacamento legionario y un matrimonio de alta posición, escoltado por dos lictores.

Foto: José Antonio García

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Gladiador del tipo tracio.


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julio·2007

Aniversario milenario Una nutrida represantación de HR participó en los actos organizados en Roma para la celebración de la fundación de Roma que, de creer a las leyendas, tendría ya 2.762 años. Con este motivo, cerca de medio centenar de asociados se desplazaron a la Urbs. Aparte de las visitas a los monumentos más destacados de la ciudad, los socios participaron en el desfile oficial, a la sombra del Coliseo.

Foto: Isaac Álvarez

21/04/2009.-

El centurión y el senador, acompañado de su secretario, visitan el campamento.

Charlas en el aula

La Nona supervisa la construcción de la Vía Augusta

19/05/2009.-

La Asociación Cultural Arraona Romana, con el soporte del Ayuntamiento de Sabadell, organizó en mayo las Renovatio Arragonis, unas jornadas de reconstrucción histórica que se desarrollaron en el Parque de la Salud de esta ciudad. El motivo principal de la organización del evento era proceder a la divulgación de los trabajos que sobre patrimonio e investigación romana se están iniciando en la antigua Arraona romana. La Asociación Hispania Romana, a través de la Legio VIIII Hispana, acudió como invitada especial al encuentro, al que también asistieron la Asociación Athenea Promakhos; Armillium, que organizó diversos talleres infantiles; Silicernia, con una muestra de comida romana; y la escritora Olalla García. La autora de “El Jardín de Hipatia” ofreció una conferencia sobre la filósofa y científica Hipatia de Alejandria. El Ayuntamiento de Sabadell ofreció una recepción oficial a los asistentes de las jornadas, durante el que entregó presentes honoríficos a las asociaciones participantes. Hispania Romana recreó la construcción de la Vía Augusta. Las obras contaron con la presencia de un senador romano, cuya figura permitió mostrar los rituales matutinos de las clases pudientes de la antigua Roma. Tras recibir a sus clientes (salutatio), el senador y su séquito se desplazaron a un campamento militar instalado en las inmediaciones de la vía en construcción. Guiado por el centu10/05/2009.-

rión a cargo del destacamento, el senador pasó revista a los legionarios allí acampados. En el transcurso de esta visita, uno de los legionarios sufrió un accidente que obligó a practicar una trepanación. Finalizada esta, el legado y sus acompañantes se desplazaron hasta la obras en curso, donde el agrimensor mostró sus conocimientos científicos y técnicos mientras un grupo de esclavos efectuaban las obras de la vía romana. De regreso al campamento, los legionarios romanos realizaron diversos ejercicios, en los cuales participaron activamente los chicos y chicas del lugar. El publico asistente disfrutó con las exhibiciones de HR, en unas jornadas que, a buen seguro, se volverán a celebrar el próximo año.

Desafío a los elementos Las inclemencias del tiempo no arredraron a los legionarios del contubernio norte de la asociación, que resistieron a pie firme bajas temperaturas y nevadas en su programa de salidas a lo largo de 2009. Equipados con el equipo e impedimenta de los soldados de tiempo de Augusto, los asociados han efectuado marchas recreacionistas que compatibilizaron con visitas culturales a los yacimientos de Peña Ulaña (Burgos), las Médulas (León) y Juliobriga (Cantabria). 22/02/2009.-

Cerca de un centenar de estudiantes del Colegio Nuestra Señora del Pilar, en Madrid, disfrutaron de una charla sobre la civilización romana, impartida por dos socios de HR. La conferencia comenzó con un apartado dedicado a la vida civil. La segunda parte versó sobre el ejército romano, mostrando a los asistentes el equipo y la panoplia de los legionarios. En otra charla, desarrollada en el Instituto Ciudad de Jaén, también en Madrid, estudiantes de diversos cursos se aproximaron a la civilización romana desde el punto de vista de la vestimenta y las modas que lucían los distintos grupos sociales, pudiendo ellos mismos vestirse con los ropajes objeto de la charla.

y más... Si quieres ver más fotos de los eventos citados en esta sección puedes asomarte a la sección “Galería” de nuestra página en Internet.

http://hispaniaromana.es/ También puedes acceder a los vídeos grabados en el transcurso de nuestras actividades en el canal que la Asociación tiene en Youtube:

http://es.youtube.com/ user/HispaniaRomana

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BREVIARIUM punto de lectura

¿Quién era...

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Annia Aurelia Galeria Lucilla (150-182 d. C.)

DE AGRI CULTURA Catón

Tecnos, 2009 - 368 págs.

El tratado de Catón sobre la agricultura aborda la educación integral del buen ciudadano. Para ello se describen los valores personales y sociales que conforman al “buen agricultor”, se reseñan las principales ceremonias religiosas que el propietario de la granja ha de cumplir si quiere contar con la tutela de los dioses, y se dan a conocer numerosas indicaciones agrarias. La obra cuenta con un estudio preliminar de Amelia Castresana para cada una de las leges o instrucciones de contratación.

H

ija mayor del emperador Marco Aurelio y de Faustina la Menor. En el año 161 d. C., su padre la prometió a su colega en el poder y hermano de adopción, Lucio Vero, con quien contrajo matrimonio en Éfeso tres años más tarde, momento en el que fue proclamada Augusta, título que la reconocía como emperatriz. Enviudó pronto, en el año 169 d. C., y su padre la obligó entonces a casarse, en contra de su voluntad, con Tiberio Claudio Pompeyano. Mantuvo una actitud hostil frente al reinado de su hermano, el emperador Cómodo, conspirando contra él, pero fue descubierta y desterrada a la isla de Capri donde sería ejecutada. Por Francisco Bascuas.

Foto: Andrew Bossi

EL JARDÍN DE HIPATIA /Olalla García

LA CAÍDA DEL IMPERIO... /A. Goldsworthy

Espasa-Calpe, 2009 - 424 págs.

La esfera de los libros, 2009 - 624 págs.

Alejandría, a principios del siglo V. Atanasio de Cirene se desplaza a la ciudad creada por Alejandro Magno para estudiar filosofia en la academia de Hipatia. Procede de una provincia devastada por la guerra, en la que él mismo ha combatido como oficial. Durante su estancia será testigo de los enfrentamientos entre el poder civil representado por el vicario Orestes y el eclesiástico, encarnado por el obispo Cirilo. A través de las experiencias del protagonista conoceremos la Alejandría de aquel momento y viviremos las persecuciones religiosas, de las que el cristianismo emergerá como una religión que, de haber sido perseguida, pasa a perseguir a sus rivales. A través de las páginas de esta obra, a medio camino entre la novela y el ensayo, Alejandría se configura como la verdadera protagonista. El libro, el tercero que escribe esta historiadora especializada en la Antigüedad Tardía oriental, va ya por su segunda edición.

En el año 476 d. C.Rómulo Augusto, el último emperador que gobernó en Roma, fue depuesto, sin oposición, por el bárbaro Odoacro. Este hito marcó el final definitivo, e incluso silencioso, de cinco siglos de dominación imperial, pero sólo supuso el final anunciado de un largo proceso de decadencia que había empezado con Marco Aurelio, tres siglos antes, cuando Roma era aún la mayor superpotencia del mundo. Adrian Goldsworthy —recurriendo a las fuentes originales y a las últimas investigaciones arqueológicas— nos presenta un relato estremecedor de la caída del Imperio romano. Un largo proceso que duró trescientos años y que supuso el caos del siglo III, el cisma del IV o el colapso final en el V. En estas páginas cobran vida personajes como Caracalla, Constantino,Teodosio, Alarico o Atila de la mano de uno de los más renombrados historiadores de la Antigüedad, que responde a algunas de las grandes preguntas de la historia universal: ¿Cómo desapareció la superpotencia romana? ¿Cómo murió Occidente?


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julio·2007

Emboscada en Celtiberia Por El Kuko.

Aquí están esos malditos. Ahora caeremos sobre ellos y los aplastaremos como cucarachas.

¡Adelante, muchachos! Esteee... Jefe...

Litenno tenía que ir donde los druidas por el juicio de la herencia. Ditalcón, Minuro y Audax, otra vez enfermos. Cauceno y Edecón tienen boda. Cerdubelo, funeral.

¡Ya estamos aquíííí! Los hermanos Megaravico tenían que acompañar a su madre al chamán... Los de Cea están de festival. Caro, Ambón y Leucón han dicho que vayamos empezando sin ellos. Y ayer, las vísperas, ya me entiende...

Pero, ¿cómo? ¿Los habéis dejado escapar? ¡¡Si los teniais a güevo!! Fijaos cómo nos mira todavía. ¡¡¡Si el que estaba aquí era él!!! Necesitamos un jefe con más cojo o a. ndidnos e v s a no Y me los rom

.

¡Traidor!

¡Inútil!

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P R O P U E S TA S Oro y plata, lujo y distinción en la Antigüedad hispana Museo de Cáceres

Plaza de las Veletas 1 - Tel.: 927 24 72 34

Los objetos de oro y plata fueron siempre entendidos como materiales prestigiosos que, en el seno de las sociedades que los crearon, estuvieron al alcance de muy pocos. Las joyas han sido símbolo de privilegio, de respeto y poder, en cualquier cultura. En las vitrinas de esta exposición veremos piezas de todas las que tu-

vieron carta de identidad en nuestro suelo: la orfebrería prehistórica, la de origen orientalizante; piezas fenicias y púnicas, ibéricas, vacceas y castreñas, para finalizar con piezas pertenecientes ya a la dominación romana. Los relatos de la Antigüedad están llenos de referencias a maravillosos tesoros que han espoleado la

Piezas emeritenses del Museo Arqueológico Nacional Museo Nacional de Arte Romano (Mérida)

C/ José Ramón Mélida, s/n. - Tel.: 924 311 690

Hasta el 14 de febrero se puede visitar en Mérida una exposición compuesta por 29 piezas, que completan la visión de conjunto que ofrece la exposición permanente del Museo Reflejos de Apolo... Museo de Zaragoza

Nacional de Arte Romano. Asimismo, se quiere dar a conocer la historia del coleccionismo en España, el inicio de las excavaciones y la gestación de los primeros museos arqueo-

imaginación de todos los que se han acercado a su estudio y han sido, en buena medida, uno de los primeros acicates de la arqueología y uno de los principales objetivos en la creación de los museos. Estas colecciones han salido del Museo Arqueológico en raras ocasiones y, desde luego, nunca en su conjunto. Ahora, en el contexto de esta exposición itinerante, podrán verse en otros escenarios, mostrándose a través de un discurso más amplio. La muestra está en Cáceres hasta el 10 de febrero. lógicos. La exposición cuenta con esculturas, retratos, lápidas funerarias y orfebrería. Entre todas ellas sobresale una representación de Ascanio, hijo de Eneas, y parte de un grupo en el que se representaba a este huyendo de Troya. También es posible admirar, rematando la muestra un espectacular vaso de ágata con la representación de un sátiro.

Retratos de Roma /Museo Arqueológico de Cartagena C/ Santiago Ramón y Cajal, 45 - Tel: 968 539 027

Pza. de los Sitios, 6 Tel.: 976 222 181

Hasta el 10 de enero puede visitarse la exposición “Reflejos de Apolo. Deporte y Arqueología en el Mediterráneo Antiguo”, que recoge 122 obras de la antigüedad clásica griega y romana, relacionadas con los aspectos más relevantes del deporte. La muestra se divide en diversos capítulos que conforman el discurso expositivo: el espíritu de la competición, el mundo del gimnasio y la palestra, las grandes competiciones en Grecia y en Iberia y los juegos romanos. Mención especial ofrecen los mosaicos romanos que representan aurigas vencedores.

El museo arqueológico municipal de Cartagena expone hasta enero “Retratos de Roma”, una exposición de esculturas originales de personajes públicos y privados de la Hispania Romana procedentes del Museo Arqueológico Nacional. La muestra permite apreciar la importancia del retrato como elemento esencial de la cultura romana, tanto para mostrar la imagen del poder, como para transmitir el modo de vida y costumbres de ciertas cases adineradas. La muestra está estructurada en tres grandes capítulos: “Monarcas y filósofos” marca el punto de partida del género en el mundo griego, sobre todo por la importancia que supone que surja el retrato fisonómico. La segunda de las partes de la muestra

está dedicada a la “Historia Augusta” y presenta los retratos de emperadores y miembros de distintas familias imperiales. En este periodo aparece la primera industria de la imagen política. Por último, “Cives Romani” muestra la doble vertiente del retrato privado: como modo de honrar a los benefactores de una ciudad y como memoria de las familias ilustres. Estatua sedente de Livia.


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INVIERNO·2009

VIDEOJUEGOS

¡Pobres de los vencidos! VAE VICTIS Sistema: Windows Vista/XP/2000. Procesador: Pentium o similar a 1,9 GHz. Memoria 512 MB de RAM. Tarjeta gráfica compatible con Direct X 9.0c con al menos 128 MB de VRAM y soporte para pixelshader 2.0.

Por Alejandro Carneiro.

Paradox es una empresa sueca señera en el mundo de la estrategia por ordenador. Equivale a juegos bien documentados, gráficos correctos aunque algo justitos, manejo nada difícil pero con muchas variantes a considerar, inteligencia artificial superior a la de un macaco y jugabilidad ilimitada. Realmente Paradox no ha innovado nada, solo ha llevado al mundo de los ordenadores las reglas de los antiguos juegos de estrategia histórica sobre un tablero, pero actualizándolos con todas las ventajas que puede aportar la informática: animación, música, sonidos ambientales, tableros más grandes y con diversas capas, numerosos oponentes, juego sin turnos en tiempo real, múltiples fichas a manejar, diversas misiones a escoger... En este caso, “Vae Victis” es un enorme y grandioso escenario donde debemos pelear por engrandecer o simplemente conservar la república, monarquía o tribu bárbara que escojamos. No será lo mismo dirigir Cartago, controlando las intrigas entre distintas facciones de su Senado y buscando siempre el equilibrio de poderes, que dirigir una monarquía helenística, donde lo principal será controlar a los miembros de tu corte y las aspiraciones de tus parientes, nobles o generales más prominentes, que

pueden conseguir la fidelidad de sus ejércitos y montar una guerra civil. En una tribu bárbara te limitarás a que los diferentes jefes de clan no te destrocen la tribu con sus deseos y envidias. Así que deberás ser sabio repartiendo cargos y comandancias o metiendo en prisión, mandando al exilio o ejecutando a los rivales de tu corona o gente peligrosa para la estabilidad de tu república. Desde tu catador personal al general de tus ejércitos todos tienen

La victoria no depende solo de batir a los enemigos externos, sino de tratar adecuadamente a tus cortesanos.

sus deseos y características propias. Todos actuarán según los premies o castigues. Si no bastara con los problemas internos, que no dejan de ser un asunto secundario, deberás ocuparte de la política exterior con otros reinos, tribus y repúblicas, haciendo alianzas, acuerdos comerciales, guerras de conquista, ofreciendo tributos y demandándolos según tus intereses, buscando siempre que tu estabilidad

interna y tu reputación no se vean mermadas. ¿Complicado? Puede parecerlo, pero la interfaz de manejo es realmente sencilla y la adicción está garantizada para cualquier aficionado a la época: ¿Y si hacemos que Craso sea dictador vitalicio? ¿Y si aprobamos todas las leyes de los Gracos? ¿Y si a Aníbal le damos un cargo secundario en Cartago, pese a su gran habilidad marcial? ¿Y si convertimos al Ponto en una superpotencia antes de que llegue Roma? Se puede intentar seguir la historia o cambiarla por completo. Las posibilidades son infinitas, aunque nunca cayendo en el surrealismo Olvídate de hacer a los cántabros los dueños del mundo, no podrán. Pero sí controlar media península en tiempos de César si sabes jugar como un maestro. También admite partidas de varios jugadores online, donde podemos desafiar a jugadores humanos a una lucha por dominar el Mediterráneo. Así es “Vae Victis”, la expansión definitiva que se juega de forma independiente del alabado “Europa Universalis: Rome”, el juego —simulador histórico, comeuñas geopolítico o como quieras llamarlo— con más datos y personajes sobre la época tardorrepublicana que ha salido hasta la fecha. Un típico juego Paradox. El juego de tablero ideal en tu pantalla. Absténgase apresurados o gente con poco tiempo: Las partidas pueden durar semanas. Pero es que Roma no se hizo en un día. ◙


e d a c e t a m La cine

Clío

p re se n ta .. .

El fin de una época LA CAÍDA DEL IMPERIO ROMANO The Fall of the Roman Empire (1964) Director: Anthony Mann Productor: Samuel Bronston Actores: Sophia Loren, Stephen Boyd, Alec Guinness, James Mason, Christopher Plummer.

Por David P. Sandoval.

“La caída del Imperio Romano” es el título más sonoro de cuantos hay al mencionar “una de romanos”. Reverbera con fuerza, atrayendo sobre nosotros conceptos como decadencia, gloria, pasión, bárbaros, luchas… Posee todas esas ideas y más. La película de Anthony Mann y Samuel Bronston se encuadra en la época de las grandes superproducciones que veían cómo la televisión se iba comiendo el terreno, y habla concretamente de los hechos entre el final del reinado de Marco Aurelio y el de Cómodo (siglo II d. C.) Formatos gigantescos, miles de extras, decorados suntuosos, colores muy vivos… Condensa multitud de reflexiones, de percepciones de una antigüedad olvidada. En algunos momentos es incluso pesada. Trufada de pasajes de Marco Aurelio, verdadero protagonista de la primera

hora de película, recoge en los diálogos los pensamientos de una época desaparecida, concretando el deseo de estabilidad, de permanencia de la Pax Romana, del derecho a la ciudadanía como valor más alto de Roma, pero también introduce muchas de las tesis de Gibbon. Estamos ante dos películas en una, e incluso tres. La primera es la visión épica del productor, Bronston, quien mandó construir en Madrid la fortaleza de Vindobona, en donde Marco Aurelio morirá. También reflejó la grandiosidad de Roma en unos decorados verosímiles que darán un aspecto de majestad, abigarramiento y cierta realidad gracias a los inteligentes barridos de la cámara durante la pompa triunfal de Cómodo. Esos decorados, alternados con interiores muy fieles, de estilos pompeyanos, más genuinos que los exteriores, lograrán crear la atmósfera necesaria para que los espectadores puedan sentir que una ventana al pasado se ha abierto. Pero si Bronston busca el espectáculo total (como en la primera secuencia donde llegan los reyes, príncipes, procónsules y demás tributarios de Roma a rendir pleitesía a Marco Aurelio) Anthony Mann quiere también una fiel reconstrucción, que ayude a la historia. Un filósofo griego amigo de Marco Aurelio, Timónides (magnífico James Mason) las fasces y los lictores, estandartes con águi-

las, con los numerales de ciertas legiones (donde se puede ver la Décima, favorita de César…) la propia arquitectura de la frontera, sólida, rectangular, de grandes piedras, o la magnífica caracterización de Alec Guinness como Marco Aurelio, sacada de un relieve del siglo II d. C. Por último, podemos ver una tercera película, la de la relación amorosa entre Stephen Boyd y Sophia Loren, que resulta insulsa, vacía e innecesaria. De las tres películas, la primera, la de Bronston, merece la pena por la suntuosidad. Es el último espectáculo de inspiración hollywoodiense antes de “Gladiator”. Por su parte, la segunda película, la de Anthony Mann, está repleta de pequeñas reflexiones, las “Meditaciones” de Marco Aurelio. También podemos localizar las tesis de Gibbon, como el anuncio de Adrianópolis en el asentamiento de los bárbaros germanos en tierras baldías romanas; o la necesidad de enfrentarse a los persas antes que sucumbir en estériles guerras civiles, como sucedería un siglo después. Asimsimo, esta segunda película está sazonada de anécdotas históricas como la venta del Imperio al mejor postor tras la muerte de Cómodo, que harán las delicias del interesado en Historia y permitirán, con permiso de las nuevas tecnologías, disfrutar de espectáculos hechos artesanalmente, con un valor ahora ya incalculable… ◙


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