Triduo divina misericordia

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PRIMER DÍA DE TRIDUO DIVINA MISERICORDIA. Abril 2014 “Que se alegren los que buscan al Señor” (sal 104) Alegrémonos hermanos en este primer día de triduo preparatorio a la fiesta solemne del II Domingo de Pascua, instituido por el próximo San Juan Pablo II como Domingo de la Divina Misericordia. Alegrémonos hermanos porque lo empezamos en la octava de Pascua, días en los que prolongamos el gozo y la solemnidad del Domingo de Resurrección primer día de la semana y de la nueva creación por Jesucristo nuestro Señor que con su muerte y resurrección nos ha ganado para Dios, nos ha rescatado del pecado, del abismo, de la muerte eterna. Con razón podemos decir con el autor del salmo 104 “gloriaos de su nombre santo, que se alegren los que buscan al Señor”. Y ahí debe estar nuestro empeño todos los días de nuestra vida, cada segundo de nuestra existencia, en buscar al Señor, en alegrarnos en el Señor, en gloriarnos en el Señor, en dar gracias al Señor porque es eterna su misericordia. Jesucristo es nuestra mayor riqueza hermanos por una razón que nos aportaba una gran amiga y conocedora del Señor, me refiero a Santa Teresa de Jesús. Ella decía que a quien Dios tiene nada le falta, solo Dios basta. Por eso es nuestra riqueza y hartura, sólo Dios. Fue la experiencia de los apóstoles San Pedro y San Juan cuando subían a media tarde al templo para hacer la oración. Aquel pedigüeño con la mano extendida, esperando una limosna porque no se podía valer por sí mismo. Pedro le dice no tengo oro ni plata, mi riqueza es Dios por eso en nombre de Jesucristo Nazareno echa a andar.


Es una riqueza la nuestra que se puede compartir con el que la necesita, una riqueza que es para todos, no sólo para nosotros. Aquel impedido de la puerta del templo de Jerusalén se enriqueció junto con Pedro y Juan. Rápidamente supo agradecer a quien había hecho tan grande portento, es decir, a Dios por medio de aquellos apóstoles. Y se cumplió el salmo que hemos proclamado en aquel enfermo. Igualmente en el Evangelio con los discípulos de Emaús. Otros que volvían de Jerusalén hacia su aldea tristes, vacíos, ensombrecidos por la muerte del amigo en la cruz, decepcionados. En el camino se encuentran con Cristo Resucitado que les regala la riqueza inmensa de su Palabra consoladora. Les regala el oro y plata de su Cuerpo y Sangre Eucarístico porque lo reconocieron al partir el pan. Les regala una nueva vida, un nuevo deseo de volver, de comunicar, de alabar y bendecir a Dios por su eterna grandeza, largueza y misericordia. Estaban vacios pero volvieron llenos, enriquecidos, felices porque habían vivido la Pascua junto al Señor, es decir, el paso (pascua) portentoso del Resucitado. Mis queridos hermanos, hacer el triduo de la Divina Misericordia, celebrar el Domingo la fiesta supondrá también para nosotros una oportunidad para llenarnos de Dios, una oportunidad para acercarnos a su Palabra misericordiosa, a su presencia eucarística misericordiosa, a su perdón sacramental misericordioso. Si somos como el paralítico de la primera lectura y tendemos nuestra mano hacia el Señor, él, no nos la dejará vacía, también nos levantará de nuestras postraciones. Si somos como los de Emaús, que demos posada al Señor en nuestro corazón, el también nos lo llenará de gozo con su Palabra y con su presencia.


Si dejamos vivir a Dios en nosotros y entre nosotros, a Cristo vivo y resucitado, con su divina misericordia curará nuestras heridas, lavará nuestros pecados y nos dará el gozo de una vida nueva. Demos gracias en esta celebración a Dios pidiéndole que se quede con nosotros, que se siente a la mesa de nuestra vida, que nos bendiga y nos llene de la alegría pascual. SEGUNDO DÍA DE TRIDUO DIVINA MISERICORDIA ¿Por qué os alarmáis, por qué surgen dudas en vuestro interior? Queridos hermanos, en esta celebración Cristo Resucitado vuelve hacernos esta pregunta. En ocasiones podemos perder la perspectiva del Resucitado y sentirnos desamparados en nuestra vida, en nuestra historia personal. Ante situaciones difíciles, que nos sobrepasan, que no logramos dominar ni controlar, sean personales, sean exteriores a nosotros, podemos perder la calma y la angustia aparece en el trasfondo de nuestra vida. Esto significa que no tenemos presente a Jesucristo Resucitado. El tiempo de Pascua no es sólo el recuerdo de la resurrección de Cristo sino la actualización de la Resurrección en nuestra vida particular. El se hace presente en tu interior, se sienta en medio de tus acontecimientos diarios, de tus preocupaciones, de tus miedos, de tus fantasmas, de tus anhelos y esperanzas y te dice: ¿Por qué te alarmas, por qué tienes dudas? Jesús Resucitado te vuelve a decir en este día: La Paz contigo


Y te muestra sus pies y manos que son su Cuerpo y su Sangre, la hostia santa e inmaculada, blanca como blancos son los vestidos del resucitado. El vino en el cáliz, rojo como la misma Sangre preciosa del Señor que se derrama por nosotros para perdonarnos y librarnos del morir eterno. Y ya no te pide de comer un trozo de pez asado, sino todo lo contrario, te pide a ti que comas tu propia salvación, el pan de los hijos, el pan de vida eterna que él nos ofrece cada día en la mesa abundante del altar. Ante esta actualización y recreación del Evangelio de san Lucas solo podemos decir con asombro y gratitud las palabras del autor del Salmo 8: Señor dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra. Y quedarnos admirados porque siendo Dios tan grande, tan bueno, tan misericordioso se fija en unos tan pequeños, tan pecadores, tan amigos de ofenderle con nuestros retraimientos, dudas y miedos: ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? El Señor hermanos no nos trata como merecen nuestros pecados, el Señor no lleva cuenta de nuestros delitos, porque su misericordia es eterna. De ahí parte nuestra exigencia, nuestro compromiso, de amarlo, de quererlo, de responderle en la misma y justa medida que él nos favorece. De ahí la necesidad de ser testigo de su misericordia, de su inmensa condescendencia. Testigos del amor de Dios dejándonos reconciliar por él, siendo dóciles a su Palabra y a su continua presencia en nuestra vida. No consiste en no pecar por temor a Dios, o al castigo, sino por no hacer sufrir al amado de nuestra alma. El mismo Jesucristo le dijo a Santa Faustina en una de sus conversaciones: La desconfianza de las almas desgarra mi alma. Aun más me duele la desconfianza de las almas elegidas. A pesar de mi amor inagotable aun no confían en mí. Ni siquiera mi muerte ha sido suficiente para ellas. ¡Ay de las almas que abusen de ella!


Amar, confiar, entregarse sin reservas para evitar a Jesucristo ese desgarro de su divino corazón de donde brotan los rayos misericordiosos de su amor. No el temor sino el amor, no el miedo al castigo sino el deseo de no provocar dolor en Cristo, de no ahondar en su pasión y sufrimiento con nuestras dudas, desconfianzas u olvidos. Y una vez que hayamos superado ese escollo y verdaderamente tengamos la paz interior del resucitado, la alegría del encuentro, la fortaleza del que se alimenta con la Palabra y el mismo Cuerpo y Sangre de Cristo, hemos de ser testigo del Resucitado. Restablecidos de nuestras debilidades, debemos de ser como Pedro, Juan, y el paralítico: testigos del amor de Dios, de su misericordia. Un testimonio claro y dirigido a todos, proclamando que Jesús de Nazaret es el Mesías, el Salvador, el que anunciaron todas las escrituras antiguas y el que cumple la eterna promesa del Padre de las misericordias. Os deseo la paz del Señor Resucitado y que este triduo a la Divina Misericordia os ayude a fortalecer vuestra fe, esperanza y caridad. Que así sea. TRIDUO A LA DIVINA MISERICORDIA TERCER DIA “Dad gracias al Señor porque es bueno porque es eterna su misericordia” (Sal 117) La misericordia de Dios tiene que enfrentarse con la impiedad del mundo. Jesucristo desde su nacimiento fue perseguido a muerte. Sus enemigos lo atosigaron en cuanto comenzó su vida pública. Los mismo de siempre: publicanos, saduceos, fariseos, sanedrín, sumo sacerdote. La mano de Dios en la tierra, la autoridad religiosa que no podía permitir que el Dios invisible, lejano, juez y terrible se hiciese hombre sencillo, cercano, amoroso y sobre todo sanador, perdonador y muy misericordioso con aquellos que los “perfectos de la religión” despreciaban y llamaban empecatados de pies a cabeza. No supieron abrirse al amor de Dios, no supieron abrirse al mismo Dios.


Lo que hicieron con el maestro ahora hacen con los discípulos: “la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular” Pedro y Juan son perseguidos y encarcelados por los mismos que llevaron a Jesucristo al suplicio de la cruz: sacerdotes, comisario del templo y saduceos. Estaban “indignados” porque creían que matando a Jesús de Nazaret ya se les había acabado el problema y ahora resulta, que lejos de acabarse, el problema se había multiplicado por dos, Pedro y Juan, o por cinco mil que ese día abrazaron la fe. ¿Qué harían, crucificar a todo el pueblo? Para los testigos de Cristo nada es dificultad, todo lo contrario, hasta el mal se puede aprovechar para predicar, para testimoniar, para hablar de Cristo Jesús. Y así lo hicieron después de una noche de cárcel en los calabozos del templo de Jerusalén. Comparecieron antes los mismos que había comparecido Jesús días antes y el mensaje de Pedro es contundente: “Sepa toda la casa de Israel que ha sido Jesucristo Nazareno a quien vosotros crucificasteis” y a quien Dios resucitó de entre los muertos” Hoy, esos mismos poderes siguen existiendo. Han cambiado los rostros, el aspecto externo, el lenguaje. Representan otros poderes: algunos el poder divino, otros el poder que les da el pueblo en las urnas, otros el poder judicial, o el poder del dinero, o de la fuerza, en definitiva poderosos del mundo que quieren un dios lejano del hombre para ser ellos quienes ejerzan la última palabra, que les interesa incluso un mundo sin dios donde ellos se conviertan en dioses. Y mandan callar, y mandan silenciar al verdadero Dios y a sus testigos. Pero Jesucristo resucitado nos decía ayer: no tengáis miedo, la paz con vosotros, que no albergue dudas vuestro corazón.


Se nos pide a los creyentes, a los seguidores de Cristo Resucitado escuchar su palabra y obedecer sin reservas, como los apóstoles en el lago de Tiberiades: “Echad la red” Esa es nuestra misión, escuchar, echad la red, ser pescadores de hombres para comunicarle la buena nueva de la salvación: “Que bajo el cielo no hay otro salvador más que Jesucristo” Sentarnos a la mesa con el Señor para comer lo que él nos reparte: “Tomad comed esto es mi Cuerpo, tomad bebe esta es mi Sangre” Y demostrar cómo en la debilidad, porque eso somos, pobres hombres y mujeres pecadores, Dios es capaz de realizar su plan de salvación y mostrar al mundo todo su poderío que se concreta en un amor infinito y en una misericordia que no tiene límite. En las canonizaciones de dos grandes Papas del siglo XX, Juan XXIII y Juan Pablo II se muestra esto con largueza. De orígenes humildes, cómo dejándose moldear y guiar por Dios, en ocasiones con persecución y sufrimiento, fueron figuras claves para la Iglesia y para el mundo. De ellos y con ellos podemos decir las palabras del Salmo 117 que hemos proclamado: “Bendito el que viene en nombre del Señor, os bendecimos desde la casa del Señor, el Señor es Dios, él nos ilumina”. Demos gracias a Dios por este triduo preparatorio que hoy concluimos y que la misericordia de Dios esté con todos nosotros. Amén.


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