Revista Vanguardia 398

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VANGUARDIA 1 DE JULIO DEL 2013

néstor kirchner 23

Un hombre en dos orillas: El expresidente argentino es visto por su secretaria desde todas sus aristas: “sus destrezas, sus miedos, sus actos de valentía y con sus atropellos”.

FOTO: AFP

Así que dejé el despacho, fui a mi oficina y redacté mi renuncia. Después de despedirme de mis colaboradores más cercanos, salí, y en el pasillo me estaba esperando una de mis tantas colaboradoras directas, que actuaba de correveidile de Parrilli. Con cara falsamente compungida me dijo: —Ay, Miriam, te lo tengo que decir… —¿Qué? —Se dice por acá que tu hija menor, María Paz, es hija de Néstor… —¿Qué? —me quedé atónita. La hipócrita siguió: —Es muy probable que haya llegado esa versión a oídos de la Presidenta… Por eso te pidieron la renuncia… —¿Sabés qué? Que le hagan el ADN a mi hija y que le vayan a pedir disculpas al padre…

Me fui de la Casa de Gobierno después de recoger mis cosas. Algunos me saludaron y lloraban. Otros me ignoraron. Hubo gente que después me siguió llamando. Alguno que otro intentó ayudarme hasta con dinero para afrontar algunas deudas, pero siempre bajo una consigna: que no se entere Cristina. Nadie me quería dar trabajo. Encima, como si fuera una broma siniestra, había rumores de que yo pretendía parte del legado de Néstor o que tenía cuentas en Suiza. Yo me reía: “Díganme el número”. La llamé a Alicia, la hermana de Néstor, con quien hablábamos habitualmente cuando necesitábamos algo de la Presidencia porque el Presidente lo pedía. —Alicia te pide —me dijo su secretaria— que por favor no la llames más porque la comprometés. Aunque dolorosa, la respuesta de la ministra de Desarrollo Social era previsible. Siendo mayor que el hermano, era su soldado más fiel y obediente. Muerto Néstor, todo el mundo esperaba que afloraran las diferencias familiares y políticas que, desde la época de Santa Cruz, distanciaban a la hermana de la esposa. Sin embargo, esta vez Alicia se subordinó a la Presidenta y tampoco me atendió. A Aníbal Fernández ni lo llamé. Para quien no conozca ciertos detalles, resulta raro que no haya intentado comunicarme con el ministro del Interior, que tantos resortes podía tocar para auxiliarme. Pero el autor del Manual de zonceras argentinas sabe ejercitarse en el asunto que trata su libro. Una vez, una tarde de frío, al término de un acto en el conurbano, donde estábamos junto al Presidente y toda la comitiva, Néstor se precipitó a saludar a los asistentes, como hacía habitualmente. Del otro lado de las vallas, el pueblo luchaba por acercarse. En medio de ese fervor, de pronto siento que sobre mi nalga izquierda se posa una zurda confianzuda, abierta, que se apoya, palpa y levanta el cachete, como evaluando el peso. Casi no podía girar, pero lo conseguí y furiosa le dije: —¿Qué hacés? El bigotudo me miró con su mirada pícara y sonriente. —Fue sin querer… Miriam.

—Pero la puta… ¡Qué va a ser sin querer! —Dale, Negra, no te enojés… Lo fulminé con la mirada, di otra media vuelta sabiendo que no se iba a animar a más.... Me corrí y seguí juntando las cartas. Rudy Ulloa, quien se decía el mejor amigo de Néstor —quizá porque a su sombra adquirió una solvencia que ahora le permite declarar, como un divo, que le envidian el éxito—, jamás me llamó para saber cómo

Editorial Planeta publicó el testimonio de Quiroga. Buena parte de esta versión se hizo pública en el programa de Jorge Lanata: Periodismo para todos.

estaba. Yo lo llamaba y llamaba para pedirle una mano y no me atendía. Me esquivó permanentemente. Esta situación empezó a afectar mi salud. Tenía que poner el cuerpo para protegerme y proteger a mi familia. Por supuesto, quería preservar a mis hijos de amenazas y riesgos. Ya bastante tenían con la angustiosa situación económica en la que estábamos como para, encima, tener que cargar con el miedo que sentía. Mi presión se disparó a las nubes, me volví asmática. Me aparecieron problemas en las articulaciones. Me dolía el cuerpo tanto como el corazón. Sin trabajo, sin obra social, recurrí al área a


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