La lechuga misteriosa

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Texto Oscar MarĂ­a Barreno Ilustraciones Quiel Ramos




Texto Oscar MarĂ­a Barreno Ilustraciones Quiel Ramos

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LA LECHUGA MISTERIOSA

Texto Oscar María Barreno

Ilustraciones Quiel Ramos


Don Tomate parlanchĂ­n se enamorĂł de una lechuga, que era del huerto la mĂĄs hermosa, no por ser guapa de cara, sino por ser misteriosa.


Todas las lechugas se sujetaban con fuerza a la tierra. Pero Lechuguina tenĂ­a, en lugar de raĂ­ces, piernas. Y caminaba por el huerto, saltando de surcos a piedras. El resto de lechugas solo hablaban entre ellas. Lechuguina, en cambio, hablaba la lengua de los pimientos y las ciruelas. Y sabĂ­a, en mil idiomas, decir las palabras mĂĄs bellas.


Las patatas creían que el mundo lo había hecho una patata. Las fresas creían que lo había hecho una gran fresa. Y entre fresas y patatas había una gran pelea.


Lechugina se colocaba entre patatas y fresas, y decĂ­a: -Lo haya hecho una patata, o lo haya hecho una gran fresa, lo importante es que nosotras nos amemos en la Tierra.


Zanahoria, como era una raíz y vivía enterrada, decía que el cielo no existía.


Doña Uva, como en la parra vivía colgada del cielo, decía que no era importante la raíz bajo el suelo.


Para no perder el tiempo, hablando de la tierra a doĂąa Uva y a Zanahoria del cielo, Lechugina se colgaba con doĂąa Uva en el aire, y se enterraba con Zanahoria en el suelo. Y con las dos jugaba, cuando era interesante el juego.  



Una vez vino un tomate a enamorar a Lechugina, vistió un traje elegante y borró con maquillaje de su cara las arrugas:

- Querida Lechugina –dijo don Tomate-, la mitad del huerto es mío, y también podría ser tuyo si te casaras conmigo.


- No me impresiona la ropa elegante -respondiĂł Lechugina-, ni tampoco me preocupan las arrugas. Yo no ambiciono ser la dueĂąa de los huertos, solo quiero conocer los misterios mĂĄs secretos.


Tomate no entendĂ­a los deseos de Lechugina, y se hizo novio de SandĂ­a, que era la envidia de insectos, hortalizas y de orugas.


Todos envidiaban a Sandía, por ser grande y jugosa, y por ser la preferida de la hortelana preciosa. Pero, para Lechugina, no era motivo de envidia la situación de Sandía, porque a ella la fortuna de los otros le llenaba de alegría.


Y Tomate, que todo lo habĂ­a hecho para conseguir que Lechugina se muriera de celos, al ver a Lechugina contenta, se tiraba de los pelos.


- No te tires de los pelos, Tomate querido, ni te enfades porque no sienta mi corazón herido. El día que solo quieras repartir alegría, ese día seré para ti lo que ahora es tu Sandía.


Pero Tomate era orgulloso, y entre los tomates del huerto era el más grande y poderoso. Prefería estar gruñendo y dando órdenes todo el día, antes que vivir en paz y repartiendo alegría.


Así que renunció a Lechugina y se casó con Sandía, y entre los dos amasaron una importante fortuna, dueños de veinte huertos y de una gran compañía en la que trabajaban pimientos, cebollas y una emigrante aceituna


Sandía y Tomate vivían rodeados de riqueza, y se reían de Lechugina, por ser fiel a la pobreza. Pero lo que ellos no sabían, era que Lechugina tenía el mayor de los tesoros: un corazón sincero, y más valor en el alma que el más fuerte de los toros.


Y aunque Lechugina vestĂ­a tan solo con cuatro trapos, iba por el huerto feliz y contenta. Nadie comprendĂ­a por quĂŠ era tan feliz Lechuga, siendo tan pobre. Pero ella, entre tanto, a todos hablaba con palabritas de menta.




Don Tomate se enamora de una lechuga, pero esta no es de las que se dejan enamorar fácilmente. ¿Qué pasará entre ellos dos?


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