nuestra esperanza, la integración: «La integración está en la acción», como dijo Roy Campbell. Madeleine estaba muy contenta con todo esto, fascinada en realidad, pero desconcertada y desesperanzada a la vez. —¿Cómo voy a poder hacer cosas con las manos —me preguntaba— si sólo son masas de pasta? «En el principio es el acto», escribe Goethe. Esto puede ser cierto cuando lo que afrontamos son dilemas morales o existenciales, pero no donde tienen su origen el movimiento y la percepción. Sin embargo, también ahí hay siempre algo súbito: un primer paso (o una primera palabra, como cuando Helen Keller dijo «agua»), un primer movimiento, una primera percepción, un primer impulso, total, «llovido del cielo», donde antes no había nada o nada con sentido. «En el principio es el impulso. » No un acto, no un reflejo, sino un «impulso», que es al mismo tiempo más obvio y más misterioso... No podíamos decirle a Madeleine: «¡Hazlo!» pero podíamos esperar un impulso; podíamos esperarlo, podíamos pedirlo, podíamos provocarlo incluso... Pensé en el niño que extiende las manos buscando el pecho de su madre. —Pónganle a Madeleine la comida, como por casualidad, ligeramente fuera de su alcance de vez en cuando — les dije a las enfermeras que la atendían—. No la dejen pasar hambre, no la torturen, pero muestren menos solicitud de la habitual al darle de comer. Y un buen día pasó lo que no había pasado nunca: impaciente, acuciada por el hambre, en vez de esperar pasiva y resignada, estiró un brazo, tanteó, cogió una rosca de pan, se la llevó a la boca. Fue su primer uso de las manos, su primer acto manual, en sesenta años, y señaló
su
nacimiento
como
«individuo
motriz»
(el
término
de
Sherrington para el individuo que aflora a través de los actos). Constituía también su primera percepción manual y, por tanto, su nacimiento
como
«individuo
perceptual»
completo.
Su
primera
percepción, su primer reconocimiento, fue de una rosca de pan, o