EL HOMBRE QUE CONFUNDIÓ A SU MUJER CON UN SOMBRERO

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su propia pierna? Me miró con una expresión en la que había estupefacción, incredulidad, terror y curiosidad a la vez, todo ello mezclado con una especie de recelo jocoso. —¡Vamos, doctor! —dijo—. ¡Está usted tomándome el pelo! Está usted de acuerdo con esa enfermera... ¡no deberían burlarse así de los pacientes! —No estoy bromeando —le dije yo—. Esa pierna es suya. Vio por mi expresión que hablaba completamente en serio... y se pintó en su rostro una expresión de absoluto terror. —¿Dice usted que es mi pierna, doctor? ¿No decía usted que ha de saber uno si una pierna es suya o no lo es? —Desde luego que sí —contesté—. Uno debe saber si una pierna es suya o no. Me parece increíble que uno no sepa eso. ¿No será usted el que está de broma todo el rato? —Le juro por Dios que no... uno ha de reconocer su cuerpo, lo que es suyo y lo que no lo es... pero esta pierna, esta cosa —otro estremecimiento de repulsión— no parece una cosa buena, no parece real... y no parece parte de mí. —¿Qué es lo que parece? —le pregunté lleno de desconcierto, porque por entonces yo estaba ya tan desconcertado como él. —¿Qué es lo que parece? —repitió lentamente mi pregunta—. Yo le diré lo que parece. No se parece a nada de este mundo. ¿Cómo puede ser mía una cosa así? No sé de dónde puede venir esto... Su voz se apagó. Parecía aterrado, lleno de estupor. —Escuche —le dije—. Me parece que usted no se encuentra bien. Déjenos que volvamos a echarle en la cama, por favor. Pero quiero hacerle una última pregunta. Si esto, esta cosa, no es su pierna izquierda —él había dicho que era una «falsificación» en determinado momento de nuestra charla, y había expresado su asombro por el hecho de que alguien se hubiese molestado en «fabricar» un «facsímil»— entonces ¿dónde está su pierna izquierda?


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