No 169: El Otro Íntimo

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año xxxii • abril 2012

rector Dr. Arturo Fernández Pérez vicerrector

lírica griega arcaica: el origen de la intimidad

Dr. Alejandro Hernández Delgado directora escolar M.D.I. Patricia Medina Dickinson

Mauricio López Noriega

cotard: el secuestrador

opción. Revista del alumnado

Jorge Luis Herrera

salvar el espacio intermedio del mundo

directora Andrea González Aguilar consejo editorial Comisión de redacción Vilma Favela Emmanuelle Oropeza Francisco Osorio Andrea Reed Eric M. Tomasini

Luis Alfonso Gómez Arciniega

misrata calling Alberto Arce

Comisión de material gráfico Fernando López Martínez

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relaciones públicas y suscripciones Marina Carreón

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ion. itam.mx

16 9 En las confidencias más íntimas siempre hay algo que no se dice. gustave flaubert

El otro íntimo

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El otro íntimo

comité consultivo Dra. Claudia Albarrán, Lic. Aldo Aldama, Lic. César Guerrero, Dr. Mauricio López Noriega, Mtro. Alonso Lujambio, Dr. Julián Meza , Dr. Alejandro Poiré

año xxxii • abril 2012

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diseño editorial alexbrije + kpruzza cuidado de la edición Sandra Luna impresión Producciones Editoriales Nueva Visión México d.r. © opción revista del alumnado del itam Río Hondo 1, Tizapán, San Ángel, 01000 México, D.F., Tel./fax 5628-4000, ext. 4669 opcionitam@yahoo.com.mx http://opcion.itam.mx ISSN: 1665-4161 reserva de derechos al uso exclusivo: 04-2002090918011100-102 • Certificado de licitud de contenido: 8812 opción es una revista universitaria sin fines de lucro. Todos los derechos reservados. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación, en cualquier forma o medio, sea de la naturaleza que sea, sin el permiso previo, expreso y por escrito del titular de los derechos. Los artículos son responsabilidad del autor y no reflejan necesariamente el sentir de la revista. Revista indizada por Citas Latinoamericanas en Ciencias Sociales (clase). Integrada al Sistema de Información Bibliográfica sobre las publicaciones científicas seriadas y periódicas, producidas en América Latina, el Caribe, España y Portugal (latindex).

Tiraje: 2,500 ejemplares


{CONTENIDO}

el otro íntimo

32 Lírica griega arcaica: el origen

alberto arce

76 Bajo la sombra de unas cartas y

106 del haiku al samurai tokiyo tanaka

tir r a Ap

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107 Cómo escriben los que escriben: La cocina 87 Unión natalia de la rosa hilario

EXÉGESIS 29 Sin título luis osorio diaz 30 Otredad y literatura iván foronda

LIBROS Sudamérica

79 Las glosas del emperador guillermo fajardo sotelo

del escritor I Claudia Albarrán andrea reed

91 Júrame ylla kannter

108 Todas las mujeres I Guy de Maupassant eric martinez tomasini

96 Café, café, café te amo, café… rafael villeda

109 Espuma y ceniza I Jan Jacob Slauerhoff francisco osorio adame

opcion. itam.mx

Mary Shelley

vilma favela Portada: Xi Pan, Floating Nude.

DESTINO

110 Transformación y otros cuentos I

República Mexicana

24 El lenguaje de la naturaleza aslan cohen

América del Norte, Centroamérica y el Caribe

andrea reed

REFLEXIÓN

Correo electrónico:

102 dinámicas sonoras carlos spíndola

72 La trampa del filosofo francisco osorio adame

País:

COLUMNAS

62 Salvar el espacio intermedio del mundo luis alfonso gómez arciniega

un espejo alumbrado

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Domicilio:

22 Poemas marian pipitone

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Nombre:

20 Uno menos jorge cano

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CRÓNICA 99 Misrata Calling

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1 año

19 La calle de mi casa es una nube… maya lima

Dru an’s

44 Blanca rosario loperena 57 Cotard: el secuestrador jorge luis herrera

. 930

m, 1

mariel lebrija jenkis

1 semestre

16 Encapsulada antonio alcalá gonzález

y pintura de:

por

7 La costilla izquierda de Osmodiüs esteban govea

49 Fronteras del otro, fotografía

Teléfono (s):

mauricio lópez noriega

Ciudad:

de la intimidad

lee

Deseo suscribirme a opción a partir del número

maria elena solórzano

GRÁFICA OCULAR

Resto del mundo

LITERARIAS 4 Poemas

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año xxxii • abril 2012 • issn: 1665-4161

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El otro íntimo

Eikoh Hosoe.


{EDITORIAL}

poesía y el otro “La acción para algunos hombres es tanto mas impracticable cuanto mas fuerte es el deseo” gustave flaubert, la educación sentimental

¿

1 Octavio Paz, La llama doble. Amor y erotismo, México, Seix Barral, 1993. p. 107.

Dónde están los límites del cuerpo? ¿Dónde “empieza” el otro: en la línea de la imaginación o en el contorno de la piel? La intimidad es un lugar que oscila entre los límites de la ficción y la realidad; el deseo es potencia y es acto: es el lugar donde nos enfrentamos a lo imposible como posibilidad. Así, el otro puede ser muchas veces un espejo, una ficción que se repite a si misma. Y sin embargo, es un punto de partida; aparece como una imagen, como una representación pero también como un momento que está ahí para ser descubierto. Porque, al final, “se ama a una persona, no a una abstracción”.1 Los espejos y las paradojas resuenan con Borges: […] Ya todo está. Los miles de reflejos que entre los dos crepúsculos del día tu rostro fue dejando en los espejos y los que irá dejando todavía. […]

2 Jorge Luis Borges, “Everness”. En Jorge Luis Borges, Obra Poética, Argentina, Grupo Editorial Planeta, 2010. p. 240 .

3 Octavio Paz, La llama Doble. Amor y erotismo, México, Seix Barral, 1993. p. 111.

4 Miguel Salabert, “Prólogo a La educación sentimental”, en Gustave Flaubert, La educación sentimental, España, Alianza Editorial, 1981. p. 11.

Y las puertas se cierran a tu paso; sólo del otro lado del ocaso verás los Arquetipos y Esplendores.2

Los espejos nos traicionan. Nos enfrentamos con los reflejos del otro, intentamos descubrir misterios, pero al mismo tiempo cerramos, poco a poco, la posibilidad de imaginar, de hacer más preguntas. Entonces “el amor humano […] aunque no nos salva del tiempo, lo entreabre para que, en un relámpago, aparezca su naturaleza contradictoria, esa vivacidad que sin cesar se anula y renace y que, siempre y al mismo tiempo, es ahora y es nunca.”3 Así, –en medio del torbellino del tiempo– aparece el problema de “la inactividad”. Sobre La educación sentimental, Flaubert afirmaba que era “un libro de amor, de pasión, pero de pasión tal como puede existir ahora, es decir, inactiva”.4 Porque la inactividad se convierte en indiferencia si carece del momento contemplativo. Por eso, tiene razón Paz cuando nos dice que el amor tiene mucho que ver con la poesía: OPCIÓN 169 EDITORIAL

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El amor, a su vez, es ceremonia y representación pero es algo mas: una purificación, como decían los provenzales, que transforma al sujeto y al objeto del encuentro erótico en personas únicas. El amor es la metáfora final de la sexualidad. Su piedra de fundación es la libertad: el misterio de la persona.5

5 Octavio Paz, Ibid. p. 106.

Se trata de un encuentro, una búsqueda dónde aquel que descubre no puede ir en simple línea recta: —Cuando decimos “yo” nos atamos al cuello una vocal redonda, una cuerda para ahorcar; nos taladramos la nariz con un aro como el que rige al buey; nos ceñimos grillete de prisionero. Circulo de excusión, rómpelo, sáltalo. Tus ojos son poliédricos como los de la avispa. Cuando lo miras tú se quiebra el mundo. […]6

Porque, “de la observación del rostro puede deducirse toda una biografía. Pero el rostro también tiene el insólito poder de desdecirse de sus propias confesiones”.7 Las prácticas humanitarias, en su afán de hacer que los cuerpos sobrevivan, se olvidan de escuchar aquello por lo que vale la pena vivir; el humanismo se enfrenta al paradigma moderno sobre la “naturaleza humana” que pretende habernos dicho ya todo lo que hay que saber sobre todos los otros. Así, el arte, la filosofía y sus preguntas fundamentales abren la posibilidad de otro dialogo, distinto: el dialogo entre amantes que encuentra en el lenguaje su primera dificultad pero también el lugar para reconocerse, desnudarse, compartir. Es quizá ahí donde existe la posibilidad de salvar al hombre en su inmensa complejidad y de salir de la trampa de los espejos y la indiferencia. Por eso, el otro mas cercano es también el primero, el más difícil: ahí se pueden inventar y reinventar las palabras (y los silencios), y salvar la dimensión única e irrepetible del hombre. Un solo hombre ha nacido, un solo hombre ha muerto en la tierra. Afirmar lo contrario es mera estadística, es una adición imposible. No menos imposible que sumar el olor de la lluvia y el sueño que antenoche soñaste.[…] 8

6 Rosario Castellanos, “Dialogo del sabio y su discípulo”, en Rosario Castellanos, Poesía no eres tú. Obra poética (1948-1971), México, Fondo de Cultura Económica, 2004. p. 113.

7 Alain Finkielkraut, La humanidad perdida. Ensayo sobre el siglo xx, España, Anagrama, 1998. p. 50.

8 Jorge Luis Borges, “Tú”, en Jorge Luis Borges, Ibid. p. 358.

Andrea González Aguilar directora editorial 3} EDITORIAL OPCIÓN 169


{LITERARIAS}

María Elena Solórzano Bióloga egresada de la Escuela Normal Superior de México. Poeta y cronista de Azcapotzalco.

POEMAS El ángel fue mujer Mujer se hizo el ángel. Para sentir sobre la piel el tiempo del ciruelo. Para escuchar en los días amarillos el crujir de la hoja, su agonía. Para deambular sobre el arco de la risa. Para forjar las imágenes de la tormenta y bambolearse o cruzar celosías hermanada con el viento. El ángel fue mujer. Ahora sabe cómo resbalan unas manos por sus muslos y siente en sus pezones la lengua del ofidio y su veneno. La hieren estiletes, mira cómo de la pared emergen las luciérnagas en pleno día y siente cómo llegan caracoles a su pubis. Se arremolinan los colores, recorren la ribera de su sexo. El sabor a melocotón perdura. Revientan los ciruelos en su boca. OPCIÓN 169 LITERARIAS

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El ángel fue mujer. Ahora crece la semilla en el ovario y se estremece al mirar la respuesta de la antera. La ventana del espejo asoma: la otra a sí misma se devela. La hembra busca a Dios en cada alondra y escancia el amor cual arrebato. La muerte acecha en cada esquina. En otros ojos la misma incertidumbre.

5} LITERARIAS OPCIÓN 169


Yo creía en el ángel Yo creía en el ángel, en su piel de transparencias, en su voz de címbalo y guitarra, en sus manos cual húmedos geranios. Pero él rompió todos los espejos y ya no pude ver el fondo del azogue. Ensució el agua, quemó las reliquias de su madre. Una cruz con tiza delineaba. Ávida de Luna, con una señal me sometía. En el deambular de mi sangre se deshizo la rabia en un galope. Paralela al destrozo de mi casa una barrera de cordura me detuvo. Yo creía en el ángel pero se fue sin evocar mi nombre. Las huellas de su pie alimentan la nostalgia. Yo creía en el ángel, sumisa me impregnaba con su esencia. Pero un día, sin quererlo, el ángel se enfrentó a la Nada. OPCIÓN 169 LITERARIAS

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La costilla izquierda de Osmodiüs

A

unque se rumoraba multitud de infundios sobre la relación exacta del monje Osmodiüs con la bruja, nunca se llegó a esclarecer el misterio, probablemente porque la celda del piadoso susodicho era demasiado pequeña y estaba demasiado abigarrada de artefactos médicos y astronómicos, así como de instrumentos de medición alquímicos, como para que una investigación de la misma, abandonada tras la partida del monje de la orden, diera frutos. Además, se trataba de alguna manera de un hombre convaleciente, ya que apenas seis meses atrás había aparecido con una azada de pico incrustada en la costilla izquierda o siniestra, como se decía en ese tiempo. El médico tuvo que serrarle la costilla, combatir la infección con cataplasmas de lampazo, ungüento de amapola, grageas de atropina y lavatorios con árnica y agua bendita. Al cabo de cuatro días al filo de la muerte, Osmodiüs sanó por completo y regresó a sus labores como boticario. Si bien en su momento nadie supo dar razón del extraño accidente que había sufrido el monje, el tiempo, que todo lo descubre y lo sepulta, reveló que se trató de un falso accidente. En efecto, el boticario se había estado sintiendo muy extraño. Encerrado en su celda, sentía que era uno con sus muebles y sus instrumentos. Pesar las diferentes yerbas, especias y minerales y ponerlos en frasquitos con sus nombres era un trabajo tedioso y solitario que había desempeñado durante tres décadas y media sin que le hubiera parecido desagradable una sola vez. Ahora, por el contrario, nota que necesita con menor frecuencia ir a que le rasuren el cráneo con el monje francés, y siente que hay días muy soleados y frescos para pasarlos dentro contando arrobas y escribiendo nombres latinos sobre frascos fríos, que huelen a siglos de penurias de monjes

7} LITERARIAS OPCIÓN 169

Esteban Govea Estudió filosofía en la unam y guión de cine en el ccc. Actualmente es corrector de estilo de la revista Consideraciones.


afanosos y taciturnos. Por las noches mira las estrellas y saca medidas y piensa cómo le gustaría tener alguien a quien enseñarle las constelaciones zodiacales de los paganos y frente a quien discurrir sobre los fundamentos teológicos del sistema ptolemaico. Pero en las madrugadas, durante el insomnio, cuando los humores del cuerpo bullen atraídos por la luna como la marea, lo asaltan aprensiones inconfesables –que en efecto nunca confesó–, su fantasía le representa con morosa crudeza imágenes de cuerpos desnudos y entrelazados, a pesar de sus sinceros esfuerzos por enfrenar el caballo concupiscible de su alma tripartita –porque Osmodiüs simpatizaba con los neoplatónicos. Fue pues, en el paroxismo de su desborde interior, tras un prolongado estudio de libros que no habían sido abiertos desde el concilio de Constanza, que Osmodiüs finalmente se dirigió al galpón de los cereales y tomó una azada y se la clavó de alguna forma en la costilla. Convaleciente en su celda, presa de visiones opiáceas, rogó al médico, el religioso Fabrizzio, que conservara su costilla en un recipiente de cristal con tapa. Así lo hizo el galeno y por la mañana, cuando volvió, encontró a Osmodiüs en el suelo, delirando de frío, con el sayal empapado de sólo dios sabe qué sustancias innominables. Tras levantar al boticario, Frabizzio notó que ahora el recipiente de cristal alojaba dentro no sólo la costilla sino también aproximadamente cinco litros de un líquido púrpura sin olor alguno; se acercó y miró la costilla igual a la noche anterior, es decir, íntegra y sanguinolenta, de modo que se fue convencido de que era una técnica de embalsamar desconocida para él. Lo cierto es que tras la convalecencia, cuando Osmodiüs se encontraba todo lo sano que podría estar un hombre sin costilla, además jorobado, reumático y enfermizo, algunos monjes de celdas aledañas fueron a quejarse con el boticario por cierto olor vomitivo proveniente de la habitación de éste. El religioso adujo excusas torpes que orbitaban en torno a presuntos compuestos sulfurosos necesarios para la botica. Esto no bastó a unos cuantos hermanos recalcitrantes, que comenzaron a solicitar cada vez con mayor insistencia y con menor cortesía al boticario que trasladara sus compuestos a la botica, ofreciendo a cambio su palabra de católicos de ayudarlo a mudar todo y de proveerlo con lo necesario en su nueva ubicación. De estos trances salía Osmodiüs al principio arguyendo que el abad no consentiría la mudanza así de fácil, y menos por una circunstancia tan nimia como innecesaria. Los ocupantes de las celdas del bloque se dividieron en sus opiniones al respecto de lo que ocurría. Los más viejos, que eran muchos –las universidades últimamente absorbían dentro de sí a la mayoría de los jóvenes dispuestos a la contemplación– mostraban una indolencia preocupante para los más radicales. Entrevistados, los ancianos afirmaron o no tener olfato, o no tener narices con tal orgullo desmedido que se quejaran por un hálito de azufre. Unos pocos, peligrosa y solapadamente luteranos, afirmaron que el infierno huele a azufre, está hecho en gran medida de azufre y, como estamos condenados de cualquier manera, es mejor irse acostumbrando. Otros, más jóvenes pero maduros, tenían trabajos en la biblioteca o en la cocina que les hurtaban todas las horas menos OPCIÓN 169 LITERARIAS

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unas cuantas de sueño. Así pues, sólo un grupo de unos ocho radicales jóvenes, con trabajos de corta duración y con narices orgullosas y sin el menor interés en resignarse a vivir en un simulacro del infierno, fue a la celda de Osmodiüs y, sin tocar la puerta, empezó a forzarla hasta que el ocupante, que estaba dentro, preguntó alarmado qué era lo que querían. Cuando los religiosos invasores contestaron que querían sacar lo que fuera que estuviera despidiendo ese olor blasfemo, Osmmodiüs, alarmado, corrió la tranca, esperando que la puerta resistiera los embates que los religiosos estuvieron propinándole con sus cuerpos mórbidos hasta que unos hermanos que realizaban lecturas y penitencias los hicieron callar por el escándalo. La madrugada siguiente un corpúsculo de radicales maquinó una conjura contra Osmodiüs: encomendaron a uno de sus miembros que faltara a la Vigilia, de manera que forzara la puerta del boticario, aprovechando que la tranca no estaría corrida y que el monje atendería a los oficios como los demás. La Vigilia dio inicio y efectivamente, uno de los monjes, llamado Arthur, faltó y merodeó por el bloque de celdas hasta que quedó convencido de que nadie vendría y procedió a forzar delicadamente la puerta de Osmodiüs con una ganzúa rudimentaria. El monje debe de haber tenido un pasado turbio porque la puerta se abrió silenciosamente. Arthur entró a la celda y se sintió desorientado por el súbito golpe del tufo de azufre. Sus piernas flaquearon y la cabeza le dio vueltas hasta que se sintió desfallecer. Sin lugar de dónde asirse –la celda estaba atiborrada de baratijas delicadas que cubrían cualquier superficie firme–, Arthur se fue directo al suelo, de boca. Para fortuna suya, un hermano estaba inexplicablemente presente y lo tomó en brazos hasta que el acceso de languidez remitió. Cuando sus ojos pudieron enfocar formas coherentes, advirtió con estupor que el hermano no era otro que Osmodiüs, quien le explicó que esperaba un movimiento semejante por parte de sus detractores, por lo que había pasado la noche en vela y faltado a la Vigilia. Una vez recuperado Arthur, ambos religiosos charlaron civilizadamente sobre las razones en pro y en contra de mantener el contenedor con todo y peste en la celda de Osmodiüs. Éste, antes de comenzar, le dijo a Arthur no adelantemos juicios, hermano, antes que nada traeré aquí el contenedor para que veas la naturaleza de lo que estamos a punto de discutir. El joven monje asintió y se preparó para ver y oliscar el menjurje aquel. Cuando Osmodiüs se acercó por fin con el contenedor nauseabundo, Arthur advirtió con asombro que se trataba de una especie de gelatina morada y efervescente que parecía ir cuajando en un núcleo de forma seminal. De costilla no quedaba nada, aunque Arthur no estaba al tanto de ello. El joven monje quedó aterrorizado al mirar con atención el recipiente. Su anfitrión, al ver la cara de aprensión del joven, aprovechó para perorar en tono parsimonioso, cojeando por el metro cuadrado de celda que tenía libre. Dijo que el hermano aquí presente ya vio la naturaleza inestable de la mixtura que tenemos entre manos. Algo con una efervescencia tal no puede ser guardado en la botica, donde podría interactuar eventualmente con alguna otra de las muchas sustancias que pueblan los 9} LITERARIAS OPCIÓN 169


estantes del establecimiento, dijo, la reacción es imprevisible. Lo mejor era mantener esa sustancia así, al cuidado inmediato de Osmodiüs, quien por lo demás aseguraba que el olor terminaría por desaparecer. Arthur, ofuscado aún por la atmósfera viciada de la celda, no pudo por menos de asentir a cuanto Osmodiüs presentaba a su fugaz consideración. Derrotando de manera tan hábil a sus enemigos, Osmodiüs no tuvo más que esperar una semana y dos días a que el olor disminuyera en tan palpables –sería más preciso olfateables– magnitudes que sus rivales no volvieron a molestarlo más. Osmodiüs estaba en plena actividad de trasiego de sustancias de la botica a su celda cuando, apenas doblada la esquina del corredor que llevaba a la misma, vio que había espuma saliendo por el resquicio entre la puerta y el suelo. Como es natural, se apresuró para llegar a su celda, tras entrar puso los frascos con aceites y sueros donde pudo y enseguida, para evitar toda sospecha, se desnudó y utilizó el sayal para trapear la espuma del suelo. Luego permaneció unos minutos mirando el recipiente y su contenido. Aquello, la gelatina morada que Arthur viera meses atrás, había adquirido mucho mayores proporciones, una consistencia algo más sólida y una forma de vaina tan alta que apenas si cabía en la celda de Osmodiüs, quien en ese momento se arrepintió de corazón por no haber mantenido el recipiente en la botica o en cualquier otro lugar alejado y amplio. De hecho, el derrame de líquido se debía a que la vaina ya estaba en contacto con el cielorraso y eso podía haberla estrujado, para infortunio de Osmodiüs, quien ya empezaba a sentir los ojos embarazados de lágrimas. De pronto se escuchó un chapoteo sordo, un chopo de líquido salpicó el desnudo cuerpo del boticario. Creyéndolo todo perdido, el religioso se tiró al suelo y lloró por su soledad y por su desnudez solitaria en medio de tantos aparatos y tanto polvo, y lloró por la languidez absurda de la vida monástica, a la que sin embargo no podía renunciar, pues no estaba dispuesto a salir al mundo y dejar de ser un boticario para ser arriero o salteador de caminos o mendigo. Otro chapoteo y otro más, y al cabo de un tiempo una efervescencia febril y un salpiqueo pródigo de líquido nutricio color morado. Y entonces la vaina colapsa, golpea el suelo con expresión de grandes cantidades de jugo, para, por último, eclosionar. Al ver esto, Osmodiüs mordió dos dedos de su mano derecha y miró con expectación. Del capullo salió una mujer. Aunque debemos admitir, en honor a la verdad, que la mujer –a quien Osmodiüs dio el inobjetable nombre de Eva– no era precisamente bella, hemos de tomar en cuenta dos cosas: a) Eva proviene de la costilla de Osmodiüs y, por ello, es al menos razonable esperar cierto parecido físico, recordando además la vieja sentencia según la cual el efecto es menos perfecto que la causa y b) Eva es una mujer al fin y al cabo, y eso en un monasterio vale más que los rosarios de rosas argelinas de León X. Así pues, Osmodiüs no cabía en sí de complacencia. Enseguida corrió hacia Eva y en un largo abrazo aceptó tácitamente la ligera joroba de su mujer y la nariz obscena y todo lo demás, y juntos se acostaron esa noche. OPCIÓN 169 LITERARIAS

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Miguel Ángel Espejel, 2012.

11} LITERARIAS OPCIÓN 169


Al día siguiente, luego de la Vigilia, Osmodiüs dedicó la tarde a enseñarle a Eva el latín. ¡Ignis!, le decía mientras le señalaba la flama de un mechero. O fenestra, indicándole la ventana, o ¡aster!, ¡stella!, señalando el cielo. La resistencia de Eva al latín fue enorme. Era casi incapaz de mantener la atención y se distraía constantemente de las lecciones tomando el miembro de Osmodiüs y sometiéndolo a zarandeos lúdicos que al religioso terminaban por distraerlo también. Las únicas palabras que Eva aprendió con el tiempo son demasiado procaces para consignarlas aquí, pero en cualquier caso lo importante ha sido señalado. Por razones que cualquiera puede suponer en su fuero interno, esto es, debido a que probablemente el hermano Osmodiüs no era más que un neófito –y más que probablemente deficiente– en las artes amatorias y, por lo tanto, resultaba insuficiente para una mujer construida así, de puro instinto agolpado dentro de zafia carne, con poco entendimiento para aprender un léxico decente, en suma, una bestia humana escapada a la jurisdicción de la Gracia, por esas razones, decía, Eva pronto se entregó a correrías nocturnas por el bloque de celdas, perturbando, en consecuencia, las labores diarias del religioso amasio, quien tenía que estar en todo momento al pendiente no sólo de las necesidades básicas de nutrición y excreción de su concubina, que constituían por sí misma una problemática aparte, sino de sus frecuentes escapes de la celda. Con frecuencia la primera vigilancia entorpecía la segunda y había veces que Osmodiüs regresaba de la cocina con alimentos de contrabando y encontraba a Eva merodeando por allí, escuchando tras las puertas cerradas de las celdas de los monjes vecinos. Entonces el religioso empalidecía y miraba alrededor como rata acorralada. Cuando se cercioraba de que nadie estuviera viendo, tomaba a Eva del brazo y la llevaba a la celda. Por supuesto, el primer escape sorprendió al monje. En su ingenuo imaginario de monje se figuraba su vida en común con su mujer como un remolino salvaje con cuerpo indefinido que hacía girar el olor del sexo de Eva, pegándolo a las paredes e impregnándolo en los libros, en las lentes, los instrumentos de medición, Osmodiüs mismo. Así pues, ni siquiera había considerado la posibilidad de estar vestido dentro de la celda. De un tiempo acá, había adquirido la costumbre de pasearse y trabajar desnudo, con Eva a pocos centímetros de su carne sudorosa. De esta manera, la primera vez que Eva escapó, lo hizo desnuda. Esto movió al hermano Osmodiüs a tomar providencias ulteriores vistiendo a Eva con un sayo viejo, así como vistiéndose él mismo en todo momento. Con tanta ropa de por medio, los momentos que a Osmodiüs más le gustaban, como las lecciones fallidas de latín, se volvieron cada vez menos frecuentes. Y Eva comenzó a escaparse más, al grado que Osmodiüs consideró seriamente la idea de dejarla atada en la celda cuando él saliera. Al principio sólo amenazaba a Eva en un latín exageradamente didáctico con que si volvía a salir –aquí el hermano hacía mímica de salir del cuarto–, él la ataría –aquí va la mímica de tomar una cuerda, darle vueltas y hacer un nudo apretado. OPCIÓN 169 LITERARIAS

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Cuando las salidas fueron progresivamente más escandalosas y esconder a Eva se volvió un riesgo tan constante que Osmodiüs incluso perdió el cabello más rápido y su joroba fue acomodándose en un ángulo más agudo, éste tomó la decisión de atarla. Por fortuna, los momentos en que estaba obligado a hacerlo eran pocos en el día, pero aun así llevar a cabo la maniobra implicaba mucho trabajo previo. En primer término, tuvo que aislar el sonido de su celda con telas porosas y gruesas que pegó a lo largo y ancho de las paredes. Luego instaló una suerte de horcón pequeño, donde ataba la soga que a su vez inmovilizaba a Eva. Tal proceder resultó contraproducente. En una ocasión Eva, que no era del todo bestial, previó la partida de Osmodiüs y se hizo con una pequeña navaja utilizada para algunos estudios de botánica del monje, recientemente descuidados por el concubinato en que estaba envuelto. Cuando el hermano Osmodiüs salió ese día, Eva rasgó la cuerda y se liberó. Luego salió de la celda y cruzó el corredor desierto y salió del monasterio y fue a la herrería, donde encontró al hermano Lerrier. El mencionado monje estaba en medio de sus tareas diarias en la forja cuando Eva irrumpió, al parecer sin haberlo visto, y se plantó en el centro de la herrería. Entonces Eva miró a Lerrier y, aunque al principio se sobresaltó, pronto mostró cierta curiosidad inexplicable por los brazos musculosos del herrero –al hermano Lerrier, como es comprensible dada la naturaleza de su labor, se le permitía usar sayales sin mangas. Con la intención de averiguar las propiedades físicas de los brazos del religioso, Eva se acercó lentamente y, tras un momento de vacilación, frotó la musculatura del herrero. La mujer, procediendo con sistematicidad, continuó su exploración táctil recorriendo el pecho del monje. En este punto es casi seguro que Lerrier no sólo se dejara hacer, sino que tomara parte activa en el asunto. Cuando Osmodiüs volvió con pan y una pierna de pollo bajo el sayal, advirtió con terror divino que la mujer que tenía clandestinamente oculta en un monasterio había escapado a quién sabía dónde. Aunque Osmodiüs se dio a la tarea de buscar a la muchacha, ésta no se encontraba en ninguna parte. Cayó la noche y ni rastro de Eva, que ahora no podría regresar aunque quisiera debido a las puertas cerradas del edificio. Osmodiüs incluso, extrañándola como poseso, estuvo a punto de confesarle a un hermano su problema, para obtener ayuda o, cuando menos, para repartir el remordimiento. Pero, en un alarde inesperado de temple varonil, esperó con estoicismo y con estoicismo aguantó los rumores sobre una aldeana que se introducía en el monasterio y sus alrededores y seducía a los hermanos. Se hicieron conciliábulos trasnochadores para resolver el problema, se dieron innumerables misas avocadas a condenar a los hermanos que con creciente asiduidad buscaban los favores de Eva en el bosque, tras los árboles o sobre ellos, o en almacenes hediondos y telarañosos, incluso se establecieron comités de vigilancia que llegaron a pillar a algunos hermanos in fraganti, aunque luego la corrupción sobrevino y los vigilantes aprovechaban sus paseos nocturnos para entregarse con entusiasmo a aquello mismo que combatían. 13} LITERARIAS OPCIÓN 169


La situación llegó al grado insostenible de mandar llamar un inquisidor para que se hiciera cargo de algunos hermanos y, sobre todo, de Eva. El nombre de tal personaje era Miquele Bonaventura, y había venido de Portugal a poner orden. Tras la bienvenida al monasterio, Miquele Bonaventura se encerró en sus habitaciones, que había pedido en un piso alto, y desde allí comandó una operación que en poco tiempo desarticuló los comités de vigilancia corrompidos, con la sorpresa de que no sólo habían dejado de vigilar y habían aprovechado su posición para obtener favores ignominiosos, sino que ahora incluso dirigían una pequeña red de prostitución. Aunado a esto, las investigaciones revelaron que eran muchos monjes más los que habían estado implicados, aunque fuera una vez, en comercios con Eva. El escándalo no pudo ser mayor. El abate cayó enfermo de gravedad y no quería saber nada del asunto, pues pasaba malos ratos tragando la deshonra. Unos capturados delataban a otros y el efecto dominó se volvió una ley fundamental de la naturaleza en el monasterio. Osmodiüs estaba acusado como casi todos, aunque las acusaciones siempre fueron tan oscuras y oblicuas que no se le levantó proceso, si bien se le hizo objeto de vigilancia estrecha por parte de los hombres del inquisidor. En una ocasión, luego de ser liberado de cargos, Osmodiüs volvió a ser llamado a la sala de audiencias a entrevistarse con el inquisidor. Había ocurrido que un preso reciente, bajo interrogatorio, declaró haber visto a la bruja hacía meses, en proximidad de Osmodiüs, quien le susurraba. El inquisidor estaba intrigado por saber cómo era posible que Eva operara desde hacía meses en el monasterio, y por esta razón sometió a tortura a Osmodiüs. No obstante la tortura fue menos ardua que con los sospechosos graves, era tortura al fin y al cabo, y Osmodiüs la soportó con heroísmo. Al final, pellizcado y macerado con crueldad como había sido, Osmodiüs fue liberado de nuevo por considerar que los cargos en su contra eran circunstanciales. Cuando la investigación parecía atascada y los sospechosos no podían ser más, se llegó a la conclusión de que Eva era una bruja que se había apersonado dentro del monasterio para pervertir la obra y los estudios de estos hombres de Dios. Como no era posible tener una bruja por ahí, el inquisidor solicitó la ayuda de la gente del pueblo, formando así un contingente de casi un centenar de personas que cepilló sistemáticamente la abadía y sus alrededores. Desde lejos podía verse el enorme animal colectivo escurriéndose monte abajo iluminando todo con una ola de luz. Al cabo de cuatro días con sus noches,

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el contingente terminó por capturar a Eva y por llevarla a la explanada de la biblioteca, donde se le levantaría el proceso para un auto de fe que tendría lugar al día siguiente. Por la madrugada, bullendo en deseos de abrazar a Eva, Osmodiüs no pudo evitar caminar hasta el galpón donde habían erguido una prisión improvisada y verla de lejos. Vestía un una manta larga y holgada, seguramente dada en pago por alguno de los hermanos. Se veía asustada. Estaba agazapada en un rincón, de vez en cuando mirando compulsivamente en torno. Osmodiüs sintió una lástima que le quemaba dentro y se preguntó si había alguna manera de liberarla. Por supuesto, eso no era una opción. El galpón estaba muy vigilado, y más Eva. Así, con el corazón en un hilo, Osmodiüs fue a su celda y trató de pensar en la oscuridad. Imaginaba el tormento de Eva y se lamentaba, creyendo o queriendo creer que podría hacer algo al respecto. Pensó también en lo que pasaría si de alguna manera liberara a Eva. Para empezar, se decía, tendría que salir del monasterio y fugarme con Eva a algún lugar remoto. Pero no, era imposible, veinte o treinta soldados, no, no había forma de eliminarlos. Ni de engañarlos. En suma, pensaba Osmodiüs, no le quedaba sino la resignación y el flaco consuelo –erróneo, además– de saber que al menos, por ser casi muda, Eva no sería torturada. Ahora sólo podía darse fuerza pensando en las buenas razones para deshacerse de Eva, por ejemplo, poder vivir en el monasterio en paz, seguir sus estudios, salvar su alma. Sobre todo eso, el alma. Pero aun así no podía imaginar cómo sería su vida en adelante, sin su mujer, y eso lo aterraba. En la explanada se arremolina el pueblo y un número considerable de monjes. Un estanque que ha sido llenado a cubetadas desde ayer espera con paciencia. Arriba, sobre una plancha atada desde el tercer piso de la biblioteca, está Eva, atada de manos y pies con cadenas. El pueblo sabe las reglas del espectáculo: si la mujer flota, es bruja y ha de ser quemada, si no flota, es inocente, pero muere ahogada, aunque se le redime post mortem. Ahora preparan a una aterrorizada Eva que grita todo lo que puede, aunque sean palabras de partes pudendas del cuerpo, en un insulto prototípico. Osmodiüs mira el auto de fe desde una ventana en el interior de la abadía, a poca distancia de la biblioteca. Por un momento la sospechosa parece a su vez mirar a Osmodiüs. La mirada de Eva se torna quieta, la mirada de una estatua por un instante, justo un instante antes de ser arrojada al agua. Eva grita y cae. Golpea el agua limpiamente. Burbujas. Luego emerge, lento, el cuerpo de Eva, que aún grita.

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Antonio Alcalá González Coordinador del Centro de Lenguas, itesm, campus Ciudad de México.

Encapsulada

V

ehículos pasando al frente, gente caminando delante de sus ojos, el sonido de las bocinas, el murmullo de un sin número de voces; todo esto a su alrededor, pero ella no parecía notar a ninguno de ellos. Sentada ahí, en la parada del camión, su mirada parecía fija en algo frente a ella; digo “frente a ella”, pero no exactamente al frente. Era como si sus ojos pudieran atravesar autos, personas, paredes, incluso troncos de árbol y cualquier otro tipo de obstáculo entre ella y el objeto de su, aparentemente, extraviada mirada. Ese disco duro externo se encontraba sobre su escritorio; no podía verlo directamente, pero estaba segura de que todavía descansaba ahí donde lo había observado por última vez. Cerré la puerta con llave y nadie más tiene acceso a ella; así que es un hecho: aún se encuentra ahí donde lo puse. Su mente lo podía visualizar como si sus ojos fueran capaces de observarlo a través de todas esas barreras físicas de por medio. El material con el que estaba fabricado podría durar para siempre. Eso era lo que se decía en la publicidad y documentales que había visto acerca de él. Se trataba de uno entre varios materiales que debían su existencia a las nuevas tecnologías espaciales: Incluso inmerso en condiciones por encima de los 1000 oC permanecería intacto, preservando la información en su interior. OPCIÓN 169 LITERARIAS

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¿Será porque están seguros de que se acerca nuestro fin? Pensó en ello más de una vez tras haberlo comprado. Se preguntó si acaso existía un plan, una estratagema detallada, para reconstruir la civilización partiendo de los datos que sobrevivieran almacenados digitalmente. ¿Son todas esas tonterías acerca del fin del mundo, tonterías realmente? ¿De verdad existe un plan secreto para salvar únicamente a aquellos pocos que lo “merecen” o lo han “ganado” y recuperar a los demás … “recuperar” … más bien guardar nuestras memorias mediante preservación digi...? Un destello blanco, cegador en extremo, seguido por un negro impenetrable, y después… no más sonidos humanos, solo las imágenes de lo que uno podría llamar no más el planeta azul, sino gris. Tiempo después…

Dziga Vértov, El hombre de la cámara, 1929.

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El navegante reportó lo siguiente en la bitácora del último turno: “En algún lugar de la superficie encontramos, cubierto en algunas partes aún por piel y algo de cabello, el esqueleto de una mujer, sentada sobre una barra retorcida de metal opaco y derretido. En lo que respecta a su alma, tal vez podamos encontrar remanentes de ella dentro de la caja de metal que se encuentra registrada bajo sus códigos de identidad. En medio de lo que parecía una noche lluviosa, descendimos cerca de ella y descubrimos que uno de sus ojos se encontraba aún dentro de la órbita correspondiente. Lo que nos impactó fue que lo vimos moverse, haciéndonos pensar que probablemente se encontraba vivo y era capaz de enviar datos al cerebro detrás de él. Pero tras unos segundos, mismos que parecieron una eternidad, nos dimos cuenta de que simplemente se trató del reflejo del sol menguante que caía a nuestras espaldas”.

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Maya Lima Poeta y cuentista. Es fundadora e integrante del grupo Cabaret poético (Performance poético de burlesque)

La calle de mi casa es una nube, una masa de cristales donde la lluvia de mis ojos dice adiós al cubanísimo acento de tu amor. Gota a gota, se ha mojado el asfalto formando un río de lamento: se encharca la luz, las lágrimas ahora son granizo que desprenden las aromáticas hojas de un árbol. Las ventanas de los edificios son estratos que no permiten ver las avenidas ni los semáforos en rojo, en mi pecho se forman cúmulos para todas las mañanas de otoño.

Trabajaste la ligada con mano perfecta, torciste tu voraz palabra entre mis labios más profundos; ahora se enfría el aire, por la cordillera de mis piernas se vierten tus besos de hierba oscura. Inhale y exhale  inhale y exhale  inhale y exhale  inhale y exhale Inhalé y exhalé, parí a nuestro hijo muerto en medio de la tormenta, en medio de la alameda, donde los adoquines eran acuosas promesas, donde la neblina llenó los silencios, donde encendí un cigarro sagrado y pecaminoso. Ahora nacerá otro hijo engendrado dentro de mis pulmones, concebido en esa cama que no es tuya ni mía y antes del frío de esta temporada incendiaré su grito. Destruiré la ciudad, el color de las paredes que se despelleja no será más mi ruta; la nube de la calle, ahora enfisema, cortará la respiración de todos los amantes. Expulsaré la flema que satura mi vientre cuando la columna de fuego inunde las gargantas, escucharé el relámpago que parte mi conciencia y olvidaré la dirección orogénica de tu cuerpo, donde viví fumándome el arillo de tu pecho. 19} LITERARIAS OPCIÓN 169


Jorge Cano Estudiante de Administración, itam. Coordinador de la sección nacional del periódico estudiantil El Supuesto.

Uno menos

Y

ace tirado en la cama, inmóvil. El silencio en el cuarto es tal que se pueden entender los suspiros del comercio y las blasfemias de los vagabundos. El cuarto es austero: cinco metros cuadrados con una ventana. Las paredes son de un café gastado y, en ellas, se encuentran dos cuadros con marco rojo y un póster comercial con un mensaje de impacto: This isn’t happiness. La luz pálida que entra por la ventana alumbra el par de botas y los pantalones de mezclilla que, sin forma precisa, están abandonados en el piso. Además, hay desorden en el buró: un libro (Bajo la rueda, de Herman Hesse) se encuentra encima de tres revistas juveniles y al lado de un plato hondo con restos de sopa de haba y de una hoja. Si el póster de Janis Joplin que se encuentra pegado en el clóset cobrara vida, podría apreciar, primero a su izquierda, la cama completamente esquinada y, a su derecha, el escritorio, igualmente desordenado. Ahí, en la mesa de madera pintada de verde, se amontonan una chamarra, una botella vacía de ron, un rosario negro, una computadora cerrada, un cenicero de barro repleto de colillas, dos plumas Bic negras, un portarretrato con la foto de un amor pretérito, una laptop y un libro. El libro es de una edición vieja, la tipografía de la portada es anticuada y las páginas presentan manchas amarillentas. Tiene como separador una tira de periódico. Si se abre el libro en donde el separador indica, se llega a la página cincuenta y siete, donde dice: OPCIÓN 169 LITERARIAS

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El “sentimiento” es algo que no puedes burlar: se pasea por los nudillos, por las coyunturas dañadas del hombro, por las piernas flexionadas. El sentimiento termina siendo siempre vago y mentiroso. De él, el sufrimiento es amigo. Con él, los altos árboles del cerro y la escasa maleza fría toman forma. Uno se comporta como espectador, si el compromiso o la comunión está dada con estas señoras emociones. El sentimiento, que en última instancia termina siendo el único objeto que le da coherencia a este mundo miserable, alimenta el interior, pero destruye la cara externa. Lejano, uno camina con los ojos fijos y las pisadas lentas y contadas. Es cósmico: para él, todo el universo está en potencia de ser figura de valor. Sin embargo, es de ojo clasista: enjuicia y no perdona a personas, paredes o mesas. Es, en general, maligno, pues termina embriagando a la cordura, quemando el alma; ¿o será que le termina dando un nombre, una raza, un color? Hasta que la nueva sensación del espíritu tome forma, se podrá saber.

Y más adelante, en una página con la esquina doblada, se ve subrayado lo siguiente: Quedan zonas nebulosas, quedan cosas confusas, quedan aspectos sin aclarar, en realidad no se aclara nada. Queda el veneno, y éste se filtra hacia abajo, se filtra –por así decir– en las almas del pueblo. Se filtra en lo profundo, y es veneno.

Si el cuarto fuera una persona, sería un muchacho mezquino, enfermizo, de cara triste. Sí, la imagen es desoladora. En la atmósfera todavía está impregnado el olor dulzón de la mariguana. Las paredes callan, pero en este cuarto se escuchaba habitualmente música. Si se abriera la computadora portátil, el programa de música mostraría una canción pausada: Place to be, de Nick Drake. Si se reprodujera la canción, uno podría perderse en la suave melodía, olvidando la velocidad de la urbe, distrayéndose del eco agresivo que corean el concreto y el acero. En la hoja, que se encuentra en el buró, debajo de la pistola Walther PPK, se puede leer, antes del Adiós, en una cursiva de curvas delicadas, la penúltima línea: Ahora que la nostalgia está de moda, ¿nadie se interesará por mi galería de recuerdos?

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Marian Pipitone Psicóloga, poeta y guionista colombiana. Participó en la investigación para la Antología Cinco Siglos de Poesía Femenina en México (Biblioteca Mexiquense del Bicentenario, 2011). Piedra al alba (en prensa) es su primer libro.

POEMAS

Las visiones del sueño I He visto tiempos lentos pasos de lodo cansado en calles evasivas he presentido la muerte sin desesperación. He visto limbos me he quedado sin puertas en la ruta de las causas mínimas dando patadas necias y perezosas. He visto la derrota en mi mano la capitulación de mis dedos su persistencia a la dicción en una hoja helada. He tirado horas por la puerta alimentando el deseo de un hambre que no es mía. He navegado con furia la imprecisión.

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Ausencia

Advertencia

Estás antes que todas las palabras acompañando las voces del alba cuando principio y fin poeman el origen. Eres vientre vacío tibieza sin profanar no anidas dolor ni misterio. Siempre estás latente tu tempestad es quieta cuando esperas sin voz el sueño de la semilla.

I

23} LITERARIAS OPCIÓN 169

Vivir humanamente tiene efectos colaterales como la adaptación al fingimiento. Padecer la soledad indivisible lleva a la contradicción enferma la del cuerpo pulcro y neurótico. II

Vivir humanamente tiene efectos secundarios como recrear la pretensión. Inhibir la solemnidad del personaje cotidiano hace chiquito su drama.


{REFLEXIÓN}

Aslan Cohen Estudiante de Filosofía y Letras, unam, y Economía, itam. Trabaja en la redacción de la publicación mensual del Centro de Análisis e Investigación Económica, itam.

El lenguaje de la Naturaleza El puro brotar es un enigma. hölderlin

E 1 José Ortega y Gasset, Meditaciones del Quijote, Julián Marías (ed.), Madrid, Cátedra, 2007, p. 217. El subrayado es mío.

2 Walter Benjamin, “Sobre el lenguaje en general y el lenguaje de los humanos”, en Sobre la violencia y otros ensayos, Madrid, Taurus, 1998, p. 60.

3 Ibid., p. 59

l universo que anuncia Benjamin es una interioridad desbordada, un cuarto de oración en el que todo aspira a los labios; las cosas están como después de la poesía: sumergidas en sus murmuraciones extáticas, absortas en callada exaltación. Como si más que hierba hubiera monjes, pitonisas más que arroyos, y más que el jugueteo del aire y el follaje, hubiese el espíritu mismo de la hoja, exhalando sus secretos vegetales. No sabemos por qué, pero esa esencia del follaje, ese espacio interior en el que sólo hay plenitud de sí mismo, no se basta, o no quiere bastarse, y su contenido espiritual, convulso acaso de tanta pureza, se derrama. Lo que quiere decir también: se expresa. Y aunque permanece un misterio el que las cosas del mundo decidan no estar solas, y que cambien su licor por perfumes, recogimientos por tensiones, y aislamientos por contagios, lo cierto es que pasan de la embriaguez de su pozo interior a verterse en el agua viva de los gestos. Porque, en este mundo, toda percepción es el sentimiento de un lenguaje. Y no hay que esforzarse para darse cuenta de ello, basta dejarnos a merced de la Tierra y sus gesticulaciones ascenderán por sí solas. Así, se hace evidente que, en cuanto hablamos de un contenido espiritual que se derrama, o se expresa, no nos referimos más que a la manifestación de lo que es. Atendiendo, pues, a la pura “‘materialidad’ de las cosas, a su positiva sustancia, a lo que las constituye antes y por encima de toda interpretación”,1 resulta que “no podemos imaginarnos una total ausencia de lenguaje en cosa alguna”.2 Por lo tanto, decimos que el lenguaje “se extiende sobre todo”.3 OPCIÓN 169 REFLEXIÓN

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Rene Magritte, The Healer (Le Thèrapeute), 1967.

Es verdad: esta afirmación parece demasiado deliberada para establecerse como hipótesis de una investigación que trata, precisamente, sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los humanos. Con todo, conviene recordar que la hipótesis sólo procede de considerar un dato inmediato de nuestras impresiones, en cuanto que son afectadas por la vitalidad latente de las cosas. En esto, el punto de partida de Benjamin no es más que un realismo. Pero un realismo atento: el único modo en el que una sensibilidad tan delicada y profunda podía entenderlo. Porque, en efecto, a nadie se le oculta el hecho de que la atención es, para Benjamin, antes que un instrumento de trabajo, la única actitud sensata que puede asumir el pensamiento. Esto fue para él una verdad tan profunda que desde muy pronto esa atención se volverá la exigencia primordial para la disposición de su propio ánimo. Es, por ejemplo, una de las cosas que más admiró en Kafka, quien, según él, por medio 25} REFLEXIÓN OPCIÓN 169


4 Walter Benjamin, “Kafka” en Ensayos escogidos, 3ª ed., México, Ediciones Coyoacán, 2006.

5 Walter Benjamin, Haschisch, Madrid, Taurus, 1974, p. 28.

6 Rainer Maria Rilke, Cuarenta y nueve poemas, edición y traducción de Antonio Pau, Madrid, Trotta, 2008, p. 63.

7 Ibid., p. 113.

8 Ibid., pp. 60-61. 9 “En Benjamin, el médium (Medium) de la inmediatez (Unmittelbarkeit) se opone al devenir medio (Mittel, Mittelbarkeit), y no, como en Hegel, al punto medio (Mitte) de la mediación (Vermittlung)”. Irving Wohlfarth, “Sobre algunos motivos judíos en Benjamin”, en Cábala y deconstrucción, Esther Cohen (ed.), México, unam, p. 177. La noción de médium es, por supuesto, del mismo Benjamin: véase, Benjamin, op. cit., p. 61.

de la atención lograba solidarizarse con todas las criaturas, como los santos a través de las plegarias.4 ¡Y nos lo dice él, quien, en Marsella, confiesa temer “que pueda dañar a un papel la sombra que cae sobre él”!5 En verdad, la radicalidad del posicionamiento podría turbarnos, pero es simplemente la constatación de que cualquier movimiento de los sentidos es, paralelamente, una agitación del alma, que se ve arrastrada hasta los límites del cuerpo para hacer surgir el tacto. Y como el aire se extiende, abierto, a esperar el mundo, hasta que la realidad de la montaña, sin herirlo, lo cambia; así debe el alma esperar a que las cosas le vengan, imprimiendo un humo de recuerdos e imágenes sobre su inalterada transparencia. Esperar significa aquí estar atento, y dotar de atención al espíritu es despertarlo a las cosas que, al expresarse, nos interpelan; de modo que la atención es el único medio del que disponemos para hacerle alguna justicia al llamado de la realidad. Dice Rilke, en un poema de 1906, que deteniéndose sus ojos más lentamente sobre las cosas, ellas se le volvían más fraternas.6 Así, el poeta descubre el efecto magnético de su actitud atenta: en cuanto lo trata con justicia, inmediatamente el mundo se acerca a su lado. Naturalmente que el de Rilke no es el único testimonio de una experiencia similar, y multiplicar los ejemplos aquí resultaría tanto trivial como inútil. Si he elegido al escritor de las Elegías es por un verso de ocho años después: Todas las cosas nos hacen guiños para que las sintamos. [Es winkt zu Fühlung fast aus allen Dingen]7 Ante todo, el verso muestra con inigualada lucidez el modo en el que esta relación atenta, fraternal y realista con el mundo, se transforma en el hecho, utilizado por Benjamin como hipótesis de que el lenguaje se “extiende sobre todo”. Así, este endecasílabo, nacido en 1914, condensa un núcleo de luz que, al refractarse sobre las reflexiones de Benjamin, puede acercarnos a una mejor comprensión de lo que él entiende por el lenguaje de las cosas. Dicho esto, es extraño que para Rilke este lenguaje de las cosas se exprese en un gesto tan particular: el guiño. Símbolo doble. En primer lugar, que la cosa se comunique en el guiño revela la absoluta inmediatez de su expresión, porque el guiño es de algún modo el pájaro de los gestos: y entre alada y alada, al asomar su esencia espiritual como asoma el ojo entre párpado y párpado, ésta aparece ya, mágicamente, como lenguaje. “La entidad espiritual es idéntica a la lingüística sólo en la medida de su comunicabilidad.”8 Sí, sólo aquella parte de la esencia espiritual que asoma, se expresa. Pero lo original del planteamiento es que aquello que se manifiesta es ya lenguaje. No es que las cosas nos digan algo, sino que, en la medida de lo posible, van diciéndose hacia nosotros. He aquí –como vio Wohlfarth– una “metafísica de la presencia”: ningún objeto puede devenir medio de comunicación, sino que el lenguaje es, inmediatamente, el médium que devela la interioridad espiritual del objeto.9 En palabras OPCIÓN 169 REFLEXIÓN

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de Cortázar: “no hay mensaje, hay mensajero, y eso es el mensaje, así como el amor es el que ama”.10 En fin, el lenguaje, como el prisma, es un vehículo externo de luz donde la luz interior culmina. Precioso cristal de paradojas. En esta digresión podemos presentir ya el otro lado del símbolo del guiño. Su reverso, es claro, tendrá que ver, ya no con el lenguaje mismo de la cosa, sino con el modo en el que nosotros lo captamos. O debería decir: el modo en el que éste nos capta. Y es que su lenguaje, al ser una corte de emisarios que viene a nosotros sin correspondencia alguna, no puede contener una sustancia aprehensible. Más bien, pareciera que esa comitiva toca a la puerta de nuestra sensibilidad para hacerse su huésped. Y en tanto que huésped nos será siempre, aunque próximo, un enigmático e inabarcable otro.11 Pero el momento preciso en el que el lenguaje de las cosas “toca a la puerta de nuestra sensibilidad” es un momento muy inquietante. Porque “la naturaleza es muda”,12 en su llamado no hay clamor alguno; no obstante, a pesar de la dura imposibilidad que la aqueja, logra que la sintamos, pues, ¿quién no ha padecido su persistente y sórdido golpeteo? ¿No serán acaso sus mensajeros, pidiendo ser atendidos? Un párrafo de Benjamin parece confirmarlo:

¿A quién se dirigen la lámpara, la montaña o el zorro? La respuesta reza: a los hombres. Y no se trata de antropomorfismo. La verdad de esta respuesta se demuestra en el entendimiento y quizás también en el arte. Además, de no comunicarse […] con el hombre, ¿cómo podría éste nombrarlos?13

Sí; pero cómo: ¿cómo hacen las cosas para que esa comunicación, al dirigirse a nosotros, se vuelva efectiva?, ¿en qué consiste el conjuro de su “persistente y sórdido golpeteo”?, y, esos ojos imantados, ¿cómo nos miran, que luego nos conciernen? “Nos miran con un gesto”, parece respondernos Rilke. Con el guiño. Desprovista del habla, a la cosa sólo le queda seducirnos en silencio. Porque si el guiño no iguala en potencia intensiva a la palabra, sin duda la doblega en erotismo. Así, cuando la cosa “viene diciéndose hacia nosotros”, se nos insinúa, para que la sintamos, a través de esa carga sugestiva y (de nuevo) erótica a la que el genio de Rilke alude con el concepto de guiño. Entonces, en el receptor, el contenido de dicha comunicación, al emanar directamente de la esencia espiritual, será un canto que, trascendiendo la gramática y el sentido, se trocará en un misterio que a un tiempo interpela y desconcierta. En el idioma de Benjamin, podríamos decir que este inquietante suceso es consecuencia de la infinitud que alberga el lenguaje. En tanto que no hay un afuera del lenguaje, sino que la comunicación es la emanación de una esencia espiritual “inconmensurable y única” –la paradójica presencia del interior en el exterior (Wohlfarth)14–, resultará imposible para la conciencia receptora medir o limitar15 dicho lenguaje. En Baudelaire, siempre tan cercano a las reflexiones de Benjamin, este desconcierto se expone magistralmente en los primeros versos de su poema Correspondencias. 27} REFLEXIÓN OPCIÓN 169

10 Julio Cortázar, Rayuela, México, Punto de Lectura, 2006, p. 506. En la Subida del Monte Carmelo, san Juan de la Cruz apuntaba ya que “en lugar, pues, de estos mensajeros, tú seas el mensajero y los mensajes”.

11 El tono de esta reflexión nos remite inmediatamente a Levinas, quien en las últimas páginas de su Totalidad e infinito pensará la esencia del lenguaje como amistad y hospitalidad. Apud. Silvana Rabinovich, La huella en el palimpsesto: Lecturas de Levinas, México, uacm, 2005, p. 189. 12 Benjamin, Sobre el lenguaje, op. cit., p. 72.

13 Ibid., p. 62.

14 Wohlfarth, op. cit., p. 177. 15 Benjamin, Sobre el lenguaje, op. cit., p. 61.


16 Vierto aquí la primera estrofa de Correspondances en su idioma original: “La Nature es un temple où de vivants piliers/ Laissent parfois sortir de confuses paroles;/ L’homme y passe à travers de forêts de symboles/ Qui l’observent avec des regards familiers”. Charles Baudelaire, Poesía completa: Edición bilingüe, Barcelona, Aire Fresco, 1986, pp. 40-41.

17 Walter Benjamin, Oeuvres 1 (Mythe et violence), trad. Maurice de Gandillac, París, 1971, pp. 90-91. Apud., Wohlfarth, op. cit., p. 158.

18 San Juan de la Cruz, Poesía, Domingo Ynduráin (ed.), Madrid, Cátedra, 2008, p. 250.

19 Domingo Ynduráin, “Estudio del Cántico” en: San Juan de la Cruz, op. cit., p. 55.

La Naturaleza es un templo donde vivos pilares dejan de vez en cuando salir confusas palabras; el hombre lo recorre a través de unos bosques de símbolos que le observan con ojos familiares.16

Aunque extraña a nosotros, la Naturaleza nos lanza a ratos, dice, “miradas familiares” [regards familiers], que brotan de los “bosques de símbolos” que el hombre atraviesa. Siniestra proximidad que invoca a nuestros sentidos. Así, al reaparecer aquí el tema de nuestra relación extrañamente filial con la Naturaleza, descubrimos que la insinuación que nos hace con el guiño no es un capricho. Si tiene el atrevimiento de llamarnos a sentirla es porque nos considera capaces de sentir con ella. La Naturaleza nos es, verdaderamente, familiar (o, como prefería Rilke, fraternal). Algún lazo nos ata a ella. Benjamin no nos lo oculta por mucho tiempo: el lazo es la palabra divina. Y es que la receptividad humana “está orientada hacia el lenguaje de las cosas mismas, las cuales, a su vez, silenciosamente y en la muda magia de la naturaleza, hacen resplandecer el verbo de Dios”.17 Entonces, el guiño de la Naturaleza es sólo el eco de una relación filial más profunda: el vínculo erótico entre el hombre y Dios, cuya expresión alegórica por excelencia, para el misticismo occidental, es la relación amorosa entre la Esposa y el Esposo. En un poema que trata este tema, el Cántico espiritual de san Juan de la Cruz, la Esposa, al encontrarse con la Naturaleza, observa que el amado, Mil gracias derramando pasó por estos sotos con presura; y, yéndolos mirando, con sola su figura vestidos los dexó de hermosura.18

El alma ve en la Naturaleza el rastro de Dios. El soto se comunica con el alma porque está ahí como prolongación de la hermosura divina; es el eco lejano de su belleza. Como en Benjamin, el lenguaje está fluyendo continuamente desde Dios, de modo que podemos verlo resplandecer en las cosas. Sin embargo, en el poema, el proceso ascensional que iba sugiriendo el encuentro de los amados se ha detenido. “[…] ha llegado a un punto desde el cual se columbra el rastro de la belleza del amado; pero este camino no da más de sí; sitúa a la amada en el umbral de amor, pero no le permite pasar de ahí.”19 Entonces, la amada, adolece, pena y muere de no encontrarse con su amor. Dios, según el cabalista Itzjak Luria, se está yendo de nosotros desde la génesis del universo. Ha ocurrido un distanciamiento. Es el momento justo de lo que Benjamin entiende por la Caída del Paraíso. El verbo de Dios sólo nos llega como tartamudeo. El resplandor se torna un lamento, el ruido de un adiós.

OPCIÓN 169 REFLEXIÓN

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{EXÉGESI S}

Una mente piensa tanto en otra que cambia de dueño. Perdida en un sueño, amenaza con no volver. No volver jamás a la cordura y a la razón, inspirando su canción en el oído del otro ser. Pinta entonces con sus manos, cuenta entonces sus cuentos, pluma y pincel, papel y lienzo. Un retrato a su figura, o un réquiem para su aliento. Luis Osorio Diaz

Andrea Alzati, Caída, 2012.

Estudiante de Literatura, Composición y Francés, Universidad de Santa Clara, California.

29} EXÉGESIS OPCIÓN 169


Melecio Galván, El Gorila.

Iván Foronda Escritor y economista, udg.

Otredad y literatura

OPCIÓN 169 EXÉGESIS

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L

a búsqueda de la Otredad, de la mitad faltante y complementaria del ser, es un ejercicio siempre buscado y anhelado por el hombre. Definirla sería limitarla: más que un concepto, es imagen y es sensación: alegoría. Puede ser entendida como aquello que, careciendo de silogismos ortodoxos y cientificismos, es, no obstante, perceptible a los sentidos. Los medios para llegar a ella se encuentran la mayoría de las veces en el arte, pues es ahí donde se quiebra y mutila, transpone y tergiversa, lo que se entiende –en términos positivistas y comunes– por realidad. En este sentido, la literatura, como otras expresiones, constituye un sendero donde no pocos lectores y escritores han logrado rozarla y palparla. Cualquier medio que se utilice para llegar a la Otredad, definitivamente siempre se hará solo, acaso en silencio, como un rezo. Así, la literatura funge como un diálogo entre dos soledades: la del escritor y la del lector. Las letras, al reinventar el mundo e idealizar los hechos, escapan de la banalidad y horizontalidad, van dibujando la utopía. Se fuga la pluma del poeta con él y se esfuma también el que lee. Es ese el momento de epifanía, el cisma y encuentro donde se funden las palabras: el lenguaje nos aprehende y lo asimos. La literatura libera y recrea. La pluma, desde el punto de vista del escritor, lleva en sí misma su doble significación metafórica: es herramienta de vuelo y creación. En tanto, del otro lado, la visión del que lee es mirada y avistamiento, contemplación; su acción trasciende una simple lectura lineal. De esta manera, ambos –escritor y lector– se encuentran en una base suspendida en el vacío que se apoya en la transparencia. Es inspiración, espiritualidad. Al escribir, sea novelista o poeta, narrador o cuentista, el autor está en la búsqueda de la Otredad. Eso que no cogió la realidad, la mirada común, un gesto aliviado. El escritor rescata los hechos que escaparon a la vista y el habla, y los reinventa o moldea a través de la prosa y el verso. Es el eterno embaucador que busca al Otro mediante la invención de una mentira que se vuelve verdad al encontrar la mirada del lector. Realidad e imaginación se concatenan; son Otredad al hacerse la literatura: esa coincidencia de palabras pronunciadas por una boca perteneciente a un ser distinto al de las manos que las escribieron. 31} EXÉGESIS OPCIÓN 169


Lírica griega arcaica: Mauricio López Noriega

el origen de la intimidad

Poeta y ensayista. Doctor en Letras Clásicas, unam. Profesor-investigador del Departamento de Estudios Generales, itam. Miembro del sni.

D

ice el diccionario que intimidad significa amistad íntima (sic); zona espiritual íntima (sic) y reservada de una persona o de un grupo, especialmente de una familia. Un tanto parco el concepto. Mejor consultar íntimo: del lat., intimus (adj.): más interior o interno; aplícase también a la amistad muy estrecha y al amigo muy querido y de confianza. Tampoco me satisfizo; mejor el Oxford Latin Dictionary de Glare, s. v. intimus ~a ~um, que es un adjetivo compuesto por el sufijo in + timvs, utilizado como superlativo de interior. Posee varios significados: el más lejano del exterior, el más remoto; la parte más interior, tanto de cosas materiales como no materiales. Lo más remoto del dominio público, lo más secreto o privado; lo más abstruso, recóndito o profundo; en cuanto a los amigos, el más cercano. Si jugamos con las palabras, que proviniese del griego thymós, que significa alma o espíritu, mente también, y ánimo. En definitiva, lo más interior del alma, del espíritu, del ánimo: lo íntimo, lo más interior de lo más interior (es un superlativo). Curiosamente, el castellano, y otras lenguas romance, aceptan incluso su superlativo: intimísimo —lo más interior de lo más interior de lo más interior, lmi3. Lo que podría parecer un juego de palabras —¿o precisamente porque lo es?— presenta una gama de matices espléndida y nos introduce a un espacio especialísimo, reservado para los íntimos, a quienes se lleva en el ánimo. Evidentemente, resultaría antitético, o mejor, oximorónico y paradójico, hablar de la intimidad, porque en el instante mismo en que comenzara la acción, desaparecería la sustancia: al comunicarse, se publica, se vuelve público y se aleja de la esfera privada (esa burbuja en la que estamos a salvo, como el pisapapeles de vidrio que comparten Julia y Winston en 1984) y se convierte OPCIÓN 169 EXÉGESIS

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en otra cosa. Un poco como en la primerísima afirmación del Tao Te King: “el Tao que puede conocerse no es el Tao”. Y, sin embargo, se habla de la intimidad —y se escribió el Tao—, aunque tal vez se olvide que no hablamos de la auténtica, sino de su simulacro, o bien, de lo nuevo en que se transformó: acción comunicativa, con todos sus procesos y complejidades. Tenía razón el sabio Gorgias: cuando hablamos de las cosas, nos servimos de palabras para designar las cosas, pero no hablamos con las propias cosas, sino con palabras: palabra y cosa son realidades diferentes. Así, en ocasiones, aunque nos pongamos de acuerdo acerca del significado de las palabras que usamos para designar las cosas, y más o menos comunicarnos, hay realidades que la palabra no consigue salvo rozar; una de ellas es la intimidad. Quizá por esta causa el modelo paradigmático de la intimidad de lo sagrado es la mística; tampoco esta palabra carece de revelación: mýstes es el iniciado en los misterios; mýstikos, lo que se refiere a los misterios (de Eleusis, por ejemplo), lo arcano, lo secreto, y también lo sagrado —en sentido cristiano, mystérion es sacramento—, y todos ellos, vocablos que remiten a lo cerrado, a cerrar-se (y también a privar, como la privacidad y lo privado). Se puede constatar que lo místico es lo inefable por naturaleza, in-decible, lo que no se puede decir: la experiencia que carece de forma que exprese su fondo. Lo único que nos ha permitido acercarnos a comunicar tal experiencia, tanto en Oriente como en Occidente; la forma que el ser humano ha hallado y ha hecho suya como medio privilegiado para comunicar lo incomunicable, lo secreto, lo más profundo, además del lenguaje formular-religioso (Vedas, Lao Tsé), es la poesía. 33} EXÉGESIS OPCIÓN 169


Eugène Delacroix, La carroza de Apolo.

Kabir, Rumí, Teresa de Ávila, Juan de la Cruz son ejemplos de poesía mística, lo íntimo de lo sagrado, que algunos incluso consideran como el diamante en la gemología de la palabra. Los poetas compartan su intimidad; no nos extraña porque la mayoría de las culturas, dentro de todo, valoran a la poesía —incluso tanto que la utilizan, como los tiranos griegos a los líricos, como Augusto y Virgilio, como Carlos Augusto y Goethe. Así, no nos sorprende la ecuación intimidadpoesía. Aunque tampoco toda la poesía: sólo la que habla de lo más personal, exclusivo, secreto, de lo que se lleva en el corazón. ¿Y cuándo y cómo comenzó el ser humano a dejar registro de la comunicación de los pensamientos y sentimientos más ocultos, más reservados, que confiamos sólo a alguna persona cercanísima y, en ocasiones, a nadie? Las literaturas más antiguas hablan de otros, sobre otros, en tercera del singular; se mueven en torno a lo comunitario, social, religioso, en prosa o en verso. Así, el Libro de los Muertos, el Ramayana, Gilgamesh; así la Ilíada y la Odisea, y Hesíodo; aun cuando se relaten escenas íntimas, como en la Odisea (viii, OPCIÓN 169 EXÉGESIS

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266-366), cuando el aedo Demódoco (Homero) canta los amores de Afrodita y Ares, y de cómo fueron sorprendidos en el lecho por el esposo de la diosa del amor, Hefesto, quien los atrapó en una red invisible; llegaron los dioses a contemplarlos —no las diosas, por pudor— y se reían. Resulta aleccionadora la respuesta que da Hermes a Apolo, cuando éste le pregunta si estaría dispuesto a ser exhibido ante todos a cambio de yacer con Afrodita dorada, a lo que el dios mensajero responde que incluso si las ligaduras fueran tres veces más fuertes y lo contemplaran los dioses y diosas del Olimpo todos, no dejaría de hacerlo. El suceso es relatado por el aedo y desde sus ojos sin vista, narra la escena y da voz a Apolo, a Herm, a Poseidón, a Hermes; sin embargo, no sabemos a ciencia cierta qué sintieron y pensaron aquéllos, ni Hefesto, ni Afrodita, ni Ares. Para comunicar algo tan íntimo, de manera articulada, utilizamos palabras y éstas intentan reflejar lo más recóndito que el individuo piensa y siente. Por ello, varios factores fueron necesarios para que este tipo de comunicación sucediera. Lo primero, un contenido nuevo, diferente al público, al comunitario, al social, en una esfera privada; al mismo tiempo, dicho contenido debía tener mérito suficiente para que no se evaporara inmediatamente o se restringiera casi en su totalidad a lo familiar o tribal, sino algo que por sus propios méritos fuera capaz de permanecer en su fugaz y paradójica naturaleza. No es ya lo compartido, como las tradiciones, los mitos, la historia, la religión. Es algo nuevo: el descubrimiento de la propia conciencia individual y la sorpresa del yo que se expresa. En la aurora de la autoconciencia, este tipo de contenido, la comunicación de la experiencia personal, íntima, dirigida a una comunidad o grupo, busca efectuarse, espontánea o instintivamente de modo también nuevo; requiere un formato poético nuevo, pues el anterior es bueno y bello para relatar experiencias comunitarias, sociales, heroicas; es imprescindible otro diferente. Al no existir, fue creado. Es el tercer elemento. Por supuesto, estos creadores, no permitieron que la profundidad, el vigor y la universalidad de la épica ensombrecieran la universalidad, el vigor y la profundidad de la nueva; así sin sombras, ambos modos brillando, produjeron una nueva ampliación y una altura nueva de la idea griega de belleza. La lírica griega arcaica es el origen de la bella expresión de la intimidad. *** No es posible dar cuenta de toda la lírica griega arcaica, por lo que sólo algunos ejemplos ofrezco.1 No sobra mencionar que los temas de la lírica no se reducen al amor, por ejemplo, sino a universales antropológicos expre- sados por vez primera en primera persona; entre los más característicos, la ciudad, el combate por ella, el honor de vivir, es decir, la guerra; pero también el placer y el amor, la embriaguez, la juventud y su némesis, la vejez odiosa y la negra muerte. La parte de obra de mayor antigüedad que nos ha llegado pertenece a Calino, quien es autor de la primera elegía; este poeta de Éfeso, que vivió en los primeros años del siglo vii —todas las fechas son antes de Cristo— se dirigía a sus conciudadanos, exhortándolos a luchar contra los 35} EXÉGESIS OPCIÓN 169

1 Las versiones que cito son todas de Rubén Bonifaz Nuño (Antología de la lírica griega, México, UNAM, 1988), salvo las de Arquíloco (de José Molina Ayala, Arquíloco. Fragmentos, Nuevo León-México, uanl-Textofilia, 2011), y las de Safo, Alceo y Anacreonte (mías).


enemigos que asediaban la ciudad, puesto que habían caído en una dejadez e indolencia casi asiáticas. El lírico azuzaba a los hombres al mostrarles dos tipos de varones: el que huye de la guerra, a quien de cualquier manera la Moira encontrará en su casa, y aquel que lucha y obtiene la gloria a pesar de la muerte: Pues para el hombre honorable es combatir y magnífico por la tierra y los hijos y la mujer legítima. [...] Pero vaya, cada uno, recto, levantando la lanza y, tras el escudo, el ánimo fuerte reuniendo, en cuanto el choque comience de la guerra. [...] Al otro [al guerrero] si algo sufre, lo lloran chicos y grandes. Para toda la gente del hombre esforzado hay lamento si muere, y es, si vive, de semidioses digno.

Como Calino, también Tirteo y Mimnermo compusieron elegías de tono bélico, pero el último fue, además, el primero en escribir elegías amorosas; aunque apenas nos han llegado unos 80 versos, Propercio escribió sobre él que “más vale en el amor un verso de Mimnermo, que Homero”, lo cual es una afirmación significativa. Un fragmento: ¿Qué vida nunca, qué gozo nunca sin la dorada Afrodita? Muera, cuando ya no me preocupen estas cosas: el amor clandestino y las amables ofrendas, y la cama, que de la juventud son flores codiciadas. Mas cuando a los hombres y mujeres ha llegado la pesarosa vejez, que de una vez torna en malo y feo al hombre, siempre en el ánimo lo torturan tristes afanes; no se goza contemplando los rayos del sol sino que resulta odioso a los niños, y repugnante a las mujeres. La vejez, así, ha vuelto penosa el dios.

Entre mediados del siglo vii y principios del vi, aparece una figura de gran relevancia: Solón de Atenas. Es el comienzo de la poesía sentenciosa, ya que el también legislador transforma sus principios políticos en voz dirigida a los ciudadanos, al exhortarlos a alcanzar una vida civil y moral impecable, de forma tal que sus versos se reconocen valores como justicia, bien común y concordia, que enaltecen la vida política de la ciudad, centro de la vida griega: [...] Mas destruir a la ciudad, por su estupidez, los mismos ciudadanos desean, pues creen en las riquezas; no sólo la mente injusta de los jefes del pueblo, a quien toca OPCIÓN 169 EXÉGESIS

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sufrir muchos dolores por su inmensa soberbia. Pues no saben frenan su arrogancia ni regir con medida, en calma, los placeres presentes del simposio. [...] ni de los bienes sagrados ni en nada de los públicos ahorrando, roban con rapiña, el uno de aquí, de allá el otro, ni vigilan las bases santas de la Justicia. [...] El alma me empuja a enseñar esto a los atenienses: que el mal gobierno da a la ciudad muchísimos males, y el buen gobierno hace ver todo en buen orden y sano, y a la vez ciñe de cadenas a los injustos, pule lo escabroso, acaba el orgullo, fin pone a la soberbia, y seca las flores crecidas de la desgracia, y endereza las causas torcidas y suaviza las obras insolentes, y a las obras de discordia da fin, y fin da al rencor de la lucha penosa, y por él todo es sano entre los hombres, y moderado.

Los griegos fueron un pueblo enamorado del equilibrio y la mesura; toda forma de exceso era, para ellos, negativa; así, no podía dejar de sobresalir este rasgo profundamente heleno en la lírica. Otra muestra especial fue el simposio; desde Homero, era un reto no dejarse llevar por la euforia báquica, sino conservar la mesura, no mostrar lo íntimo desarreglado. Por ello, varios líricos se ocuparon de exponer una ética de lo íntimo-comunitario que orientara las pasiones individuales y colectivas y les permitiera, justamente, el respiro que representaba el simposio. Jenófanes lo sintetiza magistralmente: Ahora, pues, sin tacha están el piso y las manos de todos, y las copas, y ciñe guirnaldas enlazadas, uno, y la esencia aromática en la pátera ofrece, y se yergue la crátera colmada de alegría; y otro vino está presto, y que nunca ha de faltar asegura, melifluo en las garrafas, dando su olor de flores; y en medio su pura fragancia el incienso difunde, y refrescada el agua y dulce está, y sin tacha; y cerca yacen panes dorados, y la espléndida mesa, del queso y de la miel untuosa está cargada; y un altar en el centro fue de flores todo vestido, y el canto y la abundancia tienen la casa en torno. Pero, ante todo, al dios han de celebrar los hombres gozosos, con favorables dichos y voces intachables. Y a quien libado haya, y rogado tener poder de lo justo cumplir, —pues es, por cierto, esto el deber primero—,

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no es culpa beber cuanto, teniéndolo, volver le permita a casa sin un siervo, si no es de sobra viejo, y alabar a aquel de los hombres que muestra, bebido, lo honesto que recuerda y actúa de la virtud en torno, y no de Titanes ni Gigantes recordar los combates, ni incluso de Centauros, formas de los antiguos, o bien sediciones violentas —nada hay de útil en esto—; mas culto de los dioses siempre tener, es bueno.

En esta elegía se destacan los elementos del buen banquete: tanto el espacio como los comensales están limpios y dispuestos; ya la crátera llena de dulce vino preside la fiesta, las mesas están “llenas de todas las cosas buenas” y también hay agua fresca para mezclar con el vino mientras se prepara el canto. Por supuesto, se procede a hacer las libaciones rituales, que van encaminadas a que se consiga cumplir lo justo (las reglas del banquete), pues es el deber primero. La lírica griega es el crisol de la palabra íntima comunicada. Cada poeta pone énfasis en lo que encuentra sustantivo. Sean un par de versos, como Focílides de Mileto —“¿Qué ventaja es nacer bien nacido / para quien ni en palabras ni en consejo acompaña la gracia?” —, sean los dísticos elegíacos de Teognis, originario de Megara —furioso tras su exilio a Esparta, pues no pudo recuperar sus bienes—, quien ruega a los dioses de manera suplicante: “Artemis cazadora, hija de Zeus [...] escúchame a mí, que te ruego, y los malos hados aleja: / es pequeño esto para ti; para mí, oh diosa, grande”. La polivalencia de de los poemas manifiesta la inquietud y riqueza espiritual y formal que inicia el camino hacia el dorado siglo v de Grecia. Uno de los grandes, todavía en el siglo vii y famoso desde la Antigüedad misma, fue Arquíloco, “el que manda a un ejército”, creador de la poesía yámbica y de los ditirambos en honor a Dioniso. Es el paradigma del guerrero-poeta, que sólo hasta Cervantes conocerá equivalente; si bien fue soldado y consigna poemas bélicos, son reconocidos también sus poemas de amor y venganza, pues el que sería su suegro no concedió la mano de su hija; el poeta se venga contra ambos con versos durísimos y luego seduce a la hermana pequeña; ellos no lo soportaron y se dieron muerte. Poeta bravo era, intenso: “Una sola cosa conozco, y es grande: / a quien mal me hace / responder con terribles males”; o también: “De tu lucha, como un sediento desea beber, / así estoy enamorado”, en donde lucha puede referirse al aspecto bélico, o bien, erótico. Otro fragmento: Corazón, corazón, por dolores intratables turbado, sostente, y de enemigos defiéndete arrojando un pecho contrario, colocado firmemente cerca de las emboscadas de enemigos. Y no te enorgullezcas en público si vences, ni vencido, en casa derrumbándote, te lamentes, OPCIÓN 169 EXÉGESIS

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sino alégrate por lo que haya que alegrarse, y no te duelas demasiado por los males, sino conoce cuál ritmo tiene a los hombres.

Contemporáneo de Arquíloco fue Semónides de Amorgos, pesimista y melancólico —“Nada, así, hay lejos de los males. Innumerables / plagas e inenarrables desgracias tienen / los mortales, y penas”—. Mediado ya el siglo vi, aparecen otras voces, como la de Hipónax de Éfeso —“Si me tocara una doncella hermosa y suave...”—, pero sobre todo, surge la lírica monódica, quizá la más íntima de todas, y que ha dado a la literatura nombres inmortales: Safo, Alceo, Anacreonte. Homero es el segundo sol del mundo griego; Safo la luna. Habrá que esperar quizá hasta sor Juana para que una mujer nos hechice con una poesía de tal calidad y belleza. Castigada durante siglos, estigmatizada por haber sido amante tanto de hombres como de mujeres, y físicamente fea, el tiempo, gran justiciero, ha enmendado su nombre. De su obra, pues, se conserva muy poco, algunas odas y un número considerable de fragmentos; sin embargo, una muestra tan pequeña es testimonio suficiente de maestría consumada y de una sensibilidad verdaderamente exquisita. No en vano los mismos griegos la llamaron la décima musa: llegaste, y yo te esperaba: refrescaste mi corazón, que ardía de deseo

* Se ocultaron la luna y las Pléyades. Es media noche, y escurre tiempo. Y yo, sola, me acuesto.

* Afrodita inmortal, hija de Zeus, de trono espléndido, que ardides urdes, te ruego: no venzas con pena y dolor, señora, mi alma; sino ven acá, si antes y otras veces mi voz, percibiendo de lejos, escuchaste; dejando la casa dorada del padre viniste unciendo el carro; y te llevaban bellos rápidos gorriones, batiendo mucho las alas en medio del cielo, sobre la negra tierra.

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Pronto llegaron; y tú, oh bendita, con una sonrisa en tu rostro inmortal, “¿qué sufría de nuevo, y por qué de nuevo llamaba y qué tanto quería que sucediera a mi alma delirante?; ¿a quién persuado a que su amor lleve de vuelta? ¿Quién, Safo, te daña?” “Y, pues, si huye, te seguirá rápido; si regalos no acepta, te los dará en cambio; y si no ama, pronto amará, aun sin querer”. Ven conmigo y líbrame ahora de dolorosos desvelos; y cumple todo lo que mi corazón anhela: sé tú mi aliada.

Alceo, como Safo, nació en la isla de Lesbos; fue un apasionado opositor de la tiranía, al grado de exiliarse a Egipto por causa de Pítaco, quien lo perdona y permite regresar para vivir una larga vida. De su obra conservada, es indispensable mostrar los fragmentos del poema que contiene la célebre imagen de la nave del Estado: Esta ola, de nuevo cual la primera, avanza, y mucha fatiga causará sacarla, cuando en la nave embarque. [...] reforcemos [los lados] rápidamente y corramos hacia puerto seguro; y que a ninguno de nosotros atrape el débil temor, pues gran prueba hay delante; recuerden la pena anterior: ahora cualquier hombre muéstrese notable. Y no avergoncemos por cobardía a padres que, ilustres, bajo tierra yacen.

Otros líricos fueron, quizá, más sagaces en su relación con los tiranos: se sirvieron de ellos tanto como éstos se sirvieron de los poetas. Así lo consigna con claridad, entre otros, Íbico —“Y siempre entre ellos, de belleza / OPCIÓN 169 EXÉGESIS

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William Etty, Hero and Leander, 1829.

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tendrás eterna gloria tú también, oh Polícrates / como también mi gloria, por el canto”. El príncipe de la lírica griega, Píndaro, quien se presenta como el mejor de los publicistas, al combinar su talento superior, adorno y don de las Musas, con un eficiente pragmatismo que podría llegar a sorprender si olvidamos que es el propio poeta quien se inmortaliza a sí mismo al cantar a otro: Oh Musa venerada, te ruego, madre nuestra: a la mensual fiesta nemea, de muchos huéspedes, llega, a la dórica isla de Egina, pues junto al agua del Asopo esperan los artífices jóvenes de los cantos de acento de miel, anhelando tu voz. Tienen sed una cosa de la otra: el canto ama en especial a la victoria en las luchas, diestro asistente de coronas y virtudes.

No quisiera terminar sin algunos versos de Anacreonte. Fue famoso ya en vida, al grado que se erigió una estatua suya en la Acrópolis de Atenas; hacia esta ciudad se dirigió, como Pitágoras, desde su natal Teos invitado, como Íbico, por el tirano Polícrates; su poesía, sobre todo erótica y simposíaca, prefigura una axiología que será centro de la vida pública y privada durante el siglo de Pericles. Con él finaliza este breve recorrido por el origen de la intimidad compartida: Pues de nuevo me partió Eros con enorme mazo,

cual un herrero, y en el tempestuoso torrente me templó.

* Oh niño de virginal mirada: te busco, pero tú no escuchas, sin saber que llevas las riendas de mi alma.

* De nuevo, su pelota tornasolada lanzándome, Eros de áureo cabello, con la joven de sandalia variopinta a jugar me incita.

OPCIÓN 169 EXÉGESIS

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* Pero ella, pues es de la bien edificada Lesbos, mi cabellera, por ser blanca, desprecia; pero frente a alguna otra boquea.

* Señor, con quien el domador Eros y las Ninfas de azules ojos y la tornasolada Afrodita juegan, recorre las altas cumbres de las montañas —de rodillas te suplico—, y tú, propicio ven a nosotros, y mi agradecida plegaria escucha. Y para Cleóbulo sé buen consejero: que mi amor, oh Dioniso, acepte.

* ¿Por qué, potrilla tracia, con sesgados ojos mirándome, sin piedad me huyes y piensas que nada sabio sé? Sabe que a ti, que diestramente a ti pondría el freno y con las riendas te haría girar en torno a las metas. Mas ahora paces y, brincando, ligera juegas: pues por jinete no tienes un diestro picador.

43} EXÉGESIS OPCIÓN 169


Estudiante de Escritura Creativa en la Universidad Del Claustro de Sor Juana.

Blanca

C

hocó con dos señoras, casi tiró una canasta y seguía sin ver sus pies. Se movía como lo hacen las hormigas que corren entre las fisuras del azulejo. Sus ojos deambulaban entre reses colgadas, patas de pollo, animales abiertos. —¡Chapulines! Ella buscaba queso, pan, mezcal, pantaletas, algo con encaje. Prepararía una cena, un banquete sobre sábanas recién lavadas, perfumadas con pachuli. —¿Quiere pan? ¿Amarillo? Seguía dando vueltas alrededor de los tomates, de las yerbas y no lograba concentrarse en la compra. Era inútil seguir intentando acortar el tiempo, éste ya la había rebasado hace bastante, hace poco, hace no sabe cuánto que había recibido la noticia. Desconocía el sentido de la palabra sentencia, pero estaba segura de sentirse así. —¿Va a comer? Frente a los chiles de agua, se le llenaron los ojos, se le lloraron los hechos. ¿Cómo detener al destino? Sabía que al llegar a casa, al sacar las cazuelas, al prender el fogón, al bañarse entre lágrimas, comenzaría a sellar el pacto que había estado postergando hacia sesenta y ocho días. Llevaba la cuenta exacta desde la partida, desde la fractura. Tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac A las nueve en punto encontró la carta, probablemente tenía horas ahí afuera. El sobre estaba helado. Deseó haber estado despierta a media madrugada para verlo llegar. Se conformó con el contacto raso del papel, que la consoló más que el de la piel anhelada. No quería romper el sobre, la velocidad de las ansias entorpecía sus dedos. La primera M de la hoja la hizo estallar; una cascada empapó sus pestañas, su mirada bailaba sobre las frases, el entendimiento se le llenó de fuegos artificiales al leer: “Esta noche iré por última vez, voy a despedirme de ti”. OPCIÓN 169 EXÉGESIS

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Hans Hartung.

Rosario Loperena


Apuró el paso y llenó la bolsa de rafia con todo lo necesario para la velada, luego corrió hasta perder el aliento, hasta que el sudor le impidió ver el camino a casa. Cerró la puerta, corrió las cortinas, sacó del ropero el vestido de manzanilla bordada, el vestido que él había acariciado como si fuera el manto de una madre profana. Sacó las zapatillas, el rebozo y la peineta para adornar su cabellera rizada, la que él había llenado de besos plateados, donde había metido sus dedos hasta lo más alto de su nuca, la que él acariciaba hasta que ya no podía mantener los ojos abiertos. Sacó el perfume que él había traído de otra ciudad; olía a madera, a pimienta, a flores que imaginaba púrpuras, envenenadas; flores que gozaban con el caer de la lluvia, que se retorcían al contacto con la tierra mojada, que se abrían y cerraban manando miel. Cuando tuvo todo listo sobre la cama, arrancó los dos relojes colgados en las paredes de la casa, el del cuarto, el de la cocina, tomó el pequeño que permanecía sobre el buró y el que llevaba en la muñeca, los apiló, tomó un rodillo y empezó a golpearlos. Tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic Los hizo callar. Recogió sus manecillas muertas. Les arrebató el poder. Pero el tiempo, ¿acaso seguía pasando? Abrió la llave del agua caliente, la dejó correr hasta que desaparecieron entre el vapor los tallados antiguos de las paredes del baño. Se contempló los pies dolientes, los huesos de la cadera cada vez más pronunciados, las costillas que ya se le había hecho maña contar. Notaba la ausencia de ese hombre en el paisaje de carne que ahora limpiaría para él, para que volviera a habitarlo. Mientras acariciaba su cuero cabelludo, repetía al pie de la letra esa carta que congeló los rumbos normales del minutero. “Quiero verte desde arriba, o desde las profundidades o desde donde me encuentre, quiero verte agitar las alas lejos de mí, lejos de mi fuego que destruye.” Apenas y podía recibir el impulso nervioso de cada pregunta cuando ya brotaba la segunda, empañando la realidad. Desempañó el espejo y vio sus mejillas sonrojadas, sus ojos negros más grandes, su piel aduraznada. Sonrió, el escalofrío. Tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic La partida, día del nacimiento negro. Las horas se le acumularon sin poder distinguir si días, madrugadas, semanas, si calurosas o si las jacarandas. Ella pintaba desde niña; ahora usaba los colores más oscuros de la paleta, exploraba nuevas texturas, nuevas espinas. 45} EXÉGESIS OPCIÓN 169


Miguel Ángel Espejel, 2012.

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Vigilia y sueño, uno mismo: el mismo dolor, la misma angustia. Distintas formas. Sólo la luz variaba. Formaba sombras, formaba formas deformes. Ella se veía ser sombra; no, no era sombra, era un cuerpo absolutamente negro, opaco, que se movía con libertad entre las luces y los colores de las calles. En sus movimientos sin rumbo, entró a una habitación, paredes verdes, piso blanquinegro. En medio de la sala, Blanca; su cuerpo oscuro bailaba llenando el espacio, sus brazos removían pelusillas incoloras en el aire, sólo quedaba el suave aterrizaje de sus extremidades cayendo sin esfuerzo aparente. Estiraba brazos, piernas, manos, dedos, como un juego de mimo. En una esquina había una cubeta llena de sangre y un espejo de plata, mirándola a los ojos. Metió su pequeño pie en la cubeta, luego el otro. Comenzó la danza nuevamente, huellas rojas en los cuadros blancos, manchas rojas en los cuadros negros, gotas rojas espolvoreando la pared, trazos rojos sobre el espejo. Descanso. De frente a su reflejo descubrió en su silueta una mancha rojísima en el corazón y otra en el vientre. Largo rato se quedó parada observando la coincidencia de los rastros. Sobresalto. Sin despegar la vista del reflejo, sintió un par de manos rodeando su cintura. Calor. Resoplido en el cuello. Él. Totalmente negro, más aún que ella, detrás de su figura. Eclipsaron el espejo. Negro. Bajo sus pies los cuadros blancos, se fueron pintando uno a uno. Negro. Brotó una espesa capa que ocultó todo bajo ese color, que no es color sino pura ausencia. Negro. Nada. —Dormida, porque te sueño; despierta, porque no te veo; de todos modos, Blanquita, estás jodida. Sesenta y ocho días: los lienzos, prolíficos como nunca, paisajes, autorretratos, indicios de una vida que fue mejor, presente inagotable que goteaba por el pincel, meciendo el tiempo en una interminable espera. Tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac —Toc. La madera se quejó. La boca del estómago se le vació en un respiro. Los últimos detalles del arreglo los hizo camino a la puerta. La abrió con los ojos cerrados. Golpe de viento. Encuentro. Eclipse. Ella temía tocarlo. Se ahogaba en sus palabras. No eran suficientes para llegar a él. Maldita intervención de la lengua articulada. Se acercó lentamente. No emitió sonido. Él habló y sus razones eran del orden de lo natural, irremediables, como una escena de crucero hace miles de años, como un oráculo del que se intenta escapar toda la vida. —Te quiero para mí. Quiero que tus ojos sean mis joyas, guardarlos en mi alforja, pulirlos y esconderlos. Quiero hacer de tus manos las agujas que me tejan diariamente. Que tu cuerpo sea una cueva a un costado de la playa, cuya ubicación sólo yo conozca. Que nadie escuche tu nombre, que nunca tenga eco. Quiero borrarte de la memoria del mundo. Arrebatarte caminos.

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Conmigo no hay nada por recorrer. Nada. Sólo mis anchas avenidas y sus recovecos, mis angustias, mis caprichos, que te harán llegar a la esquina de mis miedos y quedarte ahí, quieta, esperando a que nuevamente te recoja y te lleve a un lugar seguro en mi interior. Ella temblaba, hablaba de pintura, de los cambios de color en su vista, en sus sueños. El escuchaba paladeando palabras. La felicidad se posó sobre sus cabezas como una aureola, los beatificó. Mezcal y besos. Besos y pasos. Pasos sin luz. Pasos sin piso. Caída libre a cuatro manos. El colchón, umbral al paraíso, puerta que se entreabría, que asomaba atisbos de futuro impostergado. —Llevamos siglos, vidas, haciendo esto. Puedo ir lo más lejos que permitan los pies, pero estoy atado; intento soltar mis amarres, pero tienes una fuerza en el vientre que me llama. (Aún no sabemos quién dijo eso.) Almohadas, latidos en descenso, manos somnolientas, heridas escurriendo placer. —¡Hazlo! Si ya sembraste en mí la hiedra, ¡que crezca! No sueltes el hilo que me ata; una vez enredados en el árbol, los papalotes no vuelven a volar. Él la abrazó como si tuviera alas, la envolvió, se la guardaba en el cuerpo. Una cama, una vela, dos siluetas, una sola. Sábanas negras, suelo negro, ventanas selladas, techo cayendo. Negro. tic, t_______ Salitre, moho, lirios, gallinas muertas, peste, relojes mudos. —¿Usted ha visto a Blanquita? —No, oiga, y ya se me hace raro, tengo mucho de no saber de ella. El otro día me asomé por la ventana, estuve tocando muchas veces, nadie contestó, sé que está ahí, pude ver un montón de cuadros, de esos raros que ella pinta, en la pared, en el suelo, por todos lados, pero de ella, nada. Golpes a la puerta, silencio. —No vea, doña Chuy, no entre, yo le cuento ahorita que salga. Doña Meche salió con un rosario en las manos, rezando muy bajito. —¿Pero qué vio, manita? ¿Por qué viene así? Déjeme entrar. —No, no, no —dijo doña Chuy apresurada, la jaló del brazo, caminaron rumbo al mercado. —Ay, mi Dios, quién sabe qué cosa pasó en esa casa. En todos los cuadros está Blanquita, tan bonita ella, entrando a un agujero, y el cuarto está totalmente negro, como si la oscuridad fuera de carne, prendí una vela y entré. Y válgame. El silencio. No sé qué es eso, pero ahí habita un vacío donde uno se puede caer. Apretaron el paso. OPCIÓN 169 EXÉGESIS

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{GRÁFICA OCULA R}

fronteras del otro Fotografía y pintura de Mariel Lebrija Jenkins

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OPCIÓN 169 GRÁFICA OCULAR

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Cotard: el secuestrador*

Jorge Luis Herrera Licenciado en Historia del Arte, cam. Estudiante de la maestría en Letras Mexicanas, unam. Es autor de Voces en espiral. Entrevistas con escritores mexicanos contemporáneos (Universidad Veracruzana 2009).

Para Ana María Prudencio y Gregorio Aramayo Parecía que todos estuviéramos fuera del tiempo, bajo el influjo de un maleficio del que nadie, sin embargo, aparentaba percatarse [...] suspendidos en una actitud o acción que seguiría eternamente. inés arredondo

Él siempre ha querido destruirme.

El día que nos conocimos lo intuí, pero pude entenderlo varios años después. Una madrugada, cuando aún éramos amigos, mientras discutíamos sobre la libertad y el destino, me miró fijamente: sus pupilas lo traicionaron: hicieron evidentes sus intenciones. Sin embargo, desconfié de mí... El tiempo corroboró que yo tenía razón. Nunca debí dudar de mi percepción de la realidad: es la única a la que debemos mantenernos fieles. No existe otra forma de sobrevivir. Intentó terminar con mi autoestima afirmando que yo era esclavodemímismo (lo repitió tanto que llegué a dudar de la veracidad de sus palabras)... ¿Existe una mejor manera de aniquilar a un ser humano? 57} EXÉGESIS OPCIÓN 169

* Este relato forma parte del libro Cotard: el secuestrador (Fragmentos de una novela), que será publicado en 2012 por K editores.


∑ La soledad es el único estado real de la existencia. ¿Por qué? Porque ésa es la composición esencial de la materia. Todo lo que constituye al universo está formado de átomos de soledad. Independientemente de que los átomos integren un ser líquido, sólido, gaseoso o de plasma, las partículas últimas que lo conforman son, valga la redundancia, las más elementales de entre las más elementales, y están hechas de soledad. Son las partículas más pequeñas que existen y son indestructibles. No pueden descomponerse ni mutar, sólo se reagrupan de maneras diversas y distorsionan la apariencia de las cosas. Los átomos de los elementos químicos tienen las mismas propiedades y siempre se comportan igual. La soledad es capaz de resistir cualquier cambio deforma y de volumen, gracias a la inmutable repulsión y atracción que existe entre las moléculas que organizan al cosmos. Ése es el único motivo por el cual nos sentimos irremediablemente solos, siempre. Tanto el aire, la tierra, el fuego, el agua y el éter, como las piedras, las plantas y los animales, estamos hechos de soledad. Incluso el tiempo y el amor están formados de soledad. Respiramos soledad. Defecamos soledad. Bebemos soledad... Si dios existiera también sería soledad. No importa que la soledad sea visible o invisible: siempre es perceptible. La soledad es todo y a la vez nada... !dadelosomoS¡

∑ ¿Por qué se empeña en hacerme sufrir?

∑ El tiempo es un presente perpetuo. Pase lo que pase y hagamos lo que hagamos, estamos condenados. La vida y la muerte son como un eternorelámpago. No existe ni la evolución ni la involución; todo se reduce al estatismo de la nada. El tiempo es nada y la nada es tiempo; así de simple. No entiendo por qué nos preocupamos por nuestras acciones ni por el futuro... mucho menos por qué nos torturamos sintiendo culpa a consecuencia de nuestros actos. Somosloquesomos, y no lo que podríamos ser si las leyes del universo fuesen distintas. A final de cuentas, incluso nuestras aspiraciones y apreciaciones están determinadas por la nada. Es imposible que podamos pensar más allá de nuestra propia naturaleza, y nuestranaturalezaesnada.

∑ La realidad es contundente: no somos nada y hagamos lo que hagamos no cambiará. ¿Acaso alguien, quien sea, ha modificado el rumbo del cosmos? Podría desaparecer por completo el planeta y todo continuaría igual que antes. Nadie extrañará a esa aglomeración de soledad a la que llamamos Tierra... ni a esa otra a la que denominamos Sol. Todo se reduce a una simple reorganización de partículas elementales en un instante que lo es todo y que se traduce en nada. Todocurrenesemismorelámpagoeterno. OPCIÓN 169 EXÉGESIS

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El tiempo es nada... y la soledad también. Estaremos muertos para cuando seamos verdaderamente conscientes de nuestra condición.

¿Por qué quiere secuestrarme?

∑ ¿Qué es el amor?: Una fantasía que hemos creado los seres humanos para hacer menos desagradable y aburrida nuestra propia existencia. De lo contrario estaríamos, además de solos y prisioneros en la nada, cruelmente aburridos. Y el aburrimiento no es otra cosa más que falta de amor, es decir, una condena autoimpuesta. No se necesita ser un genio para fantasear e imaginar una realidad distinta a la que nos aniquila. Dicha facultad es la única que puede permitirnos serlibres. Por ello el amor y la imaginación están vinculados. Si no hay imaginación no hay amor y no hay nada... aunque todo sea nada. No es lo mismo enfrentarse a la nada con la imaginación que sin ella, de la misma manera en que no es igual vivir amándosesóloaunomismo que amandoaotros... El amor nos distrae de lo esencial: estamos solos en medio de la nada y no hay remedio... sólo la muerte.

∑ Lo único que nos diferencia es la mirada. Sus ojos son iguales a los míos.

∑ El sexo es una triquiñuela de la naturaleza: acaba con nuestra libertad. Nos hace creer que es posible materializar los sentimientos hacia otros... Es una ilusión aún más cruel que la del amor. Una fantasía sobre otra fantasía sin un elemento real que las sostenga... igual que en una casa en la que se construye un piso sobre otro piso, pero sin un río subterráneo que les permita flotar. Esto sólo provoca un derrumbe más violento.

∑ Elamoryelsexo son un entretenimiento que nos hace suponer que lasoledadylanada no son el único principio rector de la existencia... aunque sepamos que sólo se trata de una fantasía y que estamosmuertosenvida.

∑ Dios es soledad. Dios es soledad. Dios es soledad. Ése es el motivo por el que no podemos tener la certeza de su existencia, pues está hecho con las mismas partículas que nosotros, y éstas nos impiden ver y sentir más allá de nosotros mismos. Nuestra naturaleza nos hace narcisistas, porque todas las partículas del universo son de soledad...

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∑ Si dios es soledad y los hombres también, dios puede ser hombres y los hombres dios.

∑ ¡Los hombres podemos ser dioses! ¡Los dioses podemos ser hombres! Todos... ¡Hasta Él podría serlo!

∑ ¡Yo ya soy dios!... ¡Soydios!... Por eso no me espantan la soledad ni la muerte... Seguiré igual de solo.

∑ ¿Un individuo invocándose y rezándose a sí mismo? ¿La soledad postrándose ante la soledad? Tal vez suene ridículo, pero la única verdad es que lo real no puede ser ridículo; lo único ridículo es lo anormal... Como los camellos con sus almohadas de mantequilla... o los elefantes... ¡y los garbanzos! Por ello dios es una fantasía que, como todas las demás fantasías, es cruel, aunque graciosa. A lo único que debemos aspirar en la vida es a divertirnos y a deleitarnos con las miserias de la existencia. Podemos creer en cualquier dios, incluso en nosotros mismos, para regodearnos y regodear a quienes nos rodean.

∑ Su obsesión no tiene límite.

Antoine d´Agata.

Trató de envenenarme con sus ideas. Descubrí que me intoxicaban. Había comenzado a perder la conciencia... Dejé de tragarme su veneno, recuperé la

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lucidez y confirmé que su único objetivo era verme derrumbado: muertoenvida.

∑ Es ridículo creer en dios. Un sinsentido. A menos, claro, que uno mismo crea que es dios y se adore a sí mismo... llegando, incluso, a inmolarse para agradarse. Morirparavivir. Así de simple. Yo ya lo sé.

∑ Él la asesinó.

∑ No hay mucha diferencia entre estar vivomuerto. Lo único que cambia es la conciencia sobre la existencia...

∑ ¿Acaso los solos acá?

∑ El cuerpo cambia: comienzan a pudrirse las vísceras. Expelen gas. Se inflama todo. Duele. Se siente como si uno fuera una gran oreja muda... que está a punto de volar... Y finalmente uno revienta, pero no causa ninguna explosión, sólo mal olor. Una pestilencia insoportable. Es un aroma dulzón que penetra por la nariz y seimpregnaenelcerebro.

∑ Aca, yo soy aca.

∑ Además de la fetidez que provocan mis vísceras en descomposición, siento, dentro de mí, una comezón insoportable. Por más que me rasco no puedo eliminar el malestar. La única manera en que he logrado calmar el escozor es con unas tijeras. Tallarme con una piedra es... ¡delicioso! Pero prefiero las iguanas; cuando las introduzco en mi cuerpo se liberan los gases que me producen dolor, y disminuye el tufo que llevo tatuado.

∑ Supongo que tendré que rascarme eternamente...

∑ ¡Quéplacerestanextrañosnostienereservadalamuerte!

∑ No pensaré ni escribiré más... otreuM. 61} EXÉGESIS OPCIÓN 169


Luis Alfonso Gómez Arciniega

Salvar el espacio intermedio del mundo*

Licenciado en Relaciones Internacionales, itam. Estudios en Lengua y Literatura Alemanas, unam. Subdirector de Proa-Structura, consultoría política.

A la musa de la Facultad, por el despertar, los días de otoño, las hojas ocre y los poemas de Hölderlin frente a la Biblioteca Central.

S

* Salvo que se especifique lo contrario, las traducciones de algunas citas y de los fragmentos epistolarios son del autor.

e dice que mientras apacentaba un rebaño junto a su padre, Hermes se enamoró de una ninfa, la más hermosa de las hijas de Dríope, y de esa unión nació un niño alegre, Pan, de entre todas las formas antropomórficas, la más poderosa manifestación de la libre naturaleza. Las brisas del amanecer y del atardecer llevaron la historia lejos, a Alemania; al corazón de la Selva Negra. Martin Heidegger –probablemente el pensador occidental más importante de la época contemporánea– pastoreaba pensamientos metafísicos cuando una musa, Hannah Arendt, salió a su encuentro. Con la vívida aparición de una hermosa muchacha de apenas dieciocho años, se inició un vínculo entrañable y duradero: sobrevivió las batallas de Kursk, Leningrado y Berlín; la artera demolición de la herencia prusiana en Königsberg; las horas negras de la Guerra Fría; y, sobre todo, los vientos gélidos provenientes de todos los puntos cardinales, empeñados en apagar una llama trémula pero constante. Este Hermes alemán era intérprete también (hermeneus, έρμενευς). Como si los hados le hubieran asignado revivir la tarea del OPCIÓN 169 EXÉGESIS

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Escher, Lazos de Unión, 1956.

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1 Eusebi Colomer, El pensamiento alemán de Kant a Heidegger, t. iii, Barcelona, Herder, 2ª ed., 1990, p. 447.

dios griego, el filósofo se convirtió en guía de caminos boscosos, continuó la línea hermenéutica de Dilthey y Schleiermacher, vivificó el lenguaje y despertó una fascinación inédita en sus alumnos, a la postre pensadores ilustres. Heraldo de los demás dioses, el elocuente orador disertó en los claustros alemanes sobre el ente, la pregunta por la técnica, la importancia de la historia e, incluso, se atrevió a erigirse como un guía espiritual de la Alemania nacionalsocialista. Si los griegos respetaron a Hermes por ser uno de los pocos dioses capaces de descender al inframundo y regresar sin problemas, muchos alemanes vieron en el pensador del siglo xx esa misma capacidad asombrosa: se desenvolvía con astucia y elegancia en distintos ámbitos, unos más claros; otros, irremediablemente oscuros. Martin Heidegger nació el 26 de septiembre de 1889 en la apacible población de Meßkirch, lugar morado por montes y diáfanos manantiales; propicio para las ninfas. El paisaje es esencialmente bucólico: el sonido de las encinas abatidas por las hachas de los leñadores; los fantasmas de lapones enfilados hacia el fin del mundo, donde las olas esculpen los acantilados de los fiordos; Heráclito sentado a la orilla de un arroyo; los campesinos que, antes de que el cielo se torne gris y la tierra exhale ese aroma a tierra mojada, pueden presagiar una tormenta; un viejo castillo que conoció épocas más heroicas; el repicar de las campanas de la iglesia de San Martín; la cruz de términos. No sorprende que desde sus primeras lecturas y escritos haya colocado el arraigo a la tierra como el leitmotiv de su pensamiento. Con el tiempo, navegarán su galaxia filosófica otros planetas como el ser, la historia, la mística medieval o la filosofía presocrática hasta formar un cosmos sin parangón en el escenario contemporáneo. Su camino por la senda de la Filosofía comenzó cuando el que fuera arzobispo de Friburgo, Conrad Gröber, le regaló un libro de Franz Brentano, Sobre los diversos sentidos del ente en Aristóteles.1 Como el Hermes griego, la personalidad del filósofo también fue compleja. Lo mismo escribía cartas apasionadas a su esposa llamándola “mein herzallerliebste Seelchen” que respondía con ironías a los cuestionamientos de su antiguo amigo Karl Jaspers. Ya aparecía pronunciando acalorados discursos por la autoafirmación de la universidad alemana, ya se ausentaba de funerales incómodos. Escribió dedicatorias a campesinos de la Selva Negra, pero también borró otras cuando se volvieron controvertidas o cuando la persona en cuestión ya se encontraba en las antípodas de su trayectoria vital. Lejos de la Selva Negra, en Königsberg, en 1906 nació Hannah Arendt. Antigua capital de Prusia Oriental desde tiempos medievales, la ciudad atestiguó cómo la pensadora devoraba ejemplares de Kant desde sus primeros años. Si se piensa que Königsberg era entonces un centro portuario de relevancia, se puede imaginar a Arendt mirando nostálgica el mar Báltico y desentrañando en la cabeza los misterios de san Agustín. Años más tarde, Hannah roza los veinte años y su efigie evoca a las deidades olímpicas. Su rostro es un óvalo perfecto y su frente es pura y altiva. En una foto de los veinte, donde, Heidegger dixit, aparece “simplemente feliz”, se observan sus cabellos oscuros, su sonrisa OPCIÓN 169 EXÉGESIS

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de griega perfección y su mentón reposando en una cándida mano.2 Algo en la pose y expresión de Hannah Arendt sugiere que la transparente sonrisa transmutará. En unos años, el rostro ajado reflejará una mirada abúlica inundada de una especie de nostalgia que los alemanes llaman Sehnsucht –a diferencia de la palabra de raíz griega, ésta también significa el deseo ardiente por algo intangible en el futuro–. La soledad de los días nublados en Königsberg la acompañará el resto de la vida. El pathos de la verdad es solitario, ya advertía Friedrich Nietzsche: a los más temerarios seres humanos que se hallan bajo el anhelo por la gloria –que creen encontrar sus blasones colgando de una constelación– se les debe buscar entre los filósofos.3 Su actividad no busca afanosa- mente un público; tampoco se desviven por los aplausos.4 Tales personas viven en su propio sistema solar y su esencia es tomar el camino solitariamente.5 Hannah era tímida, pero cuando había que enfrentarse al mundo lo hacía con desparpajo. Los cuestionamientos la acompañaron siempre: nunca fue demasiado alemana y tampoco suficientemente judía; los liberales a ultranza con- fundieron su análisis de Adolf Eichmann con una justificación, su estudio tampoco agradó a sectores más conservadores; con los teólogos menos congenió por su visión de un san Agustín profano. Quizá por eso leyó y estudió toda la vida. De insaciable curiosidad intelectual, aprendió griego clásico y analizó con fruición a san Agustín y a Søren Kierkegaard. Deslumbró a grandes pensadores del siglo xx como Karl Jaspers y Edmund Husserl. Pero también conoció a Martin Heidegger y ese fue el comienzo de un diálogo filosófico-existencial que duraría toda la vida.

2 Martin Heidegger a Hannah Arendt. Marburgo, 19 de febrero de 1928, en Ursula Ludz (comp.), Hannah Arendt-Martin Heidegger. Briefe 1925-1975 und andere Zeugnisse, Frankfurt am Main, Vittorio Klostermann, 3ª ed., 2002, p. 62.

3 Friedrich Nietzsche, “Über das Pathos der Wahrheit”, en Friedrich Nietzsche, Werke in drei Bänden, vol. iii, Múnich, 1954, pp. 267-272.

4 Loc. cit. 5 Loc. cit.

TRISTÁN E ISOLDA: LOS PRIMEROS DÍAS Y LAS NOCHES

Existen tantas versiones de Tristán en Europa como ríos. El argumento principal, no obstante, es conocido porque resume la tradición del amor en Occidente. Tristán, sobrino del rey Mark de Cornualles, se comprometió a traer a la princesa irlandesa Isolda para que se desposase con el rey. En el ínterin, ambos beben por accidente un filtro amoroso y, Tristán, incapaz de detener los caballos desbocados de la pasión, se enamora de Isolda, traicionando a su señor. ¿Lección? Carece de historia digna de novelarse el amor feliz; sólo el amor mortal merece relatarse: el amenazado y condenado por la propia vida. Lo que exalta el lirismo occidental no es el placer de los sentidos ni la paz fecunda de la pareja.6 Pasión entraña sufrimiento. El gran hallazgo de los poetas europeos y lo que los distingue de la literatura mundial, lo que expresa más profundamente su obsesión, es conocer mediante el dolor; es el secreto íntimo de Tristán, el amor-pasión a la vez compartido y combatido, ansioso de una felicidad que rechaza, magnificado por su catástrofe: el amor recíproco-desgraciado.7 No escaparon a esta tradición Heidegger y Arendt. Los astros no vieron con buenos ojos el romance. En 1915, Heidegger recibió su primer encargo académico en Friburgo: se convirtió en profesor de Filosofía en la facultad de Teología. Aunque la experiencia no fue del todo satisfactoria, durante aquellos días conoció a su mujer: Elfride Petri.8 El cortejo de Heidegger se basó en un rosario de cartas que, como ella admitiría más tarde, fueron modelo de las innumerables que éste enviaría a sus sucesivas 65} EXÉGESIS OPCIÓN 169

6 Denis de Rougemont, El amor y Occidente (trad. A. Vicens), Barcelona, Kairós, 10ª ed., 2010, p. 16.

7 Ibid., p. 54.

8 Colomer, op. cit., p. 448.


9 Alain Badiou y Barbara Cassin, Heidegger. El nazismo, las mujeres, la filosofía (trad. H. Pons), Buenos Aires, Amorrortu, 2011, Colección Nómadas, p. 54.

10 Ibid., p. 55.

11 Colomer, op. cit., pp. 450-451.

12 Blas Matamoros, “Hannah y sus tres hombres (1906-1975)”, Letras Libres, núm. 56, 2006, pp. 53-56.

13 Joachim Fest, “Das Mädchen aus der Fremde. Hannah Arendts schwierige Liebe zu Deutschland und Heidegger”, Der Spiegel, núm. 38, 2004, p. 143.

amantes: “el Tú de tu alma amante me ha encontrado”.9 Probablemente, el deseo de seducir y la vigorosa sensualidad encarnada en el vivir campesino hayan sido una epifanía que volvía a las mujeres para él en un recurso necesario para escribir.10 Marburgo le dio una nueva oportunidad y sus cátedras se hicieron de fúlgido mármol. Si en el siglo xix, el dueño y señor de la Universidad de Berlín fue Hegel, con las pletóricas aulas frente a las semidesérticas disertaciones de Schopenhauer a la misma hora; se debe reconocer que Heidegger fue afortunado, pues su éxito fue inmediato, a pesar de compartir los pasillos de las facultades con otras luminarias. El resplandor de Heidegger fue aurora de un nuevo firmamento intelectual germano: Löwith, Ebbinghaus, Bröcker, Gadamer y, por supuesto, Hannah Arendt. Los estudiantes se reunían después de clases para retarse entre ellos: ¿quién entendió todo lo que dijo el maestro? En el crepúsculo de su existencia, Arendt rememoró la primera impresión que le generó el hombre de carne y hueso que se escondía en la leyenda: El rumor que atraía a los estudiantes hacia el Privatdozent de Friburgo y después hacia el joven profesor de Marburgo decía: hay alguien que alcanza efectivamente las cosas mismas que Husserl ha proclamado, que sabe que ellas no son solamente un asunto académico, sino el cuidado del ser humano que piensa, y esto no únicamente desde ayer y hoy, sino desde tiempos inmemoriales; alguien que precisamente porque para él se ha roto el hilo de la tradición, descubre de nuevo el pasado.11

De pronto emergía resplandeciente el tesoro de Menelao bajo el sol de Troya, la helénica hazaña de Heinrich Schliemann adquiría dotes legendarios, el viento pronunciaba los versos de Hölderlin a orilla del Neckar y hasta la indumentaria quedaba recargada de un profundo sentido histórico. Arendt, como el resto de sus compañeros universitarios, no entendía mucho de las lecciones, pero estaba hipnotizada por la originalidad campirana de un hombre que vestía chaleco ribeteado, paño tirolés y pantalón de cuero, contrastando con las lúgubres levitas, acaso de luto por la muerte del Imperio alemán.12 El talento y la creatividad del filósofo encontraron rápido cauce no sólo en la comunidad académica, sino en el alma de muchos de sus oyentes. El vínculo con Hannah Arendt se creó de inmediato. Ella dirá más tarde que Heidegger era, ante todo, un poeta: “Yo sólo escuché e intenté ir dos pasos, encantada por su poesía, pues él era, con toda claridad, un poeta”.13 En el meridiano, Arendt añoraría los días de su primer amor como uno contrariado por las estrellas, una tragedia griega que, de no haber sido porque Heidegger no quiso, hubiera tenido tintes de Romeo y Julieta. Él era un profesor consolidado de más de treinta años, casado y con dos hijos; ella, una muchacha de apenas dieciocho. Brotó el idilio, pero Heidegger se encargó siempre de contener la llama. Nunca le agradó la idea de que las flamas desataran un incendio de pasión. Tampoco quiso cambiar el rumbo de su vida en tiempos convulsos. Su mujer, Elfride, protestante de carácter férreo y que más tarde OPCIÓN 169 EXÉGESIS

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se mostraría bastante entusiasta con el régimen nacionalsocialista, era su Heimat, la seguridad al volver a casa, la organización de la vida y el hogar. Eran los días del expresionismo alemán a tope, del Dr. Caligari y de la profética Metrópolis. El huevo de la serpiente incubaba entre una inflación desmedida y una maltrecha República de Weimar en la que nadie creyó, pero que más tarde se idealizaría. Ni Heidegger ni Arendt pasaban desapercibidos. Convencido de que la tarea del pensador no tenía por qué relegarse al ámbito cerrado del habitáculo universitario, el filósofo de Meßkirch sacaba a la Filosofía de las aulas en enriquecedores excursiones por caminos de montaña. Ella, con su peinado à la garçon, un elegante vestido verde y sus afortunadas intervenciones sobre Kant, pronto se convirtió en centro de atención. La fuerza sugestiva de sus ojos desprendía argentadas chispas que atraían a los navegantes a sumergirse en ellos temiendo no volver a salir a la superficie. Un día lluvioso se encontraron frente a frente. Siguieron las citas clandestinas. Embebida, embriagada de las sentencias de Anaximandro que la enamoran en la alcoba, extática, adora al filósofo. Heidegger mantuvo las aguas en su cauce: ni una palabra del romance a los amigos. Ella guardó el secreto monacalmente. En 1925, en distintas cartas, lo que hace Heidegger es idealizar a su Hannah hasta el punto de convertirla en su musa. Idealización que lo arrojará a escribir Ser y tiempo. Ella añade esplendor, vida y colores. Husserl aparece como deudor intelectual en la dedicatoria, pero ella fue el motor del pensamiento filosófico. Empezaron los lances nocturnos bajo las Pléyades incandescentes. El 10 de febrero le prometía visitarla: “Querida señorita Arendt, aún debo ir a verla esta noche y hablarle al corazón […] El hecho de que usted llegara a ser alumna mía y yo, su maestro, es sólo el origen de aquello que nos ocurrió. Nunca podré poseerla, pero usted pertenecerá a partir de ahora a mi vida, y ésta deberá crecer por usted”.14 En varios fragmentos epistolarios, se advierten los motivos de la obra heideggeriana. En dos misivas está presente la reivindicación de la naturaleza: “Pronto crecerán las flores que cogen tus amorosas manos y el musgo del bosque, por donde tus sagrados sueños van”.15 “Las montañas, los bosques y los jardines se arreglarán especialmente para cuando vuelvas […] Cuando la tormenta arrecia en la cabaña, entonces pienso en nuestra tormenta.”16 También la introduce en sus lecturas favoritas: “Escríbeme pronto, para poder tenerte conmigo en mis conferencias. Vivo mucho con Hölderlin, y por doquier estás cerca de mí”.17 En otras ocasiones, Heidegger se olvida de la reflexión y alcanza arrebatos místicos: La oración silenciosa de tus cariñosas manos y tu frente radiante custodiadas en una transfiguración femenina. Jamás me había sucedido algo así. Bajo la tormenta en el camino de regreso, te veías más alta y hermosa. Y hubiera querido caminar contigo noches enteras. Por favor, Hannah, regálame algunas palabras. No te puedo dejar partir así.18

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14 Martin Heidegger a Hannah Arendt. Marburgo, 10 de febrero de 1925, en Ludz, op. cit., p. 11.

15 Martin Heidegger a Hannah Arendt. Marburgo, 21 de febrero de 1925, en Ludz, op. cit., p. 14.

16 Martin Heidegger a Hannah Arendt. Todtnauberg, 21 de marzo de 1925, en Ludz, op. cit., p. 17.

17 Martin Heidegger a Hannah Arendt. Marburgo, 12 de abril de 1925, en Ludz, op. cit., p. 29.

18 Martin Heidegger a Hannah Arendt. Marburgo, 27 de febrero de 1925, en Ludz, op. cit., p. 14.


El 8 de mayo de 1925, el filósofo bosqueja el mundo que quiere construir con ella, ese espacio intermedio del mundo, ligado a sus disquisiciones sobre el ser:

19 Martin Heidegger a Hannah Arendt, 8 de mayo de 1925, en Ludz, op. cit., p. 29.

20 Rougemont, op. cit., p. 40.

21 Ibid., p. 53.

22 Rebeca Yanke, “Arendt contra Heidegger, amar en tiempos de Hitler”, en Campus, suplemento de El Mundo, núm. 569, 2010: http://www. elmundo.es/suplementos/ campus/2010/569/ 1265151618.html

23 Hannah Arendt a Martin Heidegger. 22 de abril de 1928, en Ludz, op. cit., pp. 65-66.

24 Hannah Arendt a Martin Heidegger. 22 de abril de 1929, en Ludz, op. cit., p. 66.

[…] caminar en silencio junto a ti y sentir tus cariñosas manos y tu mirada grandiosa, sin preguntar para qué o por qué, sino simplemente… ser. Podemos, no obstante, decir que el mundo no es más tuyo y mío –sino que se ha vuelto nuestro. Lo que hacemos y producimos no te pertenece a ti o a mí, sino a nosotros. El frontispicio y los senderos; las mañanas de mayo y el aroma de la floración son nuestros.19

Probablemente, ese espacio intermedio del mundo refiere a ese estadio de los grandes amantes en el que se sienten arrebatados “más allá del bien y del mal” en una especie de trascendencia de nuestras comunes condiciones, en un absoluto indecible, incompatible con las leyes del mundo, pero que experimentan como más real que este mundo.20 El romántico occidental es un hombre para quien el dolor, y especialmente el dolor amoroso, es un medio privilegiado de conocimiento. Así se desee el amor más intenso, en secreto se desea el obstáculo. A falta de él, se lo crea, se lo imagina.21 Un biógrafo de Arendt, Alois Prinz, autor de La filosofía como profesión o el amor al mundo, también evoca ese dichoso espacio: Hannah intuye, más que sabe, que al amor entre ambos le falta algo fundamental, un “espacio intermedio”, como dilucidaría más tarde. Este espacio sólo puede existir cuando alguien ha aprendido que necesita la ayuda de los demás para saber quién es y qué es lo que le une a otros seres humanos. Sólo entonces se produce un diálogo libre de expectativas y falsas convicciones en el que cada uno se muestra como es, sin miedos ni prejuicios. Sin este espacio intermedio el amor “carece de horizonte”, es sólo pasión y se quema entre los amantes como paja.22

De la poca correspondencia que Heidegger guardó proveniente de ese espacio intermedio del mundo se rescatan algunas filigranas. El 22 de abril de 1928, Arendt le escribe dos interesantes párrafos: “Te amo como lo he hecho desde el primer día –eso lo sabes y yo lo he sabido siempre–, incluso desde antes de este reencuentro. El camino que me enseñaste es más largo y difícil de lo que pensé […]. Si existe Dios, te amaré mejor después de la muerte”.23 En 1929, le hizo una petición: “No me olvides […] ten presente cuán profundamente sé que nuestro amor se ha convertido en la bendición de mi vida”.24 Los encuentros furtivos ocurren en un caleidoscopio de tiempos y lugares: en alguna ciudad próxima donde él dicta algún seminario; en nevadas estaciones de trenes; con prisa en días lluviosos o con la calma tímida de arreboladas albas primaverales; en hoteles en Ginebra; cuando la luz de su cabaña esté encendida; en una banca que adquiere proporciones míticas en tanto atestigua a los amantes. A veces Elfride le hace la vida imposible. Con Arendt, en su cabaña, todo eso se desvanece; el pensador se atreve incluso a soñar; alguien le comprende. OPCIÓN 169 EXÉGESIS

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Por eso le regalaba carlinas angélicas (Silberdistel), para que no se le olvidaran las tempestades en la Selva Negra. Pero Heidegger, repentinamente, le recomendó a Karl Jaspers y Hannah se marchó a Heidelberg a esbozar su tesis: El concepto de amor en san Agustín. SENDEROS QUE SE BIFURCAN BAJO EL CIELO TORNASOLADO DE LA GUERRA

“Después de aproximadamente dos años, me salvé al huir. Tomé mis pocos afectos personales y me marché. Sólo dejé algo en Marburgo que nunca pude recuperar: el amor.”25 Así recordó Hannah más tarde su partida. Primero viajó a Friburgo para estudiar con Edmund Husserl. Durante 1926 ocurrieron encuentros intermitentes en Suiza. Luego ella se estableció en Heidelberg y allí concibió un libro sobre Rahel Varnhagen, una judía que vivió entre los siglos xviii y xix. Arendt reprochaba veladamente la pusilanimidad de Heidegger, su indecisión. Con los años, Hannah se hartó y rompió sin escenas, marchándose definitivamente. Se casará con dos personas sin amarlas: Günther y Blüchner. Los tiempos cambiaron en Alemania. Heidegger se convenció de que podía ser una suerte de Führer del Führer, un consejero intelectual de algo que, se piensa, puede llegar a ser un déspota ilustrado. Descubrió en Hitler y en su movimiento un ejército de valquirias capaz de salvar a Europa del peligro de la técnica desencadenada. Hannah estará al tanto de su afiliación al Partido, del famoso discurso por la autoafirmación de la universidad alemana y de la reticencia a visitar a su antiguo mentor, Husserl. Con la entrada de Francia a la guerra, Hannah, como tantos otros alemanes, fue llevada a un campo de detención. Cuando logró escapar, se escondió en Montauban, donde se rencontró con Blüchner. Aprovechando sus contactos con las organizaciones sionistas, llegó a Nueva York. Pronto se labró su propia fama como escritora independiente y alcanzó la dirección de la Jewish Cultural Reconstruction. El periplo de Heidegger con el nacionalsocialismo terminó entretanto. Con la reputación hecha pedazos, suspendido de la docencia y con dos hijos perdidos en el frente, su futuro no se antojaba halagüeño. En la distancia, Hannah se lamenta de que su obra no sea conocida. Entonces decidió ir a encontrase con su viejo amor para estrecharle la mano. Regresó a Alemania en 1949. Todavía no era una autora conocida. Visitó primero a Jaspers en Basilea y después, en Friburgo, le hizo llegar a Heidegger una nota sin firma: “Estoy aquí”. Él seguía empecinado: el olvido del ser condujo a Occidente a la destrucción de Europa a manos del capitalismo anglosajón y del bolchevismo. Predicaba una vuelta a Heráclito, Anaximandro, Parménides, al tiempo que se separaba de Sartre y de su insípido existencialismo. A manera de reconciliación, el filósofo invitó a cenar a Hannah a su casa para que conociera a su esposa. Los años habían pasado, las heridas habían cicatrizado, ahora eran dos vidas separadas. Ella aceptó. Heidegger había confesado todo a su esposa. Alois Prinz rescató una carta de la politóloga a su marido que reseña el encuentro: “Hoy se ha peleado con su mujer; ella le hace la vida imposible 69} EXÉGESIS OPCIÓN 169

25 Fest, op. cit., p. 143.


26 Luis Fernando Moreno, Martin Heidegger, Madrid, edaf, 2002, p. 117.

27 Rüdiger Safranski, Un maestro de Alemania. Martín Heidegger y su tiempo, Barcelona, Tusquets, 1997, pp. 170 y 174.

28 Hannah Arendt, “Heidegger el zorro”, en Hannah Arendt, Ensayos de comprensión, 1930-1954 (trad. A. Serrano), Madrid, Caparrós, 2005, p. 435.

29 Ver páginas 74 y 75.

desde hace veinticinco años […] él, que es un mentiroso contumaz confesó en el curso de la maldita conversación entre los tres que la nuestra había sido antaño la pasión de su vida”.26 A pesar de todo, Hannah lo apoyará el resto de su vida. Le ayudará a publicar sus obras en Estados Unidos. La correspondencia cambió de tono y, a partir de ese momento, versó, en gran parte, sobre publicación de libros, temas editoriales y conferencias al otro lado del Atlántico. El diálogo entre Heidegger y Arendt estuvo cargado de una profunda dimensión filosófica. Equiparándolo a veces con Tales de Mileto, quien, distraído mirando las estrellas, cayó en un pozo, Arendt se preocupó porque la filosofía heideggeriana fuera aprehendida prescindiendo de sus convicciones políticas. Incluso intentó dialogar con él complementando sus conceptos. Él nunca respondió a los guiños. A la crítica de la “caída” en el mundo, replicó con el amor mundi; al Lichtung de Heidegger respondió ennobleciendo filosóficamente la esfera pública.27 Él no leerá los libros de ella o lo hará sólo por cortesía para tener algo que comentarle en las cartas. En el fondo la amaba y lo hizo por mucho tiempo, pero se resistía a aprender de ella. La lucha incansable de Hannah por revertir la imagen pública del filósofo de la corona fue exitosa. Finalmente, logró excusar a Heidegger de sus decisiones durante los años treinta: “Dice Heidegger todo orgulloso: ‘Las gentes dicen que este Heidegger es un zorro’. He aquí la verdadera historia del zorro Heidegger. Había una vez un zorro tan falto de astucia que no sólo caía en trampas constantemente, sino que ni siquiera podía percibir la diferencia entre una trampa y una no-trampa”.28 MARTE Y EL OCASO DE LOS DÍAS

Vencido el ánimo y con el cuerpo rendido hacia el último trecho del camino, Hannah Arendt fotografió a Heidegger en 1967 con una cámara Minox29. Sentado en su escritorio, poco queda del avezado Hermes de antaño; ahora, más bien, recuerda al Marte madrileño de Diego Velázquez: a solas, reflexivo, mirando al espectador. En el cuadro de Velázquez, el dios de la guerra aparece con sus carnes en tonalidad rojiza, aludiendo a la naturaleza irascible y a su temperamento colérico. Sin duda, la representación pictórica velazqueña hace palpables a los sentidos las flaquezas harto humanas de las que adolece este dios –como todo el panteón grecolatino–. Afirmaba la tradición que Venus había hecho

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perder a Marte el vigor y arrojo. La asamblea de los demás dioses juzgó con dureza el adulterio. En el fuero interno de los amantes, evidentemente no operaron los mismos mecanismos de culpa. Prueba de ello es la figura expuesta a la irrisión bajo una luz infamante que muy probablemente represente la tristeza del final de los amores con Venus. Él la añora. Quizá, al final de los días, Heidegger era la viva estampa de ese Marte cansado y abatido. Lentamente, vio extinguirse a Hannah al otro lado del Atlántico, con algunas visitas esporádicas. De Hermes a Marte, el círculo de una comunión entre dos almas, acaecido en un “espacio intermedio del mundo”, se cerró lentamente. Ambos estuvieron en contacto el resto de sus vidas. La última carta que Heidegger envió a Arendt está fechada cinco meses antes de su muerte. También cinco meses antes de su propia muerte, Heidegger envió sus condolencias a Hans Jonas. Aunque ella perdió la celestial ventura y los dulces ojos lánguidos de otros ayeres, se convirtió en una candorosa estrella que, de lejos, vigiló al maestro, mentor, amante y compañero. En 1960, se publicó La condición humana (Vita activa) y Arendt le hizo llegar un ejemplar a Heidegger acompañándolo con una carta que decía que el texto había sido concebido en los lejanos días de Marburgo: “La dedicatoria de este libro está vacía. Quería dedicártelo a ti, al confidente, al que guardé fidelidad, y no guardé, ambas cosas con amor”.30 Hannah visitó a Heidegger varias veces más durante los años se- senta. Entre tanto, Arendt había sumado a su fama de escritora la polémica, fruto de su seguimiento para The New Yorker del proceso a Adolf Eichmann. Se vieron por última vez en 1975. Ella murió en su departamento en Nueva York ese mismo año. Poco tiempo después, él también se fue, con versos de Hölderlin en el aire. Más allá de los detalles particulares, es cierto que la relación estuvo profundamente imbuida por los arquetipos del amor en las cosmovisiones griegas y medievales. Heidegger le abrió nuevos horizontes intelectuales a la mujer oriunda de Königsberg; ella, por su parte, no sólo le tendió puentes de oro en tiempos difíciles, sino añadió la mundanidad suficiente para que sus conceptos hermenéuticos alcanzaran formas definidas. El vínculo fue perenne porque, a pesar de las vicisitudes, lograron salvar ese espacio intermedio del mundo, lograron esa afinidad del espíritu que los alemanes llaman Seelenverwandtschaft.

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30 Pablo de Santis, “Martin Heidegger y Hannah Arendt”, La Nación, 5 de enero de 2003: http://www.lanacion.com. ar/463455-martin-heideggerhannah-arendt


Francisco Osorio Adame Estudiante de Ciencia Política y Economía, itam. Miembro del Consejo Editorial de opción.

1 Apunte en el Diario de pensamientos de Hannah Arendt, agosto o septiembre de 1953, publicado en Hanna Arendt y Martin Heidegger, Correspondencia 1925-1975, Barcelona, Herder, 2000, p. 380.

2 Documento 116, Correspondencia, op. cit., p. 169.

La trampa del filósofo

E

n una fábula está latente la reflexión misma. Cuando Hannah Arendt escribía sobre “el zorro que es Heidegger”,1 breves párrafos enigmáticos que plasmó en su diario, no hacía sino exponer la tensión inherente entre filosofía y política. La apasionada relación entre el filósofo y la teórica es leída, a la luz de los acontecimientos, como el resultado de un choque de fuerzas decisivo. ¿Se puede hacer filosofía política? Interrogante constante en el pensamiento de Arendt, problematiza un encuentro de lógicas distintas: la vida contemplativa, casi neutral al fenómeno mismo, choca con la vida activa, envuelta por una idea de bien. Ya en un entrevista televisiva, la pensadora se libraba del “círculo filosófico” argumentando la imposibilidad natural de esta conjunción. Si el filósofo sólo contempla y piensa el mundo con cierta distancia, la política es el momento de decisión crucial en el que no hay otra alternativa que “estar ahí” (tomar partido, olvidar todo intento por neutralidad). La misma Hannah Arendt, en un ensayo conmemorativo por los 80 años del filósofo,2 advertía de la problemática relación entre filosofía y política. Desde la perspectiva de la morada del pensamiento, en el entorno de esta morada, en “el orden corriente de lo cotidiano” y de los asuntos humanos rige la “sustracción del ser” u “olvido del ser”, la sustracción de aquello con lo que tiene que ver el pensamiento que por naturaleza se atiene a lo ausente.

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La superación de esta “sustracción” siempre se paga con una sustracción del mundo de los asuntos humanos, incluso cuando el pensamiento medita precisamente estos asuntos en el silencio aislado que le es propio. Por eso, ya Aristóteles, con el gran ejemplo de Platón aún vivo en su mente, recomendó de manera insistente a los filósofos no querer jugar a ser reyes en el mundo de la política.3

Heidegger nunca construyó, como tal, un “filosofía política”; sin embargo, la tensión conceptual aparece repetidamente en su vida. Por una parte, si aceptamos la propuesta agambeneana4 de que “toda ontología es una política”, el pensamiento de Heidegger construye, desde Ser y tiempo, al sujeto facticio del que cualquier gran proyecto puede apoderarse. Por otro lado, su experiencia en el rectorado de Friburgo, coqueteo evidente con las filas del Partido Nacionalsocialista, lo posiciona como un pensador, por lo menos en el sentido “universitario”, comprometido con un ideal político. En una carta a Hannah Arendt, casi veinte años después de verla por última vez, Heidegger reconocía su lejanía directa con lo político: “No estoy familiarizado con lo político ni tengo talento para ello. Pero entretanto he aprendido, y en el futuro quiero aprender, aún más, a no obviar nada en el pensamiento”.5 Esta confesión, a pocos años del experimento biopolítico vivido en Europa, nos da luces del choque entre filosofía y política que Heidegger sufrió. El abrupto, potenciado por la contingencia histórica del momento –uno de los totalitarismo más brutales experimentados por la humanidad– se puede entender en dos planos: el papel que, de hecho, jugó la filosofía heideggeriana 73} EXÉGESIS OPCIÓN 169

3 Ibid., p. 178.

4 Giorgio Agamben, La potencia del pensamiento, Barcelona, Anagrama, 2008.

5 Documento 57, Correspondencia, op. cit., p. 90.


6 “Heidegger y el nazismo” en Agamben, op. cit.

7 El ser facticio entendido como ser “hecho”, inesencial y abierto.

8 Correspondencia, op. cit., p. 380.

9 Alain Badiou y Barbara Cassin, Heidegger. El nazismo, las mujeres y la filosofía, Argentina, Amorrotu, 2010.

en la coyuntura política, y las convicciones personales que orillaron al pensador a formar parte activa del gran proyecto. Giorgio Agamben, en un ensayo tan controversial como importante para la contemporaneidad,6 propone releer la empresa nazi en términos de la filosofía de Heidegger. La construcción del proyecto identitario no fue resultado de una empresa histórica, o un destino imperial. Al contrario, el ser-ahí, ser sin destino, ser facticio7 y abierto a las posibilidades, fue el objeto de un movimiento peligroso: la ausencia de grandes tareas, el estar arrojado al “ahí”, fue sacralizado por la política nazi en un movimiento que incluso las democracias liberales de hoy comparten: la vida desnuda, la pura existencia biológica (racial) se convirtió en el nuevo no-destino que terminó destinando. Heidegger fue presa de su propia trampa. En la memorable metáfora del “zorro”, Arendt –¿quién más podría escribir al respecto?– pone en términos simbólicos el pensamiento del filósofo. El zorro, que de joven no sabía distinguir entre “trampas” y “no trampas”, terminó construyendo una “zorrera” (una casa para el Ser) que, sin darse cuenta, se convirtió en su seductora trampa. Heidegger, el zorro, ya nunca más pudo salir de esa morada. Su ontología, efectivamente, se convirtió en el armazón político que no lo dejaría escapar. De ahí que la nota de 1950, en la que parece pedir no volver a “obviar nada en el pensamiento”, testifica el momento en que el zorro se percató de que “la trampa no se identificaba claramente como tal”.8 El punto en que comprendió que toda gran filosofía, como la suya propia, puede ser decisiva, e incluso desastrosa, en el mundo de los asuntos políticos. Esto, claro está, no demerita –como bien puntualizan Badiou y Cassin–9el trabajo completo del pensador. Su breve estancia en el rectorado y sus preferencias OPCIÓN 169 EXÉGESIS

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Fotografías tomadas por Hannah Arendt a Martín Heidegger, 1967.

dictatoriales son incluso “entendidas” por quien fuera la primera víctima de la aproximación política de Heidegger: Todos sabemos que también Heidegger cedió una vez a la tentación de cambiar de lugar de residencia y de “intervenir” en el mundo de los asuntos humanos, que era como se decía en aquel entonces. Y el mundo le sentó bastante peor que a Platón por cuanto el tirano y sus víctimas no se hallaban allende los mares, sino en su propio país.10

10 Documento 116, Correspondencia, op. cit., p. 179.

Arendt “entiende” al pensador, sin justificarlo, cuando observa la tendencia de los grandes filósofos. Quizás todos, inherentemente, atrapados en su propia trampa. A nosotros, deseosos de honrar a los pensadores aunque nuestra residencia se halle en medio del mundo, nos cuesta no considerar sorprendente y quizás enojoso que tanto Platón como Heidegger se acogieran a la protección de tiranos y Führer cuando desembarcaron en asuntos humanos. Esto quizá no se deba a las circunstancias de cada época y menos a un carácter preformado, sino más bien a aquello que los franceses denominan una déformation professionelle.11

La filosofía de Heidegger, aquella que piensa lo abierto del ser-ahí, representó con su natural unidad (y, por ello, cerrazón) la puesta en escena del experimento biopolítico más violento de nuestra época. Filosofía y Política se encuentran, quizás en este punto, como el choque de dos lógicas heterogéneas. La trampa del filósofo – construirse una morada ontológicamente indestructible– es la advertencia que en vida Heidegger, y su confesora Hannah Arendt, nos han dejado como legado. 75} EXÉGESIS OPCIÓN 169

11 Ibid., p. 180.


Andrea Reed Estudiante de Relaciones Internacionales, itam. Miembro del Consejo Editorial de opción.

Bajo la sombra de unas cartas y un espejo alumbrado ¿Quién es Frida sin los dolores causados por el amor de un hombre veinte años mayor que ella? ¿Acaso Frida no es más que lo que moldea su arte? Ella logró, a través del traslúcido toque de sus pinceles en colores, una vivaz representación de su posición frente al contexto Mexicano de aquel entonces.

L

as paredes de azul tintero se recrean conmigo al despertar. Todo toma su lugar y se acomoda en mi memoria; reconozco mis manos y el dolor de mi pierna derecha, como cada mañana. En este momento, miro a los lados buscando la pieza que le falta al reflejo de un bastidor lleno de mi arte en silencio, y recuerdo: es 1939. Me levanto con cuidado, por el dolor de columna, y me siento frente a la profunda mirada negra que se mira a sí misma. Me cepillo el largo pelo negro, lo arreglo en dos trenzas envueltas y las acomodo con un listón –de esos rosas que me gustan. Me miro, y observo que a mis ojos los rodean manchas oscuras –ojos de mapache–, y me aseguro, en una frase ya dicha varias veces en mi mente, que la gente pudo hablar creyendo que moría más rápido cada segundo a tu lado, pero creo que muero doble vez lejos de ti. No estás y te busco sabiendo que no habrá respuesta. Me estrangula pensarte, imaginarte con tu pincel en el mural, que recrea la identidad de nuestro entorno, y tus manos -no quiero saber dónde. Cristina interrumpe mis pensamientos monótonos, al entrar a mi recámara. Me doy cuenta de que nunca dejará de mirarme con esos ojos llenos de OPCIÓN 169 EXÉGESIS

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humillación; espero que pronto comprenda que la he perdonado. Me entrega mi falda negra recién lavadita, y me dice que quiere ayudarme a ponerla, pero pienso: “yo puedo, estaré coja pero no pendeja”. Finalmente, insiste y me quedo quietecita. El sol araña mi cara con gotitas de luz blanca. El patio tiene la misma apariencia que ayer: la mesa sigue con los cigarrillos que tire, con restos de lagrimas de ojos enrollados y otras hojas arrugadas y rayadas. Me siento a pensar en ti, mi Diego, a asegurarme que solo a ti he amado; he podido tener encuentros efímeros en breves contextos, todos ellos con almas limpias –algunas rojas. Se que he sido amada, he inspirado poemas y retratos, pero también me percato de que ningunas manos me han estremecido como las tuyas. Creo que aún tenemos tiempo, ¡solo van diez años de locura!. Necesito alimentarme más de ti, tengo el instinto de cuidarte y hacer de mi casa tu hogar, aunque entiendo que no eres ni serás esposo de nadie, más que de tu arte, supongo. Estos dolores de mujer desconsolada vienen de ti, mi amor. ¡Ay Diego! No puedo imitarte, ir de uno a otro, de regreso al mismo. Me llenas de angustias, me llenas de 77} EXÉGESIS OPCIÓN 169


lamentos y tristes recuerdos. Soy hija de la revolución, madre de ningún hijo tuyo ni de nadie, y esposa del mejor artista de México. ¿Dónde están mis poemas? Aquellos que me escribías cuando estaba en cama, esos días de puro dolor terrenal. Encuentro mi bastidor ya comenzado, regreso a tu arte que es mío al recrear mis miedos, mi realidad en colores que no son surrealistas. No duele como en la columna ni la soledad en cama. Mientras pinto enmascaro mis labios bajo escaso bigote y recalco mi identidad junto con la tuya. Pinto con hermoso tiempo inédito entre el pincel y la armonía que roza el movimiento de mis brazos, e enrollándote como mi bebé. Nos abraza la madre tierra, nos bendice con polvos de barro, los mismos que construyeron este país de frustraciones y recelos. El universo nos permite ser, al recrear un amor que se alumbra de pinceles estrategas. Un amor guardado en imágenes que permanecen detrás del mural, en estampillas con mis trenzas, en la gente que te menciona, que me menciona, para convertirse en un amor inseparable con el paso del camino temporal. Nuestro amor destroza el tejido universal que nos une, pero parece que es eterno o indestructible, porque solo no se esfuma. Dibujo y te dibujo en la representación de mí, porque eres ese cachito que fue arrancado de mí como la hoja de un libro. Te quiero, Diego, como una madre que nunca tuvo hijos, aunque me ahogue de celos, me llenes de angustia y me atravieses de engaños. Somos inspiración del otro y deseo de nosotros, juntos. ...en fin, patrañas y recuentos de historias sin trama, yo solo digo lo que es, y siempre irás por el camino que desees. Cierro los ojos sin la esperanza de encontrarte por la mañana.

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Las glosas del emperador

Robert Mapplethorpe, Ken Moody and Robert Sherman, 1984.

O

curren en la vida de los seres humanos momentos empíreos u océanos adheridos de un profundo terror, y es que las demarcaciones impuestas por la experiencia significan dejar a un lado la ingenuidad para dar paso a la realidad. Nada tan distante de los ideales que confrontarlos con lo que sucede. Las perlas de la conciencia surcan abismos que las engullen con el placer de la gula y que el pasado enmarca en un cuadro que cimbra, para siempre, nuestra existencia. Lo decisivamente importante se esconde entre sombras. Quizá algo así sintió Arthur Rimbaud cuando le escribía a su antiguo profesor Georges Izambard, recordando con insistencia, pero también con asco y sorpresa, la realidad de lo que le había sucedido en París. El poema que adjuntó a la carta revela una profunda ruptura (el título mismo ya nos da una pista: Mi corazón atormentado), una laceración que hervía bajo la epidermis de un desequilibrio amenazador coludido con el pasado o el hechizo de un desequilibrio que lo 79} EXÉGESIS OPCIÓN 169

Guillermo Fajardo Sotelo Estudiante de Derecho, itam. Tiene dos novelas publicadas: Lo que no aprendí de la vida y Los últimos versos que te escribí.


1 Enid Starkie, Arthur Rimbaud, una biografía, Madrid, Siruela, 2007, p. 102.

2 Arthur Rimbaud, Prometo ser bueno: cartas completas, España, Barril y Barral, 2009, p. 266.

3 Ibid., p. 288.

4 Ibid., p. 40.

5 Rimbaud, Prometo ser bueno, op. cit., p. 34.

marcaría de por vida. Enid Starkie1 supone, citando a Delahaye, amigo de Rimbaud, que este último había sido violado por unos soldados en el cuartel de la rue Babylone durante una escapada de su aburrido pueblo de Charleville a París. Comienza ahí la aventura simbolista, mágica, cabalística y abigarrada de Arthur Rimbaud. En su correspondencia se encuentra un afán de normalidad y una línea de entrega hacia la felicidad. No hace mención a la literatura, ni a sus poemas, excepto en las primeras cartas. Trabajó en África porque quería regresar a Francia y llevar una vida que lo preparara para el olvido, que le allanara el camino de la memoria cortoplacista o una tierna descendencia que le cuidara sus estertores. Las cartas a su madre y a su hermana otean orillas límpidas, imágenes cálidas y una Francia reverdeciente. Quería encontrar a “alguien que me siguiera en mis peregrinaciones”,2 y no fue otra cosa lo que buscó: “Adiós boda, adiós familia, adiós futuro. Mi vida ha quedado atrás, soy un trozo inmóvil, una sombra de lo que fui”.3 El niño Rimbaud, que en su Temporada en el infierno ofrece una sardónica entrega de versos, quería ser normal. Buscaba ser feliz. Y le prometió a Verlaine, con una vehemencia tormentosa y un tacto estremecedor, que la fascinación por sus versos trascendía el veneno de sus relaciones. Que regresara: Sí, soy yo quien se equivocó. No me irás a olvidar, ¿verdad? No, no puedes olvidarme, yo te llevo siempre conmigo. Dime, contesta a tu amigo, ¿acaso no debemos seguir viviendo juntos? Sé valiente, contéstame pronto. No puedo quedarme aquí por mucho más tiempo. No escuches más que a tu buen corazón. Rápido, dime si debo ir en tu busca. Por ti, toda mi vida. Rimbaud.4 El amor se va cuando siente necesidad de ausencia. Cuando palpa dolores en la memoria. Cuando arrecia contra frentes de expuesta indiferencia o de velado desencuentro diario. Las borracheras, el idilio francés, la obertura franca de la vida. El desarreglo de los sentidos del que hablaba Rimbaud lo encontró en su par, en su eternidad, en su espejo: Paul Verlaine. Éste, “que ya estaba cansado de su joven y embarazada mujer, encontró en Rimbaud el escape que necesitaba”.5 Quizá el propio Verlaine regurgitaba monotonía: quería divorciarse de la normalidad. Y, fruto de esta relación, ocurrió en Rimbaud la inspiración en las letras. Sombras que lo guiarían, pero encuentros que lo marcarían. Desesperación por la inestabilidad, pero idilio directo por la entrega. El apasionado Arthur derrochó iluminaciones y pugnó en su interior por la paz. Halló improntas de OPCIÓN 169 EXÉGESIS

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justicia que lo reivindicarían muchos años después, pero también tatuajes en la niebla que lo confrontarían a escribir. Los espasmos en su vida crearían episodios huecos que, irónicamente, lo ayudarían a crear una obra magnífica. Su poesía es sigilosa respecto a los infiernos, pero expuesta ante los condenados. Gráficamente abigarrada y continuamente reinterpretada. Símbolos que se mueven y marchan en el festín de la confusión. Demonios, esqueletos, perros desahuciados, vírgenes infernales, pero también telas de araña, soles, naturaleza. La indecisión del organismo por encontrar revuelo en regodearse con lo voluptuoso o la fe cristiana y lo reprimido para identificarse con lo sacro. Esas son las fronteras de Rimbaud. Esas son las demarcaciones que Verlaine le impuso. Que meó. Que amó. Y fue suficiente para pedirle a las musas o a su atribulado infierno que le permitiera poseer la verdad. Se burló de la representación de las virtudes y hurgó, ufano o escondido entre los pliegues de su pluma, una suerte de redención anticipada que creyó encontrar en Paul Verlaine. Su poesía se confecciona con hilos entrelazados de cielo e infierno. Subidas constantes y bajadas veloces. Todo en Rimbaud se siente destruido. Flanqueado por una búsqueda. Resguardado por el infierno. EL VIDENTE

Nuestro poeta nació en Charleville el 20 de octubre de 1854. Su padre fue un militar exitoso y su madre una mujer de embates cristianos combinados con una moderación de las formas y un sigilo de lo privado. Basta leer la carta que le mandó a Izambard con motivo de su molestia por el hecho de que Arthur leyera Les misérables de Victor Hugo.6 No es co- incidencia que Rimbaud usara todo este muro de consideraciones conservadores para después destrozarlas en su intento de convertirse en un vidente, en un iluminado. Arthur era un alumno excepcional. Ganaba concursos y siempre estuvo en los primeros lugares en todo. Cuando llegó Georges Izambard, su futuro profesor en el Instituto, no se imaginaba la influencia que tendría en la vida de Rimbaud. Un niño abandonado por su padre, en un aburrido pueblo cerca de la frontera con Bélgica y con dotes propios del genio. Era aún muy temprano para que Rimbaud desarrollara su teoría literaria y de la función del poeta. En clase se mantenía callado y atento. Solamente una vez Izambard lo vio comportarse mal, cuando en clase Rimbaud le pasó un papel a uno de sus amigos. El profesor lo interceptó y descubrió que no había nada en él. Rimbaud le aventó un diccionario a su acusador. ¿Pero qué fue lo que ocurrió para que Rimbaud, años después, terminara trabajando en París, en África y muriera prematuramente? La línea de la vida supone rupturas diarias. Lo que antes considerábamos verdadero, ahora está marcado con el hierro de la duda; lo que antes era blanco, ahora está manchado de hollín. Fue, aparentemente, su despedida de Izambard lo que inició el mecanismo de fuga del niño bueno. Las migajas de la inocencia darían paso a múltiples resabios que arrastraría. Se lo reprocharía en dos cartas: “...su obstinación en reincorporarse al pesebre universitario –¡perdón!... ¡Pobre! Pero usted terminará como 81} EXÉGESIS OPCIÓN 169

6 Starkie, op. cit., p. 62.


7 Rimbaud, Prometo ser bueno, op. cit., p. 22.

8 Arthur Rimbaud, Iluminaciones, España, Poesía Hiperión, 2008, p. 121.

9 Rimbaud, Prometo ser bueno, op. cit., p. 13.

un satisfecho que no ha hecho nada, porque nada ha querido hacer”.7 Y en otra, que le escribe a Paul Demeny: “Hay que ser académico –estar más muerto que un fósil– para completar un diccionario, sea del idioma que sea”.8 Aproximadamente un mes después de la partida de Izambard, Arthur le escribe a su antiguo profesor, diciéndole que “[m]i ciudad es mucho más idiota que todas las otras pequeñas ciudades de provincia […] Estoy desorientado, enfermo, furioso, tonto, estupefacto: esperaba poder tomar el sol, dar paseos infinitos, descansar, viajar, tener aventuras, vagabundear como un bohemio, en fin. Esperaba sobre todo leer periódicos y libros… ¡pero nada!, ¡nada!”9 Días después de escribir esta carta se escaparía a París. Algo movió los cimientos del antaño buen estudiante e hijo de familia. Las tormentas emocionales suceden de improviso y cuando las abstracciones de la conciencia comienzan a formarse. Un mecanismo desconocido operó en Arthur que de pronto se hartó de lo que le rodeaba. El molde del adolescente Rimbaud se estaba preparando para recibir una vida triste que sólo él mismo podría indultar. Pero no lo hizo. Siguió donde Baudelaire, su máxima influencia literaria, había dejado. Después de escribirle a Izambard desde una cárcel de París, preso por no pagar un boleto de tren, pidiéndole que intercediera por él, Rimbaud se fue a vivir tres semanas con las tías de su profesor antes de emprender el regreso a Charleville. Rimbaud se volvería a escapar en octubre de 1870. No fue sino hasta el 25 de febrero de 1871 cuando experimentaría, de nueva cuenta, la libertad: esta vez para regresar a París y después a Charleville con una terrible OPCIÓN 169 EXÉGESIS

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Vincent Munier.

experiencia a sus espaldas. A partir de ahí habrá reminiscencias del niño que fue, pero en su mayoría se vislumbra y atiende un cambio demasiado brusco, demasiado rápido: Yo también voy por el buen camino, me hago mantener cínicamente: desentierro antiguos imbéciles del colegio; todo lo que puedo inventar estúpido, malo, tanto de acto como de palabra, se lo doy; me lo pagan con cañas y vasos de vino […] Quiero llegar a ser poeta y me esfuerzo en convertirme en vidente: no lo comprende en absoluto y no podía explicárselo. Se trata de llegar a lo desconocido mediante el desarreglo de todos los sentidos.10

10 Rimbaud, Prometo ser bueno, op. cit., p. 22.

Este desarreglo lo lograría mediante las drogas y el alcohol, pero también con la influencia del autor de Las flores del mal. Baudelerie tenía una especie de teoría platónica que enfocaba en el arte: “Creía […] que todas las cosas del mundo material se corresponden con los objetos del mundo espiritual, y son por tanto imágenes imperfectas de la belleza celestial”.11 Así mismo, Baudelerie creía que soñar era muy importante: “Soñar magníficamente, no es un don que se conceda a todos los hombres. La facultad de soñar es una facultad divina y misteriosa, porque mediante el sueño el hombre se comunica con el mundo tenebroso que le rodea”.12 Aunado a estos pensamientos, a todas las emociones que resguardó celosamente, y al himno que Baudelerie hace del hachís (a pesar de insistir, 83} EXÉGESIS OPCIÓN 169

11 Starkie, op. cit., p. 143.

12 Ibid., p. 147.


12 Idem.

13 Starkie, op. cit., p. 426.

después, que “[t]oda persona que no acepta las condiciones de la vida vende su alma”),12 Rimbaud inicia su peregrinación. Quería él modificar la vida, su realidad. Los escritores ocultistas –Baudelaire, la Cábala y ciertas obras de magia– le proporcionaron el material que necesitaba. Quería ahondar en el infinito, rastrear las pruebas de la desgracia humana. Todo le asqueaba: desde su mojigatería hasta su timidez con las mujeres, pasando por su madre y Charleville. En una Temporada en el infierno, Rimbaud sufraga con extraordinaria lucidez los gastos de su pasado. La manipulación de imágenes escondidas por simbolismos atrae una cantidad inaudita de insurrecciones contra él mismo. Después de crear esta obra, a los veinte años, abandonó por completo la literatura. Sin embargo, parece que deseaba seguir por este camino: Si su intención era abandonar la literatura, ¿por qué sus poemas en prosa le interesaban lo bastante como para hacer copias al año siguiente, en 1874, cuando se hallaba en Londres? ¿Y por qué trató de conseguir que se los publicaran en 1875? Si se proponía abandonar la literatura, ¿por qué, en octubre de 1873, se calificó de “homme de lettres” en el registro de la policía de Bruselas, cuando fue a recoger los ejemplares de Une saison en enfer?13

PROPUESTA DEL CORAZÓN

14 Ibid., p. 184.

A Paul Verlaine, casado con Mathilde Mauté de Fleurville, le gustaba mucho la vida bohemia. Era poco lo que tenía en común con su joven esposa, excepto que su suegra era una mujer ávida de reconocer y cooptar talentos nuevos. “A la señora Mauté de Fleurville le enorgullecía pensar que su yerno, Paul Verlaine, estaba considerado en los mejores círculos literarios de la época como poeta con futuro…”14 La de Mathilde era una familia acomodada. Cuando Verlaine recibió una carta con varios poemas de un tal Arthur Rimbaud, quedó impresionado. Fue por sugerencia de la suegra que invitaría a Arthur a vivir con ellos. No sabía, por supuesto, las consecuencias que este hecho desencadenaría. A partir de ese momento, la relación Rimbaud-Verlaine fue pudriéndose con altibajos hasta alcanzar un grado de locura que los encadenó: la erótica línea de su relación se transformó en una sustancia que los atrajo para después destruirlos. Arthur plasmaría la angustia que sintió en Una temporada en el infierno, en donde las antipatías, barrancos y cumbres escarpadas, motivarían escapadas psicológicas de disociación con ellos mismos. En una estrambótica combinación de citas bíblicas y tinieblas, un esposo infernal y una virgen necia, loca, desdichada, mantienen conversaciones que los unen pero que también los separan. Precisamente es esta relación abatida por desencuentros en donde podemos rastrear huellas de pasión, pero también de una feroz confrontación. El otro, Verlaine, no es sino un espejo merecido del propio Rimbaud; la justa proporción entre sus versos y su realidad se dibuja en el sometido Verlaine. Fue una inspiración demoledora. En lugar de construir encantos, homenajeó destrucción: pensó que la disolución de la personalidad en el infierno no contenía más que vacío. Es una ruptura total con lo que creía. Fue en parte Verlaine quien motivó este sentimiento, OPCIÓN 169 EXÉGESIS

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Robert Mapplethorpe.

pero también un pasado que lo decepcionó. El amor de los poetas consiguió eclosionar en una estación temporal que tuvieron que abandonar por el temor de Arthur a la insustancialidad. Quizá idealizó tanto el amor que lo experimentado le decepcionó. Buscaba un amante sobrehumano. Un corazón que únicamente sangrara por él. ¿Supuso alguna vez Rimbaud que Verlaine sería capaz de hacerle daño? ¿Estaba consciente Verlaine del espíritu indómito del poeta? Sobre todo, ¿fueron felices? Con el amor diario necesitaríamos de epígrafes para explicar el día a día: explicaciones al pie de las páginas que nos ayuden a mecer el sonido de su relación. Para Rimbaud, Verlaine fue el pretexto que usó para descender. Para Verlaine, Arthur fue la justificación que usó para escapar. 85} EXÉGESIS OPCIÓN 169


15 Rimbaud, Una temporada en el infierno, op. cit., p. 107.

16 Rimbaud, Prometo ser bueno, op. cit., p. 22.

Una temporada en el infierno es avasallante, pero a veces incomprensible. Es complicado desentrañar la verdad detrás de la tinta y de los pensamientos de Rimbaud. Se trata de un descenso culminante en donde se palpa su resquemor: navegando al margen de la vida; buscando pústulas que revienten y expliquen su malestar; desnudándose ante los ojos de la Biblia y martillando los clavos de un ataúd autoimpuesto. Mutilación expuesta, Rimbaud se atormenta por no saberse él. Las consecuencias de su destrucción son las ventanas y puertas de una casa antes blanca, pero ahora remedada del más puro espanto. Las lesiones interiores marcarían ese camino subterráneo, recóndito y amaestrado para una constante turbulencia amatoria: Verlaine. El genio surgió por una existencia atribulada y una vida en el puerto de la zozobra. El cortejo de su infancia resultó ser una falsa salida para enfrentar la vida adulta. Buscaba algo: reverberar su propia ausencia para que alguien lo viese, caminar sobre tablas de salvación, auparse a sí mismo para reconocerse. Se entiende, entonces, el final de su obra: “…y me será permitido poseer la verdad en un alma y un cuerpo”.15 ¿Qué alma? ¿Qué cuerpo? No importa. Cumplió Rimbaud su propia sentencia. “El sufrimiento es enorme, pero hay que ser fuerte, haber nacido poeta y yo me reconozco poeta.”16 El auditorio que dejó su poesía es la admiración profesada a un genio que cayó en el pozo infinito de su incomprensión. Sus versos están marcados de insatisfacción y complejos superpuestos, traslapados. La libertad que ansiaba encontrar en una vida normal se vino abajo por sus constantes atropellos y por el brebaje de las ideas que aspiró. Los infiernos descritos son una pequeña glosa de las emociones del emperador. Nada más y nada menos que el guiño del poeta para entenderse a sí mismo: la única y perpetua confesión de sus verdaderos infiernos.

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Unión Sueño de unión total con el ser amado.

Natalia de la Rosa Hilario Diplomado en Creación Literaria, inba. Pasante de Letras Modernas Inglesas, unam. Profesor de Comunicación Escrita, Asociación Mexicana de Cineastas Independientes.

Egon Schiele, Friendship, 1913.

roland barthes1

S

obre el sexo, el director de cine Woody Allen alguna vez dijo: “Love is the answer –but while you’re waiting for the answer, sex raises some pretty interesting questions”.2 Cuando el amor y el sexo entran en juego en las relaciones personales quedamos, inevitablemente, atrapados en la red de definiciones que invocan –demandan, de hecho– una etiqueta para todo. Al evocar mis días adolescentes, la pregunta más temida entre chico y chica era: “¿Qué somos?”; a más de quince años de distancia, he comprendido que aquella pregunta encierra el meollo de las relaciones de pareja. La forma como nos representamos a través del sexo y el amor ha sido configurada por nuestras definiciones sobre el matrimonio, el noviazgo, los 87} EXÉGESIS OPCIÓN 169

1 Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso, México, Siglo xxi, 2009, p. 245.

2 “El amor es la respuesta – pero mientras se espera la respuesta, el sexo ofrece algunas preguntas bastante interesantes.”


Egon Schiele, Two women, 1912.

friends-with-benefits, las “movidas” y los amantes. Me parece que es en una deformación de este último, en un devenir de los llanos amantes que denominaré “amantazgo”, que cabe la posibilidad de una complicidad trascendental, de la unión a partir de la distancia. El amantazgo escapa de cualquier intento de categorización dentro de las relaciones propiamente formalizadas; no depende de instituciones o documentos, ni tampoco presupone lazos filiales entre los involucrados; presupone, en primera instancia, un no-lugar en donde las partes gozan de privilegios carnales que desarticulan las prácticas de amor y sexo. Aquí no tengo en mente el tipo de relación de favores y concesiones sexuales, encuentros extramaritales o al simple noviazgo como estadía previa al matrimonio. Me refiero a los amantes como posibilidad alternativa al compromiso, como cómplices sexuales dispuestos a compartirlo todo, la soledad y marginación, el riesgo y placer, la distancia y la amistad, la libertad y la franqueza. El amantazgo no como un “tener” amante, sino un “ser” amante; una existencia a contra-cuerpo propia de los discapacitados emocionales, al margen de cualquier estandarización y etiqueta de sus quereres y del deseo que se acuerda en la convivencia del encuentro furtivo. OPCIÓN 169 EXÉGESIS

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El amantazgo, entonces, constituye un laboratorio de duda y experimentación íntima sobre el amor, un mapa en blanco de búsqueda transgresora y descarada del amor carnal, aderezado con los fluidos del deseo. El amantazgo se erige como un lugar que no existe, pues presupone una articulación del encuentro ex profeso para sentir el cuerpo en el otro en un acto transgresor y clandestino; es una relación expresamente sexual, una demanda abierta del otro, de su cuerpo, y una consumación del deseo con profundidad ética, en un deliberado escape a nuestro sistema de relaciones en pareja. Se vive en la dimensión imaginaria del amor, en la ficción narcisista que encubre el deseo y mitifica el objeto de deseo. El principio lacaniano del estadio del espejo sugiere una identificación con nuestra propia imagen como principio constitutivo del yo, creando así un imaginario primordialmente narcisista que resulta escenario para la realización de nuestras fantasías. El amantazgo, como relación fuera de la red de significantes y del registro simbólico, se presenta como un fantasma que escapa de la inscripción dentro de nuestro sistema relacional del sexo y el amor, permaneciendo al margen y en el anonimato. Aquí es donde empieza el amor: en la posibilidad de construir un hábitat para la floración del deseo. En su dimensión diacrónica, el amor es mutable, tiende a madurar, a cambiar y con ello trastorna la imaginería inicial y original del erotismo puro; tiende a inscribirse en compromisos y ritos cotidianos que pueden consolidarlo o, en el peor de los casos, aniquilarlo. Sin embargo, la expresión del amor erótico no se limita a este eje, sino que aflora sincrónicamente y sus manifestaciones son, en la mayoría de los casos, reprimidas, o bien, expresadas en la infidelidad esporádica, la cual, al producir culpa y arrepentimiento, refuerza el compromiso con la forma de amor canónico. En este sentido, las relaciones personales eróticas y sexuales, del amor como el deseo, incitan pero no satisfacen. Responden menos a una meta que a un propósito; el deseo no depende de su satisfacción, así como amar es “dar lo que no se tiene”3 para alguien que no existe. Es una aparente paradoja, pues se enuncia el amor como un exceso y no como una carencia, y el otro nunca es eso que pensamos que es, el objeto de nuestro deseo. Mientras que podemos satisfacer nuestras necesidades vitales, lo anterior se entiende como una demanda que, por definición, es imposible de ser satisfecha. La demanda del objeto de deseo es específicamente la demanda de la actitud del otro para con el deseo, donde se enfatiza tanto la producción del deseo dirigida a producir más deseo como los índices de la relación intersujetiva. En el amantazgo se da una especie o cualidad de “nosotros” informal y subrepticio alineado con lo arbitrario y con lo inesperado para amar algo en ti más que a ti mismo sobre el acto de dar lo que no se tiene; el relacionarse con el otro perturba estados de ser debido a que no surge de dos totalidades, sino de la imposibilidad de su construcción. El amor ocurre desde la violencia de la diferencia, en cuanto un sujeto elige a otro sujeto imperfecto para destacar sobre todas las cosas. En palabras de Slavoj Žižek, la medida del amor verdadero es poder insultar al otro y, en este sentido, “no hay un juego de seducción erótica políticamente correcta”, 89} EXÉGESIS OPCIÓN 169

3 Barthes, op. cit., p. 246.


4 Žižek Slavoj, “The One Measure of True Love is: Y ou Can Insult the Other”, en Lacan dot com, http://www. lacan.com/zizek-measure.htm, entrevista del 15 de noviembre de 2001.

sino algo profundamente violento en declarar el amor y en hacerlo: “Te quiero, te deseo, te amo”.4 Žižek afirma que el amor es una opción forzada, porque sólo pasa en retrospectiva: se dice que se ama a alguien ya que es amado, se elige (declara) retrospectivamente. No es que el amor sea coercitivo, en realidad son las acciones que acompañan al amor las que determinan el estado de amar, ya que a final de cuentas el acto más violento de todos es la indolencia —no hacer nada por completo. El amantazgo es el estado de los amantes donde amar es un fenómeno al límite de los confines de lo imposible. Como si pudiéramos volver a la vida a través del amor, pareciera que la única experiencia que enmarca lo real del amor es el contacto auténticamente violento y abierto con otro ser humano, tal como el choque de los cuerpos en la relación sexual a pesar de todos los tabúes, peligros y condenaciones morales. El estado de los amantes atraviesa cuestionamientos de voluntad, renuncia, amenaza y confianza por medio de dinámicas de confrontación, provocación y diferencia. De ahí que el amantazgo sea un hábitat de formas relacionales introspectivas/extrospectivas, íntimas/éxtimas y de proporciones éticas que evidencia que somos precarios y vulnerables en inevitable afectación/afección por el otro. El amor es un acto de perversión, pues cada vez intercam bia el eje del mundo de maneras insospechadas; no es bello sino que persigue aquello que le parece serlo a costa de correr riesgos aparentemente ilógicos. De esta forma, el amantazgo se erige como la alternativa a todo aquel dispuesto a la renuncia y confrontación del orden. Propone la aceptación de la imposibilidad del amor en el acto mismo de hacer el amor y, en este sentido, existe solamente en la transgresión y en el momento efímero del éxtasis. Las distancias pueden parecer remotas hasta que se recorren; el arte de amar por amar es extraño, hasta que se habita en él.

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Júrame

Podría unir mi vida uniendo casualidades. najwa nimri, los amantes del círculo polar.

Eikoh Hosoe, Embrace, 1971

C

inco cuarenta y cinco de la mañana y me despierto súbitamente. Recuerdo que debo volver a casa, alimentar a los perros y recoger a las niñas, que están con su papá. Me levanto con determinación mientras pienso en todas las cosas que compartimos tú y yo, en la vida, en tu cuerpo caliente, en esa cama de hotel con cucarachas en el baño, en el “nosotros” que guardamos en silencio… en la noche anterior, en tantas madrugadas. Sumergida en lo que parece un recuerdo vívido que me quita el frío por completo, jalo mi ropa para arreglarme y partir. —¿Te imaginas cómo será la vida cuando tengas cincuenta? –te dije tendida en la cama, aún vestida, queriendo jugar un poco. —No. Nunca me he imaginado tan viejo. —Me gusta la idea de tener cincuenta y seguir visitando juntos algunos hoteles del centro. —No sé qué tan emocionante sea tener esa edad y seguir con esto. Me quedo en silencio. En realidad no lo había pensado de esa forma. Seguir juntos a esas alturas de nuestras vidas significaría que continuamos solos. Me miraste para preguntar si quería la luz apagada o prendida. “Apágala –dije–, luego molesta cuando me da en la cara.” Todo quedó en una profunda oscuridad.

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Ylla Kannter Licenciada en Lengua y Literatura hispánicas ,unam. Autora en la antología de poesía erótica iberoamerica, (2012) e investigadora independiente en literatura tradicional y popular y lingüística social.


Auguste Rodin, Danaïd, 1890.

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Buscaste mis labios para besarlos con ternura. Mis pezones se endurecieron con ese beso. Te acaricié la espalda y con las yemas de los dedos también dibujé tus pómulos, me enredé en tus rizos, jugué con tu barba. El silencio que nos abrazó me fue relajando poco a poco; tus manos me reanimaron en un segundo. Siempre me he preguntado cómo puedes leer mi cuerpo con tanta facilidad. Tus dedos siempre han tocado el punto exacto, y el ritmo de nuestras respiraciones se sincroniza en un instante. Tu lengua bajó hacia mis pechos. En ese momento pensé en el mar, en la sal cuando se pega al cuerpo. Una de tus manos se posó en mis nalgas, la piel se estremeció y sentí tu lengua detrás de la oreja. Suspiré lentamente, con entrega; me dejé caer en ese remolino de sensaciones que siempre empiezan en mi coxis y se agolpan en los muslos. Con cada beso buscaste mis brazos, mis manos, para que también te apretara hacia mí, para que acariciara tu cara, mis dedos para enredarlos en tu cabello, para dibujarte los tatuajes del pecho. Supe que querías ir lento, con cariño para despedir el año con el cuerpo; ese cuerpo que no expresó una palabra pero que dejó sentir que me extrañabas, que te hice falta en este tiempo. Es curioso cómo ninguno quiso romper el silencio diciendo aquello que sentía, que seguimos sintiendo aunque no estemos juntos. Y tus manos encontraron refugio entre mis piernas; en ese momento todo se concentró en aquel punto y una corriente eléctrica me hizo convulsionar. Murmuraste algo a mi oído. Algo que sólo es nuestro y no repetimos nunca. A veces quisiera tener esas frases que nunca contesto anotadas en algún cuaderno, algo que me diera la certeza en el futuro de que todo aquello ocurrió. Tu respiración se agitó, fue la señal inequívoca de que nos convertíamos en bestias y el placer no sería contenido. Nos entregamos en cualquier posición, en todo momento, hasta que chorreamos sudor y mis gemidos se oyeron más allá del pasillo. Después hicimos una pausa y jugamos un poco. Recordamos más momentos e inició el recuento de la historia. —¿Te acuerdas cuando cogimos en el parque? Me reí antes de poder contestarte. —Sí, claro. Recuerdo que terminaste muy rápido y decías repetidas veces: “Te juro que soy normal”; no paré de reír en un buen tiempo. —¡Claro que no! Eso no lo recuerdo… Te interrumpí con besos en la entrepierna; acariciándote la piel desde la pantorrilla hasta tu sexo. Dejamos de hablar para quedar abrazados, tocando de cuando en cuando la piel del otro. —¿Y te acuerdas cuando llegó mi mamá con las niñas a mi casa? Ahora tú reíste a carcajadas. —¡Cómo olvidarlo! Tuve que vestirme en un segundo, esperar en tu recámara hasta que pudiera salir. —Hace mucho tiempo que nos conocimos. ¿Te acuerdas? —Sí. Lo primero que pensé fue “qué tipo más pedante”; recuerdo que caminaste cerca de mí y no te detuviste a ayudarme con la carriola atorada. —¡Pero regresé! 93} EXÉGESIS OPCIÓN 169


—Pero ya había pensado que eras un pedante. Tenías una camisa de cuadros cafés. No sabía que eras el maestro hasta que empezó la clase. Por un momento creí que me correrías del salón por llevar una bebé. —No lo pensé, pero hubiera sido buena idea, me distraje mucho aquel día. Nunca te he preguntado, ¿por qué la llevaste? —Álvaro quedó de pasar por ella a la guardería y nunca llegó. Tuve que llevarla conmigo, era eso o perderme la primera clase del semestre. Nos quedamos callados un rato. Volviste a romper el silencio después de acariciarme el cabello. —Has cambiado mucho desde entonces. Me gustas más ahora. Te levantaste al baño y te seguí para mirarte la espalda mientras orinabas. “¿Me espías?”, dijiste entre risas. —Me das curiosidad. Debe ser extraño orinar de esa manera. –Hice una seña para simular tu pene y te echaste a reír–. ¿Le ponemos un nombre? Y tu risa fue aún más fuerte. Volvimos a la cama y te dije que el baño tenía bichos, tuviste que acompañarme porque te convencí de que tenía miedos extraños; abriste la regadera y dejé que me llevaras hacia tu cuerpo mojado, te gusta el agua tibia y mis poros se abultaron casi instantáneamente por el frío. Entonces me besaste otra vez y quitaste las gotas que pendían de mis senos, primero con total delicadeza, después con necesidad y urgencia. De nuevo no dije una palabra. Sólo te miré fijamente y tomé tu cara entre mis manos, te besé los ojos, la nariz y nos hicimos uno mientras el agua seguía corriendo y los gemidos de ambos se ampliaban con el eco del baño. Empecé a temblar. Fuimos a la cama y me cubriste con una cobija, nos abrazamos y me contaste cómo era el Mar de la Plata hasta que me quedé dormida. Soñé con las olas. Y desperté a las cinco cuarenta y cinco. Me gusta levantarme en la madrugada, tocarte el sexo, coger entre sueños, dejarte medio dormido en la cama cuando me despido y salgo del cuarto. Siempre te doy un beso en la espalda y otro en la frente antes de irme. Son ya las seis con veinte y salgo de prisa para llegar al metro. Hace mucho frío y la ciudad

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a esa hora parece una muy diferente. Algunos mariachis ebrios aún cantan en las banquetas, ya perdieron el porte y la galanura de sus trajes, están sentados abrazando sus violines y trompetas. A un par de cuadras del metro, un mariachi sale intempestivamente de un bar. Choca conmigo y me asusta. Se disculpa y me cede el paso. Le sonrío más por nervios que por gusto. Camino rápidamente para no tener más sobresaltos. Y escucho que alguien viene detrás. Miro de reojo y me doy cuenta de que se trata del mismo mariachi ebrio. Me alcanza y, arrastrando la lengua, dice: “Con todo respeto, señorita, pero está usté muy chula”; en ese momento canta una canción al viento que me sé desde niña: “Júrame… que aunque pase mucho tiempo, no olvidarás el momento en que yo te conocí…”; el mariachi se va tambaleando en medio de la calle. Justo en ese instante, me invade un temblor en las piernas. Esa letra me hace extrañarte. Sentir tu boca en cada poro, explorándome como nadie, regalando primeras veces que jamás terminaré de contar. Tu aroma me invade desde lo profundo del cuerpo. Me doy cuenta de que eres veneno y antídoto. Me detengo. Interrumpo mi andar hacia la vida cotidiana, hacia las obligaciones de madre. Quiero ausentarme del mundo y quedarme a tu lado. Ya nada importa, estoy decidida. Regreso. Vuelvo a la cama desvencijada, al hotel de paso donde estás. Toco la puerta y abres medio dormido. Me arrojo a tus brazos y preguntas qué pasó. No contesto. Me quitas la ropa que guarda el frío de la calle, estás desnudo y me pides que te acaricie. Me gusta ese deseo inmenso que nos invade en un instante, con sólo mirarnos. Caemos al piso y ya no importa nada. De nuevo me dices cosas al oído cuando escuchas mis leves gemidos. “Júrame que nunca viviremos juntos, que no querrás hijos conmigo, que nunca me dirás te amo”, digo en un susurro, con la respiración entrecortada, jadeando por esa lengua entre mis piernas, por tus manos curiosas que exploran rincones que casi tocan el alma. “Júrame…”, alcanzo a decir de nuevo. Y sonríes y me abrazas, besas mis manos y el ombligo. Vuelvo a dibujar los tatuajes del pecho y nos quedamos quietos después de un rato. “Lo juro”, me dices en un susurro y te quedas dormido.

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Rafael Villeda Lugo Estudiante de Ciencia Política, itam.

Café, café, café te amo, café… En todo encuentro erótico hay un personaje invisible y siempre activo: la imaginación, el deseo. octavio paz

L

as lágrimas son más pesadas que las gotas de agua que se forman en los cristales con el calor de Barcelona. Mira cómo se escurre tan rápido por el vaso. Casi de inmediato toca la servilleta en donde modestamente el mesero acomodó «una Coca Cola, por favor» que le pedí hace un instante. Parece extraño que en lugar de café haya pedido refresco. No es que no lo disfrute, pero tengo la sensación de haber excedido mi dosis de cafeína anoche contigo. No me dejó pegar los ojos y como los ojos abiertos lloran más, pues pasé la noche contando cuántas lágrimas se necesitan para empapar una almohada. Perdí la cuenta cuando pensé en el tiempo que eso tomaría. Recuerdo que me contabas de El amenazado de Borges, de cómo estar contigo o no estar contigo es la medida del tiempo. Entonces comencé a estar contigo y de las lágrimas ni de qué acordarme. Una taza de café nunca ha sido una relación sencilla. Casi amargo le van las palabras complicadas; no es que converse difícil, es que pronuncia intenso. Toma dos segundos y, como si contara campases para un tango –un dos tres cuatro–, contesta. Cuesta seguirle. Me ocupo primero de su boca y luego, con prisa, de su mirada. Un dos tres cuatro sigue. Y, después, esa seductora complicidad con la que nos miramos. A veces habla catalán –sóc subjecte i no objecte– y pretendo estar atendiendo. Asiento. Cruzo la pierna. La descruzo. Inclino el cuerpo hacia el frente. Pienso en la geometría de su cuerpo. Sigue un dos tres y le interrumpo. OPCIÓN 169 EXÉGESIS

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Pedro Meyer, El desayuno, 1975.

Los placeres, todos, mientras más tentadores, más difíciles de sacarse de la cabeza –escribo al margen del libro en turno. Por eso los gatos de las azoteas se mueren siete veces, porque no se les olvida el vértigo de la primera vez que hicieron equilibrismo –le digo. Dos segundos. Un dos tres cuatro. Entonces los placeres destructivos –otra vez le interrumpo– sí son eternos, o al menos nos duran siete vidas en lo que morimos definitivamente. Con una taza de café nunca ha sido una relación sencilla. Otros días, mi taza de café parafrasea a su antojo palabras de Novo: Soy el perfecto placer porque no dejo nunca completamente satisfecho. Después de nuestros encuentros, casi nunca hay palabras: pero entre el silencio no sé qué quiera decir, pensar –quiero otro momento contigo. De nuevo como un tango –un– con garganta ahogada –dos– entre los cachetes de Francisco Canaro –tres– una voz violentísima del bandoneón –cuatro– porque me canta: Besándome en la boca me dijiste «Sólo la muerte podrá alejarnos». Y fue tan hondo el beso que me diste que a tu cariño me encadenó.

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[Y entre la embriaguez de la quinta, sexta o séptima, quizá octava, taza le contesto con el mismo tango:] En un beso la vida y en tus brazos la muerte me sentenció el destino y, sin embargo, prefiero verte.

Cuando la empecé a querer, vestía un celoso espresso doble. Ese día olía bien. Comenzamos con fuerza, como una bulería por doce tiempos. Nos acomodamos cerca, tan cerca que podía sentir sus labios apenas calientes. El primer sorbo provocó una mueca instantánea –un dos ¡tres!– con acento flamenco y en la lengua el sabor dominante –cuatro cinco ¡seis!– y el centro de la habitación que era su cuerpo manchado –siete ¡ocho!– y la espalda se curveaba con el cante –nueve ¡diez! – y el pecho inflado –once ¡doce!– y una bulería perfecta en la memoria: ella puso las palmas y yo las guitarras. Y la mejor ventaja de esto es que en la memoria se agregan siempre colecciones de momentos con suerte y un montón de imágenes: pezones fotografiados al abrir los ojos, ruido húmedo grabado en gemidos, respiración tibia entre el cuello y la oreja, un lunar junto al ombligo, un moretón en la cadera del encuentro anterior. Con una taza de café nunca ha sido una relación sencilla. Menos cuando en las noches de insomnio le da por hablarme de la mente y la eternidad. Intenta, arrogante, descifrar los enredos y correr como energía entre las neuronas de Dios –el que sea, a veces Alá, a veces el Padre, casi nunca de Quetzalcóatl, y de vez en vez alguna figura mitológica de la ciencia actual–. Insiste en explicarme cómo el gato está vivo y muerto; al final, el resultado es que Schrödinger se queda sin gato cada vez que un suceso cuántico tiene lugar. Es peor cuando me habla de “trivialidades de la probabilidad” o de alguna teoría matemática del todo que anhela descubrir el significado del universo y cuál es nuestra función en él. Varias veces hemos estado cerca de llegar a un acuerdo, pero siempre fracasamos cuando Mario se entromete en la conversación… las creencias prosiguen su desfile y no hay devoción a su servicio quizá por eso quedarán sangrando en el invernadero de las dudas …interrumpe Benedetti.

Mi taza de café tiene largas las piernas y perfecta arquitectura. Es la mejor amante, de ojos elegantes y, arriba, cejas tupidas. Labios muy largos y muy rojos. Y casi todo el tiempo poeta que puede ahogarse con sus lágrimas con aroma de café, café, café, café…

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{CRÓNIC A}

MisRata Calling* VIII

A

las seis de la mañana comienzan a oírse de nuevo las explosiones, aparentemente lejos, aunque el temblor de los cristales de la habitación nos rebate el cálculo. Todo el mundo se levanta y salimos a echar un vistazo. Tomamos el café del desayuno, en la azotea, mientras dibujamos el mapa del ataque nocturno gracias a las columnas de humo que pintan los cohetes Grad en el horizonte. Aprendemos a ubicarnos dentro del asedio calculando si caen más cerca o más lejos que ayer. Si caen por el este, en torno al puerto, malo. Pueden cerrarlo y dejar a todos los habitantes de Misrata definitivamente aislados. Por el oeste, malo también, porque vive gente. Nuestro colega italiano pide que le ayudemos con su crónica del día. Esperamos a que comience de nuevo el bombardeo para grabar. Siempre se hace así, porque es más realista. De lo contrario alguien te dirá desde Madrid, Roma o Bruselas que no se ve la guerra y quizás no te compre la crónica. Que también pasa. “¿Ya?”. “Vai”. “El amanecer nos recuerda que, pese a la liberación del casco urbano, la amenaza dista mucho de haber terminado, la artillería del Ejército libio sigue castigando la ciudad...” y se hace a un lado para señalar el lugar de la última explosión, marcada por el humo. Salimos de ruta turística con los chicos. La primera parada del día es la calle Trípoli. La antigua joya de la ciudad es hoy el gran escaparate de la guerra urbana y, a su manera tétrica, sigue siendo uno de sus grandes reclamos. Nadie camina por lo que un día fue el corazón económico y político de Misrata, una avenida de unos dos kilómetros que termina en una plaza que acoge el Ayuntamiento, los Juzgados, la Biblioteca del Libro Verde y un hotel de la

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Alberto Arce Politólogo y periodista español. Ha realizado documentales sobre Palestina, Líbano e Irak. Ganó el premio Ana Lindh de periodismo por su cobertura para EL MUNDO sobre los bombardeos en Gaza. * La crónica que presentamos es un capítulo del libro Misrata Calling, publicado este año en España por Libros del K.O. Agradecemos a Álvaro Llorca por hacer posible su publicación.


época colonial italiana. Dice mi ejemplar de Lonely Planet de 2007 que “el corazón de esta ciudad sorprende por la amplitud de sus calles, su orden y su limpieza”. Había incluso carteles de prohibido fumar en los edificios públicos. Es el problema de las guías de viaje: su facilidad para quedarse desfasadas. Un tanque destruido en medio de la plaza, miles de casquillos de bala con los que tropezar a cada paso y cristales con los que abrirse la suela del calzado contribuyen al decorado. Los restos de una terraza, mesas rotas, sillas reventadas y pipas de agua por los suelos. La jukebox aún funciona, pero no nos dejan probarla. Por respeto a los muertos. Ahmed recoge un cóctel molotov sin explotar, se sienta en una de las sillas supervivientes, se lía otro peta y empieza a relatarnos, de nuevo, la batalla en la que él estuvo presente. Con desgana, pero consciente de su deber, y ayudado por las fotos y vídeos grabados con su móvil de última generación. Cuenta que algunos abogados, al principio no más de dos decenas de personas, comenzaron a reunirse de forma pacífica en la plaza del juzgado para protestar contra la violencia en Bengasi. Los primeros días no hubo problema, pero a medida que se repetía la concentración y se iba sumando más gente, la policía comenzó a inquietarse y a presionarles para que se fuesen. Pero la policía no estaba formada por gente extraña, eran locales que desobedecieron a sus superiores y entregaron sus armas a los manifestantes. “Perdimos el miedo de un día para otro. Fue algo espontáneo y en ello tuvieron mucho que ver las imágenes de Túnez y Egipto que veíamos en televisión”. Los miembros de los Comités Revolucionarios del régimen que disparaban a los manifestantes desde el edificio de la policía fueron desalojados y desarmados. Fue entonces cuando llegó el Ejército, que cerró la plaza y la calle con ametralladoras antiaéreas y exigió a los manifestantes que abandonaran la zona. Pero nadie se fue y el Ejército respondió con fuego. “Murió mucha gente, creo que 40 el primer día. Me pusieron un arma en la mano y defendí mi calle de quienes entraron a matarnos. Así comenzó la guerra”. En los días siguientes, y con ayuda del testimonio de muchos otros combatientes, lograremos reconstruir los primeros momentos de la batalla. Gracias a su conocimiento del terreno, los misratíes –peor armados, pero más numerosos– trenzaron un laberinto de compartimentos estancos: utilizaron camiones llenos de arena para bloquear el paso de los vehículos enemigos y aislarlos de la cadena de suministros. Después de dos semanas sin agua ni balas, los soldados gadafistas habían muerto o se habían rendido. Desde que los rebeldes expulsaron al Ejército y a sus francotiradores de esta calle, la guerra ha pasado de lucha callejera a bombardeo desde la distancia. A lo largo de la mañana se nos van uniendo otros guías improvisados. Uno de ellos nos explica que hace un par de días han descubierto una cárcel secreta en los sótanos de la Biblioteca del Libro Verde de Gadafi. Una vez traspasada la puerta del edificio, pisando cristales quemados, copias del libro verde de Gadafi en diversos idiomas, estudios sobre el libro verde y actas de congresos sobre el libro verde, llegamos a la sala central de OPCIÓN 169 CRÓNICA

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conferencias. Tras el atrio que la preside, una puerta de acero se abre dando paso a la caverna. Avanzamos por escalones que se pierden en la oscuridad entre paredes de cemento, lisas, sin ventilación ni luz. Por el camino contamos hasta ocho celdas a las que han prendido fuego para borrar las huellas del crimen. Al final del pasillo, una puerta semiabierta. Saco el mechero y la luz del teléfono para iluminar la escena final: una silla en medio de la sala y tras ella varias baterías de coche, conectadas con cables a un aparato que no he visto en mi vida. En la pared, el cuadro eléctrico. Bajo la biblioteca que compendia las ideas de la Libia popular y socialista hay una sala de tortura y, en el medio, una silla para aplicar descargas eléctricas a los detenidos. Picana, la llamo yo. Ni conozco la palabra en inglés ni ellos saben darle nombre. A veces sobran las palabras. Dejo uno de los libros verdes que he recogido sobre la silla. Es mi homenaje póstumo a los hombres que se han meado de miedo y dolor sobre ella. Los rebeldes descubrieron la cárcel después de que terminara la batalla de la calle Trípoli. Oyeron ruido y gritos, pero no sabían desde dónde y les llevó un día entero encontrar la entrada. “Rescatamos a varios hombres, que nos dijeron que llevaban días sin recibir agua ni comida. Uno de ellos dijo que llevaba 8 años encerrado aquí dentro por ser miembro de los Hermanos Musulmanes. La barba le llegaba a la cintura”. Les pregunto si pueden localizarme a esos hombres para hacerles una entrevista. “Sí, mañana te diremos algo”. Nunca me respondieron.

Mariana Mejía.

101} CRÓNICA OPCIÓN 169


{C OLUMNAS}

dinámicas sonoras

De músicas cósmicas: el Estadio Nacional Vasconcelos era un hombre tocado por el Absoluto octavio paz

Es célebre la frase de Johann Wolfgang von Goethe en la que se señala cómo la arquitectura es música congelada. Efectivamente, al contemplar un edificio gótico, uno puede imaginar a la escuela de Notre Dame reverberando entre los muros. O, en un edificio neoclásico, degustar con los oídos toda la elegancia de un cuarteto de Joseph Haydn. En el caso mexicano, José Vasconcelos siguió la línea del coloso de Weimar para dar prioridad absoluta a la arquitectura como fuente estética que permitiera expresar su propio sistema filosófico. Una frase suya bien puede definir su postura en este sentido: “Hagamos que la

educación nacional entre en el período de la arquitectura”.1 Al buscar una definición de arquitectura, encontramos que ésta no sólo es el arte de proyectar y construir edificios, sino también la estructura básica de algo material o espiritual.2 La arquitectura como cúmulo de sonidos, materialización de la obra de un pensador. Secuencia que bien se entrevé en el fragmento de la siguiente carta que escribiera José Vasconcelos a Alfonso Reyes: …es la gracia que yo hallé por el triple camino del dolor, el estudio y la belleza. El dolor obliga a meditar; el pensamiento revela la inanidad del mundo y la belleza señala el camino de lo eterno. En los intervalos en que no es posible meditar ni gozar la belleza, es preciso cumplir una obra; una obra terrestre, una obra que prepare el camino para otros y que nos permita seguir a nosotros mismos.3

Crear, materializar una obra, preparar el camino a otros. Pero, ¿cómo?, ¿en qué? ¿por cuánto tiempo? Preguntas esenciales que Vasconcelos respondió con acciones concretas al ser un funcionario no de discurso, sino de hechos. “No hay más que dos clases de hombres, los que construyen y los que destruyen”,4 solía pensar, y el sería uno de los primeros. Su propio monumento se reflejó en el edificio sede de la Secretaría de Educación Pública, en la Biblioteca de México y en una construcción que la historia oficial ha borrado del mapa: el Estadio Nacional. 1 Enrique Krauze, “Vasconcelos: libros, artes, aulas”, sección Convivio, Letras Libres, julio de 2010. http://www.letraslibres. com/revista/convivio/vasconcelos-libros-aulas-artes?page=0,0 Consultado el 27 de febrero de 2012. 2 Antonio Raluy Poudevida, Diccionario Porrúa de la Lengua Española, 53ª ed., México, Porrúa, 2009, p. 60. 3 Enrique Krauze, Mexicanos eminentes, México, Tusquets Editores, 1999, Colección Andanzas, p. 91. 4 José Vasconelos, “Discurso del día del maestro”, en Los retornos de Ulises, una antología de José Vasconcelos, Christopher Domínguez Michael (ed.), México, Fondo de Cultura Económica, 2010, p. 85.

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La redención de los mexicanos vía el ascenso del espíritu fue la motivación de Vasconcelos en todas sus acciones. No bastaba con tener más instrucción. Había que lograr que el alma nacional llegara al Absoluto, al Nous de Plotino, a las Ideas. “Nuestra alma es muy semejante a lo que es divino, inmortal, inteligible, simple, indisoluble, siempre lo mismo, y siempre semejante a sí propia”,5 se lee en el “Fedón o del Alma”, diálogo platónico que formara parte de los clásicos editados por Vasconcelos en 1921. Siguiendo esta línea, todo esfuerzo público de redención no podía ser menos que aquello. Por eso es que, precisamente, “tratándose de una labor de redención es significativo que Vasconcelos no editara libros humanistas sino libros de revelación, de anunciación profética”.6 Cual nuevo Prometeo, Vasconcelos llevaría así el fuego de los dioses a los hombres. La construcción del Estadio Nacional, por el arquitecto José Villagrán García, entre 1923 y 1924, supuso un esfuerzo colectivo múltiple. Diversos sectores sociales aportaron sus mesadas para lograr que fuera una realidad. El Estadio Nacional sería la expresión máxima de unidad nacional, de triunfo colectivo, de alegría suprema de la nueva nación mexicana. Para su inauguración, el 4 de mayo de 1924, se encargó a Carlos Chávez que compusiera un ballet, El fuego nuevo, y miles de niños bailaron danzas regionales. Dejemos que sea el mismo Vasconcelos quien nos manifieste su sentir respecto a ese momento de la historia de México: Es teatro y campo de deportes. Cultiva la fuerza para alcanzar la belleza. No puede abrigar mal porque el mal es fealdad. Será cuna de nuevas artes; masas corales y bailes…

nada falso, nada mediocre. Se verá el recitado de grandes trágicas… se verán danzas colectivas, derroches de vida y amor, bailables patrióticos, religiosos, ritos simbólicos, suntuosos, acompañados de músicas cósmicas… El Estadio reclama creaciones. En sus arcadas tiembla el arte de hoy; el arte del porvenir. En el Estadio balbucea una raza que anhela originalidad expresada en la más alta belleza. Canta coros, ejercita deportes, y así se adiestra buscando la verdad. El destello opreso entre sombras, que quiere salir para arder. Por eso el Estadio es escuela. Laten revelaciones extrañas en el sonido, en el ritmo, en la voz. El color se combina con la imagen. Una raza hablará, cantará hasta que alcance la danza que ya es oración. Por eso el Estadio es un templo. El Estadio tiene bandera blanca de paz y de amor. Tiene, también, por escudo un sol, símbolo de potencia creadora. Tiene un lema que dice a la raza: esplende, alegre, sabia, fuerte. Esparce la divina alegría. ¡El halo de la fuerza generosa! Salud a las generaciones libres que aquí van a danzar; paso a los jóvenes que vienen a anunciarlas. ¡Fe en las virtudes intrínsecas de esta raza oprimida! ¡Levántate y mírala, que su vigor va a crecer! ¡Mírala ensayando la gestación victoriosa! ¡México limpio! ¡México nuevo!: surge y esplende: sacude las sombras. ¡Avanza!7

Pongamos atención en uno solo de los detalles: el uso del término músicas cósmicas. ¿En qué sonidos pensaría Vasconcelos a la hora de pronunciar un discurso de tal fuerza expresiva? El anhelo de triunfo que él mismo expresara en su ensayo sobre la Quinta sinfonía de Beethoven, bien podría

5 Platón, “Fedón o del Alma”, en Diálogos, México, unam, 1921, t. 1, p. 201.

6 Enrique Krauze, Redentores, ideas y poder en América Latina, México, Debate, 2011, p. 78.

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7 José Vasconcelos, Discursos, 1920-1950, México, Ediciones Botas, 1950, pp. 115-116.


aplicar al jubiloso grito de que un nuevo tiempo había llegado para México: En el Allegro final reaparece el tema del primer tiempo de la pieza sinfónica, pero con modulaciones de madurez iluminada. Un ser acrecentado y fuerte pasa entre clamores de victoria; ya no suplica, avanza; ya no gime, triunfa; es firme, no vacila, y a él se ajustan todas las cosas como a imán cuyo poder cumple toda la vida plena que todos los seres ansían. Más o menos esto palpita en las heroicas marchas triunfales, de estridencia sublime, de gloria sin víctimas, de revivir universal.8

Ese optimismo olímpico, propio, por ejemplo, del grito final del Egmont de Goethe, fue captado por la prensa mexicana de la época. No estábamos ante un edificio más, ante una obra pública de oropel adicional. Se creía en el momento que se vivía: Jamás en la historia de México se había registrado un espectáculo tan grandioso y tan bello como el que se efectuó el día de ayer con motivo de la inauguración del magnífico Estadio Nacional construido por iniciativa del secretario de Educación, licenciado Vasconcelos… En el muro izquierdo de la puerta principal, se lee la siguiente inscripción: “Se construyó este Teatro y Estadio siendo presidente de la República el ciudadano Álvaro Obregón y ministro de Educación Pública el ciudadano José Vasconcelos con la cooperación de estudiantes y empleados que aportaron donativos, y se dedica a la gimnasia y al arte para el bien y la cultura del pueblo mexicano”. 9

8 José Vasconcelos, Textos. Una antología general, México, sep,

En el México de 1924, el mismo que vio a la luz un edificio bibliográfico como lo fueron los clásicos infantiles, se dio una declaración terminante por parte de la opinión pública: “Alguien dijo que los estadios son reflejo de la civilización de los pueblos. Nosotros, en este caso, no podemos menos de congratularnos”.10 Y mientras en México se inauguraba el Estadio Nacional, ¿qué pasaba en el resto del mundo? ¿Era un hecho aislado lo que ocurría en México? Curiosamente, hay un indicio de respuesta no en la Rusia soviética, como se maneja tradicionalmente, sino en una novel democracia: la checoslovaca. Tomáš Masaryk, el emblema de libertad checoslovaca, presidió y fomentó las actividades de las sociedades gimnásticas denominadas sokol. En dichas asociaciones se fomentaba el nacionalismo y el culto al deporte. Todo esto en el sentido platónico que Vasconcelos quiso para México. La idea de democracia y hombre nuevo no fue sino de Masaryk, idea que Vasconcelos, simultáneamente, aplicó para México. Cuando Vasconcelos habla de músicas cósmicas, no queda otro referente que citar a la Sinfonietta (1925-26) de Leoš Janáček. ¿Por qué? Por la coincidencia en intencionalidad del sonido y el acto en sí: redimir a una nación, exaltarla. Janáček dijo de su partitura lo siguiente: Me siento pleno del espíritu joven de nuestra república, de una música joven. No pertenezco a los que han quedado atrás, sino a los que prefieren mirar hacia adelante. Sé que hemos crecido y no considero este proceso de crecimiento en términos de dolor, en recuerdos de sometimiento y sufrimiento. ¡Alejemos todo eso de nosotros! Imaginemos que tenemos que mirar al futuro. Somos un

1982, p. 253.

9 Joaquín Cárdenas Noriega, José Vasconcelos. Caudillo cultural, México, Universidad “José Vasconcelos”, 2002, pp. 115-116.

10 Ibid., p. 116.

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que sería, a su vez, demolido tras los terremotos de 1985. Actualmente, en la zona, hay una escuela primaria y un parque.13 De la gloria nacional que ahí iba a existir nada quedó. Los políticos usaron el Estadio Nacional para actos diversos, el principal de todos: la toma de protesta presidencial. Las músicas cósmicas nunca llegaron a escucharse de nuevo. La gran forma sinfónica en México no llegó a desarrollarse tal cual lo hubiera pensado Vasconcelos. Queda, de manera abstracta, pensar en nuestro par checo, Leoš Janáček, para otear en lo que la mente de Vasconcelos soñó para el país. Es un buen ejercicio para el espíritu rondar por la Narvarte (punto de ubicación del Estadio Nacional, concretamente en la calle de Orizaba) y pensar que ese sería el centro del país, al menos, el centro de redención de nuestra alma colectiva.

pueblo que debe ocupar su lugar en el mundo. Somos el corazón de Europa. Y el latido de este corazón debe ser audible para Europa.11

13 Ubicación del Centro Médico Nacional Siglo xxi, Google Maps. http://maps.google.com.mx/maps?q=m exico+df+centro+medico&hl=es&ll=19.40944%2C99.156826&spn=0.006112%2C0.009645&sll=23.62526 9%2C-102.540613&sspn=24.167904%2C39.506836&hq =mexico+df+centro+medico&t=h&z=17 Consultado el 1 de marzo de 2012.

Optimismo, luz, vigor… son los puntos comunes entre el nacionalismo checoslovaco y el de Vasconcelos. El Estadio Nacional fue demolido en 1950. Todavía un año antes, Vasconcelos había sido invitado a la celebración de los 25 años del recinto.12 En su lugar, se construyeron los multifamiliares Juárez, complejo habitacional 11 Jonathan Kramer, Invitación a la música. Guía personal para disfrutar de las 300 obras más importantes de la música clásica, Argentina, Editorial Vergara, 1993, p. 381. 12 México 2010 (página oficial del Gobierno Federal para conmemorar el 200 aniversario del inicio de la Independencia de México y el 100 aniversario del comienzo de la Revolución Mexicana). José Vasconcelos, un provocador profesional. http://www.bicentenario.gob.mx/acces/index.php?option =com_content&view=article&id=366:jose-vasconcelosun-provocador-profesional&catid=11:revolucion&Itemid =28 Consultado el 28 de febrero de 2012.

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Carlos Spíndola Maestro en Políticas Públicas por el itam. Actualmente es profesor-investigador de la Universidad “José Vasconcelos” de Oaxaca.


del haiku al samurai

Cómics y animación japonesa: El origen del cómic en Japón El origen del cómic japonés se remonta a mediados del siglo xii con un dibujo llamado Choju-Giga (caricaturas de animales y pájaros personalizados). Se presume que fue dibujado por Toba, un respetado monje budista de muy alto rango. Fue reconocido no sólo por su conocimiento de la religión budista, sino también por ser un excelente pintor. La mayoría de sus obras abordaban temas religiosos con un estilo formal y oficial. Sin embargo, no es tal el caso de Choju-Giga. El tema de esta pintura era la crítica a la vida cotidiana de la clase social dominante de su época: los aristócratas y los monjes de alto nivel, a quienes caricaturizó como ranas, conejos, monos, entre otros animales. La clase dominante se presentaba con total solemnidad ante el público, pero en su vida diaria se divertían jugando sumou (lucha libre japonesa), que era una diversión popular. A menudo se les encontraba tirados por emborracharse, mientras que la clase popular sufría calamidades como epidemias, sequía y temblores que cobraban gran cantidad de víctimas. El monje Toba dibujó esta caricatura hacia el fin de la época Heian (794-1192). El sistema social antiguo estaba entonces perdiendo su fuerza y ya no podía mantener la sociedad en orden. Kyoto, la ciudad capital, se encontraba dominada por bandidos fuertemente armados, y los robos y asesinatos eran frecuentes hasta que el monte Fuji entró en erupción. La gente creía en el apocalipsis del mundo budista,

ya que la moral de los monjes, quienes deberían ejemplificarla, estaba fuera de la enseñanza budista. Unos siglos después, la pintura Fukutomi presenta una escena en donde un renombrado religioso es sorprendido por un creyente en medio de la diversión sexual prohibida para este oficio. El Fukutomi tiene la forma de un lienzo enrollado al igual que el Choju-Giga. Este estilo, común en la época antigua japonesa, permite su acceso a un grupo limitado, ya que se tenía que dibujar a mano, antes de que apareciera el método impreso por la tabla de madera para mayores tirajes. En el lienzo Fukutomi se puede observar la escritura con las letras finas. Eso señala que el mensaje estaba dirigida a la gente educada. En aquella época las personas que tenían conocimiento de la escritura sumaban un número muy reducido, en el que se incluían los religiosos y los aristócratas de nivel superior. Por ello, ambas obras fueron introducidas por ellos mismos a su círculo social. Además, por el tema abordado, eran para la gente adulta pensante y no para los niños. El cómic en general se caracteriza por designar a sus lectores como niños o adultos que no tienen la facilidad de leer. Sin embargo, al ver ambas obras mencionadas, el origen del cómic en Japón presenta un caso opuesto. Se dirige a los lectores cultos y críticos, no a los niños. Las imágenes también presentan un alto nivel artístico para satisfacer el nivel de sus lectores. Esta tendencia sigue manteniéndose en el cómic japonés hasta la fecha. Es posible incluso que su éxito tenga su origen precisamente en el Fukutomi y el Choju-Giga.

Tokiyo Tanaka Maestría en la Especialización sobre Japón Universidad de Tukuba. Egresada del doctorado en Historia de México, unam. Maestra del cepe, unam.

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{LIBRO S}

Cómo escriben los que escriben: La cocina del escritor Claudia Albarrán

De un texto de Claudia Albarrán siempre se espera recibir una lección. Con su creatividad, en clase o en alguno de sus libros, Claudia nos envuelve con la importancia de la correcta escritura, y nos enseña cómo, sin algún don especial, todos necesitamos desarrollarla para una exitosa vida profesional. Además, la motivación de escribir se vuelve exigencia cuando, con su conocimiento literario, Claudia reconoce la urgencia de aclarar la falsa creencia de que “a los economistas, politólogos, matemáticos, ingenieros [ ] o actuarios no les hace falta leer ni escribir”. Con esta compilación especial de personajes, la autora nos demuestra cómo desde cualquier perspectiva siempre es necesaria la buena escritura. En Cómo escriben los que escriben: La cocina del escritor se encuentran textos de autores de lo más diversos ámbitos: desde Julián Meza y Carlos Bosch, hasta Olga Pellicer; dónde, a través de sus complejos estilos, se encuentra la receta de su escritura (la cual se torna a veces misteriosa y, con más razón, el lector anhela descubrirla). Durante los tres tiempos en los que se divide La cocina del escritor, encontramos recomendaciones distintas de cómo escribir; 107} LIBROS OPCIÓN 169

los autores se enfocan en estimular la escritura desde diferentes perspectivas: unos denunciando la poca lectura mexicana, otros con ensayos elaborados donde explican las herramientas y los pasos necesarios para formular o expresar un buena idea escrita. Dirigido a quien le interese comprender el por qué de escribir correctamente y la importancia que tiene la escritura en el ámbito profesional y personal, Cómo escriben los que escriben: La cocina del escritor es un libro que te cerrará dudas, eliminará la indiferencia y recapitulará el clásico proverbio que dice que “la escritura es un don”. Así, encontrarás que no es el clásico diccionario “didáctico” sino un manual literario: leerás varios textos que son verdaderamente creativos, elocuentes, satíricos, algunos comparten experiencias personales, y todos se enfocan en la lectura y escritura contemporánea. Con una lectura amena, la compilación permite conocer cómo se escribe desde diferentes puntos de vista y cómo se vuelve posible crear una receta literaria propia.

Andrea Reed Estudiante de Relaciones Internacionales, itam. Miembro del Consejo Editorial de Opción


TODAS LAS MUJERES Guy de Maupassant

Volver a editar a los clásicos no siempre es tarea fácil. En su último volumen fruto de este intento, la editorial Siruela publica una original antología, retomando a uno de los autores más importantes del naturalismo francés: Guy de Maupassant. La diferencia con otras antologías de sus cuentos- en este caso unos 60 a lo largo de prácticamente 800 páginas –es que ésta busca reflejar uno de los elementos esenciales en la obra del escritor: las mujeres. Personajes centrales de su prosa como de su vida, las mujeres, objetos de deseo y de rechazo, son para Maupassant cuentos efímeros y diversos, únicos al mismo tiempo que iguales. Todas las Mujeres es un esfuerzo por reunirlas a todas en un solo volumen, desde narraciones integradas al repertorio clásico de la literatura francesa, hasta otras menos conocidas pero no menos disfrutables. La colección inicia precisamente con el cuento Bola de Sebo, reconocido como unos de los grandes de la literatura francesa del siglo xix y fiel retrato del ambiente durante la guerra franco-prusiana de 1870. En este pequeño relato convergen personajes simbólicos de toda la sociedad francesa, incluida una prostituta apodada Boule de Suif (Bola de Sebo) víctima del desprecio y la hipocresía de

burgueses y aristócratas, incluso después de ofrecerse como medio para salvarles la vida a todos. Otra de las nouvelles que la antología nos regala es El collar, meticulosa estampa de la naciente clase media de la Belle Époque, en el París de la Tercera República. En esta dramática historia, un collar prestado para un baile, subsecuentemente perdido, se vuelve un infierno para la modesta pareja quien deberá reponerlo pagando el resto de sus vidas uno nuevo, hasta enterarse de que se trataba de un collar de fantasía. Altamente recomendable para lectores ávidos y con la disposición de leer una gran colección de textos clásicos, Todas las mujeres es un libro que nos ofrece precisamente eso: a todas las mujeres de la literatura, y, por qué no, de la vida; si pensamos que, como dijera el novelista Fréderic Beigbeder, la literatura es sólo una forma de contar nuestras vidas, quizás encontremos en Todas las mujeres la manera de descubrir y recrear a las mujeres que, tan literariamente, las habitan.

Eric Martinez Tomasini Estudiante de Ciencia Política, itam. Miembro del Consejo Editorial de Opción

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Espuma y ceniza Jan Jacob Slauerhoff

Los cinco relatos que J. Slauerhoff nos comparte están guiados por una interrogante filosófica: ¿qué sentido tiene nuestra existencia?, y más aún, ¿en dónde encontrarlo? Lugares exóticos, acompañantes efímeros, historias fortuitas, un barco fantasma y la siempre presencia de un paraíso perdido, son las trazas que encaminan el recorrido existencial de cada personaje. La siempre presente espuma del mar, junto con la fragilidad humana –la idea de ser cenizas– no pueden mas que constituir los sustantivos perfectos para intitular esta alegoría sobre la existencia. Cada viaje, cada “señal” en el velero, cada retrato guardado, todas imaginarias guías que el mar traía consigo. Y al mismo tiempo, cada alarido por una explicación, cada persecución fracasada, motivos para exhibir el absurdo humano que el autor no se cansa en recalcar.

La búsqueda constante se expresa bellamente con la pregunta que uno de los protagonistas se hace: ¿quién ha encontrado alguna vez algo buscándolo? Y es que quizás las cinco aventuras que se emprenden están orilladas al naufragio; quizás la épica búsqueda de Un sentido está encallada en la isla de la imposibilidad; quizás no hay monasterio perfecto que encontrar, ni ciudad idónea para descansar. El recurrente recordatorio existencial, los escenarios recónditos, la riqueza descriptiva y el dejo de melancolía por una búsqueda inconclusa son las puertas abiertas que estos relatos nos dejan. Una oportunidad tan profunda como enriquecedora para el lector.

Francisco Osorio Adame Estudiante de Economía y Ciencia Política, itam. Miembro del Consejo Editorial de Opcion

109} LIBROS OPCIÓN 169


Transformación y otros cuentos Mary Shelley

Un hombre que está dispuesto a cambiar su belleza física por dinero con tal de llevar a cabo su venganza: la traición; un hombre inmortal que duda de su inmortalidad y tiene ganas de probarla y morir: la alquimia; un hombre que pierde todo lo que le da sentido a su vida: la esperanza. Estos temas son los que se encontraran en los cuentos de este libro. Una selección que, debido a su fácil lectura y su narración completa y obscura, es apropiada para un día nublado o una noche tranquila. Transformación, El Inmortal Mortal y El Mal de Ojo son las tres narraciones que componen esta selección de Mary Shelley. Escritos entre 1826 y 1838, forman parte de una serie de más de veinte relatos escritos por Shelley que se enmarcan dentro del género gótico. Con temas como la alquimia, la magia, las supersticiones, la venganza y el odio se refleja la sobrenaturalidad que caracteriza los cuentos de Mary Shelley y se demuestra que hay mucho más a este estilo y a esta autora que su clásica novela Frankenstein.

Unidas por la suerte de no ser realmente novelas, estas historias, como explica Marian Womack, dan “la impresión de luchar contra su propio espacio reducido incluso desde sus inicios” y dejan una sensación de ser, más que cuentos cortos, novelas condensadas. Leerlas deja un sentimiento de saciedad, pero, al mismo tiempo, se abren para dejar algunos aspectos a la interpretación del lector.

Vilma Favela Estudiante de Economía y Ciencia Política, itam. Miembro del Consejo Editorial de Opción

OPCIÓN 169 LIBROS

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política editorial opción se publica seis veces al año. El consejo editorial decide la publicación de las colaboraciones en un plazo no mayor de seis meses. Sólo se devuelven originales si el autor los reclama para correcciones futuras. No se aceptan obras con seudónimo. Los trabajos deben ser inéditos, no pueden estar en proceso de publicación en otro lugar. En caso de tratarse de material ya publicado, es necesario contar con el permiso de los editores y hacerlo del conocimiento del consejo editorial de opción. SECCIONES 1 Literarias: poesía, cuento y varia invención. 2 De reflexión: artículos, ensayos y notas. La temática es abierta, tanto para asuntos coyunturales como análisis de tópicos más perdurables. 3 Exégesis: es la sección temática; un espacio para la pluralidad y diversidad de visiones sobre un mismo asunto. 4 Columnas: estudio, debate y reflexión sobre temas específicos, como cine, música, ciencia, literatura, libros recientes, política e historia. 5 Libros: sección dedicada a la exposición y difusión de obras publicadas recientemente. NUEVAS SECCIONES: 6 Crónicas 7 Música + Literatura 8 Fotografía PRESENTACIÓN DE ORIGINALES Los artículos deben escribirse con un lenguaje sencillo, conciso, y un estilo que los haga comprensibles e interesantes para universitarios y público en general. Los manuscritos deben ser presentados en formato Word, tamaño carta, tipografía Times New Roman a 12 puntos. El interlineado será de espacio y medio (1.5); los márgenes, de 2.5 cm. No se dividirán palabras con guiones. Las páginas deberán numerarse en el ángulo superior

derecho, con excepción de la inicial, que contendrá el nombre completo del autor, grado escolar e institución donde realice sus estudios o el organismo en el cual trabaje y su cargo, así como su correo electrónico y número telefónico. Sólo se utilizarán negritas para títulos o subtítulos. Los textos deberán ser escritos en mayúsculas y minúsculas. En ningún caso se utilizarán subrayados. En el caso de las siglas, la primera ocasión que se empleen deberán estar precedidas del nombre completo del organismo o institución. EXTENSIÓN Para narrativa, ensayo, artículos, notas y reseñas, la tensión máxima es de 12 cuartillas. Para poesía, se acepta una selección de máximo 15 poemas, aunque el consejo editorial no se compromete a publicar la sección completa. APARATO CRÍTICO La información de las notas al pie de página deberá contener el siguiente orden e información: Libros: nombre y apellido del autor, título del libro en cursivas (si es artículo, entre comillas), tomo o volumen, editorial, país, año y páginas citadas. Revistas: nombre y apellido del autor, título entre comillas, nombre de la revista en cursivas, año, tomo o volumen, número, fecha de publicación, páginas citadas. Internet: nombre y apellido del autor, título, nombre del sitio web, dirección url completa y fecha del artículo o, en su caso, de la consulta. MATERIAL GRÁFICO Se acepta caricatura, collage, dibujo, fotografía, grabado, pintura y obra gráfica en general. La técnica es libre. Se recibe material en color y en una tinta. El material digitalizado sólo se aceptará con una resolución mínima de 300 dpi, de preferencia en formato .tif, .jpg con dimensiones de al menos 20 por 20 cm.



{CONTENIDO}

el otro íntimo

32 Lírica griega arcaica: el origen

alberto arce

76 Bajo la sombra de unas cartas y

106 del haiku al samurai tokiyo tanaka

tir r a Ap

d el n ú

me r

o

16 9

107 Cómo escriben los que escriben: La cocina 87 Unión natalia de la rosa hilario

EXÉGESIS 29 Sin título luis osorio diaz 30 Otredad y literatura iván foronda

LIBROS Sudamérica

79 Las glosas del emperador guillermo fajardo sotelo

del escritor I Claudia Albarrán andrea reed

91 Júrame ylla kannter

108 Todas las mujeres I Guy de Maupassant eric martinez tomasini

96 Café, café, café te amo, café… rafael villeda

109 Espuma y ceniza I Jan Jacob Slauerhoff francisco osorio adame

opcion. itam.mx

Mary Shelley

vilma favela Portada: Xi Pan, Floating Nude.

DESTINO

110 Transformación y otros cuentos I

República Mexicana

24 El lenguaje de la naturaleza aslan cohen

América del Norte, Centroamérica y el Caribe

andrea reed

REFLEXIÓN

Correo electrónico:

102 dinámicas sonoras carlos spíndola

72 La trampa del filosofo francisco osorio adame

País:

COLUMNAS

62 Salvar el espacio intermedio del mundo luis alfonso gómez arciniega

un espejo alumbrado

rd Wa

dm Ma

Domicilio:

22 Poemas marian pipitone

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Nombre:

20 Uno menos jorge cano

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CRÓNICA 99 Misrata Calling

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1 año

19 La calle de mi casa es una nube… maya lima

Dru an’s

44 Blanca rosario loperena 57 Cotard: el secuestrador jorge luis herrera

. 930

m, 1

mariel lebrija jenkis

1 semestre

16 Encapsulada antonio alcalá gonzález

y pintura de:

por

7 La costilla izquierda de Osmodiüs esteban govea

49 Fronteras del otro, fotografía

Teléfono (s):

mauricio lópez noriega

Ciudad:

de la intimidad

lee

Deseo suscribirme a opción a partir del número

maria elena solórzano

GRÁFICA OCULAR

Resto del mundo

LITERARIAS 4 Poemas

Yo quiero suscribirme


año xxxii • abril 2012

rector Dr. Arturo Fernández Pérez vicerrector

lírica griega arcaica: el origen de la intimidad

Dr. Alejandro Hernández Delgado directora escolar M.D.I. Patricia Medina Dickinson

Mauricio López Noriega

cotard: el secuestrador

opción. Revista del alumnado

Jorge Luis Herrera

salvar el espacio intermedio del mundo

directora Andrea González Aguilar consejo editorial Comisión de redacción Vilma Favela Emmanuelle Oropeza Francisco Osorio Andrea Reed Eric M. Tomasini

Luis Alfonso Gómez Arciniega

misrata calling Alberto Arce

Comisión de material gráfico Fernando López Martínez

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relaciones públicas y suscripciones Marina Carreón

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ion. itam.mx

16 9 En las confidencias más íntimas siempre hay algo que no se dice. gustave flaubert

El otro íntimo

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El otro íntimo

comité consultivo Dra. Claudia Albarrán, Lic. Aldo Aldama, Lic. César Guerrero, Dr. Mauricio López Noriega, Mtro. Alonso Lujambio, Dr. Julián Meza , Dr. Alejandro Poiré

año xxxii • abril 2012

169

diseño editorial alexbrije + kpruzza cuidado de la edición Sandra Luna impresión Producciones Editoriales Nueva Visión México d.r. © opción revista del alumnado del itam Río Hondo 1, Tizapán, San Ángel, 01000 México, D.F., Tel./fax 5628-4000, ext. 4669 opcionitam@yahoo.com.mx http://opcion.itam.mx ISSN: 1665-4161 reserva de derechos al uso exclusivo: 04-2002090918011100-102 • Certificado de licitud de contenido: 8812 opción es una revista universitaria sin fines de lucro. Todos los derechos reservados. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación, en cualquier forma o medio, sea de la naturaleza que sea, sin el permiso previo, expreso y por escrito del titular de los derechos. Los artículos son responsabilidad del autor y no reflejan necesariamente el sentir de la revista. Revista indizada por Citas Latinoamericanas en Ciencias Sociales (clase). Integrada al Sistema de Información Bibliográfica sobre las publicaciones científicas seriadas y periódicas, producidas en América Latina, el Caribe, España y Portugal (latindex).

Tiraje: 2,500 ejemplares


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