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Misión en femenino

Misión se escribe en femenino, y no solo por el género de la palabra. Las mujeres han sido y son en nuestros días destacados agentes de la actividad misionera. De entrada, por su número: constituyen la mayoría en el conjunto de los misioneros y, en el caso de España, suponen el 54% de todos los efectivos. Pero, sobre todo, por la extraordinaria labor que realizan.

Desde la Virgen María, pasando por María Magdalena y por el florecido brotar de vocaciones misioneras en el seno de la vida consagrada que se registra a partir de la segunda mitad del siglo XIX, hasta nuestros días, las mujeres han sido protagonistas de la difusión del Evangelio por todos los rincones del planeta. Y lo han hecho con una valentía y entrega que despiertan admiración.

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En el pasado, es suficiente, para hacerse una idea, leer, por ejemplo, lo que dice de ellas, en ese mencionado siglo XIX, un misionero curtido como san Daniel Comboni, fundador de los Misioneros Combonianos y del Instituto Comboniano de las Pías Madres de la Nigricia, las Combonianas: “Son una imagen fiel de las antiguas mujeres del Evangelio, que, con la misma facilidad con la que enseñan el abecé a los huérfanos abandonados en Europa, afrontan meses de largos viajes a 60 grados, cruzan desiertos en camello y montan a caballo, duermen al aire libre, bajo un árbol o en un rincón de una barca árabe, ayudan a los enfermos y exigen justicia a los pachás para los infelices y los oprimidos. No temen el rugido del de esas otras mujeres convertidas en muchas ocasiones en cabezas de familia a la fuerza, porque han sido abandonadas a su suerte junto a sus hijos. A estas y otras mujeres les proporcionan los recursos y la formación necesaria que les león, afrontan todos los trabajos, los viajes desastrosos y la muerte, para ganar almas para la Iglesia”.

Y en nuestros días, basta con comprobar toda su labor para, como ha hecho el papa Francisco, agradecerles “su compromiso en la construcción de una sociedad más humana, por su capacidad de captar la realidad con mirada creativa y corazón tierno”. Un “privilegio solo de las mujeres”, que se pone de manifiesto en su acción misionera en favor de la educación, la atención médica, la asistencia a los refugiados y marginados...

No olvidemos tampoco su arriesgada misión contra las mafias que se dedican a la trata; su denuncia y lucha contra las múltiples situaciones de violencia, cuyas consecuencias comprueban en otras carnes y también en las suyas propias; así como la acción en la intimidad de los hogares, conectando perfectamente con el sentir permitan salir adelante, ofreciéndoles, de paso, la oportunidad de ser agentes evangelizadores y de cambio político, económico y social en sus propios países.

Con este currículum a la vista, la labor misionera del siglo XXI no puede prescindir del testimonio evangélico, entregado y de servicio de la mujer. Como ha reconocido el propio Papa, “aún no hemos caído en la cuenta de lo que significa la mujer en la Iglesia”, y esta “también puede beneficiarse de la valorización de la mujer”. La misión necesita más que nunca de su lado femenino. “No se puede conseguir un mundo mejor, más justo, más inclusivo y plenamente sostenible –indica el Pontífice– sin la contribución de las mujeres”. “Las mujeres –añade– hacen el mundo más bello, lo protegen y lo mantienen vivo. Aportan la gracia de la renovación, el abrazo de la inclusión y el coraje de darse a sí mismos”.

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