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Jamaica Más de 95.000 euros, rumbo a las Antillas

de los territorios del Nuevo Mundo. Decidió asaltar la isla para convertirla en una nueva colonia británica. Y la invadió. Pretendía, así, menoscabar la supremacía hispana en aquellos mares. Los abusos y el fanatismo sin límites de este “rey sin corona”, verdadero dictador más que “lord protector”, como se autoproclamó, fueron descomunales, como la “venganza” que recibió después de muerto: fue desenterrado y decapitado por los monárquicos ingleses.

Pequeña, pero grande

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En medio del más zarco y celeste mar Caribe. Entre cristalinas y deslumbrantes aguas verdiazules. A 150 km al sur de Cuba y a otros 180 al suroeste de La Española. Allí surge Jamaica, tercera de las cuatro Antillas mayores: Cuba, La Española, Jamaica y Puerto Rico.

La costa de Jamaica es un bello collar que mide más de mil kilómetros: 1.022. Siempre bañado por olas de plata y azul turquesa; siempre engalanado con playas de blanca arena y arrecifes de coral. Rara vez sufre el temible azote de los frecuentes huracanes que se forman por aquellas latitudes. Su firme cordillera espanta todos los vientos hacia la- titudes más fáciles, por llanas; aunque no siempre... Todo el que ve aquellos paisajes queda fascinado, creyendo estar en el auténtico paraíso terrenal.

Jamaica –Xaymaca, en el leguaje nativo de los taínos–, tras la llegada de Colón, fue rebautizada como Santiago. Nombre que conservó más de siglo y medio, hasta 1655. Ese año, llegaron a la isla tropas inglesas enviadas por el controvertido puritano protestante Oliver Cromwell (1599-1658). Este antiguo terrateniente y anticatólico feroz se saltó a la torera la bula del no menos polémico papa Alejandro VI y todos los acuerdos internacionales que reconocían la soberanía española y portuguesa

La Jamaica de nuestros días es un pequeño y gran país. Pequeño, porque su territorio –apenas 80 km de ancho por 240 de largo– solo alcanza a igualar la mitad de la superficie que tiene la provincia de Badajoz.

Pequeño, pero bien poblado. Los habitantes de Jamaica suman 2,9 millones. Y su densidad de población ronda los 266 habitantes por km², casi el triple que la de España, que es de 93,55. Además, Jamaica es el tercer país americano, tras EE. UU. y Canadá, donde más se habla el inglés. Pero la lengua de Shakespeare no es la única. Que también se habla el patois jamaicano, lengua criolla nacida del cruce del inglés con otros idiomas africanos. Y, desde 2018, el español. Esas son las tres lenguas oficiales de la isla.

También es grande Jamaica por haber asombrado al mundo con personas como el velocista Usain Bolt, que en 2009 se convirtió en el hombre más rápido de la historia. O como el genio de Bob Marley, fallecido en 1981, pero cuya música sigue muy viva en todo el mundo.

Jamaica asimismo es nación joven, porque solo tiene 61 años como país independiente. Forma parte de la Mancomunidad de Naciones (la Commonwealth británica) y el jefe de Estado es Carlos III, el nuevo monarca del Reino Unido, que será coronado en mayo. En Jamaica, el también príncipe de Gales está representado por un gobernador con funciones limitadas.

Los nuevos colonos británicos apostaron por las plantaciones azucareras. Para ser rentable, tal negocio exigía mucha mano de obra barata. Por eso, sin el menor escrúpulo, dieron rienda suelta a la esclavitud. Importaron tanta fuerza de trabajo africana que, en 1775, en Jamaica había 200.000 esclavos y 22.000 blancos: casi 10 negros por cada blanco. Por eso, en nuestros días, el 80% de la población es negra. Y si a ese colectivo se suman los mulatos, resulta que el 92 % de la población es gente de color (negros y mulatos). El 8 % restante, blancos y asiáticos; estos últimos, llegados tras la abolición de la esclavitud (1834), que disparó la demanda de nueva mano de obra.

Aunque en aquel deslumbrante paraíso se produce uno de los mejores cafés del mundo, y también un excelente ron, la economía del país se asienta en un trípode bien firme: el turismo, el azúcar y la bauxita. El subsuelo de la isla no esconde el oro que buscaba Colón, pero sí atesora uno de los depósitos más ricos del mineral del que se saca el aluminio.

Pero no es oro –¡ni aluminio!–todo lo que reluce. Por desgracia, en aquel maravilloso paraíso también ha echado raíces la violencia. El año pasado hubo más de 1.300 asesinatos. Eso ha empujado a muchos a bautizar a Jamaica como “la capital mundial del asesinato”. En 2006, hubo 1.600 crímenes violentos. La mayoría de esos homicidios fueron cometidos –y también sufridos–por jóvenes.

Desafíos y ayudas

En Jamaica hay más iglesias por kilómetro cuadrado que en cualquier otro país cristiano del mundo. Y –todo hay que decirlo–también hay más bares donde se bebe ron que en ningún otro lugar. La civilización jamaicana es producto de la fusión de las culturas allí arraigadas. Principalmente, los negros africanos, los indios taínos, los colonizadores españo- les, los evangelizadores ingleses y, por último, las comunidades de hindúes. El resultado lo cifra y pregona su lema desde el escudo nacional: “Out of many, one people” (“De muchos, un pueblo”).

El 80% de la población del país es cristiana. Sobre todo, anglicanos, pero también bautistas, católicos, metodistas y presbiterianos. Asimismo, rastafaris, pentecostales, cuáqueros, cienciólogos… La Iglesia católica suma, en total, 74.000 bautizados. Cuenta con tres diócesis, que tienen 65 parroquias repartidas por todo el país. Al frente de los católicos, 5 obispos, con 56 sacerdotes diocesanos, 42 sacerdotes religiosos, 53 diáconos permanentes, 201 religiosos, 110 religiosas y 51 misioneros laicos. En Jamaica, hay 2,7 católicos por cada 100 habitantes, y 27.846 habitantes por sacerdote.

Dato bien elocuente: todas las escuelas públicas del país, donde la educación no es gratuita, siempre comienzan la jornada con el rezo del padrenuestro. Muchas familias no pueden enviar a sus hijos a la escuela. La Iglesia católica, por eso, tiene en ese frente un gran desafío. En Montego Bay, segunda ciudad del país, la organización Catholic Relief Services (CRS, Servicios Católicos de Socorro) ofrece asistencia en nutrición y transporte para los alumnos, así como libros y becas.

Otro de los frentes que quita el sueño a la Iglesia de Jamaica es el VIH. El estigma que acarrea ese virus entre la población es tan grave que muchos pequeños son abandonados por sus familias, e impide que los niños afectados reciban asistencia médica y social. Por eso, ya está en marcha el proyecto “Semilla de Mostaza”, que procura actividades que estimulen su educación y su desarro- llo personal, para que sean capaces de desenvolverse por sí mismos en la vida.

Para ayudar a la Iglesia jamaicana en esos y otros empeños, el año pasado, desde España, las OMP enviaron a las tres diócesis cesana, colaboradora de monseñor John Derek Persaud, obispo de Mandeville– nos han brindado una ayuda muy necesaria para los gastos ordinarios de la diócesis, incluido el mantenimiento de los edificios, el apoyo para el del país –Montego Bay, Mandeville y la archidiócesis de Kingston–un total de 95.833,40 €. Además de para hacer frente a los gastos ordinarios y para la catequesis, sirvieron para contribuir a la formación del clero, religiosos y profesores; así como para reparar la rectoría de la catedral del Santísimo Sacramento, que se levanta en Montego Bay.

“Los subsidios recibidos desde España –nos explica Teresa Chin-Givans, administradora dio- funcionamiento de las escuelas y los gastos administrativos, además de contribuir a financiar nuestras reuniones sacerdotales mensuales. Toda esa ayuda hace posible el funcionamiento normal de la diócesis”. Y concluye: “Esta asimismo se mantiene con las colectas dominicales que hacen las parroquias. Además, los feligreses más pudientes también son generosos: colaboran con los diversos proyectos de la diócesis”.

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