Antologia Sexto

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151. Leyenda de los pieles rojas Cuentan los pieles rojas que cuando la tierra fue creada era muy hermosa con sus montes, valles, ríos y mares. Lo único que faltaba en ella era quién la habitara. Una mañana, el Dios de los antiguos pobladores de la región noroeste de la América del Norte, Manitú, se levantó de excelente humor y decidió crear al hombre. Tomó un poco de barro y modeló un hermoso muñeco con cabeza, tronco, brazos y piernas. ¡Era una maravilla! Después encendió un horno y lo metió allí para que se cociese. No quería a un hombre crudo y sin sabor. Ese día hacía mucho calor. Cansado por el trabajo que le había dado hacer ese hombre de barro, Manitú se recostó un ratito a la sombra de un árbol mientras el horno hacía su trabajo. Pero estaba tan fatigado que se quedó dormido y no se despertó a tiempo para sacar su creación del horno. Cuando abrió los ojos, se dio cuenta de que olía a quemado y corrió al horno. ¡Qué horror! Cuando sacó al muñeco estaba tan cocido que parecía hecho de carbón. Manitú, a quien no le gustaba reconocer sus errores, dijo: –Será la raza negra. Y lo mandó a vivir al centro de África. Preocupado por su descuido, al día siguiente decidió hacer otro muñeco y se dispuso a cocerlo con gran cuidado. Sin embargo, por temor a que volviera a quemarse, metió poca leña en el horno y se quedó esperando. Impaciente, sacó el muñeco antes de tiempo. ¡Otro desastre! Estaba mal cocido y era más pálido, todo blanco. Manitú se rascó la cabeza y como nadie adivinaba sus propósitos dijo: –Será la raza blanca –y se fue a descansar; no había sido un buen día. Pero Manitú no suele darse por vencido. Como quería algo distinto, modeló un nuevo muñeco. Para que no se quemara ni pareciera crudo, buscó una solución muy original: –Voy a untarlo bien de aceite, así quedará a punto.


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