ELENA DE TROYA

Page 151

—Cada gota es una bendición. No lo lavéis nunca; ahora, pedidle al dios su otro don: la fertilidad. Es el dios de las cosas húmedas que crecen. Todavía no sabía a qué dios se estaba refiriendo, y nadie lo nombraba. Vi que Andrómaca miraba las manchas de su vestido y las tocaba. Las mujeres se apartaron del odre de vino, y su danza se hizo más salvaje. Yo giré con ellas, sintiendo que la cabeza me daba vueltas y que mis pensamientos se relajaban. Se relajaban... El tiempo cesó. No sé cuánto tiempo di vueltas y vueltas, sólo recuerdo que estaba en trance. Apenas oí los gritos cuando se abrió una jaula con un cerdo. Me tiraron al suelo un montón de mujeres que corrían tras él, chillando. Eran como una jauría de perros, con los rostros distorsionados y enseñando los dientes. La música había cesado, y ahora los gritos guturales de las mujeres resonaban en el aire. Los oí cada vez más intensos hasta que se detuvieron. Habían bajado por un sendero al otro lado de la montaña. Andrómaca y yo, y algunas a las que el grupo había dejado atrás, las seguimos. Lo que vimos cuando llegamos a la pequeña cañada era increíble, espeluznante: un círculo de mujeres cubiertas de sangre, sangre hasta los codos, que desgarraban el cuerpo del cerdo y lo hacían pedazos. Y luego una de las mujeres cogió un trozo de la carne cruda y empezó a comérsela, manchándose la cara y el cuello de sangre. Sus ojos estaban medio cerrados y oscuros, como los de un animal. Andrómaca y las demás mujeres de nuestro grupo retrocedimos, sin dejarnos llevar por la locura que había asaltado a las demás mujeres, y contemplamos con horror cómo devoraban el cerdo crudo, haciendo espantosos ruidos al tragar y engullir no sólo su carne, sino también su sangre. ¿Cómo lo habían matado? ¿Desgarrándolo con las manos desnudas? Parecía imposible, pero había ocurrido. De modo que por eso no había que contar nunca lo sucedido. ¿Qué más ocurriría allí, en la cima de la montaña? Teníamos que irnos de allí antes de que sucediese. ¿Podría ser incluso el sacrificio de una de nosotras? Agarré la mano de Andrómaca y le dije: —¡Debemos huir! ¡Aunque esté oscuro, no podemos esperar a que haya luz, debemos encontrar el camino de vuelta! ¡Aunque nos perdamos, preferiría encontrarme entre animales, antes que estar entre estas bestias humanas! —¡Ah, Helena, perdóname por hacer que viniésemos aquí, yo no sabía...! Juntas volvimos y nos escabullimos, esperando que nadie nos viera. Intentamos recordar los caminos que habíamos tomado en el ascenso, pero sabía que nos perderíamos tarde o temprano. Lo único que podía esperar era que fuese lo más tarde posible. El viento aullaba y nos azotaba mientras bajábamos y nos deslizábamos por el empinado sendero, cuidando de apartarnos mucho de los despeñaderos que había a cada lado. A medida que llegábamos más abajo, los árboles fueron haciéndose cada vez más espesos a nuestro alrededor y desaparecieron los peligrosos precipicios, pero el camino no estaba tan claro y el bosque nos envolvía. Oíamos el aullido de los perros salvajes y mil sonidos más de las criaturas nocturnas que nos rodeaban. Las bromas que me había hecho Paris sobre leones no hacía mucho no parecían tan divertidas. Andrómaca me cogió del brazo mientras nos abríamos paso a través del oscuro bosque, tropezando con las raíces y las piedras sueltas y resbalando con las hojas secas y la pinaza del suelo. —El Ida es enorme —susurré, maravillada—. Esta montaña sola parece igual de grande que toda la cordillera de los montes Taigeto de mi casa. En casa..., en casa... Estaba ansiosa por volver a la seguridad de Troya... ¿Era aquélla ahora mi casa? Mi hermana Clitemnestra era ya una figura borrosa, esposa de mi enemigo, Agamenón, mientras que Andrómaca era mi compañera, una amiga extranjera que había acudido también a Troya. Qué complicadas se habían vuelto mis lealtades y mis apegos, como una planta monstruosa con infinitos zarcillos. Nos íbamos cansando, dando traspiés. A veces nos sentábamos a descansar, pero no por mucho rato. Los aullidos de los animales cercanos y el batir de alas hacía que nos volviéramos a poner en camino rápidamente. Pero al fin, la oscuridad disminuyó en el extremo oriental del bosque, y supimos que habíamos salido ya de las manos de la noche. El amanecer fue maravilloso. La luz irrumpió sobre nosotras y llenó todo el cielo. Todo se nos reveló de golpe. Estábamos en la parte inferior de la ladera de la montaña, donde ésta iba disminuyendo hasta formar suaves montículos y hondonadas. Ante nosotras veíamos praderas abiertas de un verde intenso. —Gracias sean dadas a... los dioses que cuiden de ti —dijo Andrómaca—. En mi caso es Hestia. —En el mío... —No podía decir «Afrodita», porque me daba vergüenza—. Es Perséfone. —¿La diosa de la muerte? —Andrómaca me cogió la mano—. No lo habría imaginado nunca. Ella tiene pocos devotos; de modo que debe apreciarte mucho. —Es mucho más que la reina de Hades —aclaré—. Ama la vida, igual que yo. Y por eso es tan difícil para ella abandonarla. Me costó una noche entera de vagabundeo apreciar más aún su alegría cuando salía de nuevo a la luz y al aire de la superficie de la tierra. Paris y Héctor nos esperaban en el extremo más alejado del prado. Habían esperado toda la noche. Sus rostros revelaron el alivio que sentían al vernos, y nos hicieron subir en el carro para conducirnos de nuevo a Troya. —¿Qué ha ocurrido allí? —preguntó Héctor. —No podemos divulgarlo —dijo Andrómaca—. Pero quizá nos recompense con lo que más deseamos. —Miró su vestido manchado de vino —. Es una prenda —dijo.


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.