Padres e hijos

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Iván Turgueniev

Padres e hijos

costumbre, liábase de palique con algún muchik. -Bueno -decíale-: expónme tu opinión sobre la vida, hermano. Porque, según dicen, en ti se cifran la fuerza toda y el porvenir de Rusia; de ti arrancará una nueva era en la historia... Vosotros habéis de imponernos vuestra verdadera lengua y vuestras leyes. El muchik, o no contestaba nada, o profería palabras por el estilo de estas: -Nosotros podemos... también porque esto significa... que lo que hacemos servirá de ejemplo... -Pero explícame qué mundo es el vuestro -atajábale Basarov-. ¿Es el mismo mundo que se sostiene sobre tres peces? -Eso, batiuschka, la tierra se sostiene sobre tres peces -explicábale el muchik con la mayor tranquilidad y con un tonillo de patriarcal campechanía-; pero en éste nuestro mundo impera, como es sabido, la voluntad del señor, porque vosotros sois nuestros padres y cuando más severo sea el señor, tanto mejor para el muchik. Después de escuchar semejantes razonamientos, Basarov un día se encogió despectivamente de hombres y dio media vuelta, dejando estupefacto al muchik. -¿De qué te hablaba? -preguntóle a aquél al día siguiente otro muchik de mediana edad y facha adusta, que, desde el umbral de su isba, había presenciado su coloquio con Basarov-. ¿De los atrasos quizá? -¿Qué hablas de atrasos, hermano mío? -respondióle el primer muchik, y en su voz no vibraba esta vez ninguna musiquilla patriarcal; sino, por el contrario, cierta rudeza indiferente-. Hablaba otra cosa; quería aprender la lengua... Ya lo sabemos: un barin, ¿puede acaso comprendernos? -¡Qué va a comprender! -apoyó el otro muchik, y, sacudiendo sus gorros y apretándose los cintos, pusiéronse a tratar de sus cosas y sus necesidades. -¡Ah! -Encogiéndose despectivamente de hombros y creyendo saber hablar con los campesinos, Basarov -según fanfarroneaba en su discusión con Pavel Petrovich no sospechaba que a sus ojos no era más que una especie de hazmerreír... Por lo demás, acabó por encontrarse una ocupación. Cierta vez, estando él delante, hubo Vasilii Ivanovich de vendarle el pie herido a un muchik; pero las manos le temblaban al viejo, y no acertaba a poner bien el vendaje. Ayudóle su hijo, y desde entonces tomó parte en su práctica, aunque siempre burlándose de los medios que aconsejaba él mismo, y de su padre, que en seguida los empleaba. Pero las cuchufletas de Basarov no mortificaban lo más mínimo a Vasilii Ivanovich; incluso le causaban placer. Remangándose su mugrienta bata con dos dedos hasta la cintura y chupando su pipa, oía con deleitación a Basarov, y cuanta más bilis ponía éste en sus exabruptos, de tanto mejor gana se reía, enseñando sus negros dientes hasta 151


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