Padres e hijos

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Iván Turgueniev

Padres e hijos

-Bueno; pues marquemos dos pasos más -Basarov marcó con la punta de la bota un trazo en el suelo-. Esta es la barrera. Y a propósito: ¿cuántos pasos nos podemos apartar de la barrera? Esta es también una cuestión principal. Anoche no discutimos este punto. -Supongo que diez -respondió Pavel Petrovich, entregando a Basarov dos pistolas-. Sírvase elegir. -Gracias. Pero reconozca, Pavel Petrovich, que nuestro duelo resulta extraño hasta el ridículo. No tiene usted más que mirarle la cara a nuestro padrino. -Usted siempre tan bromista -comentó Pavel Petrovich-. No niego lo insólito de nuestro duelo; pero estimo un deber prevenirle de que yo tengo intenciones de batirme en serio. A bon entendeur, salut!35 -¡Oh! No dudo en absoluto de que estamos decididos cada cual a suprimir al otro; pero ¿por qué no tomarlo a risa y unir de ese modo Utile dulci36? Vea: usted me habla en francés y yo le respondo en latín. -Voy a batirme en serio -repitió Pavel Petrovich, y dirigióse a su sitio. Basarov, por su parte, contó diez pasos a partir de la barrera y se detuvo. -¿Listo? -preguntó Pavel Petrovich. -Desde luego. -Podemos avanzar. Basarov avanzó despacito, y Pavel Petrovich fuese hacia él con la mano izquierda metida en el bolsillo y levantando poco a poco el cañón de la pistola... "Me apunta directamente a la nariz -pensó Basarov-. Y ¡con qué cuidado entorna el ojo el bandido! Pero ésta es una sensación desagradable. Miraré a la cadenilla de su reloj..." Algo brusco silbó en la oreja misma de Basarov, y en aquel mismo instante oyóse el disparo. "Lo oí; luego no ha sido nada", cruzóle aprisa por el pensamiento. Avanzó otro paso y, sin apuntar, disparó. Estremecióse levemente Pavel Petrovioh y llevóse la mano al muslo. Un hilillo de sangre corríale por el blanco pantalón. Basarov tiró la pistola y acercóse a su adversario. -¿ Está usted herido? -preguntóle. -Tenía usted derecho a llamarme a la barrera -dijo Pavel Petrovich-; pero ésa es una nimiedad. Con arreglo a las condiciones, aún podemos hacer otro disparo. -Bien; perdone, pero eso lo dejaremos para otra ocasión respondióle Basarov, y sostuvo en sus brazos a Pavel Petrovich, que ya 35 36

¡Al buen entendedor, pocas palabras! Lo útil a lo dulce.

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