MATERIALES COMPLEMENTARIOS SOBRE FLAUBERT

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33 posible que haya varias y contradictorias), se halla escondida, disuelta en el entramado de elementos que constituyen la ficción, y le corresponde al lector descubrirla, sacar por su cuenta y riesgo las conclusiones éticas, sociales y filosóficas de la historia que el autor ha puesto ante sus ojos. El arte [267] de Flaubert respeta por sobre todas las cosas la iniciativa del lector. La técnica de la objetividad está encaminada a atenuar al máximo la inevitable “imposición” que conlleva toda obra de arte. No digo, claro está, que las novelas de Flaubert carecen de ideología, que no proponen una cierta visión de la sociedad y del hombre, sino que, en su caso, estas ideas no son causa sino más bien efecto de la obra de arte; ésta no es para el creador mera consecuencia de una verdad previa que él posee y trasmuta en ficción, sino lo opuesto: la búsqueda, mediante la creación artística, de una posible e ignorada verdad. La diferencia con Brecht es que en Flaubert la ideología es implícita a la ficción, una estructura conceptual que resulta de lo creado y nunca lo precede, algo que yace en lo profundo de la historia y frente a esa verdad sumergida el autor y el lector tienen exactamente los mismos derechos para bucear tras ella y sacarla a la luz. El resultado de la estrategia artística de Flaubert es, en muchos casos, que la intencionalidad del autor se extravía en el curso de la creación y es sustituida por una intencionalidad moral, política o filosófica generada por la propia ficción, que puede discrepar con la ideología consciente del creador. La estrategia de la creación artística flaubertiana introduce siempre un principio relativizador, una ambigüedad de interpretación, por el hecho de excluir de la obra de arte todo mensaje explícito. De este modo queda descartada una lectura unívoca: la interpretación será siempre exterior a lo creado, un añadido que podrá variar según la obra repercuta en cada época o en cada persona. Es el lector quien debe, según su inteligencia, convicciones y experiencias, relacionar ficción y realidad, vincular (o desvincular) lo [268] imaginario con lo vivido. Paradójicamente, el novelista que odiaba a los hombres concibió una literatura respetuosa del lector, en la que éste es tratado como un igual y comparte con el autor la tarea de acabar la obra descifrando su significado, y, en cambio, el escritor que amaba al hombre concibió una literatura que implica desdén o, cuando menos, una tenaz desconfianza hacia el lector ya que únicamente exige de él obediencia y credulidad. VI. LA LITERATURA COMO PARTICIPACION NEGATIVA EN LA VIDA Hay, por fin, otro aspecto en Flaubert que me parece particularmente vigente. No se refiere a los aportes de Madame Bovary a la novela, sino al ejemplo que puede constituir la manera como Flaubert asumió su vocación para los novelistas que, en nuestros días, tienen todavía una concepción alta de su oficio. La literatura narrativa tiende cada vez más, hoy, a consecuencia de la especialización que ha traído el desarrollo industrial y el establecimiento de la sociedad moderna, a diversificarse en dos ramales inquietantes: una literatura para el consumo, ejecutada por profesionales de mayor o menor habilidad técnica, que se limitan a producir de manera serial y según procedimientos mecánicos, obras que repiten el pasado (temático y formal) con un ligero maquillaje moderno, y que, en consecuencia, predican el conformismo más abyecto ante lo establecido (y dentro de esta tendencia caben, por igual, la literatura de best-sellers del mundo capitalista y esa literatura patriotera, compla[269]ciente y oficialesca del mundo socialista) y una literatura de catacumbas, experimental y esotérica, que ha renunciado de antemano a disputar a la anterior la audiencia de un público y mantiene un nivel de exigencia artística, de aventura y novedad formal, al precio (y, se diría, la manía) del aislamiento y la soledad. De un lado, por obra de los mecanismos trituradores de la oferta y la demanda de la sociedad industrial o los halagos y chantajes del estado-patrón, la literatura es convertida en un quehacer inofensivo, en un instrumento de diversión benigno, privada de lo que fue siempre su más importante virtud, el cuestionamiento crítico de la realidad (mediante representaciones que, tomando de esta realidad todos sus átomos, significaban, a la vez, su revelación y negación), y el escritor en un productor domesticado y previsible, que propaga y fomenta los mitos oficiales,


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