MATERIALES COMPLEMENTARIOS SOBRE FLAUBERT

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32 Ambos fueron, al mismo tiempo, grandes creadores y grandes teóricos de su arte (aunque las teorías de Flaubert estén diseminadas sólo en cartas personales y en un prólogo de pocas páginas); sus obras representan la cúspide de las tendencias que fundaron o contribuyeron decisivamente a fundar. De otro lado, es difícil imaginar dos artistas más alérgicos uno al otro. El punto de partida tiene en los dos, sin embargo, algo similar: el odio al “burgués”. Pero es verdad que en Brecht burgués significa clase social explotadora, dueña de los medios de producción, y en Flaubert poco menos que sinónimo de hombre: la excepción son un puñado de escritores (“Moi, je comprends dans ce mot de ‛bourgeois’ le bourgeois en blouse comme les bourgeois en redingote. C’est nous, et nous seuls, c’est à dire les lettrés, qui sommes le Peuple, ou pour parler mieux, la tradition de l’Humanité”).18 Brecht era un ser de ideas sociales generosas, un hombre sensible a la injusticia de que es víctima la [265] mayoría, y, también, un optimista: creía que esa situación podía cambiar con una revolución y que la literatura contribuiría al cambio abriendo los ojos y alertando las conciencias de la gente sobre la “verdad”. Decir y propagar la verdad era para él misión principal de la literatura, y uno de sus textos teóricos más célebres es, justamente, el análisis de las Cinco dificultades que debe sortear el escritor para cumplir victoriosamente esa obligación. Éstas son las ideas básicas en que se inspiran sus teorías sobre el teatro épico, su condena del aristotelismo —el arte mimético de la naturaleza— y las técnicas de la distanciación. Flaubert, en cambio, era un profundo egoísta en lo que respecta a la injusticia social, y, a lo largo de su vida, no se preocupó sino de los problemas que atañían a su persona y a la literatura. Con el pretexto de odiar al burgués, odiaba y despreciaba a los hombres; amaba la literatura porque le parecía una manera de escapar a la vida y de vengarse de ella, y en lo que se refiere a la historia era terriblemente pesimista: el futuro siempre sería peor que el presente, que era peor que el pasado, y nada tenía remedio, lo que, por lo demás, tampoco le parecía injusto pues los hombres no se merecían otra cosa. Este escepticismo catastrofista y soberbio sobre el destino humano es, quizá, la explicación recóndita de su teoría de la impasibilidad, su defensa de un arte indiferente y objetivo, donde todo ocurra sin emoción ni intervención ajena, de una literatura sin moraleja: “L’humanité est ainsi, il ne s’agit pas de la changer, mais de la connaître”, le escribió a Mlle. Leroyer de Chantepie.19 [266] Lo paradójico es que los productos artísticos de ambas actitudes contrarias son también contrarios en relación a las teorías de sus autores. El democrático Brecht escribe una obra que, en la práctica, parece suponer el infantilismo o la ineptitud de su público: todo debe serle explicado y subrayado para no dar la menor oportunidad al equívoco, a la interpretación incorrecta. La literatura adopta la forma de una clase en la que el autor, un riguroso dómine, explica a los alumnos una lección en la que van incluidas ciertas historias y sus enseñanzas, unas fábulas y las verdades excluyentes que ilustran. El “mensaje” es impuesto al lector o espectador (a menudo con genio) al mismo tiempo que una historia y unos personajes, sin dejarle escapatoria ni elección: la literatura resulta así, como las dictaduras, algo que no deja otra disyuntiva que el sometimiento o el rechazo totales. Proselitista, paternalista, magisterial, se trata de un arte, en un sentido profundo, religioso, no sólo porque se dirige a los hombres como convencidos o catecúmenos, sino porque exige de ellos —pese a su fisonomía empeñosamente racionalista—, desde el principio y ante todo, un acto de fe: la aceptación de una verdad única y anterior a la obra de arte. El despectivo Flaubert, en cambio, realizó una obra que en la práctica supone (en la medida que las exige) la adultez y la libertad del lector: si hay una verdad en la obra literaria (porque es 18

Carta a George Sand, s. f., mayo de 1867, Corresp., vol. V, p. 300.

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Carta del 18 de mayo de 1857. El subrayado es de Flaubert


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