Anuncios Clasificados - Guillermo Fadanelli

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Cafetera Bunn Guillermo Fadanelli


Guillermo Fadanelli (Ciudad de México). Ha escrito ensayo: En busca de un lugar habitable (2006), Elogio de la vagancia (2008), Insolencia. Literatura y mundo (2012); aforismos: Dios siempre se equivoca (2004); crónica: Plegarias de un inquilino (Cal y arena, 2006); cuento: El día que la vea la voy a matar (1992), Terlenka (1995), Más alemán que Hitler (Cal y arena, 2001) y Compraré un rifle (2003); y novela: La otra cara de Rock Hudson (1997), ¿Te veré en el desayuno? (1999), Clarisa ya tiene un muerto (2000), Lodo (2002), Educar a los topos (2006), Malacara (2007) y Mis mujeres muertas (2012). Parte de su obra ha sido llevada al cine y sus novelas han sido traducidas a varios idiomas. Es fundador de la revista y editorial Moho y colaborador de fanzines y revistas en España, Italia, Alemania, Chile y México. Durante el 2007 fue becario del Servicio Alemán de Intercambio Académico (DAAD), en Berlín.


¿Voy a ocultar lo que me pasa? No, en definitiva no lo

haré. Soy una persona normal y a los normales nos suceden cosas similares. Y vamos al banco como si nada, nos formamos en una nutrida fila y sonreímos a la cajera. Hay quienes no sonríen, pero esos son más normales todavía que quienes sí lo hacemos. ¿Entonces? Mis problemas son problemas normales. Y punto. Cuando mi madre murió, estos problemas se volvieron más serios, es decir se agravaron hasta un punto que me impedían pensar. ¿Pero quién quiere pensar? Hay que sobrevivir. Eso es: sobrevivir. Mi madre tenía noventa años cuando murió y nadie puede venir a decirme que su muerte fue injusta, ella vivió sin pensar, es decir sin pensar en asuntos que no fueran de su incumbencia. No andaba allí, por los pasillos, haciendo preguntas desagradables a nadie. Mi madre estaba en lo suyo y a quien no le gustara su carácter, poco tenía qué hacer. Lo mío tampoco debería interesarle a nadie, ¿que si soy normal?, ¿que si tengo problemas? Sí, soy normal y no ando en los pasillos mirando a quien no debo ver o preguntando


quién va a casarse. Las personas se casan porque conocen a alguien, es todo. Yo no conozco a nadie todavía, pero pronto conoceré a una persona. O quizás no. ¿Y a quién le importa? De todas maneras yo busco a esa persona en los periódicos, en la sección de anuncios, ¿y qué?, es una técnica como cualquier otra. ¿O no hay aviones hechos en distintas fábricas? Todos hacen lo mismo, buscar a la persona en el anuncio, buscar, buscar, si no fuera así los periódicos estarían vacíos. Desde el día en que se inventaron los periódicos las personas están allí dentro, esperando que alguien las encuentre, es obvio. Yo encontré en el periódico a una maestra que enseña a los chambelanes a ponerse al día en el asunto ese del vals. La llamé e hicimos una cita. Ella era una mujer soltera, al menos eso me contó, había tenido amigos, pero bueno, no tenía a la persona. ¿Y cuál es el problema? Quienes han encontrado a la persona no tienen por qué sentirse superiores. Es verdad que mentí cuando me presenté por teléfono fingiendo ser el padre de la quinceañera, tuve que hacerlo, no quería contratar a una maestra de baile sin antes conocerla en persona. Y lo hice, es decir fui a ese café en la colonia Nápoles a conocer a la maestra, ¿hice mal?, no creo, yo cubrí la cuenta del consumo que incluyó varios trozos de pastel y me comporté como un señor. Charlamos más de una hora y ella, la maestra, parecía muy complacida con mi presencia. ¿No lo he dicho antes? Las personas normales sabemos reconocernos a primera vista y nos sentimos bastante a gusto entre nosotros. Además, creo dar la impresión de ser un buen padre de quinceañera, tengo la edad adecuada y me refiero con bastante soltura y


propiedad respecto a todo lo concerniente a mi hija. Vaya si no es una edad difícil, la de mi hija, catorce años y con un vals en el horizonte. La maestra sabe a lo que me refiero y en su caso los problemas se multiplican pues tiene que tratar también con los chambelanes, ¿cuántos?, no sé, es posible que si no hay mucho dinero los chambelanes puedan ser sólo unos pocos, me lo dijo ella, comprensiva, para qué tanto chamaco despistado, seis o siete que sepan dar bien los pasos y basta. El arte no lo hacen los ejércitos. Cuando nos despedimos, ella suspiró y me dijo: “El vals debe llamar la atención mucho más que el pastel; allí es donde entra el arte, el baile, la armonía de los seres humanos.” Y tenía razón, no había más que escucharla para saber que tenía razón. La maestra no me parecía atractiva, me disgustaban las oscuras pecas de sus brazos y su forma de vestir, los lazos de su blusa, ¿por qué había lazos en su blusa si, además, la blusa tenía botones? No sé, es decir, la maestra tenía razón en que la armonía es mejor que un pastel, pero si hay botones en la blusa ¿para qué quiere uno lazos y más lazos? ¡Uf! Nadie va a acusarme, ¿a mí?, ¿con qué objeto?, cada quien debe estar en lo suyo. Ya sé, mentí cuando le conté a la maestra de baile detalles sobre mi hija y no hay marcha atrás, es normal mentir cuando no se le hace daño a nadie, los solteros nos apoyamos los unos a los otros aunque no reconozcamos en público que somos solteros. Es la ley de Dios y de los hombres. Las pecas en los brazos vinieron a arruinar mis esperanzas de encontrar a la persona, ¿y los lazos? También los lazos. ¿Para qué lazos si hay botones? Este


fue uno los motivos que me orillaron a comunicarme con la señora Ortiz, su número estaba sólo a unos centímetros abajo del anuncio publicado por la maestra de chambelanes, en el mismo periódico, lo hice, llamé a su celular y volví a mentir pues no necesito rentar ningún departamento, menos en la colonia Anzures, sólo quería olvidar aquellas pecas y concentrarme en nuevos retos. Mi madre sí que sabía planear las cosas. ¿Que mi madre no pensaba? ¿Que no causaba simpatía a nadie? Bueno, lo que hizo fue heredarme una casita de dos recámaras en el barrio de Tacubaya. Y si las personas que no piensan heredan casitas como la mía entonces todo está en orden, más que en orden. El anuncio en el periódico decía: “Rento departamento, una recámara, amueblado, todos los servicios, ¡monísimo!” La última palabra del anuncio fue lo que tomó toda mi atención. ¿Qué querría decir la señora Ortiz con la expresión “monísimo”. El asunto me hizo un poco enojar y ya me encontraba contrariado cuando visité el departamento en renta. Se debería tener más cuidado a la hora de redactar anuncios que otra persona va a leer. El departamento era uno como cualquier otro, minúsculo, estrecho, sin nada de especial. ¿Dónde estaba lo monísimo? Cuando la señora me mostró la recámara puse atención en sus pantorrillas, eran gruesas y bellas, iban y venían de un lado a otro de la recámara, nerviosas, como si el cuerpo de la señora no existiera, una joven recién divorciada que estaba a punto de emigrar a provincia, ella me contó su historia en unas pocas frases y tomamos café en la mesita redonda del comedor. En la cocina, sobre una repisa, había una cafetera Bunn eléctrica


lista para usarse y ofrecer café a las personas interesadas en el departamento. ¡Olía tan bien ese café! Las pantorrillas me gustaron, vaya que sí, soñé con ellas por tres días seguidos, las mordía como si fueran roscas de chocolate y luego daba sorbos a mi taza de café, todo bien, sin problema, la cafetera Bunn funcionaba a la perfección. ¿No lo he dicho ya varias veces?: se busca a la persona y se le encuentra, o no, ¿y qué si no se le encuentra?, se sigue buscando y ya. Estuve en ese departamento más de veinte minutos y a las seis de la tarde tuve el impulso de salir corriendo a la calle, sí, ¿cómo podía la señora Ortiz llamar “monísimo” a ese retrete?, le había ido mal en el matrimonio, regresaba con sus padres a Querétaro, la señora Ortiz estaba sola, y aún así tenía ánimos para poner anuncios de esa clase en el periódico, no sé si ella es normal, o sea, en todo caso es la menos normal de las normales. ¿Y las pecas?, ¿y los lazos? Ya no sé qué pensar.


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