Junio de 2008 Liahona

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El elemento espiritual de las curaciones POR EL ÉLDER ALEXANDER B. MORRISON Miembro de los Setenta de 1987 a 2000

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os relatos de la vida y las enseñanzas de Jesús que aparecen en las Escrituras están repletos de referencias a Su poder incomparable para sanar todo tipo de aflicciones. En los Evangelios se registran más de veinte oportunidades en las que Él sanó enfermos, desde el hijo del noble en Capernaum (véase Juan 4:46–53) hasta la oreja,

después de cortada, que le restauró a Malco, el siervo del sumo sacerdote (véase Lucas 22:50–51; Juan 18:10). Los poderes curativos de Cristo se extendían más allá de sanar a los que tenían enfermedades físicas hasta “toda dolencia en el pueblo” (Mateo 4:23, cursiva agregada; véase también Mosíah 3:5; 3 Nefi 17:5–10). Con Su infinita compasión, Jesús no sólo sanaba a los que tenían males físicos sino también a otros cuyas enfermedades eran mentales o emocionales. Esas curaciones son un elemento integral de la expiación de Jesucristo, que es un hecho tan potente, tan inclusivo en su alcance y extensión, que no paga solamente el precio del pecado sino que también sana toda aflicción del ser mortal. Aquel que anduvo sufriendo dolores y tribulaciones de todas clases a fin de saber perfectamente cómo socorrer a Su pueblo (véase Alma 7:11–12), que tomó sobre Sí la incomprensible carga de los pecados de todos los que pertenecen a la familia de Adán (véase 2 Nefi 9:21), de manera similar extiende Su poder sanador a todos, sea cual sea la causa de su aflicción. “…por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:5).

El don divino de sanar está adaptado a las necesidades particulares de los que lo reciben por Aquel que los conoce mejor porque los ama más.

EL ESTANQUE DE BETESDA, POR CARL HEINRICH BLOCH, CORTESÍA DEL MUSEO DE ARTE DE LA UNIVERSIDAD BRIGHAM YOUNG.

L I A H O N A JUNIO DE 2008

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