Nayagua 17

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Armenia en prosa y en verso ósip mandelstam Prefacio de Gueorgui Kubatián Traducción y notas de Helena Vidal Barcelona, Acantilado, 2012

La seducción de una ocarina

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Ósip Mandelstam soñó desde siempre con visitar Armenia. Es el viaje a esta tierra fronteriza lo que inspira el ciclo de relatos y poemas que recoge ahora Acantilado con la valiosa traducción de Helena Vidal y la introducción de Gueorgui Kubatián. Cumplido este sueño en 1930, el poeta ruso logra romper el mutismo en el que se había sumido durante cinco años. Esto, el silencio que al fin se rompe tras un viaje anhelado, parece algo importante a la hora de pensar en lo que Mandelstam persigue al llevar a cabo su aventura. Cuando emprendemos un viaje, vamos tras algo conocido, algo que de algún modo ya está en nosotros pero que el rigor de la vida cotidiana no nos permite identificar; lo que rara vez sabemos es en qué consiste eso que deseamos reconocer y para lo que hace falta trasladarse, a veces, tan lejos. En el caso de Mandelstam, ese rigor de la vida cotidiana está referido a uno de sus extremos: el opresivo momento que vivía la antigua URSS en los años de Stalin y que fue sofocando su vida y su actividad creativa. Para Mandelstam, el viaje a Armenia no es algo banal, sino, como cuenta su esposa, Nadieszha Jázina, fruto de su profunda conciencia histórica, que ve una continuidad en la tradición cultural europea, dentro de cuya historia él vivía y dentro de cuya poesía existía. Se trata de la conjunción entre tradición y modernidad, la pregunta por los orígenes de una cultura en la experiencia de su tiempo. Desde este punto de vista, Armenia, una tierra que se siente más en el límite de Europa que de Asia, rota, invadida y conquistada por tantos pueblos, representaba la síntesis de esos orígenes (bíblico, grecolatino, cristiano). El silencio es un vacío donde ya ni el dolor se siente. Se podría decir que si el viaje de Mandelstam nace en la nostalgia (“nostalgia de una cultura mundial” como él mismo definió el movimiento acneísta, al que estuvo adscrito) no es la nostalgia el sentimiento que lo impulsa, sino el sentimiento que busca, ese dolor, esa pena por el regreso, a que remite la etimología de la palabra, donde rescatar un sentido que había llegado a perder. Y para ello, tiene que trasladarse, no bastan los libros ni la fantasía, es necesario estar en el lugar para perderlo en la separación, sentir sus olores y escuchar la lengua en sus gentes, para poder animar más tarde esa realidad. “[…] Cómo amo tu lengua siniestra, / y esos jóvenes féretros tuyos, / donde la letras parecen tenazas, / y cada palabra una grapa…”. Es éste un dolor semejante al de los propios armenios, que puede quedar simbolizado en la visión de su gran símbolo, el monte Ararat, separado de su pueblo, fuera de sus fronteras (tras el último reparto territorial), y al que, en los días claros se puede contemplar a lo lejos, como flotando sobre la decadente Europa. “[…] La gran montaña se bebió todo el aire, / habrá que seducirla con una ocarina, / tentarla con una flauta, para que la nieve se funda en la boca. // Nieve, nieve y más nieve sobre el papel de arroz, la montaña se acerca a los labios. / Tengo frío. Estoy contento…”. En la tristeza ante el final de una época, sostiene Mandelstam la lucha por una restitución, que es la suya propia, su posibilidad de compartir el destino de una civilización. Pilar Martín Gila


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