Silenciar la Democracia. Las Masacres de Remedios y Segovia 1982-1997.

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Silenciar la democracia: las masacres de remedios y segovia, 1982-1997

(minero y miembro de la Junta Cívica de Remedios), Ofelia Rivera Cárdenas de Trujillo (comerciante y miembro de la Junta Cívica de Remedios), Luis Alberto Lopera Múnera (profesor del Colegio Gabriel Yepes, miembro de la Veeduría Ciudadana y de la Junta Central de Acción Comunal y presidente del Comité de Derechos Humanos de Remedios), Carlos Enrique Rojo Uribe (minero, comerciante y exalcalde de Remedios por la UP (1988–1990) y por el Movimiento Cívico Popular (1992–1994)), Efraín Antonio Pérez Trujillo (minero) y Ramón de Jesús Padilla Arrieta (celador de la escuela pública Santa Teresita, militante de la UP y escolta de Carlos Rojo durante sus dos alcaldías). Debido a que las casas o lugares de trabajo de estas personas se encontraban ubicados en diferentes calles y sectores del municipio (ver Tabla N° 4 y Cartograma N° 6), el recorrido de los victimarios hizo que los demás habitantes de la localidad fueran testigos de los hechos: Ese recorrido lo hicieron desde las 12:30 de la noche, por todo el municipio, pasaron por detrás del comando de la Policía, bajaron con una señora amarrada y después subieron con tres. Voltearon para Monteblanco y sacaron al profesor. Voltearon para Las Palmas y sacaron al ex–alcalde. Después fueron a la escuela de niñas, tumbaron la ventana y sacaron al celador. Siguieron por ahí abajo recogiendo gente (…) todo eso fue de sorpresa, ellos empiezan a recoger a la gente, toda la gente del pueblo se despierta en sus casas y observa (…) es decir, la gente estaba levantada. Es que a esa hora la gente todavía no está acostada. Entonces, todo el mundo murmuraba: “Mira, ¡y están uniformados!”, “Ve, voltearon por tal parte, subieron por fulano y por perano”, “Ve, subieron para Monteblanco, sacaron al profesor”; “Ve, sacaron a Carlos Rojo” (…), todo el mundo vio todo… el pánico estaba apoderado de toda la ciudadanía. Es que el pánico que sentíamos todos era aterrador, a cualquiera lo podían matar.

Posteriormente, el grupo armado obligó a las personas retenidas a caminar hacia el parque central, continuando por la calle principal del pueblo hasta arribar a la bomba de gasolina Amaru, situada en la entrada del mismo (ver Cartograma N° 6). En este lugar, varios miembros del grupo armado buscaron al conductor de una buseta de servicio público y lo forzaron a conducir 108


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