Semana Santa 2011 - www.santacruzdelapalma.es

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SEMANA SANTA 2011 SANTA CRUZ DE LA PALMA HORARIO DE MISAS Y PROCESIONES

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Día 18 de abril, LUNES SANTO MISAS 7 de la tarde 7.30 de la tarde

San Vicente (Velhoco) El Salvador San Francisco La Encarnación

PROCESIONES 9 de la noche

Señor del Perdón (El Salvador)

Imágenes: Señor del Perdón (primera mitad del siglo XIX), obra de Fernando Estévez del Sacramento; San Pedro Llorando (1822), obra de Fernando Estévez del Sacramento; el gallo (finales del siglo XIX), obra de Aurelio Carmona López. Primera salida: Mediados del siglo XIX. (Desde el siglo XVII salía este paso, pero con imaginería diferente a la actual.) Cofradías: Cristo Preso y las Lágrimas de San Pedro. (Desde 1661 hasta 1866 se ocupó del paso la extinta Cofradía de San Pedro. Hasta el año 1996 acompañó también este paso la Cofradía del Santo Sepulcro.)

Día 19 de abril, MARTES SANTO MISAS 7 de la tarde 7.30 de la tarde

Candelaria (Mirca) El Salvador San Francisco La Encarnación

PROCESIONES 9 de la noche

Señor de la Columna y Nuestra Señora de La Esperanza (Santo Domingo)

Imágenes: Señor de la Columna (mediados del siglo XX), obra de Andrés Falcón San José; Nuestra Señora de La Esperanza (mediados del siglo XX), obra de Andrés Falcón San José. Primera salida: 1957 Cofradías: Cristo Preso y las Lágrimas de San Pedro y Nuestra Señora de la Esperanza.


Día 20 de abril, MIÉRCOLES SANTO MISAS 8.30 de la mañana 5 de la tarde 7 de la tarde 7.30 de la tarde 8 de la tarde

Capilla del Cristo de la Portería (Santo Domingo) Santo Domingo Las Nieves San Francisco La Encarnación Ermita de San José

PROCESIONES 6 de la tarde

Punto en la Plaza o Santo Encuentro (Santo Domingo)

Imágenes: Cristo Nazareno (1841), obra de Fernando Estévez del Sacramento; Nuestra Señora de los Dolores, “La Magna” (1841), obra de Fernando Estévez del Sacramento; y San Juan Evangelista (siglo XIX), obra de Manuel Hernández, “El Morenito”. Primera salida: Mediados del siglo XIX. (Con anterioridad y desde 1966, salía la procesión con imaginería diferente.) Cofradías. Venerable Hermandad de Jesús Nazareno y Cristo Preso y las Lágrimas de San Pedro. 7.30 de la tarde

Nuestra Señora de la Soledad (Las Nieves)

Imagen: Nuestra Señora de la Soledad (siglo XVII). Ezequiel de León y Domínguez restauró el rostro y talló sus manos. 10 de la noche

Señor de la Caída (San Francisco)

Imágenes: Señor de la Caída (1752), obra de Benito Hita y Castillo; Nuestra Señora de los Dolores (1866), obra de Nicolás de las Casas Lorenzo; San Juan Evangelista (1863), reconstruido por Jesús de León (2007); y la Verónica (siglo XX), obra de Andrés Falcón San José. Primera salida: 1920. Cofradías: La Pasión, Nuestro Señor de la Caída, Niños de Hosanna, Niñas de Hosanna, Nuestro Señor del Huerto y Nuestra Señora de los Dolores.


Día 21 de abril, JUEVES SANTO MISAS 5 de la tarde

6 de la tarde 7 de la tarde 7.30 de la tarde

Hospital de Dolores Calcinas Colegio La Palmita San Francisco El Salvador Las Nieves La Encarnación

PROCESIONES 10 de la noche

Señor de la Piedra Fría (San Francisco)

Imágenes: Señor de la Piedra Fría (siglo XVI), de autor anónimo; Nuestra Señora de la Soledad (1733), obra de Domingo Carmona. Cofradías: Señor de la Piedra Fría, La Pasión, Nuestro Señor de la Caída, El Crucificado y Vera Cruz, Niños de Hosanna, Niñas de Hosanna, Nuestro Señor del Huerto y Nuestra Señora de los Dolores.


Día 24 de abril, VIERNES SANTO OFICIOS 4 de la tarde 4.15 de la tarde 4.30 de la tarde 5 de la tarde 6 de la tarde

Las Nieves Hospital de Dolores Colegio La Palmita Calcinas San Francisco La Encarnación El Salvador

PROCESIONES 8 de la mañana

Vía Crucis Procesional con Ntra. Sra. De los Dolores (La Encarnación) Vía Crucis Procesional del Cristo de las Siete Palabras (El Salvador)

Imagen: Cristo de las Siete Palabras (1781), obra de Marcelo Gómez Rodríguez de Carmona. Cofradías: Cristo Preso y las Lágrimas de San Pedro, Venerable Hermandad de Jesús Nazareno, Nuestra Señora de la Esperanza, Los Siete Dolores y Santo Sepulcro.

10.30 de la mañana

El Calvario (San Francisco)

Imágenes: El Crucificado (1968), obra de Ezequiel de León Domínguez; Santa María Magdalena (siglo XIX), obra de Fernando Estévez del Sacramento; San Juan Evangelista (1863), obra de Aurelio Carmona López; Nuestra Señora de la Soledad (1733), obra de Domingo Carmona. Primera salida: 1969 (Con anterioridad y desde el siglo XVI salía en procesión con imaginería diferente a la actual.) Cofradías: El Crucificado y la Vera Cruz, Señor de la Piedra Fría, Niños de Hosanna, Niñas de Hosanna, Nuestro Señor del Huerto y Nuestra Señora de los Dolores. (Desde sus inicios y hasta principios del siglo XX la procesión estaba vinculada a la Noble Hermandad de la Vera Cruz y a la Cofradía de la Misericordia.)

1 de la tarde

Ntra. Sra. De la Piedad (Hospital)

Imagen: Nuestra Señora de la Piedad (siglo XVI), de autor anónimo. Primera salida: 1949. Cofradías: La Piedad (Durante el siglo XVIII salió acompañada por la Cofradía de los Siervos de Dolores).


6 de la tarde

El Calvario (Las Nieves)

Imágenes: Santísimo Cristo del Amparo (siglo XVI), de autor anónimo; Nuestra Señora de los Dolores (siglo XVI), de autor anónimo; San Juan Evangelista (siglo XVI), de autor anónimo. 6.30 de la tarde

Santa María Magdalena (San Francisco)

Imagen: Santa María Magdalena (siglo XIX), obra de Fernando Estévez del Sacramento. 7.30 de la noche

Magna Procesión del Santo Entierro (El Salvador)

Imágenes: Cristo del Clavo (1984), obra de Francisco Palma Burgos; San Juan Evangelista (siglo XIX), obra de Manuel Hernández, “El Morenito”; Los Santos Varones (1862), obra del Padre Manuel Díaz Hernández; Santa María Magdalena (siglo XIX), obra de Fernando Estévez del Sacramento; Nuestra Señora de los Dolores, “La Magna” (1841), obra de Fernando Estévez del Sacramento. Este año saldrá por primera vez el paso de “Las Tres Marías”, obra de Domingo Cabrera Benítez, autor de una de las imágenes, y rehabilitador de dos imágenes históricas procedentes del antiguo convento de Santo Domingo atribuidas a Marcelo Gómez Carmona y a Lorenzo de Campos. Primera salida. 1985. (Con imaginería diferente a la actual, la procesión desfila desde el siglo XVI.) Cofradías. Venerable Hermandad de Jesús Nazareno, Cristo Preso y las Lágrimas de San Pedro, Nuestra Señora de la Esperanza, Los Siete Dolores, Santo Sepulcro y La Piedad. (En sus inicios se ocupaba de ella la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad; y más tarde, la Cofradía del Santísimo Sacramento.

Día 23 de abril, SÁBADO SANTO VIGILIA PASCUAL 8 de la tarde 8.30 de la noche 9 de la noche 10.30 de la noche

La Encarnación Calcinas Colegio La Palmita Las Nieves El Salvador San Francisco


Día 24 de abril, DOMIGO DE PASCUA MISAS 9 de la mañana 11 de la mañana 11.30 de la mañana 12 de la mañana 5.30 de la tarde 7 de la tarde 8 de la tarde

San Francisco La Encarnación El Salvador Las Nieves San Francisco Candelaria (Mirca) San Francisco El Salvador

PROCESIONES 12.30 de la mañana

Procesión Eucarística (Las Nieves)

Nota. Los horarios de las misas pueden sufrir alteraciones. Para mayor seguridad, consultar en las parroquias correspondientes.


SEMANA SANTA 2011 SANTA CRUZ DE LA PALMA

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CON LA SEMANA SANTA PROCLAMAMOS QUE CRISTO ES NUESTRO FUTURO En la Semana Santa se celebran los misterios de salvación realizados por Cristo en los últimos días de su existencia terrena, es decir, los días que van desde su entrada mesiánica y triunfal en la ciudad de Jerusalén (a lomos de una burrita) hasta su resurrección en la misma ciudad, después de haber pasado por la pasión, muerte y sepultura. Decimos que "se celebran los misterios de la salvación", y no simplemente que se recuerdan y representan los hechos históricos que tuvieron lugar aquellos últimos días de la vida de Jesús, hace casi dos mil años. Recordamos, sí. Pero, para un cristiano, la Semana Santa es mucho más que el recuerdo de algo que pasó, pues en las celebraciones de estos días se actualiza y realiza la salvación de Cristo para todos y cada uno de nosotros. Representamos, sí. Pero, para los cristianos, más que la representación teatral o artística de unos hechos pasados, se trata de "re-presentar", es decir, "volver a presentar" o "hacer de nuevo presente", en la mente y el corazón, los últimos acontecimientos de la vida del Señor para que "por la celebración de los misterios que nos dieron nueva vida, lleguemos a ser con plenitud hijos de Dios" (Prefacio I de Cuaresma). Decir que "celebramos los misterios de la salvación" es reconocer que, en la celebración de la Semana Santa, al acercamos a Cristo, fuente de salvación, somos realmente purificados de nuestros pecados y renovados en nuestra condición de hijos de Dios. Esto es posible y real, porque lo que Cristo anunció con su palabra: "El Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido" (Lc. 19,10); "yo soy el buen pastor que da la vida por la ovejas" (cf. Jn. 11,15) y, también "el Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por todos" (Mc. 10,45), lo cumplió de una vez para siempre, con su pasión, muerte y resurrección. Y, asimismo, para que la redención por El realizada consiga su efecto en los hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares, envió Cristo al Espíritu Santo de parte del Padre, para que realizara interiormente en cada uno su obra salvífica. Cristo es nuestro salvador. ¿Sentimos salvados? ¿De qué? Todos somos conscientes en este mundo no van bien. Hablamos de una todos los ámbitos de la vida humana y

la necesidad ser de que las cosas fuerte crisis en existe una gran


preocupación por cómo serán las cosas en el futuro. Lejos de disminuir, la violencia marca cada vez más las relaciones entre las personas y entre los pueblos; la crisis económica y la pobreza oprimen a millones de habitantes; las discriminaciones e incluso las persecuciones por motivos raciales, culturales, religiosos y de cualquier otro tipo, obligan a muchas personas a vivir marginadas o a huir de sus países para buscar refugio y protección en otros lugares. Y lo peor es que, ante las dificultades para salir adelante, aumenta el pesimismo y la desesperanza, especialmente en los jóvenes, de los que depende en gran medida que las cosas se arreglen. Ahora bien, ¿se podrán arreglar las cosas si no se arreglan también las personas? Dice San Pablo, y los hechos le dan la razón, que "el amor al dinero es la raíz de todos los males; algunos por codiciarlo, se han apartado de la fe y se han acarreado a sí mismos muchos sinsabores" (1Tim. 6,10). ¿Qué les hace falta a los hombres y mujeres de hoy para salir adelante? ¿Más recursos o mejor distribución de los que hay? ¿Más consumo y producción o cambiar la forma de vivir para no agotar los recursos del planeta? La solución de los problemas del mundo no está en las cosas, sino en las personas que usan (o abusan) de las cosas. Como dice el poeta Emilio Prados: "No es lo que está roto, no, el agua que el vaso tiene: lo que está roto es el vaso y, el agua, al suelo se vierte". Cuando "el hombre está roto" todo lo que toca se desordena y desparrama. Por eso, en palabras del Papa Benedicto XVI, «la humanidad necesita ser liberada y redimida. La creación misma -dice san Pablo- sufre y alberga la esperanza de entrar en la libertad de los hijos de Dios (cf. Rm. 8, 1922). Estas palabras son verdaderas también en el mundo de hoy. La creación sufre. La humanidad sufre y espera la verdadera libertad, espera un mundo diferente, mejor; espera la "redención". Y, en el fondo, sabe que este mundo nuevo esperado supone un hombre nuevo, supone "hijos de Dios". ¿Qué será de la humanidad? ¿Hay un futuro para la humanidad? ¿Y cómo será este futuro? A los creyentes la respuesta a estos interrogantes nos viene del Evangelio. Cristo es nuestro futuro y su Evangelio es comunicación que "cambia la vida", da la esperanza, abre de par en par la puerta oscura del tiempo e ilumina el futuro de la humanidad y del universo"» (Mensaje Domund 2008). Jesucristo, por así decir, ha cumplido su parte, su promesa. Como el mismo dice en el Apocalipsis: «Hecho está: yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin; al que tenga sed, yo le daré del manantial del agua de la vida gratis. Esta será la herencia del vencedor: yo seré Dios


para él, y él será hijo para mi» (Apoc. 21, 6-7). Ahora bien, los hombres y mujeres de hoy, nosotros, ¿sentimos necesidad de ser salvados del poder del mal y el pecado que nos domina? o, por el contrario, ¿se ha "endurecido nuestro corazón" y estamos tan alienados que ni siquiera somos conscientes de nuestra miseria? Dios quiera que no sea así y que tengamos la valentía de entrar en nosotros mismos y recapacitar, para que podamos vivir aquella situación que nos describe el Salmo 118: "Me he descarriado como oveja perdida: Señor ven en busca de tu siervo. No, no me olvido de tus mandamientos" (v. 176). Semana Santa, es la gran oportunidad para detenernos un poco. Para pensar en serio. Para preguntarse en qué se está gastando nuestra vida. Para darle un sentido nuevo al trabajo y a la vida de cada día. Para abrirle el corazón a Dios, que sigue esperando. Para abrir nuestro corazón a los hermanos, especialmente a los más necesitados, aceptando decididamente que Jesús está presente en cada ser humano que convive y se cruza con nosotros. Llega la Semana Santa. En nuestras iglesias y en nuestras calles, veremos en los pasos procesionales la imagen de Nuestro Señor Jesucristo: en la Cena con los Apóstoles, orando en Getsemaní, azotado y coronado de espinas, "ecce homo", cautivo, nazareno cargando con la cruz, crucificado, resucitado… Su rostro nos entra por los ojos, pero no basta con verlo, es necesario contemplarlo para "ver lo que no se ve", es decir, para ver con el corazón lo que no se ve con los ojos. La misma imagen de la Virgen María, Ntra. Señora Dolorosa, de la Soledad, de la Angustia ante el sufrimiento de su Hijo. La imagen de Aquella que "ruega por nosotros pecadores", nos enseña a ver con el corazón, para que podamos contemplar y comprender que Cristo "me amó y se entregó por mí". Para que nos demos cuenta de que El es el Buen Pastor que, también en esta Semana Santa, ha salido a buscar "la oveja perdida" que somos cada uno de nosotros. Sí. Cristo nos busca porque nos ama, nos busca siempre sin cansarse, hasta que nos encuentra, hasta dar la vida, porque no quiere que ninguno se pierda. Cristo entregó su vida por nosotros y por nuestra salvación. De nosotros depende que gustemos y disfrutemos de "los frutos de su redención", aquellos frutos que durante la cuaresma hemos pedido reiteradamente al rezar el Salmo 50: «Oh, Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu. Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso» (Sal 50, 12-14). Por eso, para vivir bien la semana Santa


es necesario descubrir y reconocer qué pecados hay en mi vida y, arrepentidos, buscar el perdón generoso de Dios en el Sacramento de la Penitencia. Así, podremos acercarnos a recibir a Cristo en la comunión con un corazón puro y renovado por El mismo Señor. La Semana Santa es la Pascua del Señor, su paso de la muerte a la vida. La Semana Santa es, también, nuestra pascua ya que, gracias a nuestra fe en El, tenemos la gran oportunidad de morir con Cristo y de resucitar con Cristo, de morir a nuestro egoísmo y de resucitar al amor. Así, la Semana Santa, vivida en su sentido más profundo, fortalece nuestra vida cristiana y nos alienta a seguir junto a Jesús todos los días del año, como "cristianos practicantes" que en todo mantienen la coherencia entre la fe y la vida. † Bernardo Álvarez Afonso Obispo Nivariense


Santa Cruz de La Palma ante la Semana de Pasión No es casual que Santa Cruz de La Palma haya sabido mantener el pulso a la tradición. Frente a otras ciudades que han perdido muchas de sus señas de identidad, o que se han confundido en ese mare magnum de la globalización, la capital palmera es, sin ningún género de dudas, uno de los escaparates más singulares desde el que poder contemplar la armonía entre la conservación histórica y los cambios a los que inevitablemente obliga el paso del tiempo. Dentro de este contexto, la Semana de Pasión constituye uno de los episodios más interesantes del calendario festivo de Santa Cruz de La Palma que mejor ha sabido plasmar ese equilibrio necesario entre el mantenimiento de unas costumbres y la necesidad de innovación que imponen los años y el contacto con nuevas tendencias. Religión y patrimonio se aúnan en cada primavera con la Semana Santa en nuestra ciudad. La fe, la devoción, la organización socio-cultural a través de cofradías y hermandades, la ciudad y su espacio, marcado por la declaración de Conjunto Histórico Artístico, la rica imaginería de raíces americanas, flamencas, andaluzas, madrileñas, tinerfeñas o palmeras, o la música, para banda o coral, atestiguan unos valores imperecederos, difíciles de comprender fuera del contexto en el que el habitante de La Palma, y en especial, el ciudadano de Santa Cruz, ha sabido gozar la fiesta. Porque la Semana Santa, no lo olvidemos, también se goza, también se celebra. En esta edición se ha recuperado la lectura del pregón como inicio de la Semana Santa, que tendrá lugar en el marco de la iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación, primer centro religioso de la banda oriental de la isla al término de la conquista. Y como pregonero de excepción contaremos con la presencia del escultor, Dr. en Bellas Artes y Cronista Oficial de El Paso Wilfredo Ramos Hernández. Importante también será la presentación de un paso procesional histórico, el de Las Tres Marías o Santas Mujeres, cuya recuperación habrá de suponer un hito en la configuración moderna de la tarde del Viernes Santo, y cuyos orígenes se remontan hasta principios del Seiscientos. En el terreno musical, el estreno de varias piezas enriquecerá asimismo la Semana de Pasión de 2011: la marcha procesional La caída del Señor de Luis Cobiella Cuevas; la Palmera, composición vocal ideada por Luis


Morera, y otras obras debidas al ingenio de Francisco Medina Concepción. La generosa aportación de todos ellos mantiene ese especial latido que refrenda un año más la capacidad de innovar en la tradición que ha caracterizado siempre el devenir cultural de Santa Cruz de La Palma.

DEL

Juan Ramón Felipe San Antonio ALCALDE-PRESIDENTE EXCMO. AYUNTAMIENTO DE SANTA CRUZ DE LA PALMA


LAS TRES MARÍAS: UNA TRADICIÓN RECUPERADA Manuel Poggio Capote Cronista Oficial de Santa Cruz de La Palma A Felipe Henríquez Brito, que hizo germinar este proyecto

La impronta de la Semana de Pasión en Santa Cruz de La Palma viene caracterizada por una serie de elementos que en su conjunto definen su singularidad y su encanto dentro del conjunto del Archipiélago e incluso más allá del círculo insular 1 . En primer lugar, por el tempo en que transcurre el deambular de las imágenes en sus recorridos por las calles de la ciudad, pausado, marcado por el elegante vaivén de los cofrades y una extraña danza por la que los cargadores hacen mecer los tronos. En segundo término, por su orden cronológico —siempre a la luz del discurso de las Sagradas Escrituras y la tradición—, que sacraliza la urbe marítima por el paso secuencial de los episodios de la Pasión: la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, la oración en el Huerto de los Olivos, la negación de san Pedro, los azotes, el camino de Cristo hacia el Calvario cargando la cruz, una de sus tres caídas, la intervención de la Verónica, que enjuga su rostro, la preparación de Jesús antes de la crucifixión, la escena del Calvario —con la presencia del Mesías, aún vivo, san Juan Evangelista, María Magdalena y la Virgen—, el descendimiento, el paso de José de Arimatea y Nicodemo y el entierro del cuerpo yacente. La heterogeneidad de su imaginería es, asimismo, otro capítulo destacado, ya no sólo en Canarias, sino también dentro del ámbito semanasantista hispánico, debido a una mezcolanza que es fruto de la naturaleza histórica de Santa Cruz de La Palma como sociedad de frontera, pudiendo establecerse una sintonía clara entre el devenir socioeconómico de la ciudad y la procedencia variada de las piezas; de este modo, se distinguen obras americanas, flamencas, andaluzas, tinerfeñas y palmeras... Finalmente, otro punto relevante viene dado por la escenografía en la que se emplazan estos recorridos; la ciudad se convierte, así, en museo al aire libre, en el que el espectador describe un itinerario sacro a través de un urbanismo y de una arquitectura de particular encanto: la plaza mayor, los llanos conventuales, los callejones, la vía principal, adoquinada y siempre en curso paralelo al mar, y los barrios: hacia el sur, el de la Luz y San Telmo; hacia el norte, el de la Somada.

1

Agradezco a Víctor J. Hernández Correa su colaboración en la redacción de este trabajo y a Domingo Cabrera Benítez la atribución de las piezas escultóricas rescatadas en este proyecto.


En los últimos años, los intentos por recuperar argumentos y episodios de la antigua Semana Santa de Santa Cruz de La Palma vienen siendo ya una constante en la que se evidencia el interés que este ciclo festivo, religioso y artístico ha despertado en el público. La expectación por nuestra Semana Santa hunde sus raíces en una capacidad extraordinaria por la redención y restauración de pasos, melodías sacras y un sinfín de costumbres relacionadas con la puesta en escena de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Dentro de este empeño por redescubrir la historia de los pasos de la Semana Santa de la capital palmera, para 2011 se ha propuesto la reincorporación de una antigua escena: las imágenes procesionales de las Tres Marías o de las Santas Mujeres. Con estos nombres se conocían los tronos que bajo la tutela de la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad —fundada en el Convento de San Miguel de las Victorias de Santa Cruz de La Palma en 1601— recorrían las calles de la ciudad el viernes santo junto a la Virgen de la Soledad (hoy custodiada en el Museo de Arte Sacro del Real Santuario de Nuestra Señora de las Nieves), San Juan Evangelista (hoy sustituido por la pieza homónima de Manuel Hernández el Morenito), los Santos Varones (sucedidos por los que ejecutó en el siglo XIX el padre Manuel Díaz) y el Señor Muertito (ahora, el Cristo del Clavo de Francisco Palma Burgos, fechado en 1984) 2 . Sin conocerse al detalle los antecedentes históricos antes aludidos, en la primera década de los años ’40 del siglo XX, por iniciativa de Álvaro Rodríguez Fernández, Argelio Pérez Algarrada, Celio Díaz Hernández y Guillermo Pérez Cabrera, todos cofrades de la Hermandad de Nuestra Señora del Rosario, se intentó incorporar el grupo de las Tres Marías a la procesión sepulcrista del viernes santo; el proyecto cristalizó en una única salida de la imagen de candelero de Santa Catalina de Siena de la iglesia de Santo Domingo, vestida con traje hebreo y portando entre sus manos la corona de espinas del Nazareno estevezano 3 . La tradición insular de las Tres Marías se conserva aún en La Palma en el marco procesional del domingo de resurrección. Así, por la tarde, desde la iglesia 2

Sobre la cuestión se ha detenido el Dr. Jesús Pérez Morera en su artículo: «El Santo Entierro de Cristo y el convento de San Miguel de La Palma (siglos XVII-XVIII)». En: Manuel Poggio Capote, Víctor J. Hernández Correa (eds.). «Consummatum est»: L aniversario de la fundación de la Cofradía del Santo Sepulcro. [Breña Alta]: Cartas Diferentes Ediciones, 2007, pp. 97-119, especialmente, pp. 101-102. Véase asimismo la reproducción historiada del cortejo procesional, realizada modernamente por Domingo Cabrera Benítez, en pp. 104-105. 3 Sobre este capítulo, amplíense más noticias en: POGGIO CAPOTE, Manuel. «El Santo Entierro durante el siglo XX». En: Manuel Poggio Capote, Víctor J. Hernández Correa (eds.). «Consummatum est», op. cit., p. 161.


parroquial de Nuestra Señora de Candelaria (Tijarafe) salen las imágenes de María, las Santas Mujeres —Magdalena, la Verónica y Salomé— y San Juanito; por diferente camino, surge también en la calle la talla de Jesús Resucitado. En el trayecto del primer grupo, san Juan se adelanta y regresa sobre sus pasos para dar la noticia del hallazgo del Resucitado a María y a las otras mujeres. En seguida, cada imagen acude al encuentro, rindiendo a su llegada a los pies de Jesús la correspondiente pleitesía con tres venias 4 . Como se sabe, la presencia de las Santas Mujeres en el ciclo de la Pasión está argumentada por los relatos evangélicos de la Crucifixión. Así, Mateo da testimonio de los nombres de María Magdalena, María, la madre de Santiago y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo 5 ; Marcos, de María Magdalena, la madre de Santiago el Menor y de Joset, y Salomé 6 ; Juan, de la hermana de María, María, la mujer de Clopás, y María Magdalena 7 ; por su parte, Lucas se limita a explicar que a distancia se encontraban «viendo estas cosas, todos sus conocidos y las mujeres que le habían seguido desde Galilea» 8 , las mismas que instantes más tarde serían testigos del entierro en el sepulcro. A raíz de la publicación de la monografía Consummatum est (2007), dedicada a celebrar el 50 aniversario de la fundación de la Cofradía del Santo Sepulcro (El Salvador), heredera en parte de la actividad desarrollada durante los siglos XVII y XVIII por la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad, volvió a prestarse importancia a esta tradición, se editó por primera vez una reproducción de una de las posibles obras —hoy felizmente restaurada—, se dieron a conocer algunas de las piezas que integraban los pasos de las Santas Mujeres y se planteó la viabilidad de su recuperación, siempre a la luz del interés que mostraron desde el primer momento la junta directiva y hermanos de la Cofradía del Santo Sepulcro y el Cabildo Insular de La Palma, merced a la gestión del titular de la Consejería de Cultura, Educación y Patrimonio Histórico, el Sr. D. Primitivo Jerónimo Pérez 9 , y a la labor de la técnico del Servicio de Patrimonio Histórico Teresa Rodríguez Herrera. 4

Se ha detenido en este episodio HERNÁNDEZ PÉREZ, María Victoria. La isla de La Palma: las fiestas y tradiciones. [Tenerife; Gran Canaria: Centro de la Cultura Popular Canaria], D. L. 2001, p. 108. 5 Vid. Biblia de Jerusalén. Ed. rev. y aum. [Edición española dirigida por José Ángel Ubieta]. Bilbao: Desclée de Brouwer, D. L. 1986, «Evangelio según san Mateo», XXVII, 55-56. 6 IBIDEM, «Evangelio según san Marcos», XV, 40-41. 7 IBIDEM, «Evangelio según san Juan», XIX, 25. 8 IBIDEM, «Evangelio según san Lucas», XXIII, 49. 9 Véase el epígrafe «Proyectos» del trabajo de POGGIO CAPOTE, Manuel, MARTÍN DÍAZ, Andrés A., Rodríguez Escudero, José G. «La cofradía del Santo Sepulcro (1957-2007)». En: Manuel Poggio Capote, Víctor J. Hernández Correa (eds.). «Consummatum est», op. cit., pp. 365-369.


Una de las piezas perteneció a la colección del investigador y artista plástico Alberto José Fernández García (1928-1984), especialista de la Semana Santa palmera 10 . Se trata del busto en madera de una de las imágenes pasionistas del Convento de San Miguel de las Victorias, probable obra del círculo del imaginero palmero Domingo Carmona Cordero (Santa Cruz de La Palma, 1702-La Orotava, 1768). Cedida por su actual propietario, Fernando Leopold Prat 11 , se le ha asignado el papel de María Salomé. El proceso de restauración (tratamiento de desinsectación, limpieza y restitución de la policromía) se debe al también imaginero y técnico de restauración Domingo Cabrera Benítez (Santa Cruz de La Palma, 1971), autor, además, de las manos en madera de cedro. La confección del candelero corrió a cargo del carpintero Javier Díaz Henríquez (Santa Cruz de La Palma, 1942). Otro de los bustos, de origen desconocido, fue cedido por Pilar Pérez-Algarrada Lorenzo, heredera de su último propietario, Argelio Pérez Algarrada (Santa Cruz de La Palma, 1906-1983), animador cultural de la ciudad durante los años ’40 y ’50 y admirable coleccionista de arte antiguo. En este caso, la obra se ha adscrito al entorno del escultor y cirujano Marcelo Gómez de Carmona (17251791), de quien se conserva en la iglesia de Nuestra Señora de los Remedios (Los Llanos de Aridane) el Cristo del Huerto y en la matriz de El Salvador (Santa Cruz de La Palma) el Crucificado de las Siete Palabras. Como la anterior, tanto la restauración como el tallado de unas nuevas manos se deben al artista Domingo Cabrera, y a Javier Díaz Henríquez la realización del candelero. La efigie representará, a partir de ahora, a María de Clopás. Ante la imposibilidad de recuperar ninguna otra obra original de las que integraban la citada escena, Domingo Cabrera Benítez esculpió la tercera pieza, siendo su primera creación para la Semana de Pasión de Santa Cruz de La Palma que procesiona por las calles de la ciudad. Con anterioridad, no obstante, Cabrera ya había dado muestras de su arte en este género, realizando obras de pequeño formato destinadas a cubrir las demandas de la piedad doméstica contemporánea. La pieza que nos ocupa sigue el estilo habitual de Cabrera, que se inspira en la estela de Domingo Carmona: a su neoclasicismo formal contribuye la dotación de una actitud serena ante la muerte, que huye de las estridencias de la imaginería barroca.

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Sobre su vida y obra, véase la entrada que le destina Jaime Pérez García en: Fastos biográficos de La Palma. Santa Cruz de La Palma: Sociedad Cosmológica: CajaCanarias, 2009, pp. 146-147. 11 La obra aparece reproducida por primera vez en el artículo del Dr. Pérez Morera ya citado, p. 109.


Las Tres Marías irán entronizadas en unas andas tradicionales diseñadas por el ebanista y carpintero Pedro Daranas Alcaine (Santa Cruz de La Palma, 1939), quien ya había trabajado antes en las parihuelas del paso del Señor del Huerto de la iglesia de San Francisco junto a Valerio Livio García Sánchez; en esta ocasión, han colaborado como ayudantes: David Hernández Ferraz (Santa Cruz de La Palma, 1976), carpintero y miembro de la Cofradía del Santo Sepulcro; Antonio Hernández Ferraz (Santa Cruz de La Palma, 1969), carpintero y también cofrade; Jaime M. Dorca Arrocha (Santa Cruz de La Palma, 1973) y Enrique Pérez Hernández (Santa Cruz de La Palma, 1974), asimismo miembros de la citada cofradía, quienes han desempeñado labores de lijado y calado; y Francisco J. Martín Martín (Santa Cruz de La Palma, 1964) y Antonio P. Pérez Concepción (Santa Cruz de La Palma, 1973), también hermanos de la cofradía. Las tareas de calado de las andas comenzaron el 31 de diciembre de 2010, si bien la adquisición de la madera y la elección de los diseños definitivos comenzaron días antes. La obra ha sido realizada en su conjunto en madera de cedro, si bien en sapeli, especie original de África, apta para el tallado, se han torneado unas piezas estructurales. Merecen citarse otras participaciones como la del escultor del Puerto de Santa María (Cádiz) Diego José Rodríguez Peci, autor de unas cartelas; y del imaginero natural de Tenerife Jesús de León (La Orotava, 1959), hijo de Ezequiel de León, que ha tallado unas cantoneras o eses. Del diseño y realización de la indumentaria de las tallas se ha hecho responsable el también coleccionista de arte y decorador profesional Juan Luis Curbelo Pérez (Fuencaliente, 1945). Inspirados en las tipologías habituales en las Dolorosas canarias, se han seleccionado fundamentalmente paños y galones en seda, en diferentes combinaciones cromáticas para cada imagen; así, María Magdalena lleva túnica rojo coral, manto azul y la cabeza al descubierto; María Salomé viste túnica morada y manto azul marino; María Clopá, túnica marrón tostado y manto verde oscuro. La sastrería ha corrido a cargo de una costurera de Fuencaliente. Está previsto que durante el resto del año, las tres imágenes sean expuestas al culto en la antigua capilla de San Pedro, situada bajo el coro de la iglesia de El Salvador, en la nave del Evangelio, junto al Cristo del Clavo, titular de la Cofradía del Santo Sepulcro. Con todo, quizás en el futuro, podría localizarse una ubicación más espaciosa en el entorno de Santo Domingo, bien la antigua capilla del Cristo de la Portería, bien en la capilla del


Capítulo, donde se custodiaban en lo antiguo las piezas principales del Santo Entierro del viernes santo. Antes de finalizar, merece destacarse la labor de información que desde los orígenes del proyecto ha protagonizado el artesano textil Felipe Henríquez Brito, cuya memoria en el rescate de noticias acerca de este paso y de los avatares de las imágenes que lo componían ha resultado fundamental; a él se debe, también, el germen que luego, con el esfuerzo común, hizo fructificar la idea de restauración; en este final feliz, ha resultado de la misma manera crucial el empeño personal que Andrés A. Martín Díaz, cofrade del Santo Sepulcro, ha puesto en la producción. Por último, hemos de dejar constancia de la participación altruista de la mayor parte de quienes han colaborado o desarrollado tareas técnicas y artísticas — como el diseño y confección de las andas o la concepción de la indumentaria—. Vaya, pues, a todos ellos nuestra enhorabuena.


¡HOSANNA AL HIJO DE DAVID! Domingo Santos Rocha Con esta y otras aclamaciones de exaltación acogió la multitud a Jesús en el momento de su entrada en Jerusalén desde el Monte de los Olivos, en el que probablemente sea el episodio de los relatos evangélicos en que Jesús aparece identificado más claramente como Mesías. Podemos calificarla, por tanto, como mesiánica y constituye un pórtico magnífico de la que ha de ser su última estancia en la ciudad y, por ello, de toda su tarea de anuncio de la Buena Noticia, que culminará en la entrega final de su Pasión y Muerte. Ahora bien, este episodio, con su evidente exaltación de la figura de Jesús y aun de abierta proclamación de su condición mesiánica -no hay más que observar las exclamaciones de la multitud o la cita de la profecía de Sofonías-, se muestra en claro contraste con el tono general que señalan los Evangelios en los que, a pesar de ciertas expresiones, individuales y colectivas, de identificación con el Mesías, el propio Jesús se muestra reticente a su explícita proclamación como tal. Este contraste podría hacer pensar que el episodio no es sino una ficción literaria creada por los narradores evangélicos para engrandecer la figura de Jesús reconocido ya por la muchedumbre como alguien cuyas acciones y enseñanzas sobresalían de lo común y descubrían en él señales de la presencia divina. Quizás fuese la propia comunidad de sus primeros seguidores la que hubiese proyectado hacia el pasado la reflexión acerca del acontecimiento pascual de su Resurrección y viese de esta manera los sucesos y acciones previos de una forma nueva y magnificada. Pero también puede darse un núcleo de verdad histórica en este pasaje que caracteriza, con imágenes y expresiones mesiánicas, la entrada de Jesús en Jerusalén para vivir sus últimos y decisivos momentos. No en vano, las esperanzas mesiánicas estaban muy vivas entre los judíos de la época y las adversidades que les habían afectado las reforzaron aun más. Para muchos, en especial pero no exclusivamente de los estratos sociales inferiores, era casi la única esperanza que podían albergar de escapar a unas condiciones progresivamente más difíciles. Sabemos de la existencia antes del tiempo de Jesús, y también después, de varias revueltas encabezadas por jefes


con aspiraciones decididamente mesiánicas, figuras autoproclamadas carismáticas, rebeldes con pretensiones monárquicas, que de alguna manera fueron reconocidos como tales, al menos en la consideración popular. Todo ello ejemplifica un clima de inquietud y anhelos profundos en sectores de la población, fácilmente sugestionables y manipulables por quienes supiesen apelar a tales sentimientos latentes. Algunos de esos líderes son mencionados en los escritos del Nuevo Testamento, concretamente en un par de pasajes de los Hechos de los Apóstoles, lo cual revela a la vez la notoriedad de tales personajes y la vigencia de sus acciones presentes en la memoria colectiva, y también la relativa facilidad con que se podían aprovechar esas esperanzas de mejora que suscitaba el mesianismo. Hay que recordar que las condiciones de vida de los campesinos judíos en aquella época eran muy precarias y además se veían sometidos a una casi insoportable presión fiscal. Por eso, los sectores rurales de la población que eran mayoritarios de forma abrumadora en la sociedad, como en tantas de esa época, eran tan proclives a esta clase de alteraciones, dispuestos como estaban por su propia pobreza y desesperación a seguir a quien les ofreciese alguna escapatoria. De ahí la multitud de seguidores que tales pretendientes mesiánicos podían llegar a congregar y también se explica la dureza y rapidez en el castigo que los dominadores romanos aplicaron para acabar con tales movimientos y de forma especial con sus cabecillas. A la luz de esta realidad, podemos preguntarnos si Jesús encajaba en este tipo de movimientos, si era identificable con aquellos otros personajes a quienes se les reconoció aspiraciones mesiánicas o, por el contrario, había en su persona, en sus palabras y su actuar características distintivas a los ojos no sólo de quienes le seguían, sino de aquellos que le conocían de forma más superficial por haber escuchado alguna vez su predicación, presenciado alguno de sus milagros o a los que había llegado el eco de su fama. El concepto más popular que se tenía del Mesías se refería a una persona más que a un colectivo y no necesariamente de origen sobrenatural o divino, aunque sí capaz de realizar hechos taumatúrgicas o milagrosas, o al menos de invocar la presencia de Dios como guía y fuerza de sus acciones. Por eso, aunque, como indicamos, Jesús mismo no se identifica expresamente como Mesías durante su vida pública, también es cierto que el contenido de su mensaje, la forma de transmitirlo, aquel hablar con autoridad, y


sobre todo sus acciones milagrosas ofrecían una poderosa imagen de su figura que se aproximaba mucho a esa idea que la población tenía acerca del Mesías, y, por tanto, no era de extrañar que fuese reconocido como tal por la multitud haciendo más verosímil el episodio de su entrada en Jerusalén entre aclamaciones de carácter mesiánico. Vemos, por tanto, este pasaje evangélico a la luz de lo que Jesús era en la consideración popular y de la misión que realizaba entre la gente. Es una exaltación espontánea y festiva de alguien en quien se depositan grandes anhelos y esperanzas, el Rey-Mesías deseado y anunciado desde antiguo por la escritura. Este episodio nos muestra también, situado como está en el inicio del relato de la última visita a Jerusalén, que llevará a su Pasión y Muerte, un acusado y revelador contraste entre la actitud de esa muchedumbre en su llegada a la Ciudad y la que mostrará en los momentos definitivos de su proceso y ejecución, pasando del regocijo y la celebración al insulto y el rechazo, de la alegría esperanzada al odio y el rencor, pasando -en definitivade los variables y cambiantes sentimientos y opiniones de los hombres a la constante fidelidad de los planes de Dios.


LUNES SANTO Adonde yo voy Silvia Beatriz González Brito

Con el temor en sus ojos partió tras su amigo amado, queriendo seguirle hasta el final como le había prometido: Aunque tenga que morir contigo, no te negaré. Recorrió callejuelas polvorientas, internándose en la oscuridad que le empapaba el alma a cada paso que daba. Sus ojos buscaban la luz, el camino a seguir tras el hombre apresado minutos antes. Un recorrido sin cruz pero con el peso del que teme dirigirse a un final anunciado. Allí donde yo voy, vosotros no podéis seguirme. Pero Pedro, tozudo y lleno de amor, quiso seguir a Jesús. Había prometido no abandonarlo: ¿cómo dejar solo a Aquél al que tanto amaba? Pedro fue el primer elegido, el más pecador, el hombre débil y quebradizo que luchaba por creer. Su fe se fue fraguando entre caminos y sobre las aguas. Pedro siempre necesitó respuestas y no dudaba en hacer preguntas: ¿Quién eres realmente?, ¿cuántas veces he de perdonar al que me ofende?... Hombre entre los hombres, tuvo claro desde el principio su devoción incondicional por aquel ser de luz que lo eligió de entre todos para ser su gran amigo, su amado. Y aquella fatídica noche en Getsemaní en la que su sueño se vio abruptamente interrumpido por el sonido de las espadas, Pedro actuó como hombre desoyendo a Jesús: Me negarás, no me sigas, tu misión es otra, no puedes venir conmigo a donde yo voy… Simón Pedro fue hombre una vez más y se apoyó en su debilidad, en su necesidad de respuestas, y se sentó a esperar junto a la lumbre, camuflado entre la gente: Quiero rescatar a mi amigo de su pasión, evitar que muera. ¿Quién eres tú, Pedro, para ir en contra de los designios de Dios? ¡Niégame ahora, hazlo! Cumple con lo que el Padre quiere para los dos. Otra vez, Pedro; otra vez oculta la existencia de nuestro amor. Eso es, sé hombre y niégame por tercera vez. Lo has hecho bien, Pedro, ya el gallo ha roto con su canto la oscuridad profunda de la noche y tu misión por hoy ha concluido. Ahora llora, laméntate de tu debilidad, ya te demostraré que es ella la que te ha hecho grande a los ojos del Padre. ¿Me ves, Pedro? Te he mirado y en mis ojos no había reproche: la oscuridad era grande, pero nuestros ojos se han cruzado: no quería irme sin dejar claro que te amo, porque así ha sido y así será siempre.


Volveré, volveré a buscarte cuando corresponda hacerlo. Ahora descansa, Pedro. Vuelve a dormir tranquilo, vuelve a tus redes. Junto al lago, donde nos vimos por primera vez, será nuestro próximo encuentro. Y en cuanto hablemos, sabrás que soy yo que he vuelto a tu lado para preguntarte: ¿Me amas, Pedro?, ¿me amas más que éstos?, ¿de verdad me amas? Por tres veces reclamaré tu amor, porque por tres veces tú creíste no sentirlo y por eso lloraste. Tú no necesitabas escuchar de mis labios que te amo. Siempre lo supiste todo de mí y eso también lo sabías. Sabes que te amo por encima de todo y contra todo. Interrogando a mi alma pretendías dar respuesta a mi pregunta de hombre, un simple hombre… Yo, Simón Pedro, hijo de Jonás y hermano de Andrés, te negué porque Tú me lo pediste. Yo, Simón Pedro, te amo. Pedro, ¡amado Pedro! No me puedes seguir ahora, mas me seguirás después…


MARTES SANTO Azotes y esperanza Domingo Cabrera Pérez ICONOGRAFÍA: La iconografía del Señor de la Columna no ha sido muy cultivada por los imagineros isleños, tal vez debido a la dificultad que plantea la hechura de este tipo de esculturas. Se ha recurrido, por el motivo antes indicado, a la importación de piezas de talleres foráneos. En Andalucía y en otros muchos lugares el misterio se escenifica con Cristo atado a una columna en el patio del Pretorio recibiendo latigazos de sayones en presencia de soldados romanos en un número de dos, unos y otros. Se viene haciendo desde muy antiguo y es el momento fundamental en la Pasión, y así lo ha representado el arte y la literatura cristiana a partir de los primeros siglos. “Entonces tomó Pilato a Jesús y lo mandó azotar. A continuación, los soldados trenzaron una corona de espino y se la pusieron en la cabeza; lo vistieron con un manto color púrpura y, acercándose a él, le decían: ‘¡Salud, rey de los judíos!’ Y le daban bofetadas” (Jn. 19,1-3). Todos los evangelistas lo mencionan, pero San Lucas se extiende menos y, sólo, refiere que Jesús fue castigado. Los evangelios apócrifos recogen el momento en las Actas y en los Anaphora de Pilato. MODELO DE COLUMNA: La expuesta en la capilla franciscana del Santo Sepulcro fue encontrada en las ruinas de la casa de Caifás. Por conseguir un efecto visual extraordinariamente patético y cruel, en consonancia con la idea flagelante, la columna se hace más baja, siguiendo el modelo de la venerada en la iglesia de Santa Práxedes de Roma y que el cardenal Giovanni Colonia trajo de la ciudad santa de Jerusalén en 1223. En esta última forma se aprecia mejor el rostro del Señor y su espalda maltratada de latigazos. FLAGELACIÓN: En la Edad Media el pseudo Buenaventura menciona la flagelación en sus “Meditaciones para la hora prima” y Santa Brígida en sus “Revelaciones” propone más de cinco mil latigazos. Si nos remontamos a la época del Imperio Romano, era un castigo terrible, porque a diferencia de la judía, no había límite en los golpes. Los instrumentos que se usaban para la ejecución de esta pena infame fueron los siguientes: el “forum”, que consistía en una correa ancha, provocando hematomas en la piel y que


era usado en personas libres y ciudadanos romanos; la “varas” o “bastones”, que eran utilizados con los soldados que habían cometido una falta grave como la deserción; el “flagrum”, que consistía en una empuñadura de madera a la que se sujetaban dos o más correas estrechas de cuero; el “flagelum taxillatum”, parecido al anterior, pero cuyas tiras terminaban en fragmentos de huesillos o bolitas de metal esquinadas llamadas Tassili; y el “plumbum” o “plumbata”, que eran cadenas finalizadas en trozos de plomo con una anilla como empuñadura. Los tres últimos eran característicos y exclusivos de los romanos y que sólo se podían usar con los esclavos, bárbaros o extranjeros. Frecuentemente mataban a la víctima. ¿Cuál se utilizó contra Jesús? No cabe la menor duda que fue el “Flagrum taxillatum”, según la costumbre, en dependencia militar dentro del Pretorio y ordenado por un romano. La flagelación se realizaba en sustitución de la pena capital, que los latinos denominaban “correctio”. Generalmente, según la costumbre imperial, una flagelación “more romano” consistía en ejecutarla seis hombres, turnándose de dos en dos, según el cansancio de los demás. Los golpes repetidos y fuertes sobre la espalda y el tórax de Jesucristo hicieron estragos. Aproximadamente, de acuerdo a las fuentes de investigación, recibió unos ciento veinte impactos con flagelos de tres ramales estando encorvado, quedando irreconocible. Los desgarros de la piel y las lesiones internas en órganos vitales como la pleura, el pericardio, el hígado y los riñones no necesitan más palabras para comprender la crueldad del hecho. Su cuerpo quedaría convertido en evidente llaga. Los expertos en el tema explican que si no hubiere sido crucificado, sólo hubiera vivido unas horas, por la gran alteración fisiopatológica: la disminución de la volemia, nueva y abundante pérdida de sangre, agravando la sed y el estado febril; y la disnea o dificultad respiratoria, muy dolorosa por la lesión de las principales vías del respectivo aparato. La hipotensión arterial provocada por la hematidrosis e incrementada por la desnutrición y nuevas carencias de sangre y sudor acabaron con sus fuerzas. Las heridas producidas por el “flagrum” eran contusas de bordes irregulares, redondeadas y reproducían la forma del instrumento. La “Santa Síndome” (Sábana Santa) nos da una visión corporal del crucificado, cubierto de pequeñas huellas análogas a las que dejarían pesas de gimnasia de unos tres centímetros de longitud. Se aprecian diminutos círculos de 12 milímetros de diámetro, aproximadamente, separados entre ellos y unidos por una línea transversal


apenas perceptible, salvo en planos tomados con luz ultravioleta en la que aparecen de un color azulado, propio de la sangre y enmarcadas por un halo de suero. Las señas gemelas observadas en la pieza reseñada, pertenecientes a los “taxillos”, eran dos bolitas generalmente metálicas colocadas en las puntas de cada una de las tres correas. Al culpable de delito se le desnudaba y, atado por las manos a un fuste corto, recibía infinidad de golpes sin piedad por los verdugos, aplicados normalmente por los lictores que acompañaban a los magistrados, “cum imperiuna”, utilizando varas finas de fresno. En ausencia de aquellos, eran los soldados los que aplicaban el “flagelum” o latiguillo. Esto último, según parece, fue el caso del cónsul. REFLEXIONES: Poncio Pilato no encontraba en Jesús nada digno de muerte. Quizás en su interior pensó: “Le corregiré y le soltaré”. El tormento podía comprometer la vida del reo y en este caso era cargo de conciencia. “El gobernador tomó la palabra: ‘¿A cuál de los dos quieren que les suelte?’ Contestaron ellos: ‘A Barrabás’. Pilato les preguntó: ‘Y ¿qué hago con Jesús, a quien llaman Mesías?’ Contestaron todos: ‘¡Que lo crucifiquen!’ Pilato repuso: ‘¿Por qué?, ¿qué ha hecho de malo? Ellos gritaban más y más: ‘¡Que lo crucifiquen!’ Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, pidió agua y se lavó las manos de cara a la gente, diciendo: ‘Soy inocente de esta sangre. ¡Allá ustedes!’ El pueblo entero contestó: ‘¡Nosotros y nuestros hijos respondemos de su sangre!’ Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de mandarlo azotar, lo entregó para que lo crucificaran” (Mt. 27,21-26). Fue un castigo, en consecuencia a lo dicho anteriormente, ordenado con el fin de salvarle la vida, por dos razones fundamentales: primero, la intención de Pilato era poder mostrarle a la muchedumbre para saciar su sed de sangre el sufrimiento del reo y liberarlo; segundo, en caso contrario, como aconteció, llegase vivo al lugar del suplicio, según prescribía la Ley romana. FERVOR RELIGIOSO: La divina imagen de Jesús con sus manos atadas a un fuste truncado, apoyada en su antebrazo izquierdo, y con cara de sumisión es todo un símbolo de entereza al recibir el castigo. La cabeza algo girada a la


derecha con los músculos del cuello tensos a ambos lados y con mirada perdida hacia delante suplica el perdón y el amor. Con el cuerpo levemente encorvado, cubierto de lesiones que provocan hemorragias, y sus extremidades perfectamente anatomizadas, con pierna derecha flexionada y el talón levantado, crispados por el dolor se resisten al martirio por el sufrimiento de la traición, abandono y cobardía de los suyos. -Cristo con cara de pena atado de pies y manos sufriendo por los humanos la pasión de una condena. Cristo en su Flagelación siente punzantes azotes con el rostro de dolor.Desde ese sagrado podio nos anima a soportar los “azotes” de la enfermedad, el desamor, la violencia, la guerra, el hambre, la marginación y cuantos males personales y sociales nos afligen. Al otro lado, siguiendo los pasos exhaustos de su Hijo, está la Madre afligida, que todo un barrio venera, surcando el aliento de fe protagonizado por los fieles. Es la devoción que nos lleva a contemplar unos brazos abiertos a la oración y petición al Padre, con ojos elevados al cielo y rostro ligeramente inclinado al lado derecho. La Virgen de la Esperanza es el refugio de todos los que piensan en la paz y sosiego. Ella con su manto verde quiere albergar la comprensión a la inmigración, pobreza, injusticia… y de cuantas necesidades carecemos, y constituye un acontecimiento que nos relata el tremendo episodio bíblico descrito en el Nuevo Testamento, ante diferentes credos y confesiones. -Martes Santo, es primavera. Los naranjos florecidos con su olor han bendecido la humanidad entera. Martes Santo, mi Pasión sufres, sin llorar, de amor, llena de amor, verdadero, Madre del mayor dolor. Tu Hijo está flagelado Mirándote, Fuente Santa, a los pies de ese madero, Señora de la Esperanza.El martes en la Semana Santa de Santa Cruz de La Palma es síntesis para analizar cada faceta de la Pasión de Jesús


en los días siguientes. La procesión vence las calles adoquinadas y angostas en un peregrinar cansino de recuerdos amargos, que con la brisa suave del filo de la medianoche enjuga el esfuerzo y se hace espeso el silencio con sones para marcar la rítmica andadura y, así, languidecer la cera entre penosas sombras.

FUENTES DOCUMENTALES - Cofradía “La Columna” de Zaragoza. Advocación. Publicaciones. - José Guillermo Rodríguez Escudero (1963). Artículo. - Juan Antonio Martos Núñez. “Sagrada columna y azotes de Nuestro Señor Jesucristo” y “Reflexiones sobre la flagelación de Jesús”. Colaboraciones. Publicación COLUMNA Y AZOTES, nº 50-febrero 2010. Sevilla. - Antonio Hermosilla Molina. “La Pasión de Cristo vista por un médico”. Sevilla 1985.


MIÉRCOLES SANTO Tres verbos, tres semillas Carmelo J. Casanova Alvarado

Anda en común conocimiento que los palmeros hemos cobrado cierta fama en esto de motear –o por más en canario decir-, poniendo nombretes. Pero lo que nunca esperé fue que entre aquellos universitarios muros del Colegio Campion de Oxford, en pleno corazón académico de la vieja Inglaterra, un jovial estudiante de doctorado, al enterarse de que yo era de esta otra Isla, trajera enseguida a nuestra conversación a “San Juanito el Alcahuete”. Tan internacionalmente extendida está la cosa -pensé asombrado y divertido- que hasta los investigadores de Oxford lo saben. Fíjate tú, los ingleses… Me equivocaba en un punto. Robert Liddellson no era inglés; es norteamericano; y aunque es verdad que va para hispanista, y muy capaz en nuestra lengua, me sorprendió que hilara tan fino en el particular conocimiento de asunto tan nuestro. Tenía todo una explicación plausible. Había estado en La Palma el año anterior a nuestra charla. Por aquí pasó, y ahora me preguntaba también por “La Bajhada” y “loss enanoss”, proponiéndome con sorna que, ya que no los íbamos a poder ver en su sitio, implantáramos la tradición en aquella tierra extranjera. Cuando alguien estudia nuestro idioma a través de los clásicos, si uno ha leído La Celestina (la alcahueta por excelencia), con todas sus anotaciones apodícticas -como era el caso de Robert-, crea desconcierto la palabra alcahuete para adjetivar a un san Juan. Pensando sobre el particular, no ha de extrañarnos pues, si nos salimos del contexto lingüístico isleño y acudimos, cómo no, al diccionario RAE, vemos que la primera acepción le es totalmente impropia. En aquel trance tuve el feliz hallazgo de un sinónimo que podía trasmitir al estudioso el significado que le damos aquí; también es palabro muy castellano-viejo: correveidile. Fue ocasión de divertimento para el filólogo que le descubriese tal término: suma de cinco palabras en una; tres de ellas, verbos, nada más y nada menos. Estoy convencido de que su ya alta estima del castellano ganó puntos en aquella hora; honestamente, igual que los ganó para mí. Pues qué quieren que les diga, uno no es totalmente consciente del patrimonio cuando estás inmerso en él. Al hacer uso cotidiano, como ocurre con el


lenguaje, te mueves entre automatismos, y solo si te paras a analizar, o extrañas la mirada como si lo vieses con ojos extranjeros, cobra valor lo propio habitual.

Lo dicho me lleva a la pregunta sobre qué percibiríamos si mirásemos cual foráneo los actos del Miércoles Santo en la Ciudad. No sé a Vds., pero lo que es a mí me parece empeño imposible. Mi filiación me priva del necesario extrañamiento hermenéutico. Solo sé que hay que estar a las 6 en el “Punto en la Plaza” para entender por qué los palmeros calzamos al San Juan con diminutivo y le asestamos luego nombrete tan sonoro. No sabemos quién fue el primero en apodarle así; pero “San Juanito el Alcahuete” encajó enseguida en nuestra singular idiosincrasia, y así ha pasado de generación a generación. Para una mentalidad y lengua palmeras, no podría ser de otro modo tras presenciar cómo S. Juan, después de hallar en la Plaza de España al Nazareno de Estévez cargando su cruz, acude a la carrera hacia el Puente para contar los sucesos a la Dolorosa, “La Magna”, también de Estévez. (San Juan lo hace patente: es un correveidile). La Virgen, una vez informada, va ahora al encuentro más triste con su Hijo. Los iconos, la escena, el mismo escenario, son elementos que justifican la raigambre con que se ha implantado este acto a partir del arranque de la tradición, ya presente a mitad del XIX y con antecedentes en la segunda del XVII. El componente dramático, puesto en servicio de los hechos que se quiere narrar, puede presenciarse también en otro encuentro que transcurrirá esta noche. Nos referimos al que tiene lugar en la Alameda, junto a la Cruz del Tercero. Esta vez se reúnen pasos que han salido de la parroquia de San Francisco. Coinciden el Señor de la Caída, otra Dolorosa y otro San Juan. En esta ocasión, la originalidad viene dada por la intervención de la Verónica. Este personaje presenta el recurso más efectista del Punto en la Alameda cuando en el paño, que llevaba blanco en un principio, aparece, de repente, impresa la santa faz. Un amigo, ya fallecido, gustaba de calificar tales “efectos especiales” como hollywoodescos; y eso, a pesar de ser tan de aquí. Tan nuestros –solicitando venia para las comparaciones- como la trasformación de los enanos en su caseta; o el artificio que hace aparecer angelotes volando desde detrás del sagrario del Salvador. Igual ocurre con las falsas puertas y cortinaje que encontramos en el mismo templo: puro recurso pictórico, justificado, eso sí, en


aras a salvaguardar la sagrada simetría neoclásica. No digamos ya lo que podemos divisar en lo alto de su presbiterio. Si alzamos la mirada, donde tendría que estar la bóveda techada, se nos mostrará abierta de par en par, hasta alcanzar la de los cielos; en cuyos extremos, seres bienaventurados se alongan a las glorietas de la Gloria… Trampantojos efectistas muy del gusto de generaciones pasadas que, aunque no vayan del todo con la sensibilidad presente, no desmerecemos en absoluto. Los palmeros sabemos entenderlo al contrario. La conservación de esas y otras viejas manifestaciones es vital, precisamente por eso, por ser tradicionales. Constituyen un patrimonio del que no queremos se pierda nada. Todavía hay otra tradición, llamémosla, menor, sobre la cual interesa aplicar los sentidos. En esto de mirar el miércoles santo de modo extrañado, diferente; yéndonos al extremo, ¿cómo sería no mirarlo? Formulando más claramente la cuestión: ¿Qué llegaría a nuestra sensorialidad si cerrásemos los ojos; si, al menos, a ratos, nos hacemos invidentes? Ciertamente, músicas, olores, la humedad de la noche capitalina, sonido de cadenas arrastrándose sobre adoquines… Pero acaso, en medio de nuestra oscuridad, la noche de hoy quiera sernos propicia y revelarnos uno de sus íntimos prodigios. Únicamente la ascesis de nuestra visión nos franqueará la iniciación en uno de sus misterios; solo entonces estaremos en vía de que nos alcance un dulce aroma de glicinias. Los que han tenido esa experiencia sensorial, sabios en los arcanos de nuestra Semana, son conocedores de que la flor de suaves tonos violáceos aparece relacionada con la pieza más valiosa y conmovedora que procesiona esta noche, el Señor de la Caída. La noble imagen es creación del prestigiado maestro sevillano Hita y Castillo. De su taller salió en 1752 para venir hacia esta costa. Y ocurre, y es costumbre entre sus cofrades madrugar el mismo miércoles para recolectar, en los lugares precisos, ramilletes de glicinias. Su floración es ofrenda del agro primaveral, siempre que la estación haya sido beneficiaria de abundante lluvia. Con sus racimos alfombran el suelo del trono, como si con el tapiz azulado quisieran mitigar la caída del Cristo. La narración de hechos pasados y otros, que quizá no han sido, dice que el Cristo llegó a la Isla gracias a la devoción empecinada de María Massieu y Monteverde, quién sufragó la imagen. En siglos anteriores, lo habitual hubiera sido comisionar su ejecución al gremio pertinente de una ciudad de Flandes. En el XVIII, los avatares


políticos en los reinos de España habían cerrado ya la conexión flamenca; favoreciendo, entre otros, el gusto por la icónica andaluza. Concurría además la circunstancia de la residencia de su hermano, Pedro, en Sevilla. En la urbe hispalense, Pedro Massieu Vandale y Monteverde ejercía el grave oficio de oidor de la Real Audiencia, en la que llegaría a ser juez decano. A él le encomendaría la Sra. Massieu el pedido. Don Pedro, avezado en los entresijos del comercio artístico, quiso desde el principio que el artífice más señalado fuera quien realizase la obra. Con ello, su elección recaía en Duque y Cornejo. Solo que en ese tiempo un obispo mecenas habría de llevarse al maestro a su sede para que embelleciera más, si cabe, su mezquitacatedral. Así fue cómo el encargo vino a manos de otro artesano más joven, pero heredero de la estela de Duque. Benito de Hita y Castillo y de Guzmán demoró también la comisión; tenía 38 años cuando acabó la talla.

Cuenta la crónica que, en la misma nave en que Su Señoría tuvo a bien embarcar el Cristo de su hermana, el afecto por ella le movió a remitir otro valioso presente en la persona de una esclava negra. Se la regalaba a sabiendas de su fidelidad, con pedigrí aquilatado en más de tres generaciones de oscura servidumbre. Habría de ser así. La intención del gentilhombre era que sirviese de bastón en la ceguera que limitaba a doña María desde varios años atrás. Tal fue, que la piadosa señora no pudo disfrutar la visión del encargo por tantas jornadas esperado. Tras su llegada, lo instaló enseguida en la capilla doméstica. La esclava, por su parte, la sirvió con mansedumbre durante largo tiempo. Cada tarde conducía pacientemente a su ama a la pieza en que había alojado al Cristo de la Caída; y no entendía por qué su dueña, que solo veía por sus manos, se vetaba el consuelo de tocar el suavísimo rostro de Señor tan dulce y tan bueno. Desconocía la reverencia extrema que reprimía a esta María, igual que a otra, dentro de aquel noli me tangere. Al contrario, sentía frustración porque nunca hubiera expuesto sus sentidos al Cristo que atesoraba. El Señor le parecía muy triste, y en ello hallaba justificación a la largueza de las horas, dedicadas por la suya, al acompañamiento fiel que le dispensaba; contemplando sin ver, orando sin palpar. Un día de primavera, fue la negra quien primero usó de cortar ramos de entre las glicinias que crecían cabe a un muro del huerto de la casona, yendo luego a colocarlas a los pies de la imagen de nuestro Señor. Y así dispuso al resto de la servidumbre qué habría de hacerse, mientras hubiera la flor en su árbol. Que era cosa de caridad que al menos a uno de los sentidos de su ama pudiera acercársele


la dulzura de aquel injusta distancia.

Cristo,

al

que

tenía

impuesta

tan

Ese fin para las glicinias se convirtió en costumbre de la casa Massieu cada primavera, hasta que doña María murió, y todavía después. A tal punto, que cuando la mujer conoció que llegaba su tiempo último, quiso habitarlo en la capilla aromada de su Señor. Fue así cómo a parientes y fámulos se oyó decir que partió agradeciendo la eterna benevolencia del Creador, que en su hora postrera le hacía regalo tan amable a los sentidos, por gracia del efluvio de su Hijo amado. Epílogos. Todavía antes de enterrarla, la esclava negra colocó secretamente tres semillas en su boca. Con el devenir, cuando su carne plantada floreció, María fue recolectada bajo su nueva especie. Trocada ya en glicinia, podrá al fin tocar a su Señor, puesta en pétalos tiernos, a los pies del buen Jesús. ………………………………………… Búscalo en la noche, cierra por un momento los ojos cerca del Señor de la Caída. Quizá estén allí, y acaso recibas el don de ser alcanzado/a por un dulce aroma de glicinias.


JUEVES SANTO EL MONUMENTO CLASICISTA DE EL SALVADOR Manuel Poggio Capote Cronista Oficial de Santa Cruz de La Palma

La antigua semana mayor de Santa Cruz de La Palma disfrutó hasta no hace muchas décadas del antiguo monumento ideado por el recordado párroco Manuel Díaz (1774-1863), una de las personalidades más destacadas en la historia de la isla. Como otras muchas obras artísticas debidas a su genio, se trataba de una escenografía en la que compartían espacio, a la vez, elementos reales y ficticios, estos últimos elaborados a partir de diversos trampantojos y engaños visuales 12 . Cabe recordar que en los oficios pasionistas de la Iglesia Católica, tras la pertinente función litúrgica del jueves santo (convocada en horario matutino antes del Concilio Vaticano II y vespertino en la actualidad), el cuerpo eucarístico es «encerrado» en el llamado monumento. Aquí, en un sagrario, quedaba depositado el pan consagrado hasta la celebración de los oficios propios del viernes. Alrededor del enunciado tabernáculo se armaba (y sólo durante la indicada jornada del jueves al viernes santo) un altar efímero. Así, a modo de homenaje eucarístico, en estas exposiciones han tenido secular cabida multitud de luminarias y ofrendas florales, diferentes alegorías —bien pictóricas o escultóricas— o la exhibición de las mejores piezas suntuarias privativas de cada oratorio. El conjunto se plasmaba en un artefacto arquitectónico, en cuyo centro se disponía el receptáculo sacro; a su alrededor, el resto de atributos oferentes. Desde la perspectiva de la teología dogmática, el sagrario, junto al monumento, se convierte en símbolo de la alianza de Dios con el hombre, mediante la encarnación de Cristo en la Eucaristía, en sintonía con el arca del Antiguo Testamento, que contenía las tablas de la Ley mosaica. La tradición propició, además, que las visiones populares llegasen a interpretar el monumento como una reminiscencia de la prisión y posterior pasión y muerte de Jesús de Nazareth. Por ello, este «encerramiento» simbólico de la hostia en el sagrario no sería más que un recuerdo del cautiverio histórico padecido por Cristo en el año 33. Y también por ello, la magnanimidad del monumento no era 12

Agradezco a Víctor J. Hernández Correa, a Felipe Henríquez Brito y a Fernando Eligio de Paz Bethencourt la ayuda prestada en la elaboración de este artículo.


otra cosa que una reafirmación de la victoria de la doctrina evangélica como trasunto del amor fraterno. De igual manera, el protocolo popular otorgó al párroco el papel de transitorio carcelero, al portar asida a su pecho y durante el ciclo horario ya citado la llave del sagrario o, en su caso, de la «figurada prisión». No cabe duda de que las dimensiones de estas tramoyas se encontraban relacionadas con la pujanza de las parroquias de cada jurisdicción. La iglesia matriz de El Salvador dispuso desde muy antiguo de un monumento para la Semana Santa. Los primeros datos conocidos se remontan al siglo XVI. Con posterioridad, se sabe que en 1706 el monumento se decoraba a base de unos ramos de naranjas y flores, muy similares a los que adornaban los arcos levantados con ocasión de la Bajada de la Virgen y otras fiestas, y que pueden considerarse claros antecedentes de los utilizados hoy en día en diferentes celebraciones de la isla, perdurando hasta fecha incierta en las jornadas pasionistas del Real Santuario de Las Nieves 13 . Entrado el Setecientos, también constan encargos a diferentes artistas locales por labores de dorado, pintado o hechura de una imagen «de Nuestro Señor». Sin embargo, las piezas de este monumento de El Salvador se perdieron en el incendio acaecido en 1770 durante el retorno de la Virgen de las Nieves en la procesión de subida al santuario, hallándose depositados los fragmentos desarmados en alguna lonja del sector abatido por las llamas. De inmediato, se construyó uno nuevo; entre las alegorías que contenía se encontraba la Fe 14 , pero es probable que el programa fuese más amplio, incluyendo además las otras dos virtudes teologales, la Esperanza y la Caridad. En 1851, después de setenta años de haberse confeccionado el último monumento, el altar barroco se hallaba en un estado pésimo de conservación. En la documentación parroquial es calificado como muy antiguo y 13

Véanse las que se citan en el manuscrito de la Bajada de la Virgen de 1765, el que nombra fray Juan de Medinilla en Los Sauces (1756-1761) y otras noticias más recogidas por María Victoria Hernández: ABDO PÉREZ, Antonio, REY BRITO, Pilar, PÉREZ MORERA, Jesús. Descripción Verdadera de los solemnes Cultos y célebres funciones que la mui noble y leal Ciudad de Sta Cruz en la ysla del Señor San Miguel de la Palma consagró a María Santísima de las Nieves en su vaxada a dicha Ciudad en el quinquennio de este año de 1765. Edición de Antonio Abdo y Pilar Rey. [Santa Cruz de La Palma]: Escuela Municipal de Teatro, Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma, 1989, pp. 22, 54 y 64; PÉREZ GONZÁLEZ, Ramón, ZAPATA HERNÁNDEZ, Vicente Manuel. «Una visión geográfica y socioeconómica de La Palma a mediados del siglo XVIII: el manuscrito de Juan de Medinilla». En: I Encuentro de geografía, historia y arte de la ciudad de Santa Cruz de La Palma. [Santa Cruz de La Palma]: Patronato del V Centenario de la Fundación de Santa Cruz de La Palma, D. L. 1993, v. III, p. 33; HERNÁNDEZ PÉREZ, María Victoria. La isla de La Palma: las fiestas y tradiciones. [Tenerife; Gran Canaria: Centro de la Cultura Popular Canaria], D. L. 2001, pp. 18-19. 14 FERNÁNDEZ GARCÍA, Alberto José. «Notas históricas de la Semana Santa en Santa Cruz de La Palma, VII: jueves santo». Diario de avisos (Santa Cruz de La Palma, 3 de abril de 1963), p. 7.


compuesto de una serie de piezas enormemente pesadas y difíciles de manejar sin ser dañadas 15 . Era necesaria, por tanto, la proyección de un nuevo monumento para la Semana Santa, cuya composición y acabado habría de ser de líneas más sencillas que el anterior y acorde con los gustos vigentes a mediados del siglo XIX. La documentación refiere que algo ya se había operado entonces con este objeto 16 ; aunque, en cualquier caso, dichas intervenciones no han «sido más que una prueba de lo que convendría hacer». Estos trabajos previos de alivio del monumento se debieron al polifacético sacerdote Manuel Díaz, auxiliado seguramente por José Joaquín Martín de Justa (1784-1842), cuya fecha de óbito, no obstante, nos obligan a ser cautelosos con la cuestión 17 . Aparte de las labores ministeriales como cura ecónomo de la feligresía de la parroquia de la capital palmera o de sus relevantes aportaciones cívicas, plasmadas de una manera fecunda en diversos aspectos sociales —llámense actividades benéficas, sanitarias o educativas—, el trabajo de Díaz se manifestó en varias intervenciones estéticas. La composición musical, la pintura (en especial la decorativa, como los telones de un Nacimiento para la parroquia matriz) o la escultura (incluida la creación del mascarón Biscuit) y, sobre todo, el diseño arquitectónico centraron su atención. En este último apartado cabe incluir su mesa para el Corpus Christi 18 . Y, dentro de idénticas facetas, debe sumarse el monumento clasicista de El Salvador, concluido hacia el indicado año de 1851. A pesar de su apariencia ligera, el retablo eucarístico del padre Díaz constituía una estructura de laborioso montaje. Su arquitectura se componía a partir de un bastidor de madera compuesto por un panel horizontal — que se colgaba del cielo de la capilla de Nuestra Señora del Carmen mediante unas poleas— y cuatro palos largos y no demasiados gruesos denominados plumas, colocados en cada una de las esquinas del tablón central a modo de puntales o postes 19 . El proceso se iniciaba haciendo pasar una cuerda por la polea del techo, asida a éste por un gancho. Con 15

RODRÍGUEZ, Gloria. La iglesia de El Salvador de Santa Cruz de La Palma. [Santa Cruz de La Palma]: Cabildo Insular de La Palma, 1985, pp. 288-289; extracto del legajo n. 4 de la fábrica parroquial. 16 ARCHIVO PARROQUIAL DE EL SALVADOR: Cuentas de fábrica, n. 4, Cuenta de 1 de octubre de 1844 a septiembre de 1845. Por ejemplo: «veinte reales de vellón corriente [por] pintar de blanco el monumento». 17 Cfr. PÉREZ GARCÍA, Jaime. Fastos biográficos de La Palma. Santa Cruz de La Palma: Sociedad Cosmológica: CajaCanarias, 2009, p. 257. 18 Amplíese la cuestión en: RODRÍGUEZ LÓPEZ, Antonio. Apuntes biográficos de don Manuel Díaz. Santa Cruz de La Palma: Imp. de El Time, 1868, pp. 16-18 y 27. 19 Sobre este uso de la voz en Canarias, vid. CORRALES ZUMBADO, Cristóbal, CORBELLA DÍAZ, Dolores, ÁLVAREZ MARTÍNEZ, Mª Ángeles. Diccionario diferencial del español de Canarias. Madrid: Arco, 1996, s. v. pluma, 1ª acep.


este fin, el mayordomo y mozos empleaban una escalera alta o, en su defecto, ataban dos más pequeñas (amarrada una al extremo de la otra); así, subiendo hasta la punta, con un regatón se bajaba la polea, se le franqueaba una soga y se volvía a subir la polea hasta su emplazamiento original. Entonces se procedía a izar el bastidor (el citado panel con sus cuatro plumas, muy semejante a una mesa alta y estrecha), bien atado a la cuerda que pasaba por la polea. Una vez que este esqueleto o armazón se encontraba colgado del techo, comenzaba a armarse el «teatro» del altar. En primer lugar, se elevaban los elementos a la sección más alta (una cúpula pintada, una baranda y las figuras de las virtudes teologales). Después, se colocaban dos torreones o campanarios en los flancos, que llegaban hasta el suelo de la iglesia. A ras de las torres y frente al bastidor originario se montaba una plataforma con burras, tablones y unas cortas escaleras para permitir su acceso. Finalmente, en este tablado, en el hueco que dejaban las cuatro plumas, se preparaba el sancta sanctorum, es decir, el cuerpo central donde tenían asiento el sagrario, un sitial o una serie de telones pintados, que envolvían y daban cobijo al pan consagrado. Gracias a varios testimonios orales y, especialmente a la conservación de un documento fotográfico del siglo XX, podemos trazar una descripción del aspecto general del citado monumento. Llama la atención en el conjunto la destreza del maestro Díaz y sus ayudantes en la creación de una atmósfera colosal y marcada por el estilo clasicista. Esta inclinación, como sabemos, domina en el templo de El Salvador a partir de las reformas que hacia los años ’20 emprende Díaz junto a su colega, artista y también clérigo el nombrado Martín de Justa. Destreza que se hace extensiva a un manejo extraordinario de los juegos de perspectiva, logrados merced a una importante tradición histórica que hunde sus raíces en las cruces de aparecer de mayo y en otros altares construidos en Corpus y con ocasión de la Bajada lustral. El monumento aparece acotado por los lados a partir de sendas torretas o pilastras gigantescas que siguen la técnica del trampantojo, adornadas con guirnaldas de flores. Delante de la del lado del Evangelio, se adosa la imagen de san Pedro, sobre tabla, lo que permitirá dibujar su volumen tridimensional e incorporar el nimbo y las llaves (su atributo distintivo), elaborados en latón. En la de la Epístola, el profeta Moisés sostiene las tablas de la Ley y luce en la cabeza las dos potencias, también en aleación de cobre y cinc. Ambas tablas descansan sobre pedestales, cada uno dotado de la correspondiente leyenda: la de san Pedro, que es la única de la que tenemos noticia:


«Tu es Christus, filius Dei vivi» (‘Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo’), extraída de la versión latina del Evangelio de Mateo relativa a la confesión de fe de san Pedro y su misión como primado 20 . Aunque no hay testimonios del fragmento que acompañaba la imagen de Moisés, cabe pensar que pudiera tratarse de alguna frase del cántico de liberación pronunciado por el profeta hebreo, en el que se exalta el poder de Yahveh, como: «Magna et mirabilia sunt opera tua, Domine Deus omnipotens» (‘Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios Todopoderoso’), algunas de ellas repetidas en el libro del Apocalipsis 21 . Ambas efigies — como ya se ha mencionado en la significación teórica de los monumentos pasionistas— expresan la fusión del Antiguo y el Nuevo Testamento, plasmados ahora en el nuevo pacto de Dios con los hombres. A partir de esta estructura, Díaz idea dos planos: uno superior y otro medio e inferior. El primero levanta sobre un arco de medio punto una balconada compuesta por antepecho de cuarterones rematado por baranda de cuatro balaustres separados por pilastras, todo en madera. Corona este piso una cúpula pintada sobre tela. Bajo la cúpula, detrás del balcón y algo elevadas sobre el nivel, se disponen las tres virtudes teologales, pintadas sobre tabla: a la izquierda, la Fe, que sostiene con la mano derecha una gran cruz (no se aprecia si lleva vendados los ojos); al centro, la Caridad, que reclinada, se acerca a un niño; a la derecha de la composición, la Esperanza, que porta un ancla, emblema de «la firmeza y la solidez propias de la auténtica Esperanza teologal». El cuerpo medio e inferior se articula a partir de un arco de medio punto (sobre el que se sitúa el plano superior ya citado), que abre una bóveda formada por tres arquerías sostenidas por columnas de orden corintio, arquitrabe, friso y cornisa, siguiendo el modelo clásico. Todo ello pintado sobre tela. Resultado que recuerda sobremanera el arco, también pintado al parecer por Díaz para rematar el espaldar del retablo mayor, de dovelas almohadilladas, fechado en 1843. Un último telón de fondo representa un paisaje celestial a base de nubes y ángeles. Delante se arma el altar, que consta de sitial de madera dorada con figuraciones de espigas de trigo y racimos de uva, iconos del cuerpo y la sangre de Cristo y que fue concluido en 1805 22 . Está rematado por un medallón central, que contiene la iconografía del Cordero y, a los lados, cartelas con sendos emblemas eucarísticos: a la izquierda, 20

Biblia sacra iuxta vulgatam Clementinam. 3ª ed. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1959, «Evangelium secundum Matthaeum», XVI, 16. 21 IBIDEM, «Apocalypsis B. Ioannis Apostoli», XV, 3. 22 FERNÁNDEZ GARCÍA, Alberto José, op. cit.


el Ave Fénix, que arde en llamas de amor y, a la derecha, el Pelícano, que alimenta a sus hijos con su propia sangre. El modelo ya había sido suscrito en 1685 por Juan B. Poggio Monteverde (1632-1707) en la loa sacramental El Amor Divino: «Templo sea la voluntad de quien es tanto, y ofrezca a su Religioso Altar, que a los lados de amor pendan un Pelícano, y un Fénix» 23 . Preside el sitial un sagrario portátil de plata (de escuela canaria), cuya puerta se halla decorada con un relieve del Cordero sobre el libro de los siete sellos, inventariado por primera vez en 1719 24 ; este relicario es custodiado dentro de una urna de madera dorada y acristalada. El conjunto descansaba sobre una base trapezoidal a manera de yunque, apoyada en el tablero de la mesa de altar, que se adereza con seis velas con candelabro (tres a cada lado) y con el frontal de plata repujada inventariado después de 1762, posible obra de escuela lagunera 25 . A partir de este nivel se ubica la gradería, rematada a los lados por sendas balconadas desde las que además pueden observarse dos figuras de ángeles turiferarios adquiridos en fecha más moderna para la composición del altar festivo de Nuestra Señora del Carmen (titular de la capilla); de bulto y cromados en blanco, porta cada uno un cirial. Los balcones se apoyan sobre pedestales cubiertos por telas pintadas imitando pilastras. Decoran ambos laterales del arranque de la grada una pareja de podios con candelabros. El conjunto está embellecido a base de centros florales con especies naturales de temporada, como anuncio de la primavera. Varias guirnaldas adornan también las lámparas que cuelgan del techo del templo. Respecto de la luminaria, merece hacerse hincapié en la profusión de candelabros de varios brazos que contribuyen a ambientar la escenografía eucarística y que alargan su estela hasta la cancela de entrada al recinto sacro por el lado sur. Además de las colecciones de que disponían la fábrica parroquial y las cofradías, algunos fieles aportaban asimismo buena parte de los ejemplares que luce la fotografía; entre ellos, la señora María del Carmen Kábana Valcárcel, 23

POGGIO MONTEVERDE, Juan Bautista. Tercer centenario de dos loas del siglo XVII en La Palma. Edición, notas y bibliografía de Rafael Fernández Hernández. [Santa Cruz de Tenerife; Las Palmas de Gran Canaria]: Gobierno de Canarias, Consejería de Cultura, 1985, p. 109, vv. 559-563. Hemos actualizado la ortografía. 24 RODRÍGUEZ, Gloria, op. cit., pp. 85-86 y 134. 25 IBIDEM, pp. 96-97.


residente entonces en la casa Monteverde de la plaza de España. Esta obra dejó de realizarse en 1947; la última persona que se encargó de su montaje fue el recordado mayordomo de la ermita de San Sebastián y maestro de la danza de Enanos lustral Pedro Díaz Batista (1885-1969). El desinterés hizo decaer el ánimo de participación por la inversión de esfuerzo y laboriosidad que requería la tarea articuladora. Las piezas, desmontadas, se guardaban en la lonja de El Salvador que a pie de la calle Pérez de Brito se halla bajo la sala capitular. Cuando este local fue alquilado, durante un tiempo el monumento buscó sitio en dependencias de la iglesia de Santo Domingo; por último, terminó siendo abandonado en Calsinas. Aquí la chiquillería jugaba con los fragmentos del monumento, emulando procesiones con los relieves de san Pedro y Moisés. Finalmente, se recuerda que los últimos restos fueron pasto de las llamas. Por una fotografía posterior, datada en 1957, sabemos que para entonces comienza a notarse el devenir ulterior, caracterizado, tristemente, por la pobreza artística y la austeridad de una obra que pretendía conmemorar y glorificar la fundación del sacramento de la Eucaristía. Más tarde, el artista e historiador Alberto José Fernández García (1928-1984) diseñó un nuevo monumento. A partir de varios elementos de la obra clasicista, como el sitial y la urna, se formaba la tramoya a base de multitud de bombillos eléctricos. Arriba, el anagrama JHS, rematado por una cruz. La estructura era realizada con la participación de un carpintero y un técnico electricista. Ojalá que nuevas iniciativas logren recuperar algún día esta histórica costumbre semanasantista, que hunde sus raíces en el siglo XVI y que, como otras tantas tradiciones, fue fruto de un esfuerzo y un trabajo en común.


VIERNES SANTO Fe para morir en paz Patricia Bolaños González Se me apagan los latidos. Apenas reúno fuerzas para mantener los ojos abiertos y contemplar por última vez a las dos personas que me acompañan. Nunca había visto a mi madre con los ojos tan hinchados y la expresión tan yerma. Agarra mi mano casi inerte y palpa el pulso desgastado al que ella misma dio vida. Percibo temblor en sus manos y siento que su aliento se acelera a medida que el mío se extingue. Ella me vio brotar de sus entrañas; descargó su amor calmando mi primer berrinche; me ofreció su piel cuando el frío golpeaba, su pecho cuando el hambre carcomía; me mostró los pasos más firmes del camino y el arte de crecer con la sonrisa puesta. Seguramente, nunca imaginó llegar a ser testigo de mi agonía final. Tampoco yo lo imaginé. Quizá por eso nunca le dejé lo suficientemente claro cuánto la quería. Y ahora no puedo. A su lado, el rostro de mi mejor amigo parece suplicarme que me levante, que aún quedan demasiadas historias por contar. Tiene el rictus tenso y leo rabia en su mueca mordida. Cuántas veces nos despedimos a las puertas del colegio hasta el día siguiente. Cuántas veces descansaron en su hombro mis problemas. Como dos hermanos que aprendieron a crecer al mismo tiempo. Y ahora me dice adiós con los hombros caídos y los ojos empañados. Invierto mis últimos esfuerzos en aferrarme a la mano maternal que me sustenta. Tengo la impresión de que soltarme sería despedirme para siempre, como si un cordón umbilical se partiera de manera prematura. Tumbado, exhalando los restos de mí, quiero levantarme y abrazarlos para poder morir dándoles las gracias. No queda tiempo para más. Escucho un lamento áspero y profundo. Y después un llanto, cada vez más grácil. Cada vez más lejano. Más lejano. Muero. Siempre hay un lugar dispuesto a contemplar otra despedida. Otra madre rota y otro amigo desgarrado. Siempre hay un hombre que muere impunemente. El Calvario, María y Juan ahogados en llanto a los pies de Jesús crucificado: la imagen se repite cada vez que alguien se deja la vida en el camino. Pensar en la muerte nos produce miedo e inquietud. Enfrentarnos a esa experiencia desconocida nos hace sentir


débiles e indefensos ante una realidad que escapa a nuestro entendimiento y a nuestro control. El ser humano, cuyo instinto natural de supervivencia prevalece por encima de todo, concibe la muerte como una amenaza de la que ha de esconderse; su vida se convierte en una lucha por poder ver amanecer el día siguiente y comprobar que todo sigue en el mismo orden. Quizá por eso nos cuesta tanto entender que hubo alguien capaz de entregar su vida voluntariamente. El Viernes Santo descubrimos en la figura de Jesús la expresión suprema del sacrificio. Más allá del lánguido ambiente que caracteriza al Santo Entierro, más allá del escenario creado por la música enlutada y las imágenes dolientes, nos sobrecoge pensar que un ser humano reunió valor para enfrentarse solo a la experiencia que más nos amedrenta. Encontramos en este día la paradoja de Jesús: hombre, porque sufrió con cada golpe y con cada caída, porque sintió el peso de la cruz atravesándole la espalda y deseó librarse del tormento; dios, porque se sentó a esperar su muerte y resistió al impulso humano de la huida. La muerte de Jesús responde a un destino que había de cumplirse. Contemplar el Santo Entierro debe servirnos para trasladar la historia de Jesús a nuestras propias vidas. Estamos ante un referente que murió para hacer de nuestra muerte un trago menos amargo: tal vez sea más fácil afrontar una experiencia tan aterradora con el atenuante de la fe. Por desgracia, una muerte no termina en un entierro. Queda por detrás el drama de unos padres, de unos hijos, de un marido, de un amigo… La pérdida de un ser querido es, quizá, el golpe más duro, y nos duele tanto porque una parte de nosotros muere con él. Su recuerdo se nos presenta constantemente y tenemos la sensación de que no podremos remontar sin su presencia. Recordar, entonces, que María también tuvo que soportar la muerte de su hijo tal vez nos haga más fuertes. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, fueron las últimas palabras de Jesús antes de dejar su vida en la cruz. En el momento final, Jesús experimentó la cara más humana de la muerte: la evocación del ser al que más amó y la sensación de que el último hilo se partía. ¿No se sintió lo mismo el joven que muere agarrando la mano de su madre? Jesús, al morir, resucitó en cada uno de nosotros por medio de la huella que fue dejando durante su vida. Se fue con la paz del deber cumplido. Nosotros moriremos en paz si nos sentimos vivos en el corazón de aquéllos a quienes amamos.


DOMINGO DE PASCUA Altar efímero para el Santísimo en la mañana de Pascua de Resurrección José Guillermo Rodríguez Escudero La idea de levantar un altar efímero, fugaz y perecedero, que sirviese como descanso para la procesión de Su Divina Majestad en la mañana del Domingo de Pascua de Resurrección, se debió a la iniciativa de las monjas clarisas del monasterio de Santa Águeda, olvidada patrona de esta ciudad. La prosperidad económica reinante en esta preciosa ciudad permitió los lujos y pulió y conservó las formas. Para este arte efímero, tan especial, tan auténtico y original, los documentos dan cuenta de cuantiosos encargos de las más diversas piezas litúrgicas y ceremoniales: piezas sagradas y de altar, custodias y vasos, lámparas votivas y candeleros, andas y cruces procesionales, plata labrada de todo tipo, tapices y ornamentos para el culto, confeccionados con sedas polícromas, damascos, brocados, lamas, tisúes… y bordados recamados con hilos de oro y plata. En 1888 Charles Edwardes quedó deslumbrado por el destello y valor de los metales preciosos de las custodias, cálices y patenas, algunas muy antiguas, de curiosa forma y diseño, y por el gran número de ciriales y báculos de plata, parte integrante de las procesiones eclesiásticas… Toda esta pompa y fastuosidad del interior de los templos era prolongada hacia la calle, cuando se trataba de una manifestación tan importante como la procesión del Santísimo en las fiestas litúrgicas fundamentales: la Resurrección de Cristo y el Corpus Christi. Siguiendo con este magnífico arte efímero “palmero”, de la Bajada de La Virgen de 1815 nos ha llegado numerosa información de cómo el pueblo de La Palma celebraba la visita de su Patrona, con ingente cantidad y profusión de adornos y colgaduras en fachadas, ventanas, balcones y plazas con altares “fugaces”. Todo eran banderas, fuegos y composiciones, ramas, cortinas, nubes, trapos, espejismos, damascos, angelitos, flores, frutas, telas de oro, jarras de plata, festones de flores, láminas, guarniciones de plata, banderas, rasoliso, talcos… Amantes de las buenas formas, apasionados del lujo y de la moda, en tanto fue posible, los palmeros gastaron sus rentas en fastos, ornatos y novedades, hicieron y pagaron


un arte para la vida y el rito y mantuvieron ese prurito durante toda su existencia y aun después de la muerte. Se levantaron los conventos para contar con el favor de Dios, al que se le ofrecía todo el arte y derroche de boato. Entre otros, el cenobio de las clarisas, fundado en 1601 junto a la ermita de Santa Águeda, también era visitado por la Virgen. Llegó a resultar insuficiente para albergar la numerosa cantidad de religiosas que habían profesado y era preciso realizar una urgente ampliación. Ésta fue finalmente concedida por el obispo Carrionero y Ruano en un despacho de 8 de octubre de 1620. El Cabildo autorizó el traslado del Convento y Monjas de Santa Águeda a la Plaza de Alarcón. A fin de evitar las lógicas molestias causadas por las obras, decidieron abandonar temporalmente su clausura y pasaron a vivir en comunidad a la casa que había sido de Juan de Valle, Regidor del Cabildo de la Isla, Alcalde Mayor de la capital palmera (en dos ocasiones: 1605 y 1608) y Alguacil Mayor del Santo Oficio de la Inquisición. Este noble caballero fue el primer propietario conocido de las antiguas casas, quemadas en el incendio acaecido la noche del 4 de agosto de 1798, sobre cuyo solar se erigió la actual “Casa Fierro”, sede del Real Club Náutico de esta capital. Su amor por el Santísimo Sacramento había hecho que, entre otras capellanías, fundase la que consistía en doce misas cantadas con órgano, procesión con la custodia y bajo palio en el interior de El Salvador y que incluía cera para las hachas y cincuenta candelas blancas, y responso cantado sobre su sepulcro; debían decirse perpetuamente el jueves siguiente al tercer domingo de cada mes en el que hacía su celebración la Cofradía del Santísimo. Mientras permanecieron las monjas claras en dicha casa, en 1622 se inició la hermosa costumbre de preparar un descanso para el Santísimo durante su recorrido procesional bajo palio, en la mañana del Domingo de Pascua de Resurrección. Este altar efímero estaba adosado a las casas principales y en la puerta de la mansión de la antigua Calle Real de Santiago, hoy Pérez de Brito. Ya en 1264, el Papa Urbano IV había promulgado una bula pontificia por la cual se concedía indulgencia plenaria a todos aquellos que elaboraran altares y monumentos para la procesión pública en la festividad del Corpus Christi. Aquí se inicia la tradición por la cual, en todo el orbe cristiano, proliferan altares y autos sacramentales que se representan en las vías públicas al


paso de la solemne procesión del Santísimo, entre otros muchos actos de regocijo popular. En los Mandatos del obispo Fernando de Rueda, de fecha 5 de julio de 1584, en lo referente a estas representaciones que se acostumbraban hacer en el interior de los templos, se expresaba claramente en contra de lo que llegaba a constituir un atentado contra lo sagrado y la decencia: “porque las representaciones que se acostumbran hacer en la yglesia en los dias del corpus Xpi y de navidad y pascua de Resurrection y otras festividades suelen haber cossas indecentes…” En Canarias el prelado Diego de Dehesa y Tello en 1558, ordenaba que el día de Corpus se entronizase dignamente el Santísimo en la puerta de El Salvador, “con toda decencia y ornato” y se representara una obra de teatro donde los clérigos y religiosos “estuviesen en las gradas”. Se había construido unas andas procesionales para el Santísimo, con cuatro pilares dorados de madera liviana y cubiertas en su parte posterior con tela de oro. El encargado de llevar a cabo lo dispuesto fue Francisco Díaz Pimienta, ilustre marino que tomó parte en la Batalla de Lepanto, nombrado Hermano Mayor por la Esclavitud del Santísimo el 16 de octubre de 1603. Costaron 11.825 reales “de buena moneda”. En la fotografía en blanco y negro, tomada en la Calle de Santiago, hoy A. Pérez de Brito en la mañana de Pascua de Resurrección de 1911 -aparecida en el programa de Semana Santa de 2004-, se aprecia claramente cómo se organizaba la procesión que nos ocupa. Delante del maravilloso palio, numerosos estandartes, la “cruz alta” de El Salvador con los ciriales, la bandera blanca y el espectacular Guión, ambos del Santísimo. Es curioso comprobar cómo los fieles se arremolinaban detrás del palio -de seis varasy tan sólo unos pocos lo precedían. Eso sí, de rigurosa etiqueta, como se puede comprobar en los caballeros, descubiertos y con los sombreros en la mano, y las damas, con trajes largos de la época. El arte efímero tiene actualmente en nuestra Isla numerosos y bellos dignos exponentes. Así, los arcos, como los que se confeccionan en Mazo, San Andrés y Sauces y en El Paso, y los carros triunfales como los de la Bajada de la Virgen de Las Nieves, son habituales en las fiestas y conmemoraciones del renacimiento y tienen un auge especial en la época barroca.


Considerados como “arte efímero” o de “tramoya” aparecían los arcos y los carros ligados a la conmemoración de acontecimientos civiles o religiosos. También las espectaculares carrozas que tomaban parte en las fiestas. Ejemplo significativo de este arte lo encontramos en la fotografía sacada durante el multitudinario recorrido de la “Batalla de las Flores”, en plena Bajada de la Virgen de 1930. Allí se aprecia el ingenio a la hora de confeccionar las carrozas y la proliferación de arcos suspendidos, gallardetes, banderas, mantones, etc., que engalanaban toda la calle Real. El fotógrafo recogió esta festiva y sugerente imagen en un lugar muy próximo a la Casa Fierro. Otra instantánea que muestra esta histórica casa en segundo término, teniendo de fondo la torre de El Salvador, recoge uno de los arcos que, con motivo de la Bajada de 1930, homenajeaba a la Virgen en su llegada triunfal a la capital palmera. Siguiendo con aquellos bellos altares, erigidos para el descanso del Santísimo, como los arcos de Mazo en La Palma y los de San Juan del Reparo en Tenerife, o los apostados en las fachadas de las casas, como la que nos ocupa, contribuían a la majestuosidad, alegría y empaque de una procesión a la que se trata de solemnizar. Esto era algo muy frecuente y característico en el Corpus desde tiempos inmemoriales. Un claro ejemplo lo encontramos en el dibujo de un altar de Corpus de la Villa de La Orotava en 1624, que, aunque bastante deteriorado, nos da una idea de cómo eran estas aras en sus inicios. Otro importante y fabuloso altar efímero que aun se levanta anualmente en honor al Santísimo Sacramento dentro de los templos para las solemnidades del Jueves Santo, es el llamado “Monumento”. Terminada la función religiosa, la Iglesia quedaba en silencio y es el momento en el que se inicia la litúrgica procesión del Divino Prisionero al Monumento. En iglesia de El Salvador, el antiguo se levantaba en la Capilla del Cristo; más tarde, en la del Carmen; y, actualmente, al fondo de la nave de la Epístola, al lado del bajo coro. La población multirracial de La Palma, abierta históricamente a la cultura universal, había incorporado a sus fiestas esta tradición de arcos y carros triunfales que, ya desde el siglo XVIII, eran elementos festivos profundamente implantados por toda la geografía insular,


aunque sería en la capital donde aparecerían profusión de adornos y elegancia en su ejecución.

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Si bien es efímera su existencia, en muchos casos, como en Mazo, su confección se traduce en meses de intenso trabajo previo en los que se manejan los más diversos elementos naturales, tanto flores secas, como musgos, colmo, semillas, etc. Se le ofrece al visitante un catálogo de complicadas estructuras fugaces (duran tan sólo desde la noche del miércoles, Víspera de Corpus, hasta el domingo), que son presentadas como verdaderas obras de artesanía y joyas singulares de nuestra tradición popular. En la Villa de Mazo, los espectaculares arcos y descansos, los tapices y alfombras definen y engalanan el recorrido procesional del Santísimo y constituyen, sin lugar a dudas, el elemento más característico de estas festividades. La primera referencia de estos arcos triunfales la encontramos el 18 de septiembre de 1774, cuando se entronizó en su ermita de Lodero a la talla mejicana de la Virgen de Los Dolores. Para adorno de todo el recorrido procesional “se hizieron varios arcos con todo aseo vestidos”. El 26 de marzo de 1945, la Corporación Municipal de Villa de Mazo atiende una petición del Ayuntamiento de la capital palmera para que colaborase con una pequeña muestra del Corpus Christi macense en la celebración de las Fiestas Lustrales de Nuestra Señora de Las Nieves. Se decide colocar “un arco en una de las calles de tránsito en dicha población en calidad de homenaje a Nuestra Venerable Virgen”. Eliseo Serrano Martín, folklorista y profesor de la Universidad de Zaragoza, decía: “…aquí ocupan los arcos y carros triunfales, más que como manifestación artística, que lo es y además importante como ‘tradición festiva que tiene cuerpo como tal y que representa un modo específico de comprender la fiesta o la solemnidad en concreto”. Recordemos que, desde la Subida de la Virgen de Las Nieves en 1765, se inició la tradición del enramado de las Cruces de Mayo, que se alzan sobre bellísimos altares perecederos y fugaces que pujan por ser los mejores y están cuajados de flores, plantas, joyas, tapices de semillas y pétalos, etc.: “Estaba una cruz, que es la del noveno passo, con el major ornato y compostura de prendas, talcos y galones”.


Hoy se conservan algunas loas en su honor, y prácticamente se ha sustituido “la aparición” de la cruz con tramoyas por lo que llamamos “cuadros plásticos”, a modo de estampas estáticas de personajes bíblicos o costumbristas, que se desarrollan en torno a estos catafalcos, imprimiéndoles más espectacularidad: “Adoremos la cruz bella/donde Cristo padeció/y en recuerdo la dejó/para que adoren en ella”. La presencia de este símbolo, emblema de la cristiandad, se manifiesta por doquier, sobre todo en los extensos territorios de la banda este de La Palma, esto es: Santa Cruz de La Palma, Villa de Mazo, Breña Alta y Breña Baja. Aparecen por estos bellos lugares cruces jalonando los caminos y veredas, rematando montañas o canalizaciones de agua, en portones de casonas antiguas o entrecruzados caminos. Son muchas de ellas depositarias de historias y leyendas o simples recuerdos a los fallecidos en las carreteras. En las Fiestas de Mayo, pequeñas capillas, altares efímeros y hornacinas surgen por doquier, a fin de custodiar y realzar esas Cruces, desde la más humilde y recóndita a la más suntuosa y milagrosa. “En la capital, a las cruces que descansan sobre las paredes de la ciudad renacentista se les cambia la tela que las cubría desde el año anterior y se sustituye por otra nueva, formando en algunos casos plisados y dobladillos vistosos, para después engalanarlas con joyas y flores”. Las cruces son depositadas a principios de mayo sobre los altares cargados de simbología religiosa. Así, son usuales los tablones de madera recubiertas de semillas, flores… que dan forma a las grandes concavidades y hornacinas o retablos donde son entronizadas las cruces y que son, en muchos casos, adornadas por valiosas joyas para cuya custodia pernoctan los vecinos a sus pies, adormecidos y cubiertos por grandes mantas para resguardarse del frío de la noche del dos de mayo de cada año. Volviendo a la mansión que nos ocupa, en 1680 Juan Fierro y Monteverde y Tomasina de Espinosa y Boot -patrona de la capilla de San Juan Bautista de El Salvador-, dueños de la casona, fundaron mayorazgo de bienes en cabeza de su primogénito José Fierro Monteverde, por Real Facultad de S. M. don Carlos y su madre, doña Mariana de Austria, como tutora y gobernadora de los Reinos, dada en Madrid el 16 de noviembre de 1671.


“En el testamento que otorgaron cerrado, mancomunadamente, en 1691, obligaron al sucesor en el mayorazgo a conservar la costumbre que, desde tiempo inmemorial tenía la familia” y que, como dijimos, iniciaron las monjas claras. La tradición consistía en el levantamiento del altar adosado a las casas principales donde se colocaba la custodia con el Santísimo Sacramento, durante la mañana de Pascua de Resurrección, mientras se cantaba una antífona, versos y oración. Recalcaron que debían “hacer y enramar con decencia el altar que se venía armando… “. Para ello, se recogía previamente del monte cercano brezo, faya, laurel y palma, y así cubrir, a modo de tapiz de “rama”, buena parte de la fachada donde iba a ser colocado el altar. Gracias a la sombra que el gran toldo que se colgaba entre la Casa Fierro y la de enfrente proporcionaba a la calle, su verdor, aroma y frescura duraba más tiempo. Los adornos florales eran también habituales en este tipo de altares efímeros y actos festivos. Fue renovado en la primera mitad del siglo XIX bajo la dirección artística del célebre sacerdote José Joaquín Martín de Justa (1784-1842) -íntimo colaborador del Cura Díaz en la reforma del interior de El Salvador- “en la que su sensibilidad arquitectónica dejó profunda huella”. Este polifacético sacerdote fue quien lo diseñó siguiendo las características del neoclasicismo y fue usado hasta mediados del siglo pasado. Aparte de ser un presbítero ejemplar y un orador afamado, se le consideró el mejor arquitecto que en su época tuvo la provincia de Canarias y el artífice principal de la renovación urbanística que se produjo en Santa Cruz de La Palma en la primera mitad del siglo XIX. Perteneció a las Juntas Municipales de Caridad, Enseñanza y Obras Públicas, preocupado siempre por la realización de obras sociales en beneficio de sus conciudadanos. Fueron también obras suyas: la efímera y elegante “Mesa del Corpus”, los retablos de El Salvador, la sala de la sacristía, la capilla el cementerio de la ciudad y numerosos edificios. Este bello y suntuoso inmueble, al que todos conocemos por Casa Fierro, fue el elegido por la sociedad recreativa denominada “Nuevo Club”, como sede para sus actividades sociales. Tras un período de alquiler, fue comprado a la dueña de aquel entonces, Josefa Van de Walle y Valcárcel, esposa de Luis Van de Walle y Quintana, Marqués de Guisla Ghiselín. “Los vendedores incluyeron una cláusula por la que se les consentía continuar levantando el altar en la noche del Sábado Santo de cada año para el descanso del Santísimo Sacramento en la mañana siguiente, ó sea el


Domingo de Pascua, en el portal ó puerta principal de la casa enagenada.” El altar desmantelado se continuó guardando durante muchos años en la iglesia del ex convento dominico, y con posterioridad fue llevado por la Marquesa de GuislaGuiselin, Dolores Van de Walle y Fierro, viuda de Pedro Miguel de Sotomayor y Pinto, para el Monasterio cisterciense de la Santísima Trinidad en Breña Alta, del que había sido ilustre fundadora. Dando pruebas de su piedad, ingresó en la Orden y allí la noble dama tomó el nombre de Sor Teresa de Jesús y el hábito de San Bernardo. Era muy común el levantamiento de estos altares, armazones, túmulos efímeros y carros, tanto en la proclamación de los monarcas, como durante las solemnes exequias reales y otros cultos solemnes. Toda esta parafernalia ha dado como fruto lo que algunos autores han definido como el resultado de una sucesión de métodos o técnicas que produce unas creaciones, más que meros objetos, cuyo valor reside “precisamente en ser consumido, literalmente en una experiencia que la destruye”. El altar, rápidamente levantado para ese momento de la mañana, después de las suntuosas procesiones de la Semana Santa palmera, era inmediatamente desmontado y retirado de la fachada para ser custodiado nuevamente en el Salvador. Es decir, retomando lo anterior: el altar era creado y destruido en esa mañana. Más tarde se guardó en la lonja de una casa perteneciente a la marquesa de Ghisla-Ghiselin, en la actual calle Pedro Poggio, hasta que se necesitó para entronizar en él al Crucificado del Cementerio, durante la Guerra Civil, en el extinto convento de San Miguel de las Victorias, hoy iglesia de Santo Domingo. La Señora accedió a prestarlo al cenobio. Allí se custodió, frente a la puerta principal de ese templo. Sobre él se colocó al Cristo y a sus lados se situaron los seis blandoncillos o candeleros de metal pertenecientes al primitivo altar. Después de la guerra, el Crucificado fue trasladado en una multitudinaria y solemne procesión al camposanto. Durante cierto tiempo, el altar se guardó en Santo Domingo hasta que, como dijimos, la marquesa envió las piezas al Monasterio del Císter. Se pretendía así dignificar los actos de su fundación y de adornar la humilde capilla. Allí permaneció hasta que el ataque de los insectos xilófagos, la humedad, el paso del tiempo… acabaron destruyéndolo.


En una de las fotos podemos observar cómo era parte de este altar, hoy desaparecido en casi su totalidad, con un frontal de madera clara, de color perla, a modo de sepulcro, en el que aparecía la inscripción en letras negras “Non estic” (no está). Hacía referencia a que Jesucristo ya había resucitado. También se aprecia parte de una balaustrada que se situaba a ambos lados y una especie de pirámides. Este frontal era colocado sobre una especie de tarima para aportarle más altura y volumen. Otros elementos importantes de este altar “callejero” eran los seis candeleros de metal que se situaban a ambos lados del expositor donde se colocaba al Santísimo. Éste consistía en una custodia monumental, adornada con nubes y ráfagas, y rematada por una cruz. Bajo la parte redonda correspondiente al círculo de la sagrada forma, se apreciaba un soporte con espacio suficiente para albergar la custodia y aportarle mayor espectacularidad y magnificencia mientras duraba su descanso procesional ante la vista de los fieles. Las monjas del Císter ocultaron el redondel con la mencionada inscripción durante la misas, ya que sobre este frontal estaba ubicado el sagrario, y no era ni correcto ni lógico que apareciera un cartel diciendo que “Jesucristo no estaba allí”. Lo único que queda en la actualidad -de acuerdo con la descripción de la Hermana Bernardita Socorro- es una parte de la mandorla dorada donde se situaba la custodia. Algunos de esos rayos (las nubes sobre las que venían insertados no existen ya), están pendientes de ser sometidos a una restauración.


COORDINACIÓN Y REDACCIÓN Francisco López González Domingo Santos Rocha PATROCINADORES Excmo. Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma Excmo. Cabildo Insular de La Palma TEXTOS Bernardo Álvarez Afonso (Obispo Nivariense), Con la Semana Santa proclamamos que Cristo es nuestro futuro Juan Ramón Felipe San Antonio (Alcalde de Santa Cruz de La Palma), Santa Cruz de La Palma ante la Semana de Pasión Manuel Poggio Capote (Cronista Oficial de Santa Cruz de La Palma), Las tres Marías: una tradición recuperada Francisco López González, Getsemaní Domingo A. Santos Rocha, ¡Hosanna al Hijo de David! Silvia Beatriz González Brito, A donde yo voy Domingo Cabrera Pérez, -Azotes y esperanza Carmelo J. Casanova Alvarado, Tres verbos, tres semillas Manuel Poggio Capote (Cronista Oficial de Santa Cruz de La Palma), El Monumento clasicista de El Salvador Patricia Bolaños González, Fe para morir en paz José Guillermo Rodríguez Escudero, Altar efímero para el Santísimo en la mañana de Pascua de Resurrección Versión en Papel: FOTOGRAFÍA DE CARTEL Y PORTADA Julián V. González Cabrera (Cristo Crucificado –Calvario-. Parroquia de San Francisco de Asís.) FOTOGRAFÍA DE PÁGINA CENTRAL Miguel Ángel Álvarez Trinidad (Señor de la Piedra Fría. Parroquia de San Francisco de Asís.) FOTOGRAFÍAS INTERIORES Miguel Ángel Álvarez Trinidad José Antonio Fernández Arozena Felipe Marante Ortega Jorge Rodríguez de la Cruz Jorge Amado Guerra Machín Iván Rodríguez Sánchez Nicolás Ortega Hernández Antonio Gómez de Paz Nieves Pilar Fernández García


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