Pez oriental

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“Antes el Irish era un aparcamiento de autobuses” entreoigo mientras me llega un perfume como de incienso. Me doy la vuelta y sale de la colilla que sujetan unos dedos fibrosos, largos y de piel acartonada. La calle está mañanera y no tan bulliciosa como de costumbre, es viernes y se notan las bajas que ha causado la noche anterior, todavía pegajosa de alcohol. Se respira un ambiente tranquilo al fin y al cabo: señores con maletín dispuestos a dar su próxima clase, señoras que van a la compra, un joven con libros que devolver en la biblioteca... Entre esta normalidad me encuentro con dos personajes que desentonan tanto en la calle Serranos que parecen viajeros del espacio tiempo que hubieran caído en ese lugar y a esa hora, las doce de la mañana, por puro azar. El del humillo de incienso es un señor de chaqueta vaquera gris y desgastada, pelo canoso, de unos cuarenta años. A su lado, una chica 2


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joven con cara de misterio fresco y nuevo, probablemente camuflado con mentirijillas que te cuela quieras o no, por muy preparado que vayas. Quizás sean amigos, quizás ella sea huérfana y él un viejo roquero de los años setenta que la adoptara al verla deambular por los bajos fondos de Manhattan (si es que Manhattan tiene bajos fondos), o igual él es su tío; pero ella tiene que ser huérfana porque esa mirada no puede apoyarse en un colchón familiar estable. Seguramente vivieran por un tiempo en lo alto de un rascacielos con ventana grande y vistas a la ciudad cosmopolita, y por eso su mirada de altos vuelos choca con la de las gentes de esta ciudad, cuyos edificios no superan los cinco pisos. Es como si el ajetreo de la gente corriente se viese a cámara lenta, todo a su alrededor se oscureciera y un foco de luz halógena los destacara, rodeados de un halo de misterio, dándole una dimensión nueva a esta ciudad sin salida al mar pero con ríos de gente que de vez en cuando llevan consigo un pez oriental, de esos grandes, bigotudos y coloridos, que cuando los ves marchar entre la avalancha de peces naranjas de pecera algo se remueve en tu interior y te motiva para perseguir la riqueza de lo heterogéneo bien entendido. +++ -¿Qué tal?- dijo al tiempo que expulsaba humo por la boca. -Bien, ya se dónde quiero vivir, además he visto un cartel de se alquila. -Si cobran fianza... -No te preocupes mi teniente, que aquí todo es más barato. -Anda no empieces con ese rollo lolita y vamos para allá. Llamé al número del cartel. En estos temas me deja tomar la iniciativa. Tuvimos suerte porque la casera estaba disponible en ese momento (no creo que la gente de esta ciudad tenga una agenda muy apretada) y 3


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quedamos con ella en cinco minutos. Debía vivir cerca de allí. Esperamos en la puerta. El sargento se echó dos cigarros. -¡No tires las colillas en la puerta! ¿o es que quieres pisar un manto de cenizas cada vez que salgas de casa? -Anda déjame en paz. Me entró la risa histérica, justo en el mismo instante que aprovechaba una dama entrada en años para cruzar la esquina. Ojalá no se trate de la casera, pensé, no me gusta la lentitud con la que se toman las cosas los ancianos, pero se nos quedó mirando y vino hacia nosotros. Y yo no podía parar. Era una de esas risas enfermizas que me entran cuando la situación menos lo permite, situaciones serias. Tendría que dejar al coronel hacer el resto. La mujer me miró nerviosa. Preguntó si éramos padre e hijo. El teniente no suele mentir sobre estos temas, pero supongo que asintió para evitar más preguntas incómodas. La mujer temblaba y no acertaba a abrir la cerradura. Al final lo consiguió, claro. Yo me esperaba una casa con olor a viejo y muebles oscuros apestando a antipolillas, pero nos encontramos con un piso normalito, de salón grande, abuardillado, con pocos muebles, y los que había de un estilo artdecó que podían pasar. El camión de la basura no llevaría tanta carga esa noche. Parece que la señora sabía lo que se hacía, quizás viajó a Oporto en su juventud y trajo algunos muebles de vuelta, allí sí que tienen elegancia para decorar. Había una cama de matrimonio al fondo, en la parte más oscura del salón, y en frente una ventana que esparcía luz natural sobre una mesa blanca de soporte negro, de corte estiloso. Pequeñas curvitas en las esquinas para hacer resbalar los dedos en una tarde aburrida de poca inspiración. Me gusta. Son esas tardes las que hay que cuidar con mimo, como si cuidaras de un ancianito adorable. Me lo quedo. Nos quedaba por ver el cuarto de baño y una habitación más estrecha, abuardillada también, que me serviría de dormitorio. Ya 4


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visualizaba al teniente ovillado entorno a su botella de Jeam Beam sobre la cama de matrimonio del salón, ese no era mi sitio. Me paseé por la casa tarareando y repasé mientras bailoteaba las esquinas de la mesa blanquinegra. Era agradable al tacto, muy placentera. El teniente me miró, yo asentí con la cabeza y le dijo a la ancianita: “Nos quedamos, dígame una dirección y a primeros del mes que viene le enviaré la primera mensualidad” La mujer, extrañada de que no hiciésemos las comprobaciones usuales en una casa, nos miró por última vez frunciendo un poco el entrecejo, apuntó en un papel su dirección y se largó. Antes de venir le calenté bien la cabeza al coronel: yo no quería moverme de la capital. Además no me gusta la idea de cruzar el charco en avión; se tarda demasiado poco y no te enteras de nada en el viaje. En barco habría estado bien, pero no nos llegaba. Yo quería quedarme porque me gusta la amplitud de las calles, que no puedes recorrer ni aunque te lleves saco de dormir para hacer noche en la acera, la infinidad de barrios y la multitud de gentes. Desde el barrio donde la gente va a inauguraciones con smoking y copita de champán hasta donde la inauguración se torna degustación del pan del día anterior alrededor de la tienda de la esquina cuando llega la hora del cierre, con guantes de dedos recortados y colillas a medio fumar en los bolsillos. Cuando me aburría cogía el primer autobús que pasara por nuestra manzana y me iba un barrio desconocido, normalmente de casas en bloque, familias de clase media y comercios baratos, a veces excitantes. Me paseaba y entraba en uno de estos comercios, el de escaparate más raro. Paseaba por sus estantes, cogía un tarro y lo acariciaba, luego una fruta y la balanceaba con la mano izquierda, olisqueándola, y cuando la dependienta se ponía nerviosa por la falta de clientes y mi insistente pasear y toquetear, se ofrecía para ayudarme a encontrar lo que 5


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necesitara, casi amenazante. Yo le respondía que sí, que buscaba esto o aquello, normalmente algo que veía de difícil acceso, y mientras ella rebuscaba en el estante más alto yo me llevaba una manzana ecológica a la boca y le pegaba un buen mordisco, recolocándola siempre en su sitio de forma que no se notara la mordedura; o me metía en el bolsillo un paquete de chicles de frambuesa, que parecían tan exóticos que me resultaba inconcebible salir de allí sin probarlos. Al final los chicles acabaron en la basura, sabían a mierda seca. Esos pequeños hurtos me daban la garantía de que siempre sacaba algo de provecho en mis viajes, aunque saliera sin dinero, solo con el bonobús en el bolsillo. Un día acabó en la basura también porque me arañó el muslo con las esquinas. Estaba caducado. A partir de entonces no me quedaba más que contemplar mientras dormitaba cómo la sombra se iba apoderando de nuestro periquito, y cómo cambiaba su postura en busca del calorcito matinal. Claro que también salía de vez en cuando a dar algún paseo, cuando el teniente me intentaba hacer creer que en esta ciudad no hacíamos nada y que mejor sería ir a la ciudad de su adolescencia, que él ya estaba cansado de este ritmo de vida y blablabla. Entonces salía mientras le gritaba “Ves cómo me gusta esta ciudad, mira que paseo me voy a dar, me voy a quedar por ahí hasta que tengas que llamar a los de CSI para encontrarme, de lo que me gusta esto, voy a besar cada bloque de hormigón, cada cloaca y carretera, ¿me oyes?, mira, mira como salgo, ¡anda y que te den!” Claro que mi voz no es nada autoritaria. Tengo una voz un poco aguda así que me cuesta hacer que los demás me tomen en serio. Supongo que por eso digo alguna palabrota de vez en cuando. El teniente es algo nervioso, siempre anda temblando. Cuando la botella tapa su mano parece como si un niño la sostuviera, de lo finas que tiene las muñecas. Las manos también son finas, pero largas y llenas de venas 6


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rechonchas, nada que ver con las de un niño. Esta mañana le he dejado en casa y yo me he ido a pasear, a ver que me encuentro por ahí. El dinero es siempre una preocupación. De momento no hay problema porque nos queda para vivir un par de meses, a menos que el coronel descubra dónde guardo el sobre. Siempre me ocupo yo de los temas importantes. En el fondo él es como un niño, sólo que en vez de sonajero y chupete aporrea su máquina mientras sorbe la botella, siempre encima de la mesa dibujando redondeles en las hojas medio arrugadas. Dice que no le hace nada y yo me lo creo, es pura adicción, sin las fantasías que te regalan las drogas las primeras veces que les haces una visita. Ellas saben que merece la pena dar primero y luego chupárselo todo: lo tuyo, lo suyo, lo mío...Todo. Sentada en un café. Hay muchos turistas, lo que significa que hay pasta fácil, solo hay que saber buscarles las cosquillas para que se agiten y suelten el dinero, como si aporrearas naranjos hasta que la fruta madura inunda el suelo. En el trópico tienen frutas a miles, tantas que no saben qué hacer con ellas, así que beben zumo. Aquí pasa lo mismo, solo que hay que pensar un método para exprimirles. A los turistas digo, de los locales ni hablo, esos saben agarrarse bien a sus bolsillos como si fueran arneses y estuvieran escalando el Everest. Por lo que veo abundan los músicos callejeros. Hasta un chino tocando el violín. Debe de dar dinero. Por haber, hay hasta un paisano que pinta con ceras y rotuladores las paredes, adornando con filigranas barrocas un rostro medio triste medio conformista del que se escapa una lágrima. A mi no me conmueven estas chorradas sentimentales pero me parece que el tío ha sabido sacarle filón al rescoldo romántico que le queda a la gente, y le llenan la gorra mientras pinta. Tampoco creo que una cara llorica le represente a él, seguramente lo ha puesto para confundir. No 7


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puedes ser un llorica si te atreves a sacar unos rotuladores Carioca gastados para pintar un mural en la pared. A mí me dan un poco de dentera. Nunca me han gustado los rotuladores, sobre todo cuando se les abre la punta, pero ese hombre me intriga, creo que tiene algo, que sabe algo de esta ciudad, de cómo exprimirla digo. Supongo que forma parte del gremio de exprimidores. En toda ciudad hay uno, y yo quiero el carnet de socio. Se me acaba de ocurrir hacer de guía, hay montones de turistas que miran como atontados a lo alto de los edificios. Sólo hay que saberse un poco la historia, inventar alguna anécdota graciosa y listo. Creo que voy a empezar por el edificio lleno de conchas que he visto al pasar. Necesito saber dónde encontrar la información, una biblioteca. Aunque me gustaría seguir al pintor de rotulador hasta la guarida del club de exprimidores... Bueno supongo que eso puede esperar, una buena idea es una buena idea, y no hay que dejarla reposar o se enfriará y no valdrá para nada, como el pescado recalentado. Me he llevado una buena sorpresa. Resulta que preguntando por la calle un señor de barbas más bien mayor me ha explicado que en el interior de ese edificio rodeado de conchas está la biblioteca. No me gustan esos sitios, demasiada gente antisocial junta crea un ambiente enfermizo que chupa cualquier amago de vida, pero necesito alimentar mi inspiración, ¡a la sección de historia se ha dicho! He encontrado unas cuantas guías, pero como solo me dejan sacar cinco me he conformado con las más gordas. Ahora derechita a casa a dejar el peso, que además como están forradas y son de distintos tamaños se me resbalan de las manos. Al bajar las escaleras para salir de la biblioteca se me caen un par de 8


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veces, y la señora de préstamos me mira mal. Yo le saco la lengua y me voy de allí mientras ella me grita ¡señorita, su tíquet! Nada de tíquets, ya se pueden ir despidiendo de estos libros por una temporada. Acabaré devolviéndolos, seguro, pero no creo que me tome la molestia de caminar con ellos otra vez todo este trecho. De mi casa al contenedor hay sólo unos pasos. +++ Cuando empecé a escribir artículos lo tenía muy claro. Yo quería hacer prensa social, destapar trapos sucios y ondearlos bien para que su podredumbre conmoviera el olfato de mis lectores. Pensaba que este era el mecanismo que hace que la justicia funcione, la presión mediática. La gente necesita ver fotos de los malos entre rejas para darse cuenta de que hasta los que tienen dinero y poder pagan por sus crímenes. Está claro que si nadie se entera el dinero fluye arrastrando valores a su paso, como el agua de un río arrastra los cantos rodados dejándolos redonditos y suaves. La prensa entonces sería como la cuerda que se le da a los relojes viejos, de madera rancia con pintura desconchada, el reloj marcando el castigo en forma de tiempo arrebatado. Sí, mandar a tipos a la cárcel, transformar una prisión bajo fianza que nunca se cumple en un culo dilatado tras un par de meses en el talego, que se den cuenta de que aquí nadie es más que nadie. Cuántos peces gordos acabarían con el agua al cuello gracias a mi pluma afilada y certera, cuántos otros se lo pensarían antes de montarse en su coche de lujo por miedo al objetivo que se retuerce entre mis manos. Pero claro, todo el mundo sabe que esto es pura ficción, y por eso mi proyecto de periodismo de investigación se volvió cenizas antes si quiera de empezar. Me dediqué a la sección de cultura, comentando la vida de los músicos de 9


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jazz que se ponían de moda, no porque estuvieran haciendo algo bueno, si no porque hacía cincuenta o veinticinco años que lo hicieron, así que me tuve que poner al día de todo. Esto me motivaba a ratos, cuando la tarde así lo disponía, y decidí sacar algunas de sus melodías con la ayuda de un viejo teclado eléctrico que criaba polvo en una caja. Parece que la cosa no se me daba mal, sobre todo cuando dejaba que mis manos moldearan la melodía repetitiva con golpes secos. Lo mío es el ritmo, que puede percutir una buena canción hasta hacerla añicos para componer deliciosas odas que se sobreponen al ruido de los martillos hidráulicos. Antes los músicos rellenaban silencios. Yo me sobrepongo al ruido haciendo música más o menos placentera, pero al menos real, como este pedazo de carne que engullo. Slurp. La carne se hace pelusilla porque ya llevaba tiempo en la nevera, pero vale igual, soy carnívoro, eso no lo cambia nadie. Decía que no se me daba mal, y acabé trabajando los fines de semana como pianista en tugurios sin clase, donde la calidad vale poco y el público ingiere cualquier cosa que le perturbe. Mi música desde luego no tenía sabor ni matices, ni técnica ni disciplina, pero les dejaba grogui como la cerveza barata. Sabe a matarratas pero emborracha. Así me fui creando un personaje nocturno con traje y sombrero, mientras que por el día me sentaba delante de mi máquina de escribir con camiseta de tirantes. Estoy hablando de cuando estábamos en la capital. Ahora la chaqueta y el sombrero están todavía en su caja, la suerte ha querido que desembalara antes la caja de la máquina de escribir y la camiseta de tirantes blanca, sucia y salada de sudor. A mí me gusta la clase por la noche y el vagabundeo diurno, qué se le va a hacer. +++ Bailando, baila baila. Bala no, baila. Repasa las piedras de la ciudad, 10


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nadie las acaricia, repásalas y baila. Descubre, bésalas. Exprímelas y bébete su jugo. Bailo esta noche, que llueve y resbala más. Me gusta resbalar, y si me tengo que caer caeré con gusto. A ritmo de tango, con fuerza, rápido, de repente. Tampoco nos vayamos a cansar, hay que relajar a veces también, para estirarse en el movimiento final. Sí, sí, estirarse hasta que ya no puedas, que la gente vea lo mucho que te estiras, haz el espagueti, levanta el brazo y separa una mano de la otra todo lo que puedas. Te hacen una foto en blanco y negro porque esa postura lo merece, y todo el fondo es granuloso porque llueve y hay poca luz pero sabes que esa figura deforme es la tuya, que se deforma, se estira tanto que ya no parece humana. Has creado un monstruo en blanco y negro, y ya puedes pasear tranquila. Tu monstruosidad se revela en el papel y tú puedes pasear por ahí con la satisfacción del trabajo bien hecho. Ya te puedes comer ese huevo duro que guardabas en la chaqueta. Mira a ver donde tiras la cáscara, que la gente en esta ciudad es muy limpia y si alguien pasa descalzo se podría cortar. ¡Nadie pasa descalzo! Da igual, queda feo, guárdate la cáscara en la mano aunque te corte, hasta que encuentres una papelera. Todos miran cuando tiras la cáscara. Todas las cabezas se giran hacia ti. Y te vas como si no pasara nada. +++ Fumando espero a la que yo quiero, y como me canso ya de esperar bajo al bar donde quizás la confusión haya decidido que sea ella la que me espera. En la acera los bloques de hormigón carraspean de frío porque están empapados, pero es un carraspear parecido al del fumador, que se reafirma en su vicio al toser, la garganta irritada pasa ser un rasgo de identidad que ama y le recuerda todo el humo que ha silbado. Igual que 11


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los adoquines, que en el fondo aman el frío porque les devuelve a esas temperaturas extremas de la niñez. El frío húmedo también me transporta a mi niñez, pero como no me gusta pensar mucho en ello me meto en el bar y se acabó. Allí la atmósfera es más amable:

calor

humano, densidad de humo de cigarro, conversaciones a ritmo de música ambiente, alcohol, amarillo y naranja en las paredes y un piano de cola en el fondo de la sala que le da al local distinción, el toque característico que lo diferencia de un salón cualquiera. Y las sillas de mimbre, que también hacen lo suyo en la configuración de la personalidad del sitio. Todo tiene algo característico que le imbuye un alma acogedora, desde la copa que goza de un masaje de labios con bigote espeso hasta los tacones de la mujer que se sienta sola, bueno sola no, le acompaña el periódico del día, doblado entre sus dedos, y un aura misteriosa que me incita. Me siento a su lado. No puedo disimularlo, tenía que ser ese sitio, el nerviosismo digo, no puedo disimular. Pego un trago y me recreo en conversaciones que divagan y divagan. Solo falta que se materialicen con una palabra, un gesto, algo que rompa el silencio entre nosotros. O quizás nuestro silencio sea la conversación más reveladora, intrigante y llena de matices de entre todas las que pueblan la sala. Sí, ya lo veo, es casi telepático. También ella se da cuenta y baja el periódico un momento. Me mira. Me mira con esos ojos azules de pestañas repeinadas. Mantiene esa mirada y yo no puedo hacer lo mismo, miro a otro lado, pero rápidamente la miro a ella porque la curiosidad de saber si mantiene sus ojos fijos en mí me corroe. Sí, los mantiene, sigue atormentándome con esos ojos cuya intención ni intuyo ni creo que pueda adivinar aunque barajara todas las posibilidades y me basara en leyes probabilísticas. Se escapa a toda ley, toda ciencia y todo arte. Ni la intuición más fina ni la ciencia más certera podría desatar el nudo de complejas intenciones que esta mujer ha tejido en su mirada, y que me 12


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lanza con delicadeza hostil. Ahora coge su tabaquera. No deja de mirarme. Saca un cigarro fino y lo posa entre sus labios. Yo saco mi mechero, lentamente, para que no parezca que el corazón me va a mil y lo prendo con seguridad, sin titubear. Ella aspira el humo dejando que todos los matices se materialicen en su pituitaria, echando la cabeza un poco hacia atrás, tratando con delicadeza el aire que ahora descansa en su organismo como se mece el buen vino en una copa de cristal. Lo expulsa ladeando un poco la cabeza para librarme de la nicotina y me da las gracias, un gracias bastante simple que no se corresponde con la complejidad y sutileza que yo me esperaba de esos labios, pero este tipo de decepciones son ya comunes para mi, y las asimilo con rapidez. Acepto su gratitud. -No hay tiempo para tanta lentitud. Te mueves lento, piensas lento. No se puede reflexionar demasiado, hay que captarlo rápido, como un chispazo. Has querido personalizarte en el mechero, pero eres tú el que me tiene que encender, ya me quemaré yo a mi ritmo. Tiene que ser de un chispazo rápido, un mensaje corto, intuitivo, animal. Sin pasar por ese filtro que todavía aflora en algunos retrasados. Sí, retrasados en la sociedad como tú. A ver, dime, ¿cuánto tiempo te crees que tenemos?, el mínimo, el imprescindible. Todo tiene que ir a patadas, a golpe. Si no la gente se amuerma, se aburre, sí, como lo oyes. Como no les grites en el oído y acto seguido les pegues un puñetazo en el estómago la gente seguirá más atenta a los chillidos de su móvil. Así que vamos, actúa, recoge todo lo bueno que hayas asimilado y transfórmalo en golpe, en ruido entrecortado; algo informe y chocante, que despiste más que la publicidad, más agresivo, más atractivo. Si tienes huevos lo consigues, porque el mensaje de fondo es desinteresado, y sólo por eso provoca interés, así que vamos, la materia prima la tienes, la tienes encerrada en 13


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tus testículos, corre y eyacula a chorro entrecortado. ¡Pam! Esto es demasiado, cada palabra un escalofrío que me recorre el espinazo, mi cabeza está a punto de explotar, doy un golpe en la mesa y me siento al piano. Es lo que necesitaba, joder. El contratiempo que marcan mis dedos, como queriendo dibujar una figura que no es palpable más que por su contrario, que se desvanece pero uno no puede negar su presencia porque fuertes golpes ya la niegan constantemente. Y la dibujan a la vez. Es la posmodernidad pura fluyendo de las yemas de mis dedos, un pensamiento entrecortado, sin hilo, sin convenciones, pero con magia, mucha magia y un buen par de... ¡Ah! Somos onanistas empedernidos, y por eso nos masturbamos sin pensar en el sexo, cada uno agarrando los genitales del otro, repitiendo ese contratiempo que se debate entre el instinto, el placer, la repulsión, el deseo, la sangre estrujada entre tejidos orgánicos hinchados, fluyendo de arriba abajo según la presión que ejercen los dedos de piel ajena, de persona ajena, que estrujan y bambolean la sangre, de arriba a abajo. Fluidos que caen en cascada buscando la luz, buscando lamer piel externa, un contacto con ella, el lenguaje de lo orgánico, porque el fluido está demasiado acostumbrado a lo interno y necesita correr aventuras, oir aventuras de sus compañeros para ir bien preparado, bien preparado para poder soportar esa luz nueva de lo externo. Pasar de lo interno a lo externo, escupir, mear, vomitar, cambiar al fin y al cabo, y dar noticia del cambio. Cambio a golpes, patadas, golpe, golpe. Y el chorro final que nos devuelve al retrete del baño del bar, sentados en la taza, extasiados, mirando como idiotas las frases que adornan la puerta de madera. Primero las más llamativas, escritas con rotulador negro, y luego escudriñando lo que querría decir ese que grabó su frase 14


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pero ahora solo logro entender “Lo ..eda.. los de ...elva” +++ Di vueltas. Estaba dando vueltas alrededor de un matrimonio con hijos que admiraba las conchas incrustadas en la pared y entré con seguridad, algo así como “¡Hola! Bonita, ¿verdad? ¿Sabían que fue el regalo de bodas de un enamorado?” y adorné la escena todo lo que quise. Les enseñé la fachada, les conté la anécdota que circula por aquí, que debajo de una de las conchas hay un tesoro, pero que todo fue un bulo para que destrozaran las conchas y los curas pudieran tirar la casa castrada, y así ampliar su dominio. Pasamos el patio y les enseñé las columnas de mármol. Todo canónico, formal, simpático. Además instructivo, porque ponía especial atención en los niños, para que les gustara la historia, y dejaba las anécdotas más picantes para la mujer, para que no se hiciera la estrecha esa noche entre las sábanas de hotel. Pero todo lo que conseguí fueron tres míseros euros. Entonces decidí que las cosas no salen por las buenas, y me puse a gritar como una loca sobre los misterios de aquella casa, que si un tsunami asoló la ciudad y dejó aquellos fósiles petrificados en la piedra, o mi favorita: Les explicaba que quien la mandara construir, el señor Estanislao de la Concha, le había dicho al constructor que quería ver su nombre bien reflejado en esa casa, y el constructor ignorante había llenado la casa de conchas en vez de plantar el escudo de la familia encima de la puerta como siempre se había hecho, acabando la historia con el constructor encerrado en el pozo que lidera el patio a cal y canto. Esto sí tocaba la fibra sensible de los foráneos, incluso arranqué carcajadas de algún local curioso. +++ 15


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Llegamos a su casa. Estaba justo encima del bar así que no me lo tuve que pensar mucho, fue salir a tomar el aire, proponerme pasar adentro y acto seguido estaba abriendo la puerta de su portal. La verdad es que no me apetecía entrar otra vez en el bar, demasiada gente, además mi arrebato pianístico había atraído demasiadas miradas hacia mí, unas con tono de réplica, otras con tono de reprobación e incluso halago, pero al fin y al cabo demasiados ojos, no me gusta llamar la atención. La puerta de abajo estaba hecha de forja, protegida por un cristal casi opaco. De la escalera no puedo decir mucho, sólo que era estrecha y oscura; me suelen interesar las zonas comunes de los edificios, para la gente que vive allí son casi tan suyos como su casa y amplían la calle añadiendo espacios exclusivos y con sustancia, pero ya digo que de esta escalera no puedo decir mucho, demasiada oscuridad. Tuve que guiarme por su taconeo, mirándola contonear su cintura de avispa mientras me agarraba al pasamanos. Entramos en casa. Ella me mira de reojo y prepara un par de copas. Me pregunta si tengo hambre y la verdad es que algo sí que tengo, pero prefiero decirle que no. Me acerca la copa y bebo. El estómago me empieza a doler de tanto beber, llevo desde por la mañana y sé que si como algo solo voy a querer dormir. Como el alcohol es analgésico, me bebo un buen trago para engañar al cuerpo. Me pregunta que si quiero otra, y le digo que sí. Ella no toca la suya, en vez de eso abre la ventana y apura el cigarrillo en el balcón. Yo me asomo a la calle con ella, apoyo la copa en la barandilla y saco medio cuerpo a la calle. Un hombre vomita en la puerta del bar del que acabamos de salir, el camarero sale con un cubo de fregar y se lo echa encima, para que el vómito se escurra calle abajo, el borracho refunfuña porque le ha ensuciado los zapatos pero no 16


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creo que esté en posición de protestar, así que se calza bien el abrigo y se va dando tumbos calle abajo, con el vómito. La calle es diferente vista desde arriba, se gana una perspectiva más, y eso ayuda si quieres comprenderla bien. Me giro y ella ya no está. Con movimientos elegantes riega una maceta de hiedra en otra ventana. No decimos nada. Decir algo sería joderla. Sólo fumamos. Nos encendemos otro cigarro, y bebemos. Uno contra el otro, sentados en sillas enfrentadas, mirándonos a los ojos. Un trago. Una calada. Mantenemos la mirada como si fuera un juego. Podríamos hablar de algo, pero no tendría sentido. Ella podría poner algo de música, pero la mera elección de un disco entre su biblioteca ya desvelaría más de lo que ella quiere desvelar, así que se queda allí, sentada, fumando. Él podría decir algo sobre la casa, o los muebles, o el alcohol. O sobre los cigarrillos largos y exóticos que ella consume, uno tras otro, casi sin exhalar nada de humo, como si fueran de aire respirado. Pero se calla y le da un trago al vaso apurándolo, porque no quiere dejarse ver tan pronto. Aunque quisieran no creo que pudieran decirse nada, así que se miran y no sé cuánto más van a poder soportar esta situación. Quizás cinco minutos, media hora, dos horas. Ella al ver la copa vacía de su compañero le pregunta que si quiere otra. Él le dice que así está bien, gracias. El cenicero queda un poco lejos para ambos, está en medio de una mesa baja de esas que todo el mundo tiene en su salón. La silla de ella es demasiado alta y él en el sofá está demasiado hundido como para poder estirarse y alcanzarlo, pero finalmente lo hace para no ensuciar nada con la ceniza y se incorpora, sentándose esta vez en el borde del sofá, intentando mantener el equilibrio, intentando que no se le note el mareo de la nicotina mezclada con alcohol. Lo logra, ya está entrenado. Mira por la ventana. Ella se levanta, la cierra y se sienta a su lado. Da una calada. Expulsa el humo hacia la derecha en dirección a la ventana 17


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pero el humo choca contra el cristal. Apaga el cigarro en el cenicero, alargando el brazo. Tiene las uñas pintadas. No muy largas, pero pintadas con un color opaco; poco brillante, pero llamativo. Él se hunde en el sofá. Ella se hunde. Se hunden juntos. +++ Mi inglés es muy malo, pero aún así consigo hacerme entender. Con que haya uno en el grupo que sepa un poco de español ya puede hacer de traductor a los demás, es muy fácil: me restrinjo a la información imprescindible y la acompaño de gestos explicativos y graciosos, no hace falta más. Y los ingleses dan más pasta. Más que los franceses. Y mejor no hablar de los portugueses. Sigo en mis trece. Me gusta explicar las anécdotas en torno a esta casa, vale, me he inventado la mayoría, pero merece la pena, son mentiras piadosas que estimulan y hacen crecer el interés, ¿que de malo podría haber en eso? Aunque la verdad es que según mi primer día va llegando a su fin me doy cuenta de que mañana no voy a volver, ni al siguiente... Hoy me lo he pasado bien, pero no lo veo como una actividad constante. Sólo para un día, y sobra. Además me apetece hablar con el capitán. Desde que hemos llegado aquí casi no hemos hablado más que para el tema del alquiler, y bueno, no digo que nos llevemos estupendamente y todo eso, pero sí que solíamos pasar los días juntos hablando de tonterías cuando estábamos aburridos, y lo echo de menos. Voy a casa. Es extraño, antes tenía unas motivaciones inmensas por comerme esta ciudad, quiero decir descubrir gente, espacios, ambientes... Un universo lleno de posibilidades donde no tenga tiempo para aburrirme y nunca me llegue a saturar información. Sí, eso es lo que quería, pero a mis momentos de euforia les siguen momentos de apatía, y es algo que no se puede negar. Necesitamos un receso antes del 18


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próximo empujón. Yo creo que el haber estado en contacto constante con turistas me ha bajado el ánimo, la próxima vez que salga seguiré al pintor de ceras plastidecor hasta la guarida del club de exprimidores, secta repleta de invocaciones, demonios encerrados en ánforas y velas encendidas. Pero ahora no, ahora toca descansar, dormir un poco. Ojalá esté el capitán en casa, aunque no creo, me dijo que iba a bajar al bar. ¿A qué bar? No lo sé, a cualquiera, supongo. De verdad me gustaría encontrarle en casa. +++ Al salir de la casa de la mujer que yo quería me apeteció dar un paseo por el río. No sabía que hubiera un paseo abandonado por la rivera, casi no hay nadie, está lejos de la civilización y eso me gusta. Un paseador de perros, eso es todo. Y yo le agradezco a la gente que dejen un rinconcito de la ciudad para pasear tranquilo. Se puede caminar muy cerca del río, y el dorado de los chopos al sol, con las ondulaciones del agua... No se, quizás en otro tiempo esto inspirara poemas. Ahora sólo se fija el chico que he visto pasar corriendo. Lo admira un segundo pero él sigue corriendo porque no puede parar, tiene que hacer su mejor tiempo. Lo admira a golpes vaya, con el traqueteo que produce en su cabeza los pies que golpean el suelo. Y tampoco lo hace en silencio, porque tiene unos cascos bien ajustados a las orejas, que ponen banda sonora a la escena. ++++ Artista: Radiohead. Álbum: Ok Computer. Pista 7. ++++ 19


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El camino está algo embarrado. Antes lo marcaban tocones de madera cuadrados, pero ahora están comidos por la hierba y el musgo. Muchos están medio salidos y se puede ver la tierra húmeda, negra y llena de bichos que hay debajo. ++++ Cuando era niño me gustaba ver los bichos debajo de las piedras, y los surcos que dejaban. Escarabajos peloteros, chiches, hormigas, cortauñas y cosas así. ++++ El camino acaba en un descampado de piedra. Parece un escenario de guerra, con una pared de cemento soportando el desnivel del terreno a un lado, probablemente parte del sistema de alcantarillado, y una boca de alcantarilla en medio de un círculo de tierra seca sin vegetación. La boca es de cemento también, y sobresale del suelo medio metro más o menos. Es un cilindro de color gris cemento con un contrafuerte de cemento también. El chico que corre ha pasado por aquí, escuchando música con sus cascos. ++++ Artista: Radiohead. Álbum: Ok Computer. Pista 4. Es música de vaqueros, música de fin del mundo. Música para el polvo y el polvo apelmazado, es decir, la tierra. Música para tumbarse en un descampado y mirar hacia abajo en vez de al cielo, dejarse en paz de 20


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chorradas y hacer una historia de la nada, de una cosa tan simple como un chico que sale a correr escuchando Radiohead en su mp3. Por su puesto, se pide al lector que la escuche. Es una banda sonora para estas páginas. Escúchala, resume muy bien el paisaje. Escúchala, y me callo un rato. Dejo de escribir para que pueda sonar entera, porque resume muy bien todo lo que recorrí esta mañana trotando con las mallas, que son muy cómodas y me hacen bien a las rodillas. Esta mañana salí aunque me dolieran todavía del día anterior, y gracias a eso pude echarle un vistazo a la rivera del Tormes, los chopos y el sol que le saca los dorados como lo hace con la piedra. Unos dicen que pasa porque la piedra es especial, piedra de Villamayor. Yo no me lo creo, este sol es capaz de sacarle los colores a cualquiera, mira los chopos. Pero esto es pensar demasiado, quiero concentrarme en la canción, que me hace subir el ritmo y no me canso. Cuando llegue a casa seguro que habré bajado mi marca en uno o dos minutos, solo porque hoy he salido con el mp3. A ver cómo se explican eso los científicos especializados en dopaje. No es química, sólo música. Si yo entrenara un equipo de ciclismo, el Euskatel por ejemplo, les haría escuchar el OK Computer mientras suben el Col du Tourmalet, a ver que pasa. ++++ El chico se aleja, y yo aflojo el paso. Porque no me ha visto y no quiero que me vea. Me muevo para que los arbustos no me dejen verlo, que los arbustos no dejen que él me vea a mí. ++++ Artista: Radiohead. Álbum: Ok Computer. Pista 7. 21


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Ahora paso cerca de mi antiguo instituto y me cruzo con un grupo de chicos que me parecen sorprendentemente pequeños. Antes no me impresionaba tanto porque yo era como ellos. Me acuerdo de lo que pasé allí, la gente que conocí, el grupo, los amigos. Yo me habría reído si me hubiera cruzado con un enajenado corriendo con mallas y cascos. Quizás no le hubiera dicho nada, pero sí me habría reído a posteriori. Como mucho un “¡corre Forest!” para reafirmarme delante de la gente y probar que tengo huevos y no me importa hacer la picia, pero cuando ya estuviera un poco alejado. Sigo y el disco de Radiohead me emociona. Paso por el instituto tres veces a la semana pero nunca como ahora. Los chicos están saliendo, un tío fumando con coleta me recuerda a no se quién y el disco sonando. Me emociona, qué le voy a hacer, soy un marica, a veces miro al cielo y digo “qué bonito está el cielo”, y mis colegas se ríen de mí, pero qué le voy a hacer. Sigo corriendo, esta vez por las baldosas blancas y me cruzo con un grupito de tres chicas. Casi me choco con una, he tenido que hacer un quiebro por el césped, y ellas se han reído con esa risa que es tan diferente de la risa del grupito de chicos que he pasado antes. Y también me recuerda claro. Las chicas me han hecho enfilar una calle que a veces odio y otras me enamora, porque al fondo se ve la purísima, iglesia de cúpula muy parecida a la de la catedral, pero más nueva. Y esta vez no me ha aplastado la idea del sufrimiento cristiano: venga sigue, uf, sólo te queda la última recta, dale un poco más que ya casi estás en casa, ya verás que bien te sientas cuando llegues y te des una buena ducha de agua caliente. En el fondo eso del sufrir por sufrir es contraproducente, al final siempre hay que buscar razones extrínsecas. No. Esta vez me ha enamorado y no he tenido tiempo para reflexionar mucho sobre ella. Sólo la miraba mientras corría y me he visto a mí mismo desde fuera, corriendo, escuchando Radiohead sin necesidad de aguantarme alguna 22


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lagrimilla de emoción (resultado de una epifanía metaficticia) porque al estar corriendo no se me nota. El llanto se confunde con suspiros de macho, que delatan la cantidad de kilómetros recorridos. Así que me he dejado llevar y me he visto formar parte de la historia. Me he sentido más personaje que persona, y claro, cuando eso a rozado la experiencia cercana a la muerte he tirado por mi calle y he seguido a lo mío, conservando esa emoción, muy parecida a cuando estás en un sueño y te das cuenta de que sueñas, y de que puedes volar o preguntarle a la gente qué se siente al formar parte de un sueño, de MI sueño. Con esa emoción en la cabeza no me ha costado nada recorrer la última calle antes de llegar a casa, unos segundos menos para mejorar mi récord, chúpate esa científico-experto-en-dopaje, tengo la solución para que Contador gane el año que viene; y he llamado al timbre, quitándome los cascos. Hay que reconocer que la magia se había disipado un poco, un bajonazo, pero todavía quedaban rescoldos, y cuando me ha abierto la puerta he sentido que ella también era parte de la historia, y he querido que el diálogo tuviera un poco más de intriga: -Hola, ¿a qué huele tan bien? -Estoy haciendo bizcochos de plátano macho. -¿Bizcochos de plátano y? --

De plátano macho.

-¿Macho? -Sí, de plátano macho. --

¿Plátano y chocolate?

--

No, solo plátano.

--

Ah. Pues huele bien.

++++ 23


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Pernoctar. No sé, me encuentro desubicado, por ejemplo: volviendo a casa después del paseo matutino, cuando vi al chico corriendo que escuchaba música con sus cascos mientras miraba los chopos y el trozo de tierra marrón con alcantarilla de cemento, no he podido pensar en nada. Ahora me oigo, en casa delante de la máquina, sí, pero el paseo de vuelta ha sido silencioso, etéreo. Tanto que no consigo ni acordarme de por donde pasé, y mira que no estoy acostumbrado a esta ciudad, a sus calles, siempre doy unas cuantas vueltas antes de llegar a una casa que me suena, que me recuerda que hay que girar a la izquierda, seguir recto al llegar a la tienda de regalos tomar la calle de la derecha, una calle, una farola, una pintada cursi de esas que hay por ahí, da igual. Pero esta vez no recuerdo ningún tótem que me guiara. Supongo que simplemente estaba a otras cosas y el inconsciente ha cumplido su parte. Todavía estoy un poco confuso, si hasta mezclo las letras, no es que sea disléxico pero a veces cuando quiero escribir que, pongo qeu y me quedo tan ancho. Menos mal que lo que yo escriba no lo va a leer nadie. Por lo menos nadie en esta ciudad, son escritos anónimos. Quizás en un futuro los envíe al periódico local, pero de momento están bien donde están. No se qué pasa con la chica. Debería estar ya en casa, es tarde. Algo la ha debido de haber retenido. Ayer trajo un montón de libros forrados de todos los tamaños y se pasó la tarde ojeándolos. No es propio de ella. Me temo

que

demasiada

información

pueda

haberle

provocado

un

cortocircuito. Ella no suele asimilar mucho de golpe, y cuando lo hace le sale la vena psicótica. Ella no es así. Esta ciudad nos está cambiando. A los dos. Digo tarde porque no ha venido para comer y ya son las cinco. Sé que ella ya es mayorcita para comer sola, pero suele venir aquí a prepararse algo, un sandwich rápido de jamón york con mayonesa, o mayonesa sola, y se va a su cuarto a dormir un poco. O dormitar, no sé. Me preocupo por ella, 24


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sí. Estoy preocupado. No nos hemos dicho nada desde que vinimos aquí, y me gustaría saber cómo se siente, qué anda tramando. Ella me quiere impresionar, quiere hacerme ver que se puede valer por sí misma, pero en el fondo sólo ratifica una y otra vez que no puede separarse de mí, me necesita. Como yo la necesito a ella. Somos como una de esas parejas de la tele, inseparables, que cuando se enfadan intentan hacer carrera en solitario pero el show cojea por todos los lados, y entonces se reúnen de nuevo o acaban con todo. O siguen por terquedad y hacen el ridículo, como antes quizás, pero en solitario, lo que es más ridículo todavía. Yo también me siento un poco ridículo. Doblemente ridículo, porque ella no está, pero me parece que ya he dicho esto. La mujer de ayer fue como una ducha de agua fría en una mañana de resaca. Reconstituyente, lacerante como mil agujas pinchándote la piel. Sólo la piel, sin llegar a nada más profundo, pero qué hay más profundo que la piel, donde los nervios terminan y se hacen débiles y escurridizos. Por supervivencia, sí, puro instinto de supervivencia. Por eso digo que es el nivel más profundo, amén que superficial. Las dos cosas van unidas, es como las parejas de la tele. No se puede atacar la personalidad pretendiendo sacar las motivaciones más oscuras, como los traumas de infancia, no, hay que atacar la máscara, el reflejo. Atacar lo superficial para llegar a lo más hondo. Así me cogió ella, por los pelos, en la piel, como una ducha fría en una mañana de resaca, reconstituyente, sí, refrescante y sana. Cuando sales de la ducha y el frío te contrae es menos frío, menos malestar. Dolor agudo pero beneficioso, como el dolor que te provoca el cirujano cuando te abre la piel para extirparte la parte enferma, la parte enferma que tienes dentro, porque enfermamos por partes. Dicen que todo es psicosomático, pero yo creo que somos algo así como una máquina: cuando falla una pieza te la cambian y se acabó. Si falla el motor ya es otra cosa, entonces 25


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quizás lo mejor sea comprarse otra máquina, trasmutar a lo Kurt Cobain. Yo no me creo que lo matara la CIA, no me creo ninguna de esas chorradas, él ya había muerto cuando tocó en acústico por última vez. Quiso que la rabia de las guitarras eléctricas se desvaneciera para dejar ver la cuerda pulsada, la resonancia natural. Natural, superficial. Romper con lo profundo al fin y al cabo. Él rompió con la fuerza y se hizo débil, progresivamente, como en una escala cromática del morado intenso al blanco. Y se quedó en eso, en blanco. Porque del blanco es muy difícil salir. Porque no se escribe sobre blanco, se escribe sobre la suciedad del papel. Quizás busquemos limpiarla, producir algo más blanco o hacerlo todo totalmente negro, o negro a cachos, porque los desvaríos nunca son capaces de llenar todos los huecos, o buscamos lo heterogéneo, porque somos heterogéneos. Y que alguien diga lo contrario no hace más que ratificarlo. Pero qué voy a contar yo, si estoy hasta el cuello de lo sucio, de lo sucio porque hay algo negro y algo blanco. Porque si sólo hay sucio y no se deja ver la pureza, lo limpio, entonces no te entran ganas de limpiar y puedes dejar todo como está. Cómo va a intentar alguien escribir sobre una hoja negra. Mejor dejarla como está, ya está todo hecho. Claro que nadie vive con una hoja negra en la cabeza. Todos tenemos un hueco que rellenar, por muy pequeño que sea. Cuanto más pequeño, más profundo claro. Los metros cúbicos de incertidumbre que sabemos soportar siempre son los mismos, lo que difiere es su distribución. Yo casi prefiero un hueco pequeño y profundo porque te puedes olvidar de él de vez en cuando, y cuando necesitas vomitar lo echas todo allí, se lo traga como un sumidero. Nunca se llena, es aterrador, pero cuando esta idea te empieza a rondar apartas la vista y listo. Es lo fácil. Por lo menos a mí me parece más fácil. +++ 26


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He visto un cartel pegado a la pared: “Se necesita chica joven para interpretar una escena” Me ha parecido divertido así que he cogido el número y he llamado. Me han citado para mañana temprano en unas oficinas. Tengo bastante esperanza en esto, no creo que muchas chicas de entre 15 y 20 tengan tiempo un lunes por la mañana para ir a unas oficinas y que les evalúen unos desconocidos. Ni tiempo ni permiso paterno. Y a mí me sobra de los dos. +++ Hoy la chica se ha marchado poco después de levantarse y ha pasado fuera todo el día. Necesito un trago en el bar. Ni fumo ni espero, solo que no quiero respirar mi propio aire ni un minuto más. Bajo y llego al bar, era inevitable, la puerta de su portal está justo al lado de la entrada del bar, la puerta está abierta y hay luz en la ventana. La cubren unas cortinas de tela fina así que no puedo ver lo que pasa en el interior, quizás ella esté con otro que haya conocido esa misma noche, o simplemente no espera ni quiere visitas. “Visita no esperada, visita no deseada”, dice el refrán, y tiene su parte de razón, pero si vives en un piso de ciudad esos lemas de ermitaño de poco sirven, así que subo, no me apetece pasar la noche en el bar y respirar aire viciado otra vez. La misma escalera oscura, como siempre poco que decir, solo que esta vez no puedo guiarme por sus pasos de tacón y casi tropiezo con los escalones, más altos y estrechos de la cuenta. El rellano está iluminado por una lámpara de cristal grueso que forma una especie de flor blanca. 27


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En realidad sólo es blanca en las puntas, experimenta un fundido que va desde el ocre al blanco, el ocre saliendo de la forja de metal que la sostiene. Es una lámpara de pared, poco que decir. Sí podemos decir que el rellano es de madera, suelo de madera y pasamanos de madera. Madera clara como de habitación de un niño. No sé que tipo de madera será pero me gusta, hasta los rayones negros, que se notan más, tienen su encanto. La puerta es de una madera parecida y está entreabierta, así que paso. Esta vez no me da tiempo ni a encender un cigarrillo, me coge por la bragueta, me aprieta bien y me conduce a la habitación contigua al recibidor. Estaba también oscura. Poco que decir. +++ Unas oficinas bastante cutres, pero parecía divertido. Entré. Ni me había maquillado ni peinado ni nada, no suelo hacer ese tipo de cosas. De todas formas me di cuenta de que eso era lo de menos cuando vi las mujeres que se reunían allí, que sí, estaban maquilladas y peinadas, pero a qué precio. Cada una tenía un toque especial, su toque de la casa que la hacía destacar, con lo que mi desaliño pasaba bastante desapercibido. Una demasiado delgada, otra medio desquiciada, seguro que la había dejado el novio hace poco, tenía ojeras, o no tenía novio y se había quedado sin trabajo. Se nota cuando ves a una persona que no sabe llevar las desgracias, se lo toman todo a la tremenda, son como niñitos que patalean solo que ésta en vez de llorar se había echado demasiado maquillaje. Era ridículo. Las demás: había una china jovencita y tímida que poco tenía que hacer, una rubia cetrina que miraba el móvil constantemente, lacerada por los wasaps. Ésta se retiraría pronto porque seguro que tendría algo que hacer cuando llegara la hora del ensayo, no creo que su horario fuera compatible con ninguna actividad extra. 28


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Además se comía las uñas, signo decisivo. También había una señorita afable y gordita, que sólo necesitaba un gorro blanco y un bol con masa de harina para ponerse a cocinar pasteles para todos. En fin, no me apetecía esperar ahí, me quedé un minuto observando la escena y comprendí que como el turno probablemente era el de llegada, me tocaba esperar cinco largos ratazos en compañía de esa amalgama de mujeres con demasiado tiempo libre (o demasiado poco), así que me di la vuelta pensando en un zumito en la cafetería de la esquina, el camarero parecía amable, de los que sueltan un par de lindezas antes de servirte, le soltaría yo las mías por curiosidad. En contra mis expectativas se abrió la puerta y gritaron mi pseudónimo. Creo que puse Linda Hutcheon, seguro que el jefe se echó unas risas cuando lo oyó. -Pase, señorita. -¡Hola! -¿Ha interpretado antes? -No, señor. -¿Entonces, quiere convertirse en actriz de la noche a la mañana? -Claro, ¿por qué no? -Bueno, haremos un par de pruebas, a ver, siéntese ahí y recite el abecedario como si se lo estuviera enseñando a un niño de tres años. -Vale.- Me senté con cuidado y mientras recitaba no paré de hacer gestos con las manos- A, ¿me has entendido? primero la A, luego B, a ver A... B... -Basta, basta, bien, ahora la prueba de fuego, tienes que enfadarte con este señor. Y me presentó a un tipo seco, sin gracia, sin un gesto de seriedad ni de acritud, sólo una estúpida sonrisilla que me estaba empezando a poner histérica... así que dejé que la rabia aflorara, era mi trabajo, se convertiría en mi trabajo, lo sé, ya estaba hecho. Esa sonrisilla tiene los 29


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días contados míster, vas a ver. Le solté tal lista de improperios que el tío casi se echa a llorar. -Bien, bien, muy bien, es suficiente. Parece que eres de las que vive las cosas, además no has hecho muchas preguntas. ¿No quieres saber qué es lo que vamos a hacer? Mejor, mejor. No queremos que nuestros actores sepan nada de lo que van a interpretar, es nuestra forma de hacer las cosas, ¿de acuerdo? Nosotros creemos en la improvisación, no queremos autómatas recitando textos de memoria y recordando la muerte de su gatito cuando tienen que llorar. Si queremos transmitir confusión, misterio, emoción... la creamos primero en nuestros actores y el público ya lo captará, eso es lo de menos, hasta ahora no hemos tenido que preocuparnos mucho por ello. Bien. ¿Te creías que esto era un anuncio de jamones? jaja, no, no. Te vas a llevar una buena sorpresa, vas a ver. ¿Quieres participar entonces? -Claro, ¿por qué no? Aunque como esto sea una de esas redes que raptan gente para hacer cosas raras os vais a enterar, ¿eh? -No, no, niñita, esto lo hacemos para divertirnos, seguro que te diviertes, veo que eres espontánea, no te preocupes, no correrás peligro. -¿Y cuanto se cobra por tanto misterio? -Diez la hora, ¿es un buen trato, no? -¿Y me podrían dar un adelanto? Ando un poco mal de dinero... -Claro, aquí tienes- Me desliza un billete de veinte- Pero esta noche empiezas, verás, lo montamos todo en una nave que hay a las afueras, necesitamos espacio, ¿sabes? Aquí tienes la dirección, estáte a las nueve allí que es cuando empieza el espectáculo, no necesitamos preparativos, ¿fácil, no? No te preocupes que lo encontrarás, verás gente a la puerta, puedes guiarte por el ruido, por las voces, sí, haz eso. Nos vemos esta noche. -Venga, hasta luego.- Gilipollas, no pienso ir, para qué si ya tengo pasta 30


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para ir tirando. Tirandillo. +++ La tranquilidad después del acto es una maraña suave que acaricia. Responde a la suavidad de la tela que ya no aprieta sino reduce sensiblemente

las

picaduras

de

mosquitos

artificiales

invisibles.

Repasando todo, toda mi vida, y proceso, no quedan cabos sueltos y puedo jugar tranquilo con la maraña que se enreda entre mis dedos. Es la única parte de mi cuerpo que quiere moverse un poco, y yo la dejo hacer lo suyo. El placer cerebral es una forma avanzada de regocijo que a veces se nos olvida, pero cuando vuelve con ramalazos de relax se parece un poco a una música chill out con velas y una bañera caliente. Reducir el calorcito de una tarde en una taza de infusión herbal es algo muy benigno, que repercute sutil, casi trivialmente en cada extremidad, y mi tronco se ha olvidado de que existe, así que podemos relajarnos a gusto, ella y yo, mi tronco y yo, su cabeza enmarañada y mis dedos, la tarde tranquila y la luz repasando las concavidades de su cara. La respuesta a un dios que nunca nos dijo nada es un silencio reparador. Sin ponernos espirituales ni místicos ni nada parecido, podemos decir que estamos a gusto, ella y yo, su pelo y mis roces, mi cuello relajado y sus manos que reposan tranquilamente sobre las sábanas que huelen a limpio. +++ Tengo dinero y tiempo, así que me pongo a pasear, a caminar con emoción, como si alguna sustancia externa me diera energía continua e infinita. Menos mal que hay árboles y piedras, supongo que uno se alimenta del otro en simbiosis perfecta y allí estoy yo para oler el paisaje 31


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entero, para disfrutar de uno y otro regalando miradas de admiración, otra simbiosis en perfecto equilibrio. Mis piernas casi se mueven solas y van hacia el hueco, la guarida, sí, por fin he encontrado el escondite de ese club humeante y diverso, repleto de humanidad, excremento y diamante en estado puro: -¿Por qué Machu-Pichu? Tío el Machu-Pichu era una ciudad que descubrieron hace mucho y de ahí no viene nadie, no tiene sentido llamar a los sudamericanos machupichus, porque no vienen de ahí y no quiere decir nada, lo descubrieron los exploradores hace quinientos años, está en un monte muy alto y casi nadie llega allí, no tiene nada que ver. -Que no, que tú no me llamas racista, yo no creo en las razas, no tengo nada que ver pero tengo la libertad de llamar a la gente como me salga de los cojones, ¿o no? -Pero que te digo que no tiene sentido tío, es que no me puedes decir que sabes esto y aquello y luego decir eso porque no tienes razón, que está en un monte a una altura de dieciseis mil metros, creo, y nadie llega allí, solo los expertos que saben, los exploradores, y la gente que vivió allí hace miles de años que vete a saber si llegaron a subir o ya estaban allí desde el principio, nacieron allí, y no tienen nada que ver con nada. -Macho, no me digas que tiene dieciseis mil metros porque no es verdad, que el pico más alto está en el Himalaya y no llega a esa altura ni de palo. El Everest tiene siete mil ochocientos cincuenta y seis metros y la altura que has dicho tú es una burrada, vale que yo no se nada del Machu-Pichu ese pero sí se que el pico más alto es el Everest y que puedo llamar a la gente como me salga del rabo. -Siete mil doscientos ochenta y seis metros mide el pico más alto del mundo, pero el Machu-Pichu es inexplorado, me da igual que no mida lo que digo, es una exageración, una metáfora tío, lo que quiero que entiendas es que allí no vive nadie desde hace siglos. 32


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-Pero que eso me da igual, a mi me gusta ver a alguien y decir eh tu machupichu, ¿me vas a quitar eso?, ¿me quieres quitar eso?, no me jodas hombre, que estamos en un país libre y digo lo que quiero. -Mira tu di lo que quieras pero eso que dices no me parece bien y te lo digo, respeta el paso del tiempo tio, además lo de país libre es una mentira. Estamos en un país de mierda, todos los países son una mierda y la sociedad se está pudriendo. ¿No hueles el tufillo? -Será que te has tirado un pedo o que hueles mal porque no te lavas, pero a mi no me vengas con esas mierdas de que todo esta muy mal, ¿qué has hecho tú para cambiar eso que creías que andaba mal?, porque claro, es muy fácil criticar a los que hacen las cosas cuando tú no has hecho nada por este país ni por nadie. -Yo soy un viajero tío, yo observo y vivo, no quiero joderla más entrometiéndome en cosas, tío, me estás molestando, cállate un rato. +++ Mi cartera de cuero, de cuero de verdad, de ese que huele a culo de vaca encima de su mesa, y el filtro algodonoso en mi boca. Es mi forma de marcar el territorio, nos hemos refinado, en vez de pis el olor del culo de una vaca bien domada y domesticada a golpes, su piel curtida a golpes, doblada finamente y cosida por manos gruesas y callosas, todo con el único objetivo de que ese pedazo de cuero estilizado repose en su mesa y sirva de marca de varón. Esta mesa, esta casa está marcada por el cuero que escupe y recibe billetes de un pobre enfermo lisiado. No, ni estoy enfermo ni lisiado, solo que mi imaginación a veces se escapa un poco, pero te diré que no se escapa, siento ser pesado pero mi cartera no se escapa de su rincón, junto al cenicero, completando el bodegón moderno. Nada de frutas ni mariconadas, piel curtida a golpes, ahí tirada como si 33


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cualquier cosa, aunque sepa que es el único clavo que me sostiene a la sociedad. Esa tira de cuero es resistente, no necesito más, pero como se rompa caigo al abismo, y cuando digo abismo digo el castigo, la cárcel o lo que sea, porque tengo pinta de inmigrante, eso se nota a la legua, y sin mis documentos me devolverían a sabe dios qué país del que creen que provengo. Supongo que finalmente me dejarían donde estoy. Un cigarro y vuelta a la cama. +++ Al verlos discutiendo con esa seguridad de erudito empecé a sentir una niebla que los rodeaba y los vi inmersos en ella, mezclando el calimocho que bebían en un cuenco con forma de calavera, agitándolo con palos de madera mientras sostenían unas máscaras blancas alargadas y llenas de agujeros con la otra mano. La idea era que al beberse aquel brebaje directamente del hueco formado por el cráneo, se impregnarían del espíritu intelectual de aquel ser de plástico, el calimocho transformado en algo muy diferente. -Hola -¿Si? -Hola. -¿Quien es? -Yo. -No lo conozco. -Venga no os pongais metafísicos conmigo, que os traigo bebercio. -¡Ah! Me encantan los regalos que a veces te hace algún desconocido, descorchemos entonces. -Bueno, viene en tetrabrick, pero para el caso... -Sí, muy oportuno, se nos estaba acabando. 34


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+++ Me despierto con su espalda desnuda surcada de cadenas doradas. Es la luz que filtra la persiana. La acaricio suave porque es suave y morena y me gusta la colina de su culo, más pronunciada si cabe porque está tumbada de lado. La repaso, llego a la cintura y vuelta a empezar. Ella está despierta, pero prefiere hacerse la dormida porque sabe que las caricias son más fáciles cuando no hay que mirarse de frente. Me doy la vuelta, despacio para hacer el mínimo ruido posible, solo el inevitable rozar de sábanas contra piel, como intentando no despertarla para seguirla el juego. Me calzo los pantalones. -¿Ya te vas? -Si, tengo cosas que hacer. -¿Ni si quiera tienes tiempo para desayunar? Creo que para ser la segunda vez que nos vemos puedo permitirme el lujo de desvelar mis preferencias en cuanto a desayuno se refiere. Me cuesta, porque son un poco particulares, pero en fin, no deja de ser algo sin importancia. -Vale, vamos a la tienda de aquí abajo. -¿Al veinticuatro horas?, ¿es un poco cutre no? No es fiesta, debe de estar todo abierto. -A mi me gusta ese, encuentro fácil lo que quiero. -Vale vaquero, donde tú digas. Se viste en un segundo, casi ni me doy cuenta: enfunda todo su cuerpo desnudo en el mismo vestido de anoche sin usar la cremallera (su delgadez se lo permite) y se calza dos sandalias de plástico en los pies. La pinta es un poco ridícula pero no la digo nada, supongo que la ocasión lo merece. A veces no hace falta llevar ropa interior. Bajamos, todo sigue 35


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igual en el rellano salvo que a parte de oler a polvo la luz lo hace visible, apoyándose a discreción en el pasamanos, el suelo y los frisos de madera. Caminamos unos metros sin mirarnos, solo de frente. El veinticuatro horas es una pequeña panadería con un servicio de cafetería y una combinación de quiosco, frutería, charcutería, y badulaque con todo tipo de bebidas alcohólicas y comida en lata en general. Aquí puedes encontrar lo que quieras entre dos pasillos minúsculos, sin tener que recorrer grandes superficies. A cambio, es un poco más caro que los supermercados convencionales. Me acerco decidido a la sección de pan, no del reciente, sino del industrial, nunca llegaré a acostumbrarme a ese sonido crujiente de lo recién horneado. La elección es fácil, pan de molde blanco y la peor marca de ketchup que había en la estantería, y por ende la más barata. Prefiero comprar pan bueno, el ketchup es prescindible. -Yo ya estoy, cuando quieras. -¿Pan y ketchup? Menudo desayuno. -¿Nunca has tomado tostadas con mermelada? Pues esto es igual. -Vale, yo creo que me voy a decantar por un estrambótico cruasán sin nada y un café con leche. -Tú misma. Nos acercamos a la caja registradora, y como la señora está atareada sacando panes recién horneados (masa congelada) de una especie de horno-microondas, esperamos un rato, haciéndose inevitable escuchar la conversación a voces que mantienen unos adolescentes a nuestra izquierda. Son tres, chico-chica-chico, y claro, el que más grita cosas guarras y enfermas se lleva la palma. En este caso están hablando de desmembramientos e historias que huelen a japonés loco, así que prefiero no escuchar, aunque la situación obliga. Los gritos, el ruido del hornomicroondas, las luces demasiado potentes, el contenido de esos gritos que 36


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ahora pasan por un combinado de necrofilia y cocacola... en definitiva, una escena sublime. La mayor turbiedad es para ellos motivo de regocijo, necesitan vivencias que solo pueden suplir con anécdotas extraídas de la pantalla de sus ordenadores. No les culpo, seguro que sus neuronas están eclipsadas por un instituto lleno de normas y restricciones y un hogar zambullido en sus historias fantásticas favoritas. Invito a mi compañera a tomar nuestro desayuno en un banco de fuera, cosa que entiende sin hacer preguntas así que pagamos y salimos. Yo me preparo un sandwich de ketchup y ella se ofrece a probar un pedazo de su cruasán embadurnado en esa sustancia dulceavinagrada, por puro divertimento. -¿Qué tal? -Está asqueroso. -Nada como el pan de molde, ya te lo dije. Y ahí acaba nuestra conversación, me parece suficiente para un segundo encuentro y yo creo que ella opina lo mismo. No quiero alargar más el desayuno así que meto en la bolsa el bote de ketchup y el pan y me despido. ++++ Mira por donde que sí me apetece pernoctar en la escena que me propusieron esta mañana. Hace un frío que pela así que me he tenido que abrigar bien, y entre el gorro bien calado y una bufanda gorda de lana solo puedo ver a través de una pequeña línea, es decir, ni suelo ni cielo, sólo de frente; veo pelillos de lana sintética recorriendo mi visión, balanceándose a mi paso, recordándome sueños absurdos e inconexos de gente que critica mi forma de relacionarme con los demás, no se a que viene eso. El caso es que voy caminando siguiendo la dirección que me 37


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indicó un señor muy majo que me encontré en el paso de cebra. El señor me explicó que ese paso de cebra separaba el centro de la ciudad de lo que ya no era ciudad, porque aquí al parecer no hay suburbios, más allá sólo hay naves abandonadas y campo escarchado. La escarcha es blanca, y siempre me he preguntado por qué, si no es más que agua congelada, en fin, que sigo, cruzo el paso de cebra y subo por un puente de piso rojo, como los suelos de las canchas de baloncesto, si te caes te raspas la rodilla con dolor cítrico. El puente sortea la via del tren, no es un puente convencional, es la carretera que se eleva haciendo una colina, altura perfecta para que el viento te refriegue su frío sin cortapisas. Por mi parte he hecho los deberes de cintura para arriba, unas cuantas capas, abrigo bufanda y gorro, pero de cintura para abajo se me olvidó llevar el precavido pijama por debajo de los pantalones. Llevo las pantorrillas con la carne erizada, gallina pura. Y efectivamente, termina el puente y sólo la continuación de la carretera asfaltada te recuerda que sales de algo más grande, vistoso y poblado, porque lo demás son todo casas viejas abandonadas y en ruinas, naves industriales inactivas, una gasolinera que no funciona y pequeños detalles que estremecen un poco, como unas siluetas pintadas en la pared con aerosol negro, sombras de vete tú a saber qué criaturas moradoras de esas paredes desconchadas y cubiertas con uniforme cemento marrón (es marrón, sí, debieron de echarle un tinte o algo así). Decido no seguir la carretera porque me parece lo más obvio, y me inmiscuyo en el hábitat natural de tribus silenciosas que en vez de canibalismo practicaron funambulismo hasta que el bamboleo de sus sombras en la pared se materializara, así viven mimetizados, porque no les gusta el paisaje poblado de gente, ni si quiera de su propia carne. Ventanas rotas, cascos de botella antigua y cosas que de día podrían ser divertidas pero que ahora no quiero tocar por si acaso aflora la enfermedad, que ya sabemos que la enfermedad se escurre por la sangre 38


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y se alimenta de ella, como un mosquito succionador de los gordos, portador de problemas. No quiero problemas pero sí un poco de riesgo y sigo dando vueltas, y claro, me pierdo. Un poco queriendo, reflexiono, porque podría haber seguido la carretera tranquilizadora y algo me dice que habría llegado sana y salva a la función, pero esto es más divertido sin duda. Me desoriento y queriendo llegar a la carretera me encuentro con yerbajos y tierra, nada de asfalto, y claro, sé que más allá de esos yerbajos no voy a encontrar la carretera de nuevo, nunca los había pisado, pero es igual, mi cabecita lo convierte en atajo indispensable. Menos mal que esta ciudad está bien delimitada por el río, y me encuentro en la parte norte que es la segura, así que me topo con agua y como no quiero mojarme, aunque mi cabecita me sigue recomendando seguir por el bien del atajo, me doy la vuelta. Paso los cristales y los cascos de botella, las casas destartaladas, los restos de una tribu que quizás nunca existiera pero sí sus siluetas y... La carretera sigue sin aparecer. Es como si me hubiera metido en otra ciudad distinta, no puede ser. A un lado río, a otro lado nada, creo que cualquier lógica ordenada y orientada se resentiría bastante con esto, pero bueno, al menos oigo unas voces a lo lejos, recuerdo que el señor comosellame del casting me dijo que lo encontraría por las voces, así que sigo. +++ Recibir información de un desconocido, información que afecta con fuerza a personas cercanas, muy cercanas, en concreto la chica. La paranoia es un pájaro que sobre vuela constantemente nuestras cabezas sin que nos demos cuenta, pero de vez en cuando te pega un picotazo en el cartón para que sepas que anda ahí, acechando, acariciándote con su sombra. O un picotazo o una cagada, el efecto es el mismo. Una carta a mi nombre 39


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en un sobre de papel amarillo y grueso, caro seguramente, no creo que nadie se tomase tantas molestias si el mensaje no fuera importante; a no ser que se tratase de publicidad, en eso la gente no escatima. Abro el sobre y no hay mensaje, solo un papel arrancado de una libreta con un dibujo. Lo miro y no tardo en identificar a la chica. Siempre igual, metiéndose en líos, en fin, es lo que le gusta. +++ Por fin. A la vuelta de la esquina un farolillo alumbra una mesa y un señor sentado que apunta sobre ella. Alrededor unas pocas personas fuman y otras se inclinan hacia el señor, cada uno a lo suyo. Hay un hombre con traje que se atiende a la gente haciendo gala de una calma y celeridad digna de ver. Es el que me contrató, no sé ni su nombre pero en cuanto me acerco a la entrada me saluda, me coge del brazo y me aleja de la entrada principal. -No queremos que los espectadores se mezclen con los actores, así que vas a entrar por aquí, por la puerta trasera. Es una puerta de chapa, en realidad el exterior tiene pinta de nave industrial abandonada, como todas las naves de alrededor, pero por dentro unos colores llamativos y el calor de la calefacción te hacen creer que estás en un espacio acogedor. -No te puedo dar muchas instrucciones, vas a tener que arreglarte tú misma. Entramos en el decorado, que se asemeja a un desierto americano poco poblado, con una choza alumbrada por la calidez tecnicolor de un televisor de tubos catódicos y un porche al más puro estilo de las pelis del oeste, con señor de mirada aburrida pero seria incluido. Me sienta en una butaca verde y grande, bastante desgastada pero cómoda, y él se 40


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aleja situándose fuera del escenario, con el público supongo. Nos separa una gran pared de cristal y todos los ojos están puestos sobre mí. A lo lejos hay restos de un carro de madera, un par de personajes que no soy capaz de atisbar y una especie de horizonte interior, como de puesta de sol. Nunca había visto un horizonte dentro de una casa, bueno, esto es una nave, pero para el caso es lo mismo, cuatro paredes y poco espacio para una intuición de extensión terrestre, así que intento descubrir dónde está la trampa. Miro hacia arriba y parece como si el techo se convase, de un color azul cielo, como si estuviésemos dentro de una bóveda acristalada y alguien proyectara un falso cielo. Me recuerda bastante al Show de Truman, y ahora me siento un poco como Jim Carrey, con un discurso ontológico llamando a la puerta. El cielo azul clarito y despejado se detiene en una especie de masa recta y bulbosa de nubes negras, que rechazan la luz y hacen la escena todavía menos creíble. Según bajo la vista las nubes negras siguen mi mirada hasta tapar el horizonte por completo, convirtiendo la sala en una especie de discoteca de postín, así que me levanto a pedir una cocacola, que seguro que no me cobran y necesito que las burbujas refrescantes maceren mi lengua y me aparten de ciertas fronteras espirituales que ahora no quiero cruzar. --

Tú, yanki, ¿cómo es que sabes hablar tan bien español?

--

¿Y a ti qué te importa?

-Bueno, bueno, no te enfades, veo que has interiorizado bien la picaresca que circula por el ambiente. -Esa la tenía ya de serie. +++ Voy al bar. Aunque ya sé que realmente no quiero ir al bar, lo que quiero 41


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es otra cosa, pero está de camino y puedo decir que voy allí. Quizás ella esté dentro. No quiero cariños ni consuelo, sólo que no quiero dormir, y me aburro dentro de casa. Sé que no debería preocuparme por la nota que me dejaron esta mañana, que por cierto parecía pintada por un preso con mucho tiempo libre y una caja de colores Alpino gastados como única distracción entre rejas. Destilaba demasiada dedicación para un dibujo que bien podría haber hecho un escolar, cierta locura interna plasmada con colores. Nerviosismo neurótico. Eso sí, los colores estaban bien colocados, sin salirse de la raya. No me voy a preocupar porque no es la primera vez que la chica desaparece y empiezan a aparecer señales extrañas, lo tomo como una llamada de atención, o una forma creativa de comunicación que tiene ella conmigo, yo qué sé. Lo que sí sé es que ella siempre vuelve. +++ -Mira, si quieres te lo digo bien clarito para que no te montes teorías raras: Esto es una organización clandestina, con su orden interno y una gran cantidad de adeptos que se reúnen sólo en un contexto nocturno y nada doméstico, lo doméstico queda fuera y aquí se explota el vicio, cada cual el suyo, pero todos con un motivo común, ya sabes, lo de siempre. +++ Voy al bar. Hay veces que miro diferente, como con más sentimiento, a las paredes de los edificios o cosas así; o que escucho con atención el ruido de las ruedas de un coche cuando pasa sobre la calle peatonal, que está adoquinada y raspa más, sin embargo hoy miro frío y desdeñoso, no le encuentro los tres pies al gato, aunque sepa que a veces los tiene. Hay 42


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otro hombre en el balcón, he visto la silueta apoyada en la barandilla según cruzaba la calle. En un principio parecía ser ella, pero la postura masculina ha delatado pronto el sexo de la silueta. Podría haberme dado la vuelta y admitir mi condición de perro perdedor, pero sigo por inercia, no se me ocurre otro sitio donde ir más que a ese bar, en esa mesa donde la vi por primera vez, enfrente del piano. Quizás pida dos gin-tonics seguidos por puro sentimentalismo, sí, que sean dos. +++ -¿Y qué me podéis ofrecer a mi? -¿Que pasa, no te gusta el espectáculo? -Bueno, tiene su puntillo sí, pero no he entendido muy bien lo de la ambientación esa, como del oeste. -Si, tienes razón, eso no tenía mucho sentido, pero lo importante son las nubes, la línea de nubes, ¿te fijaste? -Sí, sí, era como una masa licuada, estuvo bien. ¿Y ahora que hacéis para divertiros? -Acábate la cocacola y sígueme. Me conduce por un pasillo enmoquetado, de paredes enmoquetadas también, bastante suaves. Como me apetece hacer un poco el tonto voy haciendo zig-zag mientras camino, dejándome caer hacia uno y otro lado como si una pelota de pinball me poseyese. A medida que nos acercamos al final del pasillo el ambiente se empieza a recargar y el vaho corporal mezclado con el humo empieza a condensarse formando neblina un tanto molesta pero contagiosa, que te invita a formar parte de la muchedumbre. Hay una muchedumbre al final del pasillo, sí, formada por gente joven, de mi edad más o menos, y unos cuantos puretas de más de treinta con barbas, gafas, boinas y pinta de saber pero en el fondo no 43


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tener ni idea. Es un concierto, la música es machacona pero se aleja del cuatro por cuatro marcando unos compases difícilmente amoldables a un ritmo fijo, lo que provoca que la ingente marea

que quiere un baile

coherente haya tirado la toalla y solo sirvan los movimientos espasmódicos de extremidades en ángulo recto, combinados con algún empujón intencionado y graciosete. Como robots queriendo ser humanos o viceversa, no lo sabría explicar muy bien. -Ésta música es la leche, la traen unos colegas de Madrid. -Joder, ¿y tanta trascendencia y preparación para esto?, ¿para algo que te traen “unos colegas de Madrid”? Yo me esperaba jaurías de monos hambrientos despedazando algún tipo de cliché milenario, o ritos iniciáticos, no sé, algo de alquimia, ánforas, incienso, beber calimocho en cuencos craneales... ¿entiendes? Bueno déjalo. Encima me he acabado esa cocacola que ya casi no tenía gas pensando en que me habías metido alguna sustancia rara, como le pasa a Alicia con las setas y todo lo demás, ¿sabes de lo que hablo? Seguro que esa cocacola no tenía más que azúcar y polvos made in USA, así se muera el que guarde la receta secreta, que no tiene nada de misterio. -Creo que son dos los que la guardan. -Pues que se mueran los dos por el bien de Abbie Hoffman. -Ése sí que está bien muerto... lo siento chica, a veces me gusta darle un poco de misterio a las cosas. -Pero la base se queda en el camino, bueno, al menos la música tiene algo... -Quizás te esperas más de lo que esta ciudad te puede ofrecer. Frase que intuyo pero no acierto a escuchar muy bien porque ya me estoy cansando de tanta conversación y el calor y los sudores de la gente alrededor me llaman al baile maquinal y esquizofrénico. Me sitúo en el centro, donde los empujones son codazos malintencionados y vengativos. 44


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Me quedo un rato ahí clavada, como una estaca, intentando ver a la banda por encima de las cabezas que tengo en frente pero es inútil, así que me abro paso para llegar a primera fila. Suelo hacer el loco cuando nadie se lo espera, y está claro que hacer el loco en este contexto consiste en adoptar un semblante de seriedad de funeral, quieta, muy quieta, y con la mirada fija en el escenario. +++ No es que necesite desahogarme, simplemente creo que soy un cúmulo de mal kharma con patas y creo inevitable que pase algo de lo que seguramente me arrepienta. Estoy acostumbrado a beber, ése no es el problema, creo que el problema está bien claro: no es solo mi picha la que atraviesa sus paredes. Sin tapujos. Así que me escurro entre la barra queriendo pedir algo, me enfado porque tardan demasiado y cuando la camarera me mira para saber qué quiero tomar ya estoy enzarzado con uno. No tiene ningún sentido, no sé quién empujó primero a quién pero desde luego eso no es lo importante, simplemente ese tio me cae mal, me cae gordo, lo supe cuando entré en el local. Lo malo es que está bien acompañado, pero aún así consigo engancharle un buen puñetazo en la jeta. Le dejo medio grogui apoyado en una de esas mesas altas que hay en los bares, creo que sangra por la nariz. Seguramente mañana tenga el labio hinchado. Ojalá tenga que explicar ese labio hinchado delante de la familia, en la mesa de la comida. Esas son cosas que joden profundamente. Ya estoy más tranquilo, la descarga de adrenalina ha sido fructífera y me apoyo en la barra para apurar una copa. Una copa, no sé si es la mía. Quizás debería irme, pero no veo la necesidad, me gustan las miradas de respeto y miedo que me lanzan, como cuando subí al escenario para aporrear las teclas, algo muy parecido. Sí, el trasfondo 45


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no es el mismo, digamos que aporrear una cara no es tan constructivo, pero las miradas surten el mismo efecto en mi cocorota. Noto algo en mi hombro, un par de palmaditas. Me doy la vuelta pensando que alguien me quiere felicitar por mi hazaña pero mi sentido arácnido vuelve a jugármela. Veo una cara llena de rabia, el labio inferior apresado entre los dientes y unos ojos que casi no se dejan ver de pura ofuscación. El tío está embutido en una cazadora gris que le hace parecer más hombre, más tocho, pero yo no le tengo miedo. Me engancha un derechazo en el carrillo. Yo se lo intento devolver, y en ese momento viene el del labio hinchado y me hunde el culo de un botellín de cerveza en la cabeza. Recupero la consciencia al rato y veo a mi lado veo el arma del delito: un botellín de color pardo manchado de sangre. El botellín es de mahou, de los de veinte centilitros, que son más estrechos y joden más. Supongo que por eso caí desplomado, si llega a ser de tercio el golpe no habría sido para tanto. -¿Necesita ayuda? No necesito ninguna ayuda, prefiero irme del bar arrastrándome como pueda, oliendo la mierda que impregna el suelo, entre cucarachas y cáscaras de pipa todavía mojadas de saliva. Se me pegan a las manos pero me da igual, me arrastro, voy gateando entre las piernas de la gente que se apartan como sobresaltadas, entre miradas atónitas consigo llegar a la puerta, a duras penas, alguien la abre por mí y consigo respirar el aire de la calle, más fresco y más limpio que otras veces. Me intento sentar en el banco, el que está entre la puerta del bar y su portal, junto a la pared. Ya no me da rabia, me he purgado por dentro, creo que la vibración que el botellín de quinto ha producido en mi cuerpo ha sido la justa para recargar mi kharma, me encuentro mucho mejor. Físicamente no puedo decir lo mismo, porque la cabeza se me descuelga de los hombros, y a punto estoy de darme contra el suelo otra vez si no llega a 46


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ser por un movimiento reflejo de mis manos, que se apoyan en la acera y me empujan otra vez para arriba con el impulso suficiente como para que mi cabeza se apoye contra la pared y no tenga que hacer demasiados esfuerzos. Sangro un poco, pero no demasiado. Lo noto porque la sangre se reseca en la frente, y lo peor no es eso, lo peor es que arrastra algún pelo más largo de la cuenta, provocándome cosquillas espasmódicas en la nariz. Pelos que hacían de cortinilla. No puedo soportar esas sutiles embestidas de desconcierto, así que me los arranco culminando así la ceremonia de purificación. Lo sé porque el cortejo de felicitación hace su entrada: el camión de la limpieza que aplica buenos chorros a presión en la acera, sin percatarse de que el bulto que se apoya contra la pared no es una papelera ni una bolsa de basura. +++ Refresquemos, una invitación, el oeste, un tío de espaldas mirando el horizonte, sentado en un sofá, una sombra de nubes que caen, fiesta macabra, una barra, un tipo en la barra, una invitación, cocacola sin gas, un corredor estrecho, verde y enmoquetado, la sala de conciertos y yo en primera fila, apoyada en una de esas vallas amarillas de construcción que ponen a veces cuando hay obras, de las de metal, no de plástico. Alguien a mi derecha, puede que sea el magnánimo señor que me invita a cocacolas sin gas, pero no se parece mucho a él, es un chavalito algo despistado, que tiene el abrigo sujeto del brazo y no parece que se vaya a quedar mucho tiempo. Yo no quiero quedarme mucho tiempo tampoco, el altavoz de mi derecha me está desgarrando el tímpano hasta el punto de oír pitidos intermitentes. Voy a la barra, no quiero bocadillos de lechuga, no me gustan los vegetarianos, quiero gente que busque la epifanía en un filete de solomillo, una cerveza por favor, gracias, salgo, no quiero sello 47


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para volver a entrar, que no quiero, que no me gusta manchar mi cuerpo, salgo, el frío de la calle me azota, si a eso podemos llamarle calle, me bebo la cerveza, no acierto bien y me mancho la ropa, da igual, la apuro todo lo que puedo, hasta que no puedo soportar más el gas y el frío, el frío de dentro digo, el Chico, callado, me ofrece para fumar, no quiero, gracias, que no quiero manchar mi cuerpo, yo no fumo, soy una chica buena, tú fumas para ser mayor, sí, cada calada me ofrece años de experiencia, si tuviera barba cerrada no tendría que fumar, gracias por la sinceridad pero tampoco la necesito, me da un poco igual, ¿vamos?, vamos. +++ Buf, me duele. Me duele pero me arrastro como puedo. Poco a poco voy recobrando el equilibrio, aunque cada vez que levanto los ojos del suelo un dolor punzante me atenaza la sien. Debe ser por el botellazo. O por la resaca, no sé muy bien. No podría dormir, ahora no puedo y todavía queda bastante tiempo hasta que la luz del sol me delate, con sus padres de familia mirándome por encima del hombro mientras los niños me señalan curiosos, y las madres que les tapan los ojos para que no me vean. Se alejan para no estar cerca de un hombre tan tirado, tan basura tan basura que casi se lo lleva el basurero. Pero todavía queda tiempo así que me voy a dar una vuelta más, cualquier sitio donde vendan licor me vale, ya ni si quiera tengo el paladar para gintonics, dadme un ruavieja, alcohol de 96, lo que sea. Llego al Pipers. Éste lo conozco de cuando era joven, de cuando vagaba con mis amigos por estas calles, con pretensiones de aire nuevo y misterios de los gordos. Ahora ya de eso queda muy poco, todos salimos de aquí, de esta ciudad digo, cuando el Irish era todavía un aparcamiento 48


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de autobuses. No soy nostálgico, pero me apetece beber algo aquí, rápido, algo frío, lo que sea. Me dan un botellín, gracias. No pago porque me voy a quedar aquí un rato. Con suerte el tiempo suficiente como para que la gente me entierre y el camarero se olvide de mi cuenta pendiente. Porque esto se va a llenar, está claro, es de los pocos bares que abren hasta tan tarde, y cuando los demás cierran esto se llena de trasnochados. Me bebo el botellín todo lo rápido que puedo y me lo pongo en la cabeza para bajar la hinchazón. ¡Eh, ten cuidado! Todavía quedaba algo y ha salpicado un poco. Me da igual, solo quiero bajar la hinchazón. Otro por favor. +++ Caminamos hasta llegar fuera del polígono industrial, fuera de las naves, cara al campo llano. El campo es una planicie seca que huele a mojado. Pasa una nube negra preñada de ruidos ensordecedores, casi infernales, que se retuerce y se camufla en un árbol. -Me flipan los estorninos. -¿Qué pasa con ellos? -¿No los has visto al atardecer? Se vuelven loquísimos, empiezan a dar vueltas por toda la ciudad en bandadas de cientos, como la que hemos visto, y chillan muchísimo. Hay que tener cuidado de que no te caguen encima. Sobre todo en los cipreses de San Esteban. Ésa es su casa y su retrete. -¿A ti te han cagado alguna vez? -Alguna, pero ya he aprendido a no pasar debajo de los cipreses a partir de las ocho de la tarde. La última vez no fue para tanto, me cagaron en la 49


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funda de la guitarra. -Ah. Silencio. -¿Tu no tocas? -No. ¿Qué pasa que tengo cara de tocar algo? -No, no. Es sólo que a ese local suelen ir músicos. Es un local de ensayos durante el día. -No lo sabía, es la primera vez que vengo. Vine a representar una obra de teatro. -¿Y qué tal salió? -No estuvo mal. -Me alegro. No se si me gusta este tio. Demasiado cursi. Parece majo y todo eso pero ¿por qué se tiene que alegrar de algo que ni le va ni le viene?. Supongo que hay gente que suelta cumplidos por ver si alguno surte efecto. Es como la publicidad. +++ Tengo el pelo empapado del líquido que suda el botellín, y menos mal que estoy a cubierto porque si no me cogería una buena pulmonía. Qué digo pulmonía, yo ya estoy acostumbrado a esos desbarajustes de humedad y frío, me dan igual. Y si me cojo algo ni lo siento porque me pienso pasar los días que dure borracho perdido. Perdurando la borrachera, que es lo más difícil porque el estómago te puede jugar alguna mala pasada. Qué digo el estómago, ya está acostumbrado de tanto puñetazo etílico, no necesita más adiestramiento, asimila lo que quiero exáctamente cuando quiero. Creo que me estoy liando. Se me ha olvidado el tipo de música que ponían aquí, pero desde luego no 50


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se parecía en nada a lo que escucho ahora. Es una mezcla entre soul y rock con el toque pop característico, es decir, voces mariquitas y percusiones muy marcadas, para que se pueda bailar bien. Siempre canciones de baile, pues oiga, antes ponían canciones de esas psiquedélicas que te ponían a bailar la sesera. Pero las drogas eran otras, claro. Yo reconozco que para una buena borrachera esta música es aceptable. Y supongo que para lo que se meten ahora también, todos esos excitantes, las anfetas, cocaína y demás. +++ Me vienen recuerdos de la gran ciudad, que no tiene nada que ver con este paisaje. Me acuerdo de puentes altos, descampados a medio construir, atardeceres a kilómetros de casa, donde por mucho que anduvieses seguías perteneciendo a la rejilla que dibujan las manzanas de los edificios. Como mucho, si hacías un poco de esfuerzo, podías ver cómo las alturas de los edificios disminuían hasta convertirse en descampados en construcción, con los cimientos, cuatro vigas, alguna pared y máquinas metálicas perfectamente barnizadas, brillantes. Son esos paisajes los que me gustan a mí, debajo de un puente blanco, curvo y casi cilíndrico, en medio de una cuadrícula llena de posibilidades, lleno de agujeros desconocidos. Aquí el misterio se acumula en pequeños bultos, quizás más intenso, menos desperdigado. Es más fácil encontrarlo porque está más concentrado, huele más. +++ Ya casi no me tengo en pie, así que salgo de este antro. La madrugada 51


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está a punto de acabar pero no entiendo cómo puedo darme cuenta de estos pequeños detalles cuando mi cabeza está tan embotada que casi me doy contra un poste de metal. Hago el amago de apartarme pero el poste está a un metro de mi, menos mal que nadie me ha visto, mi autoestima no soportaría una carcajada de más. Camino a duras penas. A estas horas pasan pocos coches por la calle, pero los que pasan lo hacen lento, dejando resonar bien el adoquinado de la calzada, con las luces deslumbrantes y un ruido ensordecedor. Lo bueno es que esta calle es de una dirección y yo voy en la dirección de los coches, por lo que no me pueden sorprender con un fogonazo que me termine de descolocar. Lo malo es que no los puedo ver hasta que no esten pegados a mí, y eso me inquieta un poco. Nunca me han gustado los coches, siempre les he tenido un poco de tirria. Además, a estas horas de la noche pueden ser la excusa perfecta para hacer un secuestro express, esto es, es de noche, nadie alrededor, uno conduce y otro se baja del lado que quiera, la calle es de un sentido, así que se baja del lado del paseante, el objetivo del delito. Mientras el paseante se pregunta por qué un motor ronronea parado a su espalda si no hay pasos de cebra ni semáforos, el que se ha bajado del lado del coche que le ha dado la gana le coge por la cintura y le empuja por la puerta que todavía sigue abierta. “Tira Manolo” y salen pitando. Digo secuestro como podría decir asesinato, robo o algo parecido; desde luego nada agradable para el paseante. No creo que se bajase una tía para meterte rápidamente en el coche, y acabes con la cabeza incrustada entre sus tetas de cocaína. Esas cosas no pasan. Son divertidas, pero no pasan. Es más fácil lo del “tira Manolo”, aunque resulte difícil de creer que un secuestrador pueda llamarse Manolo. Los coches me dan escalofríos, sobre todo por la noche, cuando hay poca gente y se paran al lado para vete tú a saber qué. Ya me ha pasado 52


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alguna vez y normalmente el conductor solo quiere preguntar por tal o cual hotel, es de noche, está un poco borracho y necesita orientación, es lo fácil. Pero por otro lado no hay tanta gente que pueda pagarse un hotel y deambule medio borracho en su coche a las tantas, algo raro pasa, me doy la vuelta y veo las luces de un coche, no veo más que las luces. El coche anda despacio, justo detrás de mí. Se pone a mi altura y me sigue. No hay ningún hotel o restaurante alrededor, no sé qué está haciendo. No hay stops cerca, ni pasos de cebra, no tiene mucho sentido que pase tan lento por esta calle, aunque sea peatonal, se puede ir a treinta por lo menos, pero éste va a mi paso. Qué son, ¿cinco o diez kilómetros por hora? En un coche hasta es difícil mantener esa velocidad. Algo quiere. Aprieto el pulgar entre los dedos, por si acaso. Si pegas un puñetazo desprevenido te puedes machacar los huesos, es mejor que tengas algo en la mano para apoyar. No me van a coger por sorpresa, hoy vengo caliente. La herida de la cabeza me empieza a palpitar, es como una señal premonitoria. Pasa un minuto y no puedo soportar la tensión, me paro y me doy la vuelta. El coche pega un acelerón y se aleja por la calle en dirección al río, parecía un descapotable verde, de poca altura. No sé, no me pude fijar muy bien. +++ Ya casi está amaneciendo. El Chico se ha hecho un canuto y me lo ha pasado. Yo he fumado un poco, lo justo para que los colores del amanecer vibren por sí solos, sin necesidad de entrecerrar los párpados. Me gusta entrecerrar los párpados para mirar las luces más intensas, como la del Sol, un eclipse o lo que sea. Dicen que es malo pero a mi nunca me ha pasado nada. Parece que la luz está más viva, se mueve en haces que van girando, apareciendo y desapareciendo continuamente. Ésta imagen la 53


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relaciono fácilmente con un laboratorio de experimentos donde se pruebe algo realmente importante, como un acelerador de partículas donde todo se mueve pero parece que no, porque realmente las cosas trasmutan de lugar. Probabilidad y nada de movimiento continuo. No sé nada de esto, pero una vez vi un documental sobre mecánica cuántica y me pareció una interpretación bastante buena, la de entrecerrar los ojos digo. Sale el sol y me da el fogonazo, pero me da un poco igual, ya estoy acostumbrada. -Una vez mientras iba a la facultad, una de esas mañanas de viernes pesadas y resacosas, vi a tres personas en Anaya, justo en frente de la puerta de la Catedral nueva, no la grande, la que está al costado. Estaban mirando directamente al este, a las ocho y veinte de la mañana. Mire en la misma dirección y el sol me dio de lleno, y me quedé mirándoles de lado mientras caminaba. Estaban en triángulo, no alineados, tres personas sin alinear, dos hombres y una mujer. No entiendo cómo pudieron soportar la luz directa en los ojos. Yo no le miro, sigo a lo mío. -Supongo que es algo que hay que entrenar, hasta que te acabas acostumbrando. Podría contestarle muchas cosas, cortantes, irónicas, misteriosas... Pero me quedo bloqueada, como en blanco. No puedo pensar muy bien. Prefiero seguir mirando de frente, quizás así me deje en paz de una vez. +++ Camino a casa. Ya hay poco que hacer, cada vez hay más luz en la calle y ya queda poco para que apaguen las farolas. Hay una tranquilidad responsable en el ambiente: se oye el ruido de las persianas que suben, y comienzan a salir a la calle los trabajadores que madrugan para cumplir 54


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sus responsabilidades. Yo, fuera de lugar. Sin embargo paso delante de su portal, el que siempre está al lado del bar. Quizás mi reacción cuando vi aquel hombre apoyado en su balcón fue algo precipitada. Quizás debería haber subido sin más, como si no pasara nada. Seguramente ese hombre era su hermano, algún pariente que se tendría que largar en cuanto yo apareciese y dejara mi cartera de cuero encima de su mesita baja de salón, marca de territorio indiscutible. Quizás él sea un antiguo amante que viene a recuperar lo que es suyo, pero ella y yo ya nos vemos envueltos en una vorágine irrompible aunque sutil, de la que nos es muy difícil escapar. Así que la ex pareja tendría que haberse ido con el rabo entre las piernas también. Cabe la posibilidad del triángulo amoroso, quizás nos lo podríamos haber montado allí los tres, no sé bien cómo funcionaría con ella, no se nada de su personalidad pero tengo su carne grabada en mi carne. No sé nada, el bar está cerrado, pero su ventana tiene luz, así que me acerco. La puerta de su portal está también cerrada, a través de los barrotes veo la escalera sinuosa, oscura y empinada, peligrosa cuando no me dejo guiar por el sonido de su taconeo. Veo que baja alguien así que hago como que llamo al telefonillo. Es una señora con pantalones vaqueros y maletín, grande y de respiración fuerte. Cruzamos miradas, aunque yo aparto rápido la vista de sus ojos culpabilizadores. Debo apestar bastante a alcohol. Me aparto. Dejo que pase. Entro. Subo. +++ Me doy la vuelta y el Chico se ha ido. Por fin puedo pensar con libertad, es como si mientras él andase cerca mi personalidad se difuminara un poco. Necesito unos segundos para recuperarme. Gracias a dios soy rápida y no me cuesta mucho desembarazarme de su presencia, todavía 55


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acumulada en el hueco donde antes se sentaba, a mi derecha, una presencia suya un poco extraña que se va llevando el aire. Espero no volver a encontrármelo. Me produce mucha inquietud, cuando estaba a mi lado no he parado de mover compulsivamente la pierna derecha, típico movimiento nervioso, el pie apoyado sobre la punta y el tobillo moviéndose arriba y abajo como si tuviera un muelle adosado. Me ha costado darme cuenta de ese movimiento involuntario que ha parado instantáneamente. Será mejor que vuelva a casa, pero antes voy a pasar por la sala del teatro, a ver si me dan lo que me deben. A decir verdad con un buen desayuno me conformo. +++ Subo. Espero en el marco de tu puerta. Esa puerta de madera que me señala, que me enmarca y tú pintando el resto del cuadro, ahí parada, de pie en medio de la salita. Me devuelves la mirada y te giras. Llevas un camisón negro de encaje que coge un poco de vuelo cuando giras y te inclinas sobre la barra americana que hace las veces de mesa de desayuno. Apoyas todo tu cuerpo en la barra para poder alcanzar algo que escondes detrás. Más que apoyar dejas que tu cuerpo abarque la barra, y ésta se mece con libertad mientras tú te estiras y alcanzas algo de detrás de la barra. No logro ver bien qué es. Entro y cierro la puerta, detrás. Me acerco y veo lo que tienes en la mano izquierda. Es el mando de la tele. Eres zurda. Te dejas hundir en el sofá, como si yo no estuviera, y pones la tele. Es sangre en el lavabo lo que están echando. Una película donde aparece mucha sangre en un servicio de carretera, que se cuela por el desagüe. Tú no sabes qué película es, pero no cambias de canal. Son las seis de la mañana. A esta misma hora una familia se va de 56


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vacaciones a la costa, y se prepara para salir temprano. Mientras los padres se arreglan en su habitación y terminan de hacer las maletas el hijo aburrido pone la tele, con la maleta hecha porque no se ha lavado los dientes y su cepillo lleva en el bolsillo exterior de su mochila toda la noche, no como sus padres que tienen que embutir el neceser en la maleta, con dos cepillos dentro, uno rojo y otro rosa. Colores parecidos pero ellos no se confunden. O si se confunden da lo mismo. El niño pone la tele y el canal que aparece es el mismo que has elegido tú para interrogarme. Y el niño mira fijamente las farolas encendidas a través de las ventanillas del coche algo empañadas por el vaho mañanero, pensando en toda la sangre que se traga el fregadero. Te miro como un payaso, de pie en medio de la sala. Me cuesta abrir los ojos en este ambiente seco, los debo tener rojos, microvenas marcadas. Me cuesta mirarte, me escuece. Mirarte sin más, ahí plantado, como un bufón que madruga en su primer día de trabajo. Y me tambaleo pero sé que no puedo, así que busco un cigarro quemado en mi chaqueta para disimular. No puedo dejarme ver del todo delante de ti. Éste es mi cuerpo, yo soy otro. Tú miras la sangre que se cuela. Un fregadero convencional, no como el tuyo lleno de velas y una barrita de incienso mojada. Te gusta bañarte. A mí me gusta ver como cruzas tus piernas de tacón fino. Oir como cruzas tus piernas de tacón fino. Inventarme sabores. Inventarme vello imperceptible, hipersensible que al rozar te provoque quemaduras. +++ 57


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Vuelvo como puedo. Arrastrándome, bailando, gimoteando. Estar despierta en este momento del día, demasiado tarde para dormir pero demasiado pronto para estar despierta siempre me ha trastocado un poco. Balbuceo, dejo correr un hilillo de baba pero me retracto porque sería demasiado asqueroso, y voy hacia la gente, no quiero que me vean así. Pero dejo caer los brazos, sueltos, y camino como si mi cuerpo pesara dos toneladas, con las piernas dobladas en ángulo casi recto (no es recto del todo porque si no me caería al suelo), dando bandazos en el aire con los brazos, dejándome llevar por la inercia del movimiento libre y puro. Estoy en un peñasco de tierra y camino entre el polvo y la paja seca hacia el polígono de naves abandonadas. Hay espigas que se me quedan en los calcetines y me pican los tobillos pero me dan un poco igual. Espigas al sol. Son los calcetines del capitán, los de invierno, y me quedan grandes, rebosan de los zapatos, pero me da un poco igual. Bajo hasta la calle. El polvo va borrando el asfalto, formando una capa fina donde puedo escribir mi nombre, como en los cristales de los coches sucios donde muchas veces se puede leer “lávame, guarro”, pero no lo hago. En vez de eso dibujo líneas continuas. En vez de pisadas líneas sin cortes porque arrastro los pies cuando llego al asfalto arrastro los pies aunque el sonido de arenilla me taladre los oidos. Arrastro los pies porque el sonido me despierta como despierta una taza de café mañanero al ciudadano medio. +++ Tienes un libro de poesía en la mesa de cristal verde. Tienes un libro y una revista de plástico al lado, con información detallada sobre los programas que echan durante la semana que entra. Has empezado el crucigrama pero no tienes paciencia para terminarlo. Has ojeado el libro pero no tienes paciencia para terminarlo. Algunas anotaciones en los 58


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bordes, mezcladas con dibujos. Te gusta hacer bocetos. Quizás has empezado uno mío pero seguramente no lo hayas terminado porque se parecía más a una caricatura que a un boceto. Y a ti no te gustan las caricaturas. +++ El tipo de la puerta sigue ahí sentado y unos chicos hablan con él. El alcohol les ha bajado tanto el centro de gravedad que tienen que andar tambaleándose, muy parecido al modo en que he bajado la cuesta. Entre ellos el Chico, que se da la vuelta para hablarme. -Siento haberme ido antes, es que me pareció que habías entrado en un estado de trance, una de esas epifanías, y preferí dejarte hacer. Los otros son dos, uno de ellos está de pie ahí clavado, con los pies juntos mientras su cuerpo se balancea como un castillo hinchable, como si su cuerpo estuviese hueco y un motor le insuflara aire por los gemelos de forma que no importa el ángulo de inclinación, no hay peligro de caída mientras el aire sea constante. El otro se separa un poco del grupo y representa una danza macabra apoyando todo su peso en las rodillas, que se articulaban de tal forma que su movimiento se acompasa al de sus codos; muñecas y manos libres, y la cabeza dando vueltas pronunciadas, curvas imposibles. -Si llego a caminar un poco más lejos... -Si llegas a caminar un poco más lejos te das de frente con el horizonte, que se acerca más de lo que estás acostumbrada, y entras en la niebla. Es como el limbo, imposible de volver si te metes en la niebla. -Podría haber terminado con todo en un instante, es justo lo que yo creía. -Quería que la decisión fuese solo tuya, por eso te he dejado hacer. -Tú qué te crees, una especie de guía espiritual o algo así. 59


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-Perdona, es que a veces el alcohol me pone metafísico. -Pues ese papel no te sienta nada bien, sin embargo me gusta lo que hace con tu amigo. Miro al de las cabriolas imposibles, que ahora se dedica a dar vueltas agarrado a un árbol enclenque. Se oye el crujir de la madera. El Chico se ríe. De repente la puerta se abre y sale otro empañado de sudor. -Tío que en diez minutos se acaba la cerve a un pavi. El Chico le mira. -Vale, ahora vamos. Me mira. -El deber nos llama. ¿Vienes? +++ Te veo en el sofá pero tú finges que no hay nadie más en la habitación, solo tú viendo la tele y yo lo entiendo y me acerco al balcón. La puerta es blanca de madera y tiene duros los cierres porque está pintado de hace poco, y el grosor de la capa no deja deslizar bien los goznes de metal. Yo ya le he cogido el truco y abro de un golpe. Me dices que cierre, que entra frío. Tú nunca has tenido frío antes, creo que tres días son demasiados, demasiados para nosotros, tres veces, la tercera vez que te veo. La primera después de ver a ese hombre fumando en tu balcón, y ahora yo salgo, cierro la puerta para que no cojas frío y me enciendo un pitillo en tu balcón como diciendo: si este balcón pudiera ser de alguien en este instante sería mío. Quizás ayer o anoche, no me acuerdo, un hombre desconocido fumara aquí y lo hizo tan suyo como es mío aquí ahora, pero me importa más el ahora. Quizás no había hombre y estoy loco, quizás el que yo vi era una silueta remanente de mí mismo por haber fumado en 60


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tu balcón durante cinco minutos, no se si esas cosas pasan ni si pasaron cuando vi al hombre en tu balcón pero ahora este balcón es mío y es lo único que me importa. Aquí y ahora. +++ No quiero hacer amigos y ya estoy un poco cansada así que le digo que me quedo un rato fuera y luego si eso nos vemos dentro. No es que me apetezca seguir soportando el frío que se me mete por las pantorrillas, pero hay otro chico de piel morena, alto y moreno, a unos metros apoyado en la pared hablando con una chica, también morena, pero el chico moreno se aburre y me mira. Yo le miro diciendo todo lo que se puede decir con un gesto y él comprende y se acerca a mi. Supongo que la chica se queda algo estupefacta, sin acabar de comprender que se ha quedado sola esta noche, pero no me interesa mucho, yo le sigo la mirada y se acerca. -Qué pasa guey, ¿que tan sola estás?, ¿qué onda? Me contengo la risa. Es mexicano y yo le sigo la corriente. Le contesto intentando imitar su acento, lo poco que sé del acento mexicano. -Pues que mis amigos se han ido a tragar. -¿Eres de Mexico? Me relamo el labio de arriba. -Si guey, de DF ¿y tu? -No mames. Se tambalea, intenta mantenerse erguido tensando los hombros, es todo un poco cómico, intenta balbucear algo pero le pongo nervioso, es algo que se nota, que se ve a distancia. Le guiño un ojo y le empiezan a temblequear un poco las piernas y yo ya sé que hoy no vuelvo sola a casa si no quiero. La verdad es que no me apetece volver sola a casa. Un guiño 61


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de ojos y ya es mío, me parece increíble que alguien pueda caer con un gesto tan infantil, además no es la primera vez que lo hago y sigue funcionando. -Yo soy de un pueblo más chiquito en la frontera. Le mantengo la mirada y él no puede soportar la tensión. Yo la mantengo. Hasta que no le toque yo, él no dará un paso más cerca. Debe tener una especie de código de cortesía, una costumbre del país o de su familia. Está a punto de decirme que si entramos, pero antes de que se gire yo le agarro el antebrazo y nos damos unos besitos. +++ Tiro la colilla y no me fijo donde cae, quizás en el capó de un coche o en el pelo de una señorita que va temprano a trabajar, es igual. Abro el balcón y me cuesta porque me mandaste cerrar para que no entrara frío y sabes que este balcón se atasca. Es un poco ridículo porque no puedo abrir pero antes de pedirte ayuda y perder mi dignidad saco fuerzas de no se sabe donde y lo abro de un buen empujón. La puerta rebota con uno de tus muebles dando un golpe y vuelve a su sitio. -Cuidado vaquero. No se por qué me llamas vaquero si no llevo sombrero ni botas ni nada por el estilo. No se si tu padre tenia pintas de vaquero o si te gustan mucho las películas de John Wayne y te gusta que los hombres con los que te acuestas se parezcan, o al menos te creas esa ilusión. De todas formas yo no tengo pinta de vaquero. No me preocupo demasiado por el golpe que le acabo de dar a uno de tus muebles porque sé que te da un poco igual, y además son muebles viejos y los golpes quedan bien. Me siento a tu lado y tú empiezas a cambiar de canal rápido hasta que 62


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vemos a una de esas pitonisas que adivinan el futuro. Yo pensé que te gustaban más los vinilos pero supongo que así está bien, así nos ahorramos las conversaciones grandilocuentes sobre el jazz y los sesenta. Necesito hablar. -¿Sabes que vivo con una chica? -¿Ah, si?, ¿tu novia o algo así? -No... es una amiga... o más bien una compañera de viaje. Estoy preocupado por ella. -¿Por qué? ¿Qué le pasa? +++ Mientras estamos dándonos el lote el mexicano me empuja el estómago para dentro con una mano, se desabrocha el cinturón y se lo saca de un golpe diciendo “¡Ah, ese cinturón me estaba matando!”, con ese acento tan gracioso que hace que la situación parezca más propia de una comedia que de un thriller. Thriller porque yo todavía tengo que recuperar el aliento del empujón que me acaba de meter, y el hecho de que se quite el cinturón me parece un poco tenso. Me alejo de él y me dice: -¿Pero a dónde vas? ¿Pues dónde crees no mas? Lejos de ti porque eres un maníaco con acento gracioso y yo no puedo soportar tanto contraste. Me intenta alcanzar pero no puede porque se le resbalan los pantalones, y él medio se los sujeta medio corretea como un panoli, pero para entonces yo ya estoy dentro de la sala de conciertos o de teatro o lo que sea eso. Ya dentro encuentro a uno de los amigos del Chico, el que se rescolgaba de un árbol y me acerco a él. No puede decir nada coherente de lo 63


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borracho que está pero lo intenta, y suelta algo así como ¿quirs beeilar? Ni se sostiene en pie así que me giro un poco a ver si veo a los demás y allí está el otro de la panda, el que se tambalea como un castillo hinchable, -¿Dónde venden cerveza? -Ahí, en la barra. Y e inclina hacia la barra apuntando con el cuerpo entero en vez de con un dedo o un gesto de cabeza, haciendo un ángulo imposible de 45 grados con el suelo pero ya sabéis por qué no se puede caer. Sigo la dirección que me indica y me encuentro con una neverita de esas que hay en los chiringuitos de verano, con un gran logo de cocacola descolorido en los laterales. -Una cerveza. -Euro y medio. -Creí que valían a un euro. -Eso era hace cinco minutos, ya son más de las doce. Vaya, parece que cenicienta ha llegado tarde a su cita, otra vez. Le pido dos porque no quiero que me den mucho suelto, solo tengo un billete de cinco, y así puedo regalarles una cervecita al grupo de amigos del chico, como seguro de vida por si el mexicano anda cerca. También me apetece saber qué pasaría si alguno rebasa su tasa de alcohol, a ver si presencio un baile maquiavélico de una vez. +++ -Hace mucho que no se nada de ella. La última noticia que tengo es una nota que me pasó alguien por debajo de la puerta. -¿Por debajo de la puerta? ¿Y que ponía? -Bueno más que una nota era un dibujo, un retrato de ella hecho con 64


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ceras de colegio, ¿sabes? +++ El Chico me recibe con mucha alegría, y abre la cerveza que le acabo de traer. Dice que está emocionado porque esta noche va a ser diferente, dice que van a probar algo nuevo. Saca una pepita con un líquido transparente y deja caer dos gotas en la lata. -Acábatela. +++ -¿Estás seguro de que era ella la del dibujo? -Sí. +++ Por fin algo de emoción, aunque no puedo decir nada mientras el Chico ande cerca. Salimos fuera. Es de día, hora de comer. Pero nadie tiene hambre, ni yo, ni el que baila danzas infernales, ni el que se tambalea como un castillo hinchable colgado de un hilo invisible… ni el Chico, que se pone a andar hacia el campo amarillo, que ya no está escarchado. La luz es potente, casi no hay nubes y los ojos tardan en acostumbrarse al cambio de ambiente. Caminamos unos metros y tengo la sensación de estar dando un paseo con tres personajes de fábula por un mundo desconocido. Solo hay un camino de tierra entre dos campos de trigo inmensos, campo en frente y campo a los lados, y después de bajar una pequeña colina, solo campo 65


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detrás, ya no hay ciudad. +++ -Todo eso es muy raro, deberías llamar a la policía. +++ Se acerca un ruido, un motor. Es un coche que viene a toda leche por el camino de tierra, y pega un pequeño brinco cuando alcanza la colina. Nos damos todos la vuelta y le vemos acercarse. No hacemos el amago de apartarnos, creo que hay algo en la situación que nos parece a todos irreal, así que no hay necesidad de apartarse, cuando llegue a nuestra altura igual nos atraviesa y se acabó, como si fuera un coche fantasma. Un descapotable verde entre campos de trigo. Para el motor, nos acercamos. El conductor nos mira y nos metemos dentro, el Chico delante. El conductor arranca. El conductor es un hombre extraño. El conductor acelera. El conductor nos saca del paisaje.

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