La historia del CEIP San Antonio Abad Cartagena

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“Nuestra historia” CEIP San Antonio Abad CARTAGENA


Una larga historia… Nuestra historia se inicia en la época de la Segunda República, Cartagena era la “Covadonga de la educación”; hacía 25 años que se habían inaugurado en nuestra ciudad las primeras Escuelas Graduadas de España y existía una gran sensibilidad por extender la educación. Al mismo tiempo, los distintos barrios demandaban la construcción de escuelas. 1928 El principio Existía en el barrio de San Antón una asociación denominada “El Trabajo”, la presidía don Rosendo Zamora. En el acta de la sesión del día 17 de marzo de 1928 acuerdan ofrecer unos terrenos, que poseía dicha sociedad (de unos dos mil cuatrocientos metros cuadrados), al Ayuntamiento para que se construya una Escuela Graduada en el barrio. Se registra la entrada de esta petición en el Ayuntamiento, el día 22 de marzo de dicho año. La Comisión Permanente del Ayuntamiento se reúne para tratar este tema el día 13 de abril (1928); en el acta se reconoce la necesidad del barrio (por su gran número de habitantes) y se tienen en cuenta los estudios técnicos realizados; por todo ello, acuerdan la adquisición de los terrenos con un valor de 70 céntimos el metro cuadrado. La institución Amigos de los Niños adquiere los solares El 9 de octubre de 1928, el Diario “CARTAGENA NUEVA”, publica un artículo con motivo de la conmemoración del XXV aniversario de las Escuelas graduadas; en él se exalta la figura de Don Enrique Martínez Muñoz y se reconoce la preocupación del Ayuntamiento por la educación (…”este Ayuntamiento, enamorado de la escuela y el niño, en el que sabe ver el porvenir ciudadano”…). Hace un recorrido por las actividades que la “Comisión de Instrucción Pública” ha realizado y, entre otras, menciona que la admirable institución “Los Amigos del Niño” ha adquirido unos solares para construir una escuela graduada en el barrio de San Antonio Abad. El Ministerio concede la creación de la Escuela En otro artículo de la misma fecha se publica un resumen de la Sesión de la Comisión Permanente donde se recoge textualmente: El presidente señor Mediavilla, de cuenta de una reciente visita hecha al Ministerio de Instrucción Pública, y como resultado


de la cual hace constar que se crean dos Escuelas Nacionales de niños para los poblados de San Antonio Abad y la Puebla… 1933 Se inician las obras El viernes 15 de julio de 1933 se publica un artículo en él se comenta la construcción de varias escuelas en Cartagena; el presupuesto del Ayuntamiento es de cien mil pesetas y se espera una aportación por parte del Ministerio de Instrucción Pública. Comenta el articulista: el coste real de los edificios ha de ser muy pequeño si las cosas se hacen bien y con la debida economía y vigilancia… no hay que hacer desembolso alguno, ya que se dispone de los terrenos… se podrían emprender dos o más a la vez, hasta dotar de buenos edificios escolares a los principales barrios de extramuros. Respecto a nuestro Centro comenta que los terrenos del barrio de San Antón están situados en el lugar más sano y alegre del barrio y, que este mismo año (1933) se iniciará la construcción. 1936 La inauguración El 20 de abril de 1936, “EL NOTICIERO”, publica: “Ayer mañana la Asociación Pro Infancia entregó al Ayuntamiento los tres grupos escolares de escuelas que han construido y que pasan a poder de este Ayuntamiento. Grupo escolar de San Antonio Abad. Consta de ocho secciones para niños y niñas, dos bibliotecas, cantina escolar y vivienda para el guarda, con campo escolar cercado. Está emplazado en un solar de 1905 metros cuadrados, adquirido por la Asociación Pro Infancia a don Enrique Gómez Quiles. Las edificaciones son una verdadera prueba de arte y buen gusto, por lo que la Asociación Pro Infancia merece toda clase de elogios, como igualmente el constructor señor Oliver que recibió muchas felicitaciones, porque cada grupo es un alarde de construcción”.

Con mucho cariño para todos mis profesores


Mª Ángeles Ramos, antigua alumna y madre de alumno actual, Hugo Martínez Según mi ERPA (los guardo impecables gracias a mis padres), tenía 6 años, medía 1,16 metros y pesaba 20 kilos cuando puse mis pies por primera vez en este Centro. Desde entonces han pasado unos cuantos años; ahora tengo 43 años, no sé exactamente lo que mido y lo que peso tampoco es un dato relevante. No son muchos los recuerdos que tengo de mis primeros días en el Colegio, aunque algunos flashes me llegan y la verdad, es que los recojo con cariño. Y si esto es así no cabe duda que las primeras personas que encauzaron mi formación tuvieron mucho que ver. Recuerdo perfectamente a todos y cada uno de los profesores que me dieron clase desde 1º hasta 8º (antigua EGB). Doña Amelia fue una de esas personas, concretamente la que me dio el primer curso, mi primera toma de contacto con el Centro que sería mi escenario diario durante ocho años. La recuerdo como una profesora de carácter pero siempre cariñosa con sus alumnos. De presencia impecable, me llamaba mucho la atención la forma en que se maquillaba los ojos y su peinado cardado que no se movía jamás ni un solo pelo. Hacíamos la fila delante de la puerta donde ponía con letras muy grandes “Niñas” 8 por detrás estaba la de “Niños”). No sé muy bien en qué momento las clases fueron mixtas, pero lo que sí recuerdo es que a partir de ese momento eran más divertidas. Antes de empezar cada día lo primero que hacíamos era rezar. Me suena bastante remoto, al igual que aquellos meses de Mayo en los que los cánticos a la Virgen, unas veces más afinados y otras no tanto, salían por las ventanas de los pasillos. Recuerdo a doña Amelia paseando con Doña Emilia por el patio; siempre estaban juntas y hablaban y hablaban hasta la hora de volver a clase de nuevo. Con ella aprendí a sumar y a restar. Me ayudó con la lectura y la escritura; ella y más tarde mi Senda (los libros de lectura que llevé durante algunos años). Me creó hábitos de estudio y alguno de comportamiento también. Pienso que las cosas no caen en saco roto y seguro que algo se quedaría. Hoy día es muy difícil saber cómo va a ser el destino de una persona, pero lo que está claro es que lo que empieza con buena base y fuerte es más difícil que se caiga con el tiempo. Yo quiero aprovechar este momento para


agradecerle a ella y al resto de profesores que tuve en ese colegio el granito de arena que aportaron, junto con mis padres por supuesto, para que yo no tropezara y me cayera. Hace unos años he vuelto a pisar los pasillos de este Centro. Tengo a mi hijo en 2º de Primaria y he tenido la suerte de participar en todos los eventos que ha tenido en su etapa de infantil. Ha sido una experiencia muy bonita y he vivido la vuelta a mi colegio de una forma enriquecedora y gratificante. Me ha brindado la oportunidad de conocer a sus profesores y hasta hoy puedo decir que ha tenido la misma suerte que tuve yo en mi día. Me hace mucha ilusión celebrar con él el 75 aniversario del Colegio, pero más ilusión me hace volver a ver a mis profesores, en especial a Doña Amelia que espero y deseo se encuentre bien y pueda disfrutar con todos nosotros de tan señalada fecha en el Centro.

Nuestro alumno más veterano: Sr. D. Crisanto Carralero Consecuencia del abandono secular en la enseñanza pública que habían tenido los distintos gobiernos de la Monarquía Española, en el Barrio de San Antonio Abad, al principio de los años treinta, no existía ninguna escuela que uniese en un solo edificio a todos los grupos escolares existentes. Éstos se encontraban diseminados por todo el barrio, en locales no aptos para el menester que se les destinaban. De los dedicados a los chicos estaba uno, el grupo cuarto le llamaban, en la calle Real, hoy Avenida de Colón. Recuerdo que, con 5 años, y debido a la relativa amistad que unía a la familia de mis padres con la del Maestro, fuimos admitidos como alumnos en dicho grupo cuarto, mi primo y yo. Posteriormente mi primo, un poco menor que yo, fue trasladado a uno de los dos grupos existentes en la Plaza de la Iglesia. Existía también otro grupo, creo que el tercero, en la zona del Molino, próximo a donde posteriormente fueron construidas las Escuelas Graduadas. No sé si en los grupos femeninos existían otros cuatro, al menos de uno de los sí tenía noticia, estaba ubicado en la calle del Palmero. Antes de los seis años la enseñanza estaba en manos de particulares que, sin título alguno y a cambio de una pequeña aportación económica, se dedicaban a enseñar las primeras letras. Creo recordar que la primera escuela a la que asistí era la del “Tío Pepeino” que estaba en la calle Mayor del barrio y que sólo disponía de unos bancos corridos en las que nos sentábamos todos los niños frente a una pizarra en la que el profesor nos enseñaba las letras y los números. Éstos nos entraban más mediante la


letanía que los chicos cantaban mientras el Tío Pepeino nos iba señalando los números con un puntero. Existía otro colegio en la calle Real que era sólo para niñas; lo regentaban madre e hija, “Las Pujantas”, muy beatas y de nivel cultural inferior al del Tio Pepeino; pero tenían a las niñas recogidas allí, les enseñaban las a coser, algo a conocer las letras y poco más. Desde la puerta veíamos a un santo muy grande que tenían allí y que era mayor que los que había en la Iglesia (ante él se rezaba el rosario diariamente). Cuando estalló la guerra civil las pobres lloraban desconsoladamente pues entraron algunos milicianos a su casa, les sacaron el santo y lo echaron a la pira que formaron en la Plaza de la Iglesia cuando la asaltaron.

En el año 1935, como consecuencia del impulso que la Segunda República Española dio a la educación, fueron inauguradas las Escuelas Graduadas en San Antonio Abad. Estaban compuestas por dos edificios rodeados de unos espacios cercados para disfrute y recreo de los alumnos. El edificio principal era de un modernismo acorde con la época, estaba compuesto de dos plantas; en cada una de ellas existían cuatro aulas con amplios ventanales, un corredor para acceso a éstas, aseos para la época en que se construyeron y un salón principal en los que estaban ubicadas las bibliotecas. En el salón de la planta inferior existía un piano con el que, en días distintos, nos daba clase a todos los grupos una profesora de música llamada doña Asunta. También había en una de las bibliotecas un microscopio que era la delicia de los niños cuando nos dejaban mirar por él. Dentro de las aulas había unas estanterías en las que estaban los distintos libros de lectura de cada grupo, éstos eran aportados por el Ministerio sin coste alguno para los alumnos. El otro edificio, más pequeño y también de dos plantas, estaba pensado para cumplir la función de comedor, pero, a pesar de tener todas las instalaciones montadas (cocina, mesas, taburetes,..) nunca llegó a inaugurarse en mi época ni después; la guerra civil y la posguerra no lo permitieron. En LA Planta superior de este edificio existía una vivienda para el bedel. El cambio a las Escuelas Graduadas representó grandes mejoras para la vida escolar. En el local de la calle Real no existía la más mínima calidad en lo que se refiere a la higiene, sin ventilación y con un retrete al fondo del pasillo al que me daba miedo ir


pensando en las ratas; recuerdo que al principio del pasillo el profesor tenía colgado un cartel que en una cara ponía “libre” y en la otra ponía “ocupado” y que había que ir cambiando cuando se usaba el retrete.

Para entrar a clase teníamos que esperar en la puerta (no existía patio alguno para el recreo) a que bajase el profesor, que vivía en un piso de al lado, para que abriese la puerta y poder entrar. Cuando hacía frío o llovía nos refugiábamos en la entrada de la escalera de la vivienda del profesor, que repito, estaba al lado del colegio.

Una vez instalados en el nuevo edificio, la convivencia entre nosotros fue mayor, pues los ocho grupos, cuatro de niños y otros cuatro de niñas, salíamos al recreo a la misma hora, teníamos los mismos patios para poder jugar, entrábamos y salíamos al mismo tiempo y, pese a los roces que pudieran existir, ya habían desaparecido los pequeños reinos de taifas que suponía la ubicación en distintos puntos del pueblo de los diferentes grupos. Tal vez esto fue extensivo también al grupo de profesores que componían la plantilla de las Escuelas Graduadas del Barrio de San Antonio Abad. A partir del año 1.936 creo que fue mejor esta convivencia, es en los grupos superiores las clases fueron mixtas, al menos a mi clase también asistían chicas. Como nota anecdótica recuerdo que, en un principio, las chicas tenían las clases en el piso superior, mientras que los niños las teníamos en la planta baja; al estallar la


guerra y empezar los bombardeos, no sé si por petición de las maestras o por gentileza de los maestros, las clases de los niños pasaron a la planta superior y la de las niñas a la planta baja, decían que los varones corrían más y bajaban las escaleras más rápidos. Recuerdo los nombres de cada uno de los cuatro profesores que teníamos los niños en las Graduadas: Don Basilio tenía el grupo primero, Don Virgilio el segundo, Don José el tercero y el grupo cuarto también se llamaba Don José, de las profesoras no recuerdo ninguna. El profesor del grupo cuarto Don José Martín fue el único que tuve en toda mi asistencia a las escuelas públicas, desde el año 1.932 que ingresé en su clase, hasta el año 1.940 que dejé de asistir, con trece años, para empezar a trabajar. No olvidaré nunca la forma de enseñar que tenía este señor, sobre todo en la lectura, teníamos que leer en voz alta, dirigiéndonos a toda la clase, reunida en semicírculo alrededor del lector, otras veces había que recitar poesías, dirigidas también al auditorio que formaban todos los alumnos y el profesor. Comprendí después, al pasar de los años, la formación y la confianza que este método inculcaba en el individuo para comportarse en la vida cotidiana. Existía también, ya a nivel del conjunto de todas las Graduadas, un pequeño grupo de teatro, el cual en el Casino del barrio representaba pequeñas obras. No existían deberes para casa, todos los deberes se hacían en clase y, cuando se salía del colegio o en vacaciones, todo el tiempo del mundo disponible era para nosotros. No quería decir esto que la enseñanza no fuese muy amplia, no, tal vez fuese más positiva. No se me olvidará nunca, que, con once años, ya resolvíamos problemas con ecuaciones de primer grado de álgebra.


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