I Carrera Verde

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I Carrera Verde digital y por relevos Una idea original de Luisa Hurtado Gonzรกlez Blog: Microrrelatos al por mayor


La I Carrera Verde, digital y por relevos, surgió para dar un empuje extra a los “lunes ecologistas” del blog “Microrrelatos al por mayor”; y también, por qué no, para explorar nuestra capacidad de cooperación para alcanzar un propósito común usando Internet. Creo que carece de interés repetir ahora las bases de la Carrera, mencionar los inconvenientes que se presentaron o las soluciones que al final se dieron; para todo aquél que esté interesado, puede consultar la carpeta “Carrera Verde” que encontrará en el blog y hacerse una buena idea. Más bien al contrario, lo único que se pretende con esta publicación es dar protagonismo a los que participaron, reuniendo los textos y las imágenes que crearon, y darles las gracias por su buen hacer, por su compañerismo, por hacer suya la aventura y ceñirse, como un guante, a la temática ecologista. Un excelente e impecable trabajo en equipo, interconectando a personas de diferentes lugares del mundo para hacer juntos algo con lo que disfrutan: escribir, fotografiar, ilustrar; al tiempo que asumen riesgos y compromisos. En primer lugar, encontraréis la imagen que sirvió de pistoletazo de salida; y después, los trabajos realizados por los cinco grupos que se formaron, cada uno de ellos con un ilustrador y cinco escritores. Sé que era una carrera pero ahora, más que en ningún otro momento, os aconsejo que os dejéis llevar por el embrujo de las ilustraciones y letras, saboreándolas por primera vez o quizás reviviéndolas de nuevo. Permitid que dejen una huella en vosotros. Os espera tras esta página una gran aventura, llena de matices y buen trabajo. Un gesto, nada más, y descubriréis que el mundo está lleno de color verde.


Pistoletazo de salida


Sara Lew Blog: Microrrelatos ilustrados


Los Acelgas


Transformaciones Todas las tardes salía a dar vueltas por el barrio con su bicicleta. En el canasto traía pequeños tesoros que abrían camino a su imaginación. No entendía por qué los grandes llamaban "basura" a cosas que aún podían servir. Hoy su mamá se enojó mucho y tuvo que hacerlo. Se paró muy serio delante de ella y le dijo: —Cerrá los ojos y abrí la mano. Y ahí le dejó una grulla hecha con una caja de cigarrillos. —Ahora pedí un deseo y soplá. Todavía el telón de sus párpados no se había abierto cuando un trino agudo perforó el silencio de la habitación.

Sandra Montelpare Blog: Ficcionario breve


La protesta Perforó el silencio de la habitación aquel bramido mudo como cada día. Nacho se despertó de aquella horrible pesadilla diaria y, una vez despejado del sueño, se puso en marcha. En la calle lo esperaban los amigos, como cada uno de los últimos domingos. Todos en las bicicletas iniciaron la marcha hasta los aledaños de aquella mole de hormigón que habían construido junto al río. Se sentaron bocadillo en mano, igual que cuando eran niños, sólo que ahora un pequeño regato circulaba lento entre los cantos y las rocas que verdeaban mohosas, negruzcas o pardas en sus pestilentes aguas. Se quitaron las cazadoras y quedándose con las camisetas verdes que ellos mismos habían diseñado, fueron haciendo una cadena, uniéndose con las manos para poder abarcar la fábrica. Nadie sabía mucho sobre su producción; sólo, que el río se había secado, las piedras no brillaban y los animales acuáticos habían desaparecido. Lo que más llamaba la atención de los vecinos era el bufido que cada día entraba en sus casas como una exhalación. Desde el principio los jóvenes del lugar, no muchos, por ser una aldea pequeña, se concentraban todos los domingos y festivos alrededor de la industria que, con sus vertidos había hecho morir al río, de cauce ruidoso y de aguas claras, que en otro tiempo cruzaba la localidad. Los chicos, las camisetas verdes y las bicicletas, hoy, son acompañados cada domingo por todos los lugareños, la protesta continua.

Cabopá Blog: Ay maricarmen


La protesta continua La protesta continua, gritó Nacho, no bajemos los brazos, esta es un estra bandera (dijo mostrando su remera verde) montó en la bicicleta que sin ruido recorrió esas calles donde miles de automóviles atronaban con sus escapes humeantes, el cielo no se veía tan azul, una cortina de humo lo opacaba. Sabía que tendría que hacer algo, por eso esgrimía ese dibujo donde una madre angustiada con su hijo en brazos sufriendo las consecuencias de vivir al costado del curso de agua, tan oscura como su futuro, con esa extraña espuma en la superficie que baja lenta hacia la desembocadura donde seguirá produciendo más daño. Las bicicletas comenzaron a amontonarse frente a la pared elegida, allí donde quizás la viera aquel señor en su auto de lujo que pregonaba (buscando votos) que él y su partido tendrían las soluciones para evitar la polución, como diputado de la nación y en pos de los altos ideales de la patria. Poco a poco la pared fue tomando color, en primer plano la imagen de aquella mujer con su hijo enfermo, como fondo el vertedero con su barro infame y espumoso. Sólo faltaba el olor picante y nauseabundo que se podía intuir. Nacho y sus amigos sentían el orgullo de ser partícipes de la lucha. Para que todos la vean la imagen está allí.

El Moli Blog: Los delirios del Moli


Gema Luz Blog: Marig端ary


Otra vida La imagen aún hoy sigue allí, sobre una vieja pared desconchada, con sus peces muertos bañados por las lágrimas de la madre, pero también con sus banderas verdes. Allí sigue a pesar de los años que han pasado y de que los más pequeños del pueblo no llegaron a conocer la contaminación de aquel entorno. Después de años de luchas y denuncias, Nacho y el resto del pueblo consiguieron detener los vertidos y aunque ya era tarde para recuperar el río y los campos que lo rodeaban, aún había tiempo para volver a empezar. Los mayores aún recordaban cómo era la vida antes de bajar desde los pueblos de la montaña al valle en busca del progreso. No tenían muchas comodidades, pero sí una vida llena de cosas pequeñas y muy saludable. Cuando uno necesitaba hacer un camino o techar una cuadra, podía contar con la ayuda de los vecinos; si enfermabas, tenías quién te echara una mano con el ganado o las cosechas y no se tiraba nada: si te sobraban manzanas o fréjoles, los compartías con quien no tenía. La vida seguía un curso lógico y se desarrollaba siguiendo el ritmo que marcaba la naturaleza. Apenas habían modificado su entorno en siglos. Cuando decidieron abandonar el valle y volver a empezar en los pueblos vacíos de la montaña, los jóvenes apenas sabían hacer nada, cada uno estaba especializado en una pequeña parcela de la vida y era incapaz de sobrevivir por sus medios. Aprendieron entonces que la vida es mucho más fácil trabajando en equipo y también que los mayores son una fuente de sabiduría ancestral en la que apoyarse y de la que aprender. A veces todavía bajan a los más pequeños a ver la imagen de la vieja pared y las ruinas de lo que un día fue una vida insostenible para que nunca lo olviden.

Nieves Torres Blog: Debajo de mi sombrero


El regreso A veces bajan a los más jóvenes a ver la imagen de la vieja pared y las ruinas de lo que un día fue una vida insostenible para que nunca lo olviden. Gabriel, el niño que hace grullas de papel con cajas de cigarrillos, ha pasado con su bicicleta hoy. Cautivado por el mural, baja con curiosidad. No es mentira. La mujer de ojos de pájaro mueve los labios y lo llama por su nombre. Ahora lo invita a saltar. Gabriel mira una vez más la bici con su canasta llena de cosas para reciclar pero el hilo de voz lo atrapa. La madre lo recibe con un abrazo tibio porque sabe que, de vez en cuando, su pequeño mago juega a ser un niño de carne y hueso.

Sandra Montelpare Blog: Ficcionario breve


Los Kiwis


Héroes Primero fueron los de la colina, que a lomos de sus bicicletas, iniciaron la marcha. Se les unieron los pastores del bosque cargados de provisiones, y en el valle, los granjeros con sus animados cánticos. En el pueblo, reclutaron a los hombres del campo, también al cura, al juez de paz y al médico, estos últimos en tándem lideraban la caravana. Saliendo de las lindes del municipio, se sorprendieron por la bandada de alimoches, buitres, águilas y otras aves autóctonas que les seguían, y de los lobos, osos, cabras y demás fauna que acompañaban en la lejanía la comitiva. Toda la comarca se fue adhiriendo a medida que se topaba con la expedición. Al llegar a la frontera de la provincia sobrepasaban en número a las fuerzas del orden que los esperaba para disolverlos. Con diálogo y mostrando sus intenciones, se sumaron al viaje, escoltándolos. A las puertas de la capital, miles y miles de ciudadanos aguardaban su llegada para integrarse a ellos y guiarlos al parlamento. Frente al edificio del poder legislativo, se alzó una misma voz que acalló el falso discurso dictado por los especuladores que defendían los políticos, y estos últimos, por una vez, tuvieron que ceder. De este modo fue como mis paisanos eliminaron el plan urbanístico que hubiese arrasado con el pulmón verde de la región y no como recogen las hemerotecas.

Nicolás Jarque Blog: El rincón de Nicolás Jarque


Por una amiga… casi todo Como recogen las hemerotecas y todos deberíamos estar de acuerdo, “la emisión de gases contaminantes, afecta directamente al ecosistema, siendo el humano el máximo responsable”. Pues bien, estaba decidida a aportar soluciones, empezaría ese mismo día a sumarme a ese reto de la no contaminación ambiental, por otro lado objetivo imperante en la comunidad suiza. Quería celebrar su cumpleaños y hacer una gran fiesta. Cuando me pidió que la ayudase con las últimas compras le sugerí hacerlo con el transporte público. Salimos de casa y acompañadas por un debilitado sol nos dirigimos a la carnicería. Los ingredientes para una paella nos aguardaban. Un italiano y fornido carnicero me entregó dos bolsas, al tiempo me informaba; que en una había metido 14 muslos de pollo y en la otra 12 patas de conejo. Cuando salimos de allí, algodonosos copos de nieve empezaban a caer sobre nuestras cabezas. Diez grados bajo cero nos acecharon hasta la parada del tranvía. Sonreí al ver, como si de una postal se tratase, a dos ciclistas y sus mochilas paseando por la ciudad, ignorando ese manto blanco que los envolvía. Me sentí en desventaja… “siempre hay alguien que hace más que tú por el medio ambiente”. Ella caminaba delante con más bolsas. De pronto se giró, y, no sé qué notó en la única parte de mi cara que no iba tapada, porque me preguntó: “¿Estás bien?”. Como pude, saqué la nariz del escondite de mi bufanda. De una acobardada garganta, miedosa a que se le congelara la voz, se escapó un tolerante… ”Bueno… podría estar mejor, teniendo en cuenta que en una mano llevo 7 pollos y en la otra 3 conejos… ¡descuartizados!”. Creo, que en ese mismo instante, mi mejor amiga cayó en la cuenta de que yo era vegetariana.

Rosy Val Blog: Desde mi pinar


Juan Luis L贸pez Blog: Ilustraciones para un loco


Corazón de kiwi —¡Oh, oh! Ya sé lo que te pasa, no era mi intención cargarte con las bolsas más pesadas. —No, no, Rosy. No es por el peso... —¡Vamos, pásame una! Le di la bolsa de los pollos. Puesta a transportar carne muerta, mejor me quedaba con los seis pares de patas de conejo… Tal vez, a partir de ahora, mi suerte se multiplicaría por doce. Dibujé una sonrisa vegetariana bajo mi bufanda azul. La fiesta de cumpleaños había empezado con mal pie. La nieve, mientras tanto, transformaba en merengue todo lo que tocaba. Llegamos a la parada del tranvía sin hablar, mirando al frente. Yo embutida en mi anorak lila. ¡Me encantan las lilas! Rosy se giró como un robot y me miró a los ojos. Apoyó sus bolsas en el banco de metal y se bajó la bufanda para decirme algo. Entonces las bolsas se volcaron. Los aparatos locomotores de los seis pollos asesinados cayeron, uno tras otro, en estampida y desorden. Me quedé helada de verdad, rígida. Cerré los ojos y el estómago, y me perdí bajo mi ropa azul y lila. El rojo me marea, la sangre me marea. Soy verde, me siento verde. Tengo corazón de kiwi. Desde pequeña, jugando con mis hermanos, siempre elegía la ficha verde. Nicolás se pedía la azul, Juanlu la amarilla y Sara, la roja; Elysa no jugaba, se pasaba el día con sus preciosos tesoros: engarzando collares y pulseras... Aunque no ganara, yo seguía eligiendo el verde. Hasta participé en la Primera Carrera Verde de microrrelatos ecologistas de la historia. Sin abrir los ojos, apreté el puño izquierdo, el que aguantaba la bolsa con los conejos muertos, y le pedí, a cada pata de la suerte, mi deseo verde.

Amparo Blog: Petra Acero


¿Te acuerdas? ¿Te acuerdas de mi deseo verde? ¿Del color azul? ¿Recuerdas el sabor de la fruta? ¿Puedes rememorar aquel mundo que habitábamos? A mí cada día me cuesta más. Es difícil cuando vives entre las tinieblas de esta nave sombría aprehender los recuerdos, son agridulces, duelen y es preferible intentar no traerlos hasta nuestro presente. Evocar aquellos tiempos no hace sino aumentar el dolor, pero ya es lo único que tenemos: dolor y recuerdos. Extraño aquella marabunta de sonidos en las ciudades. Eran caóticas, una inmensidad de ruidos, humos y edificios sin orden, pero llenas de hombres, mujeres, niños… ¿Cuánto hace que no vemos un niño? ¿Y ancianos…? Ya no hay. Ellos fueron los primeros en desaparecer, la ley, que todos aupamos, fue tajante: los mayores de cincuenta eran prescindibles, consumían demasiado; sus conocimientos y sus consejos no eran necesarios. Después seleccionamos a los diferentes, a todos aquellos que tenían alguna tara o enfermedad, diezmaban los recursos y no aportaban nada. Y así unos tras otros los eliminamos sin pensar que en algún momento nos tocaría a nosotros. Como plaga maligna de langostas no fuimos capaces de parar, de cambiar y arrasamos la única casa que teníamos: nuestro planeta. Ahora giramos aquí en este cascarón metálico, contemplando esa bola calcinada y gris que ya no alberga ni una triste mota de vida. Vegetamos, a esto no se le puede llamar vida, cada vez quedamos menos. Más temprano que tarde dejaremos de existir y ni siquiera quedará el rastro de lo que fuimos.

Elysa Blog: Diseños by Elyely


El futuro de la humanidad El rastro de lo que fuimos —voraces depredadores del planeta— solo perdura en nuestra memoria colectiva y a través de los numerosos libros que lo cuentan. Porque a lo largo de todos estos años hemos sabido cambiar. Ahora somos más sabios, firmes defensores de la vida y respetuosos con el medio ambiente. Incluso hemos logrado revertir los efectos nocivos de nuestros antiguos excesos. Ya no matamos para comer y veneramos cada brizna de hierba que se yergue en pos del sol. Lástima ese meteorito que se acerca.

Sara Lew Blog: Microrrelatos ilustrados


Los Br贸colis


Flores azules Satur atravesaba el complejo nuclear abandonado en su bicicleta nueva cuando pinchó. Si su madre pudiera verle por ese agujerito del que todos hablaban le hubiera dejado sin postre un mes entero, pero Satur necesitaba impresionar a Azucena y cuando Pedro le retó a traer una de las flores azules que solo crecían en la vieja central nuclear supo que no podía permitirse quedar como un cobarde. Todo lo que había oído de la central daba miedo. Pinchar en aquel momento era terrible, pero cruzar el extra-radio caminando de noche, eso sí era realmente peligroso. Al menos había cogido la linterna, así que decidió esperar que vinieran a buscarlo. Se sentó en las escaleras del edificio de oficinas y observó el contenedor de hormigón del gran reactor. Unos arbustos azules se encaramaban al muro agrietándolo con sus raíces. Mientras anochecía, Satur se lamentaba de haberse dejado llevar. Quizá Azucena no valorara tanto la valentía. De pronto, oyó un crujido que provenía del reactor. Encendió la linterna. El débil haz apenas alcanzaba un pequeño arbusto azul que crecía a unos treinta metros de donde estaba. La apagó, no quería quedarse sin batería. Un segundo crujido le hizo volver a encender. Nada. Solo alcanzaba a los arbustos más cercanos. Apagó. Crujido. Encendió. Aquellos arbustos parecían estar cada vez más cerca. Aguantó la linterna encendida durante minutos. Los arbustos no se movían. La bombilla empezó a fallar. Apagó. Crujido. Encendió. La luz era muy débil, pero no había duda. Los arbustos se le habían echado encima. Uno parecía crecer sobre la bicicleta. Se levantó e intentó abrir la puerta de las oficinas. Algo rozó su hombro. La linterna rodó por el suelo. Notó decenas de ramas rozándole, agarrándole. Perdió el conocimiento. Despertó con el sonido del motor. Era de día. Su madre había venido a buscarlo con el todoterreno. Encontró la bicicleta y lo llamó a gritos durante minutos. Satur intentó llamarla, no pudo. Ella pasó ante él varias veces como si no lo viera. Al mediodía cargó la bicicleta en el coche y se alejó por donde había venido. Satur se miró las manos y entendió que en aquel estado debía olvidarse de su madre y de Azucena. Esperaría a la noche, para encaramarse al contenedor del reactor y así, poder agrietar el hormigón con sus nuevas raíces.

Fernando Martínez Blog: Espirales de tinta


Nueva vida Pretendía agrietar el hormigón con sus nuevas raíces, sabía que era posible porque otros antes ya lo habían hecho. Su vida previa había sido fácil, placentera, se limitaba a recibir de la tierra el alimento y del sol la luz necesaria para asimilarlo. Era grande, con ramas frondosas en las que los pájaros hacían sus nidos; cada primavera entre sus hojas los nuevos pollitos iniciaban sus divertidos intentos de vuelo. Desde hace unos años con la llegada de esos animales, que se mueven rápido y a dos patas, todo ha cambiado. El entorno en el que ahora vive es árido e inhóspito. Sus raíces ya no encuentran la tierra blanda, fresca y generosa de otros tiempos, sino un hormigón duro por el que ya no puede medrar, su tamaño se ha visto drásticamente reducido por desnutrición, la luz de sol apenas llega, opacado por grandes construcciones que crecen y se multiplican por doquier. Esos extraños... Destrozaron todo, acabaron con casi todos los seres vivos de la zona, para después venir e intentar recuperarlos, así fue como salvó la vida: cuando ya estaba a punto de secarse, comenzaron a regarle y tratarle con abonos, recuperó algo de fuerza y pequeñas radículas comenzaron a crecer, pero bajo esa capa inerte es difícil encontrar los nutrientes, intenta romperla para sacar las raíces al sol y esperar un poco de lluvia que refresque todo su ser, cuando caen las gotitas de maná ya no penetran y enriquecen, se quedan en la superficie y resbalan lejos de él.

Yashira Blog: Te cuento


Irreductibilidad Se quedan en la superficie y resbalan lejos de él, hasta llegar a los pies de una acacia centenaria, la única que queda en pie de las que antaño pintaban de verde el paseo, y lo hacen contentas. En las nubes no se habla de otra cosa, corre el rumor de que las gotas que tienen la fortuna de llegar a sus raíces, pueden al convertirse en savia, pueden vengarse de los humanos: las púas de más de un metro que brotan de sus ramas, resultan además de disuasorias, muy útiles para ensartar a los maltratadores de los pocos árboles que subsisten en la ciudad. Al principio, la acacia se resistía a hacerlo, pero cuando vio morir una tras otra a todas sus hermanas, decidió que perdería la guerra peleando. Aprovechó hasta la última gota de agua y creció endureciendo su corteza y su alma, y en sus espinas proyectó toda la rabia acumulada. Ahora, al abrigo de su coraza, la vida medra. Ningún humano osa acercarse más de la cuenta por si en verdad ella quiere venganza, pero cada vez son más los que vienen con sus hijos para que éstos descubran cómo gorjean los gorriones o cómo zumban las abejas, y si tienen mucha suerte, cómo vuelan las elegantes mariposas de alas multicolores, entre sus siempre protegidas ramas.

Paloma Hidalgo Blog: Un libro es un jardín de bolsillo


Fernando MartĂ­nez Blog: Espirales de tinta


El legado Luisa, fíjate bien en todos los detalles. Cuando vuelvas al pueblo tendrás que contárselo a todos. Confirmarles que el viejo árbol sigue aquí. Ya no hunde sus raíces en un océano verde y sus ramas se estiran hacia un cielo que ya no es azul. Pero ahí está. Sigue en pie. Una vez hubo todo un bosque, o quizás fue una leyenda. Muchos cayeron defendiéndolo y sus almas siguen aquí. Guardaron el color que el mundo fue perdiendo y con él pintaron alas de mariposa. Luisa, fíjate bien. Algún día traerás aquí a tus hijos. Luisa volvió a casa en silencio repasando mentalmente todo lo que había visto. En sueños pinto un mundo de colores y no quiso esperar tanto. A la mañana siguiente corrió a contárselo a sus amigos. No le costó embarcarlos en esta aventura, una carrera hacia el gran árbol. Juntos iniciaron el camino y, a su paso, en cada pisada, crecía la hierba.

Puck / Mar G. Mena Blog: Los jardines de Puck


El último reducto Juntos iniciaron el camino y, a su paso, en cada pisada, crecía la hierba en el último reducto. Fresca como antaño, cuando los mares eran azules, y el viento lleno de aromas escampaba la brisa por cada rincón de la tierra, como el agua fresca y cristalina que corría por los arroyos. Al igual que cuando la noche caía y las estrellas relampagueaban a miles en la oscura bóveda celeste, paseándose la luna en su ciclo de nacer en el crepúsculo y morir al alba. Ellos ahora habían heredado el don de preservar, de abrir camino, de hacer rebrotar cada palabra olvidada. Luisa, pintó el mundo de colores, azules, verdes, amarillos… y anotó en una pequeña libreta todo lo que había aprendido a lo largo de los años. Buscó que significaba flor, verde, planta… pintó flores azules y todos aquellos conceptos que su padre le explicó durante meses y días. A los ocho comenzó a indagar hasta quedar repleta de las palabras que sus antepasados habían perdido. Había sentido de oídas hablar de otras formas de vida, y como la tierra donde ahora vivían, antaño estaba plagada de miles de acacias como la que visitaban a menudo. Delante de ella el silencio nunca se rompió, solo bajo las palabras que su padre le contaba sobre la vieja historia de Satur. Luisa se la sabía de memoria. Llegó a pensar que aquella acacia era una gran superviviente irreductible, que Satur aún navegaba por entre su savia, y que los pedruscos blanquecinos por los cuales resurgía habían sido el inicio de una mala andadura para el hombre. En aquel terreno donde el hormigón duro había sido pasto de todo ser viviente, ¡Satur vivía!, por encima de todo. En su mente el dibujo lo fue perfilando, sustituyendo los grandes edificios grises, por palomas y árboles frondosos llenos de vida, una nueva vida, la misma que le bullía a ella dentro. Luisa lo tenía muy claro después de ver la imagen casi tétrica del árbol lleno de mariposas revoloteando, comenzó a dejar crecer los dibujos, a la medida que se daba cuenta de todo lo que se estaba perdiendo, del inmenso paraíso que había rodeado a sus antecesores. Y de forma más asidua, con ahínco, mostró imágenes que no eran tan lejanas a lo que había sido la realidad de antaño. Las hojas cargadas de garabatos, signos de color, pétalos e insectos, olores que enfrascó en sus dibujos como si fueran esencias, parecidas a las que vendían en espray en la ciudad, le llenaron la vida. Era el último reducto y tenía que salvaguardarlo, le dijo a su padre con la firmeza de un roble. Con ese sentimiento tan profundo se le escapó una brizna de hierba entre sus lágrimas. A partir de ese día, justo antes de anochecer van de visita cada tarde a ver a Satur, a sentir el simple y llano aleteo de las mariposas que lo revolotean. A desearle buenas noches. A pedirle que siga vivo y crezca, que les enseñe todo lo que se están perdiendo, y sobre todo a seguir inspirándole para llenarle sus vacías tardes de color. Y este fue el germen, el olor a hierba que desprendía Luisa y su padre, al tener otra conciencia de su entorno, que acabaría siendo el legado del último reducto.

Francisco Manuel Marcos Blog: Cirujano de letras


Los Repollos


Cachitos Encontré una rueda y no faltaba ningún radio. Los tenía todos. Llegué a casa corriendo girándola por el camino de piedras y barro, la añadí al cuadro, al manillar y a otra rueda que había ido rescatando días atrás de entre el montón de basura y chatarra que era mi jardín de recreo, la oficina de papá y el trabajo de mamá. Hoy he encontrado una cadena y los pedales. Ya tengo bici, sin frenos, pero es mi bici. Con un botecito de pintura verde que encontré hace unos meses y que tuve que esconder, pues si Marga lo ve lo querrá para pintar los tallos de las flores de su jardín de pared, la dejaré como nueva y volaré.

Rosa M. Blog: Van al aire


Desde el cielo La dejaré como nueva y volaré hacia el cielo. Sé que podré hacerlo porque la noche de Reyes vi medusas que flotaban en el aire impulsadas por vehículos transparentes construidos con tubos de latón, dos ruedas gigantescas, dos más pequeñas y un volante para conducir mis sueños que excitó mi imaginación. Aunque les pedí un coche volador fue demasiado tarde para cumplir mi deseo. Me trajeron una bicicleta de segunda mano que mamá frotó hasta la extenuación como si se tratara de abrillantar los candelabros de plata, y mientras, yo la observé en silencio tras el quicio de la puerta imaginando para qué utilizaría una bicicleta en una ciudad abarrotada de coches. He decidido cortar unas sábanas raídas para construir dos alas, he tomado prestados los bastones de boj del abuelo que harán de armazón volante, he diseñado un prototipo parecido a los de Leonardo, y no he olvidado la chistera de mago para alcanzar mis sueños. Cuando vuele muy alto y navegue sobrevolando el mar, fotografiaré las basuras, y cuando surque los montes, tomaré instantáneas de sus bosques quemados. Seré tan famosa, que la próxima vez que alguien se atreva a tirar una colilla encendida o arrojar al mar una bolsa de plástico, primero alzará su vista a las nubes, no sea que yo le denuncie desde mi pájaro alado.

Laura Garrido Blog: De mis palabras y las vuestras


El vigilante nocturno Desde mi pájaro alado observo vuestras jaulas. Siempre he odiado este trabajo, después del toque de queda no puede deambular nadie por la ciudad. Y así he pasado noches y noches de aburrimiento. Alguna vez he creído ver algo o a alguien y, tras disparar, he comprobado que, en el mejor de los casos, era un gato callejero o un perro desahuciado. Nadie se atreve conmigo, en mi zona todos saben que soy el mejor, que con mi vista panorámica nocturna no escapa nadie. Sin embargo, hace días que noto algo raro, un movimiento leve en algunos huecos oscuros, un ligero eco de pequeños pasos, sombras que se repiten a diferentes horas. Pensé que me estaba haciendo mayor y que ya no era el mismo, pero puse especial atención en esas horas indecisas en que la luz cambia, y por fin acerté a ver por donde salía ella. Sí, ella, una niña. No pude disparar, me quedé ensimismado mirándola, me recordó a mi infancia, traía un aroma a flores y a campo que permanecía olvidado en algún lugar lejano de mi memoria. Así, me pasé días observándola en su ir y venir, recoger cosas de todas partes y llevarlas a un almacén abandonado, pero sin hacer apenas ruido, sin casi mostrarse, con una ligereza de movimientos que solo una niña podría tener. No sabía qué hacía allí pero no me importaba, mientras la seguía por la ciudad logré una plenitud que hacía mucho que no sentía. Hoy por fin parece haber terminado, del almacén ha sacado un artilugio con ruedas, algo parecido a las bicicletas con las que jugábamos de pequeños, pero no es exactamente eso, tiene velas como si fuera un barco, alas como las de un avión, y flores, muchas flores de todos los colores. Ha comenzado a pedalear, mirándome fijamente a los ojos y ha salido volando, rodando, navegando hacia mí, hasta dejar grabada en mis ojos de metal esa sonrisa perfecta.

Anita Dinamita Blog: Relatos de andar por casa


Carmen MartĂ­nez Blog: Cirujano de letras


Dama de noche A cada día gris y plomizo, en el que el único juego era trepar a los árboles calcinados, con el propósito de ser el primero que encontrara una señal de vida entre las ramas, le seguía una noche en la que las pesadillas, por la aventura frustrada, invadían nuestros sueños. Como cada noche, mamá nos consolaba con bellas historias, en las que las calles estaban repletas de jardines que nos impregnaban del intenso aroma de sus jazmines, y las rosas de los tiestos de los balcones daban pinceladas de color. Después nos besaba con ternura y nos prometía que, algún día, nuestros deseos se cumplirían. Así pasamos las semanas, los meses, envueltos en una triste monotonía, hasta que un sueño de ensueño, en el que, subida a mi triciclo, paseaba por el cielo y lo sembraba de amapolas, encendió una llamita de esperanza en mi pequeño corazón. Aquella mañana todo transcurrió como de costumbre: contamos hasta diez y la carrera comenzó. Todos salieron en estampida menos yo, ese día había decidido quedarme en casa y buscar bajo la ceniza que cubría el jardín. Después de un par de horas de infructuoso trabajo, cuando estaba a punto de abandonar, me senté a los pies del árbol preferido de mi abuelo y empecé a apartar las hojas secas. De este modo se cumplieron mis deseos y gané el juego. Gracias al diminuto brote de la "Dama de noche" que encontré entre sus raíces y que, todavía hoy, mientras veo a mis nietos correr entre las flores, acompaña mis noches con su perfume y trae a mi memoria las dulces palabras de mamá.

Ana Crespo Blog: A cuatro letras


Emigrantes Las dulces palabras de mamá provocaron más bien malestar. Nadie quería caer en una melancolía blanda que impidiese actuar rápido. La nave provista de lo únicamente imprescindible, nos esperaba en la parte baja de la colina. Toda la familia subió sin vacilar aunque, con la mirada húmeda, aún nos dio tiempo de echar una ojeada, por el rabillo del ojo y ver todos aquellos cráteres vacíos. La amenaza de erupción era inminente y decidimos irnos para siempre. Desde arriba todo lo que había sido cercano y conocido convergía en un solo punto, que acabó desapareciendo. El viaje fue eterno y dormimos durante años. Despertamos más viejos pero con la esperanza de encontrar un nuevo hogar. Las coordenadas coincidían y el punto de llegada era exacto, el aterrizaje también. Poco después tomaron tierra miles de los nuestros. El paisaje era desolador, el planeta no era tan bello como el que habíamos abandonado, las montañas de basuras se amontonaban y el grado de radioactividad y contaminación era muy elevado. Las aguas de ríos y mares otrora seguramente claras se movían lentas y sucias. Supusimos que los habitantes habían perecido por esas causas. Estudiamos sus técnicas de construcción. Algunos edificios llamaron nuestra atención. Pirámides misteriosas en terreno desértico, una larga muralla que pudimos ver desde el espacio antes de llegar, una torre inclinada, que luchaba contra la fuerza de la gravedad. Extrañas formas de vivir que no íbamos a retomar. Todo estaba por hacer pero teníamos el ímpetu y la fuerza. Nos movía la ilusión y el instinto de supervivencia.

Mei Morán Blog: Mei Morán


Los Lagartijos


Tejedora En la cuadra de los granados, unos niños montados en sus bicis se correteaban unos a otros, resonando timbres, saltando rampas, frenando a raya y desperdigando polvo por doquier. Poderosos y libres. Desde una ventana alguien los espiaba con los ojos aguados y muriendo de ganas por ser uno de ellos. Su madre, deseosa por hacerla feliz, tomó lo que tenía a su alcance y comenzó a tejerle una bicicleta, trabajó día y noche sin cesar, tejió y tejió de prisa, en silencio y a escondidas en el patio trasero de la vieja casona. El día en que terminó, trajo a su hija y le mostró lo que había hecho para ella. La pequeña araña, con sus pares de patas y sus ojos gigantescos de felicidad se encaramó en su bici hecha de hiedra.

Diana Narváez Blog: Diana Narváez


Ecología retorcida Echa, de hiedra, una ramita enrollada para que sus presas puedan posarse y no se amontonen en el fondo del tarro. Se incorpora dispuesto a marcharse, pero al levantar la mirada descubre frente a él a un extraño. —¡Está prohibido cazar en esta reserva! —espeta el corpulento guardabosques al furtivo señalando el arma del delito—. ¿Sabes lo mucho que cuesta mantener el equilibrio entre las especies de la zona? -uno de sus ojos parpadea sin parar y su frente, crispada, enrojece por momentos—. Cualquier alteración puede desestabilizar este hábitat. Atrapa al chico con su monstruosa mano cubriéndole la cara con la palma y, elevándolo varios palmos del suelo, ahoga el grito que alertaría a las personas que disfrutan de la siesta en el cercano merendero, o a las que se bañan en el río, o a los excursionistas que fotografían setas, o a la pareja que escala en el acantilado. Lo mantiene así largo rato, privando de aire los pulmones del muchacho con la misma técnica que utiliza para asfixiar los conejos cuando éstos exceden en número la población preestablecida. De una de las manos del niño resbala el cazamariposas, de la otra el frasco que, al chocar contra el suelo, estalla en mil pedazos dejando libres a los preciados insectos. Tiñendo con su tornado de color, aquella soleada tarde de verano.

Alberto Proset Blog: Microrrelatos en el tejado


Raquel Lozano Blog: Piel de retales


Deseo de colores Mi madre me dice que cuando sople un diente de león, puedo pedir un deseo. Le digo que quiero volar como las mariposas. Pero ella me contesta que si digo mi deseo en voz alta, no se cumplirá. Mi madre dice también que en una ciudad de Inglaterra las mariposas se volvieron negras, porque había mucha contaminación. El humo de las fábricas ponía las fachadas de las casas negras. Por eso solo sobrevivían las mariposas de color oscuro, que se confundían con las casas y como los pájaros no podían verlas, no se las comían. Cuando soplo el diente de león, cierro los ojos y ya sé que pedir: que las mariposas nunca pierdan sus colores por culpa de los malos humos de los hombres.

Purificación Menaya Blog: El rincón de la bruja de chocolate


Reciclando que es gerundio —¡Nunca pierdan los colores por culpa de los malos humos de los hombres! —nos dijo enérgico D. Manuel, el profe de "cono"—. Y recuerden: Amarillo, verde y azul, esa es la clave del reciclaje. Volví a casa y le expliqué a mamá la importancia del reciclado. Mi madre es una mujer muy seria y cuando se empeña en algo no le duelen prendas hasta conseguirlo. Papá siempre le dice que debería tratarse su neurosis compulsiva (qué palabras tan extrañas usan los mayores). Ahora le ha dado por reciclar todo lo que encuentra a su paso, de tal manera que al tercer día de no ver a papá en casa, mamá me explicó que lo había reciclado en comida para Mifi, nuestro gato. Mi madre, es muy seria, pero tiene un sentido del humor…

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La pura verdad “Mi madre es muy seria, pero tiene un sentido del humor…”, solía excusarse mi niño cuando yo lo ponía en aprietos. Como aquel día de vacaciones en la playa. Estábamos ardidos de tanto sol y viento, entonces decidimos refugiarnos en un bosque de eucaliptos cercano. A poco de estar ahí, solos como hongos, llegó un chico montado en bicicleta. Tendría unos doce años, igual que mi niño. Pero era distinto. Lucía la piel tostada. Pedaleaba fuerte, esquivando raíces, pisando hojas secas y haciéndolas crujir. Sus ojos negros, duchos de tanto ver, amenazaban en tanta juventud. Ese borrego parecía ser local. El chico nos saludó. Mi niño respondió, seco e indiferente. El otro, en plan de juego, se acercó un poco y lo invitó a compartir su bicicleta. —No me gustan las bicis —lo rechazó mi niño, bajando la cabeza. Después me dirigió la mirada, en busca de aprobación. Hasta ese momento yo solo era testigo de una conversación entre pares, pero sentí que debía intervenir. —¿Cómo decís que no te gustan si nunca te subiste a una? El pedaleo da una sensación de libertad sin igual. Andá y probala —lo reprendí con tono divertido. Los cachetes de mi niño, que antes explotaban rojos por el sol, ahora se deshacían de vergüenza frente a aquel extraño. Como pudo, para salir del paso, dijo por primera vez eso de mi humor, que en realidad, es tan solo una manera de enunciar una verdad sin herir.

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