Blancanieves

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...Y un buen día, ¡Luciana ya era mayor y podía leer cuentos! Los cuentos abrieron su imaginación y con ella consiguió todo lo que se propuso. Que la lectura te acompañe siempre. Te quiere mucho, Tu Tattie



Los ojos verdes y brillantes de Luciana miraban el libro mágico que le habían regalado sus tíos Mire y Jose. Era una puerta al mundo de los cuentos. Como le habían aconsejado, Luciana tocó tres veces la tapa del libro. —Pero ¿quién llama a estas horas? — preguntó una voz gruñendo dentro del libro. —Hola, soy Luciana —respondió tímidamente la niña. Soy de Buenos Aires y me gustaría escuchar un cuento. —¡Ah, abre y escucha la historia! —dijo la voz del libro ahora más contenta.


Al abrir, sali贸 del libro un hombrecillo diminuto con barba, que sentado sobre el borde del libro, le empez贸 a contar una historia. Luciana comenz贸 a sentir la nieve cayendo sobre ella...



Esta historia ocurrió un crudo día de invierno. La nieve caía del cielo como blancas y sedosas plumas. La reina cosía cerca de la ventana abierta mientras miraba caer los copos. Tan absorta estaba que con la aguja se pinchó un dedo, y tres gotas de sangre se derramaron sobre la nieve. Al ver el color de la sangre resaltar en la nieve, pensó: «¡Ah, si pudiera tener una hija con la piel blanca, las mejillas encarnadas y los cabellos negros y relucientes...!». No mucho tiempo después, le nació una niña que era blanca como la nieve, de labios rojos y de cabello negro como el ébano. Le pusieron el nombre de Blancanieves. Pero al nacer ella, murió la reina.


El rey volvió a casarse. La nueva reina era muy bella pero orgullosa y no podía sufrir que nadie la aventajase en hermosura. Tenía un espejo prodigioso, y cada vez que se miraba en él le preguntaba: —Espejito, espejito, dime una cosa: ¿quién es de este país la más hermosa? Y el espejo le contestaba siempre: —Señora reina, tú eres la más hermosa de todo el país. La reina quedaba satisfecha, pues sabía que el espejo nunca mentía.



Cuando Blancanieves cumplió los siete años, era tan hermosa como un amanecer, y mucho más que la misma reina. Al preguntar esta un día al espejo: —Espejito, espejito, dime una cosa: ¿quién es de este país la más hermosa? Respondió el espejo: —Señora reina, tú eres como una estrella, pero Blancanieves es mil veces más bella.


Al escuchar esto, la reina palideció de envidia y, con el corazón ceñido por el odio, mandó a un cazador que matara a la niña en pleno bosque. Pero cuando el cazador vio los ojos empañados y brillantes de la niña, prefirió no matarla y la abandonó entre unos matorrales.



La niña echó a correr temiendo que el silencio y la oscuridad del bosque la devoraran, hasta que descubrió una casa donde refugiarse. En aquella casa no había nadie, y todo era sorprendentemente diminuto. Había una mesa cubierta con un mantel blanquísimo, con siete minúsculos platos y vasos. Había también alineadas contra la pared siete pequeñas camas. Como Blancanieves estaba muy hambrienta, comió y bebió un poquito de cada plato y vaso y se quedó dormida en una de las camas.


Cerrada ya la noche, llegaron los dueĂąos de la casita, que eran siete enanos que excavaban minerales en el monte. Encendieron sus siete lamparillas y, al iluminarse la habitaciĂłn sintieron que alguien habĂ­a entrado.



Al clarear el día, Blancanieves les contó a los siete enanos cómo había llegado hasta allí, y ellos le ofrecieron quedarse en su casa el tiempo que necesitara.


La reina, entretanto, se acercó un día al espejo y le preguntó: —Espejito, espejito, dime una cosa: ¿quién es de este país la más hermosa? Y respondió el espejo: —Señora reina, eres aquí como una estrella, pero mora en la montaña, con los enanitos, Blancanieves, que es mil veces más bella. La reina se sobresaltó, pues sabía que el espejo jamás mentía, y se dio cuenta de que el cazador la había engañado.


Entonces la vanidosa reina bruja ideó un plan. Preparó una manzana de aspecto exquisito, con un veneno tan intenso que un solo bocado significaría la muerte de aquel que la mordiera. Se vistió de campesina y se encaminó hacia la casa de los siete enanitos. Llamó a la puerta y, después de que asomara la cabeza por la ventana, le dijo: —Me gustaría regalarte una de mis manzanas. Toma, te ofrezco una. Al ver la reluciente manzana, la joven no pudo resistirse, y no bien se hubo metido en la boca el primer trocito, cayó al suelo, muerta.




La reina la contempló con una mirada de rencor y, echándose a reír, dijo: —¡Blanca como la nieve, roja como la sangre, negra como el ébano! A ver cómo te resucitan los enanos. Y cuando, al llegar a palacio, preguntó al espejo: —Espejito, dime una cosa: ¿quién es de este país la más hermosa? Le respondió el espejo, al fin: —Señora reina, eres la más hermosa de todo el país. Solo entonces se aquietó su envidioso corazón, suponiendo que un corazón envidioso pudiera aquietarse.


Los enanitos, al volver a su casa aquella noche, encontraron a Blancanieves tendida en el suelo, sin que de sus labios saliera el soplo mรกs leve.


Con gran tristeza, la colocaron en un ataĂşd, y los siete, sentĂĄndose alrededor, la estuvieron llorando durante varios dĂ­as. Hasta una lechuza, un cuervo y una paloma acudieron a llorarla.


Sucedió entonces que un príncipe, que se había adentrado en el bosque, vio en la montaña el ataúd con Blancanieves y se quedó perdidamente enamorado de ella. Tal era su amor que los siete hombrecillos sintieron compasión del príncipe y le dieron el ataúd.


Pero ocurrió que en el camino tropezaron contra un arbusto, y de la sacudida saltó de la garganta de Blancanieves el bocado de la manzana envenenada, que todavía tenía atragantado. Al poco rato, la princesa abrió los ojos y recobró la vida.


Levantó la tapa del ataúd, se incorporó y dijo: —¿Dónde estoy? Y el príncipe le respondió, loco de alegría: —Estás en el bosque —y, después de explicarle todo lo ocurrido, le dijo—: Nada más verte me di cuenta de que te había estado buscando siempre. Me encantaría que vinieras conmigo a mi castillo. Blancanieves se enamoró de la mirada sincera y de la entrega de aquel príncipe. Y así fue cómo se marchó con él a palacio, donde celebraron una gran fiesta por haberse encontrado. Mientras tanto, esa misma noche la reina consultaba de nuevo a su espejo: —Espejito, espejito, dime una cosa: ¿quién es de este país la más hermosa? Y este le respondía: —Señora reina, eres aquí como una estrella, pero la reina joven es mil veces más bella.



—Zapato nuevo, zapato roto, otro día te cuento otro —dijo el hombrecillo del cuento que, metiéndose dentro del libro, cerró la tapa y desapareció. Luciana aún estaba impactada por todo lo que había vivido con aquel cuento. Quería que ya fuera mañana para poder enseñárselo a su amiga Clara y leerlo juntas. Por primera vez sentía que había soñado con los ojos abiertos.




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