La autoestima del profesor

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se han motivado unos hábitos de control, invalidación y negación a nivel interior consciente. Sin embargo, aunque se les reprima y bloquee, los sentimientos y emociones bloqueadas se quedan en el organismo del individuo e inmovilizan en el nivel subconsciente gran cantidad de energías vitales que se quedan sin utilizar. El profesor en cuanto educador tiene que ser consciente de la importancia de la libre expresión de sentimientos y emociones en la formación de la personalidad del niño. Debe estar capacitado, por su formación profesional y sobre todo por su situación anímica propia, para reconocer posibles dificultades de exteriorización de sentimientos de los niños que llegan a clase desde sus entornos diferentes y a veces hasta marginados. Necesita tener él mismo suficiente apertura comunicativa, capacidad de escucha y de empatía para poder aclarar sus propias reacciones a los mensajes que recibe de estos niños. Tiene que darse a sí mismo el permiso de validar sus propias emociones. No hay nada malo en sentirse irritado, resentido, frustrado, como respuesta a situaciones que tienen lugar en el aula y en la vida en general. La expresión de estos sentimientos no tiene por qué manifestarse de forma explosiva. Lo importante es reconocer que existen y es natural que existan, y actuar para solucionar los conflictos que están en la base de estas emociones. Para hacerlo tiene que ser consciente de su propia forma de ser, actuar y de relacionarse, así como del entorno y espacio familiar de donde proviene. Para ello es necesario poder reintegrar y reconocer en nosotros los sentimientos y emociones que teníamos bloqueados desde la infancia, y estar en proceso de revalidación de los mismos desde la perspectiva de su aceptación y reconocimiento actual. Recordemos que si no aceptamos nuestras reacciones anímicas por lo que son y no les damos espacio para manifestarse, continuamos creando bloqueos de energía que van limitando cada día más nuestra efectividad y equilibrio psicológico. Reconocer, aceptar y validar los propios sentimientos y emociones es parte de la labor de maduración personal del profesorado, que les puede permitir hacerlo, a su vez, con los niños. De los compañeros y otros educadores; como los padres, los animadores de tiempo libre y los mismos alumnos podemos recibir refuerzo, apoyo, feedback y comprensión, si nos atrevemos a pedirlos y si estamos a la vez dispuestos a darlos. Hay puntos de coincidencia de estas ideas pedagógicas en las praxis terapéuticas de la psicología humanística. El objetivo es el mismo: llegar a reconocer en nosotros la persona autorrealizante y, desde este reconocimiento, motivarnos a actuar desde este perfil, actitudes y aptitudes.

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