Autobiografia mercedes carbonell

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La artista Mercedes Carbonell suele escribir notas sobre su trabajo; es algo que le agrada y le ayuda a conocerse mejor. Hay ciertos textos escritos en diferentes momentos y que iré insertando para evitar caer en reexplicaciones que puedan deformar su pureza. Nótese que la artista se desinhibe con bastante facilidad. “Hay una característica interna en mi manera de ¿trabajar?, que se alza como característica principal. Es la adaptación personal a las circunstancias con las que mi vida en este punto se relaciona. Haciendo memoria puedo entresacar ejemplos de esta actitud, si bien entonces no era consciente de ese sentido de supervivencia espiritual. Tenía diecinueve años y vivía en Londres en una habitación donde sólo tenía que sacar el pie de la cama para abrir la nevera. Tanto la falta de espacio como el hecho de que mi medio de transporte de vuelta a casa sólo me permitiera llevar un equipaje no superior a veinte kilogramos fueron factores desencadenantes de la reducción de mi obra a medidas realmente austeras y durante dos años estuve pintando sobre diapositivas con rotuladores de colores, rayando la superficie con un alfiler y quemándolas con un mechero cuando me interesaba que las líneas que había rayado previamente se abrieran con el calor. El lugar de trabajo podía ser cualquiera donde hubiera una luz lo suficientemente potente como para mirarlas al trasluz. Los momentos interminables en el metro desde el restaurante donde trabajaba a “casa” se hicieron muy intensos. En el metro toda la iluminación era a base de cajas de luz. Cuando regresé a España, Barcelona más concretamente, lo primero que hice fue hacer que, no todas, sólo la selección de las mejores, me las perdiera un tal Guillemot, que organizaba exposiciones y tal… Fue entonces cuando vi el lado oscuro de este método… ¡eran tan fáciles de perderse! Desde entonces no he vuelto a hacer más trabajos en diapositivas. Probablemente sea lo mejor para mi vista. Otro ejemplo en el que soy consciente de la practicidad de mi obra es en una serie de cuadros en los que llevaba al límite el espacio pictórico como objeto práctico y de uso. Eran cuadros donde trascendía al lienzo todo el mundo de los juegos de mesa comúnmente representados en tinta y cartón. De ellos quisiera destacar un puzzle cuyas piezas estaban plastificadas y al montarlo cubría una superficie de un metro por uno noventa o algo así. Me fascinaba poder llevar una pieza de tales dimensiones en una bolsa. Recuerdo con afecto un día en que de repente me di cuenta de que llevaba en una bolsa de equipaje todo lo necesario para la eternidad. Siempre me han encantado los caracoles. El caracol es mi animal preferido, bueno, y la tortuga, pero menos. Mi abuela era belga y le encantaban los scargots. Un día estaba sentada enfrente de una piscinita con las tortugas de mi prima y creyéndose que eran para comer empezó a chupetear una, que murió a la semana. Mi abuela tenía alzheimer”. Su abuela murió hace unos años. El hecho de trasladarse a su estudio a vivir en plena etapa pictórica, con un hijo nacido en Londres tres años antes, la obligan a plantearse cambiar de método de trabajo: en el estudio no puede dormir con la toxicidad de la pintura al óleo. Esto, lejos de suponer una traba a su carrera hace descubrir que adaptarse a las circunstancias de la vida es una forma en sí de arte. Así, decide pintar usando una máquina de escribir. A raiz de una exposición individual en la galería Mar estrada de Madrid, escribe el siguiente texto:


“En estos cuadros mi método de trabajo es a base de mucho trabajo. No hay declaración ni significado claro; nada que decodificar o codificar. Son todos iguales porque fue lo más sencillo para distribuir las horas de dedicación. Se trata de hacer una aportación personal dentro de un espacio que entiendo ha sido olvidado por la generación de los métodos de reproducción técnica, así como un intento de relacionar los distintos modos de hacer de la mujer secretaria y la mujer artista. La idea de pintarlos a máquina surgió de la manera más simple. Mi trabajo anterior consistía en convertir el espacio pictórico en campo de juego y llevar hasta el límite la practicidad de la obra. Uno de estos juegos era una máquina de escribir hecha a base de cartas de lienzo plastificadas en la que se podía escribir lo que se quisiera. Fue esta obra la que me llevó a sentarme detrás de una máquina de escribir de sesenta centímetros de carro, introducir el lienzo por ella y pintar las cintas, que normalmente son de tinta, con óleo, por ser este producto de secado lento. Son cuadros en los que se puede cronometrar perfectamente las horas empleadas en ellos; esta es la razón por la que cada uno tiene un precio distinto a pesar de ser todos iguales. Sería muy divertido que los artistas cobraran por horas.

Cuando empecé a pintar a máquina, el estudio-vivienda que comparto con mi hijo de cuatro años, tomó el aspecto de una oficina. Al principio todo eran inconvenientes, tardaba muchísimo y me desesperaba, pero al cabo del tiempo, me di cuenta que podía estar más horas detrás de la máquina que del caballete, el cual se caía cada vez que mi hijo me lanzaba una flecha o un misil; no manchaba apenas ni los colores aclaraban al secar; podía hablar sola, por teléfono, ver la tele, reñirle a Pablito, me podía dar de comer y, si fumaba, de fumar; todo menos dormir y hacer punto. Además nunca importaba mi estado de ánimo, ni si hacía sol o no. Podía realizar la obra con interrupciones y dejar pasar lapsus de tiempo


sin que ello trascendiera al lienzo. Tenía también la tranquilidad de saber que si la cosa se ponía mal siempre me podría colocar de administrativo, gracias a la práctica adquirida. Un día desperté y supe que durante algún tiempo la única manera para mí de pintar iba a ser a máquina. Me gusta pensar que es posible dedicarse a la actividad artística en cualquier situación que la vida te plantee, sin que sea necesario romper con los quehaceres cotidianos”. La artista se encuentra pletórica, cree haber dado con la formula mágica. Pero a esa fórmula mágica le falta ligereza. La máquina de escribir pesa una barbaridad y no puede estar trasladándola de un sitio a otro. Es entonces cuando habla de los momentos de espera: Una de las situaciones que la vida contemporánea te plantea es la de “espera”. Empecé a contar los segundos y minutos, cuartos de hora y medias horas en que me encontraba de esa manera. Tenía que haber algo que pudiera hacer en esos momentos y que diera salida a mi capacidad creativa. Un amigo le dice que ha visto un lápiz bordador en el teletienda de Antena 3. La artista recorre El Corte Inglés hasta encontrarlo. De esa época recogemos los siguientes párrafos: Era lo mismo que escribir a máquina sólo que tenía la posibilidad de llevármelo a cualquier sitio con más facilidad: la parada del autobús del colegio del niño, la sala de espera del dentista, psiquiatra o ginecólogo, callista también, el banco, de visita a amigos enfermos… Empecé a considerar como gran arte la costura y a dotarla de connotaciones análogas a la pintura, a través de la realización de bocetos previos. De la misma manera infantil en que se plantea “dibuja y colorea”, supuse que si a la tela ya bordada le quitabas el hilo lo que queda era el dibujo a base de agujeros por los que había pasado el hilo. Así empecé a abocetar con el lápiz bordador sin meterle carrete de hilo, y la obra se iba formando a base de agujeros sobre papel blanco. Este tipo de obras me llevó a pesar en lo económico que resultaba dibujar a base de agujeros…; ¡no podía haber nada más barato! Divirtiéndome la idea, decidí explotarla un poco más. ¿Qué sucede con el papel sobrante que queda doblado detrás de la superficie en la que trabajas? Coloqué el papel blanco sobre uno negro y con una lija muy fina empecé a rayar sobre ese papel sobrante haciendo que el polvo resultante se fuera depositando a través de los agujeros sobre el negro, el cual tomó el dibujo en negativo. Para fijar este usaba adhesivo en spray. Durante esa época feliz la artista no deja de escribir. Parece estar justificándose a cada momento. La inseguridad sobre su propia genialidad hace que se descargue toda su interioridad en sus diarios. Esto le sirve. La artista está complacida. … y la falta de tiempo y poder de concentración son los factores que me hacen elegir métodos automáticos de trabajo, en los que la abstracción se consigue a base de pulsar una y otra vez la misma tecla. Es la actividad propia de la realización la


que realmente me interesa. Tanto la obra a base de escribir a máquina imprimiendo sobre el lienzo introducido por ella las letras impregnadas de óleo, como la de los desnudos dibujados con el hilo de una máquina de bordar responden al deseo de desarrollarme plásticamente a pesar de no tener las condiciones adecuadas de espacio y tiempo. Al mismo tiempo, el trabajo me hace cualificarme profesionalmente en tareas tan distintas como escribir a máquina o bordar. Todo se traduce al mundo de lo práctico; incluso al limpiar el polvo hago dibujitos con el dedo antes de pasar el paño y, si alguno queda bien, lo fotografío. Sin embargo en los textos posteriores empezamos a encontrar retazos de desilusión, la artista está criticándose a sí misma… … a veces pienso que es un tanto conformista porque no tengo nunca la sensación de riesgo y esto no me hace mucha gracia. La obra tiene al final un acabado un tanto esteticista que en última instancia contraviene el alma interior de ella. El mínimo esqueleto que llega al espectador es de tono “alegre ficticio”… Es por ello por lo que solicita una beca Banesto en 1992. Selecciono del texto de la memoria para dicha petición, la finalidad que señalaba la artista y así darnos cuenta del estado de ansiedad alcanzado: Necesito perder el peso acumulado en tantas horas de escribir a máquina o bordar. Por lo tanto quiero plantear una obra que unifique pintura y gimnasia. El primero de esta serie consiste en tender medio kilómetro de tela sobre una superficie lisa (probablemente el paseo del río Guadalquivir) y con cuerdas manchadas de pintura saltar sobre la lona a la comba de arriba abajo. Descansar y cuando la pintura esté seca repetir la operación. Pero esta obra no se diferencia en nada de la anterior. La artista empieza a preocuparse por el papel que representa el artista respecto a sí mismo. En el siguiente párrafo, algunas consideraciones sobre Duchamp la inquietan sobremanera: Me interesa mucho la preocupación que le planteaba a menudo Duchamp a Baruchello sobre cómo emplear el tiempo libre. El artista lo empleaba en ir a probar sus esquemas de romper la banca de Montecarlo. Me gusta mucho conocer la relación existente entre la vida cotidiana de los artistas y sus obras. Es como tener una idea “A” en la cabeza que funciona en el mundo exterior “A”. Cuando la idea “B” aparece, intenta hacerse un espacio propio, pero al no existir las condiciones para un mundo “B” este espacio no es posible… A la edad de 29 años, la artista deja de hacer obra que se adapte a su tiempo y a su circunstancia. Comprende que, aunque haya triunfado personalmente, hay una serie de cosas que se le han escapado. La exposición 100% en el Museo de Arte Contemporáneo de Sevilla, en la que participará junto a otra mujeres artistas, marca el final de una trayectoria donde el cuestionarse el que haya un modo femenino de creatividad o no le trae sin cuidado. Yo, personalmente, presencié como se inventaba un chiste: “Cuando un hombre quiere dedicarse al arte comienza preguntándose: ¿Qué es el arte? Pues bla, bla, bla… y ¿Puedo Yo ser artista? Pues


pssh, pssh, bla, bla, bla… En cambio, cuando una mujer se plantea lo mismo dice: ¿Qué es el arte?, ¿puede una mujer ser artista?, y por último, ¿Puedo Yo ser artista? Y ya no son sólo dos preguntas, sino tres”. La artista cae en una profunda depresión. Depresión que ella analiza en la siguiente selección de textos en los que llega a la conclusión de que su trabajo de tres años ha sido meramente terapéutico. Estaba un poco harta de condicionar de manera tan exhaustiva mi vida al arte; llegó un momento en que sentí que no estaba dejando espacio al factor sorpresa, me costaba muchísimo relajarme ¡había encontrado la fórmula mágica de hacer del tiempo algo casi elástico! Y, debido al estrés que esto suponía, se hizo absolutamente necesario olvidar “lo aprendido”. Por otro lado, me di cuenta que había estado dos años haciendo lo mismo, sí, desarrollándome como artista y como madre, pero haciendo lo mismo… Una tal Mara no sé qué decía que aunque la costura exhibe una continuidad de tareas creativas de la mujer, la costura podía ser un arma de doble filo, una forma de opresión así como una forma de expresión, tarea interminable que mantenía a la mujer en su sitio. Era injusto que mi vida influyera tanto en mi arte y que mi arte no influyera en mejorar mi vida. Las condiciones de ese mundo exterior “A”, no habían variado nada, seguía alquilando el mismo estudio con mi hijo viviendo en una tienda de campaña, sin lavadora, sin fregadero, yéndonos a bañar a la piscina, en fin bastante duro y un rollo. Las estrategias para reconciliar tanto mi identidad de mujer como la de artista eran válidas pero agotadoras. Quizás haya llegado a superar el “trauma infantil”, de haber conocido la historia del arte sin que se me nombrara ninguna artista. Al escribir estas líneas me planteo si quizás la obra que he realizado no tenga connotaciones terapéuticas, ya que mientras que cada artista puede experimentar una tensión entre tradiciones transmitidas y su propia interioridad, esa tensión es más bien una división absoluta en una mujer artista. Un texto sobre la biografía del artista suizo Ben Vautier parece abrirle los ojos: … luego, en la Galería de Juana había un catálogo muy completo que leí de pe a pa disfrutando mucho del hombre. Sin embargo, al cabo de dos o tres días noté que había una parte de su vida que recordaba más que ninguna y que me daba vueltas en la cabeza y me dolía incluir en su biografía. Se trataba del hecho de que a la edad de 40 años su mujer se hubiera tenido que colocar como secretaria para mantener el protagonismo de la artista. Imaginé entonces a mi hijo con quince años recogiendo vasos en el bar de su padrino para mantenerme a mí y me cogí tal cabreo que de la noche a la mañana decidí darle un vuelco a mi obra y hacerle una puesta de largo aprovechando mi talento de pintora. La artista cree recordar que en un tiempo pasado no se le daba mal pintar y que los artistas que manejaban el Azucena retrato con soltura no tenían problemas económicos graves. Rememora cómo en un


tiempo entretenía a sus amigos con caricaturas. Decide imbuirse en la realización del retrato al óleo. Selecciona una estudiante de Bellas Artes que pinta retratos y le ofrece su estudio gratis a cambio de que le instruya y le enseñe. Se llama Azucena y la encontraremos retratada en una imagen de esta memoria. Pasan los meses, día a día, sol a sol, trabajando por ese amor que emana de sí misma y que, sin embargo, no trasciende al lienzo. Los modelos que usa para su aprendizaje no se le parecen. De repente, un día, pintando al marido de su prima Esperanza, Ismael, se da cuenta que ya lo tiene, que está ahí: “¡Ismael, eres tú, el padre de mis sobrinas segundas!” – gritará. Empieza a informar a sus amistades de que tiene una profesión que se llama Carla de Orleans

“retratista” y empiezan a lloverle encargos, que realiza con entusiasmo.

Algo sobre su personalidad –necesita más cariño y afecto que el resto de la humanidad- hace que de vez en cuando, en el estudio de la artista aparezcan autorretratos, en los que no sabe muy bien qué está haciendo ni porqué.

Artista en la duda de permanecer o salir de su cuadro

Autorretratos en los que está pidiendo que se la mire, que se la aprecie. Su profunda soledad y una crisis de afectividad la harán


levantarse una mañana para ir a un estudio de serigrafía y encargarse 200 camisetas, 100 mecheros y 1.000 pegatinas como ésta.

Comienza la campaña “I love Mercedes Carbonell”.

Roberto Cabot, un artista muy apreciado por ella, le escribe una carte preciosa que publicará en el catálogo de la exposición “Territorios indefinidos”. “No veo otra manera de empezar estas líneas sino por “Querida Mercedes”. En base del tú a tú. Así que, querida Mercedes: Tu visita a Colonia hace unos meses fue una demostración de tu Arte. Seguimos invadidos por pegatinas declarando nuestro “lof” a Mercedes Carbonell y los que te han conocido no te olvidan.


Recuerdo tus bodegones hechos con máquina de escribir y los bordados que ví en Mar Estrada hace unos años, ambas series emanaban dedicación y cariño, una actitud entre la señorita decimonónica y la madre soltera moderna. Ahora las pegatinas, o más bien el derrame de pegatinas y los retratos. Pegatinas pidiendo que te quieran; autorretratos “antes y después” que nos enseñan cómo has mejorado y qué guapa te has puesto. También está el autorretrato frente al espejo, en el que controlas con aire preocupado si estas “querible” o si aún se puede retocar algo. En los retratos todos tus modelos te miran con simpatía y complicidad. Te imagino en tu casa rodeada de miradas simpáticas. Pienso que los artistas hacen arte para llamar la atención, para que se los quiera, o para que se los odie, lo que no deja de ser una forma de relación afectiva privilegiada. Contigo hay una fusión entre el Arte y artista que revela la relación entre Arte e identidad, entre Arte y afecto, que no se vuelve sentimental gracias a una especie de sinceridad desengañada muy hispánica. Es difícil ser sincero sin caer en la ingenuidad, como ser optimista sin volverse tonto. Los europeos del norte frente a la imposibilidad de la sinceridad o del optimismo y el aburrimiento del simulacro o del pesimismo suelen optar por el cinismo. Los españoles tenéis el “desengaño”. Si amar es ser uno con el otro, diluirse en el mundo y en los demás, eso es, a mi ver, lo que buscas. Y la búsqueda de esa unión con el mundo es lo que te recuerda que existes: “me quieren, por lo tanto soy”. Un abrazo, Roberto Cabot.


Los retratos por encargo no la llenan del todo. Sabe que hay algo más que no está diciendo. Se le han acabado las pegatinas, los mecheros y las camisetas. Un día, conduciendo, se cruza con un chico en moto que lleva la camiseta de “I love Mercedes Carbonell” puesta. Por poco tiene un accidente. “¡Soy yo, soy yo!- grita por la ventanilla de su Seat Ibiza. Esta ansiosa. Mira dentro de sí misma y no ve nada, mira al retrato por encargo que está pintando y ella no está. Decididamente, está en crisis de nuevo. Decide formalizar los trámites para conseguir un carnet de copista en el Museo de Bellas Artes de Sevilla donde la encontraremos pintando el cuadro más triste: “La Dolorosa” de Murillo.


Cuando lo acaba vuelve a su estudio y, completamente curada de sĂ­ misma, comienza una serie de autorretratos que la harĂĄn muy feliz y con los que cree estar desarrollando su espĂ­ritu plenamente.

Mercedes Carbonell, 1996









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