El renacimiento escultura de capiteles en época emiral: entre Occidente y Oriente, Patrice Cressier

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CT]ADERI\OS DE

MADix驴r AL-zAHRlt

voL.

3

c贸nooBA

L99T


CIJADERNTOS DE

MADINAT AL_ZAHRÁ'


SUMARIO .

ACTAS DE LAS II JORNADAS DE MADINAT AL-ZAHRA

AL-ANDALUS ANTES DE MADiNAT AL-ZAHRA S. GUTIERREZ LLORET L;r fornuciín de Tucltnlr dade la pu'iferia del Estado

Islámico

Pág. 9

A. MALPICA CUELLO - A. GOMEZ BECERRA "Donde n//n.¿/ dnÍe.t h¿bía entr¿da tn ejírcito..., E/ pob/arniento de la costa de Granac/a en el rnarco de la fornución del Estado lslátnico

Pá9. 23

V. SALVATIERRA CUENCA _J. C. CASTILLO ARMENTEROS E/ poblaniento ntral: ¿Histórico o internporal?

El

caso del arrol,o del Salado,

Jaín

M. ACIEN ALMANSA 'Utnar lb¡t Haf:ttn. Un problema

Pág. 47

bistariográfico

E. MANZANO MORENO 1 ernires: Fantilias ari¡locráticas

Señore¡

1,

A. CANTO GARCIA De la Ceca Al-Andalu a la de A[adtnat

soberanía

ltltejtl

Pá9.71

en

Al-Andalu¡

al-Zabra'

Pág. 97

Pág. 111

CHRISTIAN E\)rERT Precarsares de A'Iadlnat

a/-Zahra'.

de oriente 1' sa ceremonial

attlico

PATRICE CRESSIER Renacin¡iento de la esutlttu'a

El

entre occidente 1

Los Pa/acir¡¡ 0melas )t 'abbásie¡

de capiteles en

oriente

ALFONSO JIMENEZ La Qibla extrauiada

Pág.

la

I23

ípoca entiral:

Pág. 161

Pás.189

. CRONICA DEL CONJUNTO A. VALLEJO TRIANO Crí¡uca, aña 1991

Pás.213


ACTAS DE LAS DE

II JORI{ADAS

MADIxar nr-znunÁ'

AL-ANDALIJS ANTES DE MADIXAT AL-ZAFIRA


EL RENACIMIENTO DE LA ESCULTURA DE CAPITELES EN LA EPOCA EMIRAL: ENTRE OCCIDENTE Y ORIENTE PATRICE CRESSIER

esde hace unos pocos años nuestro conoci-

miento de la sociecl¿rcl andalusí preczrlifal ha progresado de fbrma espectacular, precisándose en gran manera aspectos claves de la transición que constituyen los siglos VIII-IX. Sin afirmar, por supllesto, que todas las cuestiones pendientes hayan sido resueltas, es cierto que nuevos enfoques metodológicos entre los que un papel cada vez mayor atribuido a la arqueología, y una mejor comprensión o explotación por parte de los hiscoriadores de los datos ofrecidos por disciplinas ligadas a aquélIa, tales como la ceramología, la numismática o la toponimia, han renovado totalmente la

problemática y contribuido a este progreso (1). Estos numerosos datos tienden además a ofrecer una ima¿¡en compleja, a veces incluso contradictoria, de ia sociedad paleoandalusí o "emiral" en piena transformación, lo que nos puede llevar a l-iablar de una segunda transición, momento que abriría la época califal propiamente dicha. En el campo de la historia del arte, la situación es bastante distinta, tanto en cuanto a la evo-

lución cronológica de la adquisición de los datos como al impacto de éstos sob¡e los análisis históricos. Respecto a la primera, en efecto, hay que feconocer un cierto estancamiento en la investigación a partir de mediados de los años ochenta después de una corta fase intensa y fructífera (2). Respecto al se¡¡undo, se trata desgraciadamente de límites debidos a 1a idiosincrasia de ia disciplina, acentuados, como veremos más adelante, por las

propias peculiaridades de

1as

piezas emirales con-

servaclas.

Los resultados básicos que prcsenrrremos

en

nllestra contribución a este coloquio sobre A/Andalu rtntei de Madrnat a/-Zabra-', no aportarán pues novedades importantes respecto a 1o que ya ruvimos oportunidad de comentar en anteriores reuniones dedicadas de forma más específica al capitel medieval y antiguo (3). Una vez expuestos estos resultados, lo que sí intentaremos será profundizar en dos aspectos importantes: la existencie

o no de una producción tipológicamente muy variada y de una verdadera efervescencia estilística en época emirai, puestas en tela de juicio por cie rtos investigadores (4), la existencia en el seno de

aquéila de copias fieles de modelos antiguos (corintios ante todo, a veces corinrizantes, excepcionalmente compuestos) interpretada como referencia po1ítica explícita.

Mucho más todavía que para otros períodos, el estudio de los capiteles emirales se enfrenta a una serie de limit¿ciones con serias consecuencias a lo largo de la investigación: se hace notar no sólo en las conclusiones de ésta sino incluso en el momento mismo de definir si una pieza pertenece o no a la producción considerada. Los principales handicaps son clratro. El primero es la casi inexistencia de decoración arquitectónica fechabie de esos siglos que no sean capiteles, con la única excepción de los pane165


les de atauriques de la Puert¿r de San Esteban (Báb

aI-Llzara') de la mezquita mayor de Córdoba. No obstante este inconveniente no deja de ser menor: en el ¿rrte islámico occidental e1 repertorio vegeral usaclo en la ornamentación parieral difiere casi

siempre clel, bastante más limitado, ele¡¡ido para los capiteles.

EI segundo, compamido con el esrr-rdio de los capiteles visigoclos, parriculerrmenre de Bética, es la desaparición total de los monumenros de origen, sienclo una vez más la mezquita mayor de Córdol¡a el único en haber liegado hasra nosotros. El noventa por ciento de 1os capiteles concernidas serán, pues, obras fi-rera de contexto, bien conservadas en museos o colecciones pamiclllares, bien reaprovechados en edificios posteriores. Evidentemente, la aproximación arqueoló¡¡ica .vertical" arplicable a estos írltimos, aLrnqlle ¿1pra para esrablecer cronologías relativtrs, r'ro bastará para fecharr con seguridacl las piezas dudos¿rs. En los museos nlrestro único recurso será el análisis esrilísrico con su conocida subjerividnd. La tercera dificultad, ol¡viamente inevitable, se debe a la naturaleza misma del ¿rrre emiral como transición entre las creaciones pre-islámic,rs -en este caso visigodas rardías- y el arte califal dueño ya de un vocabulario y de reglas ornamentales elaboradas, si no codificadas. La génesis y el desarrollo cle esta fase de cristalización (¿progresiva?) de lo que será el ¿rme islámico de Occidente en sentido amplio será ranto más difíci1 de reconstruir en cuanto que se acompaña de un corte cultur¿rl todavía no cuantificado, objeto -en orros dominios- de polémica. Por 1o qr-re concierne a la escultura monume nral, en todo caso, algunos indicios como e1 hecho de que no se haya recurriclo a creaciones propias en la mezquita de .Abd alRahmán I en Córcloba, llevan a pensar en una ruptura cronológic¿r basrante 1arga. La tradición hisp¿1no-romana tiene así b¿rstante posibiliciad de tener un peso por lo menos equivalente al de la

herencia visigoda, mienrras que deberemos pre-

guntarnos sol¡re lo ve¡osími1 de las influenci¿s orientales (or¿r islámicas ora bizantinas).

La cuarta limitación a la que aludimos es la imposibilidad de obtener datos comparativos procedentes del Magreb. Tanto en arqueología de campo como en historia del arre, e1 referirse a situaciones o esqlremas vigentes en una orilla del Mediterráneo permite muy a menudo esclarecer

t66

interrogantes pendientes en la orra. En este caso sin embargo, esta posibilidad nos esrá negada: en e1 Magreb al-Aqsa el uso generalizado del pilar en vez de la columna ahorró concebir capiteles (5); en e1

Magreb central

1as

posibles producciones de

Sedrata siguen desconocidas; en Ifriqiya después c'le una cierta ambigüed¿rd sobre los ripos iniciales (6), se recurre rápidamente al capitel de cuatro hojas angulares qlle vienen a envolver el cálatos; este tipo qr-ie irá ganando en esbelrez y generalizándose en todo el Magreb central, se mantendrá hasta los Hafsies y, con influencias europeas renacentistas añ¿rdidas, hasta la época moderna. Conviene resaltar que el con jr-rnto de estas

limitaciones nos impondrá, salvo excepción, una

gran imprecisión en la atribución cronológica de las distintas obras (7) dentro de un .período emi-

ral" que consideraremos aquí como sinónimo de VIII-IX, sin exclr-Lir necesariamente los primeros años clel reino de .Abd al-R¿rhmán III, pero con .la convicción que son muy pocas las piezas que han podiclo ser esculpidas en el siglo VIII. siglos

I. ALGUNAS CARACTERISTICAS DE LOS CAPITELES "EMIRALE.S" qr-Le

Expondremos a conrinuación los resultados suelen considerarse como válidos, en sus 1í-

neas generales, por Ia mayoría cle los investigadores qlre se han inreresado por el capitel emiral (8).

Sin repetir el conjunto de argumentos que nos 11e, varon a estas conclusiones, dado el espacio impartido acluí, evaluaremos el margen de fiabilidad de estos resultados y definiremos 1as zonas de incertidumbre en 1as que la discusión sigue abierta, así como los grancles ejes según los que se debería desarrollar, a partir de ahora, la investigación para que se puedan registrar verdaderos proÉaresos.

Tipos estructurales Se han podido definir doce tipos morfológicos o estrLlcrurales distinros, todos derivados de1 corintio y en menor medicia clel compuesro, pero con una evidente libertad de inspiración (fig. 1). Están representados en proporciones muy desi-

guales (desde un úrnico capitel hasra más de veinre

por grupo morfológico): compuesros; corinrios con una sola coron¿r de acanto; co¡inrios con dos coronas; corintio con tres coronas; corinrios con caulículos reducidos a una cinra vegetal; corinrios


con una corona y volutas interiores atrofiaclas; corintizantes con caulículos entrecruzados; corintizantes con tres coronas cle acanto; corintizantes con volutas en V; corintizantes con voluttrs en S; corintizantes con volutas en U; co¡intizantes con cuatro hojas angulares (fotos 1 a 10). Curiosamente, estos dos úLltimos tipos son a, la vez los menos representados (un elemento cada uno) pero de los mejor fechados. Más de la mitacl de estos tipos estructurales no están clocumentados en épocas anteriores. De hecho, esta variedad es muy superior a la de los capiteles romanos reaprovechados en la mezquit¿r de Córdoba y más toclavía a la cle los esqr-remas seleccionados por 1os escultores de época visigoda quienes reducen drásticamente el repertorio morfológico (que no estilístico). Observamos así, en el siglo IX, unzr ¡eal voluntad de innovación.

A pesar de esta varieclad, la superioridad numéric¿r de corintios y compuestos, y sobre todo, entre ellos, el peso relativo de 1as copias fieles de los modelos antiguos se pueden inter¡':,tettrr como un deseo de asumir Lrna corltinuidad (en parte fic-

ticia) más allá clel paréntesis visigodo. Detallaremos más adelante est¿r observación. Finalmente , e1 úrnico nuevo grupo qLre no es numéricamente testimonial es el cle los corintiz¿ntrs con tres coronas de acanto cllle se seguirá desarrollando bajo el Califato (foto 1). Mientras, las demás innovaciones

no tendrán herencia después del siglo X, lo qr,re quizá no deba sorprer-rder daclo que, también, son írnicos Éarupos que han podiclo sufrir una relativ¿r influencia visigocla (dobles volutas en U, 1os

etc. ).

Tipos de acanto Ante todo, debemos apuntar la ausencia

admitir lo verosímil de un¿r proiiferación de

los

tipos vegetales ¿r escala del cor-r jr-rnto de 1a producción esculpida en época emiral. Ar-Lnque una clasificación detallada de los distintos foilajes atribuibles al siglo IX queda por hacer (y debe constituir una prioridad de las futr-rras investigecir-rnes sobre el tema), se pueden hacer unas observaciones generales:

o Notaremos así que, incluso e n caso de copias del Antiguo (por ejemplo en las piezas del n¡ibrab de al-Flakam II -fotos 4 y 5-:),la hoja es alargada, relativamente estrecha, presenta una cierta rigidez (quizá heredada de las concepciones visigodas) y sus nervaduras axiales se mantienen rigurosamente verticales. . Con el acanto carnoso, de foliolos reclondeados, que en sus mírltipies variaciones constituye el Élrupo principal (compr-resto de1 museo Victoria

and Albert de Londres -foto 6-, capitel de Ia G¡an Vía de Granada, etc.), coexiste otro acanto con menos relieve y fbliolos más puntiagudos (algunos capiteles toled¿rnos, corintio del Museo

Arqueológico N¿rcional de Madrid, etc.). ¡ Los elementos de pasaje de un grupo a otro son numerosos y dan fe de ia homegeneidad global, subrayada por la frecuente coexistencia de formas vegetales distintas en una misma obra (corin-

tizante epigrafiado del Museo Arqueológico Nacional. corintizante con volutas en U del Museo Arqueológico Provincial de Granada, corintizantes con volutas en S de Córdoba -fotos 8 a 10-, etc. ).

c¿si

total del acanto liso. documentado sólo en un corintizante con volutas en V del Museo Arqueológico Provincial cle Granada (9), ausencia que no deja cie sorprender si se piensa en el papel fi-rndamental que tendrá esta forma vegetal bajo e1 Califato (con frecuente decoración de cletalle pintada) (

hecho de que la sola serie de lzr mezquita de Córdoba, cuya homogeneidad estructural y cronológica ha sido zrmpliamente demostrada (11), presente siete variedades de acanto (fotos 2 y 3) obliga a

10).

En cuanto a los acantos modelados, sLr extrema variedad ha sido, aclemás clel clasicismo de al¿¡unos cle ellos, uno cle 1os argumentos esgrimidos por parte de algunos investigadores para poner en duda la realidad de gran parte de la producción de capiteles emirales. Evidentemente el

Grupos transversales La gran variedad de capiteles atribuidos a la época emiral (o sea e1 siglo IX y principios del siglo X) no se debe interpretar como incoherencia artística. El carácter sólo aparente de esta heterogeneidad se puede mostrar procediendo a clasificaciones transversales, esta vez no sólo basadas en esqLlemas estructr¡rales, sino también en crite¡ios exteriores. Las a¡¡rupaciones resultantes nos ofrecerán información sobre 1os límites de validez de la atribución ¿r estos dos primeros siglos de alAnclalus del conjunto de piezas consideradas, así como, independientemente ya de toda considera161


ción cronológica, sobre las motivaciones que indujeron a 1a elección de tal o cual tipo de capitel (o incluso el recurso mismo a este elemento arquitectónico de qr-re sabemos que no resulta indispensable).

Ya tuvimos oportunidad cle exponer 1o que llamamos "grandes tendenciaso que vertebran la producción de capiteles emirales (12), pero volveremos rápidamente sobre ei tema. r Una cle aquél1as, bien es verdad, se confunde con un ú1nico tipo morfológico, el de los corin-

tizantes con tres coronas de acanto (foto 1). Son varias las razones de un tr¡ramiento a¡arentemente privilegiado por nuesrra pame hacia un grlrpo: es el segundo en importancia numérica después

de los corintios con dos coron¿rs de follaje, antes incluso que los compllestos; es uno de 1os que, ausentes en épocas anteriores, aparecen en el curso dei siglo IX; por último, es el único grlLpo conce-

bido en e ste momento que, no só1o perdura durante el Califato, sino que al,canza en 1a nrqrritectura de este momento, junto con el compuesto, un protagonismo casi exclusivo. Para nuestra aproximación ofrece gran interés el hecho de c1r-re por unx farre su lrorotipo romano pueda reconocerse dentro de la mezquira de Córdoba mism:r, y que, por orra parre, slr homogeneidad nos permita establecer comparaciones estilísticas con piezas de difícil atribución cronológica (tanto más en cuanro que esta I'romogeneidad se acomoda excepcionalmente de acanros .anómalos, o marginales, como el del capirel del ntibrab de la mezquita Qarawiyyln de Fez) (13). También atesrigua de forma pamicularmente llamativa la dificultad de captar la transición hacia las producciones califales. Por último, aunque sea sólo como introducción a los siguienres punros, conviene res¿rltar que esra dificultad se debe en parte a 1¿r coexistencia, a partir de la segunda mitacl del siglo X segLrramenre, de un acíinco espinoso desarrollando un verdadero encaje alrededor del cálato y de un acanro de carácter marcadamente clasicista o académico sorprendenre en

un tipo morfológico recién concebido. o Otro grupo (esta vez sí claramenre rransversal segúrn nuestra definición, puesro que reúne clos tipos morfológicos: parte de los corinrios y todos los corintizantes con caulículos reducidos a un cint¿r de foliolos), es el de la sala de oración de 168

'Abd al-Rahman II en la mezqr-rita de Córdoba (fotos 2 y 3); se singulariza por sef, pues, e1 írnico que se haya conservado en su contexto monumen-

tal primirivo, írnico, por 1o tanto, fechado con precisión. En é1, el tratamienro ciel corintio roma evidentes libertades respecro a1 modelo ac¿rdémico, mantenienclo incluso ciertos rasgos cle posible herencia visigoda. No obsr¿rnre no esrá aislado del resto de la producción contemporánea; sus acanros a pesar de su esquematizactón, enlazan clirectamente con elementos mucho más clásicos, inclui-

dos los capiteles proceclentes del mismo nibrab de 'Abd al-Rahmán II y reurilizados en el de al-FIakam II, mientras qr-re algunos de sus muy ca¡acterísticos ornamentos secundarios se vuelven a encontrar en piezas particlllarmente bien fechadzrs (capitel epigrafiado clel Museo Arqueológico Nzrcional, capitel dei Museo Arclueológico Provin-

cial de Granada, etc.). Quizá lo que más

nos

importe para el propósiro de esta contribución es ia localización de esre éjrupo en el edificio, clonde subraya, como hemos tenido oportuniclad de demostrarlo, el eje de la qib/a y el úlrimo tramo de la nave axial (fig. 2) (14). Resumiendo, e1 recurso al corintio e n el monumen¡o cle'Abcl al-Rahmán II sigue rres pauras disrinras y complem.nr,rrias: elaboración por primera vez de un corintio islámico, de concepción original aunque con rasgos técnicos visigodos y enmarcado en una tradición estilística clásica, y utilización de este corintio is1ámico en plrnros claves cle la organización espacial y funcional dei edificio; elaboración, como lo veremos a conrinuación más en deterlle , de piezas cl¿rsicistas para el ntihrab, punto base de toda la or¡¡anización arquitectónica cle la mezquitzr; - reaprovech¿rmiento cle los abundantes corin-

tios romanos exclusivamente como "tela de fondo" para ler jerarquización de los ejes arquirectónicos mayores, sin que, individualmente, ninguna de estas piezas tenÉla Lrn papel relevante peculiar (15). Este papel compiejo c1el capitel corintio en las dos principales fases consrr¡rctivas emirales de la mezquita de Córdoba, corinrio concebido con tocla eviclencia como emblemhtico de la tradición arquitectónica clásica, no puecle ser debido ¿r una

acumulación de casu¿riiclades sino qLre, a nlresrro parecer, se debe interpretar como la materializa-


ción de una referencia explícita al imperio romano, referencia historicista qlre elude tomar en cuenta el Estado visigodo inmediatamente anterior.

. El tercer élrlrpo transversal

que más nos va a inreresar aquí se define a partir de un criterio esriIístico y reúrne los capiteles obviamente clasicistas, copizrs fieles cle los modelos romanos (con todas las

reservas y lógica imprecisión que conlleva 1a noción misma de fidelidad a un modelo). Pueden ser, mayoritariamente, corintios pero también corintizantes de clistintos tipos (con volutas en S, con clr¿1tro hojas angulares, con caulículos entrecruzados, etc.), y en menor medida complrestos (fbtos ,i a 8).

Dentro de los más famosos figuran, por lo que se refiere a los corintios, los del wihrab de aIHakam II, el encontr¿rdo en le Gr,rn Vía de Granacla o algunos ejemplares sevillanos, y, para los

recientemente, para el corintizante con volutas en S de la misma mezquita (19). A. Díaz Martos para varias piezas de Córdoba y Sevilla (20). Similar es la posición científica adoptada por E. Domínguez Perela (en ruptura parcial con anteriores propuestas suyas) en un artículo de reciente publicación donde atribuye las obras clasicistas más logradas al siglo II y otras al siglo VI (lo que contradice totalmente lo conocido de la escultura visigoda y de sus raíces) (21), mientras, y sin embargo, acepta la existencia de series de corintios clasicistas islámicos principalmente sevillanos de factura bastante menos hábil (22). No deja de sorprender que, para contraponer a algtinos argumentos valiosos que el mismo avanza, este autor no haya tenido en cuenta otfos que nos parecen decisivos: el primero es el de las proporciones (2i); todos los capiteles que atribuimos a1

siglo IX son esbeltos, con una relación

compuestos, el del museo Victoria ancl Albert de Londres. l)entro cle krs cr¡¡intizantes, la imit¿rción de lo antigr-ro puecie acomodarse a ciertas libertades: como la aprarición de un rasgo suplementario de acanto en un corintio por otra parrc muy académico de1 Museo Arqueológico Nacional, la presencia de una inscripción árabe (corintizante de cuatro hojas angulares de1 mismo museo), o bien la presencia de un elemento decorativo propio del repertorio islámico (árbol de la vida en el corinciz¿1nte con volutas en S de ia mezquita de Córdoba, arcos entrecruzados en e1 corintiz¿lnte con volutas en U del Museo Arqueológico P¡ovincial de Gra-

altura/ancho máximo al ábaco siempre superior o igual a 1, mientras que para la inmensa mayoría de los capiteles ciertamente romanos, la relación H L es inlerior a I t24)l estas proporciones emirales anuncian por otra parte claramence las califa1es. El otro argumento es la existencia de elementos decorativos secundarios que, en la Península Ibérica, muy difícilmente pr-reden considerarse como preislámicos. Es el caso del árbol de la vida de ia cara lateral (curiosamente nunca representada) del corintizante con volutas en S de la mezquita de Córdoba (25) y otras piezas fundamenta-

nada, etc.).

Museo Provincial de Granada; es el caso también de la cinta de I'rojitas que bordea e1 cá1ato ciel primero, idéntica a la decoración del ábaco del capitel epigrafiado del Museo Arqueológico Nacional

Los capiteles clasicist¿rs emirales no suelen buscar referencias en proclucciones antigu¿1s de categoría mediana, sino que encuentran sus modelos en obras de calidad, alrnque pertenezcan aqué-

llas a grupos tipológicos muy poco extendidos. Veamos por ejemplo los antecedentes de los dos capiteles con caulículos entrecruzados del tnibralt de al-Hakam II: piezas cle Cherchel (Argelia) de principios cle 1a época imperial (16), o de la Puerta de la Marina en Roma, fechadas en ei siglo II (17). Tanto esta elección de esquemas a veces minoritarios como la perfección frecuentemente logracla en la talla y las técnicas empleadas en general han llevado a varios investigadores a atri-

buir a algunos capiteles clasicistas un origen romano: R. Thouvenot para los del nibrab de Cór-

doba (18),

M.' A. Gttiérrez Behemerid,

más

les como el corintizante con volutas en U del

(26).

A estos argumentos objetivos, se añade un tercero más sr-rjeto a interpretación: el acanto de 1os capiteles emirales, incluso cuando el modelado de las hojas se hace carnoso, tiende a caracterizarse

por Lrnas nervaduras axiales verticales muy rectas, sin la divergencia hacia arriba marcada en gran parte de las obras romanas. Esta característica se conjuga, en algunas ocasiones, con un tratamiento de la base de las l-rojas qr-re llega en ciertos casos a enlazarlas con un movimiento encorvado de los bordes, tratamiento frecuente en las obras visigodas como lo subrayó S. Noack (27) y presente, de hecho, en piezas publicadas por e1 mismo E.

t69


Domínguez Perela como emirales (28). A1 igual

como referencia política) (32), es imprescindible

que casi todos los investigadores interesados en el tema, creemos pues que no hay suficientes razones objetivas para dudar de que buena parte de la prodr-rcción de capiteles clel siglo IX (en los grandes centros urbanos por Io menos) ha seguido modelos

plantear la misma cuestión bien para la época

clasici stas.

Lo que sí reconocemos con E. Domínguez Perela es la necesidad de un¿r actitlrcl críttca (29). Sin embargo, nos parece cada vez más que, salvo excepción (30) ésta no debe llevarnos a considerar las piezas cle mayor importancia, objeros de la discusión, como romanas sino que, todo al contrario, hay que plantearse 1a posibilidad de que, en algunos casos, se trate de obras califales. Es lo que puede ocurrir con piezas como los corintizantes con volutas en S de la mezquita de Córdoba y del convento de Santa Cl¿rra: dado que ni sus proporciones ni la naturaleza de ciertos de sus motivos clecorativos permiten atribuirles al ámbito cultural preislámico, y si, en cambio, se considera que en el siglo IX e1 nivel de1 desarrollo técnico-cultur¿rl no es compatible con la eiaboración de obras de tal calid¿rd, entonces el Califato sería el único momento clurante el que no sólo la eficacia de los talleres puede ¿¡enerar tales obras sino que encajan ellas en el pro¿¡rama de decoración arquitectónica rigurosamente planificado por el poder; hecho que vendría a confirmar la relación entre el acanto cl¿rsicista utilizado en las piezas concernid¿rs (o una de las otras formas vegetales adoptadas) y otros, en su estado ya evolucionado, de la serie de corintizantes con tres coronas de acanto. Tanto los inventarios en curso en colecciones privadas de Córdoba y en monumentos poco conocidos del público (31) como ejemplares atípicos encontrados y conservados en Madlnat al-Zahn' pueden ¿lpoyar e1 sentimiento de que los escultores del siglo X han sabido elabo¡ar formas, bien es cierto que numéricamenre minoristas, a1 margen de las producciones estereotipadas mejor conocidas.

II. EL RECURSO A MODELOS ACADEMICOS CLASICISTAS : ¿TRANSICION ESPONTANEA O REFERENCIA POLITICA?

Si se quiere dar un carácter definitivo a una de las principales conclusiones a las que llegamos respecto a la naturaleza del capitel emirai de alAndalus (recurso privilegiado al corintio canónico 170

inmediatamente anterior, posible transmisora de esta tradición arquitectónica, tanto en la Península Ibérica (en este caso todavía cristiana) como en la cun¿r de la dinastía omeya andalusí (Siria y Palestina); bien en ámbitos culturales distintos pero contemporáneos.

En un primer momento y se¿¡ún los datos comúnmente admitidos sobre el arte visigodo, no parece necesario tom¿1r en cuenta 1a prodricción de capiteles inmediatamente preislámicos en la Península: el corintio siempre aparece en slr versión adaptada a la nueva estética dominante, excluyenc'lo todo intento de copia fiel cle 1os modelos romanos (j3). Idéntico fenómeno se produce, con matices, en la arquitectura astlrriana G4). Mucho más provechoso va a ser interro¡¡arnos a propósito de otros tres ámbitos político-cultura1es: el omeya de Siria y Palestina posible antecedente-. el mozárabe fue ra de ¿rl-Andalus -en parte contemporáneo del Emirato o inmediatamente posterior-, el carolingio -por ser éste imperio el úrnico Estado cristiano occidental realmente comparable con el Estado omeya de Córdoba-. A. Los capiteles omeyas sirio-palestinos: una doble continuidad

No se trata aquí, por razones históricas obvias, de encont¡ar paralelos a 1a producción cle capiteles en la Córdoba del emirato omeya, sino de confirmar la nula influencia de estos antecedentes potenciales en las realizaciones andalusíes de este tiempo, así como interrogarnos sobre la presencia y el papel de las formas clasicistas, si es que existen, elaboradas para los clue son monumentos claves del Islam oriental. De hecho, la ausencia casi absoluta de estuclios temáticos o monográficos sobre el capitel omeya de Siria y Paiestina (con la notable excepción de la mezquita de al-Aqsa en Jerusalem) (35) no será un obstáculo a nuestra aproximación, pues ésta se limitará a dos aspectos concretos suficientemente significativos: uso o no del corintio, existencia o no de formas clasicistas.

A la primera pregunta se le puede ofrecer un¿r contestación clara: el corintio está presente en los principales monumentos religiosos de la primera


época, bien el de la Cúrpu1a cle 1¿r Roca

(69t), bien

mezquita de Damasco (36). Sigue presente en ediflcios aúlicos sin que tengamos por desgracia más información sobre su distribución en e1los como Miatta (c. 143) ( j7), pero da paso casi en

1:r

siempre a formas corintizantes (Muwaqqar, c. 122; Jirbat al-Mafgar, c. 718) (38). Lo que sí se mantiene es el uso generalizado del acanto en la decoraciór-r pzrrietal de estos palacios (MSatta o Qcsr al-Flryr al-Garbi, c. 72i) (39). En rodo caso, la forma adoptada por esta especie vegetal nunca dela de ser la oriental. cspinose, que sr impone también, c¿lsi exclusiva, en los capiteles bizantrnos (fbto 1 l). Por otr¿r parte, a finales del siglo VIII, el corintio canónico se abandon¿r casi totalmente crr fávo¡ de form¿rs igualmente inspiradas por Bizancio (en cllanto a proporciones y ciertas elecciones morfológicas como el tronco de pirámide inve¡tido) y por el repertorio de origen sasaní (vocabulario decorativo añadido) (foto 12). Este fenómeno no l-iará mzís clue acentuarse como es lógico con el califáto abbasí, dur¿rnte el que, por otra parte, tiencle a hacerse m¿ís limitado el recurso mismo al capi

tel.

En sumar, si el siglo VII omeya or.iental no introduce ninguna ruptllra con respecro a las épocas anteriores en cuanto a la utilización del capitel corintio ni tampoco a la del acanto clásico en general, este vegetal interviene siempre bajo su fbrma oriental espinosa adoptada ya por el mundo bizantino (,i0). Se trata, pues, más de una conrinuiclad estilística regional que de una clara fidelidacl política marcacla por una referencia explícita a modelos anteriores, y donde 1a cita consciente de Bizancio no va mucho más allá de finales clel siglo VIII. Esta huella clásic¿r irá cliluvénc'lose por un constante flujo de elementos cle traclición sasaní, marc¿r de una segunda continuidad esta vez a partir de modelos francamente orientales.

B. Los capiteles mozárabes: ¿entre al-Andalus y Bizancio?

Nuestro conocimiento de la arquitectura mc:¡zárabe l-ra progresado por etapas, cronológic,rmente distantes, durante las que las investigaciones se desatrollaron segúrn enfoqr-res metodológicos e icleológicos diferentes, si no contradictorios. Es la obra, ya antigua, de

M. Gómez-Moreno (41)

la que proporcionó Ia primera visión global cohe-

rente de esta corriente artístico-religioszr. Siguió siendo base inevitable para trabajos posteriores. No obstante, a pesar de algunos intentos sintéticos quizá prematuros (42), quedaba por profundizar en La comprensión de los distintos componentes de aquella arquitectura, del papel relativo cle cada uno de ellos y de su evolución estilística y funcional.

Por lo que concierne el capitel, las investigaciones recientes de S. Noack (43) han supuesto un

enorme progreso en nuestra percepción de este elemento constructivo, del que sabemos que añade a su función propiamente arquitectónica la cle soporte de un mensaje ornamental concreto. Disponemos ahora de una verdadera síntesis, imprescindible en el momento de establecer comparaciones con otras producciones contempofáneas pero procedentes de ámbitos culturales distintos.

Acluello no impide que, más concretamente, la comparación entre capiteles emirales y mozárabes (tanto en cuanto a su concepción morfoiógica como a su modo de utiiización) se haga difíci1 por dos hechos neÉlativos. El primero es 1a ausencia en al-Andalus de iglesias, documentadas arqueológicamente , que no sean rupestres (,14): ¿Estamos en

derecho, pues, de suponer que, en medio urbano

sobre todo, la concepción de1 capitel cristiano haya sido muy distinta del islámico? ¿Tuvieron, incluso, los Cristi¿rnos necesidad de elaborar capiteles cuando, a 1o mejor, siguieron utilizando para fines clel culto edificios paleocristianos o visigodos (como parece haber sido el caso en el gran edificio romano polémicamente descubierto hace poco en Córdoba)l' El segundo hecho es la fecha relativa-

mente tardía de las iglesias mozárabes edificadas en zonas de dominio cristiano: todas, en efecto, se erigen despr-rés de 890 y la gran mayoría después de 9I2, es decir la llegada al poder en Córdoba de

'Abd al-Rahmán III, momento que corresponde

a

la fase inmediatamente precalifal.

No obstante, a partir de estas series concebidas y realizadas fuera de1 mundo andalusí pero por

artistas o artesanos recientemente emigrados del Estado cordobés. como es el caso (tardío bien es verdad pero perfectamente documentado) de San Miguel de la Escalada (foto 13) ét), podemos definir los grandes rasgos de la producción mozárabe de capiteles. 171


Hay que apuntar ante todo el recurso preferencial al corintio y, en menor medida, a los corintizantes, a costa del compuesto, en clara similitud con la escultura emiral. Al contrario del corintio emiral, sin embargo, el mozánbe nunca trata de imitar a ias formas clásicas; se limita a inspirarse en ellas y, más concretamente, en sus avatares orientales, por el uso sistemático del acanto espinoso. Curiosamente, a1 buscar más detenidamente creaciones orientales similares, ocurre qlre aquéllas no son las bizantinas del siglo IX, sino más bien sus antecedentes siro-palestinos de los siglos V-VI, permaneciendo este iriatus sin explicación clara todavía. No nos debemos sorprender de esta falta de voluntad de recurrir a modelos romanos: al contrario del arte emiral y sobre todo califal, el mozárabe no necesita reclamar de un antecedente político concre¡o, sino que tiende buscar sus lógicas referencias en el ámbito contemporáneo de la misma confesión, sir-r por lo tanto renunciar a elaborar sol uciones sincréric¿s propias. Dentro de los emirales andalusíes, los capiteles mozárabes recuerdan casi únicamente a los de

la mezquita mayor de Córdoba: por el tipo de contacto entre follaje y cálato, y por e1 poco relieve de la talia; aunque exiscen puntos comunes más difusos, como el uso del trépano y el recurso a algunos motivos aislados procedentes de los modelos visigodos de Bética (nunca de los del interior de la Península). Cuando existen influencias cl¿r¡as y directas de capiteles islámicos sob¡e los mozárabes, éstas son más tardías, de época califal, como por ejemplo en las piezas de estuco de San Millán de la Cogolla, aunque la introducción de temas decorativos cordobeses placados sobre formas asturianas se documenta antes. en San Salvador de Valdediós ffoto 14) (46). Quizá convenga recordar, para conciuir, que esta escuela mozárabe no duró más que la generación de emigrados que fue en su origen, y que no tuvo casi influencia posterior. En esto, la suerte del corintio mozárabe es peor que la dei corintio emiral clasicista que perdurará, é1, en el arte califal, en número reducido, limitado casi exclusiva-

mente a algunos conjuntos monumcntales (Madrnat a|-Zahra') o a algunas funciones concretas (capiteles de pilastras).

r72

C. El clasicismo de los capiteles carolingios:

una opción política EI recurso por parte de los arquitectos carolingios a 1a fiel imitación de modelos romanos dentro de 1a decoración arquitectónica en general, y por 1o que nos concierne más directamente aquídentro de la escultura de capiteles, ha sido subrayado reiteradamente por 1os investigadores hasta e1 punto de haberse convertido en casi un tópico (,17). No obstante, en el marco de est¿r contribución, no deja de ser útil recordar algunos de los caracteres que acloptó esta política de referenci¿s conscientes al mundo de la Antigüedad. Cronológicamente, la fase de las grandes construcciones carolingias es bastante corta, ya que va desde finales del siglo VIII hasta mediados de1 siglo IX, es decir corresponde en al-Andalus en gran medida con el período emiral y cubre crsi exactamenre las dos primcras etapas consrrrrcrivas de la mezcluita de Córdoba (respectivamente la de

'Abd al-Rahmán I en 785 y la cle 'Abd al-alRahmán II en 845). Sin embargo, a diferencia de lo que parece haber ocurrido en la Penínsuia Ibérica tanto crisriana -es decir en el reino asruriano (omo r(( i(n-

temente conquistada, existieron al Norte de los Pirineos numerosos antecedentes a esta corriente clasicista del siglo IX; para la Galia meridional por ejemplo, se ha puesto de manifiesto la actividad muy temprana (siglos VI-VII) de talleres dedicados a la escultura de capiteles de mármol, sobre todo corintios y corintizantes, de buena factura (48). En estas condiciones, no hay más que adherirse al sentimiento general: al fin y al cabo, lo que se llamó el Renacimiento carolingio se expresó menos por el mero hecho de recurrir al repertorio

ornamental de la Antigüedad clásica, el que en Galia quizá nunca había desaparecido del todo, que por una mayor comprensión de esta decoración arquitectónica y una mejor aptitud a reproducirla directamente. Lo que era en época merovingia sólo una oportunidad de enriquecer por imitación su repertorio, se hace bajo 1os Carolingios una investigación deliberada (49).

La mayor manifestación de esta voluntad es, sin lugar a duda, la capilla palatina de Aquisgrán donde la referencia al contemporáneo imperio bizantino es omnipresente (organización de los


espacios, uso de la cúpula, utilización del mosaico

y de ciertos elementos decorativos) pero donde no se excluye otr¿r referencia igualmente ostensible, esta vez ¿r la Roma clásica, hecho que cobra más significación todavía por e1 largo hiatus cronoló¡¡ico entre Lrno y otro imperio. La cita más explíci-

ta en este monumento construido en el primer tercio del siglo IX, es el reclrrso casi exclusivo a capiteles corinrios (fotos 15 y 16) y la presencia tanto de los modelos clásicos como de sus propias copias en estuco. Ya no se trata sólo de un fenómeno de renacimiento sino más bien de un verdadero deseo de restauración política. Tal mensaje se documenta también a finales del siglo anterior, por e jemplo en la abadía de Lorsch, con una espectacular serie de compuestos clasicistas.

pueda clebatir todavía y sr-r cronología extenderse a veces hasta el ¡,rimer cuarto del siglo X, 1a existencia misma de estas series clasicistas es manifiesta. Lo espectacr,rlar del fenómeno de renacimiento

aludido ha hecho que haya sido descrito hace ya años (i0), pero la profundización de las investigaciones recientes han permitido progresar b¿rstante

más en sll comprensión, en 1a definición de sus

manifestaciones y en el teconocimiento de sus causas. En todo caso, conviene resaltar que tal fenómeno artístico no puede, de ninguna forma, ser casu¿rl y que se debe a una elección determinada: la sofisticación a la que se llegó en ias dos primeras mezquitas cordobesas de'Abd ai-Rahmán I y 'Abd al-Rahmán II en cuanto a distribución de capiteles demuestra que éstos se concibieron como

CONCLUSION Queremos concluir estas breves consideracio-

nes a propósito del capitel emiral recordando algunos de los resultados cuyas consecuencias, ya no só1o at¿rñen a la definición de la génesis de1 programa arquitectónico del Califato, sino también a la comprensión de la postura adoptada por el Emirato respecto a los Estados que le precedieron en la Península. El primer resuitado, expuesto en otras ocasiones, concierne a1 papel de crisol de la escultr,ira emiral respecto a la califal. A partir de una efervescencia creadora durante el siglo IX (tipos morfológicos, formas vegetales), se decanta desde finales del primer cuarto del siglo X una producción mucho más codificada que reduce drásticamente su repertorio morfológico e intensifica la sistema-

tizaclón del vocabulario decorativo.

Durante esta primera fase de la escultura monumental andalusí, si bien se manifiesta esporádicamente la adopción de tipos estructurales de influencia visigoda y la perduración de algunos caracteres de técnic¿r cle labrado de la misma época

(entre otras en la írnica serie conservada en

su

monlrmento de ori¿¡en: la mezquita de'Abd al-alRahmán II en Córcloba), asistimos ante todo a un verdadero renacimiento de fbrmas vege tales, copias de Ia producción romana, aplicadas a tipos morfológicos igualmente antiguos, principalmente corintios o en algunos casos versiones del corintizante, rescatadas del olvido o bien reelaboradas. Aunque su evaluación clrantitativa exacta se

elementos esenciales de un verdadero discurso arquitectónico. Si el Califato ha sistematizado (y en cierta manera simplificado) este recurso referencial al acanto en sus distintas versiones (51), este afán didáctico le es anterior; el Emirato, posiblemente no antes de'Abd al-Rahmán II, manipuló también esta forma vegetal decorativa para la elaboración de un mensaje arqr-ritectónico propio. recordándonos por si hacía falta qr-re, decididamente, ninguna arquitectura oficial es inocente.

No deja de sorprender que una dinastía osre nsiblemente oriental como la de los Omeyyas haya buscado para esta restauración clasicista fuentes de inspiración exclusivamente occidentales, con excepciones escasas y muy localizadas. Además, en época emiral no tenemos todavía indicios de que se haya procedido, como más tarde en la decoración parietal de Madlnat al-Zahrá' , a una teinte¡pretación y adaptación de motivos del repertorio floral abasí (12). Así pues, el único paralelo de la postlrra adoptada por el Emirato, en total pero lógico contraste con -por ejemplo- las comunidades marginadas o emigradas mozárabes, es la documentada en el Estado carolingio, con la peculiaridad añadida que no podía beneficiarse como éste último de una traclición anterior casi conrinLla.

Si, efectivamente, 1a imagen de una referenci¿ al imperio romano, olvidando el "paréntesis" visigodo, sale reforzada de tales observaciones, sería absurdo reducir el discu¡so político del emirato cordobés a tal elemental enunciado. Nuestra contribución, recordémoslo, concierne un sólo aspec-

r17


to, significativo pero puntual, de la expresión cultural de esta época y debe ser considerada como un elemento entre orros que verrer al debare sobre inicios de al-Andalus. Mientras tanto, se deben potenciar las recolecciones sistemáticas cle datos, parricularmenre en Andalucía (Córdoba y Sevilla); sólo esta posibilidad de trabajar sobre corpus racionalmente concebidos y ampliados permitirá dar un nlrevo paso en el conocimiento del arte emiral, de su emergencia y también de la herencia que dejó al califaI. 1os

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tlt


I.üOTAS

L Remitinos, para confirmar nuestra afirmación, a tenras cle

l¿rs

los clemás cont¡ibuciones a cste mismo coloquiu.

2. Domínguez Perel¿ 1981, Cressicr 1981, Domínguez Perela 1!8/+, C¡essier 1985, ¿sí como Cressier l!!O y Domínguez Pereia 1990. Recci¡clar

1¿

cele-

bración dcl coloquio E/ Cdltittl Prerronuir)co e l.¡/áttito eu /¿ Puí¡t:rl,t lbíiu (s:. Vl-XIII de ma¡zo de 1!8r. Para una reconsicler¿cicjn den¡ro clc un marco cronológico mís

anplio: Cressier, r\farinetto Sánchcz, en prensa.

3. E/ Capittl Prerrotnítin e Isl¿h¡¡icu tt¡ /d P¿nín:r/¿ Ihiriu (ss. \/l-XlI). M¿clricl 19117, organizado por la Casa de Veláz el InstitrLto Arqueológico Alemán, el Insri¡uto FIispano Arabe de Cultura y el MrLseo Arclueológico Nae ro-

c1uez,

nal, prLblicaclo bajo el título: Cu/aqttio Itt*t¿tio¡ta/

¿1t

Cd1)irt/tr Corirtjo.¡ Prerrottáujcos c Is/¿it¡¡icu: l.rr. \¡1-X1l r/.C.1, Madrid (Ministerio cle Cultura). lc))O; Col/oqtt Ir!ent¿t/iutt¡/ " L ac¿utLt dats /tt :nt/pttre ¡rchif¿ctlr¿la. r/t 1 t\nriqtití ,) /t R¿t¡¿i.¡¡ant", Pa¡ís (C.T.ILS.), 1991. La cliscrLsión cienrífica acaba cle reacrivarse a partir de la hipótcsis cle la ¡rrolongacirín en plena época "eniral" de firrmas clecora¡ir'¿s otroril crinsider¿das como estLictamen te visigodas:'forres, BoiEa, Lopes, Passinhas cia Palma,

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rll

lX'l

'-rr,

Pe¡e 1¿ 1990, láms. 1 y 2. Sobre la importancia del estuclio cle las proporciones: l)omínguez Perela 198j. Véanse los capiteles rornilnos de la mezcluita de Có¡doba: (-ressier 1985, pp..306 107. Cressie¡ 198.1, flg. 23a; Cressier 1990, fig. 2O; Ia presen cia cle este elemento sobrc- el capirei controvcrticlo no está siquiera mcncionaclo por l)omíngucz Perela, 8., (L))2. ¡t 10!). La misma oLn¿mentación vcr:etal exisre en un capitel de Córdol¡a: Dí¿z Martos I 9¡it, p. 270 1' Crcssier

Domínguez

h¡.i¿

el pilar (Terrasse 1968). En el n¡isnro mor¡enro, centros menores como Nakur recLrrfen al soporte cle mader¿ (según al Bak¡r: Cressier 1990, p. 89). L<¡s primeros crprteles marroqLLíes clocrrn¡entados, v alue no sean importados <lescle al-Ancl¿lus, son del siglo XI (Cressier, NI.Lrinetto Sánchez , L99l). L¿ teo¡ía de Nlarcais, G., (195.i) sobre el capiteL co¡rto como antececlente clei capitel dc cuar¡o hojas de Ifriclrlr sigrLe sin ser probacla cle frrrma convincentc. En su esrudio cle krs capitelcs cic la mezclLLita mryor de Qairawan, N. Ilarrazi, evoca 1a posibiliclacl cie copias de ios nroclelos L¡izantinos y rorn¿nos tardíos reaprovechaclos en el monumento, sin argLLrnento clecisivo (Harrazi l9ti2). Ver Crcssier 1990. E1 corpus c'le capiteles posiblementc er¡irales clue sirvió de b¿se a nuesrro estLLClio publicado en 198:i-il1 (Cressier l9ti 1 y Cressier 198i) se ha completado con algunas otras piezas corclobesas (Cressie¡ t!!0). No obstante se le debe añadi¡ ¡anrbién algLinos capiteles seviLL¿nos presentados por E. l)onríngucz Pcreia (1990), mientras clue la crono logía de algunas obras toleclan¡rs se clebería analizar con a¡cnción (Delgackr Valero 1987, 1ím. X.'a XIL''). Un eLcmento aragonés atípico ha srdo publicacio recientemente (Cab¿ñero Subiza 1992, fig. 26, p. 71). Por írltimo, piczas sin cluLcla ernir¿les siguen pertcnecienclo a colecciones privadas cle Córclol¡a, en cLrrs() de inventario. Con todo, este ¿Lrrnenro del nírn¡ero de piezas posiblemente emirales no p¿rece clue deba nrocljficar las grandes líneas dc las conclusiones avanzad¿s en ¿nteriores pLLblicaciones. Crcssrer 198i. lám. r lf . El trat¿miento de superficie (csrucado v decoración pintacla) clc los capiteles de acanto liso cn época caliial y taifl no ha siclo objero cle esruclio sistenrático. Sobrc los capite,

rrr

t¿mbién Domínguez Pcrel¿ 19U1. Crcssier 1990, pp. 92-9i; Cressier, Marinetro Sáncirez

Fez es un

cLaro ejempkr de La preférencia cle los consr¡tLctores

!iO. Sobre la

evolución clel acanto duranre el primer artc anclalrLsí,

.

4. ConcLetamente: l)omíngucz Perela 1990. 5. La f-ase zencta cle Ia mezcluita Qarawiyyin en

tipo ric ampliacrón de al-Hakam 1I en Ccjrdo

rrr Fsrrr , \\ r..¡k l,r¡1,1,ím. '1.. 11. C¡essier 198'i, fig. 10, p. 2.ifi, Iáms. 7! y h¡.

qLre estils dos úrlrim¿s

prLblicaciones d¿n cuenra cle trabajos anre¡iores a

1991

les de este

26

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1990, tis. 19. NLrestro interés en los elementos secunclarios cle la ornanentación cie los capiteles como criterio de claración ha sido explrcsto miís ampliamentc en otras ocasiones (Cressier 19ti5, pp. 103 lOi); no es especialmente novecloso: en 1917 ya, Dirnand, M. S., había llamado la arención cle los i nvcstigadores sobre estos problemas. Noack 1985, F. 1 (r l. Domínguez Perela 1992, lámina 1c. Ver C¡essier 19U5, iig. 31, p. )00. Dentro cle estas exce¡rciones, algunos capitcles r¡al c¿r¿cterizados evocan lbrmas fecharlas, en orros ámbitos geogrírficos y culturirles, en la Anrigiieclacl tardía (C¡cssier 1985, lám. 66a), o bien invitan a proiundizar sus posibles

relacioncs con producciones cristian¿s de la alta Eclad Media fuera cle ¿l Anderlus (Cressier 1985, iám. (r!c ¡ror e _11

jemplo).

Inventario en curso por Cantero Sos¿, M.. Ver por ejemplo piezas clel convento cie las Capuchinas o clel convenro de Santa -Nlarta.

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Otras, como la prolifiración de los tipos morfblógicos cr como las c¿rracterísticas clc la c'listribucrón cle Los clistinros tjpos cn LLn mismo monumento, n¡erecerían también un cstuclio comparativo. Sobre este segundo fenírmeno ver por ejernplo Vergnolle 1!!0. Ver por ejemplo la ol¡se¡vación cle H¿uschilc], Th., 1990, p. l1: uEs significarivo para la época visigocla clue esrc moclelo de capitel clásico, clue aparecc en el siglo VII no llega a ser acaclémico". Sob¡e el capitel visigodo en la


Península, ver (entre otras numerosas publicaciones parciales): Schlunk 1947, Schlunk, Hauschild 1975. Ver también nuestras obse¡vaciones sobre los capiteles visi¿4odos reaprovechados en la mezquita de Córcloba (Cressier 1

13.

Ver ante todo Noack 1985, Noack-Haley I99O y 1991. Las conciusiones de Noach-Haley, S. han sido recientemente puestas en tela de juicio por Domínguez Perela, E.

44.

Ver, para And¿lucía, el conjunto de las investigaciones de Puertas Tricas, R. Entre otras publicaciones: Puettas Tri-

19t)2.

984).

14 No existe un balance

global sobre el capitel asturi¿no. Ver Schlunk l!47, Camps Cazorla 1980 y para algunos

cas

15. 46. 41 .

complementos bibüográficos Noack-Haley 1991. Como ejemplo de estudio reciente: Herrera Menéndez, Tapia

i5. 36.

Villameriel Fernández 1986. Hamilton 1!48; ver también Vilkinson 1987. Cresrvell 1969, ü5. 29, p. 87,fig. Uil, p. 171, láms. 30 y

17. 18.

C¡eswell 1969, figs. 611), 641, p. 585. Murvaqqar: Creswell 1969, Iáms. 81 y 82, Künhel 1960,

Suárez,

62. 48.

Iám. 54e; Jirbat al Mafjar: Creswell 1969, Iám. 99c,

39. 10. 41. 42.

i986.

Noack-Haley 1991, láms. 24 y 4,5-47. Noack-Haley 1991,lám. 16.

Por ejemplo K¡autheimer 1)42; Hú:ert, Porcher, Volbach 1968; y sobre todo Kreusch 1968. Sobre el uso de capiteles romanos reaprovechados en la arquitectura caroiingia: Brent l!87. Ver por ejemplo Cabanot l99O y la bibliografía incluida así como Boube 1986, Cabanot I972, Fossart 1947, L:¡arr I 085. Larrieu I 964. etc. Hubert, Porcher, Volbach 1968, pp. 35-36.

100e,109a.

49.

M5atta: Cresrvell 1969. fig..61-, p. 59r. lims. I19 y siguientes; Qasr al-Hair ¿l-GarL¡T: Creswell l96L),Iám. U7a, f, h. Incluso con sistema de composición típicamente bizantino, como en MSatta (Creswell 1969, iám. 116).

t0.

Sob¡e todo Terrasse 1969.

tl.

Ver por ejemplo Ewert i980.

52..

Aunque no se pueda excluir del todo: por un aparte la decoración parietal emiral brilla por su ausencia y por otrar tenemos el sentimiento de que -en todas épocas- es

Gómez-Moreno 1919 Q9l5). Por ejemplo Fontaine 1977.

frecuente el juego de contrastes entre aquellas zonas ornamentales y los capiteles.

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con das torana-r

).

cinta uegeta/: 7. corintizantes con uo/atas en S: 8. corintiz,ziltes cln ua/.atas en U; 9. corintizante¡ t'on to/utas en can tre; carlndr de acanto: I L carintjzaates can cllrltra bojas anga/ares.

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en Ci,ítdaba.


Lát¡.

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Caf )te/ car)ntio L'lil tres caft)ild.t de ac¿nto ¿/e/ Afusea Arc1tea/ógico

de

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Nacional

¿¿lrid.

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€¡ Ltí¡¡t. 8: Capitel torinti:./ilte L'ln.//./trl /r0j./J tlu1ill.lrl,s de/ hIu.;eo ArclteológicoNaúonal de Mddrid.

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Lá¡u, 9: (,apitc/ coúnt):dltt(.0n t'0/lttLl.t en U Je

l,¡ítt. l0; (altitt/ corinr)zd/ttt.01/ rn/¡tta¡

18.1

t\ll¡ut

Arqueolúgico Pnit,jn¡i¿t/ rle Gr¿n¿¿1¡

t¡¡ S de /,t rrtt.:tltritrt d¿ Cin/oLd


Lá¡¡¡. I

l: (af (S

L¿ít¡.

l2:

itel corintiz./nÍe L'ln tuahrt

ha.jas angt/ares 1, .tc¿lilÍa

etpiilüa de lluttat¡r¡rzr

jrj,t. t. 7)21 (scgín Crcsu'e// 1969)

Capitel Je ,tl¡tba¡lru (Sirit. finalet del s.

Vlll)

(.regún

Di¡nan¿l l93a )

185


L¿í¡t¡.

lj: Capitelno:íraberleS¿tnlligul leEsc¡l¿¡la(c.91.))(.regúnNoatk-H¿/q

Lítt, l1:

r86

199

ll.

Calt)tal ilu)z.írrlbe Je S¿n S¿lt'ttJor ¡le Valdediú.¡ (c. ti93) (segin Noack-Ha/e) 199 1)


.=-=E=@ L¿ír¡.

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i:Ca!itd/

¡arjntia

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la capi//d rut/

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Aqttitgr,ítt (.tegtia Kratrsclt l)681

¡C.:"i:

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Li¡¡¡ 16: Capire/ crtrinrio dc la ca!)//d rcal

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Aqr)sgrán (scgún Kraa.rch 19681

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