Estudio Antropológico Violencia de Género

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ESTUDIO

ANTROPOLÓGICO SOCIAL

SOBRE EL FENÓMENO

DE LA VIOLENCIA

DE GÉNERO

EN LAS COMUNIDADES DE MATAGALPA

RANCHO GRANDE, SAN RAMÓN Y RÍO BLANCO

NICARAGUA

MÉDICOS DEL MUNDO ESPAÑA, MISIÓN NICARAGUA



ESTUDIO

ANTROPOLÓGICO SOCIAL

SOBRE EL FENÓMENO

DE LA VIOLENCIA

DE GÉNERO EN LAS COMUNIDADES DE MATAGALPA

RANCHO GRANDE, SAN RAMÓN Y RÍO BLANCO

NICARAGUA


Copyright © 2014 Todos los derechos reservados. Se autoriza la reproducción y difusión de material contenido en este producto informativo para fines educativos u otros fines no comerciales sin previa autorización escrita de los titulares de los derechos de autor, siempre que se especifique claramente la fuente. Se prohíbe la reproducción del material contenido en este producto informativo para reventa u otros fines comerciales sin previa autorización escrita de los titulares de los derechos de autor. PRODUCCIÓN EDITORIAL Elaborado por: Dr. Francisco Sánchez Pérez Revisión y edición: Médicos del Mundo España Colaboraciones: Dra. Mayra Rivas Contreras Lic. Juan Carlos Gazol Valle Lic. Ignacio Rodríguez Rodríguez Lic. Martha C. López Molina Dr. Lennyn Villanueva Venerio Lic. Caridad Hernández López Diseño y diagramación: Lic. Martha Concepción López Molina Financiado por: Fondo de Cooperación y Ayuda al Desarrollo - FOCAD Las opiniones expresadas en este estudio no representan necesariamente las de Médicos del Mundo España (MdM), ni de la entidad que auspició su elaboración.


CONTENIDO I. PRESENTACIÓN 6 II. METODOLOGÍA 8 III. EL DISCURSO DE LA VIOLENCIA 12 IV. LEY 779 20 V. ADOLESCENCIA Y VIOLENCIA DE GÉNERO 28 VI.

RAÍCES ESTRUCTURALES DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO

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VII.

ALGUNAS PARADOJAS DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO EN MATAGALPA

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VIII. CONCLUSIONES Y RECOMENDACIONES 48



PRESENTACIÓN Este informe responde a la solicitud de Médicos del Mundo de un estudio antropológico social sobre el fenómeno de la violencia de género en las comunidades de cuatro municipios de Nicaragua (Matagalpa, San Ramón, Rancho Grande y Río Blanco), conducente a una mejor comprensión del problema y la posterior elaboración de recomendaciones para su eventual consideración en los proyectos que está llevando a cabo la Organización. Desde un punto de vista académico, la Antropología ha procedido tradicionalmente mediante la selección de un colectivo humano determinado sobre el que estudiar un problema definido con parámetros socioculturales, o viceversa, primero ha planteado el problema y con posterioridad lo ha estudiado en un grupo humano. Para ello se vale del Método etnográfico. Presupone esta metodología la inmersión del investigador en el universo sociocultural seleccionado como objeto, en estrecha relación con los individuos que estudia, durante un tiempo indeterminado, canónicamente fijado por la Antropología clásica en torno a un año. En cualquier caso, el tiempo necesario para alcanzar los fines marcados por los objetivos de la investigación, accediendo al plano subjetivo de los individuos estudiados, su sistema de valores, los símbolos, la organización social, sus esquemas cognitivos, es decir, su propia visión de las cosas, su cultura. Para ello se sirve la Etnografía de una serie de técnicas, fundamentalmente de carácter cualitativo,

cuales son la Observación participante, la Entrevista en profundidad, el Grupo focal y el tratamiento de fuentes secundarias, si las hay. Una vez producida la información necesaria y realizado su análisis detenido y detallado, la labor antropológica generalmente culmina en forma de ponencia, artículo o libro, para consumo intra o inter-disciplinar, o también para su aplicación práctica, como es el caso que nos ocupa. No es, sin embargo, esta manera convencional de plantear una consultoría antropológica la que, a mi entender, resulta más adecuada y viable para satisfacer los objetivos de una organización dedicada a promover y desarrollar proyectos de cooperación. Hay diferencias entre las lógicas disciplinares académicas y las lógicas prácticas de la Cooperación para el desarrollo que se hace necesario salvar, en pro de una mayor pertinencia de los resultados del estudio a los propósitos que motivan su demanda. Lo que ineludiblemente obliga a plantear el estudio procurando no perder de vista la necesaria adecuación entre lo que la Antropología ofrece y lo que la Médicos del Mundo espera de ella. En lo que al objeto de la consultoría concierne, el problema de la violencia de género en las comunidades de los cuatro municipios de Matagalpa elegidos por la Organización para el desarrollo del proyecto, los Términos de Referencia requieren una investigación sobre el estado de la cuestión. Desde punto de vista antropológi-

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co convencional, podría haber procedido a realizar un trabajo de campo etnográfico limitado a dicha zona y población, a fin de recabar el material necesario para su análisis y posterior elaboración del informe. Sin embargo, desde un primer momento, entendí que semejante proceder era a todas luces inapropiado para alcanzar los objetivos perseguidos, pues suponía reducir el problema al ámbito geográfico y demográfico de las propias comunidades, algo que desde el punto de vista holístico con el que me he planteado mi trabajo no representaba la amplitud y la complejidad del problema a investigar. Entre otras razones de carácter teórico y epistemológico, porque no es lo mismo hacer una etnografía de la violencia de género en las comunidades de Matagalpa para un ensayo académico, que hacerlo para una organización social dedicada a implementar actuaciones para afrontar el problema. El informe tenía que tener en consideración los fines específicos para los que había sido solicitado, así como las posibilidades objetivas de ser llevados a la práctica, lo que hacía necesario considerar a la propia Médicos del Mundo de Matagalpa y sus propias actuaciones sobre el problema de la violencia de género como parte indesligable del objeto del informe. Razón por la cual situé el foco de atención etnográfica en el ámbito empírico donde confluyen las actuaciones de la Organización con su propio objeto de actuación, es decir, con el problema de la violencia de género en las comunidades de los cuatro municipios seleccionadas. Y es que el tema de la violencia en cuestión no se reduce al contexto concreto de las comunidades, sino que está inserto en uno más amplio y complejo que alcanza no sólo

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a la propia organización de Médicos del Mundo, sino también, aunque en menor medida para lo que aquí concierne, a las otras organizaciones e instituciones que han tenido o tienen proyectos en la región de Matagalpa, con la misma problemática y los mismos objetivos, y mantienen algún tipo de relación con la Organización. En otras palabras, el objeto de este estudio incluye al propio sistema institucional local que forma parte constitutiva no del fenómeno en sí mismo (aunque tampoco juega un papel neutro, como veremos), pero sí en el modo en que se manifiesta. Entenderlo de esta manera y proceder en consecuencia me permitía, por un lado, efectuar una aproximación holística a un problema complejo; por otro, evitar en la medida de lo posible desviaciones academicistas, sin por ello perder rigor, y ajustar al máximo el estudio antropológico para hacer de él la mejor herramienta posible para la formulación, el diseño y la ejecución de los proyectos.


METODOLOGÍA Este empeño en no dejar fuera del foco de atención antropológica a la propia organización demandante y su entorno más significativo, unido al enfoque participativo con el que me he planteado este trabajo, estuvo en el origen de la impartición de un seminario al equipo técnico de Médicos del Mundo de Matagalpa, conducente a capacitación en los principios básicos de la metodología etnográfica, a fin de optimizar las sinergias de la colaboración durante la realización del informe, como estoy convencido de que así ha sido. Dado que a mí me correspondía la realización del trabajo de campo sobre la población de las comunidades rurales, decidimos que el equipo se ocupara de abordar aspectos que, siendo relativamente periféricos a los planteados en los TdR, resultaban de sumo interés para generar un valioso material de primera mano que vendría no solo a ampliar y enriquecer el informe, sino a hacer del equipo un grupo mejor preparado para producir información propia a la hora de plantear futuros proyectos, con el fin de procurar una mejor adecuación a la realidad local y, por ende, mejor eficacia en su aplicación. Para ello, cada miembro del grupo se encargó de contactar con una o varias instituciones y organizaciones sociales con sede en Matagalpa en cuya agenda estuviera el problema de la violencia de género, plantear una problemática de interés para el proyecto en ciernes y abordarla con las herramientas metodológicas adquiridas.

Como corresponde al Método etnográfico, y en concordancia con las demandas de los Términos de referencia, el trabajo de campo ha sido llevado a cabo mediante la aplicación de Entrevistas en profundidad, individual o grupal, Grupos focales, en menor medida Observación participante y el análisis de fuentes secundarias. En cuanto a estas últimas, he echado en falta fuentes estadísticas relativas al universo de estudio para el diseño de la muestra cualitativa, la selección de los informantes y la elaboración de los guiones de las entrevistas y los grupos. Dadas las condiciones planteadas en los TdR para la ejecución del trabajo de campo, sobre todo las relativas a los plazos y la alta dispersión de la población, la Observación participante fue prácticamente descartada en un principio. Se trata de una técnica que necesita un tiempo largo para su correcta aplicación, con mucha más razón en el caso que nos ocupa, cual es el problema de la violencia de género. Un fenómeno que si ya se resiste por su propia naturaleza a la posibilidad de ser directamente observado en el entorno más inmediato en el que se produce, lo hace mucho más a los ojos de un observador extraño. Lo cual no quiere decir que durante el tiempo dedicado al trabajo de campo no haya tenido ocasiones de recabar material mediante la observación directa. Pero en líneas generales, el trabajo se centró en la producción de información a través del discurso de los informantes mediante la realización

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de entrevistas en profundidad (en diverso grado de formalización), grupos focales, y el tratamiento de fuentes secundarias. Comencé realizando dos grupos focales: el primero, formado por diez personas representantes de nueve organizaciones sociales; el segundo, compuesto por diez representantes de las instituciones oficiales con sede en Matagalpa, todas ellas relacionadas con el tema de la violencia de género. Ello me permitió efectuar una primera aproximación al discurso desde el punto de vista institucional. Todo un material discursivo que contribuyó a que me formara un mejor criterio del problema de la violencia en su dimensión local, así como la posibilidad de diseñar con mayor precisión los siguientes pasos del trabajo de campo propiamente dicho, en la determinación del universo significativo, la selección de los informantes y la elaboración de los cuestionarios y guiones. En ninguno de estos grupos focales ni en las entrevistas participó Médicos del Mundo, limitándose la Organización a establecer los contactos con el tipo de personas indicadas por mí, siguiendo mis criterios de representatividad. Lógicamente, ello implicaba una cierta identificación entre mi papel como investigador y la propia Organización convocante, que yo me encargaba de aclarar, en el sentido de que mi trabajo respondía a la demanda de Médicos del Mundo, pero no formaba parte de ella, lo que me abría un mayor margen de independencia. Con todo, durante mi estancia en Matagalpa procuré mantener contactos con otras organizaciones dentro del ámbito de la Cooperación de modo independiente, con el propósito de minimizar al máximo tales sesgos a la hora de objetivar la posición de Médicos del Mundo en su contexto local.

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Una vez realizada la transcripción de las grabaciones resultantes de los dos grupos focales y hecho un primer análisis de contenido, procedí al diseño de las entrevistas, los grupos focales y la selección de los informantes e intervinientes de las comunidades. Dada la enorme dispersión del hábitat en el que se asienta esta población, cualquier intento de aplicar estas técnicas in situ por mi parte hubiera sido a todas luces imposible en los plazos establecidos. La simple contactación de los posibles entrevistados e intervinientes en los grupos y los problemas logísticos para acordar la fecha y el lugar donde celebrar los encuentros hubiera superado con creces mis posibilidades individuales. Una circunstancia que puse de manifiesto en mi oferta y que Médicos del Mundo de Matagalpa solventó con suma eficacia y prontitud, activando la extensa red de contactos que tiene en la ciudad y en las zonas rurales para concertar y organizar los desplazamientos a la ciudad de los informantes procedentes de las comunidades más próximas, así como mis desplazamientos a los lugares más alejados de la misma. En esta segunda fase del trabajo de campo se hicieron tres grupos focales: uno formado con nueve mujeres, otro con once hombres y el tercero con diez jóvenes adolescentes, chavalos y chavalas, y tres entrevistas en profundidad (una con un varón, otra con dos mujeres y la tercera con una mujer). Los entrevistados y participantes en los grupos tenían una estrecha relación con el problema de la violencia de género, bien porque la hubieran sufrido o ejercido o porque cumplieran alguna función en su comunidad relacionada con dicho problema, como era el caso de las mujeres brigadistas o los líderes locales. En cuanto a


los jóvenes, habían participado en talleres impartidos por Médicos del Mundo.

ersaciones informales y llevé a cabo registros generados a partir de la observación.

La tercera fase del trabajo de campo me llevó a desplazarme a los municipios más alejados, Rancho Grande y Rio Blanco, donde realicé un grupo focal en cada lugar. Ambos estuvieron integrados por personas de ambos sexos y distintas edades procedentes de comunidades diversas. De nuevo, la gran capacidad de convocatoria de Médicos del Mundo y su red de contactos hizo posible reunir a personas de las comunidades más alejados de ambos municipios (a veces a un día o dos de distancia), lo que me proporcionó una amplia y variada muestra representativa del problema de la violencia de género en esta zona. La posibilidad contemplada por mí de realizar algún grupo más para alcanzar una mayor consistencia representativa fue descartada una vez que comprobé cierta saturación de la información, como ponía de manifiesto el hecho de que en ambos grupos se empezaran a repetir parecidos discursos e idénticos tópicos relativos a la violencia de género que en anteriores grupos o entrevistas. Lo que mostraba la relativa homogeneidad sociocultural del universo objeto de estudio en relación con el tema de la violencia de género.

Para concluir este apartado metodológico, he de añadir el análisis de contenido realizado sobre diez entrevistas filmadas a líderes y brigadistas de las comunidades. Igualmente, procedí a la lectura de fuentes secundarias (informes, folletos, estadísticas, etc.) relativas a los proyectos de Médicos del Mundo sobre el problema de la violencia de género. Paralelamente, llevé a cabo un permanente ejercicio de observación participante tanto en las actividades cotidianas de la propia oficina local de la Organización como en las llevadas a cabo en las comunidades con asuntos relacionados con el tema de la violencia de género. Al final de mi estancia en Matagalpa, el equipo técnico y yo procedimos a adelantar y poner en común algunos avances de nuestras correspondientes actividades de investigación, dando cumplimiento, así, al enfoque participativo que ha guiado el planteamiento y elaboración de este informe.

En una cuarta fase, y a fin de ampliar y profundizar algunos aspectos que me parecían relevantes, regresé a Rancho Grande para realizar una corta estancia de trabajo de campo. El propósito era ampliar y diversificar el estudio incluyendo parcelas de observación y personas no relacionadas directamente con el mundo de la Cooperación ni, por supuesto, con Médicos del Mundo. Durante esta estancia en Rancho Grande realicé dos entrevistas en profundidad, mantuve conv-

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EL DISCURSO

DE LA

VIOLENCIA


Como puede derivarse del modo en cómo he delimitado el objeto de la consultoría, los límites del fenómeno de la violencia de género sobrepasan el estricto ámbito geográfico de las comunidades de los cuatro municipios que, a su vez, constituyen el objeto de Médicos del Mundo. En un planeta en rápido proceso de globalización, la explicación de los fenómenos socioculturales no se agota en la mera localidad donde se producen, sino que hay que buscarla, además, en ámbitos más alejados y supuestamente ajenos. En el campo de la Cooperación para el desarrollo una parte de esa explicación se encuentra en la esfera de las mismas instituciones internacionales y nacionales donde se deciden las líneas prioritarias de actuación, en los centros universitarios donde se producen los discursos teóricos sobre los problemas que tratan de afrontar los proyectos, o en las propias Ong locales que se encargan de ejecutarlos. En mayor o menor medida, de modo más o menos palmario, todas estas instancias inciden a lo largo del proceso de la Cooperación, desde el organismo internacional que establece las prioridades y opta por un modelo teórico u otro, hasta el discurso o las prácticas de los sujetos de derechos receptores de la acción cooperante. En lo que a Matagalpa se refiere, el sujeto institucional de la Cooperación está conformado por numerosas organizaciones sociales de carácter nacional e internacional que desarrollan distintos proyectos en la región, teniendo la mayoría de ellas, de modo directo o tangencial, el rubro de la violencia de género como eje de actuación. Rubro que no surge solo de la fenomenología de la violencia local, las comunidades en nuestro caso, ni por supuesto de una demanda

que parta de los protagonistas de la misma, sino que en gran medida viene inducido desde instancias metropolitanas, en forma de tendencias, líneas políticas, teorías, financiación o protocolos, con los que las organizaciones locales diseñan y ejecutar los proyectos. En el sistema del que forman parte, el de la Cooperación internacional, el grueso de los flujos de decisiones y de gran parte de la información fluye de los centros metropolitanos hacia las organizaciones periféricas y de éstas a los destinatarios de sus actuaciones, y en menor medida en sentido contrario, es decir, desde los receptores de la acción cooperante hacia los centros metropolitanos. Flujos que, en líneas generales, se producen de forma relativamente independiente y atomizada entre las diversas organizaciones. Una de las consecuencias más inmediatas de este modo de funcionamiento lo encontramos en el escenario de la Cooperación de Matagalpa, donde distintas organizaciones comparten objeto (la violencia de género y el colectivo humano donde se produce) y objetivos (contribuir a paliarlo y, en la medida de lo posible, solucionarlo), para lo que aplican similares metodologías (talleres, formación de redes de brigadistas, líderes locales, apoyo a las instituciones, etc.). En pocas ocasiones comparten recursos financieros, humanos y materiales. Lo cual no sólo no genera sinergias conducentes al logro de una mayor eficacia y eficiencia en las actuaciones, sino que, por el contrario, se constituyen en potenciales competidoras por los mismos recursos procedentes de las instituciones financieras metropolitanas para poder mantenerse en el campo de la Cooperación. Una circunstancia que puede llegar a entorpecer, cuando

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no a distorsionar, los objetivos últimos que comparten, con la pérdida de potencial ejecutivo que conlleva la atomización y consiguiente dispersión de energías. Planteado este problema en conversaciones informales, entrevistas en profundidad y grupos focales a representantes de organizaciones sociales e instituciones oficiales de Matagalpa relacionadas con el asunto de la violencia de género, de inmediato se ponen de manifiesto diferentes posiciones que van desde “la colaboración entre organizaciones e instituciones funciona muy bien” al “no se puede confiar en algunas organizaciones porque son demasiado radicales”, expresado en las instancias oficiales; o también “las instituciones no cuentan con las organizaciones sociales”, “ellos no hacen pero tampoco nos dejan hacer”, “nosotras estamos más cerca de los problemas de la gente y los conocemos mejor que ellos (las instituciones)”, expresado en la esfera de las organizaciones sociales. Esfera ésta última en la que, a su vez, se acusa la fuerte competitividad e incluso “las deslealtades” que hay pueden producirse entre ellas, como pusieron en evidencia alusiones veladas entre dos representantes de organizaciones de mujeres participantes en uno de los grupos focales. Esta forma atomizada y relativamente dispersa en que se produce el flujo de decisiones e información en la Cooperación matagalpina no repercute sólo en eficacia y eficiencia de los proyectos sobre la violencia de género, sino que también incide en la manera en que se plantea y aborda el problema, es decir, en la cualidad misma del objeto mismos de sus proyectos. Un objeto cuyos perfiles pueden responder a visiones particulares de las propias

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organizaciones, en razón de sus intereses estratégicos o ideológicos, y no tanto a la naturaleza propia del problema, como así debería ser. En otras palabras, la atomización de la Cooperación local puede conllevar una adecuación de la problemática a los intereses de las organizaciones e instituciones, cuando debería ser justamente a la inversa. Más adelante tendremos ocasión de ver cómo afecta todo esto al modo en que la acción cooperante es percibida por los vecinos destinatarios de la misma. Hay que hacer notar, sin embargo, que, en medio de este panorama, también se producen colaboraciones entre instituciones y organizaciones y entre estas mismas. De hecho, he podido constatar el especial empeño que tiene Médicos del Mundo en establecer alianzas tanto con organizaciones como instituciones a la hora de desarrollar sus proyectos sobre el terreno. Lo que, en parte, explica y justifica la buena imagen y capacidad de convocatoria y mediación que la Organización mantiene en el panorama de la Cooperación local, como así he podido constatar en numerosas ocasiones. Una ventajosa posición que la capacita para fomentar, liderar o colaborar de forma muy significativa proyectos de mayor envergadura. Valga como ejemplo de ello el proyecto de colaboración conjunta entre cinco organizaciones de carácter internacional (españolas), con sede en Matagalpa, con el problema de la violencia de género como objetivo común. No obstante, cuando se producen colaboraciones, generalmente son de carácter bilateral, bien en función de políticas de eficacia y eficiencia, bien por proximidad ideológica o estratégica de las organizaciones. Otra consecuencia de la atomización la en-


contramos en la reiteración de actuaciones con idéntico formato, metodología, objetivos e incluso los mismos colectivos destinatarios, como es el caso de los talleres, dándose incluso algún caso de coincidencia en el mismo lugar y en fechas próximas de talleres centrados en la misma temática, realizados, eso sí, a diferentes horas y por diferentes organizaciones sociales. Veamos uno de esos efectos que semejante situación genera. Según fuentes secundarias consultadas, el problema de la violencia de género en Matagalpa aparece como el segundo en relevancia en el país, después de Managua. Sin duda, tal posicionamiento estadístico responde a una cruda realidad objetiva que se refleja en los testimonios y evidencias de actos violentos, el número de denuncias registradas, procesos judiciales, presuntas o probadas autorías de malos tratos, todos ellos indicadores que revelan la situación en Matagalpa. Pero en lo que al problema que ahora estoy planteando respecta, la cuestión no radica en la innegable constatación de que en esta región existe un grave problema de violencia de género, sino en los efectos que tiene la alta presencia de organizaciones a la hora de precisar cualitativa y cuantitativamente su magnitud. Una magnitud cuyo fundamento se basa en datos aportados por las instituciones y las organizaciones, que no siempre se han producido con la sistematicidad y el rigor necesarios ni han sido debidamente contrastados. Que no quepa cuestionar la objetividad de una cifra determinada sobre el número de denuncias efectuadas en la Comisaría de la Mujer y la Niñez por maltrato, no quiere decir que esas denuncias se correspondan objetivamente con los episodios de maltrato que supuestamente enumeran. Lo que confirma esa cifra es que se han

realizado tantos actos administrativos. Sin embargo, a falta de mejores estadísticas, esos datos sirven para fundamentar marcos lógicos, orientar y justificar prioridades de unas actuaciones sobre otras o incidir más sobre unos colectivos frente a otros. Así las cosas, resulta obligado a la mirada antropológica preguntarse en qué medida los altos índices numéricos que hacen referencia a la violencia de género responden a la magnitud objetiva del problema o, también, al hecho de que en Matagalpa se da una gran concentración de organizaciones sociales, la mayoría de ellas con la problemática de la violencia de género en sus agendas. Pregunta que también cabe hacer extensiva al resto de Nicaragua. Un país en el que la revolución sandinista de los años ochenta del siglo pasado atrajo a una gran multiplicidad de organizaciones internacionales y voluntariado individual que supuso un caldo de cultivo ideológico en el que ha tenido una gran influencia el ideario feminista. Ideario que, constituido en bandera de numerosos grupos y organizaciones sociales, con gran presencia en Matagalpa, ha contribuido a dar una notable visibilidad a los problemas de género, y en concreto al de la violencia, así como también a combatirla. La cuestión que se plantea es, pues, hasta qué punto la gran presencia de organizaciones ocupadas en el tema de la violencia de género podría estar repercutiendo en la magnitud del problema; en qué grado la gran proliferación de entidades de este tipo en la región de Matagalpa contribuye a que el maltrato sobre las mujeres adquiera una mayor visibilidad y amplificación, por delante de otras problemáticas paralelas u otra vías de aproximación, otro modo de concebirlo ; hasta qué punto incide en poner el acento en determinados aspectos de

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la problemática en cuestión y no en otros, quizás tanto o más significativos y trascendentes para su comprensión y tratamiento. Resulta obvio que el asunto de la violencia en cuestión es en sí mismo suficientemente flagrante y patente como para justificar todo el capital humano, material y económico que sea necesario para combatirla. No sobran esfuerzos, ni mucho menos, más bien al contrario. Pero no es esto lo que estoy planteando. La pregunta es hasta qué punto el status quo del sistema de Cooperación en Nicaragua, y en Matagalpa en concreto, incide no en la gravedad moral objetiva del maltrato, sino en el modo en que es concebido, configurado y abordado. La respuesta es que sí incide, como veremos en el siguiente apartado. Una prueba de ello son las discordancias que se ponen de manifiesto entre cómo se perciben determinados aspectos por parte de las Ong locales y las instituciones, por un lado (y cada una por su lado), y cómo es percibido por los vecinos de las comunidades incluidas en el estudio, por otro. Ejemplo de tal disparidad se pone de manifiesto en la unánime opinión de cuantos he entrevistado, han participado en grupos focales o he conversado con ellos, de que “ahora hay mucha más violencia que antes”. Por supuesto que de ningún modo están acusando a la presencia de las organizaciones del supuesto aumento. Pero una mirada rigurosa ha de plantearse si cabe identificar alguna relación, por sutil o indirecta que pudiera ser, entre las actividades desarrolladas por el sistema de la Cooperación y ese percibido aumento de la violencia; si esas actividades producen consecuencias no esperadas ni, por supuesto, buscadas, de la acción cooperante, como sí veremos que ocurre.

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Sea como fuere, lo que me interesa resaltar en este apartado no son tanto las divergencias de perspectivas, sino el hecho cierto de que no hay manera rigurosa de determinar cuáles de entre ellas responden a la realidad objetiva y cuales son consideraciones subjetivas (aunque no por ello menos susceptibles de ser consideradas a la mirada antropológica). Divergencia de percepciones que resulta imposible de contrastar sencillamente porque no se dispone de bases de los suficientes datos objetivos para hacerlo, por lo que cualquier aproximación al problema de la violencia estará condenada a verse contaminada con excesivas dosis de mera especulación. No sólo cabe identificar huellas del sistema de la Cooperación en la construcción del objeto de la violencia de género, sino también los discursos mismos con los que se trata de representar, explicar el fenómeno en cuestión. Una de esas huellas hace referencia a la procedencia foránea de la mayor parte de elementos constitutivos de tales discursos, sean los vigentes en el circuito de la Cooperación como en el institucional y en los medios de comunicación, sean los que prevalecen en las comunidades. No ha habido entrevista, grupo focal, conversación informal, documentación escrita o intervención en los medios de comunicación, en donde no haya reconocido, casi punto por punto, los mismos elementos discursivos que también están vigentes en los foros metropolitanos. La razón de ello tiene que ver con algo que he apuntado antes, como es el hecho de que el grueso del flujo de información vaya desde los centros metropolitanos hacia la periferia. En concreto, se trata de discursos basados en modelos teóricos procedentes en su práctica totalidad de centros académicos de Estados


Unidos y Europa, muy especialmente del mundo anglosajón. Modelos cuyo fundamento empírico está basado en contextos relativos a sus propias realidades socioculturales y no tanto, o nada en absoluto, a las realidad nicaragüense ni mucho menos a la de las comunidades de Matagalpa. En principio, esta condición foránea de los modelos teóricos que subyacen en los discursos sobre la violencia de género vigentes en la esfera de la Cooperación matagalpina podría llevarnos a pensar que son inapropiados para explicar el problema tal y como se produce en ella. Lo cual contiene un tanto de verdad más no toda, ya que los patrones sociales y culturales locales guardan similitudes con los patrones que rigen en esos otros contextos. Después de todo, estamos hablando de un ámbito sociocultural relativamente homogéneo, la cultura euro-céntrica, donde prevalecen estructuras sociales y valores culturales comunes. Siendo así que cabe identificar rasgos más parecidos entre modelos de familias de clase media o alta urbanas de España y de Matagalpa, que entre éstas y sus respectivos cercanos paisanos campesinos, los cuales, a su vez, también comparten entre sí bastantes rasgos comunes, a pesar de la distancia que media entre ellos. Al respecto, he podido reconocer en las comunidades de Matagalpa esquemas culturales directa o indirectamente relacionados el género y sus manifestaciones de violencia en lugares de Andalucía donde hice trabajo de campo hace más de treinta años. Con que sí tenemos en esos modelos teóricos importados valiosas herramientas que ayudan a comprender el fenómeno que nos ocupa, tal y como se presenta en Matagalpa y en sus comunidades más alejadas. No

estoy proponiendo, pues, una enmienda a la totalidad de esos modelos importados de los centros metropolitanos: Pero si quiero señalar algunas cuestiones que me parecen de primordial importancia para este informe. Me refiero al modo generalmente acrítico en que se asumen y aplican en los proyectos por parte de las organizaciones sociales y las instituciones, de tal modo que, a base de reproducirlos, se corre el riesgo de hacer de ellos meros tópicos que se vuelven inútiles para el cometido que deben tener para describir y explicar el problema particular al que supuestamente aluden. Al final se puede acabar hablando y actuando con una noción de violencia de género que no se corresponde precisamente con la que realmente se produce en las comunidades. De las fuentes secundarias consultadas, grupos focales, entrevistas, formales e informales, y de mis registros obtenidos con la práctica de la observación participante en la esfera de las organizaciones sociales, las instituciones y los medios de comunicación, hay dos palabras que surgen recurrentemente a la hora de ilustrar o explicar el problema de la violencia de género: “machismo” y “patriarcado”. Dos conceptos que se utilizan como claves que, a tenor del uso reiterado que se hace de ellas, pareciera que tuvieran por sí solas la virtud de ser casi las únicas puertas de acceso al problema de los malos tratos en Matagalpa, incluidas las comunidades. No es así, ni mucho menos, toda vez que los dos términos, como tantos otros (“desigualdad”, “sumisión”, “poder”, “derechos”, “tradición”, “empoderamiento”, “femenino”, “masculino”, etc.), tan frecuentes en el discurso sobre la violencia de género, son susceptibles de muchos enfoques y matices, que no sólo hay que buscar en los

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tratados teóricos o en los ensayos sobre el género, sino también y sobre todo en los discursos y las prácticas de los habitantes de las comunidades de nuestro estudio. Por ello, la necesidad propuesta en anteriores páginas de acudir directamente a ellos, a “los dueños del problema”, a la hora de pensar un proyecto o diseñar una actividad, como aconseja la lógica participativa. Se evitaría, en gran medida, una circunstancia que se hace muy evidente a poco que se escucha lo que los lugareños expresan en las entrevistas o en los grupos focales, donde reproducen con acólita precisión las orientaciones y consignas recibidas en los talleres impartidos por las organizaciones. Consignas positivas, por supuesto, pero que no siempre coincidentes con los que utilizan en conversación informal o cuando un buen manejo de las técnicas de la entrevista, del grupo focal o la conversación informal, acompañadas de observación participante, consigue que las dejen a un lado y empiecen a hablar en sus propios términos, con su propia visión de las cosas. En este sentido, y en lo que a la nomenclatura de conceptos relativos a la violencia de género se refiere, hay cuando menos una gran incoherencia entre el acierto teórico de diferenciar las categorías ‘sexo’ y ‘género’, conceptualizando el primero como un rasgo fisiológico y el segundo como una construcción sociocultural no como una relación unívoca de causa y efecto entre condición fisiológica y condición sociocultural, y que ese mismo prurito constructivista, culturalista si se quiere, que se aplica a la noción de género no se lleve hasta las últimas consecuencias. Es decir, a buscar en los particulares contextos socioculturales el modo en que en cada tiempo y espacio, en cada cultura local, se conciben

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y expresan esta y otras categorías (mujer, hombre, masculino, femenino, hombría, honor, honra, sexo, violencia, etc.) no de modo aislado o reducido, sino holístico, es decir, complejo, indisociable de las condiciones materiales, sociales, económicas, políticas, históricas o mentales que los genera y dotan de sentido propio, particular. Una razón de este déficit de contextualización de los modelos teóricos implícitos en los discursos sobre la violencia de género podemos encontrarla en el modo generalmente acrítico con el que se hace uso de tales discursos, lo que les confiere un carácter tópico que resta eficacia para una cabal comprensión del problema, tal y como se produce en las comunidades, y no en los Estados Unidos o en Europa. Un modo acrítico de utilización de los discursos sobre la violencia de género que puede y debe ser resuelto mediante la incorporación rigurosa y sistemática de la mayor información teórica posible relativa al tema en cuestión a la hora de formular los proyectos, acompañada de información empírica de primera mano producida sobre el terreno. Hay que preguntarse en este punto sobre las posibilidades de las organizaciones para que esto sea factible. Y la respuesta es que, a grandes rasgos, las organizaciones tienen dificultades objetivas y subjetivas para afrontar uno y otro aspecto, por falta de tiempo de los equipos técnicos y de medios materiales, y también porque un exceso de protocolos de funcionamiento lo dificultan o impiden. Siendo un problema que también afecta a Médicos del Mundo de Matagalpa, quiero reseñar aquí que la organización se encuentra muy capacitada y sensibilizada para afrontar esta cuestión. En lo que respecta a su equipo técnico, formado por dos médi-


cos, una psicóloga, una licenciada en derecho y comunicadora social, y un sociólogo y abogado, están muy capacitados para la implementación de proyectos relacionados con el problema de la violencia de género, en la medida en que sus respectivas formaciones académicas abarcan los aspectos más fundamentales de dicha problemática. Si a ello le añadimos su preocupación por disponer de información directa producida sobre el terreno, como pone en evidencia la realización de este informe antropológico, y su disponibilidad para mejorar su capacitación investigadora, cabe concluir que el problema que estoy poniendo sobre el tapete, relativo al uso acrítico y tópico de los discursos, queda en su caso bastante paliado en relación con el modo de funcionar que he visto en otras organizaciones. Con todo, no queda resuelto el problema de la falta de correspondencia entre discurso teórico y realidad empírica con una buena disponibilidad y capacidad de los equipos técnicos, si hemos de ser coherentes con el planteamiento participativo que orienta este trabajo. Y es que, por mucho que hayamos conseguido adecuar los modelos teóricos implícitos en el discurso de la violencia de género utilizada por las organizaciones para la elaboración de sus proyectos, en gran medida se sigue considerando a los sujetos de derechos como sujetos-objeto receptores de dicha acción. Cuando en realidad son “los dueños del problema”, atributo que a mi entender constituye el fundamento primordial de sus derechos, que no son sólo aquellos que unilateralmente deciden concederles los países donantes a través del sistema de la Cooperación. No se trata (o no solo) de un prurito moral reparador de injustos desequilibrios, sino (también) de un planteamiento

epistemológico y metodológico que concibe a esos sujetos de derechos como co-sujetos activos a la hora de identificar los problemas que suscitan tales derechos y tomar decisiones conjuntas en los procedimientos adecuados para satisfacerlos. Lo cual no significa una propuesta de imposible transferencia de las funciones y responsabilidades de las Ong a esos dueños del problema; pero sí contar durante todo el proceso de realización de los proyectos que les afectan, es decir, desde su misma formulación hasta su finalización. Finalización que no debería culminar solo con el aval de una consultoría externa, que puede muy bien servir para validar el cumplimiento de los protocolos establecidos y el alcance de los objetivos propuestos, pero no tanto los efectos reales de los proyectos a medio y corto alcance. Algo que la metodología participativa ayuda si no a evitar por completo, sí a mitigar, permitiendo que la acción cooperante permanezca lo más pegada posible a la realidad sociocultural sobre la que actúa.

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LEY 779


Cualquier aproximación a la violencia de género en Nicaragua, y también en Matagalpa, incluidas sus comunidades, se topa ineludiblemente con la Ley integral contra la violencia hacia las mujeres, conocida hasta en el último rincón de la nación como la ley 779. Una ley de reciente aprobación con la que se pretende combatir la alta tasa de casos de maltrato femenino, reflejo de un tradicional estado de cosas que dicha ley, entre otras circunstancias, ha hecho visible. Vaya por delante que, al igual que he afirmado que no corresponde a este informe entrar a analizar las acciones mismas de la Cooperación, sino en tanto en cuanto tengan efectos en la población objeto de estudio, tampoco toca entrar a evaluar, analizar o criticar la ley 779, sino cómo es percibida y cómo afecta a las prácticas socioculturales de la población que constituye nuestro objeto de interés. De cualquier manera, de poco serviría entrar a diseccionar la Ley con vistas a encontrar algún sentido a tales efectos, dado que ninguno de de mis interlocutores la había leído, por lo que todo cuanto aquí se dice al respecto forma parte de las percepciones subjetivas. Conocida como “la 779”, esta ley ha adquirido tal relevancia en el ámbito nacional, que ha desbordado los propios límites del problema de la violencia de género, para alcanzar todo cuanto tenga que ver con la categoría de género, en el sentido más amplio y profundo del término, e incluso ha llegado a contaminar otras esferas de la vida pública con las que, en principio, pareciera no tener relación, desde los más altos niveles de la política hasta los más mínimos aspectos de la vida cotidiana. Lo que, en principio, resulta positivo para cumplir el propósito de la ley, en la medida en que contribuye a visualizar, concienciar y afrontar los comportamientos violentos de los hombres contra las mujeres; pero que tam-

Al decir de todos cuantos han participado en los grupos focales, varones y mujeres, llevados a cabo durante el trabajo de campo, la ley 779 es ampliamente asumida como necesaria para poner remedio problema de los malos tratos a las mujeres. En este sentido, siempre ha habido una práctica unanimidad de principio, concordante con la también unánime opinión de que los comportamientos violentos de los hombres con las mujeres son reprobables sin ningún tipo de paliativo, y por lo tanto justamente castigables. En consecuencia, toda acción encaminada a modificar el maltrato en las relaciones entre hombres y mujeres es ampliamente considerada necesaria y sin ningún reparo. De ahí, la positiva opinión generalizada respecto a cualquier acción encaminada a la divulgación de la ley y su aplicación, como son los talleres, la organización de brigadas de mujeres, la designación de líderes comunitarios, la implantación de Comisarías de la Mujer y la Niñez o la posibilidad de disponer de servicios de asistencia psicológica y jurídica. Pero esta unanimidad se corresponde con un primer acercamiento a la superficie del asunto. Cuando los grupos focales estaban compuestos solamente por hombres o por mujeres, o en el caso de las entrevistas en profundidad, rápidamente empezaban a aflorar divergencias y matices según el género. En el caso de las mujeres, prácticamente se reproducía el mismo discurso expresado en los grupos focales mixtos (donde los hombres solían participar menos), tanto en los aspectos positivos como los negativos relativos a la violencia y su tratamiento. La ley 779 y sus derivados han supuesto para ellas un respaldo de seguridad y una valiosa herramienta para resolver los casos graves de violencia física, algo que no ocurría antes de su aprobación y relativa implantación, cuan-

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do los posibles amparos de los familiares o de la propia comunidad eran insuficientes o inexistentes. De modo directo o indirecto, esta ley les ha hecho tomar conciencia del papel tradicional que tenían en el seno familiar y social, sometida al varón, ya fuera en las figuras del esposo, del padre, los hermanos o los hijos, haciéndoles ver que también ellas tienen derechos. Conciencia que han adquirido en los talleres impartidos por las organizaciones sociales y los colectivos de mujeres, y que han motivado a un cierto número de ellas a tomar parte activa en la lucha contra el maltrato femenino con su participación en las redes de mujeres o asumiendo el papel de brigadistas o líderes locales. Con todo, esta disposición altamente positiva con la 779 mostrada por las asistentes a los talleres no es completamente compartida por todos sus congéneres de las comunidades, según se desprende de los testimonios que, al respecto, me brindaban mujeres ajenas a las actividades de las organizaciones. Las razones de su no participación se deben fundamentalmente a dos motivos: porque no pueden asistir, aunque desearían hacerlo, o no consideran que tales actividades sean positivas o necesarias. En el primer caso, se encuentran aquellas mujeres que son coaccionadas por sus entornos familiares, principalmente por el esposo. Los argumentos que estos (y también de algunas mujeres) esgrimen es que las que van a esos actos no atienden su casa y a su familia como es debido y que allí solo van a perder el tiempo. En el segundo grupo, se encuentran mujeres que no creen que el problema de la violencia de género sea tan grave y que los casos que hay generalmente se arreglan y debe hacerse dentro de la propia familia, opinión que se ve reforzada por la posición que al respecto mantienen y difunden la iglesia católica y los grupos evangélicos asentados en la zona. Forman parte de un grupo de opinión más am-

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En el segundo gr upo, se encuentr an mujeres que no cree n que el problem a de la violencia de géne ro sea tan grave y que los casos que ha y generalmente se arreglan y debe hace rse dentro de la pr opia familia, opinión qu e se ve reforzada por la posición que al respecto man tie nen y difunden la igle sia católica y los grupos evangélicos asentados en la zona.

plio, que mantiene una posición más o menos crítica con el discurso, para ellas radical, que orienta los talleres, unos más que otros, según la organización que los imparte. En este sentido, los impartidos por Médicos del Mundo tienen para ellas una imagen más moderada que los realizados por organizaciones de corte feminista. Según opinan, esta ley ha venido a trastocar el tradicional modo de vida de las comunidades, donde, a decir suyo, “antes no había tanta violencia como ahora”, culpando de ello al sesgo radical que contiene la ley. En líneas generales, se trata de mujeres en cuyo entorno familiar no se produce maltrato, o permanece muy oculto, y que en general mantienen vínculos con las distintas iglesias que proliferan por el lugar. En cuanto los varones, quienes coinciden con las posiciones receptivas de las políticas activas contra los malos tratos (en el pasado practicados por algunos de ellos) suelen asistir a los talleres, participan en redes vecinales, asumen el papel de líderes locales y muestran un alto grado de concienciación e instrucción adquirida. Sin embargo, una gran mayoría de hombres es muy reacia a asistir a los talleres y a aceptar la propia Ley en sí. Las razones que exponen coinciden bastante con las opiniones de las mujeres, lo que es lógico, dado que suelen ser ellos los que


las inspiran o inducen. Entre los varones reacios, la opinión más generalizada y con la que justifican su no participación es que “esas reuniones son para las mujeres, no para los varones”, pues en ellas se tratan temas propios de ellas, como la sexualidad femenina, los métodos anticonceptivos, etc. con los que ellos no tienen nada que ver. Por ello, la opinión que les genera el hombre que participa en estos talleres de cuestionar de su propia masculinidad. “Los hombres que van ahí, se achumuscan”. Sin embargo, muchos de los que han expresado opinión contraria a los talleres de mujeres o mixtos, afirman que sí asistirían a talleres realizados por varones dirigidos exclusivamente a ellos para tratar de “sus cosas”, aunque esas cosas sean las relacionadas con el asunto de los malos tratos masculinos. Finalmente, están quienes muestran una frontal oposición a todo este tipo de actuaciones, pues consideran no se corresponden con la dimensión real del problema y que, por el contrario, tanto los talleres donde se trata la violencia como la propia ley 779 han venido a generar más violencia que la que tradicionalmente había. Pero esto es algo que, como ya he apuntado, no se puede demostrar sin disponer del estudio longitudinal que arroje luz sobre el pasado y permita establecer comparaciones sistemáticas con la situación el presente. Lo que sí es contrastable, a poco que uno pone los pies en el territorio de la violencia en Matagalpa y sus comunidades, son los efectos de la implantación de la ley 779, los buscados con ella y los no esperados y en parte no reconocidos. Como decía antes, nadie ponía en duda la necesidad de algún tipo de legislación para afrontar el problema de la violencia de género; pero lo cierto es que en la práctica la totalidad de los hombres y un número significativo de mujeres echan la culpa del creciente aumento de los maltratos

a la entrada en vigor de la ley. Algo igualmente indemostrable de forma objetiva, a falta de un histórico estadístico. De modo que el asunto de la magnitud del problema hay que dejarlo en el terreno de las percepciones subjetivas de uno y otro lado. Es verdad que hay más casos judiciales que antes, pero antes el problema no tenía tanta visibilidad como ahora por el propio efecto de la ley y de las acciones de divulgación por parte de las organizaciones sobre la violencia. Es cierto que hay más denuncias y más hombres violentos en las cárceles, pero también lo es la que la existencia misma de las Comisarías de la Mujer y la Niñez promueve y facilita la denuncia. Es seguro que ahora se producen más abandonos de hogares familiares por parte de mujeres maltratadas, pero antes había menos casas de acogida o no había, ni el factor emigración daba la salida que hoy posibilita a mujeres que huyen de la violencia, algunas para caer en la nueva forma de violencia que suponen las redes clandestinas de prostitución y tráfico de seres humanos. Es indiscutible que en la actualidad las mujeres están menos dispuestas a soportar malos tratos de sus parejas, pero ellas empiezan a tomar conciencia de su posición sometida al varón en el sistema tradicional, en gran medida, gracias a los efectos positivos de la ley 779, y las acciones de los movimientos de mujeres y las organizaciones sociales y de derechos civiles. Sea o no cierta la muy extendida opinión de que la ley 779 ha venido a aumentar los casos de violencia, mantenida por la práctica totalidad de los hombres de quienes he entrevistado, lo que resulta incontestable es que, junto con las consecuencias positivas, también ha tenido efectos perversos en el ámbito de las comunidades. La ley ha puesto en manos de la mujer un arma con la que defenderse de las amenazas y el maltrato de los hombres, sí, pero también con la que atacarlos. Y es que, frente a la idea prevaleciente de que la violencia se ejerce en un solo sentido, del varón a la mujer, incontestable desde el pun-

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to de vista estadístico en cuanto al maltrato físico, muchos denuncian que la 779 está hecha “exclusivamente para las mujeres y deja indefensos a los hombres”, pues la violencia también recorre el sentido inverso. Solo que si antes ese recorrido de la mujer al hombre se hacía por el procedimiento del maltrato psicológico, la sequía sexual, los celos o la amenaza de abandono, por citar solo algunas de las armas femeninas utilizadas en el tradicional campo de batalla de la pareja, ahora dispone de una mucho más efectiva en la amenaza de denuncia a la policía por violencia o acoso, pero también por venganza, interés, desamor o elevación a la categoría de violencia lo que puede calificarse como tensiones propias de la vida en pareja. Al punto de haberse convertido en un lugar bastante común la advertencia, en serio o en broma, “que te aplico la 779”, a poco que la mujer, soltera o casada, considere que el pretendiente, novio, esposo o amigo, pueda sobrepasar los límites que ella considera que no deben ser franqueados. Límites que se les han ido señalando en los talleres de empoderamiento e información de la ley 779. Las consecuencias de la reivindicación de los mismos por parte de la mujer pueden ser de distinta índole: evitar la agresión, provocar una reacción aún más violenta e incluso la muerte (“si me va a denunciar, antes que ir a la cárcel, la mato y voy). También es muy extendida la opinión, entre varones y también mujeres, de que hay en prisión hombres falsamente acusados de malos tratos por voluntad de venganza de sus parejas o para liberarse de ellos, lo que indicaría un mal funcionamiento de la aplicación de la ley, tanto en su dimensión policial como judicial, y requeriría, por tanto, ser abordado. En cualquier caso, lo cierto es que la implantación de la ley ha supuesto un profundo y trascendental cambio en los tradicionales roles masculino y femenino y en el modo de relacionarse en pareja. “Nos han cambiado el método”, se expresa-

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En cualquier ca so, lo cierto es que la implantación de la ley ha supues to un profundo y tras cendental cambi o en los tradicionales roles masculino y femenino y en el m odo de relacionar se en pareja. “Nos han cambiado el mét odo”, se expresaba ag udamente un jo ven veinteañero en este sentido, ha ciendo referencia a que los tradicionales m odos de galanteo los ponía en riesgo de ser denunciados y, si n embargo, nadi e les había enseñado otros más apropi ados.

ba agudamente un joven veinteañero en este sentido, haciendo referencia a que los tradicionales modos de galanteo los ponía en riesgo de ser denunciados y, sin embargo, nadie les había enseñado otros más apropiados. <<Empoderamiento>>, un término muy utilizado en el sistema de la Cooperación y, por supuesto, en las actividades encaminadas a procurar la emancipación de la tradicional condición femenina, que genera otro de esos efectos inesperados de la acción social a los que me he referido relacionado la ley 779. Un efecto perverso que es producto de su deficiente explicación y de la incompleta e ineficiente aplicación de la ley en la esfera rural. Más también por una razón que vengo insistiendo a lo largo del informe: la no contextualización de la ley y su aplicación en el ámbito de las comunidades, provocando claramente uno de esos efectos perversos a los que acabo de aludir. Una mujer urbana acosada o violentada tiene ciertos recursos a los que acudir, como es la policía, la parentela, la judicatura, las organizaciones sociales y de derechos civiles, un autobús en el que huir, un carro, amigos o vecinos en la propia ciudad o en otras. La mujer amenazada o maltratada en una comunidad o una vivienda aislada en el


monte no dispone de tales recursos. Ante la situación de maltrato le quedan dos opciones, aguantar o echarse a los caminos, con los hijos o sin ellos, en busca de refugio en casa de algún familiar, donde casi nunca es bien acogida, o ir hasta el municipio más cercano, distante acaso a uno o dos días de camino, y denunciar al esposo violento. Así, mientras que la ley 779 empodera de algún modo a la primera, dotándola de un arma legal para defenderse de los malos tratos (aunque solo hasta cierto punto), a la segunda la empodera con un boomerang que puede lanzar contra el hombre violento, pero casi siempre acaba volviéndose contra ella, en forma de más violencia. Solo que ahora el contragolpe no proviene del marido solo, sino también de los familiares de este, de buena parte de la comunidad y, las más de las veces, en forma de silencio o rechazo de su propia familia. Por supuesto, dichos efectos no buscados por la Ley no la cuestiona en su total contenido, pero indica que hay que pensar con detenimiento y actuar con la necesaria cautela a la hora de “empoderar” con ella a la mujer rural para que haga frente a la violencia machista. Porque en efecto se la empodera, pero sólo ideológicamente, sin el acompañamiento material, económico, policial, etc. y que, más que empoderarla, lo que se hace es ponerla en riesgo al poner en sus manos una potente arma que, en el peor de los casos acaba por volverse contra ella de forma letal. Ya sé que la ley 779 tiene carácter integral y va acompañada de toda una serie de medidas para evitar ese efecto. Pero no estamos hablando de mujeres de clases medias o altas urbanas, sino de mujeres que viven en un hábitat muy disperso, con muy precarias comunicaciones intransitables en época de lluvias, con un nivel de renta situado en la cola del continente latinoamericano y generalmente cargada de hijos. Una carga que, salvo que

el maltrato amenace su vida, sitúa a la mujer ante una dramática disyuntiva, cuyas salidas son igualmente violentas, pues ha de elegir entre los golpes físicos e incluso la muerte o el desgarro psicológico de la separación materna. Casi siempre opta por la primera. Al fin y al cabo, optar por la segunda, la denuncia, le puede acarrear más violencia y verse de nuevo ante la misma disyuntiva, en una espiral de violencia de la que no puede salir. De lo dicho hasta aquí, es de inferir la total pertinencia de cualquier acción encaminada a difundir la ley y con ella los derechos de las mujeres, también de los hombres. Y la fórmula de los talleres resulta especialmente adecuada, como se pone de manifiesto en la entusiasta opinión unánime de cuantos habían participado en ellos, fueran hombres o mujeres. Más bien hubo coincidencia en que deberían ser más frecuentes y con más presencia en comunidades más alejadas, aún siendo comprensivos de las enormes dificultades logísticas que ello podía suponer. De hecho, reconocían que Médicos del Mundo era una de las organizaciones que más esfuerzo hacen por el acercamiento, criticando a otras que apenas o nunca salen de la ciudad de Matagalpa. El problema de la gran dispersión del hábitat de las comunidades, su alejamiento de los centros urbanos y las dificultades de comunicación, viene a ser paliado por las figuras de los líderes locales y las redes comunitarias. Aunque no siempre tienen la aceptación y el reconocimiento de sus convecinos, incluso a veces sufren cierto rechazo y hasta agresiones físicas, juegan un importante papel en sus respectivas comunidades para enfrentar los problemas de violencia de género cuando éstos todavía no han llegado a mayores consecuencias. Ante la ausencia de representantes del poder político, policial o judicial, los líderes locales y las brigadistas constituyen la primera

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instancia de posible mediación, resolución o canalización de los episodios locales de violencia. A decir de algunos entrevistados, las mujeres maltratadas acuden más a ellos que a la propia familia, habida cuenta del rechazo que esta suele mostrar, con el argumento de que su problema es un asunto doméstico que ha de resolver en su casa. “Que aguanten”, suele ser una respuesta que concuerda con la idea que se tiene del papel de la mujer en el matrimonio. Idea que viene a ser machaconamente predicada por las diferentes iglesias presentes en el lugar, mayoritariamente opuestas a cualquier posible ruptura de la unidad familiar, la cual hay que mantener a casi cualquier precio, aunque este sea una mujer violentada. Sobra decir la opinión adversa a la ley 779 que prima en tales instancias religiosas, en concordancia con la frontal oposición del obispo de Estelí quien compara la Ley con el mismísimo Anticristo. No todas las familias reaccionan así, claro está, o al menos algunas consideran que no deberían hacerlo, de no ser porque acoger a la hija o a la hermana que huye de la violencia del esposo conlleva el posible rechazo de la comunidad y, por supuesto, el de la familia del esposo, al que pueden sumarse amenazas e incluso agresiones físicas. No es, al respecto, inusual la escena que se representa en la Comisaría de la Mujer y la Niñez, donde ha ido una víctima a denunciar o a pedir protección, con el victimario y su familia a la puerta en actitud amenazante. Así que, ante la inmensa soledad y desamparo de la mujer violentada, quedan los líderes locales, hombres o mujeres, algunos de los cuales han sido víctimas o victimarios en el pasado, que tienen un muy alto grado de compromiso, gracias a los talleres de concienciación sobre el problema. Ellos, más que ninguna otra persona foránea, conocen a

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cada quién en su pequeña comunidad, en qué familias hay violencia o puede llegar a haberla, como afrontarla tirando de los sutiles hilos que mueven las relaciones intracomunitarias y, una vez que se ha producido el acto violento, dar testimonio del hecho a las autoridades. Algo que, dicen, no ocurre, pues pocas veces la policía se adentra por esos lugares para esclarecer crímenes por violencia de género. Al respecto, los líderes y brigadistas con los que hablé reivindicaban un mayor apoyo y reconocimiento por parte de las instituciones y las organizaciones sociales, reforzando su figura y sus funciones ante sus convecinos de comunidad. Generalmente, hacían referencia a las camisetas con los logos, los cuadernos y lápices, los viajes y la comida pagada, cuando son requeridos en Matagalpa o en otro Municipio por la Organización, como parte de este reconocimiento, pero podría haber algo más, comentaba uno, que compensara el coste de perder una jornada de trabajo para asistir a un taller que, quizás, los obligue a pagar a un peón que atienda sus labores o a perder un día de trabajo. Después de todo, decía uno que se comentaba, ellos vienen con sus carros, ganan sus salarios y se regresan. Una opinión que, creo, viene a plantear un problema de mucho fondo en el ámbito de la Cooperación, en la medida en que puede estar cuestionando la convencional frontera que separa el sistema cooperante y el sistema receptor, por parte de personas que, perteneciendo a este último, juegan un papel de intermediación entre las Organizaciones y los destinatarios de sus acciones. Quizás la antedicha crítica, expresada por alguien que reconoce los efectos positivos de la Cooperación, encierre una reivindicación de que no se conforman con ser destino pasivo de la acción cooperante, sino parte integrante y activa en ella.


Cuando la familia, el vecindario, el líder o la brigadista, se ven sobrepasados por un conflicto de género, a la mujer víctima no le queda más remedio que acudir al socorro de las instituciones con sede en los municipios, o sea, la Comisaría de la Mujer y la Niñez o, sobre todo en el caso de Matagalpa, las organizaciones sociales especializadas en la atención a las mujeres maltratadas. Sobrepasado el primer círculo comunitario, la víctima se adentra en un sistema que en gran medida le resulta extraño y se rige con parámetros que ella desconoce, formalismos burocráticos, policiales, legales. Es la llamada Ruta crítica, una red institucional de atención y acogida de las víctimas que, a sus ojos, supone una incomprensible maraña en muchos casos más desalentadora que receptiva. No solo por las inconsistencias y disfunciones institucionales, que las hay, sino por puro desconocimiento o, en caso de que la mujer sea acompañada por algún miembro de una Organización de acogida, porque una vez cumplimentados los pasos administrativos de la denuncia, el sistema institucional se desentiende de ella, arrojándola de nuevo a las manos de un victimario que se ha visto humillado ante sus familiares y vecinos, que, quizás, la están esperando a la salida de la Comisaría para someterla a más violencia.

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ADOLESCENCIA VIOLENCIA DE GÉNERO


El hecho de que la mayor parte de los proyectos contra la violencia de género incluyan la intervención en la adolescencia denota la presunción de que cualquier actuación con pretensiones de incidir en las pautas de comportamiento y modos de pensar de un grupo humano ha de prestar especial atención al colectivo juvenil para que el cambio pueda ser efectivo a medio y largo plazo. Todo cambio de naturaleza sociocultural implica una modificación de muchos de los patrones adquiridos en esta etapa de la vida, la del aprendizaje y la socialización, por lo que es en ella cuando más eficaces pueden ser las actuaciones encaminadas a la resolución de problemas que hunden sus raíces en las mentalidades culturales, el sistema de valores, las formas de organización social, sus estructuras. Una de las fórmulas más empleadas con este segmento de población es el taller, como el que Médicos del Mundo lleva a la práctica con adolescentes provenientes de las comunidades incluidas en su proyecto. Su función es orientar a las y los adolescentes en temas de salud sexual y, por implicación, prevención de la violencia de género. La metodología consiste en la presencia de una experta que, apoyada en con cierta tecnología (computadora, pantalla, power point), expone al grupo el tema, marca las directrices, generalmente siguiendo el guión de algún tipo de documento elaborado por la propia organización, para pasar luego al intercambio de opiniones entre los congregados. En lo que al tratamiento del tema de la salud sexual con jóvenes adolescentes se refiere, este procedimiento resulta bastante adecuado, en tanto en cuanto la experta trasmite una información específica sobre salud sexual que

requiere conocimientos especializados. Generalmente, los jóvenes asistentes desconocen gran parte de los contenidos, o tienen ideas muy vagas o erróneas, toda vez que se trata de asuntos que no se suelen abordar de modo explícito en el seno de la familia. Quizás han recibido cierta formación sobre esa temática en la escuela, si bien es menos completa que la transmitida en el ámbito de los talleres, al estar ésta menos coaccionada por el discurso de la Iglesia católica, muy influyente en las políticas educativas del Gobierno sandinista. De hecho, me aseguraron que prácticamente no veían estos temas en la escuela. Al decir de sus profesores, no estaban entre sus obligaciones docentes y era un asunto que quedaba de las puertas de la escuela para afuera. Cuestión distinta es cuando la problemática que se aborda trata de la violencia sexual. Así como en el contenido sobre salud se fundamenta en bases científicas, en el sentido de que hace referencia a aspectos fisiológicos, es decir, objetivos, el tema de la violencia de género responde en gran medida a patrones culturales. Lo que no quiere decir que tanto en uno como en otro aspecto concurran también factores fisiológicos y culturales. Pero, en lo fundamental, se trata de dos temáticas que, estando estrechamente relacionadas, son susceptibles de ser tratadas con metodologías distintas. Lo que no es impedimento para que puedan abordarse juntas. En cuanto al formato del taller generalmente empleado para dichas temáticas, responde a una concepción de la experta como depositaria de tales conocimientos específicos, lo que le confiere el exclusivo papel de fijar y definir el tema a tratar (violencia de género), establecer unos objetivos (cambiar modelos de compor-

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tamiento) y aplicar una metodología determinada sobre el grupo seleccionado. Grupo que, en la práctica, suele ser considerado como receptor pasivo del contenido a impartir. La información va, pues, en un solo sentido, del docente a los asistentes, correspondiendo a éstos la posibilidad de formular preguntas, en el caso de contenidos de orden científico, o de expresar opiniones, en el caso de contenidos relacionados con la violencia de género. Así como el formato “docente” es muy adecuado para el tema de la salud sexual, para el tratamiento del problema de la violencia me parece insuficiente, habida cuenta de que, al responder a parámetros socioculturales y, por lo tanto, conllevar elementos de subjetividad, es susceptible de ser abordado desde una diversidad de planteamientos y puntos de vista, por ejemplo, la perspectiva de la experta, según su género, edad, tendencia ideológica, etc. y el punto de vista generacional de los adolescentes. Así como del tema de la salud sexual se tienen conocimientos de biología o de medicina o no se tienen, en su derivado de violencia de género en las relaciones de pareja no se trata solo de conocimientos objetivos, sino de experiencias socioculturales. Si bien la experta que dirige un taller centrado en esta temática tiene, por edad y formación, una mayor experiencia que las y los adolescentes, ello no quiere decir que éstos últimos no hayan experimentado el fenómeno de la violencia, directamente o indirectamente, y no tengan un criterio conformado en base a códigos culturales propios de su edad y su entorno familiar y social. Son, en cierto modo, los “dueños (as) del problema”. Lo cual nos lleva a concluir que, sin descartar el formato del taller, se hace aconsejable introducir fórmulas más acordes con la naturaleza del problema de violencia de género y las relaciones de pareja.

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En los discursos producidos con chavalos y chavalas en grupos y en conversaciones informales se hace evidente que quienes acuden a los talleres de Médicos del Mundo tienen cierta información (o desinformación) sobre salud sexual que completar o corregir y discursos relativamente conformados. Es decir, tienen un criterio conformado a partir de valores culturales adquiridos en su entorno más inmediato, en la escuela, en los talleres de las organizaciones, pero también, y esto me importa aquí resaltar, extraído los medios de comunicación, Internet, cine, televisión, etc. Criterio que no necesariamente presupone un comportamiento correcto en las relaciones de género, toda vez que se rigen con patrones culturales donde el maltrato a la mujer está de algún modo “normalizado”. Razón por lo que se hace muy necesaria su orientación. ¿Más con qué metodología? En la medida de lo posible: con la suya. Y su metodología no se limita al formato “docente oráculo, discente receptor”, sino a otro más interactivo y participativo entre individuos y grupos de individuos, físicos y, lo que me parece de máximo interés, virtual. Tal y como he podido constatar durante el trabajo de campo, las y los jóvenes de las comunidades de Matagalpa, incluso parte de los que viven en lugares muy apartados, aunque en mucha menor medida, están familiarizados con la cultura de las redes sociales virtuales, bien a través del uso de computadoras personales o familiares (los menos) o las de centros educativos o lugares públicos, bien por medio del uso de celulares, sorprendentemente generalizado entre ellos, teniendo en cuenta el bajo nivel de renta familiar. Tanto es así, que se da el caso de jóvenes que no pudiendo disponer de un celular, adquieren un chip de memo-


ria que introducen en el celular de un amigo para mantenerse en la red de contactos. Nos encontramos, pues, con una generación que sigue reproduciendo determinados patrones de sociabilidad de generaciones anteriores, en cuanto a las relaciones de género, pero con el añadido de que una buena parte de tales modelos ya no se reducen al lugar de encuentro personal fuera de la vista de los mayores, con los códigos de relación que ello implica, sino que sobrepasa esas fronteras. Lo que supone un fenómeno que ha venido a revolucionar, y lo hará mucho más a corto plazo, las estructuras sociales y culturales tradicionales. De modo que la información y adquisición de valores ya no llega a los jóvenes sólo del entorno familiar ni de la comunidad reducida o amplia en la que físicamente se mueven, ni siquiera del sistema educativo formal o religioso, sino que va mucho más allá y escapa a ellos. A pesar de la condición periférica de estos jóvenes matagalpinos en el mundo globalizado, empiezan a formar parte de un universo cultural y complejo que acelera los cambios sociales, hasta el punto de que cualquier intento de explicarlos se ve superado casi antes de llegar a conseguirlo. Durante mi estancia en Matagalpa y en las comunidades, he podido presenciar escenas de jóvenes, inéditas hace apenas una década, que bien podrían estar teniendo lugar en grupos de jóvenes en Madrid, París, Tokio o Lima: mismas vestimentas, mismos léxicos, mismos ademanes, mismos peinados, mismos referentes simbólicos, misma iconografía, misma música, mismas expectativas. Tanto es así que, en muchos aspectos, cabe apreciar más similitudes entre esos jóvenes globalizados que entre ellos mismos y la generación de sus progenitores. Es cierto que el grado de integración en la cultura cibernética

es inexistente o muy precario en las comunidades más alejadas de los núcleos urbanos, pero, en razón de la velocidad con que se están produciendo los cambios en este sentido, cabe pensar que no tardarán en integrarse a corto plazo. Razón por la que no hay que descartarlos a la hora de actuar con ellos. Así las cosas, creo que se hace imprescindible asumir las consecuencias de un proceso de globalización acelerada por el factor Internet y actuar en consecuencia. Y a las organizaciones sociales corresponde hacerlo en el modo de plantear los problemas y de tratarlos. Sin la menor duda, ello pasa por incluir las nuevas tecnologías de la comunicación en la formulación de las acciones orientadas a los jóvenes y asumir sus propios códigos de comportamiento. En lo que a la violencia de género se refiere, no hay que descartar el papel del orientador, quizás ahora más que nunca, habida cuenta del casi absoluto desconocimiento que tienen unos padres que se reconocen absolutamente desbordados por los nuevos fenómenos de la comunicación. Alguien tiene que transmitir a las y los jóvenes los códigos necesarios para que aprendan a administrar el ingente volumen de información indiscriminada que tienen al alcance de un simple clic: violencia, terrorismo, pornografía, seriales, juegos de todo tipo, etc. Y eso, en Matagalpa, sólo puede hacerlo la escuela y las organizaciones sociales, con la ineludible ayuda que ofrecen las nuevas tecnologías de la comunicación. Alguien debe armonizar los códigos de la cultura local con los códigos que circulan por la cultura de Internet. Una cultura en la que están vigentes valores muy distintos a los de padres de esos adolescentes, de modo mucho más diferenciado de la que

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ellos tenían con los suyos, y que hacen referencia a otras maneras de entender la familia, la sexualidad, el género, las relaciones de pareja, la homosexualidad, la heterosexualidad, el honor, la honra, las sociabilidad, etc. No basta ya con instruir a las y los jóvenes en la necesidad del respeto mutuo, la comprensión o la igualdad entre el varón y la mujer en la relación de pareja heterosexual. Las y los adolescentes tienen bastante asumidos los valores modernos de libertad, independencia, respeto, en gran parte porque esos valores se corresponden con los nuevos modelos procedentes de los centros metropolitanos y cada vez más vigentes en las culturas periféricas, como son las nuevas formas de entender y practicar la sexualidad, la reproducción biológica, las técnicas de inseminación artificial, la relación de pareja, la paternidad o la maternidad biológicas, la adoptiva, las distintas formas de familia, monoparentales, homosexuales, transexuales, etc. Patrones que reflejan nuevos modos de ser y realizarse como seres humanos, de relacionarse entre sí, que llegan a la muy receptiva y permeable mentalidad del adolescente y se hace necesario ayudarles a conjugar y armonizar con los patrones que rigen en su propio entorno. Por ceñirnos al aspecto de la violencia de género, de mis intervenciones con ellos (entrevistas, grupos focales y conversaciones informales), cabe destacar que se ha producido una significativa ruptura con los valores de sus padres, en cuanto a la manera de entender la masculinidad, la feminidad y las relaciones de género. A tal punto, que discursos que pueden valer para los mayores, se vuelven muy inoperantes en el caso de los jóvenes. No quiero decir con esto que sus valores se hayan desarraigado por completo de su contexto sociocultural más inmediato, pero es evidente que una gran parte del origen o la explicación de sus propios valores ya no cabe buscarlos en los grupos

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humanos de procedencia, sino en culturas urbanas, próximos o no tanto, donde la mayoría de mis jóvenes interlocutores e interlocutoras veían su futuro como adultos. En ellos, y en los mundos virtuales que empiezan a ocupar el horizonte de sus vidas. En cuanto al modelo de pareja al que siempre se hace referencia en los talleres para abordar el problema de la violencia de género, consiste en estereotipos de varón y de mujer y una manera de relacionarse que gira en torno una organización del parentesco que se basa en la familia nuclear, con fuertes influencias de la ideología católica. Siendo este el modelo que a grandes rasgos predomina en las comunidades, con características de una familia extensa en rápido proceso de extinción, su utilización queda justificada como referente primordial para orientar el contenido de los talleres. Pero no del todo. Las redes virtuales en las que cada vez más participan las y los jóvenes de las comunidades matagalpinas los introduce en un universo sociocultural en el que están presentes diferentes modos de familia, de entender y practicar el sexo, de experimentar la masculinidad, la feminidad, las relaciones de pareja, la familia, su reproducción. En ese ámbito de cultura virtual coexisten familias mono-parentales formadas por una mujer sola con hijos o un hombre solo con hijos, familias formadas por parejas homosexuales, masculinas o femeninas, solteros o solteras, divorciados o divorciadas con esporádicas relaciones heterosexuales u homosexuales, paternidad o maternidad por adopción de hijos procedentes de culturas distintas a la de los padres adoptantes, etc. Un modelo muy heterogéneo de referencia para ellos que forma parte de su propio horizonte vital, pero que no se corresponde con la realidad sociocultural en la que viven. Lo que implica nuevas tensiones, contradicciones, frustraciones, explícitas o subterráneas, en la personalidad de las y los


adolescentes potenciales generadoras de violencia. De hecho, frente a la idea de que en lo concerniente a la violencia de género, la juventud se encuentra más preparada para evitarla, empiezan a ponerse de manifiesto nuevas formas de violencia, de actitudes machistas, de maneras de sometimiento femenino, dentro de la cultura de las redes sociales, siendo el acoso, el insulto y la amenaza del chavalo a la chavala a través del celular. Un aparato que ha venido a romper usos y costumbres, como el del galanteo tradicional, consistente en una aproximación física del joven a la casa de la joven, lo que conlleva un control directo por parte de los padres de ella. Con la proliferación de los celulares, ya no se hace necesaria la presencia física del pretendiente, que puede concertar la cita, o incluso pactar la huida, sin necesidad de adentrarse en los territorios del papá de ella.

tablecer relaciones de grupo, de amistad, de confidencias, de primeros contactos, de ocio, sin la presencia vigilante de los padres y sin tener que aislarse del grupo para entablar relación entre muchacho y muchacha. En este sentido, el propio grupo sirve de catalizador de posibles conflictos de pareja, de violencia, de retraso de las relaciones sexuales precoces.

En cuanto a la territorialidad de géneros, en el mundo de las comunidades matagalpinas se produce de modo que hay muy pocos espacios físicos de encuentro entre las y los jóvenes de ambos sexos, siendo el colegio prácticamente el único lugar donde aprenden a relacionarse entre ellos. Prácticamente carecen de otro tipo de espacios, discotecas, bares, incluso parques o plazas, donde aprender pautas de sociabilidad entre uno y otro género, lo que, en parte, reduce la relación de pareja o noviazgo a encuentros solitarios, normales y buscados por cualquier pareja, pero que en edades tempranas pueden ser causa de precocidad en las relaciones sexuales. Relaciones prematuras que, quizás, se retrasarían de disponer las y los jóvenes de espacios de ocio en los que aprender los códigos de relación entre jóvenes de ambos sexos dentro del grupo. Lo que, hasta cierto punto, explica su disposición tan positiva respecto a los talleres, porque les interesa la temática, cierto, pero sobre todo porque les proporciona un espacio en el que pueden es-

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RAICES

ESTRUCTURALES DE LA

VIOLENCIA D E G É N E RO


No ha dejado de sorprenderme a lo largo de mi estudio sobre violencia de género la invisibilidad del fenómeno del incesto, cuando se trata de una forma de violencia de género aún más grave y potencial generadora de más violencia. Bastante frecuente en Nicaragua, según el testimonio de algunos informantes, también en la región de Matagalpa, creo que se trata de un fenómeno carente de la atención que merece, por la gravedad que en sí mismo encierra, más también por la segura incidencia que tiene en futuras manifestaciones de violencia en quienes lo sufren. En lo que aquí respecta, el hecho de tratarse de un problema relativamente oculto, unido a las limitaciones temporales del trabajo de campo, me ha impedido abordar esta temática con la sistematicidad y profundidad necesarias. Por otro lado, en ningún momento de mi trabajo ha salido a colación el asunto, si no ha sido porque yo lo planteara. Sorprendentemente, cuando lo he hecho, las respuestas no han sido la negación, el intento de evasión o el velo de disimulo o silencio que cabría esperar del primer contacto con un desconocido, sino un espontáneo reconocimiento entre risas de lo extendida que está su práctica (“uuuuuh”), haciendo alusiones a casos concretos (incluso citando nombres conocidos entre mis propios interlocutores), en los que los padres habían mantenido relaciones sexuales con las hijas. “Ese se las ha comido a todas”, fue el comentario que alguien hizo en referencia a un padre de cuatro hijas, supuestamente violadas por él. No está solo, sin embargo, el incesto en el substrato del territorio de la violencia de Matagalpa, donde también parece estar relegado el tema de la homosexualidad, masculina y femenina, oculto a la mirada público o camuflado bajo el follaje de la broma, el chiste o el sarcasmo. Con todo lo que se hace alusión en los ámbitos feministas, en

los contenidos de los talleres, en los folletos que circulan sobre temas de género, a las nuevas masculinidades, la mayoría de las veces se limita a una condena del machismo tradicional, acompañada de una serie de prescripciones orientadas a descubrir y fomentar un supuesto lado femenino de la condición varonil que encierra cualidades de sensibilidad, mansedumbre, capacidad de comprensión y empatía, valores que se dan por sentado son propios de la condición femenina. Pocas veces, por no decir ninguna, he visto que el término “nuevas masculinidades” abarque a la homosexualidad masculina o la transexualidad, y tampoco me he encontrado con lo que se supone que debería ser su antónimo correspondiente, las “nuevas feminidades”, donde cabría la homosexualidad femenina, las relaciones lésbicas, la apariencia y los modos varoniles en las mujeres, tan evidentes en los ámbitos de ocio de Matagalpa, y, sin embargo, tan aparentemente disimuladas. Omisiones que, quizás, estén en razón de ese endémico machismo instalado en la mentalidad nicaragüense, incluidas también las mujeres, y no sólo las mujeres ajenas a estas temáticas, sino también, y paradójicamente, en el inconsciente mismo de las que se supone que están a favor de la diversidad de género a la que alude la expresión “nuevas masculinidades” o “nuevas feminidades”. Lo cierto es que la homosexualidad no está en la agenda de la lucha contra la violencia de género como se merece, siendo como es una realidad innegable, por mucho que se trate de ocultar bajo ese manto machista al que me acabo de referir. Es real, y no solo en los ámbitos urbanos más desarrollados, los menos provincianos, como afirma el tópico, sino también, aunque de forma latente, reprimida, en las comunidades de Matagalpa. Represión de una manera de ser hombre o mujer que, sin la menor duda, está en el origen de algunas manifestaciones de violencia, por parte de un

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esposo o de una esposa, cuya tendencia sexual no se corresponde con la que le ha sido impuesta por el rígido patrón cultural, que los ha obligado a esconderla bajo el manto de la apariencia del matrimonio, de la familia. “Violencia de género”, dos términos con los que se describe el fenómeno que nos ocupa, entendiendo el primero el ejercicio de la fuerza física y el segundo un aspecto de la identidad exclusivamente relacionado con las características sexuales, conductuales y mentales. Son conceptos descriptivos, teóricos, que aluden al problema en su dimensión más amplia, pero que, en lo que a nosotros concierne, adquieren significados propios que hunden sus raíces en el contexto sociocultural de las comunidades de Matagalpa. Es en este contexto donde podemos calibrar con mayor precisión el significado profundo de los mismos. Veremos entonces que categorías como: masculino, macho, varón, hombre, femenino, hembra, mujer, pareja, maltrato o violencia, encuentran un sentido propio una vez situados su dimensión estructural. Una aproximación al problema con la lente holística que vengo proponiendo nos permite ver, por ejemplo, cómo el maltrato de género no sólo se manifiesta en su expresión física, como generalmente la visualizamos, y también psicológica, como se también se propone, aunque no siempre se actúa en consecuencia por ser menos tangible, sino también simbólica, cultural. Sin embargo, se suele pensar la primera como causa necesaria para que se produzca la segunda, o viceversa, aunque menos, olvidando la tercera, o sea, la violencia simbólica. De ahí que una buena parte de las políticas y las actuaciones estén pensadas para afrontar el maltrato físico y el psicológico, con especial atención al primero, por la razón de que es considerado como la expresión ultima del acto violento,

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por encima del maltrato psicológico, y porque es más fácil de visualizar y demostrar. Algo que también opera en la mentalidad de los propios vecinos de las comunidades, que casi siempre que aluden al término violencia se están refiriendo a violencia física. Pero si ampliamos el foco de atención, empiezan a aparecen causas estructurales que también están en el origen de esa violencia, tales como las condiciones materiales, económicas, políticas, sociales, simbólicas o morales, generadoras de tensiones y contradicciones que se sitúan en la base de los conflictos. Así, se entiende mejor que el maltrato no agota su explicación en su expresión física o psicológica, sino que también encuentra sentido en factores estructurales del sistema sociocultural. Algo que parece obviar el uso de algunos modelos teóricos sobre el fenómeno de la violencia de género, y que de forma tan palmaria se pone de manifiesto en los discursos que se suelen emplear para explicar la problemática. Discursos que, a veces, parecieran reducir los malos tratos a una suerte de escenario en el que el guión de la violencia es interpretado casi exclusivamente por un varón maltratador y una mujer maltratada, ambos movidos por hilos de violencia física, quizás psicológica, sin contar con esos otros hilos que también provocan la violencia, como pueden ser la pobreza, la injusticia, la explotación, la represión, el analfabetismo, la falta de libertades, la corrupción, la rigidez de las costumbres, la marginación social, el olvido del Estado. Hilos que en cierto modo escapan a las posibilidades pragmáticas de las Organizaciones sociales, y de ahí en buena medida el que se vean obligadas a seguir el guión reduccionista, pero que no se deben obviar a la hora definir los problemas a tratar, en este caso el de la violencia de género, porque hacerlo implica, cuando menos, una merma en la comprensión de la complejidad y hondura del fenómeno y


en el alcance y la eficacia de sus acciones. Uno de los marcos estructurales en el que hay que situar el fenómeno de la violencia, donde encontramos claves para su explicación, está en el sistema de parentesco. Más allá de la validez y utilidad que pueda aportar el término “patriarcado” para definir el patrón que rige el sistema de familia en las comunidades, me parece más esclarecedor abordar los elementos que conforman la estructura familiar y como ésta se reproduce. Naturalmente, no he llevado a cabo un trabajo exhaustivo sobre este aspecto, dado el tiempo limitado, y tampoco se hacía necesario para los fines de este informe, así que la información que tengo es la proporcionada exclusivamente por mis informantes. El modelo de familia vigente en la zona está compuesto por una pareja y sus hijos, con la posible convivencia en la misma unidad doméstica de alguno de los padres y, muy raramente, algún hermano o hermana de uno de los cónyuges. Sin ningún género de dudas ni matices por parte de mis interlocutores, el núcleo familiar gira en torno a la figura del padre, en tanto que cabeza de familia, quien detenta la máxima autoridad en lo concerniente a las decisiones que afectan a la familia dentro del ámbito social y una buena parte de las intrafamiliares, ocupándose la mujer de las cuestiones relativas a la crianza de los hijos y el funcionamiento cotidiano de la casa, incluido el cuidado de los animales domésticos, aunque también ayuda en las tareas del campo. La línea que delimita el universo moral del esposo y la esposa, los derechos y deberes de cada uno de ellos, es muy nítida, aunque no siempre se cumplen, lo que es fuente de tensiones que pueden derivar en discusiones, maltrato físico o psicológico. Los principales motivos que generan con-

flicto de pareja a causa de la mujer pueden ser no tener la comida preparada cuando llega el esposo, el mal mantenimiento de la casa, mala administración, o bien de mayor trascendencia, como malcriar a los hijos, negarse a los requerimientos sexuales del cónyuge o, motivo casi seguro de violencia, un posible engaño o abandono. En cuanto a los incumplimientos del varón generadores de conflicto, van desde la dejación de su responsabilidad de mantener a la familia, el exceso de consumo de alcohol o drogas, las infidelidades o el abandono familiar por otra mujer. En el engaño del cónyuge se sitúa una de las principales causas de la mayoría de los conflictos de pareja que desembocan en las manifestaciones de violencia más extrema, en forma de palizas, agresiones con armas blancas o de fuego y el asesinato, siendo el varón en la práctica totalidad de los casos el victimario y la mujer la víctima. A falta de un estudio más detallado, la inmensa mayoría de los casos graves de violencia se producen en el segmento de edad que coincide con la etapa reproductora de la pareja, siendo menores en las etapas anteriores y posteriores. Cabe, pues, establecer una correlación entre el embarazo, la crianza y los actos violentos, como así se infiere de los testimonios de mis informantes, en cuanto que los señalaban como motivos de infidelidad y violencia, por abstinencia sexual de la pareja que ello conlleva. ¨¡No quiero mujeres embarazadas!”, escuché que se quejaba un malhumorado hombre a la esposa que, acompañada de un hijo adolescente, le seguía unos pasos atrás con ademán de culpabilidad, a la salida de una visita al ginecólogo. Actitud que, al menos en apariencia, comporta una cierta contradicción entre el deseo de los varones de ser padres, y en cualquier caso, de la práctica sexual necesaria para llegar a serlo, y las repetidas quejas de estos por

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los embarazos de las mujeres, en quienes, de manera más o menos explícita, ellos hacen caer la culpa, como si la responsabilidad recayera sólo en ellas. Lo cual también entra en contradicción con la general resistencia de los varones al uso de los anticonceptivos, con argumentos tales como que una mujer protegida de posibles embarazos es más proclive a posibles actos de infidelidad, y que ello implica tener que visitar al ginecólogo, en determinados casos, algo que desagrada al varón en la mayoría de los casos consultados. Podemos identificar causas de potencial conflicto de género en el cambio de un modelo de familia extensa, propia de un sistema económico agrícola y ganadero, a un modelo de familia nuclear que trata de adaptarse a los nuevos modos de vida. Mientras que en el primero un mayor número de hijos suponía más mano de obra futura, y por tanto, un potencial aumento patrimonial, las nuevas condiciones socioeconómicas lo están volviendo muy disfuncional, hasta el punto de jugar en contra. Prueba de ello la tenemos en la muy significativa expresión “me ha dado hijos”, en boca del hombre, o “le he dado hijos”, en palabras de la mujer, en referencia a algo que es considerado como una suerte de aporte funcional de la mujer al esposo, en cumplimiento de los respectivos papeles que ambos tienen en la familia extensa. O sea, algo positivo ajustado a los intereses del sistema tradicional, pero que se vuelve en negativo, por disfuncional, en un sistema en el que los hijos empiezan a ser más una carga que una ventaja, por los gastos que supone una educación formal cada vez más alargada, que alcanza tanto a los hijos como a las hijas. Entonces, el sentido positivo que en el sistema de familia extensa tenía el que la mujer “diera hijos al esposo”, se vuelve negativo y, algo que nos interesa aquí, en contra de ella, en tanto que supuesta única respons-

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able del aumento de las cargas familiares. De ahí el “no quiero mujeres embarazadas” que ya hemos escuchado en labios de un esposo. Una de las consecuencias que trae este cambio de modelo de familia, en lo que a la educación formal de los hijos e hijas se refiere, la vemos en el desequilibrio entre géneros que supone no sólo en el hecho de que las hijas se hayan incorporado al sistema educativo, con el plus de potencial independencia que ello comporta frente al varón, y causa de potencial violencia, sino que las hijas adquieren un mayor nivel de estudios, dado que poco aportan a la economía familiar, mientras que se produce un mayor abandono escolar por parte de los varones, que sí aportan ayudando al padre en el mantenimiento de la economía doméstica. Un desequilibrio que se pone de manifiesto y constituye igualmente una potencial causa de conflicto de género a la hora de buscar pareja con fines matrimoniales, dada la desventaja del varón frente a la mujer en su nivel de instrucción, comparado con los tradicionales roles de uno y otro género. Quizás ello podría explicar también (aunque no tengo datos para corroborarlo), un mayor éxodo de jóvenes mujeres que de hombres, lo que, de ser así, provocaría una mayor competencia entre varones jóvenes por encontrar pareja, y una mayor presencia de varones solos, caldo de cultivo de violencia. Un buen ejemplo de este tipo de violencia simbólica y estructural al que me estoy refiriendo, que nos permite comprender mejor el sustrato cultural sobre el que se asienta la noción de violencia en las comunidades, lo tenemos en el tradicional “robo de la novia”. Una costumbre muy arraigada y extendida en la zona, muy similar al “llevarse a la novia” propio de la cultura mediterránea (probablemente importado por la población criolla). Se trata de un comportamiento que viene a


sustituir el ritual del casamiento y, como me explicaban mis informantes, para evitar el excesivo gasto que supone para sus precarias economías una boda como la que se hace en los centros urbanos o como la que ellos consideran que deberían hacer pero no pueden. El ritual del galanteo previo a la formalización del noviazgo en las comunidades comienza con el acercamiento del joven pretendiente a la casa de la pretendida, al principio en plan merodeador por los aledaños, luego aproximándose cada vez más, hasta que llega un momento en que se ve obligado adentrarse en el territorio de masculinidad del padre, a quien deberá solicitar permiso para formalizar una relación que en todo momento será celosamente vigilada. Un día la hija desaparece, para gran disgusto de los progenitores, aún sabiendo estos el motivo de la desaparición y que antes o después iba a ocurrir. Después de todo, él y su esposa también lo hicieron así. Generalmente, los novios van a refugiarse a casa de la familia del novio o, de no ser así, buscan algún trabajo, como puede ser la recolecta del café. La nueva pareja vive al principio en la casa de los padres de él, pero en cuanto les es posible se construyen la suya propia en alguna propiedad que le han cedido o han heredado. Pasado un tiempo, a veces años, cuando los ánimos se han calmado y ya no hay más remedio que aceptar una situación que ya es irreversible, la pareja hace acto de presencia en casa de los padres de la mujer, quizás ya con algún hijo, de modo que éstos ya no les queda otro remedio que aceptar. Vemos cómo en el caso que acabo de describir se produce un tipo de violencia estructural y simbólica. Por un lado, está el varón, padre de una hija generalmente adolescente, sobre la que tiene la obligación moral de ejercer una estrecha vigilancia, puesto que en él recaerán las culpas de cualquier comporta-

miento de la muchacha que ponga en juego su honor paterno, en tanto que varón y cabeza de familia. Por otro lado, aparece un varón joven con la pretensión de mantener relaciones con la muchacha, para lo cual no tiene otro remedio que adentrarse en el territorio físico, la casa, que también es territorio simbólico-moral del papá. Ante el riesgo que ello implica, éste recela pero no pone impedimento definitivo, salvo que la reputación del joven (“marihuanero”, “drogadicto”, “vago”) sea de su agrado. No obstante, no le quita la vista de encima mientras está en el territorio paterno. Un papel que ejerce el papá en las afueras de la casa y la mamá en su interior. Pasado un tiempo, los jóvenes planean la escapada, puesto que las circunstancias impiden o dificultan la posibilidad de que el padre dé el permiso para la unión formal, cada vez que esta implica casamiento civil y eclesiástico, y celebración de boda, con el consiguiente gasto que no se puede permitir. De alguna manera, todos aceptan cómo se desarrollan los acontecimientos; pero la imagen moral de los padres los obliga tener que cumplir su papel en el drama del robo de la hija. Sucede, sin embargo, que a veces esa dramatización se materializa en violencia física, entre los dos varones y, consiguientemente, en posible fuente de conflicto entre la joven pareja. Otro origen de actos violentos lo encontramos en el sistema de propiedad y herencia patrimonial. Aunque desde un punto de vista legal el sistema prescribe un reparto a partes iguales entre todos los hijos, es decir “parejo a todos”, sin distinción de género, como así se afirma en primera instancia, una vez que se profundiza en el tema se pone de manifiesto una clara primacía de los hijos sobre las hijas, sea mediante transmisión directa en vida o en forma de legación de las partes mejores, a veces incluso de todo el patrimonio, lo que supone una fuente de conflictos entre

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hermanos y hermanas y entre cuñados. En este sentido, cabría ver una contradicción entre los derechos reconocidos de las mujeres a heredar de modo igualitario y la relativa aceptación por parte de mis informantes femeninas de la “natural” prevalencia del varón sobre ellas, en razón del papel que él ocupa en el sistema familiar en tanto que cabeza de familia. Y la hay, desde un punto de vista jurídico, pero no así en el terreno de las prácticas, donde el propio sistema tradicional procura la corrección de tal desajuste. Al ser generalizado el privilegio de los varones frente a las mujeres, estas se ven “compensadas” en el momento en que contraen matrimonio por el aporte del marido, de modo que lo que ellas dejan de recibir de sus progenitores, lo reciben de sus suegros a través del esposo. Lo cual supone en efecto un reequilibro de los desajustes patrimoniales en cuanto afecta a la herencia entre hermanas y hermanos, pero que en caso de conflicto matrimonial deja a la mujer en situación de dependencia respecto del esposo, que es quien detenta la propiedad. Es tal la vigencia del modelo patriarcal que rige en el sistema de herencia que se dan casos en que la mujer, asumiendo la ideología del parentesco, cede voluntariamente (o no tanto) sus títulos de propiedad al esposo. Algo que puede hacerse de forma legal o, como me han testimoniado varios informantes, mediante manipulación notarial con desconocimiento de la mujer. Es de señalar, sin embargo, el cambio de mentalidad que se está produciendo en este sentido, tanto en los hombres como en las mujeres, aunque es más significativo en éstas, en relación con este asunto. Cambio que viene de la mano de los talleres de capacitación, en los que la práctica totalidad de ellas han recibido la información y formación necesarias para que tomen conciencia del problema. “Yo antes era tonta, cuidando los chanchos, haciendo tortillas. Ahora no, ahora dejamos prepa-

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radas las cosas y nos vamos al taller. Ahora se cuáles son mis derechos”, me decía una mujer que se había separado por causa de violencia y alcoholismo del esposo, y guardaba la propiedad de su casa y de su tierra. El discurso de la violencia reducido a su expresión varón violento mujer violentada, sobre el que puede sustentarse el argumento de que la mujer, por su condición, rechaza la violencia del varón, y que éste puede llegar a justificarla, se ve en parte cuestionado cuando lo abordamos desde el prisma estructural. Siendo cierto el unánime rechazo de la violencia por parte de todos al nivel ideal y en un sentido abstracto, encontramos casos en el terreno de las prácticas en que el maltrato encuentra justificación, tanto por parte de varones como de mujeres. No cuando le afecta a la persona en sí, como es obvio, pero sí cuando afecta a personas del entorno familiar. Me refiero a la justificación del acto violento por parte de los progenitores, padre y madre, en los casos en que el victimario sea su hijo y la víctima la nuera, o de los hermanos del victimario cuando la víctima es la cuñada. Una circunstancia que abre una nueva dimensión del fenómeno, y que nos lleva a concluir que no solo los individuos son susceptibles de estar connotados con categorías de género, masculino o femenino, sino que también las unidades familiares están simbólicamente connotadas con tales categorías. Así, una familia puede estar simbólicamente connotada con significados femeninos en una situación de violencia en la que está involucrado uno de sus miembros femeninos, sea hija o hermana víctima, mientras que la familia contraria adquiere el signo masculino que le confiere la pertenencia a ella del hijo o el hermano victimario. Lo que viene a explicar las resistencias de la propia familia a acoger y respaldar a la hija o hermana victimas, en razón de que también ellos se verán implicados por la reacción de la familia del es-


poso; también porque el sistema ideológico del parentesco los induce a ello. Se produce así un mecanismo de fusión y fisión dentro de la estructura de parentesco que deja a las mujeres en mayor desamparo que a los varones, en tanto en cuanto que activa más la solidaridad familiar con ellos que con ellas. Junto con las causas estructurales de la violencia, podemos identificar otras que no se corresponden con la esfera familiar, pero sí con el modo en que se producen los hábitos de sociabilidad. Uno de ellos es el abuso del alcohol por parte de los varones, casi siempre presente, antes, durante o después del acto violento, ya como causa, coadyuvante, excusa o coartada. El guaro forma parte consustancial del modo de ser hombre, como lo es su superior fuerza física, el arrojo, la valentía, todos ellos valores identificados con la hombría. Se bebe para llega a ser hombre y se sigue bebiendo para no dejar de serlo. También porque, en el apartado mundo de las comunidades de Matagalpa, donde el único lugar para la sociabilidad masculina en kilómetros a la redonda es un bar, acaso sea el único recurso para el ocio y el encuentro masculino, para hablar entre hombres las cosas de los hombres, siempre acompañados por el trago. No es fácil dilucidar hasta qué punto pueden ser la amargura, la frustración o la represión, los inductores al abuso del alcohol y su secuela de violencia, o si ésta ya está ahí, en el varón que bebe hasta emborracharse y da rienda suelta a todos sus demonios a su regreso a la casa lanzándolos contra su esposa e hijos e hijas.

cia que los traficantes traen directamente de los circuitos del narcotráfico que contamina toda Centroamérica. Circuitos por donde se cuela una nueva forma violencia de género, como es la que ejercen las mafias que trafican con mujeres. Este es el tipo de violencia que ha traído la droga, según opinan mayoritariamente las y los jóvenes, y no tanto su consumo, si se trata de droga blanda, la marihuana, que otra cosa es el crack que empieza a estar cada vez más presente.

También están las drogas, de más reciente incorporación en la vida cotidiana de las comunidades, menos frecuente en los mayores que en los jóvenes, quienes tienen en ella un complemento del alcohol, aunque menos extendido. Sólo que, al ser ilegal, constituye la puerta de entrada de otro tipo de violen-

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ALGUNAS

PARADOJAS DE

LA VIOLENCIA DE GÉNERO EN M ATA G A L PA


En la medida en que el trabajo de campo antropológico se desarrollaba, el interés del equipo técnico de MdM Matagalpa en afinar la mirada frente a las expresiones de la violencia de género, se enriqueció con el diálogo fluido con su coordinador, dando pie a una iniciativa de formación introductoria a la metodología cualitativa de investigación socio cultural y aplicar el conocimiento adquirido en un análisis complementario del problema. Cada integrante exploró, a partir de sus inquietudes, las distintas dimensiones del objeto de estudio1 , sin obviar su complejidad e interdependencia y recurriendo, sólo por razones metodológicas, a la distinción de sus informantes a través del criterio de titularidades 2 (responsabilidades, obligaciones y derechos). En este capítulo se presentan los principales resultados de este proceso, el cual incluyó entrevistas y observación participante, como técnicas de investigación. La reflexión grupal e identificación de aspectos claves para el abordaje intersectorial de la violencia de género en Matagalpa, serán insumos para el seguimiento técnico del proyecto en que se enmarca la investigación. De lo que se trata aquí es de subrayar algunas paradojas, entendidas a partir de la identificación de patrones sociales que emergieron e invitan al debate entre quienes, desde distintos roles y espacios, se comprometen en la lucha contra la violencia hacia las mujeres.

El movimiento de mujeres de 3 Matagalpa: Entre logros y desafíos Indudablemente, la existencia de una ley que reconozca la diversidad de expresiones de la violencia de género y establezca mecanismos punitivos concretos, constituye un logro en el camino de la defensa de los derechos humanos de las mujeres nicaragüenses. Sin

embargo, la “sonoridad” de la ley 779 ha evidenciado la intrínseca paradoja entre la ley y las luchas sociales: la movilización ciudadana por demandas justas es el más efectivo de los métodos para alcanzar respuestas institucionales, pero su materialización en forma de ley exige la reinvención del grupo que ha promovido tales cambios. El movimiento de mujeres de Matagalpa -uno de los más activos y representativos del país- se inscribe en ese debate. ¿Qué implicaciones tiene la ley 779 en las nuevas dinámicas organizativas de las mujeres matagalpinas? ¿Cómo se configuran actualmente sus relaciones con el Estado y la cooperación internacional? ¿Son necesarias nuevas estrategias para incidir en políticas de género? Son sólo algunas de las preguntas latentes en el nuevo escenario. En principio, la relación de los grupos y redes de mujeres matagalpinas con las organizaciones internacionales es distinta a la experimentada en otras zonas del país. Sus antecedentes políticos y organizativos, su capacidad de permanente de movilización y denuncia, así como sus posiciones radicales frente a temas como el aborto terapéutico, dan un contenido radicalmente distinto a su quehacer y posicionamiento público. Por ejemplo, la apuesta del Grupo Venancia4 a la horizontalidad como práctica institucional y su sentido crítico frente al Estado, les genera suspicacias permanentes al interactuar a nivel externo, incluso con representantes de ONGD internacionales. Para esta organización, la lucha contra la violencia de género cuestiona fundamentalmente el poder arbitrario de los hombres en el sistema patriarcal y este espíritu debe estar presente en sus estilos de comunicación y la toma de decisiones internas, más allá de que el interlocutor sea un cooperante. Desde su perspectiva, antes de sumarse a un proyecto, debe tenerse cla-

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En el uso convencional del término, asumiendo el debate epistemológico de la investigación en ciencias sociales. Desde un enfoque de derechos humanos, en la actualidad la cooperación prefiere denominar de esta manera a lo que antes se conocía como “beneficiarios”. 3 Basado en resultados de entrevista realizada a integrante del Grupo Venancia y observación participante, realizada por Martha López Molina, Responsable de Prevención de Violencia Basada en Género y Comunicación. 4 Colectivo de mujeres dedicadas a la Educación y Comunicación Popular Feminista ubicada en Matagalpa en la región centro-norte de Nicaragua, surgido en 1991. Integrante de la Red de Mujeres del Norte Ana Lucila y de la Red de Mujeres contra la Violencia. 2

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ro la expectativa de cada parte y las condiciones de dicho trabajo, procurando que el apoyo que se brinda a instituciones gubernamentales se destine para el apoyo directo a las mujeres víctimas de violencia de género. Para el Grupo Venancia, la ley 779 sigue estando marcada por la discrecionalidad de los funcionarios estatales que deben aplicarla. Refieren que en algunos casos, agentes de la Policía desestimulan a las denunciantes advirtiéndoles que la detención y juzgamiento de sus cónyuges implica que “ese hombre va a caer preso y se van a quedar sin comida sus hijos”. Además, como instrumento de poder, la ley no se aplica cuando el agresor es “un hombre con poder político”. Desde esta lógica, la presión social es igual de necesaria que antes de que la ley 779 fuera aprobada, pues ante la falta de efectividad del Poder Judicial, se hace una denuncia pública a través de las movilizaciones de mujeres. Esta estrategia ha tenido efectos adversos, pues desde su experiencia “hay una diferencia notoria en el comportamiento de quienes recepcionan las denuncias cuando las víctimas son acompañadas por alguien del Grupo Venancia.” Actualmente, espacios de incidencia como las Unidades de Consejería Escolar del Ministerio de Educación, están cerrados para esta organización. Ante este escenario, diseminan sus mensajes a través de Radio Vos, una radio comunitaria del Colectivo de Mujeres de Matagalpa con cobertura en todo el departamento. Este tipo de recursos, junto a las metodologías participativas de sus procesos formativos permite que sus grupos meta se apropien del discurso feminista, lo cual se evidenció en un tall5 er presenciado por MdM , en el cual participaban 20 jóvenes mujeres provenientes de Matagalpa, Estelí y Jinotega, estudiantes de la Escuela de Género de esta organización. 5

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El Estado en el “día a día”6 La forma en que se previene y atiende la violencia de género, además de responder a un marco cultural e histórico, se enfrenta a limitaciones inmediatas y palpables cotidianamente. En la carencia de recursos materiales y humanos se identifica una segunda paradoja: ¿Cómo hacer lo que la ley mandata cuando la “realidad” no lo permite? A pesar de que los funcionarios públicos afirman que “no están para cuestionar la ley, sino aplicarla a como está escrita”7, ese discurso institucional es débil, a la luz de las evidencias, lo cual no tiene que ver con la voluntad del funcionario(a), -como refiere el testimonio- sino con el conjunto de factores que estén o no a su disposición: conocimiento, infraestructura, remuneración adecuada, personal de apoyo, entre otras. ¿Qué motivación podrá tener un funcionario(a) de la Comisaría que no cuenta con herramientas necesarias para atender de manera integral a una víctima de violencia de género? ¿De qué manera la labor del Ministerio de Educación en la prevención de la violencia de género, a través de su Unidad de Consejería Escolar, será efectiva, mientras sus consejeros(as) son docentes a quienes se les suma esta responsabilidad como una “carga” adicional a la impartición de asignaturas? En la práctica, el docente consejero se percibe como el encargado de “mantener la disciplina”. Formalmente, en cada aula, a nivel nacional y departamental hay estudiantes monitores (dirigentes estudiantiles de la Federación de Estudiantes de Secundaria) de clara afiliación partidaria, centralizada y vertical, cuyos liderazgos no son determinados por méritos académicos, lo cual hace que las prioridades varíen en cada coyuntura. Es la única expresión estudiantil organizada,

El tema del taller era “Autorrealización. Juventud, un plan para vivir.” Basado en resultados de entrevistas realizadas por Lennyn Villanueva, Responsable de Vigilancia para la Salud y Mayra Rivas, Coordinadora del 6 Proyecto FOCAD y Juan Carlos Gazol, Responsable de Investigación, a funcionarios departamentales del Ministerio de Educación, Ministerio de Salud e Instituto de Medicina Legal. 7 Testimonio de funcionaria de la Comisaría de la Mujer, Niñez y Adolescencia. Matagalpa.


con reconocimiento institucional y por lo tanto, llamada a replicar la consejería. Según 8 el discurso oficial , cada escuela puede decidir la mejor alternativa, según su contexto, para implementar la consejería, optimizando los recursos humanos y materiales disponibles. En la práctica, se aprovechan espacios de convocatoria masiva, como actos cívicos, reuniones de entrega de notas, para abordar los temas atinentes a la Consejería. En el ámbito de la salud, se identifica igualmente un discurso “capacitado” sobre las normas y protocolos sobre violencia de género, en contraposición con la realidad material en cada unidad de salud y la priorización institucional de otras necesidades más demandantes. Además, la aplicación de la normativa 031, “no está dando respuesta completa a las víctimas, únicamente en la captación, la responsabilidad del MINSA es captar a la víctima y luego remitir.” Por otra parte, el MINSA es de las instituciones públicas sujetas a una mayor cantidad de procedimientos técnicos, regulaciones, formatos y normas y “en las hojas de registro diario de consultas, todavía no aparece reflejada lo de la violencia de género.” Un eslabón fundamental en la detección de la violencia de género es el Instituto de Medicina Legal (IML), encargado de realizar los peritajes a las víctimas. Este caso ejemplifica la insuficiencia de las herramientas “teóricas” para la atención de la violencia de género de manera oportuna. Al estar adscrito a la Corte Suprema de Justicia, cuenta con un dominio conceptual que sobresale respecto a otras instituciones estatales. Sin embargo, esta institución sólo cuenta con un vehículo para atender los 13 municipios del departamento. Además, los victimarios tratan de comprarlos para lograr dictámenes que le favorecen su salida, debiendo adoptarse medidas de control a nivel central. 8

¿Quién le pregunta a la niñez matagalpina cómo vive la violencia de género?: La Paradoja del (los) Género (os).8 El sentido de violencia está ligado al de la justicia. En Matagalpa, el acceso oportuno a la justicia para niñas, niños y adolescentes (NNA) víctimas de violencia, sobre todo mujeres, ha sido una lucha sostenida de organizaciones y activistas sociales durante los últimos años. Por otra parte, no se puede olvidar que la Comisión Nacional Interinstitucional de Lucha contra la Violencia hacia la Mujer, integrada por 14 instituciones públicas, fue responsable de elaborar la Política Integral contra la violencia hacia la mujer y la niñez. Incluso el Ministerio de la Familia, Adolescencia y Niñez es la entidad que coordina la Comisión Interinstitucional. Pero la vulnerabilidad de la infancia es un hecho real. Si una bandera legítima de las organizaciones de sociedad civil (OSC) es la no revictimización de las mujeres agredidas a través de sucesivas entrevistas ante distintas instancias públicas, tiene igual relevancia la lucha por visibilizar los daños colaterales de la violencia de género, lo cual significa abrir el enfoque a otros titulares de derechos: las y los niños. Cuando la víctima directa es un niño(a) los medios de comunicación y las autoridades matagalpinas resaltan su condición, pero cuando es su madre, hermana, tía o abuela, pareciera ser que es un hecho que no le afecta. A través de la observación de una jornada común de atenciones en la Comisaría de la Mujer y la Niñez de Matagalpa, se pudo constatar que la mayoría de las mujeres en espera de atención estaban acompañadas por niños(as), quienes son considerados (as) “meros acompañantes” de cada experiencia por las autoridades de dicha institución, ubi-

Basado en resultados de entrevista y observación participante en Comisaría de la Mujer, Niñez y Adolescencia, realizada por Caridad Hernández, Responsable de Prevención de Violencia Basada en Género.

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cada en una oficina sin entrada independiente de la Delegación Policial. La protección a la identidad de las víctimas se ve disminuida pues antes de ingresar a la Comisaría, deben informar en recepción del trámite al cual llegan y atravesar todo el edificio. El hecho que las investigadoras de la Comisaría de la Mujer y Niñez de Matagalpa lleguen “hasta donde las víctimas lo permiten”, reduce la posibilidad de que de manera oficiosa puedan realizar acciones específicas ante el abuso psicológico que significa ser testigo de violencia. Si en esos casos las niñas y niños no son reconocidos (as) como víctimas, ni como posibles futuras víctimas, ni como sujetos parte de una cadena de reproducción permanente de la violencia, no se puede hablar de justicia real frente a la violencia de género, aun cuando el agresor de su madre haya sido condenado (a).

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CONCLUSIONES Y

RECOMENDACIONES


1. Médicos del Mundo de Matagalpa Si he de señalar un hallazgo fundamental en el proceso de elaboración de este informe, ese es la propia organización de Médicos del Mundo de Matagalpa. Situada en el plano intermedio entre las organizaciones sociales presentes en la región en cuanto a envergadura, las diversas opiniones que he podido recoger al respecto coinciden con mi apreciación en cuanto a la gran eficacia, eficiencia y rigor con que está llevando a cabo su proyecto sobre violencia de género. Lo cual justifica la buena imagen, la amplia red de relaciones y la capacidad de convocatoria que tiene en los medios institucionales y de la Cooperación matagalpinos. Imagen que igualmente cabe apreciar entre la población de las comunidades donde desarrolla sus actuaciones y que han sido objeto de estudio de este informe. Si a ello se le añade el especial interés que pone en establecer alianzas con otras organizaciones e instituciones para el desarrollo de sus actuaciones, el resultado es una organización que, en líneas generales, afronta con solvencia algunos de los problemas apuntados al principio y que, según he podido percibir, aquejan al sistema de la Cooperación de Matagalpa, cuales son la atomización y dispersión de actuaciones, circunstancia que en mi criterio resta eficacia y eficiencia en la lucha contra la violencia de género. Prueba del interés de MdM por evitar este problema lo tenemos en la alianza que ha establecido con cuatro Ong internacionales con presencia local, con el fin de plantear un proyecto de gran envergadura centrado en el problema de la violencia de género. Poco hay que recomendar, pues, en lo que respecta a este punto, que no sea perseverar

en la política de colaboraciones que tiene por principio, que la sitúa en un lugar muy ventajoso para proponer la creación de una suerte de Coordinadora regional que concite a todas o una mayoría de las organizaciones sociales de Matagalpa. Una instancia que daría un mayor peso a la Cooperación local, una mayor representatividad institucional, amén de facilitar el flujo de información entre ellas (fondo bibliográfico, banco de datos, etc.), una mejor articulación y adecuación de los proyectos y mayor capacidad para establecer alianzas con instituciones gubernamentales y académicas para afrontar proyectos de mayor alcance que los realizables por cuenta de cada Organización. Estoy convencido de que Médicos del Mundo, por su prestigio, por las buenas relaciones que mantiene con las instancias de la Cooperación local, puede jugar un papel de liderazgo en este sentido. En cuanto a la capacidad de MdM para afrontar la problemática de la violencia de género, creo que encuentra justificación en la adecuada cualificación de su equipo técnico y la acertada composición de sus perfiles profesionales. Con todo, quiero señalar las dificultades objetivas que el equipo tiene para desarrollar todo su potencial, cual es la excesiva dedicación a la atención de formalismos, seguramente necesarios para procurar el máximo de eficacia y eficiencia de los proyectos, pero que actúan como corsés para la creatividad y en detrimento de una mayor dedicación a la producción de información propia de primera mano. De ahí, el reconocimiento que merece el esfuerzo que el equipo técnico está realizando en el momento en que redacto este informe con el trabajo de campo que lleva a cabo en las comunidades que son objeto de sus proyectos. No estoy sugiriendo con esto que MdM se convierta en un centro de estudio e investigación, toda vez

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que no es ese su cometido principal. Lo que estoy planteando es una mayor apertura de los dispositivos de captación y producción de la información sobre el terreno, lo que implica un especial esfuerzo en continuar con la formación teórica y metodológica de los miembros del equipo. Una formación que debería llevar a disponer de una mejor provisión de información bibliográfica relativa al problema de la violencia de género, necesaria para profundizar en los problemas que aborda. Se evitaría así, en gran parte, el problema que ya he señalado sobre el uso de tópicos producto de la utilización acrítica de discursos teóricos importados y una mejor adecuación de los mismos con el contexto sociocultural en el que desarrolla sus proyectos.

2. Producción de información sobre la problemática de violencia de género para implementación de posibles actuaciones. En relación con el discurso de la violencia de género y cómo se lo utiliza en el planteamiento y ejecución de las actuaciones, en líneas generales creo que adolece de cierto cariz reductivo que limita la complejidad del fenómeno en cuestión. Por ejemplo, se pone un gran peso en algunos aspectos implícitos, explícitos o derivados del ideario de la ley 779, en detrimento de otros aspectos a los que se les presta muy poca o ninguna consideración. Me refiero a cuestiones tales como el alcoholismo, las drogas, la homosexualidad masculina y femenina, la trata de mujeres y prostitución o el incesto, que forman parte del fenómeno de la violencia de género que merecen una atención mayor que la que formalmente se les presta. Creo que se hace necesaria la realización de estudios específicos sobre tales temas, así como un mayor ejercicio de reflexión sobre las razones por las que se hace mucho

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hincapié en determinados perfiles del problema de la violencia de género y poco o nada en otros que, cuanto menos, forman parte sustancial del mismo. Quizás se pondrían en evidencia paradójicos sesgos machistas en determinados planteamientos feministas, sin duda bienintencionados, que pueden causar los efectos perversos de la acción a los que me he referido en este informe. O también los prejuicios que pueden esconder determinados discursos orientados a combatir la violencia de género, por ejemplo, sobre personas homosexuales, por parte de quienes no asumen otra orientación que la heterosexual.

3. Primer anillo. Líderes, red de mujeres y brigadistas Uno de los efectos perversos a los que he apuntado en este informe lo podemos identificar en el modo en que se aplica la Ley 779 en las comunidades, en cuanto a que puede suponer más un boomerang para la mujer susceptible de maltrato que el arma defensiva que en principio se le supone. Ya hemos visto que, en gran medida, ello se debe no tanto a las cualidades implícitas de la Ley, cuanto a las condiciones objetivas del contexto en el que se aplica, sobre todo la gran dispersión del hábitat y las distancias que median con los centros urbanos donde se encuentran las instancias, gubernamentales y sociales, donde la mujer maltratada puede acudir en busca de ayuda. Resulta innegable, al respecto, que el hecho de que una víctima haya llegado hasta este punto está en razón de que los recursos a los que podría haber acudido en su comunidad no han funcionado, véase, la parentela, la red de mujeres, las brigadistas o los líderes locales. Es decir, lo que se ha venido en considerar como el primer anillo. Pues bien, si hay algo que mi aproximación antropológica al problema de la violencia de


género en las comunidades me ha llevado a considerar de primordial relevancia es la necesidad de una mayor atención a dicho primer anillo. Ya he aludido a la generalizada opinión de que “ahora hay más violencia de género que antes”, expresada por mis interlocutores, hombres o mujeres, según ellos causada por la aplicación de la Ley 779. Algo que, como en su momento apunté, no puede ser demostrado a falta de un histórico estadístico. Lo que no es óbice para pensar que, en efecto, la Ley puede haber tenido como efecto dicho aumento, lo que resulta lógico y, hasta cierto punto esperable, en la medida en que viene a “violentar” un tradicional status quo machista que se hacía necesario romper. Ya se sabe que la violencia genera violencia, aunque en este caso, la primera está justificada. Otra cosa es cómo hacerlo, en procura de que los efectos sean más positivos que negativos a corto y medio plazo, hasta que los propósitos positivos de la Ley acaben modificando la mentalidad y los comportamientos de la población. Y una manera de hacerlo es, sin la menor duda para mí, potenciando los mecanismos “naturales” que el propio sistema social comunitario dispone para afrontar las situaciones de violencia de género. Mecanismos que, quizás, la propia Ley 779 ha venido a debilitar o incluso a desactivar (lo que explicaría el aumento de la violencia), pero que habría que revitalizar y potenciar para evitar, en la medida de lo posible, el que ésta entre en acción. De ahí la atención que creo que se merece las figuras del líder, las brigadistas, las redes de mujeres o cualquier otra instancia que constituyen ese primer anillo. Creo, pues, que se hace necesaria una profunda reflexión (mejor un estudio) sobre la naturaleza del liderazgo en el ámbito sociocultural de las comunidades, a fin de conocerlo a fondo, formalizarlo e institucionalizarlo, para hacer de él un eficaz recurso que contribuya a la prevención y resolución de los posibles casos de violencia en su misma gestación, evitando

así que lleguen a mayores y sin vuelta atrás, que no sea a costa de una mayor violencia.

4. Segundo anillo. Instancias de recepción de mujeres maltratadas Lamentablemente, el fenómeno del maltrato sobrepasa las posibilidades que tienen las instancias comunitarias para evitar que algunos casos lleguen al segundo anillo, o sea, allá donde comienza la llamada Ruta crítica. Poco cabe decir en este sentido, pues considero que las Organizaciones y las Instituciones, y por supuesto Médicos del Mundo, prestan bastante atención los problemas que se producen en esta instancia. En parte, porque ello resulta más fácil y viable, habida cuenta de que las Organizaciones se encuentran en el mismo ámbito de actuación y forman parte de las mismas redes sociales, lo que facilita una mayor sinergia con las instituciones encargadas de atender los casos de violencia. Eso sí, en detrimento de una mayor atención a las instancias locales del primer anillo, más preventivas que paliativas o resolutivas. Cabe, pues, proponer el mayor apoyo posible a todo lo que suponga la implementación de la Ley 779, Ley integral contra la violencia de género, dadas las enormes deficiencias que se producen en su aplicación con el carácter integral con el que está pensada. Así mismo, y en referencia a posibles actuaciones en este segundo anillo, es imprescindible el fomento de casas de acogida de mujeres maltratadas (y apoyo a las ya existentes), la implementación de talleres o cooperativas que proporcionen el sustento necesario a las mujeres que huyen de sus victimarios. Al respecto, una acción que puede resultar mucho menos costosa, pero

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que puede ser muy eficaz, es la creación de una página web donde confluyan ofertas y demandas de trabajos para mujeres maltratadas, la cual puede ir complementada con el establecimiento de convenios con empresas e instituciones para establecer algún tipo de cuota de empleo para mujeres maltratadas.

5. Chaval@s Dado el importantísimo papel que están empezando a jugar las nuevas tecnologías de la comunicación en la esfera de las y los adolescentes, con un crecimiento exponencial en la proliferación de aparatos, considero imprescindible la incorporación de las mismas en cuanto proyecto y actuación esté dirigida a este segmento de edad y cualquiera que sea la problemática a tratar. En lo que a la fórmula de los talleres se refiere, el formato docente-discente resulta muy adecuado para los temas relacionados con la salud sexual. Quizás se podría aprovechar más la gran cantidad de material científico y educativo que circula por Internet sobre esta temática, de muy fácil y económico acceso. Así mismo, creo que se debería aprovechar la facilidad de acceso en Internet a películas cuyos argumentos toquen en mayor o menor medida los problemas concernientes al género, como es la homosexualidad, masculina y femenina, la violencia en la pareja, las nuevas formas de familia (monoparental, adoptiva o por inseminación, paternidad o maternidad homosexual, etc.). Temáticas que, una vez terminada la proyección, podrían ser debatidas en pro de una consolidación del criterio en las y los adolescentes. Una actuación complementaria a los talleres podría ser la creación de un blog en la página web de MdM de Managua (o la creación de una específica), mantenida en parte por los propios participantes en los talleres, donde pu-

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dieran amplificar y replicar cuantas acciones se hicieran en ellos, exponer y plantear sus problemas, opiniones, ideas o iniciativas relacionadas con el problema de los maltratos. Igualmente, se podría crear una red virtual de adolescentes contra la violencia de género, siendo ellos mismos los encargados de conformarla, dotarla de contenido y ampliarla, siempre con la supervisión de la Organización y teniendo el problema de la violencia de género como tema central. A fin de reforzar una identidad del grupo (de primordial importancia en la adolescencia), sería muy pertinente identificar la red con un referente con fuerte contenido simbólico relacionado con la violencia de género, capaz de concitar, formar y movilizar conciencias. Y no creo que haya un mejor referente en el momento actual para las y los adolescentes del mundo, en cuanto a reivindicación de los derechos de las y los jóvenes, de lucha contra toda forma de represión y violencia de las mujeres como es la figura de Malala, la joven pakistaní tiroteada por los talibán contrarios a que las niñas se formen en la escuela. Y violencia de género es que la condición masculina, en su expresión más radicalmente machista como es la de los talibanes, niegue a la mujer la posibilidad de estudiar, de emanciparse y superar el reducido mundo de un modelo de sociedad patriarcal. Constituye Malala un potentísimo referente simbólico para las y los adolescentes, con mucha más capacidad de identificación, motivación e incidencia en la conformación de sus mentalidades que cualquier discurso proveniente de las y los adultos. La adolescencia es la edad de la rebeldía contra los mayores, de identificación con sus iguales, de asunción de nuevas formas y valores. De ahí la pertinencia de conceder a las y los jóvenes una cierta autonomía que los haga sentirse protagonistas de su batalla contra la violencia de género, y de ahí que apele a la figura rebelde y valiente de Malala. Dada la enorme reper-


cusión que este personaje está teniendo en los medios de comunicación y en las Redes, de las que ella tanto se sirve, acrecentada por su reciente candidatura al Nobel de la paz y los numerosos premios e intervenciones en foros internacionales de primer orden, la obtención de información sobre su figura y sus acciones puede ser fácilmente accesible para las y los adolescentes de las comunidades de Matagalpa, si no directamente por todos ellos, si por los que tengan más fácil acceso a Internet (a lo que podría ayudar MdM). Una forma de reforzar la identidad de la red de adolescentes podría ser la utilización de camisetas con la figura y/o el nombre de Malala (si no hubiera inconveniente legal), acompañada con el anagrama de Médicos del Mundo. MALALA Red de chaval@s contra la violencia de género. Médicos del Mundo

6. Talleres Ya hemos visto en el apartado correspondiente la alta aceptación de los talleres centrados en salud sexual y prevención de la violencia de género. Sobre todo, y como es lógico, entre quienes, hombres y mujeres, han participado en ellos. También sabemos que hay actitudes críticas, generalmente provenientes de los varones y de mujeres influenciadas por “sus” varones. En lo que se refiere a los aspectos positivos, los talleres aportan valiosa información, despiertan conciencias, contribuyen a acrecentar el conocimiento y la emancipación. Poco hay que decir, en este sentido, que no sea el continuar fomentándolos como formato adecuado para los propósitos que persiguen. Cabe, eso sí, incidir en la metodología que, al igual que en el caso de los talleres para adolescentes, es susceptible de ser enriquecida. Por ejemplo, incluyendo la proyección de películas y doc-

umentales para su posterior debate, a fin de ampliar y consolidar el sentido crítico, afianzar vínculos sociales, incorporar nuevos códigos de relaciones, o sea, reforzar un sistema de valores y símbolos compartido por la comunidad, entre hombres y mujeres, que contribuya a combatir mentalidades y comportamientos violentos. Además de cultivar la inteligencia, enriquecer los sentimientos, ampliar el universo de conocimientos y divertir. En referencia a los contenidos temáticos, creo que se focalizan excesivamente sobre la violencia de pareja, sin duda el escenario donde se manifiestan la práctica totalidad de actos violentos de género, pero que no es ahí donde cabe encontrar todas las claves de su explicación. La violencia de pareja se produce dentro de estructuras complejas que, como he mostrado, forman parte del sistema sociocultural, de modo que entender el acto violento implica comprenderlo como acto social total, no como fenómeno aislado. Y esto es lo que hace (o pretende hacer) la antropología, las ciencias sociales en general, pero también, aunque con códigos diferentes, la literatura y el cine. Descartadas las ciencias sociales, por manejar lenguajes complicados, y también la literatura, por no ser muy factible en el medio en que nos encontramos, queda la posibilidad del cine, para lo que sólo se necesita luz eléctrica, una computadora y una pantalla, y descargar de la Red alguna película seleccionada por su temática. En Internet ya están seleccionadas por temas. Por supuesto, no se trataría de descargar una película y pasarla sin más, sino de visionarla con anterioridad, destacar aspectos relevantes, en función de la temática, estructurarlos, y ordenar el posterior debate. Entre otras cosas, creo que contribuiría a fomentar un sentido crítico frente a determinados códigos, si no explícitamente violentos, sí estructuradores y generadores de violencia contra la mujer, tan frecuentes en los seriales que tanto seguimiento tienen en el medio que nos ocupa.

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En este orden de cosas, hay un aspecto que merece atención, cual es la función socializadora y de ocio que ofrecen los talleres. Entre los aspectos positivos que motivaban a acudir a ellos mis interlocutores siempre hacían referencia a la función formativa e informativa que tienen, pero nunca a algo que juega muy fuertemente en el deseo de asistir, como es la posibilidad del desplazamiento, del viaje, de salir del terruño, de la solitaria cotidianidad, del reducto familiar, del encuentro entre vecinos cercanos y de otras comunidades, de ampliar el radio de comunicación, de información, de procurar un rato de diversión, de lo que para ellos constituye una oportunidad de ocio en un ámbito carente de otra posibilidad que el bar, exclusivo para los hombres, o el esporádico encuentro en el camino, en la tienda, en la esquina o en la casa para las mujeres. No está de más, por tanto, ofrecer otros ámbitos de socialización, donde se encuentren hombres, mujeres, y hombres y mujeres. Y los talleres, en los que también se incluyan actividades culturales y de ocio, pueden ser una buena opción. Eso sí, procurando que estos se celebren lo más cerca posible de la comunidad, como así me han insistido una y otra vez mis informantes. Queda ahora atraer a quienes se oponen a los talleres, al menos quienes no acuden por motivos que pueden ser fácilmente resueltos. En lo que a los hombres se refiere, la opinión generalizada de que no van es porque “allí se tratan cosas de mujeres” o porque el varón “se chamusca”. Sin embargo, cabe apreciar una propensión a asistir a talleres solo para hombres orientados por un hombre. En ellos se pueden abordar temáticas difícilmente tratables en profundidad en los talleres mixtos, como son la sexualidad masculina, la homosexualidad, las nuevas formas de familia, el alcoholismo, las drogas, los valores varoniles, el sentido del honor, de la hombría y sus

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expresiones violentas, su impresión de que “les han cambiado los métodos” y ya no saben cómo comportarse con las mujeres y con otros hombres, la masculinidad amenazada por los nuevos valores, por la Ley 779, por la mujer emancipada. Talleres que ofrezcan a los hombres un espacio distinto al reducto del bar o de los billares, donde se aprenden y consolidan no pocos hábitos machistas. Ni que decir tiene que la fórmula de taller exclusivamente masculino no exime de los talleres mixtos, que, desde el punto de vista de la problemática de género, deberían ser los más generalizados, toda vez que ofrecen la posibilidad de un espacio de socialización entre géneros. Tal y como se produce en el ámbito de las comunidades, la práctica habitual “encierra” a uno y otro género en territorios excluyentes que impiden las normales relaciones entre varones y mujeres, si no es en el reducto familiar. Reducto en donde se aprenden códigos de relación entre padres e hijas, madres e hijos, hermanos y hermanas, pero no entre convecinos y convecinas con los que no se mantienen estrechos vínculos de parentesco, que no sea porque ande el sexo de por medio. Y a falta de otros espacios de socialización (bares donde entren mujeres, acompañadas y solas, cines, etc), los talleres pensados también como espacios de ocio pueden contribuir a ello.




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