Eloy Alfaro

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Eloy Alfaro Escritos PolĂ­ticos



PENSAMIENTO POLÍTICO ECUATORIANO

Eloy Alfaro Escritos Políticos

Introducción y selección de Jorge Núñez Sánchez


Ministerio de Coordinación de la Política y Gobiernos Autónomos Descentralizados DORIS SOLIZ CARRIÓN Ministra ALEXIS RIVAS Viceministro MÓNICA MANCERO Proyecto de Estudios y Pensamiento Político Pensamiento Político Ecuatoriano Colección dirigida por Fernando Tinajero Quito, Junio 2011


Presentación Doris Soliz Carrión

Sin duda, la figura de Alfaro y su Revolución han sido un referente fundamental para la Revolución Ciudadana. Como no serlo, si la vida entera del “Viejo Luchador” estuvo marcada por su valor, voluntad y liderazgo. Por su perseverancia e inquebrantable abnegación en pos de una radical transformación social y material de nuestro País. Si se entregó a la causa de la integración nacional, enlazando el norte con el sur, y sobre todo la Costa y la Sierra, a través de vías de comunicación, y por supuesto, del ferrocarril. De aquel ferrocarril, por medio del cual, la inefable lejanía regional tuvo al fin su encuentro. El General Alfaro no fue tan solo un revolucionario, fue también un visionario. Su pensamiento y su concepción política, social y económica tuvo un carácter de avanzada. Buscó sentar las bases para la modernización y el desarrollo ecuatoriano, cuando hasta entonces, el Ecuador era uno de los países más atrasados de América Latina. Gracias a su empeño, la educación se democratizó. Instituyó la enseñanza laica y obligatoria en el nivel primario, procurando generar una conciencia ciudadana renovada, más libre, tolerante y crítica. Asimismo, dio un gran empuje a la producción, al comercio y al desarrollo de la industria nacional. Pero su labor no quedó ahí, ya que luchó por los derechos, las reivindicaciones y las libertades ciudadanas y, en especial, por la soberanía del país. Si bien su tendencia doctrinaria proviene de una matriz liberal, el soplo del tiempo lo condujo hacia la “vanguardia ideológica del radicalismo” impregnado de un fuerte contenido social, ubicándole en la vanguardia del pensamiento político de su tiempo. Su sueño fue abolir el viejo sistema clerical-terrateniente y romper con los prejuicios de la época que corroían los espíritus libres. Es así como procuró quebrantar la mentalidad patriarcal y las ataduras que asían a la mujer a un mundo doméstico, estrecho, imbuido en una plétora de carencias asentada en la ignorancia, y se propuso crear una sociedad con nuevos horizontes y un renovado porvenir. Su visión amplia de la vida lo llevó, entonces, a consagrar planteamientos tales como la igualdad entre hombres y mujeres; la protección a los sectores más vulnerables de la sociedad, en especial de los ancianos y discapacitados; el 5


elevar el potencial y las capacidades de los ciudadanos y ciudadanas a través de las ciencias y las artes;, y el franquear las brechas de injusticia e inequidad social mediante la acción del poder público. Ese es el gran Alfaro, el Gran Revolucionario de Montecristi, cuya imagen y estela, lejos de desvanecerse, adquieren más fulgor. El conductor y estadista al que admiramos, al que seguimos y al que dedicamos estas líneas. Este volumen no recoge únicamente su pensamiento, recoge su destello que estoy segura se impregnará en todo aquel que decida sumergirse en su memoria.

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Índice

Presentación................................................................................................5 Doris Solíz Carrión Eloy Alfaro: pensamiento y acción de un revolucionario..............................9 Jorge Núñez Sánchez 1. Correspondencia y documentos .........................................................43 2. Mensajes a las Asambleas Constituyentes y al Congreso Nacional .........................................................................79 3. Escritos para la historia.....................................................................167 4. Documentos anexos .........................................................................221

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Eloy Alfaro: pensamiento y acción de un revolucionario Jorge Núñez Sánchez

Un siglo después de la “hoguera bárbara” de El Ejido, la figura de Eloy Alfaro sigue siendo poco conocida en varios aspectos, y particularmente, en lo que hace referencia a su actividad internacionalista y su pensamiento político. Lo primero puede resultar explicable, en tanto que aún no se ha hecho una minuciosa investigación sobre la actividad política coordinada que desarrollaran, entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, ese conjunto de revolucionarios liberales de América Latina al que pertenecieran Eloy Alfaro y José Martí, entre muchos otros. Pero lo segundo resulta del todo inexplicable, dada la buena cantidad de estudios, ensayos y libros que se han escrito sobre Alfaro y la Revolución Liberal ecuatoriana de 1895. Ocurre, a nuestro entender, que la imagen de Alfaro como pensador político ha sido distorsionada por el fervor que se ha puesto en la consagración del héroe, hecho que ha privilegiado el estudio de sus acciones políticas y militares sobre el de sus ideas y experiencias políticas. Pero también ha contribuido a ello cierta pereza mental de algunos estudiosos, que se han limitado a repetir que Alfaro fue un liberal por antonomasia, y quienes, a partir de ese equívoco, nos han regalado una figura de alcance ideológico limitada, e incluso, anacrónica a la luz de la historia. Algo ha tenido que ver en esto ese complejo de inferioridad con que nuestros intelectuales han visto la vida y la historia nacionales. Acostumbrados a valorar a su propio país como “la última rueda del coche”, y a mirarlo con desprecio o, en el mejor de los casos, con conmiseración, a ellos les parecía lógico y normal que nuestra Revolución de 1895 hubiera sido el más tardío ensayo de reforma ocurrido en la América Latina. De lo cual se derivaba la conclusión de que Alfaro todavía se hallaba empeñado en la reforma liberal cuando en otras partes del continente ya se estaba luchando por la revolución agraria. Apreciaciones de esta laya, construidas sobre prejuicios intelectuales y complejos nacionales, han contribuido a minusvalorar nuestra historia y a distorsionar la imagen de los grandes personajes de ella. Si esos supuestos estudiosos del alfarismo y la Revolución de 1895 se hubieran empeñado en investigar a 9


fondo aquel periodo de nuestra historia, pasando luego a compararlo con el similar de otros países de Hispanoamérica, hubieran descubierto varias verdades de bulto, como las siguientes: — Que si bien Eloy Alfaro vino de una matriz ideológica liberal y, en sentido general, puede ser clasificado dentro del liberalismo de su tiempo, no es menos cierto que integró la vanguardia ideológica del radicalismo, un movimiento político de corte social demócrata, que por entonces emergía en América Latina y que luego daría lugar a la formación de los Partidos Radicales en varios países sudamericanos. — Que Alfaro imprimió a la Revolución Liberal ecuatoriana un carácter de avanzada, que la convirtió en la última y más completa experiencia de reforma del continente, a la vez que en un matinal ensayo de desarrollo industrial autónomo, en el que se podían identificar ya ciertos rasgos del nacionalismo revolucionario que luego florecería en otros países del área, particularmente en el “varguismo” brasileño, el “peronismo” argentino y el “cardenismo” mexicano. — Que el proyecto alfarista de desarrollo industrial fue tomado como modelo, en al menos, otro país de América Latina (Colombia), con efectos altamente positivos. — Que fueron precisamente esas ideas las que distanciaron a Alfaro y los alfaristas, de Plaza y el liberalismo tradicional, llevándolos a romper el bloque histórico de la revolución de 1895 y a enfrentarse por las armas en 1906, en busca de definir la orientación revolucionaria. — Que, por otra parte, Alfaro fue uno de los principales líderes del internacionalismo liberal, movimiento que promovió la independencia de Cuba y Puerto Rico. Abogó por la reconstitución de la Gran Colombia y adelantó un audaz intento de alianza militar y unidad política de América Latina para enfrentar la emergencia del imperialismo. Este libro, en el que se recogen algunos documentos representativos del pensamiento político de Eloy Alfaro, apunta a ilustrar al público ecuatoriano acerca de estos temas, que empatan directamente con los asuntos de nuestro tiempo.

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ELOY ALFARO REVOLUCIONARIO

Eloy Alfaro Delgado nació en Montecristi, Manabí, el 25 de junio de 1842, siendo el tercero de los siete hijos habidos entre Manuel Alfaro González, un inmigrante español dedicado al comercio, y Natividad Delgado López, una joven manabita. Ya joven, estudió contabilidad y comercio, pues su padre –un antiguo luchador republicano, perseguido por la monarquía española– buscó darle la mejor educación posible en su medio, con profesores privados, y luego lo llevó en sus viajes comerciales al exterior. Esa educación y los viajes le abrieron a Eloy los ojos a la realidad de su país y luego su temperamento arrojado lo impulsó a interesarse por la lucha política. Se inició, así, una etapa en la que compartió las tareas comerciales y los afanes políticos, logrando hacer una buena fortuna con el comercio de sombreros de paja toquilla producidos en su tierra natal, que él empezó a exportar hacia otros países y especialmente a Panamá. Pero los afanes políticos pudieron más y lo llevaron a la lucha por las transformaciones sociales, en la que consumió toda su fortuna personal. Convertido en un combatiente liberal, su voluntad, inteligencia y capacidad de mando le granjearon progresivamente el liderazgo del liberalismo, primero en su provincia y luego en toda la costa norte ecuatoriana. Así, para mediados de 1882 se hallaba ya en capacidad de lanzar desde Esmeraldas una primera campaña militar contra la dictadura de Veintemilla, que lamentablemente fracasó. Mas esa lucha tuvo un logro: permitió que Alfaro y sus seguidores se desengañaran del todo de los viejos políticos liberales, fervientes colaboradores del dictador y acostumbrados al acomodo burocrático. Fue así que esos jóvenes combatientes asumieron rápidamente las ideas del radicalismo, nueva corriente política que crecía en América Latina y que reivindicaba los principios democráticos y laicos del liberalismo, así como las nuevas ideas socialdemócratas respecto del trabajo y los trabajadores. De este modo se explica que, meses más tarde, cuando se extendió a todo el país la lucha armada contra la dictadura, se hayan formado tres gobiernos insurgentes regionales: uno, de corte radical, que tenía a Eloy Alfaro como Jefe Supremo de Manabí y Esmeraldas; otro, liberal, presidido por Pedro Carbo, en Guayas y Los Ríos; y un tercero, conservador, formado por los conservadores de la Sierra. Alfaro se destacó militarmente en esa lucha nacional y especialmente en las operaciones encaminadas a la toma de Guayaquil, pero él y sus combatientes

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radicales, triunfantes en el campo militar, fueron fácilmente derrotados en el campo político por una coalición de hábiles señores de gabinete, conservadores y liberales, que instauraron lo que se dio en llamar “Período Progresista”. Con ello, el viejo régimen oligárquico logró un nuevo respiro que habría de durar once largos años, durante los cuales se sucedieron los gobiernos de José María Plácido Caamaño, Antonio Flores Jijón y Luis Cordero. Amparado en una imagen de “liberalismo católico”, que se mostraba como alternativa frente a los extremos, liberal y conservador, el “Progresismo” logró aglutinar a buena parte de la clase política ecuatoriana, aunque el nivel decisorio quedó reservado a “La Argolla”, un pequeño círculo de grandes familias propietarias de Quito, Guayaquil y Cuenca, vinculadas por parentesco, amistad o negocios. Ello explica que otras familias poderosas de cada región, tanto conservadoras como liberales, combatieran activamente al “Progresismo”, acusándolo de corrupción y nepotismo. En 1894, el negociado conocido como “la venta de la bandera”, causó una creciente indignación nacional, que luego se volvió irrefrenable. Al comenzar 1895, se multiplicaron las protestas y actos populares en todos los rincones del país. Entre tanto, los grupos radicales empezaron a utilizar nuevas tácticas de lucha: el 3 de febrero ensayaron una huelga general en Guayaquil, mientras en todo el país adquirían armas y se preparaban para la lucha. El 5 de ese mes, desde Managua, Eloy Alfaro dirigió una proclama al país, convocando a la insurrección armada. Decía en ella: Solamente a balazos dejarán vuestros opresores el poder, que tienen únicamente por la violencia. Pensar de otro modo equivale a dar tregua a tenebrosas intrigas… Sin sacrificios no hay redención… La libertad no se implora como un favor, se conquista como un atributo inmanente al bienestar de la comunidad. Afrontemos, pues, resueltamente los peligros y luchemos por nuestros derechos y libertades, hasta organizar una honrada administración del pueblo y para el pueblo.

EL ESTALLIDO REVOLUCIONARIO

Respondiendo al llamado del líder radical, diversas poblaciones del litoral se alzaron en armas contra el poder; las primeras fueron Milagro y Vinces. Luego, las montoneras se multiplicaron en toda la cuenca del Guayas y las demás pro-

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vincias costeras, mientras se insurreccionaban contra el gobierno algunas ciudades del interior. En síntesis, la revolución triunfó rápidamente en la costa, dada la general aceptación que tuvo entre la ciudadanía la Jefatura Suprema del general Eloy Alfaro y la rapidez y eficiencia con que las fuerzas liberales vencieron o ahuyentaron a las tropas oficiales. Asustadas por la situación, las oligarquías de Quito, Guayaquil y Cuenca buscaron formar un gobierno interino, con un cacaotero liberal a la cabeza, pero el pueblo guayaquileño se lanzó a las calles y proclamó a Eloy Alfaro como Jefe Supremo del país. Éste se hallaba en Centroamérica y se embarcó rápidamente para Guayaquil, adonde llegó el 18 de junio para asumir el mando otorgado por el pueblo. Con gran visión política, el “Viejo Luchador” formó prontamente su gobierno y buscó constituir un “bloque histórico”, capaz de garantizar el triunfo de la revolución gracias a una conjunción de fuerzas y capacidades: el empuje y la sangre del pueblo, la influencia y poder económico de la burguesía costeña, y la inteligencia, cultura y sagacidad política de la pequeña burguesía radical. Alfaro inició su gobierno en Guayaquil bajo el lema de “Perdón y olvido”. Ofreció a sus enemigos el olivo la paz, buscando evitar una dolorosa guerra civil y orientar las energías nacionales hacia la reconstrucción moral y material de la nación. Pero la oligarquía de la Sierra no estaba en disposición de ceder fácilmente el poder y, contando con el poderoso apoyo de la Iglesia, se preparó afanosamente para una “guerra santa” contra el liberalismo, haciendo colectas públicas y reclutando hombres. Al fin, fracasadas las Comisiones de Paz enviadas a Quito y Cuenca, Alfaro preparó a su ejército popular para la marcha hacia la Sierra, al mismo tiempo que organizaba el gobierno en las provincias costeñas. Mientras tanto, la clerecía serrana organizaba procesiones de fe militante y clamaba desde los púlpitos reiteradas convocatorias a la “guerra santa”, destacándose en ello el arzobispo de Quito y los obispos de Portoviejo, Riobamba y Loja. Por su parte, la oligarquía regional de Cuenca y Loja atizaba una campaña separatista, en busca de unir al Austro con El Oro, para formar una “República del Pacífico”. El 16 de julio de 1895, el ejército montonero de Alfaro inició su marcha y logró ascender rápidamente hacia la Sierra, ayudado por los indios del Chimborazo. Luego derrotó a los conservadores en varias batallas decisivas, que marcaron definitivamente el triunfo militar de la revolución: San Miguel de Chimbo (8 de agosto), Ambato (15 de agosto), Gatazo (15 de agosto) y Girón

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(23 de agosto). Al fin, el 4 de septiembre entraba en Quito el “Viejo Luchador” con sus tropas, en medio de los aplausos de la multitud.

ELOY ALFARO, EL ESTADISTA

El triunfo militar de Alfaro fue solo el comienzo de un amplio esfuerzo de renovación y modernización de la sociedad ecuatoriana. El programa de la reforma liberal fue esbozado en el Registro Oficial del 3 de septiembre de 1895: Regeneración de la República. Paz en el exterior. Orden, honradez y reorganización en régimen interno. Fomento al comercio y las industrias, desarrollo de las artes, protección a las ciencias. Mejora y aumento de la instrucción pública. Arreglo y fiscalización de las finanzas del Estado. Mesura y equidad en el reparto presupuestario. Régimen de responsabilidad para los funcionarios públicos. Respeto a las garantías constitucionales. Fomento de la inmigración. Respeto para la religión nacional y consideración para las ajenas creencias. Impulso a la agricultura. Multiplicación de las vías de comunicación entre regiones. Construcción de ferrocarriles. Perfeccionamiento de las instituciones militares. En síntesis, se trataba de una reforma de carácter laico, que se proponía separar al Estado de la Iglesia, refrenar toda intromisión clerical en la política, nacionalizar y secularizar al clero y nacionalizar los bienes de manos muertas. Paralelamente, con la institución de la “educación pública laica y obligatoria” se buscaba crear una nueva conciencia ciudadana, proclive al libre pensamiento y a la tolerancia. De otra parte, se trataba de una revolución burguesa, que buscaba eliminar las relaciones feudales de trabajo existentes en el país (el concertaje y la servidumbre indígena, la prisión por deudas) y redistribuir la propiedad de la tierra, tal como lo ofreciera Alfaro, en 1895, a los indígenas del Chimborazo que le apoyaron en la guerra civil. Por fin, era una revolución nacionalista, que pretendía integrar las aisladas regiones ecuatorianas, fortalecer al país para su defensa y buscar paralelamente la resolución del secular problema territorial con el Perú por medios pacíficos. Y el plan de ferrocarriles nacionales era el medio a través del cual el régimen revolucionario se proponía unir a sierra y costa, vincular al norte con el sur y colonizar y poblar la región oriental.

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Empero, tan ambicioso proyecto nacional chocaba inevitablemente con muchos intereses creados, puesto que se orientaba a destruir políticamente al régimen clerical-conservador y, en lo económico, se enfilaba contra el sistema terrateniente en su conjunto. De ahí que el proyecto revolucionario hallara resistencias inclusive al interior de las filas progresistas, donde lo apoyaban los radicales y lo resistían los liberales de la vieja escuela, que solo querían una tímida reforma política y un irrestricto comercio internacional. Desde su primer gobierno, el presidente Alfaro buscó sentar bases para la modernización y desarrollo del Ecuador, hasta entonces uno de los países más atrasados de América Latina. Así, se propuso democratizar y mejorar la educación nacional, para lo cual la Asamblea aprobó la Ley de Instrucción Pública (1897), que establecía la enseñanza primaria gratuita, laica y obligatoria. Luego se crearon el Instituto Nacional Mejía, de Quito, las escuelas normales de Quito y Guayaquil, para la formación de los nuevos maestros laicos, y la Casa de Artes y Oficios, en Manabí. También hubo especial cuidado en profesionalizar al nuevo ejército surgido de la revolución, para asegurar la defensa nacional. Así, se fundaron en Quito el Colegio Militar, para la formación de oficiales, y la Academia de Guerra, para su posterior perfeccionamiento; y también la Escuela de Clases y los Cursos Militares de Aplicación, para la formación técnica de la tropa. En otros ámbitos, se fundó la Maternidad pública y la primera planta telefónica de Quito. Asunto importante fue la apertura de negociaciones con el Vaticano, para reformar el Concordato de García Moreno. La negociación fue dura y tensa y el gobierno finalmente promulgó la Ley de Patronato, por la que el Estado se declaraba patrono de la Iglesia y se reservaba el derecho de aprobar los nombramientos de prelados y de vigilar la administración de los bienes eclesiásticos. No menos significativa fue la suspensión de pagos de la deuda externa, que Alfaro decretó para cortar los abusos de los prestamistas y obligarlos a una renegociación que favoreciera los intereses nacionales. También fue destacada la política internacional del gobierno alfarista. Frente al desangre causado en Cuba por el colonialismo español, interpuso sus buenos oficios ante la monarquía de Madrid, pidiendo la independencia para ese país hermano. De otra parte, preocupado por el expansionismo peruano sobre el Ecuador y también por la emergencia amenazante del imperialismo moderno, promovió la reconstitución de la Gran Colombia de Bolívar, mediante negociaciones con los gobiernos de Venezuela y Colombia. No obstante, la iniciativa más importante en este campo fue su propuesta de reunir un Con-

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greso Internacional de Países Americanos, con objeto de “dictar un Derecho Público Americano, a la vez que facilitar los medios para ensanchar las relaciones comerciales entre sí”. La iniciativa de Alfaro apuntaba a reglamentar la aplicación de la “Doctrina Monroe”, usada por los EE.UU. para intervenir en los asuntos internos de los demás países americanos, y por eso mereció la activa oposición de la diplomacia del norte, que buscó hacerla fracasar. Pese a ello, el Congreso se reunió en Ciudad de México, con la asistencia de delegados de Centroamérica, México y Ecuador, pues otros países de excusaron a última hora. Paralelamente, dispuso la iniciación de estudios para construir los ferrocarriles de Manta a Santa Ana, de Machala a Pasaje, de Sibambe a Cuenca y de Ibarra a El Pailón. Reorganizó la obra del ferrocarril Guayaquil-Quito, iniciado en tiempos de García Moreno, ampliando la vía, rectificando el trazado y buscando financiamiento internacional para esa gran obra nacional. Más tarde, hizo planes para construir un ferrocarril de Tulcán a Macará y otro de Ambato al Curaray, con miras a ocupar y colonizar el Oriente. Pero mientras Alfaro se esforzaba en moralizar y modernizar al país, la reacción clerical-conservadora seguía atizando el fuego de la guerra civil. Desde Colombia se armaban sucesivas invasiones militares contra el Ecuador, por parte del obispo de Pasto y los conservadores emigrados, mientras la Iglesia y los hacendados serranos organizaban grupos armados para seguir su “guerra santa” en el centro y sur de la Sierra. Por suerte, el ejército liberal logró vencer a todas esas fuerzas contrarrevolucionarias, aunque esa constante presión militar conservadora llevó al gobierno alfarista a moderar su acción de reforma, en busca de aplacar la resistencia de sus enemigos.

LA DIVISIÓN DEL LIBERALISMO

Al terminar su primer período de gobierno, Alfaro se vio en el dilema de escoger un candidato oficial para la Presidencia de la República. Dubitó y finalmente escogió al moderado general Leonidas Plaza, vinculado por matrimonio a algunas de las más destacadas familias terratenientes de la Sierra. Pero el método de selección dejó un hondo resentimiento en Plaza, que sería el germen de futuros enfrentamientos entre “alfaristas” y “placistas”. Plaza triunfó electoralmente y su acción de gobierno calmó progresivamente los ánimos de la clase terrateniente serrana y trajo la ansiada paz. Dis-

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tanciado de Alfaro y apoyado en el ala moderada del liberalismo, el nuevo gobernante se aproximó a los conservadores y les garantizó la posesión tranquila de sus latifundios. Paralelamente, un Congreso con fuerte presencia radical puso en ejecución algunas avanzadas medidas anticlericales, tales como la Ley de Matrimonio Civil (1902), que permitió el divorcio de los cónyuges, y la Ley de Cultos (1904), que refrenó la acción política del clero y el poder económico de la Iglesia. En 1905, “alfaristas” y “placistas” se enfrentaron otra vez por la sucesión presidencial. Alfaro propuso que una asamblea del partido escogiera al candidato liberal, pero Plaza impuso un candidato oficial enemigo del radicalismo: Lizardo García. Este banquero de Guayaquil y enemigo de Alfaro representaba los intereses de la plutocracia costeña, empeñada en restablecer una suerte de nuevo “progresismo”, en el que los liberales compartieran el poder con la oligarquía conservadora de la Sierra. Como Alfaro criticara los afanes de García, que buscaba poner término definitivo a la revolución y suspender los trabajos del ferrocarril Guayaquil-Quito, fue calumniado por el gobierno, que lo acusó de peculado en el contrato ferroviario e incluso hizo planes para enjuiciarlo penalmente. Fue la gota que colmó la paciencia de los radicales, quienes se lanzaron nuevamente a la revuelta. El 1 de enero de 1906, los liberales de Riobamba, liderados por los generales Emilio María Terán y Julio Román, desconocieron al gobierno de García y proclamaron la Jefatura Suprema de Eloy Alfaro. Tras una campaña de veinte días, Alfaro retomó el poder como Jefe Supremo y de inmediato convocó una Asamblea Constituyente, que lo nombró Presidente de la República y dictó la avanzada Constitución de 1906, en la que se consagró el verdadero espíritu de la revolución alfarista: separación absoluta del Estado y la Iglesia y supresión de la religión oficial. Libertad de enseñanza. Educación pública laica y gratuita, obligatoria en el nivel primario. Absoluta libertad de conciencia y amplias garantías individuales. Prohibición de ser elegidos legisladores los ministros de cualquier culto. Protección oficial a los indígenas y acción tutelar del Estado “para impedir los abusos del concertaje”. Ese segundo gobierno de Alfaro fue más radical y tuvo grandes logros y realizaciones. Pero también tuvo una mayor oposición política, pues a sus viejos enemigos conservadores, que siguieron combatiéndolo incluso con las armas, se sumaron ahora los nuevos enemigos liberales, que conspiraron para derrocarlo y hasta trataron de matarlo. Y a ellos se sumó una activísima prensa de oposición, audaz y desaforada como ninguna, que lo tachaba de “tirano”, “monstruo sanguinario”, etc.

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El mismo Alfaro no era ya el activo gobernante de otros días. Prematuramente envejecido, no se hallaba en condiciones de radicalizar la reforma liberal y convertirla en una revolución agraria, lo que le habría permitido vencer al contubernio de la vieja oligarquía y la nueva burguesía liberal. Su acción se enfiló, pues, a afianzar las conquistas políticas ya logradas y a continuar sus planes de obra pública. No obstante, remontando esas aguas adversas, el viejo caudillo siguió bogando por sus proyectos de progreso nacional, a veces pese a la oposición de un Congreso adverso. Impulsó reformas a la Ley de Instrucción Pública. Creó nuevas escuelas primarias en muchos lugares del país y escuelas nocturnas para artesanos. Fundó la Escuela de Bellas Artes, el Conservatorio Nacional de Música, una Escuela Normal para Mujeres en Guayaquil, la Escuela Naval y la Escuela de Medicina Veterinaria. Becó a una cincuentena de jóvenes, hombres y mujeres, para que estudiaran en el exterior profesiones útiles al país. Inició las obras de canalización y agua potable de Quito, y las de canalización y saneamiento de Guayaquil. Pero, por sobre todo, se esforzó en la terminación del ferrocarril Guayaquil-Quito, obra formidable que él concebía como su mayor logro gubernamental. Al fin, el tren llegó a la capital el 25 de junio de 1908, entre aclamaciones de la multitud y loas al progreso nacional.

LOS GRANDES SUEÑOS DE ELOY ALFARO

Como todo estadista de verdad, Alfaro tuvo grandes sueños y proyectos para el progreso nacional. El primero de todos ellos fue el plan de ferrocarriles y carreteras, que él concebía como el medio básico para unir a las grandes y aisladas regiones, romper los prejuicios regionalistas, promover el desarrollo interno de la nación y fortalecer al país para su defensa, buscando paralelamente la resolución pacífica del secular problema territorial con el Perú. En este sentido, el plan de ferrocarriles nacionales tenía una gran importancia, porque era el medio a través del cual el régimen revolucionario se proponía unir a sierra y costa (línea Guayaquil-Quito), vincular al norte con el sur (ferrocarril TulcánLoja, ferrocarril de El Oro y ferrocarriles de Manabí) y colonizar y poblar la región oriental (ferrocarril Ambato–Curaray). Además, el plan ferroviario respondía también a una estrategia de defensa nacional, pues permitiría una rápida movilización de tropas desde y hacia cualquier lugar de país (véase, en este volumen, la Historia del Ferrocarril de Guayaquil a Quito (1911).

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Sin embargo, tan ambicioso proyecto nacional debía chocar inevitablemente con muchos intereses creados, puesto que implicaba romper con unos aislamientos regionales favorables al caciquismo político, facilitar la movilización de las gentes y los productos y abrir el interior del país a la modernidad tecnológica y las nuevas ideas. Entre los mayores opositores al plan ferroviario figuraron los clérigos, que proclamaban que el ferrocarril era un engendro del demonio, que era movido por fuego y vapor, echaba chispas y producía ruidos metálicos, todos ellos signos infernales. Su segundo gran sueño fue el desarrollo industrial del país. Como radical que era, quería un Ecuador moderno, lleno de fábricas y con trabajadores bien pagados, que diera un salto hacia la modernidad y dejara atrás los tiempos del atraso y la dependencia. Para ello, promovió leyes que protegieran a la industria y la agricultura nacionales y estimularan el desarrollo interno y el empleo, anticipándose a las ideas del “New Deal” que treinta años después aplicara Franklin Delano Roosevelt en los EE. UU. Opinaba que un país como el nuestro, “casi virgen en materia de aplicaciones modernas, demanda una decidida protección para levantarse al nivel industrial productor de naciones mucho más pobres que la nuestra en materias primas”.1

Y consideraba que un mecanismo esencial de ese proteccionismo debía ser el manejo arancelario, toda vez que, en su opinión, “la liberación de derechos sobre la importación de artículos similares a los que se producen en la República, tiene necesariamente que producir una competencia desastrosa para la agricultura e industrias nacionales; puesto que los importadores de productos extranjeros, están en condición de abaratar el precio de esos artículos, hasta el extremo de hacer ruinosa la producción ecuatoriana.” 2

Movido por estas ideas, Alfaro solicitó al Congreso liberar de derechos a la importación de máquinas para la agricultura y la industria fabril, a fin de modernizar la producción, fomentar el empleo y duplicar la riqueza pública, consciente como estaba de que 1

Véase, en este volumen, el Mensaje del Presidente de la República sobre liberación de derechos de aduana a las máquinas para la agricultura. Quito, mayo 27 de 1897 (ver Documento Nº 10). 2 Véase más adelante el Mensaje especial sobre liberación de derechos a la importación de víveres. Quito, a 9 de enero de 1907.

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“la carencia de brazos, el elevadísimo tipo de interés sobre el capital que se emplea en la República, lo rudimentario de nuestra agricultura, los mismos fenómenos meteorológicos que ocasionan la frecuente escasez de víveres, las dificultades de transporte, el casi ningún uso de la fuerza mecánica aplicada a las labores del campo, etc., son obstáculos inmensos para la producción nacional; y, por lo mismo, el precio de nuestros productos resulta excesivamente subido, en comparación de los gastos que los productores extranjeros tienen de hacer en el mismo caso.” 3

Inevitablemente, esta política económica intervencionista le ganó una feroz oposición de sus antiguos amigos, los comerciantes liberales del puerto, que se oponían a todo proteccionismo y abogaban por la más absoluta libertad de importación y exportación, en busca de favorecer a sus negocios particulares. En cambio, fue apreciada por los trabajadores del país, que le agradecieron por ella, y admirada en otros países de América Latina, donde el liberalismo tradicional había merecido la resistencia de los productores nacionales, precisamente por su feroz librecambismo, que terminaba siempre por arruinar las manufacturas, las artesanías e incluso la agricultura nacionales. Como anotara el ex Presidente de Colombia Alfonso López Michelsen, Alfaro sorprendió a la América Latina con “el impacto de una concepción liberal, impregnada de contenido social, despojada de retórica vacua, y que tenía por meta el desarrollo económico… Fue un caso realmente excepcional en la América española el de que, años antes de la revolución mexicana, de la aparición de Alessandri en Chile o de Irigoyen en la Argentina, hubiera aparecido en este rincón de América, que es el Ecuador, un precursor de la talla de Eloy Alfaro.”

Continuando con ese análisis de la Revolución Liberal ecuatoriana, López Michelsen agregó: “No era Alfaro un hombre culto en el sentido que se le daba a esta palabra entonces. Era, por sobre todo, un hombre práctico. Se había iniciado como empresario y había culminado su carrera como político, tras haber dado muestras de una singular sensibilidad social. … Pero lo más interesante del político li-

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Mensaje Especial al Congreso sobre la liberación de derechos a la importación de víveres.

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beral ecuatoriano fue el haberse desprendido de los prejuicios liberales de sus antecesores y haber optado por constituirse en defensor de las clases trabajadoras y en vocero de las reivindicaciones proletarias. Su espíritu pragmático lo llevó a atribuirle una gran importancia al desarrollo de la infraestructura de su país, poniendo especial empeño en la construcción del ferrocarril entre Quito y Guayaquil, pero, simultáneamente, en donde puso el mayor énfasis el llamado “Solitario de Montecristi” fue en hacer de su partido el abanderado de las ideas progresistas de la época. Y cuando digo progresistas me refiero no al marxismo, que hasta entonces era desconocido en la América española, sino a las grandes divulgaciones que a través de sus novelas había hecho Víctor Hugo sobre la condición de las clases menos favorecidas por la fortuna.” Con razón decía yo, en el discurso que pronunciara con motivo de la inauguración de un busto de Alfonso López Pumarejo en el salón llamado de los Ex Presidentes, (del Congreso Colombiano, J.N.), que la “Revolución en Marcha” de los años 30 había sido un reflejo de la enorme influencia que ejerció Eloy Alfaro sobre López Pumarejo, apenas salido de la adolescencia.” 4

El tercer gran sueño de Alfaro fue una reforma social que aboliera el viejo sistema clerical-terrateniente, rompiera la mentalidad patriarcal y creara una sociedad más abierta, equitativa y democrática. En ese marco debe verse su esfuerzo por romper las cadenas que ataban a las mujeres al mundo de la vida doméstica, la ignorancia y el beaterío. Decía que “nada hay tan doloroso como la condición de la mujer en nuestra Patria” y por eso se propuso “abrirle nuevos horizontes, hacerla partícipe de las manifestaciones del trabajo compatible con su sexo, llamarla a colaborar en los concursos de las ciencias y las artes; ampliarle, en una palabra, su campo de acción, mejorando su porvenir.” 5

4 “Revolución en Marcha” se llamó el exitoso proceso de reforma política desarrollado por el Presidente colombiano Alfonso López Pumarejo, padre de López Michelsen, durante sus dos administraciones (1934-1938 y 1942-1945). Este concepto fue definido por él mismo como “el deber del hombre de Estado de efectuar por medios pacíficos y constitucionales todo lo que haría una revolución”. Las principales medidas de esta reforma reivindicaron el intervencionismo del Estado en beneficio del desarrollo nacional y los derechos laborales, el fortalecimiento del sistema tributario y el mayor cobro de impuestos. También buscó una reforma agraria, que finalmente no ejecutó. 5 Véase más adelante el Mensaje del Presidente de la República solicitando la protección especial a la mujer; Quito, junio 2 de 1897.

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Uniendo la acción a la palabra, les franqueó a las mujeres la entrada a los colegios y universidades, las ocupó en las Administraciones de Correos y Telégrafos Nacionales, y creó para ellas Escuelas Normales y numerosas plazas de maestras de párvulos. Claro está, la Iglesia y los conservadores pusieron el grito en el cielo, acusándolo de corromper a las mujeres y violar la santidad del hogar, y en el fondo temían que esas mujeres educadas y dueñas de su propio destino dejaran de estar bajo el control ideológico de la Iglesia. También debe verse bajo esta orientación la más radical medida de su gobierno, que fue la nacionalización de los “bienes de manos muertas” (1908), es decir, de todos los bienes raíces de las comunidades religiosas establecidas en la República. Las rentas de esos bienes fueron destinadas a la Beneficencia Pública y con ellas se crearon hospitales gratuitos, ancianatos y hogares para niños desamparados, además de seguir manteniendo a los religiosos existentes. Por desgracia, muchos de esos bienes no llegaron a manos del Estado, sino que se quedaron en manos de jefes liberales, que se apoderaron ilícitamente de ellos tras recibirlos en “encargo” de las comunidades religiosas, las cuales buscaban evitar así su expropiación. La misma orientación tuvo su denuncia del “concertaje” y su pedido de soluciones legales, hechos a la Convención Nacional de 1897: “Tenemos en las provincias del Litoral una clase de gente campesina, conocida con el nombre de peones conciertos; esclavos disimulados, cuya desgraciada condición entraña una amenaza para la tranquilidad pública, el día en que un nuevo Espartaco se pusiera a la cabeza de ellos para reivindicar su libertad.” 6

Por desgracia, la resistencia conjunta de sus aliados liberales y sus oponentes conservadores impidió la eliminación del “concertaje” y la creación de un mercado de trabajo basado en la libre contratación y el pago de salarios. En fin, hay que recordar que esa preocupación por los problemas sociales llevó a don Eloy a interesarse por la suerte de los trabajadores ecuatorianos, a partir de la idea de que su primer problema era la falta de fuentes de trabajo. Precisamente por ello abogó por la protección a las industrias nacionales, a las que algunos diputados liberales próximos al comercio buscaban afectar, bajo el pretexto de combatir a los monopolios. Dijo al respecto: 6

Véase el Mensaje del Jefe Supremo de la República a la Convención Nacional; Quito, octubre 10 de

1896.

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“Lo más grave, es la pérdida de trabajo para tantos brazos empleados hasta ahora en dichas fábricas. El problema que más preocupa a los hombres de Estado, en todos los países civilizados, es el de proporcionar trabajo remunerativo al pueblo; porque los brazos desocupados constituyen un peligro mortal para las naciones; el pueblo sin trabajo, es el abismo siempre abierto para las instituciones, para la moralidad y el progreso, para la paz y felicidad públicas.” 7

No es menos cierto que Eloy Alfaro promovió la organización de sindicatos, contando para ello con el apoyo del líder obrero cubano Miguel Albuquerque, que por entonces vivía en Guayaquil y actuaba como representante del Partido Revolucionario Cubano. Eso explica que las primeras organizaciones obreras nacieran en la época de la Revolución Liberal y desenvolvieran en aquel tiempo sus primeras luchas. Y así se explica también, en buena medida, la fuerza que el movimiento sindical ecuatoriano alcanzó entre 1912 y 1922, hasta llegar al punto de realizar grandes huelgas obreras. Un reflejo del avanzado pensamiento político del sector radical del liberalismo, más conocido como “bando alfarista”, es el que trasluce el “Programa Liberal Radical del Chimborazo”, suscrito hacia 1908 por los activistas de Riobamba, encabezados por el general Julio Román, quien fuera Ministro de Educación de Alfaro y actuara como uno de los líderes de la rebelión militar de enero de 1906 contra el presidente liberal Lizardo García. En este documento, que se publica por primera vez en este libro, pueden verse planteamientos tales como la igualdad entre hombres y mujeres, la protección a ancianos y discapacitados, la nivelación de las inequidades humanas por medio del poder público, el combate al egoísmo individual en pro de la unidad humana, la nacionalización de la propiedad agraria “en beneficio de todos los asociados”, la protección y control a la producción industrial, la concentración en el Estado del derecho a la emisión monetaria, la recaudación completa de los bienes de manos muertas, la elevación cultural del pueblo y su preparación “para la revolución científica” y el reconocimiento de la ciencia como única fuerza del progreso. En suma, toda una serie de planteamientos que se aproximaban más a la ideología anarquista, que al viejo liberalismo individualista.8 7

Cf. Mensaje Especial al Congreso sobre la liberación de derechos a la importación de víveres. Cit.

supra. 8

Hay que recordar, a este propósito, que en el liberalismo latinoamericano se había desarrollado una corriente de pensamiento anarquista, que tuvo como sus máximos exponentes a José María Vargas Vila, en los países de la antigua Gran Colombia, y a los hermanos Ricardo y Enrique Flores Magón en México, donde fundaron el anarquista Partido Liberal Mexicano.

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CUESTIONES LIMÍTROFES Y DE SOBERANÍA

En 1910 recrudeció el viejo litigio fronterizo con el Perú, a propósito del arbitraje del rey de España. El Perú había gastado sumas considerables para comprar el favor de los asesores del rey, por lo que el Ecuador temía que ese laudo le fuera totalmente adverso. Entonces el Perú empezó a concentrar tropas en la frontera, con ánimo de obligarnos a reconocer su ocupación de los territorios orientales. En tal situación, el Ecuador entero se galvanizó alrededor de su gobierno y Alfaro mostró una vez más su temple de estadista y organizador: puso en pie de guerra un ejército de 25 mil hombres y organizó una reserva de 20 mil; luego, usando el ferrocarril trasandino, movilizó rápidamente las tropas a la frontera sur y se colocó él mismo a la cabeza. Aunque el árbitro español se inhibió finalmente de dictar su laudo, la exhibición de fuerza hecha por nuestro país logró frenar la agresión y evitar la guerra. Pero el Ecuador no podía vivir en un permanente sobresalto. Necesitaba garantizar su integridad territorial y su desarrollo pacífico. Con sincero patriotismo, Alfaro creyó encontrar una garantía para nuestra seguridad nacional en la propuesta de arrendamiento de las islas Galápagos hecha por los EE.UU. Estos constituían una potencia imperialista emergente, en cuyos planes geopolíticos entraba la posesión –pacífica o forzada– de nuestras islas, a fin de garantizar la seguridad del Canal de Panamá, que se encontraba en construcción. Preocupado con el peligro de que los norteamericanos ocuparan el archipiélago por la fuerza, el gobierno alfarista hizo una contrapropuesta, según la cual el valor del arrendamiento sería de quince millones de dólares y debería ir acompañado de una garantía norteamericana sobre la integridad de nuestro territorio amazónico. Respaldaban la posición de Alfaro algunos insignes patriotas y opositores políticos, como fray Enrique Vacas Galindo y el doctor Juan Benigno Vela, quienes incluso iban más allá y planteaban la venta del archipiélago para financiar la defensa nacional. No obstante, la reacción conservadora, cegada de odio y rencor, se alzó terrible, feroz, incendiaria, acusando al gobierno de Alfaro de pretender vender el país a los Estados Unidos. Lo menos que le dijeron al gobernante en esos días fue “traidor”, “pillo”, “vendepatria” y otras lindezas por el estilo. Luego, receloso de seguir adelante una negociación como ésa sin contar con la opinión nacional, Alfaro encargó a los gobernadores de todo el país que consultasen sobre el asunto a las gentes más honorables de cada provincia, “sin exceptuar a ningún partido político”. Efectuada la consulta, la opinión ciuda-

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dana fue desfavorable al arrendamiento, por lo que Alfaro acató la voz de la soberanía y suspendió toda negociación al respecto. El desenlace fue excelente para el país, que así logró salvarse de los voraces planes imperialistas, pero también para Alfaro, cuya iniciativa de consultar al pueblo fue sin duda ejemplar y le salvó de un paso en falso.9

CRISIS SUCESORIA Y GUERRA CIVIL

Al acercarse la terminación de su segundo período, Alfaro tropezó otra vez con el problema de la sucesión. Una vez más, temió que una candidatura radical agravara el conflicto político, por lo que escogió como candidato a Emilio Estrada, un viejo luchador liberal y empresario porteño. Luego se enteró de que Estrada era un enfermo cardíaco y que podía morir por la altura de la capital, lo cual provocaría una guerra civil, por lo que pretendió que Estrada renunciase a su elección, a lo que éste se negó. El consiguiente conflicto condujo a un golpe de Estado preparado por los “estradistas” (11 de agosto de 1911). Alfaro se asiló en la legación de Chile, renunció a la presidencia y salió del país luego de comprometerse a no regresar antes de un año. Poco después se concretaron los temores de Alfaro. Antes de los cuatro meses de gobierno, Estrada murió y estalló la guerra civil: el general Flavio Alfaro se alzó en armas en Esmeraldas, proclamándose Jefe Supremo del país y otro tanto hizo en Guayaquil el general Pedro J. Montero. Alfaro vino de Panamá, pero no para liderar a las fuerzas anti gubernamentales, sino para promover un arreglo pacífico entre las diversas facciones liberales que se enfrentaban. Mas todos sus esfuerzos de negociación fueron vanos y la guerra civil estalló una vez más, sangrienta, brutal, incontenible. Flavio Alfaro y Montero unieron sus fuerzas para enfrentar a las del gobierno, comandadas por los generales Leonidas Plaza y Julio Andrade, las que bajaron hacia la costa y triunfaron en Huigra, Naranjito y Yaguachi, en enero de 1912, al costo de un terrible desangre (solo en el combate de Yaguachi hubo 400 muertos). Pero los insurrectos tenían todavía en su poder la gran plaza de Guayaquil y vencerlos parecía tarea difícil, y más si se considera que era época de invierno y los soldados serranos se hallaban agobiados por el calor y las enfermedades del trópico.

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Véase Historia del Ferrocarril de Guayaquil a Quito (1911).

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Don Eloy, actuando como mediador, propuso una capitulación que Plaza y Andrade aceptaron, garantizando la vida y libertad de los vencidos. Parecía que con esto se había evitado la continuación de tan sangrienta campaña y que alboreaba ya la paz. Pero el gobierno de Quito desconoció los acuerdos de armisticio firmados por sus generales en campaña y ordenó el apresamiento y enjuiciamiento de los jefes insurrectos. Entre ellos incluyó al “Viejo Luchador”, que ninguna participación había tenido en esta revuelta, aunque era el símbolo mayor del radicalismo, tan odiado por la clerecía, la oligarquía y la gran burguesía liberal. Montero fue enjuiciado sumariamente en Guayaquil y asesinado durante el juicio; luego, su cadáver fue arrastrado por las turbas. Los demás presos fueron conducidos a Quito, por órdenes del gobierno, con igual horrendo propósito. Junto a Flavio Alfaro, autor y líder de la revuelta, figuraban también todos aquellos líderes radicales a los que la derecha temía y quería eliminar, aunque fuesen inocentes: los generales Medardo Alfaro, Manuel Serrano, Ulpiano Páez y el coronel y periodista Luciano Coral, cuyos artículos causaban escozor a los conservadores. Los presos llegaron a Quito el 28 de enero y, tras la formalidad de entregarlos en el panóptico, fueron masacrados por una turba asalariada, dirigida por el jefe de la cochera presidencial. Luego sus cuerpos fueron arrastrados por la chusma fanatizada hasta el parque de El Ejido, donde se los incineró en esa que Alfredo Pareja llamó “hoguera bárbara”. Las fotografías de esa horrenda masacre muestran a la chusma alevosa quemando los cadáveres, bajo la mirada complaciente de señoritos bien vestidos, que parecieran dirigirla. Entre los autores intelectuales del crimen se destacaron la gran prensa, que desde días atrás clamaba por la sangre de las futuras víctimas, y muchos beneficiarios de la revolución liberal, que habían trepado hasta las alturas del poder bajo la sombra generosa del radicalismo. A la cabeza de estos figuraban el Encargado del Poder, Carlos Freile Zaldumbide; el ministro de Gobierno, Octavio Díaz, y el ministro de Guerra, general Juan Francisco Navarro. Tras el asesinato de los jefes radicales, el régimen liberal renegó de su ideología revolucionaria y se transformó en un despiadado régimen plutocrático, presidido por la gran burguesía bancaria, que lideraba el banquero guayaquileño Francisco Urbina Jado; la emergente burguesía agro-industrial, representada por el coronel Enrique Valdez Concha, propietario del ingenio Valdez; y el nuevo poder militar, que lideraba el general Leonidas Plaza Gutiérrez, que a la vez era representante del sector terrateniente de la sierra.

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EL INTERNACIONALISMO ALFARISTA

Eloy Alfaro fue también un líder preocupado por la suerte de América Latina, continente que conocía más que la mayoría de líderes políticos de su tiempo. Habiendo vivido, trabajado y luchado por la reforma liberal en Panamá y varios países centroamericanos, también estaba al tanto de las realidades políticas existentes en México y los países del Caribe y, gracias a sus contactos con José Martí, Antonio Maceo y otros independentistas caribeños, seguía con sumo interés las luchas de independencia de Cuba y Puerto Rico. En fin, sus viajes por Sudamérica como exiliado político le pusieron en contacto con los grandes líderes y pensadores de la región, particularmente con los liberales peruanos, colombianos y venezolanos, e igualmente con los radicales chilenos y argentinos. Esas estancias y viajes le pusieron en contacto con las duras realidades sociales y políticas del continente, donde sesenta años después de la independencia pervivían las viejas lacras sociales heredadas de la colonia y agravadas por el republicanismo oligárquico: el peonaje servil de los campesinos indígenas, la explotación y marginalidad de negros y mestizos y el atraso económico de las regiones interiores, junto a la prepotencia de las oligarquías terratenientes, estrechamente aliadas con una Iglesia de mentalidad colonial, que todavía predicaba contra el sistema republicano de gobierno. Pero, por otra parte, ese conocimiento y esas relaciones le permitieron también enterarse de las luchas y proyectos de las fuerzas progresistas del continente, que por diversos medios buscaban impulsar una reforma que modernizara y fortaleciera al Estado nacional, liberándolo de la agobiante influencia eclesiástica, integrando sus regiones dispersas, estimulando el desarrollo económico y mejorando las condiciones de vida de la población. Y finalmente lo llamaron a convertirse en una suerte de coordinador de las acciones del liberalismo revolucionario del continente y a plantearse avanzados proyectos de unidad e integración entre los países del área. Influido desde su juventud por la combativa prédica liberal de Juan Montalvo, su pensamiento político se completaría más tarde con las ideas de liberales románticos como el panameño Justo Arosemena, el peruano Ricardo Palma, los cubanos José Martí y Rafael María Merchán y el colombiano José María Vargas Vila; de liberales nacionalistas como el chileno José Manuel Balmaceda, los venezolanos Antonio Guzmán Blanco y Joaquín Crespo, y el nicaragüense José Santos Zelaya, y también con las de pensadores radicales como los chilenos José Victorino Lastarria y Francisco Bilbao, y el argentino Leandro N. Alem.

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Durante su exilio en Lima, sus planes internacionalistas tuvieron un avance significativo en las conversaciones entabladas con el prócer cubano Antonio Maceo, en 1888, cuando identificaron como objetivos comunes la lucha por la independencia de Cuba y la liberación política del Ecuador. Dos años después, en 1890, Alfaro viajó con destino a Chile, donde entró en contacto con dirigentes liberales y radicales, siempre en el marco de la fraternidad masónica. Luego viajó a la Argentina, con la recomendación de tomar contacto con el ex Presidente Bartolomé Mitre, que dirigía el respetado rotativo La Nación, en el que colaboraba José Martí. Por entonces, Mitre acababa de fundar con Leandro N. Alem la “Unión Cívica”, que en el futuro se convertiría en un partido simbólico del radicalismo sudamericano. Cuando Alfaro reemprendió su viaje, con dirección a Uruguay, Brasil y Venezuela, llevaba consigo una carta de Mitre para José Martí, en la que le presentaba a Alfaro y le recomendaba aunar esfuerzos con él; llevaba también una suma de dinero, que era el pago de Mitre por las colaboraciones de Martí. Pero antes de entregar esas valiosas encomiendas, Alfaro recaló en Venezuela, donde gobernaba por entonces el general Joaquín Crespo, uno de los líderes liberales nacionalistas, con quien entabló estrecha amistad política y de quien recibió apoyo pecuniario para su lucha. Ahí se encontró también con el pensador y activista liberal colombiano José María Vargas Vila, que se asilara en ese país huyendo del gobierno conservador de Rafael Núñez. Alfaro reconoció en Vargas Vila al pensador de avanzada que requería su causa y éste, por su parte, vio en el ecuatoriano la experiencia y capacidad de liderazgo que hacía falta para comandar los planes revolucionarios del internacionalismo liberal; fue así que ambos decidieron concertar en el futuro sus esfuerzos de liberación. En octubre de 1890 Alfaro marchó hacia los Estados Unidos en busca de José Martí, con quien se encontró finalmente en Nueva York el 24 de ese mes. Luego de la entrega de las encomiendas de Mitre, los dos heraldos de la libertad entablaron estrecha amistad y desarrollaron planes de cooperación política, en compañía de otros latinoamericanos radicados en esa ciudad, entre quienes se encontraban César Zumeta, Patricio Jimeno, y Juan Pérez Bonalde. Más tarde Vargas Vila, también se sumó al grupo junto con su secretario Ramón Palacio Viso.10

10

Regino Sánchez Landrián, “Eloy Alfaro y la emancipación latinoamericana”, en www.jose marti.cu/files/Eloy Alfaro.doc

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Tras su estancia en los Estados Unidos, Alfaro siguió su periplo latinoamericano, que lo llevó nuevamente hacia Panamá, Costa Rica y finalmente Nicaragua, donde gobernaba por entonces (1893) el general José Santos Zelaya, un reformador que laicizó y modernizó el Estado, eliminó los fueros coloniales, nacionalizó los bienes de manos muertas, impulsó el desarrollo económico y actualizó la legislación del país. Zelaya era también un fervoroso partidario de la unión centroamericana. Vinculados por un ideario político común, Alfaro y Zelaya negociaron reservadamente el primer “Pacto de Amapala”, por el que se creó una Internacional revolucionaria con participación de los revolucionarios centroamericanos José Santos Zelaya, de Nicaragua,; Policarpo Bonilla, de Honduras; y Rafael Antonio Gutiérrez, de El Salvador, así como varios revolucionarios sudamericanos: el ecuatoriano Eloy Alfaro, los colombianos Benjamín Herrera y Juan de Dios Uribe, el venezolano Joaquín Crespo, el colombo–panameño Belisario Porras y los cubanos José Martí y Antonio Maceo. Por ese pacto, los suscriptores se comprometieron a brindarse ayuda mutua en los campos militar, político y financiero, con miras a conquistar un abanico de objetivos que incluían la independencia de Cuba y Puerto Rico, la aplicación de la reforma liberal en los países centroamericanos y andinos y la reconstitución de la Gran Colombia, como puntos de partida para un nuevo proyecto de unidad latinoamericana. Una simple revisión de la cronología política de esos años muestra la seriedad con que los firmantes tomaron su compromiso y el modo coordinado con que ejecutaron sus acciones. Crespo tomó el poder en Venezuela en 1892, entrando en Caracas de modo triunfal, el 6 de octubre de ese año. Zelaya tomó el poder en Nicaragua en julio de 1893, derrocando al conservador Roberto Sacasa. Bonilla depuso del poder al conservador Domingo Vásquez en Honduras y asumió el mando en 1893. Los liberales colombianos se alzaron en armas en enero de 1895 contra el gobierno conservador, que les había cerrado las puertas a la participación electoral, y capitularon tras una breve campaña se sesenta días. Por su parte, los liberales cubanos se lanzaron en febrero de 1895 a una nueva campaña por la independencia de su país. Alfaro, llamado por el pueblo ecuatoriano, asumió la Jefatura Suprema del país en junio de 1895 y entró triunfalmente en Quito el 4 de septiembre de ese mismo año, tras derrotar a las fuerzas conservadoras en una breve pero durísima guerra civil. Y los liberales colombianos tomaron nuevamente las armas en octubre de 1899 e iniciaron la llamada “Guerra de los Mil Días”, ganada finalmente por los conservadores.

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A más de la coordinación de sus cronogramas de acción, la fraternidad masónica que unía a todos estos revolucionarios liberales se expresó también en formas directas de colaboración político-militar, en las que Eloy Alfaro destacó notoriamente, tanto a través de sus iniciativas políticas como de sus giras continentales, en las que promovió la formación de una alianza revolucionaria latinoamericana, que tuviera por objetivo el establecimiento de una “Confederación de Estados Sudamericanos”, que contrapesara la influencia continental de los Estados Unidos. La acción de esa Internacional Revolucionaria coordinada por Alfaro no se redujo a conversaciones y planes políticos. Pasando de las palabras a los hechos, el presidente venezolano Joaquín Crespo entregó fondos para promover las acciones revolucionarias. Lo propio hizo el gobernante nicaragüense José Santos Zelaya, quien entregó para la causa recursos financieros, armas y un barco, el “Momotombo”, que quedó en manos de Alfaro. Hubo también otras contribuciones para la causa común, de las que se conoce poco o casi nada, en razón del secreto con que se manejaron. Y no faltaron contribuciones específicas para tal o cual proceso nacional, como p. e. el aporte personal de mil pesos que Antonio Maceo hizo a Alfaro para la revolución liberal ecuatoriana. Los participantes del “Pacto de Amapala” habían acordado previamente que esos recursos serían usados en el país donde más próximo estuviera un estallido revolucionario. Y como el estallido se dio primero en Colombia, el barco, las armas y los recursos acopiados fueron canalizados hacia ese país, donde los liberales se habían lanzado a una guerra revolucionaria con más voluntad que recursos y sin contar con el armamento indispensable para una larga campaña, al punto que no pudieron proveer de armas de fuego a grandes contingentes de voluntarios que se enrolaron para la lucha. Para entonces, las fuerzas conservadoras del área coordinaban también sus acciones contrarrevolucionarias, en especial, los gobiernos de Bogotá y Quito, que mantenían una estrecha colaboración mutua. Estos gobiernos también cruzaban información con el gobierno español, cuyos agentes vigilaban estrechamente a los revolucionarios cubanos y a sus colaboradores en los diversos países. Fue así que Eloy Alfaro, identificado ya como el jefe de esa internacional revolucionaria, fue expulsado de la provincia de Panamá por el gobierno colombiano de Rafael Núñez, a petición del gobierno ecuatoriano de Antonio Flores Jijón. Nuestro personaje pasó entonces a Costa Rica y desde ahí emprendió una nueva gira política que lo llevó a Nueva York, San Francisco de California, México, El Salvador, y finalmente, Nicaragua. Aquí lo esperaba un honroso

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decreto de la Asamblea Nacional nicaragüense, por el cual “en atención a sus altos merecimientos personales” y a “los grandes servicios prestados por él a la causa de la democracia en América Latina” se le otorgaba el grado de “General de División del Ejército de la República”. Ese decreto tenía fecha del 12 de enero de 1895. Cinco meses después, Alfaro recibía desde Guayaquil el aviso de que había sido proclamado Jefe Supremo de la República del Ecuador, por lo que regresó de inmediato a su país. Una vez en el poder, Alfaro se empeñó en cumplir con las obligaciones que le imponía el “Pacto de Amapala”, particularmente respecto de la guerra cubana de independencia y la revolución liberal colombiana (“Guerra de los Mil Días”). En cuanto al primer caso, es conocido su frustrado intento de enviar tropas ecuatorianas a pelear por la independencia de Cuba, así como sus gestiones políticas ante el gobierno español. También es conocido su apoyo a la lucha de los liberales colombianos, que en buena medida era una continuación de los apoyos mutuos que en el pasado se habían brindado los liberales de Ecuador y Colombia. El apoyo de Alfaro a la revolución colombiana no sólo se justificó en los ideales comunes y la fraternidad masónica, sino también en la activa colaboración que el gobierno conservador de Colombia, presidido por Miguel Antonio Caro, brindó a los derrotados conservadores ecuatorianos, amparándolos en territorio colombiano, brindándoles apoyo económico y financiero, y entregándoles una franja fronteriza, para que desde ahí incursionaran frecuentemente contra el Ecuador. Alfaro, por su parte, dio protección territorial y entregó apoyo económico, armas y equipos a los revolucionarios colombianos, con miras a que estos lograran abrir un corredor en el frente sur para abastecer por ahí a sus tropas del Cauca. Cabe precisar que igual cosa hicieron entonces los gobiernos liberales venezolanos de Joaquín Crespo y Cipriano Castro, quienes proveyeron de armas, recursos y apoyo logístico a los liberales colombianos del departamento de Santander. Y tampoco faltó el sostenido apoyo del gobierno nicaragüense de Zelaya, que ayudó, conjuntamente con el gobierno ecuatoriano de Alfaro, a la fuerza liberal colombiana de Belisario Porras que incursionó en Panamá desde Centroamérica, con ánimo de abrir un nuevo frente de guerra contra el gobierno de Bogotá. Varias fueron las incursiones militares hechas en ese periodo desde Colombia contra el Ecuador, bajo la coordinación de los generales colombianos Miguel Montoya, Jefe del Sur del Cauca, y N. Domínguez, enviado especial del gobierno colombiano. La primera tuvo lugar en 1895, cuando el jefe con-

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servador ecuatoriano Aparicio Ribadeneira, autoproclamado “Capitán General de los Ejércitos, Supremo Director de la Guerra y Encargado Provisional del Poder Ejecutivo”, empezó una campaña de reclutamiento de mercenarios en las poblaciones del sur de Colombia, con fondos y armas provistos por las autoridades colombianas; de este modo logró formar una columna de más de 100 pastusos, con la que fortaleció sus propias tropas, cada vez más afectadas por la deserción. Sin embargo, por presión directa del Presidente colombiano, que buscaba guardar al menos un aparente respeto al derecho internacional, Ribadeneira se vio compelido a ocupar “siquiera un palmo de terreno ecuatoriano”, como condición indispensable para continuar recibiendo el reconocimiento oficial colombiano de “representante del Gobierno Constitucional del Ecuador” y el consecuente apoyo económico y militar.11 Buscando, pues, controlar el territorio de la sierra norte para asentar allí su gobierno, el ex-Ministro lanzó una operación militar contra Ibarra, a cargo de los batallones Ayacucho y San Gabriel, dirigidos por el comandante Ricardo Cornejo. La operación resultó un fracaso, pues los expedicionarios fueron derrotados en Ibarra por las fuerzas liberales del coronel Nicanor Arellano. Esto produjo un generalizado derrotismo en el resto de emigrados conservadores, que terminó por frustrar la continuación de la campaña. Al fin, el gobierno colombiano desarmó a los emigrados y mercenarios, poniendo fin, por el momento, a la acción militar de éstos en la región fronteriza colombo-ecuatoriana (3 de octubre de 1895). Posteriormente, nuevas incursiones militares contra el Ecuador fueron organizadas por los conservadores ecuatorianos emigrados, con el activo respaldo del gobierno de Colombia y del Obispo de Pasto, fray Ezequiel Moreno Díaz, que convirtió a la guerra contra los liberales ecuatorianos en su particular “guerra santa” contra el odiado liberalismo12. Teniendo como “Comandante General de Operaciones” al coronel colombiano Almeida, el prelado formaba ejércitos de pastusos fanáticos y los lanzaba contra el vecino país, proclamando que “el liberalismo es pecado, es un error contra la fe y está condenado por la Iglesia”. También protegía a los cristeros ecuatorianos derrotados y, sin recato alguno, instruía a los sacerdotes de su jurisdicción para la recluta de combatientes: “Procurad, Venerables Cooperadores, –les decía– que vuestros pueblos no vean impasibles la guerra que se hace a Jesucristo y a su Religión Santa”.

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Miguel A. González Páez, 1934. “Memorias Históricas”. Tipografía Quito, 1934, págs. 228-

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Desde 1992, fray Ezequiel Moreno es santo de la Iglesia católica.

229.

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Uno de sus protegidos en Pasto era monseñor Pedro Schumacher, el obispo de Portoviejo, que había desatado la guerra civil en la provincia de Manabí, proclamando “el exterminio de los impíos”. Al fin, como el aguerrido ejército ecuatoriano derrotara una y otra vez a los invasores (que en enero de 1899 llegaron a penetrar hasta el nudo de Sanancajas) 13, fray Ezequiel y sus cómplices buscaron provocar la directa intervención de tropas colombianas en los ataques al Ecuador. Entonces, al gobierno de Alfaro le salió un aliado inesperado: lastimado su espíritu patriótico por la descarada intervención extranjera en los asuntos internos de su país, el obispo de Ibarra, monseñor Federico González Suárez, al ser llamado por el Gobierno para pronunciar una oración fúnebre en el traslado de los restos del Mariscal Sucre a la Catedral, encargó su obispado a su Vicario General, monseñor Alejandro Pasquel, mediante una carta que ordenó publicar. En ella decía: “Cooperar de un modo u otro a la invasión colombiana, sería un crimen de lesa Patria; y nosotros, los ecuatorianos eclesiásticos, no debemos nunca sacrificar la Patria para salvar la Religión: el patriotismo es virtud cristiana y, por lo mismo, muy propia de sacerdotes” 14.

Exasperados, fray Ezequiel y sus áulicos se lanzaron frontalmente contra González Suárez. Mediante folletos y pasquines le dijeron de todo: “apóstata”, “oportunista”, “infame”, “tonto”, “turiferario del crimen victorioso”, etc. El más afiebrado insultador del obispo de Ibarra fue Schumacher, quien, según el mismo González Suárez, lo había “perseguido con encarnizamiento” desde años atrás, por revelar en la Historia General de la República del Ecuador la corrupción eclesiástica existente en la época colonial. Y se dice que la facción pastusa llegó incluso a planear el asesinato del prelado ecuatoriano. La polémica entre los obispos de Pasto e Ibarra fue tremenda. Entre otras publicaciones, fray Ezequiel lanzó un violento folleto titulado “O catolicismo o liberalismo. No es posible la conciliación”. En él, señaló a “los cómplices más notables del liberalismo”, que en su opinión eran: 1.- Los que dan su voto por candidatos liberales. 2.- Los que contribuyen con su dinero a la mejor organización del Partido Liberal. 3.- Los que asisten a fiestas liberales; los que concu13

En el duro combate de Sanancajas, ocurrido el 23 de enero de 1899, hubo 44 muertos, en su mayor parte colombianos. 14 Cit. por Oswaldo Albornoz Peralta, “Historia de la acción clerical en el Ecuador”: Ed. Claridad, Guayaquil, 1973.

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rren a entierros liberales;... los que... llenan de aplausos a los que pronuncian discursos liberales. 4.- Los que se suscriben a periódicos liberales. 5.- Los que mandan a sus hijos o dependientes a escuelas y colegios liberales... Según este cruzado de la fe, ni siquiera se salvaban del anatema “las mujeres que se adornan con cintas rojas o engalanan sus casas y balcones con trapos rojos en las fiestas...”. Como si todo esto no bastara, el obispo Moreno Díaz viajó a Roma en 1898 para que la Sagrada Congregación dirimiera sus contradicciones con monseñor González Suárez. La opinión del Vaticano le fue favorable y el 30 de mayo del año siguiente Ezequiel tuvo una “entrada triunfal en Pasto, resarcido de tantos pesares”. A partir de entonces, prosiguió con más bríos su guerra santa contra el liberalismo ecuatoriano, mientras la feroz guerra civil llamada “De los Mil Días” agitaba ya el suelo colombiano. Entonces Alfaro pasó a la ofensiva: envió un contingente de tropas en apoyo de los liberales colombianos y prestó todo su apoyo y protección a sus coidearios del país vecino que se organizaban o refugiaban en nuestro país. El 29 de marzo de 1900 ordenó que sus tropas regulares cruzaran la frontera y liquidaran al nuevo ejército mercenario formado por el obispo de Pasto y acampado en Ipiales. En represalia, tropas regulares colombianas y cristeros atacaron Tulcán, donde fueron derrotadas. Como es sabido, los liberales colombianos no lograron vencer a las fuerzas de contención que los conservadores habían colocado en la frontera sur, con lo cual perdieron la posibilidad de beneficiarse en mayor medida del apoyo alfarista. Y tras ello se instaló en el Ecuador el gobierno de Leonidas Plaza Gutiérrez (1901), que continuó la reforma liberal en el interior pero negó todo apoyo a la revolución liberal colombiana, obteniendo a cambio que el gobierno de Bogotá refrenara al obispo de Pasto y su “guerra santa” contra el alfarismo y retirara el apoyo militar a los conservadores ecuatorianos emigrados. Años más tarde, por el Tratado Peralta-Uribe (1910), Colombia se comprometió a la internación de los frailes capuchinos refugiados en Pasto, que seguían en actitud agresiva.

LOS PROYECTOS DE UNIDAD AMERICANA

Los proyectos de unidad americana fueron parte esencial del internacionalismo revolucionario de Eloy Alfaro. Hemos mencionado antes su empeño por el establecimiento de una “Confederación de Estados Sudamericanos”, que vincu-

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lara políticamente a nuestros países y contrapesara la influencia continental de los Estados Unidos. A eso apuntaban sus gestiones con el presidente Antonio Guzmán Blanco, de Venezuela, en 1887, su convocatoria a un Congreso Continental Americano, en 1895, y el Pacto Político Reservado que acordó, en 1900, con los presidentes Cipriano Castro, de Venezuela, y José Santos Zelaya, de Nicaragua, en su condición de Presidente del Ecuador. En cuanto a la iniciativa de reunir un Congreso Internacional Americano, sus objetivos fueron definidos de este modo por el gobierno alfarista: “La formación de un Derecho Público de América, que, dejando a salvo derechos legítimos, dé a la Doctrina Americana, iniciada con tanta gloria por el ilustre Monroe, toda la extensión que se merece y la garantía necesaria para hacerla respetar; medios de procurar el adelanto por el perfeccionamiento e implantación de industrias; impulsar el comercio dictando medidas que vayan extendiéndolo, con desarrollo progresivo, sin dejar de atender a las necesidades, conveniencias y derechos de nación a nación, y aprovechar, en fin, todo aquello que, sin perjudicar a los demás, proporcione a nuestras repúblicas medios adecuados para afianzar las relaciones comerciales y conseguir el engrandecimiento mutuo” 15.

Sin duda resultaba audaz, por decir lo menos, que el gobierno de un pequeño país sudamericano promoviera una reunión internacional para analizar y reglamentar la aplicación de la “Doctrina Monroe”, usada por los Estados Unidos como un pretexto para intervenir unilateralmente en los asuntos internos de los demás países americanos. Y, obviamente, esta iniciativa alfarista mereció la activa oposición de la diplomacia norteamericana, que finalmente hizo fracasar la celebración de tan importante cónclave hemisférico, pese a la favorable disposición mostrada inicialmente por varios países de América Latina. Para evaluar mejor esa iniciativa del líder ecuatoriano hay que precisar que los Estados Unidos vivían por entonces el momento de emergencia de su poder imperialista y que, en ese mismo año de la convocatoria alfarista, en 1895, el Secretario de Estado norteamericano, Richard Olney, señaló que “La soberanía de los Estados Unidos, por motivos de defensa, se extiende a todo el continente” 16. 15

Invitación a los Cancilleres del Continente a participar en un Congreso Americano; Guayaquil, diciembre 26 de 1895). 16 Jorge Núñez, Nicaragua, La Trinchera invencible. l985. Quito: Ediciones de la ADHILAC, p. 143.

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También es útil indicar que, un año después, el Presidente Cleveland afirmó: “Hoy los Estados Unidos son prácticamente soberanos en este continente y su palabra es ley en los asuntos en los que intervienen” 17. Y no está demás exponer que poco después, en 1899, el Presidente Teodoro Roosevelt proclamó desembozadamente el “derecho” de su país a la expansión imperial, diciendo: “Siempre que se ha producido un movimiento de expansión ha sido porque la raza que lo ha llevado a cabo era una gran raza. Ha sido como una señal y una prueba de la grandeza de la nación expansionista. Y además debe tenerse en cuenta que, en todos y cada uno de los casos, esos movimientos supusieron un beneficio incalculable para la humanidad” 18.

Al fin, el Congreso Americano se reunió en México, en la fecha prevista, pero sólo asistieron a él los representantes de los países anfitriones (Ecuador y México) y de las cinco repúblicas centroamericanas. Esto llevó al ilustre internacionalista mexicano don Genaro Estrada a atribuir el fracaso de la reunión a “los más fuertes intereses de los Estados Unidos…al negarse a que se discutiera la Doctrina Monroe, y la reservadísima actitud de los gobiernos sudamericanos” 19. Por los mismos días de su convocatoria al frustrado Congreso Americano, Alfaro tomó otra histórica iniciativa americanista que, a su turno, habría de enfrentar la oposición norteamericana: el 19 de diciembre de 1895 se dirigió a la reina María Cristina de España, abogando por la Independencia de Cuba. 20 Y como sus buenos oficios no lograran resultado positivo, el Viejo Luchador no trepidó en preparar un cuerpo de tropas destinado a luchar por la independencia cubana, mismo que puso a las órdenes del coronel León Valles Franco. Finalmente, la absurda negativa colombiana a permitir el paso de esas tropas con destino al Caribe frustró esa acción internacionalista del Ecuador y el presidente Eloy Alfaro. Y poco después se produjo la intervención de los Estados Unidos en la guerra cubana de independencia, no cono ánimo de ayudar a los patriotas cubanos, que se hallaban cerca del triunfo, sino de tomar bajo su control la “Perla de las Antillas”. En efecto, tras derrotar a España en una breve campaña naval-militar, los EE. UU. firmaron con España el Tratado de París (10 de diciembre de 1898), por el que Cuba se constituyó en territorio especial 17 18 19 20

Núñez, Nicaragua…, p. 143. Núñez, Nicaragua…, pp. 145-146. Citado por Jorge Villacrés Moscoso, “Historia diplomática del Ecuador”, T.II, p. 272. Cf. Carta a la Reina María Cristina de España (1895).

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de ocupación militar, las islas Guam y las Filipinas se convirtieron en colonias norteamericanas y Puerto Rico fue tomado por los vencedores como botín de guerra21. Pero el gobierno alfarista no solo hubo de enfrentar la oposición estadounidense a su política americanista, sino también una nueva escalada de presiones imperialistas en busca de la enajenación de las Islas Galápagos. Pobre, débil y estremecido aún por los efectos de una larga guerra civil, el Ecuador se hallaba abocado a una ardua tarea de reconstrucción y modernización nacional, que requería de grandes inversiones públicas. Entonces, queriendo aprovechar en su beneficio las urgencias económicas del Estado ecuatoriano, se hicieron presentes varios países y corporaciones extranjeras interesadas en la compra o arrendamiento del Archipiélago de Colón o de alguna de sus islas. Un consorcio europeo ofreció 25 millones de dólares por la venta de las islas y el gobierno de Francia propuso 100 millones de francos por el arrendamiento de un puerto libre. Y los Estados Unidos, que avanzaban planes para la construcción del Canal de Panamá, consideraron que el control de las Galápagos era una necesidad estratégica para la protección del futuro Canal. Fue así que el gobierno de Taft instruyó a su embajador en Quito, Archibald Sampson, para que propusiera al gobierno ecuatoriano el arrendamiento de la Isla Chatham por el lapso de 99 años y un pago de 5 mil dólares anuales. Finalmente, estas propuestas no prosperaron, como no prosperó una contraoferta del general Plaza al embajador Sampson para hipotecar las islas a cambio de un préstamo norteamericano de 10 millones de dólares22. Sin embargo, ello no significó el fin de las ambiciones estadounidenses sobre el Archipiélago, que continuaron en los años siguientes. Hablemos ahora del Pacto Reservado firmado en 1900 entre los presidentes Cipriano Castro, de Venezuela, José Santos Zelaya, de Nicaragua, y Eloy Alfaro, del Ecuador.23 Es bueno recordar que en el año de 1900 los países latinoamericanos se encontraban en una expectante actitud frente a la situación internacional, caracterizada por variados síntomas de emergencia de un nuevo 21 Hortensia Pichardo, 1977. “Documentos para la Historia de Cuba”, La Habana: Ed. de Ciencias Sociales, I, pp. 540–546. 22 Gonzalo Ortiz Crespo. 1980. “El Imperialismo y las Islas Galápagos”. Cuenca: mimeo, p. 36. 23 Véase Pacto Político Reservado firmado por los gobernantes de Venezuela, Nicaragua y Ecuador (1900). Este documento, que ha sido recientemente descubierto en el Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores de Venezuela dentro de una investigación efectuada acerca del tema “Venezuela y las Conferencias Panamericanas”, y que aparecerá incluido en su segundo tomo, que al momento está por publicarse, nos ha sido proporcionado por la dirección del mencionado Archivo. Dada su significativa importancia, lo incluimos en este libro.

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imperialismo. Dos años antes, España, la vieja potencia imperial, había sido vencida militarmente por el naciente poder de los EE. UU., que tomó Cuba y Puerto Rico y se convirtió, así, en una potencia dominante en el Caribe. Ese mismo año, Colombia se hallaba conmocionada internamente por un nuevo intento de revolución liberal (la “Guerra de los mil días”), mientras que los Estados Unidos firmaban con Inglaterra el Tratado Hay–Pauncefote, que marginaba a los ingleses de la futura construcción de un canal por Panamá, obra que quedaba consagrada como un derecho exclusivo de los estadounidenses. Al mismo tiempo, crecían las tensiones entre EE. UU. y Nicaragua, cuyo gobierno había respaldado a los independentistas cubanos y miraba con recelo el proyecto de construcción de un canal por Panamá, que dejaba al margen el proyecto de canal interoceánico por Nicaragua. Finalmente, se acumulaban sobre el horizonte regional los nubarrones de la primera crisis de la deuda externa, pues varios países latinoamericanos habían suspendido el pago de la deuda (entre ellos Ecuador y Venezuela) y otros más se hallaban inclinados a hacer lo propio. Ecuador, como se ha visto, se hallaba bajo la amenaza de enajenar sus islas del Archipiélago de Colón o ser despojado de ellas. En medio de ese crítico panorama, la conciencia latinoamericana recibió por entonces un campanazo de alerta con la publicación de “Ariel”, libro escrito por el pensador uruguayo José Enrique Rodó, en el que se denunciaba la presencia de un nuevo imperialismo, que amenazaba a los pueblos hispanoamericanos. Fue precisamente a fines de ese año cuando los delegados plenipotenciarios de Venezuela, Nicaragua y Ecuador, debidamente instruidos por sus gobiernos, firmaron en Caracas, el 9 de noviembre, un “Pacto Político Reservado”, “inspirados por el deseo de precaver á los tres Países de todo peligro internacional y de velar colectivamente por la conservación del orden público en cada uno de los tres Estados” 24. Por este pacto, los tres países se declaraban “unidos por el sagrado vínculo de los principios liberales y democráticos que felizmente rigen en las Instituciones de los tres Países” y constituían una triple “alianza ofensiva y defensiva para los casos de hostilidad”, detallando las medidas a tomar por los tres países en caso de que alguno de ellos fuese agredido, y comprometiéndose a utilizar todos los recursos pacíficos y militares que fuesen necesarios para la defensa del país atacado.

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Ver texto en Documentos Anexos.

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Dos características particulares de este pacto internacional eran: una, el plazo de vigencia del mismo, que debía durar mientras ejercieran el poder los tres gobernantes que lo suscribieron, salvo el caso de que alguno de sus sustitutos quisiera adoptar las obligaciones contraídas y los demás estuviesen de acuerdo; y otra, el carácter secreto del mismo, derivado del artículo octavo, donde se especificaba que dada “la naturaleza especial de este Pacto, cada una de las Partes contratantes se obliga á mantenerlo en secreto, hasta que por las tres se considere oportuna su publicación”. Empero, los suscriptores subrayaban que no se trataba de una alianza agresiva contra otros países latinoamericanos y precisaban, en el artículo séptimo, que “las tres Altas Partes contratantes propenderán de común acuerdo á obtener la incorporación de las demás Repúblicas hermanas á esta alianza, que sólo tiende al mayor aseguramiento de la paz general”. A nuestro entender, es precisamente este artículo el que revela el sentido profundo del Pacto tripartito, que buscaba crear una barrera defensiva frente a la amenaza implícita de los poderes imperialistas, por medio de una alianza que vinculaba a tres países, pero propendía a crear un sistema defensivo latinoamericano, en busca del “mayor aseguramiento de la paz general”. Visto en perspectiva histórica, este Pacto Tripartito fue una reedición del “Tratado de Unión, Liga y Confederación” suscrito en 1825 por los asistentes al Congreso Anfictiónico de Panamá, y también, en gran medida, una prefiguración de la UNASUR.

EPÍLOGO

Iniciado el siglo XXI, la imagen de Alfaro ha cobrado una creciente dimensión histórica, mientras los fuegos de su revolución siguen encendiendo el espíritu de los ecuatorianos e inspirando movimientos políticos y proyectos revolucionarios. Seguidores de Alfaro se reclamaron los jóvenes oficiales que derrocaron al régimen de la “bancocracia” en 1925 e instauraron la Revolución Juliana. Y como alfaristas se proclamaron los jóvenes guerrilleros que insurgieron contra el régimen oligárquico en los años ochenta del siglo XX. En fin, hace apenas unos pocos años, el pueblo del Ecuador, mediante una encuesta nacional, escogió a Eloy Alfaro como “El mejor ecuatoriano de todos los tiempos”, lo cual revela la profundidad con que su acción caló en la conciencia del país.

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Las ideas de Alfaro trascendieron también las fronteras nacionales. Durante su vida, fue objeto de variados honores y homenajes. Así, el Congreso Nacional de Nicaragua le otorgó el grado de general, en agradecimiento por sus luchas en pro de la libertad y por sus esfuerzos de paz entre naciones centroamericanas. Luego, a fines del siglo XIX, un congreso liberal colombo-venezolano lo proclamó futuro Presidente de una nueva Confederación Grancolombiana. Por su parte, el gran pensador, escritor y prócer cubano José Martí lo proclamó como “uno de los pocos americanos de creación”. “Y un gran combatiente, escritor e ideólogo colombiano, Juan de Dios Uribe, exaltó la lucha y los valores patrióticos de Alfaro, mientras su antiguo secretario privado, Angel T. Barrera, escribió una biografía de Alfaro, en que lo calificó como “El Garibaldi americano”, comparándolo con el gran revolucionario europeo y unificador de Italia. José María Vargas Vila, otro notable pensador radical y hombre de letras colombiano, escribió un libro sobre su vida e inmolación, titulado La muerte del cóndor. Luego, monumentos en su honor se levantaron en casi todas las repúblicas americanas, a la par que sucesivos gobiernos cubanos elogiaban sus gestiones ante la corona española, en favor de la libertad de Cuba. Para cerrar con broche de oro esa zaga de homenajes, el ex presidente de Colombia, Alfonso López Pumarejo, afirmó que la exitosa política económica que ejecutó en su país, y que impulsó la industrialización y desarrollo interno de Colombia, la había aprendido del general Eloy Alfaro durante su estancia en Ecuador. Justificadamente, el nombre y la imagen de Eloy Alfaro siguen siendo, para el pueblo ecuatoriano, una bandera para luchar por el progreso social y material del Ecuador. Esperamos que este libro contribuya también a la difusión del pensamiento de ese gran combatiente revolucionario, que abrió en nuestro país los cauces de la modernidad, el progreso material y la justicia social.

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Eloy Alfaro Escritos PolĂ­ticos



1. Correspondencia y documentos

Alfaro eligió en 1876, Jefe Supremo del Liberalismo a Nicolás Infante En la ciudad de Guayaquil, a los dos días del mes de mayo de mil ochocientos setenta y seis, los abajo suscritos, miembros del Gran Partido Liberal, reunidos en la casa del Sr. ..., con el objeto de acordar los medios de contener el crimen terrorista que amenaza apoderarse por completo de la República, al amparo de la presente Administración, y con el fin de tender a la formación de un nuevo Gobierno que armonice con los verdaderos principios democráticos y que dé vida, libertad y engrandecimiento a la Nación Ecuatoriana, y CONSIDERANDO: 1º- Que la revolución inmoral e injustificable del 17 de Enero de 1869 ha destruido el imperio de la Soberanía Nacional, base de la República; 2º- Que esa obra inicua ha sido sancionada por el Presidente señor Borrero no sólo con el hecho de haber jurado la Constitución draconiana impuesta por el capricho del Dictador, sino también con el hecho más escandaloso aún de haber rechazado con el voto del absolutista la justa solicitud elevada por varios pueblos para que se convocara la Convención, en cuyo seno renacerían los derechos políticos y sociales que el pueblo tiene perdidos; 3º- Que es un deber de todo ciudadano guardar y defender su libertad y sus derechos; 4º- Que con la negativa del Gobierno los patriotas liberales han perdido toda esperanza de reconquistar los derechos legítimos de la Patria por medios pacíficos obligándoles, por lo tanto, a apelar a la violencia y buscar en las armas el sostenimiento de la justa causa que defienden; 5º- Que proclama y circular dirigidos por el Gobierno a los ecuatorianos prueban hasta la evidencia que el doctor Borrero ha traicionado al Partido que lo elevó, y ponen de manifiesto el deseo de perpetuar las sangrientas leyes de la tiranía que han debido desaparecer a la muerte del tirano; 43


6º- Que el doctor Barrero, inconsecuente con los principios proclamados por él anteriormente y burlando las esperanzas de los patriotas, ha rendido culto a la memoria del tirano, ha adoptado sus leyes, se ha rodeado de sus esbirros, y ha santificado su detestable política ultramontana, rechazando, con traidora mano, las ideas y los hombres del Gran Partido Nacional que le proclamó su Caudillo y que, por tanto, han sido rotos los lazos que le unían a la mayoría de los ecuatorianos; 7º- Que según las mismas palabras de la proclama gubernativa; roto el vínculo de unión entre los gobernantes y los gobernados, ni aquéllos tienen el derecho de mandar ni éstos el de obedecer. 8º- Que la Constitución de García Moreno quedó rota por sí misma en el memorable 6 de Agosto y después anulada y completamente sepultada por el pueblo quiteño, en la jornada del 2 de Octubre, y que, en consecuencia el nuevo Presidente no ha tenido derecho para desenterrarla y declararla vigente; oponiéndose a la convocatoria de una Asamblea Constituyente; 9º- Que ha sido desconocido por el actual Gobierno el principio de la alternabilidad, haciendo figurar en los altos destinos de la República a los mismos empleados de la Dictadura; 10º.- Que con indignación y escándalo de los pueblos el doctor Borrero se ha rodeado de algunos hombres serviles, corrompidos y traidores, y que tal círculo no puede inspirar la menor confianza a la nación que ha sido por largos años degradada y oprimida por ellos; 11º.- Que la pretensión de sostener la Constitución y leyes monstruosas de la Dictadura, es una amenaza constante contra la seguridad individual, contra la industria, el comercio y la agricultura; ramos de suyo aniquilados y destrozados por los gravámenes y malversaciones de las rentas públicas en la época de la dominación garciana; 12º.- Que siendo, por otra parte, casi seguro que, en fuerza de las intrigas ministeriales, y de los ocultos manejos del ultramontanismo se renueven las hostilidades y vejámenes contra el Partido Liberal y vuelva la nación a caer impotente y encadenada bajo el poder de sus antiguos opresores y verdugos hundiéndose quizás para siempre en la negra fosa del terror, los últimos restos del patriotismo, las escasas formas del sistema del gobierno electivo y alternativo que aún existe. Por todas estas poderosas razones y en ejercicio de nuestros derechos,

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RESOLVEMOS: Art. 1º- Desconocer la autoridad de la actual Administración y la de la Constitución de 1869; Art. 2º- Trabajar sin tregua ni descanso, como lo demandan las presentes difíciles circunstancias, hasta poner en armas la República para combatir y derribar el orden de cosas existente, Art. 3º- Nombrar al ciudadano NICOLAS INFANTE, Jefe del Partido de Acción, investido de amplias facultades, hasta el día en que cualquiera de las provincias del Ecuador regularice la marcha de la Revolución y disponga con entera libertad lo que tenga por conveniente; Art. 4º- Respetar y obedecer al Jefe designado en todo lo que sea conducente a la Revolución; ya sea en esta ciudad o en cualquier otro punto de la REPUBLICA. (f) Eloy Alfaro.- Miguel Valverde.- Es copia.-(f) Rafael Caamaño.- ,secretario.

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Eloy Alfaro a sus Conciudadanos ECUATORIANOS! En cumplimiento de un deber ineludible, marcho nuevamente al suelo patrio para tomar parte en la sagrada y honrosa campaña que ha emprendido la Nación contra la oprobiosa Dictadura que está insultando la dignidad de la América republicana. CONCIUDADANOS! Después del triunfo, la hidra de la anarquía se presentará reclamando el botín de las aspiraciones vulgares. Por mi parte, la designación de Magistrado con que me han honrado los habitantes de la ínclita provincia de Esmeraldas, servirá de base para dar ejemplo de abnegación y patriotismo: llegado el momento oportuno, propondré resignar el mando en el territorio. que se halle bajo mi jurisdicción, en un ciudadano que por sus preclaros antecedentes merezca la confianza de la República.

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COMPATRIOTAS! El caudillaje condecorado con el Poder, ha venido entregando la Nación en las garras del buitre del Personalismo. Si no por gratitud, por patriótica conveniencia, debemos esforzarnos en tributar homenaje de reconocimiento a nuestros ilustres progenitores del DIEZ DE AGOSTO en Quito y del NUEVE DE OCTUBRE en Guayaquil: coronar la magna obra del Libertador Bolívar y del inmaculado Sucre, debe ser la aspiración de todo hombre honrado y el fruto de nuestros patrióticos esfuerzos. Mis antecedentes me dan la autoridad necesaria para asegurarnos que mi cabeza responde, en el camino que sea preciso seguir, de la dignidad y de la honra de la Nación. En marcha, Enero 27 de 1883. Eloy Alfaro.

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Eloy Alfaro a los habitantes de Manabí Conciudadanos! El entusiasta recibimiento que habéis hecho a los valerosos soldados de la ínclita Esmeraldas, es digno de un pueblo que ama la libertad. Como un solo hombre os habéis levantado para apoyarnos y vuestra valiente y decidida actitud, ha contribuido eficazmente al triunfo pacífico que hemos obtenido. En nombre de los vencedores Esmeraldenses, os tributo público testimonio de gratitud. HABITANTES DE MANABI! En las actas populares, vuestra generosidad me ha discernido el grado de general; os lo agradezco. Tengo, ante todo, el deber de dar ejemplo de abnegación y desprendimiento, y lo hago con entusiasmo, porque así sirvo mejor a los principios republicanos. Respetuosamente renuncio, pues, el nuevo título militar que me habéis dado. En otra ocasión, cuando mis servicios sean de más importancia para la Nación, lo aceptaré, y recordaré con gratitud y orgullo, la iniciativa que habéis tomado en premiar mi consagración a la causa de la República. MANABITAS! La grave situación política que alcanza el país, os presenta la oportunidad de pesar en la balanza de sus destinos de una manera decisiva.

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Por mi parte no omitiré sacrificio alguno para corresponder a la confianza que en mi se ha depositado.

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Mensaje del Ciudadano Encargado del Mando Supremo de Esmeraldas y Manabí a la Asamblea Nacional Honorables Diputados: Sea lo primero felicitar a los verdaderos representantes del pueblo en el día de su instalación. Este fausto suceso anunciará el renacimiento de la justicia, en brazos del derecho y de la libertad, puesto que vuestras deliberaciones serán presididas por el patriotismo y el progreso legítimo de la República.. El esclarecido patricio señor don Miguel Valverde, que ha desempeñado el Ministerio de lo Interior y Relaciones Exteriores de mi Gobierno, lleva el carácter de Delegado de éste, ante la Asamblea nacional. Los poderes que me confiaron los patriotas habitantes de Esmeraldas y Manabí, cesan en el momento en que yo tenga conocimiento oficial de vuestra legal y solemne instalación. De hecho me separaría del Gobierno el 9 de Octubre próximo, si me acompañara la convicción de que en este día se cumplía vuestra reunión; pero los deplorables atentados perpetrados el primer día de las elecciones, en la capital de la Nación, hacen dudar a los verdaderos patriotas de su realización en la fecha señalada. Cuando os constituyáis como Cuerpo soberano, el Sr. Valverde os presentará este Mensaje, y os expresará mi profundo acatamiento a la Asamblea constituyente de la República. Devuelto a los legítimos Delegados del pueblo el poder supremo, que eventualmente se me confió, sólo me resta luego darles cuenta de mis actos en Memorias especiales, mías y de mis Secretarios de Estado. Hoy que, por primera vez, se reúne una Asamblea constituyente, representante de todos los partidos políticos, es la época preciosa en que, poniéndoos a la altura de vuestra sagrada misión, remediéis nuestros males y aseguréis la paz, tan necesaria para la ventura del país. Tened presente, Honorables Diputados que no vais a dar Constitución para un solo partido, sino para toda la Nación; y que por esto mismo ha de ser acomodada a la naturaleza del hombre y a sus grandes aspiraciones; garantizad el libre desenvolvimiento de la inteli-

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gencia, y habréis engrandecido la República, colocándola en el carril de su progreso gradual, merced a una paz civilizadora. A un pueblo que, alzado en masa, derrotó la tiranía, preciso es darle una sabia constitución que asegure la libertad que se supo conquistar. Esa, Honorable legisladores, es vuestra ardua labor. ¡Quiera el Todopoderoso escuchar los votos que a El elevo para que ilumine vuestras deliberaciones! HONORABLES DIPUTADOS Portoviejo, a 27 de Setiembre de 1883. Eloy Alfaro.

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Eloy Alfaro a los habitantes de Esmeraldas y Manabí Conciudadanos: La Asamblea constituyente se ha instalado en la capital de la República, y, por tanto, cesa el Mando Supremo que me confiásteis para combatir y debelar la humillante Dictadura. Compatriotas: Al retirarme a la vida privada, llevo la satisfacción de haberos acompañado en los momentos de peligro para la Patria, y de haber propendido, en la esfera de mis alcances, a hacer práctico el ejercicio de las libertades públicas. Compañeros de armas: Habéis conquistado con vuestros esfuerzos y vuestra sangre, el derecho de ser libres. Descansáis placenteros en vuestros hogares, después de establecer el honroso precedente de que sabéis abandonarlos para someteros a las fatigas de la guerra, cuando la dignidad del ciudadano así lo reclama. Como ecuatoriano he cumplido literalmente cuanto ofrecí a la Nación. Vuestro conciudadano y amigo, Eloy Alfaro. En Portoviejo, a 28 de Octubre de 1883.

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Mensaje sobre el Federalismo Honorables Diputados: Os ofrecí, en mi mensaje preliminar del 27 de Septiembre, daros cuenta de mis actos oficiales; pero antes de ello, juzgo como esencial necesidad someter a vuestras deliberaciones un problema político -social de vital importancia, que resuelve la condición de oprimidos y opresores que constantemente aviene en pos de nuestras luchas civiles, y mantiene en expectativa continua y en conmoción a toda la República. Prácticamente viene demostrando la historia política del Ecuador y la luenga experiencia que, en nuestras contiendas intestinas, cuando ha triunfado la sierra sobre la costa, ésta ha sido la oprimida; y cuando ha predominado sobre el interior el litoral, éste ha sido el opresor. Tal hecho explica como ha habido siempre en el Ecuador, más o menos débiles o fuertes, series no interrumpidas de oprimidos y opresores. Hoy mismo cuando el progreso tanto ha debilitado el ruin y opacado egoísmo de localidad, se atiza con pasión desapoderada el espíritu de provincialismo en provecho de intrigantes y en mengua y menoscabo de los principios políticos. He ahí el fruto que ha cosechado el Ecuador, allí ha germinado esa cábala centralizadora, origen de la tiranía, travestida de carácter legal o constitucional, sistema que ha mantenido al país sumido en la más paciente abyección. A costa del progreso físico y moral de éste, se ha ostentado, por esa causa, triunfante el caudillaje, favorecido por la suerte. Para cortar ese cáncer político no hay más recurso que dar al través con el personalismo, simbolizado por el centralismo, y adoptar resueltamente el sistema redentor de la federación, en cuyo vastísimo recinto tienen puesto y cabida los partidarios doctrinarios, que lindan por el triunfo en la justicia y de la equidad de luchas civilizadoras. Opónense al federalismo algunos que convierten sus miradas para fijarlas sólo en el estrecho límite del tesoro nacional. Grande es el obstáculo; pero todo es obviable para el patriotismo que guía a las administraciones honradas. Dejemos por el momento que prevalezca el sistema actual de recaudación y en vista de los presupuestos de gastos de cada provincia, asígnesele a cada uno de los Estados su cuota para atender a sus precisos gastos Palpablemente se verá entonces cuan notable es el excedente que arrojan los ingresos de la República; y este superávit formará el tesoro nacional, del cual, según lo requieran las necesidades del país, dispondrá el Congreso federal.

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Fijad la consideración, honorables legisladores, en la azarosa situación que alcanza el país y palparéis cuanto necesita una forma de gobierno que, tranquilizando los ánimos, infunda confianza en la paz que, bajo estos auspicios, sería fecunda en atributos bienhechores. No hay concordia sin armonía; y sin una y otra prevalecen los odios. La concordia y la armonía vendrán unidas si a cada Estado se asegura, conforme el sistema federal, la soberanía inmanente de que es dueño, para constituirse conforme a sus costumbres y legítimas aspiraciones. Si, por ejemplo, Azuay quiere ser mandado por un eclesiástico sea y acátese la voluntad de ese pueblo; si Pichincha prefiere un jurisconsulto, téngalo, nada más justo; y si Guayas le place un financista, en hora buena; sea servido según su querer. Así satisfacen las localidades sus deseos y sus, propósitos; y el ejecutivo federal será una garantía de orden como acontece en los Estados Unidos de Norte-América. En Colombia, gracias a sus instituciones federales, van tornándose imposibles las guerras civiles de carácter general. Merced a su federalismo, Colombia no destierra ni a uno de sus hijos por opiniones políticas; y por su educación liberal, los colombianos se distinguen en todas partes por su decidida propensión a favorecer la libertad de los pueblos oprimidos. Todo, colombiano, al recordar el adelanto de su país, se enorgullece de ser colombiano, educación que a esa nación valerosa hace fuerte y respetable y simpática en el exterior. Cuanto a Venezuela, salvó la federación del caos de anarquía en que sumida la puso el centralismo. Solamente el Ecuador se ha quedado rezagado, atrás de sus hermanas las “hijas del inmortal Bolívar”, y –dígase lo que se quiera– en lo legítimamente noble y bueno, nuestra política debe ser colombiana de llano en plano; porque así lo reclama nuestro progreso y nuestra grandeza futura. Hoy no somos más que un girón desprestigiado de la gloriosa nacionalidad que nos legaron íntegra los héroes de la magna revolución de la independencia. Dejemos, pues, a un lado las pasiones ruines del partidismo personal, honorables diputados, y reparemos medio siglo que llevamos de errores y calamidades, bajo el título nominal de República. Los ecuatorianos, que rendimos culto eterno a la imperecedera memoria de Bolívar, al par que a las virtudes del inmaculado Sucre, hemos de propender a la pacífica reconstitución de Colombia la grande. Venezuela y la nueva Colombia, son acaso las que menos necesitan de la grandiosa reorganización de la nacionalidad fundada por los egregios obreros de nuestra emancipación y sin embargo siempre anhelan, como sus documentos públicos lo comprueban, la

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unión de las tres secciones en la misma gloriosa entidad de otros días. Deseo innato es siempre en los pueblos tender hacia su mayor grandeza y así, tarde o temprano el advenimiento de la unión colombiana será el fruto espontáneo de la ilustración de sus hijos. Entre tanto, el sistema político de antaño ha venido alimentando mezquinos odios y pequeñas rivalidades y ha pretendido poner a ecuatorianos y granadinos sobre el mismo pie de las locales competencias que dividen a interioranos y costeños. El federalismo hará desaparecer esas emulaciones triviales y llevará a entrambos pueblos por el camino de la fraternidad y de la unión cuando sin ceder a sujeción alguna, libres de toda presión, proclamen con espontaneidad ese sistema fundamental. Cuando en 1787 se reunieron en convención los fundadores de la Gran República norteamericana, establecieron el sistema federal “con el objeto de formar una unión más perfecta, establecer la justicia, afirmar la quietud doméstica, promover a la defensa común,’ promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros y para nuestra posteridad... como dice el texto de la sencilla constitución que sirvió de pauta a Washington y de base a la prosperidad y asombroso desarrollo de ese gran pueblo. El centralismo ha costado a la República cruentísimos y casi estériles sacrificios. El federalismo es el sistema hoy adoptado por pueblos que mucho se han esforzado por constituirse libremente. A vosotros toca determinar lo que más convenga al Ecuador. Honorables diputados. Eloy Alfaro. Portoviejo, a 9 de octubre de 1883:

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A los Ecuatorianos Compatriotas: Los repetidos mandatos de la opinión pública, que pusieron desde Noviembre de 1884 la espada en mis manos, me autorizan hoy a dirigiros la palabra, que, como debéis estar persuadidos no es la del engaño, de la ambición y del fraude, sino la voz amiga de quien, como vosotros, anhela la redención

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de nuestra patria, para que libre y feliz, pueda ocupar en la familia americana el distinguido puesto que le tiene señalado la Providencia. Desde que por una de esas inmensas desgracias que suelen pesar sobre las Naciones, la más santa de las causas vino a personificarse, por una de esas inconcebibles aberraciones de nuestra vida política, en el más abominable de los Gobiernos; el pueblo ecuatoriano, tan grande como generoso siempre, ha visto esterilizados los nobles esfuerzos y los cruentos sacrificios que, en aras del patriotismo, ofreciera a la libertad, tan perseguida en el Ecuador por los tiranos. Bien sabéis, Conciudadanos, que el actual Gobierno de nuestra patria infortunada, no sólo ha suspendido las garantías constitucionales, violando la Carta Fundamental y las leyes secundarias, sino que con escándalo del mundo ha recorrido toda la escala de los crímenes. No hay uno solo que haya dejado de ser cometido por los sicarios del despotismo. Allí están las publicaciones de la prensa revelando los atentados de lesa civilización, que ponen al Gobierno del señor Caamaño fuera de la ley común. Asesinatos, flagelaciones, robos, torturas, incendios de poblaciones indefensas; y, en una palabra, todas las transgresiones de la moral, han sido consumadas en varios pueblos de la República, que siguen, no sólo como ayer bajo la inmensa pesadumbre de los consejos de guerra, sino que hoy se asesina con refinada crueldad a los prisioneros como sucedió en Montecristi y otros lugares. Este violento estado de calamidades y humillaciones para el país, no podía menos que engendrar la resistencia, que ha venido a traducirse en la indignación general y en la actitud bélica de algunos pueblos, que no ha podido ni podrá someter el Gobierno por carecer de popularidad y de prestigio. No me detendré aquí en aducir como nuevas causas justificativas de la lucha empeñada, los innumerables desaciertos de la Administración actual ya en lo que dice relación con el Gobierno, ya en lo que se refiere a nuestro valeroso Ejército y a nuestras relaciones internacionales, para contraerme a lo que hoy preocupa verdaderamente el país, pues se trata nada menos que de sus intereses permanentes. Quiero hablaros de la situación económica de la República, una vez que el peculado y la ineptitud del Gobierno, la han conducido a un estado de postración tal, que no tiene precedente en nuestra historia. El Ecuador, por causas que son bien conocidas, atravesaba una profunda crisis, digna de llamar seriamente la atención de los poderes públicos, obligados a buscar el remedio para salvar al país, cuando vino la Convención de 83 a 84 a decretar el desbarajuste de la Hacienda Nacional, sancionando un monstruoso

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presupuesto que le presentó el Gobierno, a fin de que le sirviera de pretexto para cohonestar sus especulaciones ilegítimas. Cerca de dos millones de déficit anual, arrojaba aquella ley que vino a demostrar de un modo palpable, la mala fe y la incompetencia de los encargados de la cosa pública, quienes, después de este su primer despropósito, han seguido imperturbables en el camino de los desaciertos. Vinieron luego las medidas económicas que la opinión general reclamaba del Gobierno para conjurar la crisis que se reagravaba cada día, y las decepciones experimentadas demostraron al país que lejos de obtener la protección que le era debida, tenía que seguir soportando los nuevos errores económicos, que, como la incalificable ley de Aduanas, aumentaban más y más las dificultades de la situación. Surgió por entonces la imposibilidad de la transacción entre el Comercio del Interior y el del Litoral, a consecuencia de la falta de metálico, pues los pueblos de la sierra sólo eran tenedores del inconvertible billete del Banco de Quito. Informada la prensa de las causas que motivaban esa falta de canje del papel circulante, pidió al Gobierno exigiera al expresado establecimiento de crédito el cumplimiento de sus deberes, o el correspondiente castigo, en caso de que faltara a ellos. Pero la complicidad culpable del Ejecutivo fue tardando, con general escándalo, esta medida salvadora, hasta que amotinado el pueblo de Quito, obtuvo promesas que por ser oficiales creyó seguras, cuando no hicieron sino aumentar su ruina, puesto que no se cumplieron. El arreglo con el Banco Internacional de Guayaquil abrió un paréntesis a esta situación, comprometiéndose el Gobierno a hacer ilegales desembolsos, e imponiendo al pueblo una pérdida de 25%. Bien sabéis hoy, conciudadanos, que ese arreglo ha sido ineficaz, pues las emisiones clandestinas que arruinaron a las Provincias trasandinas enriqueciendo a unos pocos, están ya saliendo a luz. La inmoralidad administrativa que engendraba la anterior conducta del Gobierno, reagravada con los saqueos a la Aduana de Guayaquil, que por esa época eran ya públicos y notorios, han dado al pueblo la medida de la corrupción de sus gobernantes. El derroche de los caudales públicos puso al Gobierno en la necesidad de apelar a empréstitos hostiles de la opinión, consumando los actos de vandalaje que todos conocéis. Pero como la paz es hoy imposible en el Ecuador mientras ese Gobierno subsista, la solicitud de nuevos empréstitos, que le han sido negados por el comercio honrado, le ha puesto en el caso de apelar a una farsa urdida en los conciliábulos de la camarilla destinada a ventilar los asuntos económicos. El

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descuento del nuevo empréstito de 250.000 sucres, ha sido rechazado por el Banco del Ecuador, que tantos servicios ha prestado al Comercio en sus épocas de angustia y que tanto honor hace al país por la notoria probidad de sus procedimientos. Irritado el Gobierno con esa negativa que, además de quitarle el crédito le dejaba sin recursos, pues el empréstito sólo estaba suscrito en pagarés de acomodo, ha querido exigir al Banco el descuento de esas obligaciones; pero esta institución ha resuelto, con mucha cordura, ponerse en liquidación antes que suscribir su ruina, que sería también la del país. Ved aquí, Conciudadanos, trazado a grandes rasgos, el doloroso cuadro de nuestras desgracias públicas. Os encontráis en presencia de un Gobierno desacreditado que es impotente para consolidar la paz, y que habiendo agotado la fortuna pública que ha consumido en sus derroches, se lanza hoy sobre la fortuna privada, como lo demuestra la contribución decretada por el Ejecutivo con fecha 22 de Marzo último, que tiende a esquilmar completamente la riqueza particular. A vosotros toca hoy manifestar de un modo solemne vuestra soberana voluntad, que estoy a cumplir como soldado republicano. O apoyáis al Gobierno que es una vergüenza nacional, y que en el actual estado del país, no hay poder humano capaz de reconciliarlo con la opinión pública, pues la moral y la civilización lo condenan; o para no ver consumada la pérdida de vuestros intereses y tranquilidad, presenciando impasibles la ruina de la República, hacéis un esfuerzo patriótico a fin de abreviar esta violenta situación con menos sacrificios de sangre, de tiempo y de dinero, pues la caída de ese Gobierno es inevitable, si no hoy, que es lo más probable, mañana, que ese aparato administrativo que se denomina Gobierno venga a tierra; pues no hay pueblo que cuando resuelve ser libre, no acabe con sus opresores. No es posible suponer siquiera que el Gobierno del señor Caamaño, después de sobreponerse a las leyes, quede en pie burlándose del pueblo que ha vilipendiado. Tiene que sucumbir bajo el enorme peso de sus crímenes, que hasta hoy han quedado impunes; tiene que abrirles paso a las ideas de justicia, de libertad y progreso; tiene en fin, que desaparecer para que la dignidad nacional quede salvada. Esta es, compatriotas, la inflexible lógica de la Historia; ésta vuestra firme creencia; ésta vuestra suprema aspiración. En cuanto a mí, bien lo sabéis, Conciudadanos, mi único anhelo es contribuir a la pública ventura en la medida de mis fuerzas. Yo sólo aspiro a cumplir vuestros mandatos, poniéndome, como siempre, al servicio de la causa liberal, que, como sistema de Gobierno, busca en la justicia y el respeto a la ley, el ne-

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cesario equilibrio que debe existir entre la autoridad y la libertad, entre los deberes y los derechos del hombre. Las exageraciones que a las ideas que profesamos, les atribuyen los explotadores de la sencillez del pueblo, no son sino las innobles armas de que se valen los enemigos de la causa liberal. Nosotros aspiramos a implantar un sistema de honradez y de progreso, contando con el apoyo de los buenos ciudadanos, y rindiendo en todo tiempo el debido homenaje a la opinión pública. COMPATRIOTAS: La hora de la redención ha llegado. Hagámonos dignos de obtenerla, y mereceremos las bendiciones de la posteridad. Eloy Alfaro. Lima, Abril 24 de 1886.

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Carta a Antonio Guzmán Blanco, Presidente de Venezuela 1887.- Lima, Enero 9. Señor General Antonio Guzmán Blanco. Presidente de los Estados Unidos de Venezuela. Caracas. Señor El señor General don Rafael Aizpurúa tuvo la dignación de trasmitirme, desde Panamá, el atento cuanto interesante recado con el que Ud. se ha servido honrarme, y al cual en comprobación de la importancia que tienen para mí las acciones de los hombres eminentes y encaminadas al progreso de los pueblos, correspondo por medio de la presente misiva, que será puesta en manos de Ud. por mi hermano el Dr. Marcos A. Alfaro, quien sabrá interpretar fielmente mi profunda consideración por el regenerador de Venezuela, y por el patriota en cuyo pecho, para honra de esa República, cuna de tantos héroes, está palpitando el corazón del inmortal Bolívar. Cuando en 1883, una parte de mis compatriotas, me honró, encargándome del Mando Supremo de una de las secciones más liberales de mi patria,

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elevé a la Asamblea Constituyente, reunida entonces en Quito, un Mensaje concerniente a la forma federal y a la reconstitución de la Gran Colombia. Mas no siempre ni en todas las regiones son acogidas las grandes ideas, o para hablar con más franqueza, en aquella Asamblea predominaba el partido sin luces ni virtudes, formado por los tiranuelos de mi patria, y yo desde entonces he tenido que morar en el destierro, donde no he dejado de luchar un solo día, a brazo partido, y continuaré luchando hasta ver triunfante la idea. Ahora bien, los actos recientes de Ud., como Primer Magistrado de Venezuela, sus conatos en favor de las naciones hermanas de ella, y finalmente, el recado a que he aludido al principio, de esta carta, me han suministrado la suficiente claridad, para apreciar las nobles propensiones del Ilustre Americano, a favor de mi patria. Mi hermano Marcos hablará a Ud., como si yo le hablara, y espero que Ud., se dignará prestarle su benévola acogida. Ofrézcome de Ud., señor General, como elocuente amigo y compatriota. Eloy Alfaro.

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Credenciales a Marcos Alfaro Eloy Alfaro al Presidente de Venezuela, General Guzmán Blanco - 1887 Sr. Don Marcos A. Alfaro. Como Jefe de la Revolución Ecuatoriana, y en virtud de los plenos poderes de que estoy investido, tanto por actas públicas y privadas en el Ecuador, como por actas de los emigrados en Colombia y el Perú, expido a Ud. la presente credencial, para que en representación del Partido Liberal de nuestra Patria, pueda pactar con el Ilustrado Presidente de Venezuela, General Guzmán Blanco una alianza ofensiva y defensiva, que sirva de fundamento para la reconstitución de la Gran Colombia, bajo las bases del sistema Federal, o de la Confederación, y en guardia de la dignidad y recíprocos intereses de ambos países.

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De sus gestiones se servirá darme oportuno aviso para mi aprobación por escrito. DIOS Y LIBERTAD (f.) Eloy Alfaro

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Ecuador, tiranicidio del “Seis de Agosto” Por casualidad ha llegado a mis manos el diario La Nación que se publica en Guayaquil, en cuyo número 2.315, correspondiente al 1º de Marzo del año en curso, he leído una carta suscrita por don José María Sarasti y dirigida al señor Francisco Ignacio Salazar. La persona que firma la referida carta, me hace figurar, maliciosamente, emitiendo conceptos o palabras que he estado lejos, de haber expresado jamás. Repugnancia inmensa siento al verme forzado a hacer una ligera reminiscencia; pero no puedo permitir que mi silencio se interprete de un modo indebido. Fue en Esmeraldas y no en Manabí, donde mandé comparecer ante mí al prisionero Comandante Francisco Sánchez tomado en la Tola, en Diciembre de 1882. A las preguntas que le hice sobre su participación en la tragedia política del seis de Agosto de l875, que dio por resultado la muerte de García Moreno, me contestó que no había sabido nada. Esta respuesta, que yo transmití en una conversación al señor José María Sarasti, es la que éste ha tergiversado a su sabor. El Ministro Sr. Semblantes, que, privadamente, tenía bastantes datos respecto de lo acaecido en esa memorable conspiración, interrogó también al desgraciado Sánchez, y éste se encerró siempre en la frase de que no había sabido nada. Al fin se confundió y atribuló tanto que, por esa circunstancia, mandé que se le restituyera a su prisión. Continuando después la campaña, me trasladé a Manabí y el preso fue conducido a Montecristi, donde lo dejé enfermo, si mal no recuerdo. Para que se comprenda mejor quién era el personaje, cuya palabra se trata de hacer abonada, con lo dicho por mi al señor Sarasti, lo daré a conocer relacionando el funesto episodio de que fue protagonista en Montecristi. Don Gustavo Rodríguez, Jefe Civil y Militar de la Provincia, nombrado

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por mi Gobierno, movido a compasión por las súplicas de Sánchez, lo dejaba andar libremente en la población de Montecristi, y lo socorría en todo lo que podía necesitar. El presunto preso, a título de agradecimiento, rogó al Sr. Rodríguez, que le permitiera servir de instructor de los reclutas, para corresponder, de alguna manera, a los actos de caridad de que era objeto. El representante de la autoridad se negó; pero instó tanto el prisionero que al fin el Jefe Civil y Militar accedió a su petición. Sánchez tuvo, entonces, entrada franca al cuartel y se hizo recomendable por su contracción en instruir a los soldados en los ejercicios elementales. Transcurridos algunos días, en altas horas de la noche, y por obra de la más negra de las traiciones, cayó el cuartel en poder de los enemigos. Al tener noticias el Sr. Rodríguez del alboroto, abandonó su habitación y se dirigió al cuartel. Encontróse con aquel pérfido instructor y le preguntó: —¿Qué novedad hay, Comandante Sánchez? —No sé nada contestó el interrogado. Como se ve, no saber nada era la frase estudiada de aquel sujeto. Había acaecido lo siguiente: con refinada astucia, el citado Sánchez, había facilitado la toma por sorpresa del cuartel, lo que ocasionó después el asesinato a sangre fría y con premeditación de varios vecinos muy honorables de la ciudad, a parte de los que perecieron combatiendo. Restablecido el orden, a costa de algunas víctimas, y recapturado Sánchez, fue juzgado y sentenciado a muerte. Antes de expiar sus crímenes, suplicó al Jefe Civil y Militar, que también había salvado de un modo verdaderamente casual de ser ultimado, que le oyera los grandes secretos que poseía. Negóse el Sr. Rodríguez; instó el reo, expresando que al país le importaba saber los detalles extraordinarios de esos secretos; pero al Jefe Civil y Militar le repugnó escuchar a un hombre de tan negra historia. Este, al fin, consiguió hacer sus revelaciones a otra persona. A su debido tiempo se sabrá lo que interese a la justicia; pues en el tiranicidio del Seis de Agosto, hay dos clases de actores: unos, libertadores, que se sacrificaron por patriotismo y otros, asesinos de la calaña del individuo que aseguraba no saber nada, y que fueron movidos por el resorte de bastardos, personalísimos intereses. Había ocurrido ya el drama sangriento de Montecristi, cuando el señor Sarasti dice que marchaba conmigo “hacia el campamento de Sabana Grande” y que “durante el viaje conversábamos del asesinato del doctor don Gabriel García Moreno y de las publicaciones que se habían hecho entonces” precisamente cuando, con el sacrificio de nuevas víctimas, podía apreciar mejor el estudiado no se nada, señor, del reo Sánchez.

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De paso haré notar, que lo que el señor Sarasti llama asesinato, es para el Ministro de la Guerra de García Moreno en la época del tiranicidio, el origen de “ACONTECIMIENTOS POLITICOS, iniciados en Agosto de 1875”, según carta escrita en 1880, que original he visto y leído. Bastará para los imparciales, que les recuerde lo dicho por mí, en varios acápites, de los dos primeros opúsculos que, con el título de la Regeneración y la Restauración, publiqué en Panamá en 1884, mucho antes del movimiento político de Noviembre de ese mismo año. Del segundo de esos cuadernos, página 31, línea diez y siete, copio el párrafo que sigue: “Entre los que, pagaron con la vida sus crímenes, estaba el famoso Comandante Francisco Sánchez, el mismo sujeto que jugó un papel tan tenebroso en el tiranicidio de García Moreno. Ya que el Sr. Sarasti se ha mostrado tan asequible para hacer revelaciones capciosas, suponiendo frases que no han existido, bien ha podido recordar lo que, respeto de su defendido, le dije en la conferencia de la hacienda de San Antonio (cuando por primera vez le conocí), amén de lo que ya le había dicho en una de mis cartas, que me parece me la contestó de Riobamba. Por lo demás, está bien que ciertos herederos políticos de esa funesta mortuoria, sigan derramando lágrimas de cocodrilo del que los manejó como a esclavos y los gobernó como a parias. La Historia no se ha escrito aún: y puede considerarse obra inútil pretender oscurecer los acontecimientos de nuestra política: día llegará en que al verdad alumbre los hechos y en que la Justicia cumpla su deber. Eloy Alfaro Lima, Junio 5 de 1887.

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Proclama de Eloy Alfaro al Pueblo Ecuatoriano “Compatriotas. “Vuestro elevado civismo me retrae de mi obligado silencio y me impone el deber de dirigiros nuevamente la palabra.

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“Este país palpando los vergonzosos efectos de esa escuela de vicios y depravaciones que en aciaga hora fundó en nuestros lares el Caín de la Inmortal Colombia. “Habéis protestado valerosamente en los comicios y actos populares contra los malignos mandatarios que han puesto en almoneda hasta la dignidad nacional. “Ahora os falta arrancar de esas manos impuras el arma patricida que tiene levantada sobre el pecho del pueblo! ... Solamente a balazos dejarán vuestros opresores el poder, que tienen únicamente por la violencia. Pensar de otro modo equivale a dar tregua a tenebrosas intrigas. ... “Sin sacrificios no hay redención. La libertad no se implora como un favor: se conquista como un atributo inmanente al bienestar de la comunidad. Afrontemos, pues, resueltamente los peligros y luchemos por nuestros derechos y libertades, hasta organizar una honrada administración del pueblo y para el pueblo. En fin, hagamos algo digno que merezca los aplausos de la posteridad”. “Ecuatorianos: Con vuestro altivo proceder, habéis consagrado una página inmortal en la Historia Patria; vais a continuar la obra redentora, bien lo sé. “Marcho, pues, en vuestro auxilio para participar en las penalidades de la campaña y tener la honra de conduciros al combate y a la victoria.” Managua, 5 de febrero de 1895.

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El Jefe Supremo de la República, al Pueblo Ecuatoriano Conciudadanos: Desde que acepté la Magistratura Suprema, he consagrado todos mis afanes a llevar a glorioso término la grandiosa obra de la Regeneración Nacional, que confiasteis a mi patriotismo. Brindé con la paz a nuestros hermanos del Interior, que permanecen subyugados por un Gobierno espurio; y, aunque la inmensa mayoría de las personas sensatas, ha reconocido la justicia de nuestra causa y manifestado ardientes deseos de secundar nuestros propósitos y tendencias, se me hace, sin embargo,

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necesario apelar a las armas para reducir a los que, contra el torrente de la opinión pública, pretenden sostener aún, el carcomido edificio de las viejas tiranías. La lucha por la Honra Nacional puso en mis manos el Gobierno del pueblo, y es en defensa de éste que marcho al Interior, para asegurar el triunfo del programa liberal y establecer la moralidad política en oposición al corruptor sistema de vandalaje, depredaciones y negocios inicuos de que ha hecho gala la expirante administración que puso en almoneda la bandera de la República. Agotados mis esfuerzos conciliadores, que no tenían otro objeto, que el de evitar el derramamiento de sangre ecuatoriana, he asumido una actitud resuelta, que ponga término a los tenebrosos manejos de los mismos a quienes he concedido amplias garantías y generoso perdón. Caiga, pues, la responsabilidad de los sucesos que van a desarrollarse, sobre los empecinados enemigos públicos, que anteponen sus intereses a los de la Patria que defendemos. Las intrigas de los viejos sicarios del despotismo y de los traficantes del poder caído, unidas, por desgracia, a la impaciencia de unos pocos y a las ambiciones de un círculo más reducido aún, han estado sembrando alarmas y desconfianzas en la hora suprema de la justicia nacional. Esta conducta antipatriótica para con un Gobierno que ha permitido el ejercicio de las libertades públicas en plena campaña contra el despotismo y la barbarie, me ha permitido medir el grado de desmoralización en que tenía sumida la República el más pérfido y criminal de los Gobiernos. Compatriotas del Interior: Voy a combatir a los tiranos que os engañan y oprimen. Estad seguro que os devolveré vuestras libertades y trabajaré sin descanso por vuestro bien, Las creencias del pueblo y todos los derechos legítimos, serán respetados por quién ha emprendido en la obra de levantar la República por medio de estas dos grandes virtudes sociales: la tolerancia y la justicia. Ecuatorianos: Al salir a campaña, dejo encargado el Poder Ejecutivo al Consejo de Ministros, que goza de toda mi confianza y que marchará de acuerdo conmigo en el despacho de los múltiples ramos de la Administración Pública. Prestadle todo el apoyo que necesita para secundar mis esfuerzos y rodeadle del respeto que merece como colaborador inteligente y honrado de una causa santa.

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Guayaquileños: Mientras yo combato en el interior a los enemigos de la Libertad, cuidad vosotros de este Cuartel General, con serenidad y valor, que para eso sois los descendientes de los héroes de Octubre y de Marzo. Conciudadanos todos: Tened fe en el triunfo definitivo de la causa que defendemos y estad persuadidos de que la victoria más espléndida coronará vuestras cívicas virtudes. Guayaquil, Julio 24 de 1895. Eloy Alfaro El Presidente del Consejo y Ministro de lo Interior, Relaciones Exteriores, etc., (f.) L. F. Carbo.- El Ministro de Hacienda, (f.) Lizardo García.- El Ministro de Guerra y Marina, (f.) Cornelio E. Vernaza.

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Alfaro contesta al General José M. Sarasti Alausí, Agosto 4 de 1895. Toda medida que tienda a suavizar los rigores de nuestra contienda civil, me causa especial satisfacción: y de ahí el agrado con que he recibido la nota el la que va Ud a permitirme que conteste con alguna extensión. El Gobierno que se inauguró en Guayaquil, acorde con el programa de paz y concordia que se impusiera, expidió pasaporte para el exterior a los señores Sáenz, Borja, Sucre, etc... Harto penetrado estoy, señor General, de que nobleza y generosidad son deberes que no puede eludir un caudillo político; y hasta me parece que durante mi dilatada carrera política lo he probado lo bastante. Ahora mismo, en esta ocasión, el país es testigo de cuanto he hecho por evitar la inútil efusión de sangre y demás desastres de la guerra civil. Si no lo he conseguido, si las gestiones pacíficas de que fueron encargadas las diferentes comisiones parlamentarias, que acredité ante su gobierno abortaron por completo; y finalmente, si la guerra entre hermanos ha estallado, nadie dirá que es culpa mía, y sí de quienes, como Ud., no han sabido o no han querido inspirarse en los sentimientos de un puro y levantado patriotismo; la culpa es, y la historia lo confirmará, de quienes han apelado a todo medio, a la calumnia, a

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la sencilla credulidad de las masas, al fanatismo que busca pretexto en una religión que nadie ataca, para atizar una contienda que no tendrá, ciertamente, otro resultado que el de privar al país de hombres que pueden ser útiles. La culpa es suya, señor General, puesto que ha podido y puede aún evitar esta lucha neciamente fratricida, entre la casi totalidad de la Nación y un fantasma de gobierno. Me hallo a la cabeza de un ejército invencible por su patriotismo; la justicia, apoyada en la fuerza, está de mi lado; cuento con la victoria, no obstante que sé que tengo por adversario un ejército denodado, dirigido por un jefe experto y valeroso, digno de estar a la defensa de una mejor causa; pero antes que mis glorias como soldado están mis deberes como ciudadano; y así me permito invitar nuevamente al Gobierno de Quito, por medio de su Comandante en Jefe, a un tratado de paz que, siendo honroso para ambas partes, satisfaga las nobles aspiraciones del país; entendiéndose que esta proposición no implica la suspensión de las hostilidades. (f.) Eloy Alfaro

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Al General Sarasti Guamote, 9 de Agosto de 1895. Aunque no ha sido mi intención entablar con el señor General ninguna discusión, y sobre ningún respecto, no puedo menos de manifestar la extrañeza que me ha causado el que se impute a mi Gobierno el desconocimiento del voto general de las Provincias del Interior, ni menos ese provincialismo intruso que Ud. parece reprocharle. El voto, si voto hubiera, le manifestaría a Ud la inmensa popularidad que apoya nuestra causa. No estoy solo, señor General, es el partido liberal, con sus antecedentes irreprochables, con sus hombres connotados y con una gran masa del pueblo independiente muy laborioso, los que coadyuvan a esta ardua, pero nobilísima tarea que me he impuesto. Ni cómo podría sostenerse que la guerra por la reivindicación de la honra nacional, sea más bien costeña que interiorana? Porque si es verdad que a la costa le cupo la honra de iniciarla, no lo es menos que estalló igualmente y casi al propio tiempo, en las Provincias de Imbabura, el Carchi, Pichincha, León, Tungura-

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hua, Chimborazo, Bolívar y últimamente en Loja y Cañar. Los combates de Tulcán, San Miguel de Latacunga, Guaranda, Quito, y al fin los de Chillo y Loja, probándolo están, perentoriamente, ya que en estas acciones de guerra no ha entrado como motor principal el elemento costeño. En suma, esta guerra no es guerra de provincialismo: no es la costa la que se lanza a invadir la sierra, ni los cañones los que se preocuparán de entrar a saco en los hogares de los pacíficos, pero valerosos interioranos. Decirlo por la Prensa, es una inteligente mala fe; asegurarlo en nota oficial, una ligereza incalificable. La guerra podrá ser, si Ud. quiere, guerra de partidos, guerra de probidad contra el fraude, de la honradez en el manejo de los caudales públicos, contra los peculados monstruosos, y esta guerra no soy el único que la ha encendido: ella es el resultado de la labor incesante y eficaz de toda la República que se ha levantado, en masa, a vengar su honra, ultrajada, a asegurar de una vez para siempre, su buen nombre y sus más caros intereses en peligro. Mi presencia en el Ecuador, solicitada con espontaneidad sin ejemplo, y por una gran mayoría de la Nación, de lo cual me honraré toda mi vida, significa que ella quiere, por fin, el término de sus desventuras, contando para ello con que todavía sabré sacrificarme, si fuere menester. ¿Cómo Ud. puede acusarme, señor General de haber invadido esta comarca, sin agravio ninguno de parte de ella, cuando, ciertamente no me cupiere la honra de dirigirles esta nota desde Guamote, abogando todavía por una paz casi imposible y contraria quizás al sentimiento unánime de la República, que quiere, una vez por todas, acabar con ese elemento de depravación, que ha estado a punto de hundirla en el abismo de la deshonra y de la miseria, si no hubiera sido Ud., con su ataque a Guaranda, guarnecida por un puñado de patriotas, quien tomó abierta y decididamente la ofensiva? Por lo demás, voy persuadiéndome de que es Ud. señor General, y se lo digo francamente, el defensor conocido del orden legal y las instituciones republicanas de estos últimos tiempos, por más que en 1883 fue Ud. declaradamente revolucionario: lo que siento es que ese orden legal y esas instituciones Republicanas sean los del señor Caamaño, desgraciado fundador de la argolla, después del señor Flores, el celebérrimo financista que todos saben: los del inepto y desventurado señor Cordero, uno de los pasivos culpables de aquella almoneda indigna del pabellón ecuatoriano, y en fin, lo que siento y hasta ahora me asombra, es que Ud. que en diversas ocasiones ha asegurado que, según su opinión, la constitucionalidad del Gobierno de Quito terminaba el 20 de Junio último, se empeñe en la defensa de un orden de cosas condenados privadamente hasta por su propia conciencia.

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Para concluir, diréle a Ud. señor General, que nunca he hecho política con miras de interés personal. Si tal hubiera sido mi objeto, quien sabe si nada me hubiera sido más fácil que ocupar constitucionalmente el solio presidencial, que no vale, sin duda, uno solo de los sufrimientos, ni una sola de las persecuciones de que vengo siendo víctima, donde quiera que me he hallado Y desde hace tan largo tiempo. De modo que estoy enteramente dispuesto a un acuerdo razonable que, soluciones pacíficamente la contienda. El señor General se servirá, pues, decirme oportunamente si su Gobierno acepta la iniciativa de paz, tomada por mí, para formular entonces las bases del arreglo a ella conducentes, sin que, mientras esto suceda, haya suspensión de hostilidades. (f.) Eloy Alfaro

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Acerca del Mercado Público Quito, Octubre, 3 de 1895. Sr. Gobernador de la Provincia. Con sorpresa he visto la falta de un mercado en esta ciudad porque los puestos de vivanderos al aire libre, que hay esparcidos en la plaza de San Francisco, no merecen el nombre de mercado, y son un descrédito para la capital de la República. Es urgente, por tanto, que se proceda a establecer un local apropiado y decente para el expendio público de los víveres de consumo diario; y en tal sentido recomiendo a Ud. que, con la mayor solicitud posible, pida a este Concejo Cantonal que formule las bases para proceder inmediatamente a la construcción de la plaza de abastos, en el lugar que el Concejo elija, y contando para la obra con la subvención fiscal de $ 50.000, que se pagarán por el Tesoro de Hacienda de esta Provincia, en dividendos de $ 3.000 mensuales; pero con las condiciones indispensables de que la construcción del edificio se hará, previa licitación pública, por el contratista que ofrezca mayores ventajas, y de que la obra estará terminada dentro del plazo de dos años. Una de las atenciones preferentes de la autoridad debe ser el cuidar de la higiene pública, que en esta capital ha sido muy desatendida; siendo la provi-

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sión de agua potable y el establecimiento de desagüe, elementos indispensables de salubridad, especialmente en una ciudad populosa y civilizada como Quito. Recomiéndole, pues, que proponga a la Municipalidad el estudio de tan importante asunto, así como también el de proporcionar a ese vecindario un buen sistema de alumbrado público; tratando, en todo caso, de prevenirse contra el peculado y el fraude, que han sido erigidos en sistema de administración por los gobiernos anteriores. Para establecer estas mejoras, el Gobierno contribuirá con las subvenciones que sean indispensables. Dios y Libertad, Eloy Alfaro.

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Referente a los Indios Quito, 8 de Octubre de 1895 Señor Gobernador: Desde mi llegada a Alausí he venido oyendo quejas incesantes y revelaciones conmovedoras acerca de la suerte tristísima de la raza primitiva y de la crueldad con que generalmente se le trata. Y ha llegado a sorprenderme, en toda su repugnante desnudez, esta novedad tradicional, de que los antiguos pobladores del Nuevo Mundo sean en esta región lo mismo que fueron en los tiempos de Pizarro; y de que la raza negra, importada de África tenga mejores derechos, universalmente reconocidos, que los humildes pobladores de los Andes. Es necesario que tan monstruosa excepción desaparezca, que la República sea consecuente consigo misma y que nuestra civilización no tenga anchurosos aspectos de barbarie. Así, mientras nuestros Legisladores elaboren leyes prácticas en favor de nuestros afligidos parias, leyes que los levanten de la abyección en que yacen a la dignidad de hombres libres, en posesión de todos los derechos propios de los seres racionales, quiero que Ud. imparta órdenes severas a todas las autoridades que le están subordinadas para que el infeliz indio sea tratado como lo exigen los sentimientos humanitarios de la civilización moderna y se persiga y castigue rigurosamente a los que, abusando de su autoridad, maltratan

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de cualquier modo a esos nuestros hermanos, desheredados e injustamente vilipendiados. Usted se servirá dar cuenta al Ministro de lo Interior del modo como se cumple esta prevención del Gobierno de la provincia de su mando. Dios y Libertad, Eloy Alfaro.

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Sobre el Mejoramiento de la Condición de la Mujer EL JEFE SUPREMO DEL ECUADOR Quito, 11 de Octubre de 1895 Señor Gobernador de la Provincia Presente. En todas las naciones serias y verdaderamente civilizadas de uno y otro continente, viene dándose a la mujer, de acuerdo con los principios más obvios de la ciencia de buen gobierno, una participación directa en aquellos de los asuntos públicos que, lejos de ser incompatibles con su condición e índole especialísima, contribuyen, por el contrario, a darle mayor realce, elevándose a sus propios ojos y suministrándole los medios necesarios de practicar la virtud y de atender a su subsistencia por sus propios esfuerzos y con una honrada independencia. Fundado en éstas y otras consideraciones que sería prolijo enumerar, me propongo, a mi llegada a Guayaquil, expedir un decreto que habilite a la mujer ecuatoriana para el ejercicio de ciertos cargos públicos, de fácil desempeño y muy en armonía con su sexo y aptitudes. Así, pues, he resuelto, a título de ensayo, que la Administración General de Correos, sea servidas por señoritas, a excepción de los cargos de Administrador General e Interventor que continuarán desempeñados por hombres. Por tanto, sírvase Ud. extender los respectivos nombramientos y darles inmediata posesión de sus cargos a las señoras y señoritas de la adjunta lista.

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Con el objeto de facilitar el trabajo se servirá Ud. disponer igualmente que el actual Oficiar Mayor de la Oficina continúe en su cargo. Dios y Libertad. (f.) Eloy Alfaro.

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Mensaje a la Reina Regente de España abogando por la Paz en Cuba El Jefe Supremo de la República del Ecuador a su Majestad la Reina María Cristina, Regente de España.Madrid. Majestad: El pueblo del Ecuador, que en un tiempo formó parte de la monarquía española, a la cual lo ligan los vínculos de la amistad, de la sangre, del idioma y de las tradiciones, se siente conmovido en presencia de la cruenta y aniquiladora lucha que sostienen, Cuba, por su emancipación política y la Madre Patria, por su integridad. Mi gobierno, ciñéndose a las leyes internacionales, guardará la neutralidad que ellas prescriben; pero no se puede hacer el sordo al clamor de este pueblo, anheloso de la terminación de la lucha; y debido a esto me hago el honor de dirigirme a V. M. como lo haría el hijo emancipado a la madre cariñosa, interponiendo los buenos oficios de la amistad, para que Vuestra Majestad, en su sabiduría y guiada por sus humanitarios y nobles sentimientos, en cuanto de V. M. dependa, no excuse la adopción de los medios decorosos que devuelvan la paz a España y Cuba. Nuestra historia recuerda que durante quince largos años lidió Colombia por su independencia y la conquistó a costa de más de doscientas mil vidas, de la casi total extinción de su riqueza pública y privada y de un legado en deuda flotante de doscientos millones de pesos; y ha sido preciso el decurso del tiempo para que las antiguas colonias, ya constituidas en naciones autónomas, reanudasen oficialmente, con la Madre Patria, los lazos de amistad. España perdió

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casi todo su comercio con América; no obstante que a raíz de obtenida la independencia, Colombia permitió la admisión de la bandera española en sus puertos y que los españoles eran acogidos en ellos como hermanos. Tan grandes males se habrían evitado, a mi ver, si España no hubiera desoído el prudente consejo que en tiempo oportuno dio el gabinete británico, consistente en que ajustase la paz con sus colonias, reconociendo su independencia con la reserva establecida en solemne convenio, entonces aún posible, de ventajas especiales para su bandera. No se habría desviado la corriente de su comercio de esta parte del mundo y la comunión entre ambos pueblos habría tenido solución de continuidad V. M. sabe que fue solo bajo el reinado del augusto esposo de V. M., don Alfonso XII, de gloriosa memoria, cuando definitivamente las relaciones oficiales entre España y sus hijos vinieron a ser cordiales. Parece cuerdo acatar ahora las enseñanzas de la experiencia y el consejo del gabinete británico, dado en caso análogo en la época a que me he referido; así España pondrá a cubierto sus intereses y habrá hecho justicia a las aspiraciones de Cuba sin mengua de su decoro. Ruego a V. M. que acoja esta carta como una prueba de la leal amistad que el Ecuador profesa a España, puesto que sólo un sentimiento elevado me mueve a dirigirle a V. M.; así como me guía también un sincero deseo de que se acreciente la gloria del trono que con tanta prudencia como sabiduría ocupa V. M. en nombre y representación de su augusto hijo Don Alfonso XIII, a quien Dios guarde. Hago votos por la felicidad de España, y por la de V. M. y la de su augusto hijo el Rey. Dado en Guayaquil, residencia accidental del Gobierno, a 19 de Diciembre de 1895.f) Eloy Alfaro. El Ministro de Relaciones Exteriores.f) I. Robles

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Invitación a los Cancilleres del Continente a participar en un Congreso Americano Ministerio de Relaciones Exteriores.Guayaquil, Ecuador. Diciembre 26 de 1895. Señor Ministro: Después de la revolución política efectuada en la República del Ecuador, se ha inaugurado un gobierno popular cuyo programa puede reducirse a esta expresión: la prosperidad de la Patria. Y como para conseguirlo, no sólo debe entenderse al régimen político administrativo, sino también procurar las mejores y más estrechas relaciones internacionales y no sólo entre el Ecuador y las demás repúblicas americanas, sino de todas ellas entre sí; he recibido instrucciones del señor Jefe Supremo de la República, quien desea dar una prueba de sus elevadas miras respecto de la política en el exterior y procurar que se afiance la paz en el continente, para dirigirme al gobierno de la República de .........., por el digno órgano de V. E., e invitarle a la reunión de un Congreso Internacional al que concurran dos representantes de cada una de las repúblicas del Continente de Colón. La realización de este propósito ha sido constante preocupación del Señor Jefe Supremo, quien en sus largos años de ostracismo ha sabido captarse la simpatía de muchos pueblos, de manera que cuenta con la aquiescencia de los gobiernos de varias repúblicas y con la cooperación de varios hombres ilustrados, patriotas de influencia y de prestigio reconocido. Hoy que se encuentra al frente de los destinos del Ecuador, en observancia de sus principios siempre firmes y favorables a la reunión de las repúblicas americanas, su primer paso fue acreditar un plenipotenciario ante el gobierno de Washington con instrucciones de facilitar dicha reunión, como consta en el oficio dirigido al Excelentísimo Señor Secretario de Estado de los Estados Unidos el 16 de noviembre del presente año, con estas frases: “Ensanchar las relaciones políticas y comerciales entre los dos países y ocuparse en dar a los intereses de este continente, por medio de un Congreso Internacional, toda la fuerza de cohesión de que han menester para la mutua prosperidad y grandeza de las naciones del Nuevo Mundo, son las labores a que dedicará el representante del Ecuador sus preferentes esfuerzos”.

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El ilustrado gobierno de V. E. Está, sin duda, penetrado de la necesidad de tal reunión, porque ella es la llamada a resolver puntos de vital importancia para todas las repúblicas de América, en lo político y en lo comercial. En la actualidad y considerando el impulso que han recibido estas repúblicas por el esfuerzo propio de sus hijos, y por el imprescindible adelanto que proporcionan el tiempo, el estudio y el trabajo, cada una de ellas ha adquirido su importancia y por mutuo interés, por seguridad propia, deben reunirse los representantes de todas las Repúblicas Americanas y discutir y resolver todo lo que se relaciona con su progreso y bienestar; y formar, teniéndose por base la justicia y la confraternidad, el derecho público americano. Así habremos adquirido respetabilidad y evitaremos conflictos, asegurando la paz entre nuestras repúblicas y las demás naciones. El Ecuador, por esto, quiere tomar la honrosa iniciativa para la reunión del Congreso Internacional de que he hablado, Congreso que debe tomar en consideración como puntos primordiales: La formación de un Derecho Público de América, que, dejando a salvo derechos legítimos, dé a la Doctrina Americana, iniciada con tanta gloria por el ilustre Monroe, toda la extensión que se merece y la garantía necesaria para hacerla respetar; Medios de procurar el adelanto por el perfeccionamiento e implantación de industrias; impulsar el comercio dictando medidas que vayan extendiéndolo, con desarrollo progresivo, sin dejar de atender a las necesidades, conveniencias y derechos de nación a nación, y aprovechar, en fin, todo aquello que, sin perjudicar a los demás, proporcione a nuestras repúblicas medios adecuados para afianzar las relaciones comerciales y conseguir el engrandecimiento mutuo. Resolver la reunión del Congreso en épocas determinadas, que bien puede fijarse en cada diez años; y designar la capital de la República, en donde, de un modo alternativo, debe efectuarse la reunión. Como por desgracia, entre algunas de nuestras Repúblicas, existen hoy diferencias por hechos especiales que traen su origen desde años atrás, como la discusión sobre límites, no debe el Congreso, de ninguna manera ni en forma alguna, ocuparse de estos asuntos, porque ello podría traer dificultades mutuas y hacer hasta perjudicial la benéfica labor que deseamos llevar a cabo. Los fines principales de la convocatoria están expuestos, dejándose en libertad al Congreso para que determine el tiempo que debe funcionar. Como lugar para la reunión, fíjase, por esta vez, la capital de la República Mexicana

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y como fecha para la instalación el 10 de Agosto del año próximo, aniversario del Primer Grito solemne de Independencia, lanzado con tanto heroísmo en la cuna de los primeros próceres, quienes como mártires regaron con su sangre el suelo de la antigua capital de los Shiris y hoy de la República Ecuatoriana. Si el gobierno de V. E. juzga, como lo creo, aceptable la proposición, fácil será llevarla a cabo, sobretodo cuando mi gobierno se propone que el Congreso Republicano de América se reúna, cualquiera que sea el número de representaciones que a él concurran, pues, como es de costumbre, las otras naciones podrán adherirse posteriormente a las resoluciones que se dicten. Esperando favorable acogida de parte del gobierno de .........., tengo a honra suscribirme con la mayor consideración y respeto. De V. E. obsecuente servidor, f) Ignacio Robles

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Para que los Indios hagan valer sus Derechos Eloy Alfaro, Jefe Supremo de la República Considerando: Que es un deber del Gobierno, proteger de una manera especial a la parte más desvalida y menesterosa de nuestra sociedad, la clase indígena, facilitándole los medios de hacer valer sus legítimos derechos, y poniéndola al mismo tiempo a cubierto de los abusos de que frecuentemente es víctima por su ignorancia; Decreta: Art. 1º.-Los individuos de raza indígena pura gozarán del beneficio de amparo de pobreza, en los términos de los artículos 940 y 946 del Código de Enjuiciamientos Civiles, pudiendo aún hacer uso de papel común en sus pedimentos ante cualquiera autoridad. Art. 2º.-En los juicios en que los indígenas, siendo actores, fueren condenados en costas, el Juez de la causa ordenará que la mitad de éstas sea satisfecha por los procuradores de aquéllos, siempre que aparezca mala fe o temeridad notorias.

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Art. 3º.-La disposición anterior es relativa sólo a los indígenas que no sepan leer ni escribir, y para sus efectos, las demandas iniciadas por ellos y todos los escritos subsiguientes, serán firmados por sus respectivos apoderados o defensor, sin lo cual no podrán ser admitidos dichos escritos. Art. 4º.-Los indígenas que se hallaren actualmente retenidos por costas judiciales procedentes de juicios civiles, serán puestos en libertad, tan luego como sumariamente comprueben su insolvencia. Quedan reformados el artículo 946 del Código mentado y demás leyes que se opusiesen al presente decreto, cuya ejecución corresponde al Ministro de Estado en el despacho de Justicia. Dado en Quito, en el Palacio de Gobierno, a 10 de Abril de 1896. f).-Eloy Alfaro. f).-EI Ministro de Justicia, Carlos Freile Z. f).-EI Subsecretario, José Julián Andrade.

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Al Partido Liberal - Radical Llamado a esta Capital por el último Congreso para formar parte de la Comisión Militar Codificadora, me ha sido altamente satisfactorio hallar en los hijos del Pichincha, siempre vivo, el fuego de ese elevado patriotismo que, en toda ocasión ha hecho de esta ciudad uno de los principales focos de las grandes ideas. Nada tiene, pues, de particular que varios de mis copartidarios, tanto de Quito como de otras poblaciones de la República, firmes en las doctrinas que en todo tiempo han sostenido, me hayan invitado a dirigir un llamamiento a todos los ciudadanos de buena voluntad, para la unificación del Partido a que pertenecemos. La consolidación inquebrantable de las instituciones liberales, que garanticen y fomenten el desarrollo moral y material de nuestra Patria, clama por esta reorganización. En obsequio de la mutua conciliación, no toquemos las causas de la división que entre nosotros ha prevalecido durante último cuatrienio; pero, sin negar cuán sensiblemente ha dañado ésta el renombre de nuestro Partido, no

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olvidemos, las obligaciones contraídas por su doctrina, desde que se constituyó en poder, tomando por norma la Equidad y la Justicia. Los reivindicadores de la dignidad nacional, a par que infatigables obreros, del progreso, unidos como un solo hombre, en Junio de 1895, si obtuvieron indiscutible victoria en la lucha más tenaz que registran los anales patrios, fue cabalmente por la unión que en sus filas dominaba y fue también por ella la seguridad con que entonces se sentó la base de la regeneración política y social del Ecuador, con reformas que se imponían por ley evolutiva. De esa misma unión hemos menester ahora para la consolidación de nuestras conquistas civilizadoras, y a la sombra de la paz, cuya conservación debe ser nuestro principal objetivo, a no ser que desaforadas ambiciones o incalificables felonías intenten destruirla. Y es, precisamente, la unificación del Partido Liberal Radical, en toda la República, la que de suyo conjurará la temida perturbación. Unámonos, pues, cuantos anhelamos por la existencia prospera y vigorosa de las Instituciones Liberales en nuestro país; haya centros directores en cada capital de provincia, los cuales, en comunicación constante con las Juntas o Clubs de los cantones y parroquias, inspiren un mismo pensamiento y una sola voluntad a cuantos, bajo una misma bandera, no aspiramos más que al bienestar y engrandecimiento de la Patria. Quito debe ser el centro de esta unificación del Liberalismo ecuatoriano, mediante la formación de un Directorio General que atienda a todos los medios posibles para lograrla. Y dichos círculos directivos son los que, naturalmente deben designar los candidatos idóneos para Senadores y Diputados de la próxima Legislatura. Los Partidos doctrinarios nacen y luchan por moralidad política y por el anhelo vivísimo de perfeccionamiento de las instituciones patrias; pero no toleran jamás gobiernos que -por negocios o conveniencias privadas- se forman con personal híbrido. No olvidemos que en todas las naciones de América, en donde aún precariamente ha imperado el deslayado acomodamiento a que me refiero, con la desmoralización política, ha traído siempre consigo la corrupción o la ruina de los pueblos. Ni tenemos necesidad de remontarnos demasiado en nuestra historia, para la comprobación del hecho innegable de la verdad que acabamos de asentar. La reorganización, por tanto, de nuestro Partido y la consiguiente consolidación de las instituciones liberales que nos rigen, son prendas de paz y de

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prosperidad para la República, y aseguran, además, la pronta conclusión del Ferrocarril Trasandino, timbre, en lo material, el más preciado de la transformación de 1895. (f.) Eloy Alfaro.

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Hacia la Reestructuración de la Gran Colombia Quito, 27 de Junio de 1. . . Señor Presidente Rafael Reyes Bogotá. Agradezco a V. E. profundamente la expresiva felicitación que V. E. se ha dignado enviarme, en nombre del pueblo y Gobierno colombiano y en el suyo propio para el pueblo y Gobierno ecuatoriano y para mí, con motivo de la inauguración de nuestro ferrocarril interandino, en las puertas de la histórica Ciudad de Quito. Se ha realizado en mis días con esta obra magna de paz, progreso y civilización, el anhelo más grande de mi vida de ciudadano, de soldado y de magistrado; y mi satisfacción sube de punto cuando considero que la Providencia me ha concedido la fortuna de haber acercado, por mi mano, con el lazo de acero de la fraternidad humana, el Ecuador a sus hermanos de sangre, la nueva Colombia y Venezuela: primer paso gigantesco dado hacia la Confederación de las tres hijas de Bolívar, obligadas a cumplir su testamento político, ya que heredaron de él Patria y Gloria. Después de este gran acontecimiento de la terminación de la primera etapa del ferrocarril interandino del Ecuador, la lógica de la historia nos señala ya un deber que cumplir: el dar el primer paso hacia la Confederación Colombiana. Este año rico, a pesar de todo, en beneficios para Colombia, Venezuela y el Ecuador, no debe terminar sin que se cuente en sus anales la primer gran Dieta Colombiana, en la cual los delegados de los Gobiernos respectivos pongan los cimientos de la Confederación de las tres repúblicas. Confiemos en Dios que tendremos virtudes y fortaleza para conquistar y conservar este gran bien. Eloy Alfaro.

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Al General Montero, Jefe Supremo del Guayas, invocándolo a la Paz Guayaquil, Enero 5 de 1912. Señor General don Pedro J. Montero, Jefe Supremo del Guayas. Señor Convencido de que una guerra fratricida entre liberales no solamente es dañosa para nuestro partido sino también de funestas consecuencias para el país, he creído de mi deber presentarme con el carácter de mediador, en los términos que constan del Manifiesto adjunto. A la penetración de Ud. no pueden ocultarse los móviles patrióticos que me han impulsado a procurar el advenimiento de una paz que reclama la civilización no menos que los principios liberales y los intereses de la Nación. Para el mejor éxito de mi pacificadora misión, era indispensable disipar hasta la sombra de la sospecha de una ambición personal, de mi parte, y con tal motivo insinué la conveniencia, de fijarse en una candidatura civil para el ejercicio del poder. Punto es éste sobre el que llamo la atención de usted, confiado en que sabrá estimarlo como la segura prenda de que no me guía otra aspiración que la de la paz general y la buena armonía de cuantos componen el gran partido Liberal Radical. Conozco el patriotismo de usted y no dudo que sin vacilación alguna se prestará a coadyuvar a la consecución de la paz sin derramamiento de sangre, con lo cual habrá alcanzado un nuevo timbre honroso, y la gratitud de los ecuatorianos. Encarezco por tanto a usted que a la brevedad posible se sirva nombrar una Comisión compuesta de tres miembros, a efecto de que conferencie con la que a su vez y en igual forma nombre el Jefe Supremo proclamado en Esmeraldas, General don Flavio E. Alfaro y el Gobierno que preside en Quito el doctor Carlos Freile Zaldumbide. Establecidas las conferencias de paz en el lugar que se estime conveniente, fácil será, no lo dudo, llegar a un avenimiento que unifique la opinión, asegure la paz, afiance el Régimen Liberal y asegure garantías para todos los ecuatorianos. No creo necesario excitar el civismo de usted, ni extenderme en consideración acerca de la conveniencia de cuanto dejo expuesto, y así sólo me resta esperar su aquiescencia. (f.) Eloy Alfaro.

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Último Manifiesto de Alfaro a la Nación “Al regresar a mi Patria, a la que saludo con veneración, creo un deber impuesto por las circunstancias, el dirigir la palabra a la Nación Ecuatoriana y particularmente al gran Partido Liberal Radical. La situación del País, en extremo delicada, exige, para salvarla dignamente que todos procedamos con abnegación y desinterés. Hoy más que nunca deben posponerse las aspiraciones personales ante la necesidad de unificar la acción patriótica de cimentar la paz en la República. La perfecta armonía, la más absoluta concordia, son en los momentos actuales los factores que se imponen para contener la anarquía, cuyas funestas consecuencias a nadie se le ocultan. Para evitar tan grave mal, preferí abandonar el suelo patrio, antes que ocupar nuevamente la Presidencia como pude hacerlo sin ningún esfuerzo, a raíz de los sucesos de agosto del año pasado. En la actualidad la familia ecuatoriana se encuentra en plena discordia y a punto de entrar en una guerra fratricida, cruenta y dolorosa. En tales circunstancias no he trepidado en abandonar mi retiro para mediar amistosamente con el objeto de que se llegue a buen acuerdo entre las secciones de la República que se encuentran regidas por gobiernos diferentes. El patriotismo me impone misión de paz, y si como lo espero, me secunda la mayoría de mis compatriotas para obtener el buen éxito, será ello lo que constituya la más grata satisfacción de mi vida. Ir a la paz mediante un juicioso acuerdo para elevar a la primera magistratura del Estado un personaje civil, de reconocida honorabilidad, capaz de continuar la obra de engrandecimiento que ha venido efectuando el régimen liberal, sería hermoso y digno de un pueblo patriota como el del Ecuador. En el desgraciado caso de encenderse la guerra civil hasta el punto de ir a los campos de batalla, ELEMENTOS LE SOBRAN PARA TRIUNFAR A LA JEFATURA SUPREMA PROCLAMADA EN ESTA CIUDAD. Esto está en la conciencia pública, pero el patriotismo, la humanidad, el buen nombre ecuatoriano y los altos intereses del país, exigen que se procure a todo trance una solución pacífica a la par que decorosa para todos. Tenemos pendiente una grave cuestión internacional, que si bien hasta hoy hemos tratado de solucionar equitativamente aceptando los buenos oficios de las poderosas naciones que median en el asunto, no por eso deja de exigirnos, de un modo imperioso, que nos presentemos unidos ante el mundo y con ca-

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pacidad suficiente para merecer las altas consideraciones de los demás al propio tiempo que para hacer valer nuestros legítimos derechos ante la justicia o en cualquiera otra forma. Reclamo, pues, el concurso de todos mis compatriotas para la obra que me propongo realizar, haciendo completa abstracción de mi personalidad y sin otra mira que la de ver a mi Patria feliz al amparo de sólida paz interna basada en el Imperio de las Instituciones liberales vigentes. Procedamos con la cordura que las circunstancias reclaman, y no sólo daremos una prueba de civilización, sino que escribiremos una bella página en la historia ecuatoriana. Guayaquil, Enero 5 de 1912. (f.) Eloy Alfaro. (Imprenta El Vigilante)

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2. Mensajes a las Asambleas Constituyentes y al Congreso Nacional

Mensaje del Jefe Supremo de la República a la Convención Nacional de 1896 - 1897 Señores Diputados: En cumplimiento del deber que me ha impuesto el cargo de Jefe Supremo de la República, paso a daros cuenta de los actos ejecutados durante el tiempo que he ejercido el Poder Supremo, de que fui investido por los pueblos. Breve seré en la narración de los hechos, porque así lo requiere la naturaleza misma de este Mensaje; pero, la deficiencia que notéis, será suplida, ya por los señores Ministros en sus respectivos informes, ya por mensajes especiales, que debo presentaros para tratar, detenidamente, de varios asuntos de vital interés. Vivía la Nación bajo el peso abrumador de un círculo político, corrompido y corruptor, cuando la medida de la iniquidad se colmó con el negociado del Japón. La prensa honrada del país afrontó el peligro, descubrió por completo el negociado infame y los pueblos se lanzaron a la lucha armada. Guayaquil, el pueblo de las heroicas tradiciones, dio forma respetable al sentimiento patriótico de reivindicar la dignidad nacional ultrajada, y, en ejercicio de su soberanía inmanente, el CINCO DE JUNIO, estableció un nuevo Gobierno que lo dirigiera en la gran labor de su regeneración. Yo tuve la honra de ser proclamado Jefe de ese Gobierno, con el carácter de Jefe Supremo de la República. Hallábame en la hospitalaria tierra de Nicaragua, cuando el alambre eléctrico me llevó la noticia de mi proclamación. Al instante acepté tan alta distinción, me puse en marcha y el 18 de junio arribé a esta ciudad. Conmovida mi alma por el entusiasmo delirante del pueblo, que me hacía palpar que siempre era digno descendiente de los Próceres del Nueve de Octubre, asumí el mando el día 19. Un deber de justicia me obliga a hacer constar aquí que el cargo de que fui investido lo recibí de manos del señor don Ignacio Robles, a quien Guayaquil encargó del mando, con el carácter de jefe Civil y Militar, durante mi ausencia. 79


Su comportamiento en los momentos de mayor excitación; en las circunstancias difíciles que siguen siempre después de que un pueblo sacude la opresión; en el instante mismo en que se hacía indispensable, unir el tino a la energía, la indulgencia con la justicia y procurar la unión del partido, hacen recomendable al señor Robles, a la gratitud del pueblo que, si honra le dispensó y justicia le hizo con la elección, bienes ha recibido de él, con un proceder ejemplarmente desinteresado, en época tan especial en que ambiciones bastardas, suelen poner a prueba la moría de bien. La Nación se encontraba, cuando me hice cargo del mando, en completa anarquía; y fue por esto mi cuidado preferente procurar la conciliación ánimos exaltados, para que no fueran estériles los sacrificios del pueblo. Envié comisiones de paz a Quito y Cuenca, donde se encontraban los verdaderos núcleos de resistencia, y di como instrucción especial, al señor doctor don Rafael Pólit, Presidente de la Comisión principal, la de que, si mi personalidad fuese un inconveniente para obtener la paz, yo estaría pronto a separarme del poder, con tal de que ese paso tendiera a la reconciliación de la familia ecuatoriana. Las comisiones fueron rechazadas, e hizo entonces inevitable la guerra. Carecíamos del armamento necesario para atender a los miles de patriotas que clamaban por empuñar el rifle para combatir y lavar la afrenta inferida al sagrado Emblema de la Patria, a esa bandera que Bolívar y Sucre llevaron en sus manos siempre victoriosa, hasta verla tremolar con gloria en la cumbre de los Andes, sellando la independencia de medio Continente. La situación económica del país no podía ser más aflictiva; todas las rentas pignoradas; la Tesorería de Guayaquil empeñada con certificados por ingentes sumas y la ciudad amenazada de un desbordamiento por manejos maquiavélicos, brote natural de esa escuela de depravación que había implantado en el país el partido floreano de tenebrosa historia. Para llevar a cima la grande obra de la regeneración, se presentaban obstáculos al parecer insuperables, pero la sensatez y levantado patriotismo del Pueblo guayaquileño, alejó el peligro y obvió todos los inconvenientes. Se facilitó al Gobierno el dinero preciso para atender a los gastos inaplazables; las armas que estaban en manos de los buenos ciudadanos fueron entregadas al Parque y se organizó en la Costa un ejército de voluntarios hasta donde lo permitieron los exiguos elementos de guerra; ejército que, por distintas direcciones marchó en auxilio de sus hermanos del Interior, quienes, si es verdad se encontraban

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empeñados en heroica lucha, hubieran sucumbido ante la desigualdad de fuerzas y la carencia de elementos. Con su abnegada cooperación y con el valeroso arrojo de nuestros soldados se triunfó en todas partes, volviendo así la paz a la Nación. Los vencidos en armas fueron perdonados. Restablecido el orden, dedicó el Gobierno sus esfuerzos a reorganizar la administración pública y a prestar decidido apoyo a las mejoras de interés general que reclamaban preferente atención. Empeñado en esas labores sobrevino la tenaz conspiración de los vencidos. Mi programa de Perdón y Olvido lo tomaron por debilidad, acostumbrados, como estaban, en la condición de vencedores, al exterminio del vencido. Era notorio que el Gobierno se encontraba con escasez de armamento en sus parques. Para prevenir la alteración del orden y en la convicción de que estando bien armado el Gobierno, desistirían los insensatos de sus planes subversivos, o bien que, al estallar cualquier movimiento reaccionario, anonadaríamos por la fuerza y en poco tiempo a los rebeldes, puse especial cuidado en proveer nuestros parques, y en consecuencia, contraté una buena cantidad de elementos de guerra, que habrían estado en nuestro poder en febrero próximo pasado, a no haber ocurrido en Europa intrigas que lo impidieron. El contrato se ha renovado, y por cable tenemos ya aviso de encontrarse en camino diez mil rifles Mausser. Con este refuerzo seguirá consolidándose la paz, y en caso necesario, tendremos a la mano medios con que restablecer el orden sin demora. Los enemigos del adelanto del Ecuador se reanimaron al ver casi desarmado al Gobierno y aún precipitaron sus movimientos temerosos, quizás, de que pudiéramos remediar el daño que se nos había causado. Ambiciones bastardas completaron el plan revolucionario. Cuando la conspiración tomó el carácter de notoriedad pública, expedí el Decreto de 21 de marzo que prescribe que el Gobierno haría la guerra con los bienes de los enemigos; decreto que, al haberlo puesto en ejecución, sin miramientos de ninguna clase, habría ahorrado a particulares y al país inmensos sacrificios. Mas, debo aclarar que en el terreno de las intrigas, bajo el velo de los empeños por conmiseración, no soy fuerte. Poco uso he hecho de este Decreto, casi reducido a pocas familias que dedicaron con cinismo sus bienes a proteger invasiones filibusteras y a favorecer insurrecciones en todo sentido. Esos bienes adquiridos con la desolación del

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país, amasados con el sudor del Pueblo, fomentados con la fuerza y regados con la sangre de hermanos, debían pagar el mal que hicieron y precautelar uno mayor. Los facciosos llamándose defensores de la Religión que el Gobierno no ha atacado ni podía atacar –aunque dictara providencias contra determinadas personas del clero, quienes saliendo del círculo de acción que les da su ministerio, se convirtieron en corifeos políticos–, se presentaron en armas desde el Carchi al Macará y solo debido al concurso y denuedo de los buenos ciudadanos han podido el gobierno debelar la insurrección más formidable que registran nuestros anales. Según los datos adquiridos ha sido el clero extranjero el motor principal de la conspiración. Son de notoriedad pública los trabajos en el Exterior del Obispo Schumacher, oriundo de Austria, para organizar invasiones y procurarnos conflictos internacionales; así como la labor constante del Obispo Masía, de nacimiento español, revelada en una carta que se encuentra en poder del Gobernador de Loja. En Cuenca los Padres Salesianos fabricaron gran cantidad de cápsulas para los facciosos, asegurando que era para salvar la Religión. En Riobamba expedí el Decreto de 1 de julio, que asigna gratificaciones a los heridos y a los deudos de nuestros valerosos soldados que se sacrificaran en defensa de las libertades públicas. He cometido la falta de no haber impuesto a los culpables una contribución de guerra extraordinaria para el cumplimiento de ese sagrado compromiso, pero os ruego, encarecidamente, que reparéis esa falta involuntaria en la forma que estiméis conveniente. En Cuenca, compadecido del engaño de que habían sido víctimas los azuayos, que pensaban que era deber morir por la religión que creían perseguida, mandé poner en libertad a los prisioneros de guerra en el mismo campo de batalla y expedí además el Decreto de indulto fechado en 23 de agosto. Encontrábame en Riobamba por consecuencia de los disturbios que terminaron en los desfiladeros de Quimiag a Chambo, cuando tuve conocimiento de la representación dirigida al Gobierno por el Pueblo guayaquileño, solicitando que la Convención Nacional se reuniera en esta ciudad. Grande fue mi conflicto: conocía por una parte las ventajas naturales que tiene en su favor la Capital de la República y que ellas facilitarían la reunión y trabajos de la Representación Nacional; y por otra, me encontraba en el deber

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de hacer justicia a la alteza de miras que entrañaba la solicitud del Pueblo factor principal de la Regeneración del Ecuador. Resolví el problema, conciliando los deseos y aspiraciones de los dos pueblos, en comunicación telegráfica que dirigí al Consejo de Ministros y en circular que, por recomendación mía, pasó el señor Ministro de lo Interior a los Gobernadores de Provincia. En tal virtud, expedí con fecha 14 de septiembre el Decreto de convocatoria que me permite la honra de veros reunidos en el Templo de la Ley, y presentaros mis respetuosas congratulaciones. Nuestras relaciones internacionales son satisfactorias. Mi Gobierno ha puesto todo su anhelo en estrechar más los vínculos de cordial amistad con todas las naciones del mundo y, especialmente, con las de este Continente. Hemos recibido Ministros Plenipotenciarios de Colombia, Perú, Venezuela, Brasil, Chile y España y Ministro residente de la Gran Bretaña. Por nuestra parte se acreditó una misión diplomática ante los Gobiernos de Estados Unidos de Norte América y Méjico. Abundando el Gobierno ecuatoriano en sentimientos fraternales de levantado americanismo, invitó a los Gobiernos del Continente a un Congreso Internacional, que debía reunirse con el objeto de dictar un Derecho-Público-Americano, a la vez que facilitar los medios para ensanchar las relaciones comerciales entre sí. En el día señalado se instaló en la Capital Mejicana la Junta de Delegados, con asistencia de los Representantes de Méjico, Guatemala, San Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Ecuador. Las Repúblicas de Bolivia y Paraguay, ofrecieron enviar sus Representantes; más, después se excusaron. La mayoría de los gobiernos de las demás Naciones acogieron el proyecto con entusiasmo, elogiando el propósito; y ofrecieron estudiar las decisiones del Areópago y adherirse a ellas, sometiéndolas a sus Legislaturas. La Junta de Delegados al Congreso Americano clausuró sus sesiones, contrayendo el empeño de procurar la reunión de otro Congreso con la asistencia de Representantes de todas las Repúblicas del Continente. Al Ecuador, que le cupo la honra de tomar la iniciativa para la reunión de una Asamblea Internacional que tan imperiosamente se hace necesaria, cábele la satisfacción de haber dejado su nombre en alto puesto, habiendo recibido, a la vez, honrosos elogios en documentos de trascendental significación,

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que tendré complacencia de comunicaros, en el instante que los reciba oficialmente. Siendo la Isla de Cuba, teatro de una guerra desoladora, consideré deber de humanidad, a la vez que de americanismo, interceder con nuestra Madre Patria a favor de la generosa emancipación de esa Antilla. Aún no he recibido contestación. Con la íntima convicción de que uno de los pactos que requiere variaciones trascendentales, es el existente en el Ecuador y el Vaticano, envié especiales y concretas instrucciones a nuestro Ministro ante la Santa Sede, a fin de que iniciara las reformas convenientes y de acuerdo con las ideas, tendencias y aspiraciones del país. Los trabajos para conseguir la variación del Concordato, que tanto predominio concede a la Iglesia sobre el Estado, se han iniciado ya, y los informes y demás documentos recibidos, me persuaden de que esos trabajos avanzan en términos satisfactorios. Dados los antecedentes escandalosos que han precedido siempre a los arreglos de la Deuda Inglesa, juzgué de estricta justicia cortar, ejecutivamente, el nudo gordiano, y al efecto expedí el Decreto de 14 de marzo, que suspende la entrega de las sumas asignadas para el pago de esa deuda y ordena depositar su producto en el Banco del Ecuador. El depósito está existente sin que, la penuria del Erario, ni en los momentos más difíciles, haya sido motivo para distraer esa suma; la honra nacional exigía su conservación. Para que se estudiara detenidamente, este viejo y enojoso asunto, nombré una comisión de personas honorables y competentes de Guayaquil, pero desgraciadamente no aceptaron. Por fortuna, el Sr. Dr. Emilio M. Terán, había aceptado el cargo de esclarecer la manera como se había procedido en la concesión de los terrenos baldíos de Esmeraldas, y como uno y otro asunto están conexionados íntimamente, se impuso, espontáneamente, la ímproba labor de hacer a la Nación ese especial servicio. Los documentos recopilados, los datos recogidos y la narración de los hechos que han tenido lugar, constan impresos en un libro de 868 páginas. La República ha contraído deuda de gratitud con ese buen ecuatoriano, y, por mi parte, y en nombre del Gobierno, he expresado mi reconocimiento al inteligente laborioso patriota. El vigor más inquebrantable, la mayor energía de mi Gobierno, no han sido suficientes para triunfar sobre las capciosas y eternas alegaciones empleadas por

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los fatídicos empresarios de la vía férrea de Chimbo, por tener el injusto pleito que se ha sostenido contra los derechos de la Nación. Cuando me hallaba resuelto a emplear todo rigor de la justicia ejecutiva contra esos pertinaces especuladores, convine en una transacción cuyo resultado fuese la entrega inmediata al Gobierno del Ferrocarril de Durán a Chimbo, ciertas restricciones y el pago de las costas procesales a cargo de la Compañía de Obras Públicas, aunque, a decir verdad, la insolvencia de ésta dejaba sin efecto el cumplimiento del convenio. Se me ha informado posteriormente que los términos del arreglo son de tal naturaleza que verificada la liquidación prescrita, el Estado, además de pagar lo que no tiene por que reconocer, quedaría todavía comprometido con fuerte suma de dinero a favor de los autores de nuestra ruina. Las bases de transacción han sido suscritas a nombre del Gobierno de completa buena fe y por falta de conocimientos perfectos en el embrollo; de ahí el que todo esfuerzo de mi parte haya sido estéril sobremanera. Esto me ha persuadido de una tristísima realidad; si a un Gobierno como el que os dirige la palabra, que ha hecho guerra con energía a quienes de mala fe han especulado con el país, lo burlan sin temor ni respeto a la justicia ¿qué no se habrá consumado antes de ahora si el régimen caído hubo pervertido en los suyos todo sentido de honradez, para aprovecharse de negociaciones siniestras y perdurables? La Deuda Externa y el Ferrocarril de Chimbo explican suficientemente la perversión de esos Gobiernos y lo ilícito del móvil de sus actos administrativos. El retardo en la solución del pleito con los titulados contratistas, ha impedido al Gobierno dar a los trabajos del Ferrocarril una forma práctica y beneficiosa, consignándolos previamente a la administración de una Junta formada en Guayaquil con sujetos de indisputable honradez y competencia rentística, que alejaran la venalidad y el fraude e inspirasen absoluta confianza a la República. En esta forma el ferrocarril será un hecho. Capitales se consiguen fácilmente para grandes empresas, cuando la inversión de los empréstitos es honrada y se sabe que la obra que se construye es la mejor garantía para el prestamista, sin tomar en cuenta los productos del mismo ferrocarril y las rentas que el Gobierno puede afectar transitoriamente para el pago de un interés moderado, pero que estimule el lucro individual de capitales nacionales y extranjeros que no tardarían en cubrir sus gastos y ser atendidos con seguridad en el servicio de intereses.

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Va para un año que el Gobierno tiene contratado un buen cuerpo de ingenieros –dirigido por el señor Muller, profesor de primera clase y ventajosamente conocido por su honorabilidad y competencia– que se ocupa de ejecutar el trazo de la vía a Sibambe. Levantando científicamente el plano, se sabrá el costo de la obra. Tanto de Europa como de Norte América se han solicitado informes sobre ese proyecto ferrocarrilero y he diferido el suministrarlos para cuando esté terminado el plano respectivo. Habiendo honradez, habrá capital de sobra, repito, y la obra se realizará, sin pérdida de tiempo. A un ingeniero del Estado se ha recomendado levantar el plano para una vía férrea de Manta a Santa Ana, pasando por Montecristi y Portoviejo. El trayecto es llano y por tanto la obra barata y con brillante perspectiva de beneficios para los empresarios y para Manabí. Otra empresa ferroviaria de fácil construcción es la de Machala al Pasaje. Tarde vine a penetrarme de ello, por cuyo motivo no he tenido tiempo de hacer estudiar científicamente ese camino. He tenido ofertas para varias otras empresas de ferrocarril: la principal una que debía partir de la Provincia de los Ríos a Ibarra. Para garantizar el cumplimiento del contrato, exigí el depósito de una cantidad competente, y como la que se ofreció fue pequeña, la rehusé. Además, la Nación debe dar toda preferencia a la obra empezada por Yaguachi. Habría aceptado un depósito de cincuenta mil sucres, por un privilegio para construir el ferrocarril del Pailón a Quito, pero consultado el ingeniero ill en los detalles, éste lo condenó por ser de vía demasiado angosta y por tanto quedó sin efecto el proyecto. El camino de herradura de Ibarra al Pailón, estaría ya terminado sin los trastornos políticos que han tenido lugar en las Provincias del Norte. Para la prosecución de los trabajos se ha asignado renta especial y la terminación de la obra será una realidad en el año próximo. La apertura de ese camino dará vida al comercio de Imbabura y Carchi con Esmeraldas. La Instrucción Pública exige de preferencia vuestra especial atención; que se establezca un buen sistema de una manera sólida y que se reglamente la enseñanza para hacerla fácil y práctica. Para ello se hace necesario crearle rentas propias y que garanticen su existencia independientemente del Gobierno. De este modo no estarán los pre-

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ceptores sujetos a los vaivenes de la política, percibirán sus haberes con regularidad y, por tanto, se contraerán con interés y buena voluntad al cumplimiento de sus deberes. La Beneficencia, necesita también rentas y administración propias. Con el sistema actual, no reciben los Hospitales y demás casas de caridad, los subsidios que debe darles el Gobierno, con la puntualidad debida, por causas que serían demás reseñar en este Mensaje. Bien reglamentado el servicio y con personal honrado que se encargue del manejo del ramo, no se repetirían los casos de falta absoluta de recursos, como sucede a menudo en épocas de alternación del orden. Se ha observado en la Beneficencia de Guayaquil, que cuando ha estado servida por personas honorables, los donativos han sido cuantiosos, y que estos cesaron cuando el Gobierno anterior puso en juego su influencia perniciosa, para explotar también ese ramo. Personal honrado dirige hoy la administración de la Beneficencia, pero con el accidente que ocurrió prevalece la desconfianza que es preciso desvanecer con leyes protectoras de tan respetable institución. La agricultura, hoy por hoy, constituye la verdadera riqueza del país, y, por consiguiente, merece leyes que le presten apoyo y fomento. Los gravámenes que pesen sobre ella, deben dedicarse exclusivamente al establecimiento de escuelas agrónomas, tendentes a mejorar científicamente el cultivo de los existente y a introducir nuevas industrias, como la seda, el henequen y otras que no están al alcance de la iniciativa particular para implantarlas inmediatamente. El cultivo del heneque o cabuya en Yucatán –Méjico–, sobrepuja en valor al cacao en el Ecuador, con la perspectiva favorable de que en nuestro país, se produce esa planta espontáneamente. Precisa reglamentar el cultivo de la tierra, porque entiendo que la destrucción de los bosques produce el alejamiento de las lluvia, así como también es menester disminuir gradualmente los impuestos ordinarios que gravan los frutos, especialmente al cacao. Me he visto obligado, perurgido por los gastos de la guerra a gravar algunos productos de exportación, pero esto es transitorio y deben desaparecer tan luego como se cubran los empréstitos a que están afectados. La agricultura merece tal protección que, en mi concepto, los frutos de exportación deben estar exentos de toda contribución fiscal, exceptuando lo que se destine para el establecimiento y fomento de escuelas agrícolas. Los impuestos municipales deben limitarse en lo posible.

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Los establecimientos bancarios que destinaran sus capitales al exclusivo fomento de la agricultura, necesitarían a su vez de prerrogativas razonables, y la concesión de ella, os la recomiendo especialmente. El comercio ha tenido en mí decidido apoyo en consonancia con las conveniencias generales, y por esto he alterado en tal sentido los derechos de importación de algunos artículos. Soy partidario del libre cambio en su más lata aceptación, pero mientras dure la infancia de nuestro desarrollo industrial, pienso que debemos dar amparo juicioso a los ramos que necesitan de leyes protectoras, y aun de razonables auxilios del Tesoro Nacional. La grande cuestión que viene preocupando a los pueblos y gobiernos, es la de la moneda que debe adoptarse como el curso obligatorio. Las estadísticas demuestran que al presente no hay en el planeta oro suficiente para atender a todas las transacciones y que su producción es relativamente escasa: mientras que la plata abunda y su producción aumenta diariamente en proporción tan gigantesca que la depreciación de su valor secular obedece a ese interés natural que señala los precios sobre toda especie por la ley económica de la oferta y la demanda. Esta emergencia ha dado margen al inmenso juego de bolsa que hacen los grandes capitalistas de ultramar; juego que ha estado amenazado arruinar a los países de América, donde el metal blanco es la base monetaria de su sistema económico; situación anómala que convierte en su caos el valor real de los tipos regulares de cambio y que directamente afecta la marcha próspera de nuestro comercio. Prevenir, en lo posible, los daños que todavía pueden surgir de semejante situación, será labor que os agradecerá el país. Escuchar a los economistas y estudiar atentamente los debates que susciten los particulares sobre tan vitalísimo problema a fin de resolver lo que convenga a los habitantes de la República, cuya prosperidad, proveniente siempre del trabajo, constituye la riqueza positiva y honrada de la familia y la fuerza y respetabilidad de los pueblos libres; esta es la cuestión. El papel moneda fiscal en sus variadas formas, debemos desecharlo, porque este arbitrio, como recurso normal, establece y constituye, con rarísimas excepciones, una amenaza inminente a la fortuna del rico, como al bienestar del pobre. Al fin degenera el papel moneda en juego de bolsa y las fluctuaciones de alzas y bajas, efecto del agio corruptor socavan la moralidad comercial, precipitando a la ruina absoluta, como corolario de las bajas forzosas.

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Procurar la descentralización de las rentas nacionales, lo más posible, es en mi concepto un asunto que debe ocupar, preferentemente, la atención de la Convención Nacional. Los asociados teniendo particular interés en la recaudación e inversión de las rentas públicas, vigilarán especialmente su manejo y harán notorias las faltas que se noten y las necesidades y reformas que deban llenarse. Igualmente y para que día a día, en lo posible, pueda saberse el movimiento de la Hacienda pública es menester que en la contabilidad de hacienda se efectúen reformas de trascendencia. Esto haré a mi juicio indispensable la creación de una cartera especial, que se contraiga, exclusivamente, a la recta administración de los caudales públicos, a la inspección periódica u ocasional de las oficinas de Hacienda y a cuidar de que las cuentas marchen con el día, como sucede en los Bancos comerciales. Así como en la milicia no hay verdadero ejército sin disciplina, en el orden económico no hay hacienda sin método claro y sencillamente práctico. Debido al actual sistema está ahora la Nación, en riesgo de perder algunos centenares de miles de sucres por derechos de importación de la Aduana de Guayaquil. Las planillas de varias quincenas no pudieron pasarse con oportunidad, debido al pésimo sistema que está en vigencia y el último incendio se ha encargado de liquidarlas. Los créditos antiguos a cargo de la Nación necesitan que se regularice el pago buscando un sistema que sin gravar en demasía al Erario, permita ir amortizando esas deudas contraídas por todos los gobiernos, reconocida por muchos y no cubiertas por ninguno. El cumplimiento de las obligaciones contraídas trae el crédito; nadie debe tenerlo mayor que el Estado y sin embargo la ley actual que reglamenta la cancelación de deudas, tiene también cancelado el crédito nacional interno. Con excepción de los préstamos en dinero que hacen los Bancos al Gobierno, y que tienen ramos determinados para amortizar las sumas dadas por contratos y cuyo fiel cumplimiento interesa a la conveniencia pública; para el servicio de los de créditos antiguos puede asignarse cantidades limitadas y prudentes, con el fin de extinguir las deudas de quienes concedan mayores ventajas al Fisco. Este sistema de licitación o remate ha sido adoptado ya con resultado satisfactorio en otras naciones, desapareciendo también así, el favoritismo y aun el agio corruptor.

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El servicio judicial ha venido siendo una llaga social gangrenosa, porque las disposiciones legales subsistentes dan lugar a toda clase de abusos. Sin buena administración de justicia no puede vivir en paz ningún país y para conseguir ésta en el nuestro, es indispensable que se lleven a cabo las necesarias reformas que requiere tan importante ramo de la administración pública. Jueces que personalmente son honrados pero que tienen que guiarse por leyes tenebrosas no pueden dar buen fruto. Corrijamos, pues, los defectos legales para impedir la torcida aplicación de la misma ley. Creo que convendría hacer obligatorio el sistema de árbitros en las cuestiones civiles, a fin de conseguir así pronta y barata administración de justicia, y procurar favorecer al litigante honrado. Puede hacerse el ensayo limitándolo a las cuestiones que en lo futuro se ventilen y fijando cuantía bien determinada. Los demás quedarían bajo la férula del actual sistema, hasta tanto se palpen los beneficios o inconveniencias del nuevo. En la administración pública el progreso material que ha alcanzado el Ecuador, se debe, por lo general, a esfuerzo de las Municipalidades; y esto a pesar de que alguno malos gobernantes han restringido y desviado por miras proditorias la acción benéfica de los Municipios. Es indispensable darles facilidades fuerza y amplitud en su acción local, pero sin permitirles que comprometan por sí solas las rentas del porvenir. Bien, que la acción libre se ejerza en las rentas del año, pero no así en la de los posteriores, porque tal procedimiento es poner al personal que va sucediéndose en la dolorosa necesidad de no poder ejecutar trabajos que se hacen indispensables en épocas dadas aunque antes no lo hayan sido. Recibir por legado de un personal anterior, la bancarrota del Erario municipal, es bien triste; y sobre todo si, como sucede actualmente en la de Guayaquil, se hace indispensable acudir al alza de contribuciones o la creación de otros impuestos, para salvar una situación difícil o conseguir los medios precisos de llenar las obligaciones que impone la ley. Los que comprometen el porvenir no asumen la responsabilidad; los que heredan la triste situación son quienes sufren las consecuencias y la mala voluntad del pueblo, que sin atender a los antecedentes, fijase solo en la nueva traba que se le impone. Juzgo, pues, conveniente que siquiera mientras se consiga regularizar la marcha económica de los Municipios, deben de limitarse sus atribuciones por lo que respeta a la administración e inversión de fondos, a los de solo un año,

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pudiendo afectarlos por tres, previa aprobación del Ejecutivo con dictamen del Consejo de Estado. Si la época pasare de más de tres años, deben acudir al Congreso para obtener la concesión. La mujer, ese ángel del hogar, que entre nosotros vive relegada a oficios domésticos, merece la especial protección de una Asamblea liberal, por medio de leyes que la protejan, como en Estados Unidos de América, y darle, además, derecho de participación en los empleos públicos que sean compatibles con su sexo. Por mi parte, he dado principio a esa protección ocupándolas en las administraciones de correos; aparte de que en Guayaquil se ha establecido una escuela de telegrafía para señoritas, con el objeto de emplearlas en nuestras oficinas telegráficas. Justo es también ensanchar la esfera de protección abriendo a las mujeres las universidades de la República, a fin de que puedan dedicarse al estudio de profesiones científicas y proporcionarles, igualmente, talleres adecuados para el aprendizaje de artes y oficios. En Guayaquil sería fácil, con apoyo de un decreto protector, organizar otra sociedad que, a semejanza de la Filantrópica se ocupe, exclusivamente de niñas. Reconociendo el Gobierno los inmensos beneficios que la Sociedad Filantrópica de esta ciudad viene prestando, por esfuerzo privado, a juventud desvalida, y por eso, dispuso auxiliarla con la suma de cien mil sucres que percibirá de un pequeño dividendo que se le ha señalado en los rendimientos del muelle. Igual apoyo he dispensado a otras instituciones análogas, por ser este puerto el centro donde convergen las mayores necesidades y ocupaciones comerciales. Tenemos en las provincias del Litoral una clase de gente campesina, conocida con el nombre de peones conciertos; esclavos disimulados, cuya desgraciada condición entraña una amenaza para la tranquilidad pública, el día que un nuevo Espartaco se pusiera a la cabeza de ellos para reivindicar su libertad. En el curso de la campaña del año anterior, recibí muchas insinuaciones de soldados que eran peones, en el sentido que esperaban de mí, un decreto que los redimiera de su condición de esclavos. Recuerdo la impresión que me causó en la batalla de “Gatazo” un soldado que se me acercó para decirme, enaltecido por ardor bélico, poco más o menos estas palabras: “Mi General, voy a pelear mi libertad; después del triunfo me dará una papeleta, para no ser más

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concierto.” –Creo que ese valeroso soldado sucumbió en el combate, porque no se me presentó al día siguiente como se lo recomendé, para atenderlo en su justo reclamo. He tenido el propósito de reunir en Guayaquil a los dueños de haciendas para que excogiten los medios de llegar a un resultado satisfactorio tanto para el patrón como para el infeliz concierto. La solución del problema no es tan difícil como a primera vista aparece. Hablando sobre el particular con un inteligente administrador de una gran hacienda, me dijo: que a sus peones les había perdonado las deudas bajo la condición de que, por el jornal que les pagara otro, le darían la preferencia, y que desde entonces, por agradecimiento, tenía los brazos necesarios para sus labores agrícolas. Este punto es digno de vuestra atención, pues más vale prevenir el mal que remediarlo. La raza indígena, la oriunda y dueña del territorio antes de la conquista española, continúa también en su mayor parte sometida a la más oprobiosa esclavitud, a título de peones. Triste y bochornoso me es declararlo; los benéficos rayos del sol de la Independencia, no han penetrado en las chozas de esos infelices, convertidos en parias por obra de la codicia que ha atropellado a la moral cristiana. A título de peones conciertos, los indios son siervos perpetuos de sus llamados patrones. Y como no solo son culpables los que esclavizan sino también los que sancionamos con la indiferencia, ese delito de lesa humanidad, contra una clase desvalida, cada uno de nosotros cargue con la parte de responsabilidad que le corresponde y ponga el hombro a la reparación que reclama la propia conciencia de personas racionales y honradas. Por un decreto se ha exonerado ya a la clase indígena de ciertas contribuciones. A vuestra sabiduría toca conciliar el derecho a la libertad que tiene esa clase desvalida, con el apoyo que requiere la agricultura y servicio doméstico, pues si no debemos consentir la esclavitud, tampoco debemos tolerar la vagancia, ni menos que falte a los patrones la protección debida en contratos humanitarios y honrados con los peones y jornaleros. Con la perspectiva del restablecimiento completo del orden, de las liberales y progresistas reformas que con justicia se esperan de la Convención Nacional y seguros de que en el Ecuador encontrarán una libertad completa en sus dis-

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tintas manifestaciones, tal como sucede en todos los países civilizados, se preparan a venir a nuestro suelo millares de familias de Europa y de América del Norte, con el propósito de cultivar nuestras selvas. Preparar el terreno para darles facilidades, proporcionarles la mejor acogida posible y garantizarles por completo el ejercicio libre de industrias, favoreciéndolas por medio de concesiones que despierten el deseo del trabajo, tal es nuestro deber, porque esa es también nuestra conveniencia. Dar vida al país por medio de la inmigración y el fruto benéfico que más tarde se coseche, será debido a la fructífera semilla sembrada en hora feliz por los distinguidos patriotas que forman hoy la Asamblea Constituyente, En el Ecuador existen fueros para los militares y los eclesiásticos, odioso privilegio que es necesario eliminar. Pensé decretar la abolición de tales fueros, mas tuve que abstenerme por la cortapisa que pone una de las cláusulas del Concordato; pero como este obstáculo tiene que ser obviado en el nuevo arreglo con la Santa Sede, creo que, en nuestra Carta Fundamental podéis consignar que, ante la ley, son iguales todos los habitantes de la República. Servicios inmensos prestaría a la marina, dando ocupación lucrativa a centenares de artesanos, la construcción de un verdadero astillero o dique seco en la ría de Guayaquil. En tiempo de la colonia, Guayaquil era el obligado arsenal marítimo, donde no solo se reparaban los buques que surcan el mar Pacífico, sino también donde se construían las naves para el servicio de cabotaje. El flujo y reflujo hace de las riberas de la ría, astilleros naturales, que solo por incuria de los Gobiernos permanecen estacionarios. Esta obra, en mi concepto es indispensable, y conociendo su importancia me he ocupado de ella, pero sin poder darle forma práctica por lo azaroso de los tiempos que han corrido. Una vez levantados los planos, creo fácil conseguir que por empresa particular se realice la construcción del dique aludido, atendiendo a que será un buen negocio para el empresario. Para nada nos hemos preocupado aún, del fomento de la piscicultura, sin embargo de prestar nuestros ríos y esteros de agua salada, facilidades inmensas para la procreación del salmón y otra variedad de peces, que no existen en nuestras aguas. Igual cosa pasa con los criaderos de ostras, que fácilmente pueden aumentarse en proporción suficiente para abastecer la costa del Pacífico.

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No se necesitan caudales para fomentar estas y otra nuevas industrias, sino ligero apoyo pecuniario del Gobierno cuando sea menester. Concediendo privilegios razonables abundarían las ofertas de capitalistas y la implantación y fomento de nuevas empresas sería un hecho. Juzgo que podéis autorizar al Gobierno para que, mirando como más convenga a los intereses comerciales, proceda a dar apoyo transitorio, ya sea en forma de prima, garantía de intereses sobre capital, concesión de privilegio o alza o baja de derechos de importación a toda empresa nueva que se introduzca al país, sujeto como es natural a la aprobación del Congreso cuando se trate de operación de mayor cuantía. Me refiero solo a empresas y concesiones de menor consideración, las últimas pueden fijarse limitadamente, disponiendo que la concesión se efectúe de acuerdo con el Consejo de Estado y sin afectar en ningún caso el presupuesto y la marcha próspera de la administración. El ejército que tenemos, todo es nuevo, improvisado, y si algo se ha veteranizado ha sido en la campaña misma. Todo él ha sabido corresponder a la aspiración de la República, combatiendo con bizarría donde ha sido menester, sin que la falta de elementos, la diferencia del clima y las privaciones y fatigas de varias campañas, hayan hecho vacilar su constancia ni doblegar su valor. El restablecimiento del orden lo han conquistado nuestros bizarros soldados en cruentas luchas; la paz de que disfruta el país y la reunión del Cuerpo Constituyente, son el resultado de sus sacrificios. Los Jefes y Oficiales que hoy tenemos, ostentan sus presillas orladas con el fuego de los combates, ellos y nuestros valientes soldados pusieron a prueba su patriotismo. Me enorgullezco con justo motivo de haber sido el Jefe de esa legión de valerosos ciudadanos. En otra parte ya os he hablado de la deuda que tiene pendiente la Nación con los heridos y deudos de los que han rendido la vida con la aspiración de ver la Patria honrada y libre. Os recuerdo también, de nuevo, mi recomendación, esperando de vosotros este acto de justicia. He ofrecido terrenos baldíos, con la condición de que sean cultivados, a los voluntarios que han sido licenciados después de ruda campaña soportada con ejemplar abnegación. Nada más justo que recompensa tan exigua y nada más conveniente al incremento de la agricultura. Que el Gobierno cumpla con lo ofrecido a sus denodados defensores y que a la vez procure decretar cuanto convenga al mejoramiento moral y material del Ejército activo, es uno de mis principales aspiraciones.

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Os he hablado anteriormente del Ejército activo; tócame ahora recordaros que debéis también dictar disposiciones adecuadas para reglamentar debidamente las guardias nacionales. Los Gobiernos anteriores han abusado tanto de este elemento militar, que su existencia ha venido a ser impopular y es preciso que sabias reformas den por resultado que corresponda a los altos propósitos que entraña esa nobilísima institución. De ella hay que obtener en caso indispensable los ciudadanos que la Patria necesite para su defensa, pero garantizando su estabilidad e impidiendo que los abusos que se cometen y los forzados cuanto inútiles trabajos a que en más de una ocasión se les obliga, den un contrario resultado, pues así en lugar de tener buenos soldados, aumenta el número de peones arrastrados por el abuso o por el engaño. Preferible es, la esclavitud voluntaria a la obligada; de allí que los peones abunden y los soldados del ejército pasivo, sean en tan escaso número. Muchos extrañarán que habiendo estado investido de todos los Poderes, sin limitación alguna, no haya puesto en práctica varias de las reformas que voy reseñando. Bien sabéis la vida tempestuosa que ha llevado el Gobierno y que hemos vivido constantemente con el arma al brazo, asechados siempre por un enemigo implacable e insensato. La lucha, ha sido por otra parte, no solamente en los campos de batalla, sino también contra ese torrente de enredos, intrigas y favoritismo, convertido desde antaño en sistema de vida política, y que impide al mandatario honrado cumplir sensiblemente con su deber. Agréguese a esto, la necesidad inaplazable de levantar recursos para atender a tantos gastos extraordinarios, motivados por las aspiraciones, y se comprenderá fácilmente que no he dispuesto materialmente de más tiempo que el que he empleado en lo poco que se ha hecho en el sentido de la reorganización del país. (…) Por la situación anómala que ha atravesado el país no me ha sido dable estudiar las necesidades de las oficinas públicas y las reformas que en ellas convenga implantar Algunas variaciones he llevado a cabo, así como también he aumentado en varias oficinas el tren de empleados, por considerarlo de necesidad inaplazable, como lo ha sido el aumento de muchos sueldos. –Solo así, se obtiene buen servicio en las oficinas con buenos colaboradores.

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En el régimen pasado, ha sido sistema señalar sueldos exiguos que obligaban a vivir casi en la indigencia al hombre de bien que será por la necesidad o la desgracia compelido a prestar sus servicios. En cuando a otros que aceptaban desempeñar un puesto para explotarlo, el monto del sueldo les era del todo indiferente. Actualmente por el cambio de empleados como por el aumento de la renta que les estaba asignada, el servicio público ha mejorado notablemente en todo sentido en especial en el ramo de Hacienda, pues sin embargo de habernos encontrado envueltos en dilatada guerra civil, que todo lo ha trastornado, los ingresos han sido superiores a los de los últimos años en que la paz daba facilidades para la recaudación de rentas. Las entradas de la Aduana de Guayaquil en el presente año serán superiores a las del mejor año económico del Gobierno anterior. Para la buena administración de justicia, para conseguir aumento de rentas, para contar con soldados pundonorosos y empleados activos, se necesita ocupar hombres inteligentes y honrados y los servicios de ellos solo se consigue con el sistema de pagar buenos sueldos implantados ya por la Jefatura Suprema. El ensayo durante la borrasca ha sido favorable; al consolidarse la paz estoy seguro de que en el año próximo, el resultado será extraordinariamente satisfactorio. Sé muy bien que este Mensaje no encierra la solución de grandes problemas, ni la minuciosa relación de todos los actos de la administración política que ha corrido a mi cargo desde junio de 1895; lo último corresponde a los Ministros de Estado, como ya os lo manifesté al principio, lo primero lo espera el país con derecho y con justicia como obra digna de vuestros méritos e ilustración. No olvidéis que esa obra tiene que ser redentora y que la suerte del Partido y de la Patria se encuentra en vuestras manos; tened presente que la corrupción política implantada desde la dominación floreana, es sistema que, en las últimas administraciones ha adquirido prosélitos en gran escala, quienes hoy, siguiendo la consigna del partido, tratan en todo terreno de establecer el caos y de dividir para mandar. Aquí debiera terminar el presente Mensaje, pero tengo que extenderlo aún más, porque si las amarguras que he experimentado en el Calvario del Poder, no han sido suficientes para herir de golpe y profundamente mi ánimo, el flagelo terrible de las llamas que en fatídica hora ha destruido el corazón del a República,

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me ha contristado tanto, que justo y necesario es que os llame la atención de manera especial, sobre la triste situación a que ha quedado reducido Guayaquil, el orgullo de nuestra Patria y áncora preciosa de las libertades patrias. Si como Magistrado cumplo con el deber de deciros, el Ecuador ha perdido su mejor ciudad; como ciudadano tengo que demostrar mis sentimientos de dolor al ver aún las cenizas humeantes de este suelo querido; solo como patriota, callo, porque Guayaquil es escombros, pero la libertad y el patriotismo tienen su domicilio en el espacio de tierra privilegiada donde os encontráis; su hogar es la ciudad entera, cubierta por el cielo que ostenta los colores de su gloriosa bandera. Oprimidos se encuentran hoy por el dolor, contristados al ver el esfuerzo de tantos años en escombros, pero al toque de guerra, si ésta es para defender la Patria y sostener sus principios, veréis al instante salir de entre las ruinas un nuevo ejército de voluntarios y sacrificar familia y fortuna en aras de la libertad. Manos criminales, han querido ahogar el progreso de esta ciudad, herirla de muerte, para ver en agonía su preponderancia y amortajada la libertad, pero insensatos, no conseguirán sus fines, porque de esas cenizas saldrá Guayaquil más floreciente, más próspera y más rica. La adversidad retempla los ánimos y donde hay elementos y hábitos de trabajo, las riquezas acumuladas en un siglo se recuperan en pocos años. Por sus propios esfuerzos se levantará la Perla del Pacífico, pero eso no quita que los Representantes de la Convención Nacional, que comprenden bien cuánto debe la transformación política del país a esta ínclita ciudad, que saben que el ejército patriota se ha compuesto en gran parte de hijos de Guayaquil y que les consta los esfuerzos y sacrificios que le cuesta la derrota del odioso partido que nos agobiaba y la conquista de la libertad que disfrutamos, escogiten los medios de devolver en corto tiempo, todo el esplendor y toda la belleza a esta patriótica ciudad. Protección decidida a ella y que la paz sea el primer bien que reciba. La suerte de Guayaquil está en vuestras manos porque con sabias disposiciones de vuestra parte y un Gobierno que esté a la altura de su deber renacerá de nuevo feliz. Dios os guíe en el cumplimiento de vuestro deber. Señores Diputados, Eloy Alfaro. Quito, octubre 10 de 1896.

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Mensaje del Presidente Interino de la República sobre la necesidad de que el Gobierno continúe el Ferrocarril del Sur Señores Diputados: En Mensaje especial tuve la satisfacción de manifestaros la necesidad imperiosa de proceder cuanto antes, y venciendo todos los obstáculos que puedan presentarse, a la continuación y término del Ferrocarril del Sur; factor principal para el progreso del país; medio expedito y seguro de unir a todos los habitantes de la República, y de conseguir, como práctico resultado, que la igualdad de ideas, principios y aspiraciones, afiance la paz, dé impulso al Comercio y a la Agricultura, y vida y bienestar a la Patria. Más, para dar principio a estos trabajos con la libertad necesaria y la actividad que ellos han menester, ante todo, y como condición indispensable, es preciso buscar los medios de conseguir que el pequeño trayecto que hasta hoy recorre la línea férrea, entre a la Administración directa del Gobierno sin que existan trabas para ello; ni haya que buscar la intervención de un tercero, que, con el carácter de juez y a nombre de la justicia tenga embargada no solo la propiedad fiscal, sino aún la acción misma del Gobierno. El arreglo lo creo fácil y aceptable por las partes que intervienen en el juicio, para la rescisión de los contratos del Ferrocarril de Durán a Sibambe; es decir, el Gobierno, el Sr. Marco J. Kelly y la compañía del Ferrocarril y Obras Públicas de Guayaquil. Al primero le es conveniente, como os lo he manifestado, tener a su cargo la línea férrea con absoluta, independencia de todo otro individuo, sociedad o intervención judicial, y poder así sin obstáculo, entrar de lleno en las reparaciones que son de vital importancia y en la obra misma; a los otros, para ver concluidos juicios que, si se prolongan por intereses contrapuestos, no por eso pueden darles esperanza de una solución favorable. Compensar los derechos y obligaciones y renunciar cada parte a lo que puede alegar, pedir u obtener, es el bien que debemos hacer al país, dejando alegatos para ejecutar trabajos reproductivos e indispensables para el porvenir. Consecuente con el modo de pensar que os manifiesto, traté, en la época en que estuve investido de amplios poderes, de llegar a una transacción aceptable, y aun se firmaron por parte del Gobierno y del defensor de la compañía y Obras Públicas, las bases para el arreglo; documento que encontraréis anexo y señalado con la letra A.

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Obstáculos provenientes de la reacción terrorista que conmovió de nuevo a la República, impidieron que el arreglo se llevara a efecto con las solemnidades debidas. Después, e instruido de que entre las cláusulas que formaban la transacción, existían algunas perjudiciales al Gobierno, otras que daban mayor derecho a la compañía del que realmente tiene en la actualidad y que también se habría prescindido de varios puntos esenciales, me vi obligado a buscar un nuevo arreglo que, sin los inconvenientes especiales apuntados, diera por resultado la terminación de los litigios, renunciando cada una de las partes, mutuamente, las acciones a que se creía con derecho. Formúlese entonces la minuta, letra B. Al irse a efectuar esta nueva forma de transacción, vino el desastroso incendio de Guayaquil a entorpecer la terminación del asunto, motivo por el cual, y no creyéndome ya con atribuciones legales para concluirlo, acudo a la Convención Nacional: ella, conociendo los antecedentes, y estudiando las conveniencias del país, debe dar sobre el particular una solución en armonía con los intereses y aspiraciones del Gobierno. Deseo que la Asamblea Nacional proceda en este asunto, con toda la amplia libertad de que goza, y sólo como data ilustrativo, me permito dejar constancia de las siguientes observaciones. Bajo dos aspectos puede y debe estudiarse la conveniencia de las partes para la terminación de los litigios pendientes, y procediendo con imparcialidad, os presentaré en números, y por los datos existentes, cuál sería el resultado favorable o adverso, si se atiende a los cómputos hechos hasta que el Gobierno recibió las sales y la Empresa Ferrocarrilera perdió la administración de la obra, por secuestro judicial. El cómputo de todos los trabajos hechos por el Señor Kelly, primeramente, y por la compañía de Obras Públicas, después, en las distintas secciones en que se encontraba dividido el estudio del Ferrocarril, asciende según documentos oficiales, y teniendo en cuenta el precio y condiciones del contrato, a la Suma de S/. 598.701,38 Y la Empresa tendría que pagar al Gobierno por el producto de las sales a razón de S/.200.000 anuales en 4 años 5 meses que la explotó la Compañía S/. 833.500,00 SALDO EN CONTRA DE LA EMPRESA S/. 234.798,62 Si tomamos, no ya la estrictez del precio fijado en el contrato, en relación a lo trabajado, sino el avalúo total de los trabajos ejecutados, y que existen he-

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chos por orden y cuenta del Gobierno, tendremos: Avalúo practicado Recibido por sales SALDO A FAVOR DE LA EMPRESA

S/. 835.972,41 S/. 833.500,00 S/. 47.527,59

Si dejamos estos datos y tomamos los suministrados por los mismos Empresarios, tenemos: Valor del avalúo según ellos S/.1’076.279,00 Recibido por sales S/. 833.500,00 SALDO A FAVOR DE LA COMPAÑÍA S/. 222.770,00 Nada debo manifestar respecto del cómputo, porque el deja a favor del Gobierno una suma de consideración. Por lo que respecta al tercero, aparecerá a primera vista que le es perjudicial a la empresa la transacción; pero debemos tener en cuenta que no es así, ya por cuanto es exagerado el cómputo de que me ocupo, e imposible de tomarse como base, ya por cuanto, ese saldo a favor, nada da en compensación al Gobierno.- Los trabajos ejecutados durante el tiempo que la Empresa ha estado a cargo del señor Kelly y de la Compañía de Obras Públicas, son hoy tan inútiles al Gobierno, que no representan valor alguno, pues ni en parte pequeña son utilizables. Además de esta observación, es necesario tener presente, que en ningún caso, se ha hecho el cómputo, aunque sea aproximativo de los daños y perjuicios sufridos por el Gobierno por la falta de cumplimiento del contrato, menos por los intereses de la explotación de sales y tampoco la liquidación de las multas, que a razón de S/1.000 mensuales debería pagar la Empresa, desde la fecha en que debía haberse hallado el Ferrocarril en Sibambe. Nótese además que si a favor de la Empresa, se ha cargado el valor de todo trabajo y todo gasto, en su contra y unido al producto de la sal, debe cargarse el producto del Ferrocarril en todo tiempo de la explotación. No puedo aceptar que el valor que representa el Ferrocarril, comprendido entre Durán y Yaguachi, y que ha sido avaluado en S/.426.000 entre en los avalúos ya puntualizados, porque la subvención que el contrato de Agosto 11 de 1887 concede a la Empresa, o sea la suma de S/.50.000 anuales, quedó cancelada al firmarse el nuevo contrato, cuyas bases aprobó el Congreso de 1890 (artículo 5º).

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A este hecho particular me refiero, al deciros que las primeras bases de transacción no se firmaron por contener, entre otras, cláusulas que daban a la Empresa más derecho del que realmente tiene. De aceptarse la inclusión del avalúo del Ferrocarril de Durán a Yaguachi, entonces la operación en sus tres distintas fases, varía por completo en contra del Gobierno en esta forma: Saldo que en contra de la Compañía deja en el primer cómputo S/. 284.798,62 Valor del Ferrocarril de Durán a Yaguachi S/. 426.000,00 Saldo a favor de la Empresa S/. 141.201,38 El segundo daría: Saldo que en contra de la Compañía deja el seguido cómputo Valor del Ferrocarril de Durán a Yaguachi SALDO A FAVOR DE LA COMPAÑÍA

S/. 47.427,59 S/. 426.000,00 S/. 378.472,41

Por el tercero, tendríamos: Saldo a favor de la Compañía Valor del Ferrocarril de Durán a Yaguachi A FAVOR DE LA EMPRESA

S/.192.779,00 S/.426.000,00 S/.618.779,00

Pero como os he dicho, no puede el Gobierno, ni debe pagar esa suma porque se renunció a ella por el contrato de 1890, y esa renuncia surtió su efecto como lo surtió la entrega inmediata de las sales, aunque en lo general no se llevó a cabo por la falta de cumplimiento de las cláusulas resolutorias. Existían en la primera transacción, bases perjudiciales al Gobierno, porque sólo se comprendían los materiales embargados, y no lo están los que en alguna cantidad se encuentran después del puente de Chimbo, que es menester sean del Gobierno, como todo lo existente y todo lo trabajado, para que la intervención extraña y nuevas reclamaciones no se presenten en otra ocasión. 1896.

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Mensaje del Presidente Interino de la República sobre la conveniencia de continuar las sesiones de la Asamblea en la Capital de la República SEÑOR PRESIDENTE DE LA CONVENCION NACIONAL: Vuestro propósito de terminar aquí la Constitución de la República, es un título de honra para los Representantes de la Nación que han accedido a las aspiraciones del Partido Liberal; pero como mis deberes de primer Magistrado me obligan a corresponder debidamente a vuestros patrióticos esfuerzos, véame en la imprescindible necesidad de manifestaros las dificultades que pueden presentarse si prolongáis vuestras sesiones en esta ciudad que tanto se interesa por vuestro bien. La inusitada proximidad del invierno, me hace temer que la salubridad pública sufra algún tanto, por la aglomeración de las familias, con motivo del último incendio que ha destruido buena parte de la ciudad; así es que soy de parecer que la Convención Nacional vaya a terminar sus labores en la Capital de la República. Si resolvéis hacerlo así, otro deber no menos imperioso me obliga también a manifestaros que, como los enemigos jurados de la libertad continúan conspirando contra el orden público, juzgo indispensable que invistáis al Ejecutivo de las facultades extraordinarias que necesita durante este interregno para mantener la paz, que es el primer bien que debemos ofrecer al país. Reinstalada la Convención en Quito, las cosas volverían al orden normal, tal y cual se encuentra hoy. Señor Presidente. ELOY ALFARO El Ministro de lo Interior, J. de LA PIÉRRE. Guayaquil, Noviembre 6 de 1896.

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Mensaje del Presidente Interino de la República pidiendo prórroga del plazo dado al Comercio de Guayaquil sobre las liquidaciones y pedidos, con motivo del incendio del 5 y 6 de Octubre SEÑORES DIPUTADOS: Después del desastroso incendio que tuvo lugar en la ciudad de Guayaquil, en los días 5 y 6 de Octubre del presente año, que destruyó parte de esa rica y floreciente ciudad, y teniendo en consideración las serias dificultades, en las transacciones comerciales a fin de evitar perjuicios considerables al comercio de esa plaza, expedí el decreto de 8 de Octubre en el cual se dispuso en su Art. 3º, que los saldos a cargo del comercio por liquidaciones de pedimentos de Aduana hasta el 5 de ese mes, podían ser satisfechos en pagarés a seis meses de plazo con intereses descontables de nueve por ciento anual a la orden del Tesorero de Hacienda del Guayas, firmados por personas abonadas y garantizadas por otras de igual carácter a juicio de dicho empleado y del Colector de Aduana. En el artículo 4º del referido decreto se hizo igual concesión a todos los comerciantes que verificaran pedidos de Aduanas hasta el 31 de este mes. Hoy vence el plazo señalado, y como el comercio no se repone todavía de los grandes quebrantos producidos por el incendio, creo indispensable que la Asamblea Nacional disponga, si lo tiene a bien, la prórroga de los artículos 3º y 4º del mencionado decreto, por un tiempo prudencial que pueda ser de seis meses más, es decir, hasta el 30 de Junio del próximo año de 1897. Quito, Diciembre 31 de 1896 Señores Diputados. ELOY ALFARO El Ministro de Hacienda, José María Carbo.

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Mensaje especial sobre la obra del Ferrocarril del Sur, dirigido a la Convención Nacional por el Presidente Interino de la República, General Don Eloy Alfaro Señor Presidente de la Convención Nacional: En el Mensaje que dirigí a la Convención Nacional, dándole cuenta del movimiento administrativo de la República, durante el tiempo en que ejercí la Jefatura Suprema, tracé, a grandes rasgos, la historia de las especulaciones escandalosas y del peculado infame de que fue víctima la grandiosa obra del Ferrocarril del Sur. Vinculado como está en ella el porvenir de la Nación, en todos los ramos de su actividad mercantil, agrícola e industrial, vuelvo a llamar la atención de los Representantes del pueblo para que, con su ilustración y patriotismo excogiten los mejores medios de llevar a feliz término la empresa comenzada, por exigirlo así, no solamente la conveniencia nacional, sino el buen nombre y prestigio de la noble causa de la libertad y el progreso que defendemos, con inquebrantable perseverancia y con fe ciega en el triunfo definitivo de la justicia y la civilización, sobre el abuso y la barbarie. El informe del Ingeniero en Jefe, Mr. Muller, encargado por mi Gobierno del estudio y trazo de la línea, y que acompaño a este Mensaje especial, llevará a la Cámara el convencimiento de la practicabilidad del ferrocarril en condiciones mucho más favorables de las que generalmente se creía, pues pueden vencerse las grandes dificultades que, anteriores e incompletos estudios de pura especulación, habían dejado entrever. Línea fácil, segura y económica nos promete el informe en que me ocupo: así es que la alteza de miras de los Diputados de la Nación hará lo demás, para que al volver de pocos años, los pueblos todos de la República, unidos con lazo de fierro, consoliden la unidad nacional que hará desaparecer el provincialismo y levantará al país de su postración económica, abriendo al esfuerzo individual nuevos y más hermosos horizontes. En el mundo moderno y en la civilización que alcanzamos, es necesario proscribir el empirismo en todos los ramos de la administración porque él malogra toda honrada labor o da margen al abuso y a la especulación con detrimento de los caudales del pueblo. Increíble parece, señor Presidente, que las últimas Administraciones hubieran celebrado contratos a la gruesa ventura sin saber lo que tenían entre manos, y sin someterse a la ciencia llamada a establecer la verdad.

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De allí el robo inicuo de que ha sido víctima nuestro Tesoro, explotado por los mismos a quienes la ley encargaba de su custodia. Especuladores sin conciencia celebraron esos contratos con la única mira de ganar grandes comisiones y dejar burlada la credulidad de tantas personas honorables que, dentro y fuera de la República, contribuyeron con sus capitales a la redención económica del país. Por esta razón, juzgo absolutamente indispensable, para celebrar contratos definitivos, que la ciencia pronuncie primero su última palabra, a fin de poder negociar, sobre base sólida y con éxito cierto. Pero, como mientras los estudios científicos se terminan, el Gobierno no puede ni debe cruzarse de brazos, opino por que le autoricéis a continuar la obra con los recursos que tengáis a bien disponer, pues bien puede hacerse mucho en la parte que no ofrece dificultades de otro lado del Chimbo. En el firme propósito de proseguir los trabajos del ferrocarril, hice venir del extranjero seiscientas toneladas de rieles que están en Durán esperando de la Convención Nacional esta palabra entusiasta; adelante! Las rectificaciones que hay necesidad de hacer al trazo hecho por los anteriores contratistas, han impedido al Gobierno poner manos a la obra; pero, como es fácil vencer esos inconvenientes, no debemos perder un tiempo tan precioso. Los principios de la ciencia nos enseñan que en las grandes Empresas Nacionales, generalmente los Gobiernos no son buenos administradores, porque sus ocupaciones múltiples no les permiten, entrar en ciertos detalles y fiscalizarlo todo. En esta virtud, yo no vacilaría en confiar el éxito del Ferrocarril a una comisión honorable, compuesta de hombres patriotas, probos y de fortuna, que se encargase de allegar los capitales de que habemos menester para la construcción de la obra redentora y de excogitar los mejores medios de llevarla a cabo. Los Poderes Legislativo y Ejecutivo, en los respectivos casos, se reservarían, como es natural, la facultad de aprobar o desechar los contratos; pero la Comisión administraría, con entera independencia, a fin de ofrecer a todos la más completa garantía de honradez y competente manejo. Esa Comisión podría componerse, en mi concepto, de las siguientes personas que inspirarán confianza al capital extranjero y al nacional. Señores: Ignacio Robles, I. C. Roca,

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Eduardo M. Arosemena, Homero Morla, Enrique Seminario, Lautaro Aspiazu, Nicolás Norero, Eduardo Rickert, Pedro Pablo Gómez. Agregándose un número igual de suplentes que podrían serlo los señores siguientes: Vicente Sotomayor y Luna, Guillermo López, Luis A. Dillon, Antonio Madinyá, Francisco J. Coronel, Carlos Alberto Aguirre, Lisímaco Guzmán, Sixto Durán Ballén, Samuel Koppel. Firmemente persuadido estoy, señor Presidente, de que confiada la Administración del Ferrocarril a una Comisión como la que acabo de indicar, los capitales extranjeros vendrán al país a buscar colocación provechosa y a engrandecer la República. Toca, pues, a los Representantes del pueblo, señalar, por lo pronto, los fondos necesarios para que el Gobierno pueda continuar la obra. Terminados los estudios científicos, el Poder Legislativo destinará, al ferrocarril rentas seguras que puedan ser pignoradas para allegar los fondos que necesita para llevarla a feliz remate, ya por cuenta de la Nación o ya por empresas particulares, como mejor convenga a los intereses públicos. Algún dinero costará la grandiosa obra; pero habiendo honradez, los millones sobrarán y la patria renacerá, como el fénix, de sus propias cenizas. No tengo que encarecer a usted, señor Presidente, este Mensaje especial, porque todos los ecuatorianos estamos convencidos de que sin ferrocarril no es posible el verdadero y rápido progreso nacional. A petición del ingeniero Mr. Muller, nombré una comisión compuesta de los señores Emilio Estrada, C. ill y Rafael Ontaneda, para que examinara los trabajos hechos y la ruta que debía seguir el camino. Acompaña a este Mensaje el informe de dicha Comisión.

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Las ofertas que de capitales de Europa y los Estados Unidos del Norte, ha comenzado a recibir mi Gobierno, me demuestran que el mundo comercial, buscando la manera de invertir sus caudales con seguridad y provecho, se interesa por la prosperidad del Ecuador, porque tiene confianza en la rectitud de miras y en la honorabilidad de la nueva Administración. Si los Diputados del pueblo, como lo espera la Nación entera, dan a este asunto vital para la República, toda la importancia que realmente tiene, y rodea al proyecto del prestigio que necesita para infundir la confianza general, la anhelada construcción del ferrocarril será la página más hermosa del Partido Liberal. Señor Presidente, Eloy Alfaro El ministro de Obras Públicas, J. de Lapiérre

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Mensaje del Presidente de la República sobre Liberación de Derechos de Aduana y las Máquinas para la Agricultura Señores Diputados: En uno de mis anteriores Mensajes os manifesté cuán decisiva es en el progreso de los pueblos la acción proteccionista de los Gobiernos. El egoísmo arancelario respecto a artículos dedicados a la agricultura y a las industrias, debe desaparecer de nuestra Ley de Aduanas, a fin de fomentar el empleo de las máquinas, que tanto significan para el impulso y desarrollo de las empresas fabriles y agrícolas, duplicando la riqueza pública. Países como el nuestro, casi virgen en materia de aplicaciones modernas, demanda una decidida protección para levantarse al nivel industrial productor de naciones mucho más pobres que la nuestra en materias primas. El empirismo y la rutina dominante en casi todas las manifestaciones del trabajo, por falta de máquinas, es asunto de reforma que debemos favorecer hasta donde sea posible; para lo cual bastaría librar de derechos de importación todo lo que sea máquinas para la agricultura y la industria fabril, especificando

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convenientemente las clases exceptuadas, correspondiéndole al Ejecutivo conceder la liberación, como medida reguladora del abuso que puede sobrevenir. Con solo esta medida habremos dado un gran paso favoreciendo dos fuentes de riqueza, cuyos benéficos resultados muy pronto los palpará el país. Dictad, pues, la reforma conveniente en la Ley de Aduanas, seguros del inmenso beneficio que reportará tan liberal disposición. Señores Diputados, Eloy Alfaro El Ministro de Hacienda, encargado del Despacho de Fomento, Ricardo Valdivieso Quito, mayo 27 de 1897.

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Mensaje del Presidente de la República solicitando la Protección Especial a la Mujer y Participación en los Empleos Públicos Señores Diputados: Nada hay tan doloroso como la condición de la mujer en nuestra Patria, donde relegada a los oficios domésticos, es limitadísima la esfera de su actitud intelectual, y más estrecho aún el círculo donde pueda ganarse el sustento independiente y honradamente. Abrirle nuevos horizontes, hacerla partícipe en las manifestaciones del trabajo compatible con su sexo, llamarla a colaborar en los concursos de las ciencias y de las artes; ampliarle, en una palabra, su campo de acción, mejorando su porvenir, es asunto que no debemos olvidar. En el Ecuador, especialmente, nada se ha hecho por mejorar la condición de la mujer; no es justo que una Asamblea ilustrada y compuesta de liberales, clausure sus sesiones sin haber iniciado siquiera la reforma en este sentido. ¿Por qué no franquearle a la mujer las puertas de las Universidades, a fin de que se dediquen al estudio de profesiones científicas? ¿Por qué no proporcionarle, asimismo, institutos especiales para el aprendizaje de artes y oficios que no riñan con su sexo?

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¿Por qué no darle participación en los empleos públicos, compatibles también con su sexo? En los Estados Unidos, la protección especial que las instituciones han dado a la mujer, está proclamando el perfeccionamiento social de ese gran país. Y no se diga, siguiendo el pesimismo egoísta de muchos, que todas estas reformas en la educación de la mujer alejan del hogar su poesía y su tranquilidad. Todo lo contrario: la mujer instruida, la mujer que posee artes o industrias, la mujer que trabaja y adquiere la experiencia que da al contacto más inmediato con la vida real, lejos de perjudicar en la vida doméstica, es un gran auxiliar para la familia y una prenda valiosa para el esposo, porque, retemplada su alma en el realismo, sus ideas acerca de la fidelidad y del honor –su mejor patrimonio–, llegan a ser más claras y más perfectas, y más sólida, por consiguiente, la educación moral que reciben los hijos de tales mujeres. Prácticamente proclama el aserto anterior la mujer norteamericana, donde las leyes protegen decididamente al bello sexo, dándole garantías y concediéndole derechos que han levantado su nivel a un grado tal, que es prodigiosa la actividad en que se desenvuelve la influencia femenina en las distintas manifestaciones de la vida social. Convencido de la importancia de cuanto dejo expuesto, inicien el período de la Jefatura Suprema esa protección a la mujer, ocupándolas en las Administraciones de Correos y estableciendo una clase de Telegrafía para señoritas. Pero como no es posible quedarnos en el principio, corresponde a la Asamblea de 1897 perfeccionar la protección iniciada dictando leyes que emancipen a la mujer ecuatoriana de ese estrechísimo círculo en que vive, y la brinden oportunidad de levantarse a un nivel que la ofrezca abundancia de recursos para su subsistencia honrada. El tiempo se encargará de hacer palpar las ventajas de las reformas en este sentido, y la Historia hará justicia a quienes las pusieron en práctica. Señores Diputados, Eloy Alfaro El Ministro de Hacienda, encargado del Despacho de Fomento, Ricardo Valdivieso Quito, junio 2 de 1897.

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Mensaje del Presidente de la República al Congreso Nacional Señores Senadores y Diputados: Siéntome animado de viva satisfacción al ver instalado el Augusto Cuerpo Legislativo; pues ello me permite cumplir con el precepto constitucional de darle, en esta ocasión, somera cuenta de mis actos administrativos e informarle acerca de la situación de la República. La tranquilidad del país no es todavía sólida. La paz no ha podido mantenerse sino a expensas de la constante y eficaz vigilancia del Gobierno; mas es preciso tener en cuenta que, si sólo se hubiese tratado de los enemigos tradicionales, la Policía habría sido suficiente para mantener el orden; pero circunstancias especiales han proporcionado fuera a la oposición desatentada, dándole a veces carácter amenazante y produciendo inquietud y malestar generales. Respecto a lo moral, debo deciros que, tras de la cruenta lucha en los campos de batalla, ha sobrevenido para mi Gobierno otra sumamente enojosa, la lucha contra la corrupción política; corrupción que no es desconocida para nadie y que, nacida bajo tenebrosos auspicios, desde la iniciación de la nacionalidad ecuatoriana, ha venido desarrollándose a pesar de algunos intervalos saludables, y ha obligado al país a recorrer una víacrucis de sacrificios y confusión, cuyos efectos se sienten todavía, porque un mal tan arraigado no puede extirparse sino de una manera paulatina. Con sobrado fundamento, uno de los Patriarcas de la causa redentora de los pueblos, don Pedro Moncayo, decía: “De todos los males que causó Flores al país, ninguno ha sido tan inicuo, ni de tan fatales consecuencias, como esa escuela de vicios y depravación que dejó establecida”. Esa escuela de iniquidad, que se ha alimentado con la vida de los pueblos y que, en diversas épocas y en diferentes formas, ha traicionado a la República, combina aún criminales planes encaminados a adquirir de nuevo, por la violencia, la posesión del Poder; pero ellos serán, en todo sentido, frustrados por el vigoroso esfuerzo de los buenos ciudadanos, que están prontos a inmolarse en aras de la Patria, si fuere menester, para asegurar las libertades públicas. Intentar, pues, que vuelva a inclinar la cerviz a ese yugo, el pueblo que tan heroicamente lo sacudió para avanzar en el camino de la civilización, equivale a cometer la loca empresa del desquiciamiento de la mole inmensa de los Andes.

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El Decreto de amnistía de 9 de Julio último, fue expedido a pesar de la amenaza de una invasión liberticida en connivencia con algunos traidores de dentro del país, y esa amenaza aún subsistente; pero nuestros valerosos soldados están, con el arma al brazo, esperando sólo la señal de marcha a donde los provoquen el peligro, para escarmentar otra vez, si fuere preciso, a los contumaces perturbadores del orden. Demás es asegurar el triunfo de nuestras legiones, máxime contando, como debo contar, con el apoyo de los hombres de bien, y la opinión honrada del país, con los cuales tengo la confianza de que se cimentará y afianzará la paz pública, y el Estado avanzará, con paso firme, por el camino de su regeneración política y social. Esta como conspiración permanente por parte de la escuela a que me refiero, incapaz de entrar en razón y menos aún de arrepentirse de las calamidades que a la Patria ha ocasionado, ha sido causa para que, muy a pesar mío, haya conservado hasta hoy las Facultades Extraordinarias de que me invistió la última Asamblea y que ahora solemnemente os las devuelvo, asegurándoos que, si bien el peligro que las motivó aún subsiste, rara vez, sin embargo las he usado, y eso para precaver el crimen, que no para castigarlo. Y os las devuelvo, Señores Representantes, movido por la confianza que ya os manifesté, y porque abrigo la convicción de que vuestras labores contribuirán eficazmente a consolidar la paz que demanda el progreso de la República, basado en el desenvolvimiento de sus poderosas fuerzas vitales. Nada, nada ha omitido la oposición ciega para hacerme desistir de mis propósitos de procurar la armonía nacional por medio de una política de clemencia; pero hasta ahora, felizmente, no me ha sido menester recurrir a la aplicación de todo el rigor de la justicia para cumplir los deberes que me competen como inmediato responsable de la causa de la libertad y la civilización. A pesar de las dificultades expuestas, complázcome en manifestaros, que los diversos partidos políticos, tocante a sus legales luchas por las ideas, han tenido, tienen y tendrán verdaderas garantías, circunstancia que aquí, como Jefe de la Nación, me enorgullezco al patentizarla. He puesto escrupuloso esmero en conservar y extender más, en lo que ha estado a mi alcance, las buenas relaciones del Ecuador con las otras Potencias. Nuestra Legación en Washington continúa prestando importantes servicios al país. Ante la Dieta de la República Mayor de Centro América, existe acreditada una Legación permanente, que la representa ad honorem, el honorable y distinguido doctor don Fernando Sánchez.

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Al antiguo Encargado de Negocios en Montevideo, Señor Francisco A. Gómez, se le ha promovido, por sus buenos servicios, al rango de Ministro Residente, también ad honorem. Se ha celebrado con la República de Chile un tratado de reciprocidad comercial, que será sometido a vuestra deliberación. Dicho parto, en mi concepto, abre un nuevo mercado al tabaco, azúcar y café. El beneficio que de él reportarán nuestros productores compensa con creces las concesiones que hacemos a todos los artículos chilenos. Además, el establecimiento de una nueva línea de vapores directos, facilitará un valiosísimo comercio de frutas de ambos países, siendo él una ventaja para los que a ese negocio se dedican en nuestro puerto principal y para los agricultores de las provincias del Oro, del Guayas y Los Ríos. Con módicos derechos de exportación, impuestos oportunamente a ese fácil y abundante tráfico, el Fisco se resarcirá de lo que deje de percibir por las franquicias que se otorgan en el tratado de comercio con Chile. Sin embargo, considero el referido convenio como un ensayo que tiene de ensancharse y perfeccionarse con la práctica, y que contribuirá, por modo eficaz, a realizar el inmenso bien de estrechar, con los vínculos de intimidad sincera y provechosa, a dos pueblos hermanos. También se ha celebrado, con la misma República, un tratado de Extradición, que ha merecido ya aprobación del Congreso Chileno, y que el Señor Ministro de Relaciones Exteriores someterá a vuestro estudio. Chile, que siempre se ha manifestado deferente para con el Ecuador, acaba de darnos otra prueba de amistad, concediéndonos varias becas en sus colegios nacionales, que serán de grande utilidad para nuestra juventud estudiosa e inteligente. En la Legación Norteamericana ha ocurrido un cambio de personal: al Excmo. Señor Archibald J. Sampson, sucesor del Honorable Señor Tillman, se le ha reconocido en su elevado carácter de Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de los Estados Unidos de América. El Honorable Señor J. Hipólito Frandin está reconocido como Encargado de Negocios de Francia, Nación con la cual se ha celebrado un convenio, por el que, las Altas Partes contratantes, se garantizan recíprocamente el tratamiento de la nación más favorecida. También hemos ajustado con la República Francesa convenciones sobre propiedad literaria y cambio de paquetes postales, todo lo cual será sometido a vuestra decisión.

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Para la concurrencia de nuestras manufacturas y frutos a la Exhibición universal del año 1900, se han adoptado las medidas más conducentes a que el Ecuador figure, dignamente, en ese grandioso certamen de la civilización y del progreso. Para la Exposición Ecuatoriana en Berlín, se ha nombrado Delegado al Cónsul Señor Roberto Jannasch, y a este mismo Agente se le han conferido los necesarios poderes para celebrar un convenio de cambio de paquetes postales con el Imperio Alemán. El país ha estado debidamente representado en el Congreso Postal Internacional celebrado en Washington, en el Congreso Científico Latino Americano de Buenos Aires, en el Jubileo de S. M. la Reina Victoria, y lo estará así mismo, en la Conferencia Internacional de Historia y Demografía de Madrid, en el Congreso Internacional de la Historia de La Haya y en las fiestas del Centenario de Vasco de Gama en Lisboa. Se ha declarado el desahucio del Tratado de 1886 con la Gran Bretaña, con el objeto de celebrar otro que esté más en armonía con las necesidades de la época y de nuestro comercio. El Honorable Señor Antonio Díaz Miranda, Cónsul de España en Quito, fue promovido, por su Gobierno, a la categoría de Encargado de Negocios, y como tal se halla reconocido. Además, el Señor Antonio Díaz Miranda, representa al Gobierno de Italia, en lo referente a una reclamación de los Padres Salesianos, la cual se discute ya por medio de Jueces árbitros. En la guerra surgida desgraciadamente entre los Estados Unidos de América y España, se ha adoptado, como norma de conducta, la más completa neutralidad. Háse adherido el Ecuador al Reglamento Internacional, que indica los medios de evitar colisiones en el mar, y al Código Internacional de señales marítimas, publicado por el Admirantazgo Inglés. En las relaciones entre el Ecuador y la Santa Sede existe un grave asunto por solucionarse, y es el ajustamiento de un Concordato que deslinde, de una manera razonable y precisa, los deberes y derechos del clero, sin menoscabo de la religión predominante en el país y de acuerdo con la Constitución vigente. Anhelando terminar, cuanto antes y del modo más satisfactorio, tan interesante cuestión, se invitó a la Santa Sede Apostólica para que acreditase un Representante debidamente autorizado para arreglar las diferencias pendientes.

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Debido a esta invitación, que se hizo con el carácter de premiosa, el Sumo Pontífice Romano se dignó elegir a Monseñor Gasparri para que le representase en el Ecuador, debiendo precederle Monseñor Juan Bautista Güidi, a fin de no retardar los arreglos más urgentes. Vino, en efecto, del Brasil, Monseñor Güidi, y en el acto, nombróse, con el carácter de Ministro Plenipotenciario ad-hoc, al Señor Doctor Don Manuel B. Cueva, investido de todas las facultades necesarias para tratar con el distinguido Enviado de la Santa Sede. Iniciáronse las conferencias entre los dos Representantes; pero, cuando menos se esperaba, Monseñor Güidi manifestó que carecía de autorización para tratar, y, aunque sus credenciales acreditaban lo contrario, se retiró, dando por terminada su misión con sólo haber conocido los deseos y propósitos del Gobierno Ecuatoriano. De la manera como se discutió, por parte del Ecuador, este delicado asunto, podéis juzgar por los documentos que os presentará el señor Ministro de Relaciones Exteriores, los cuales considero honrosos para el país. En la actualidad, Monseñor Gasparri se encuentra en Lima, sin que sepamos aún la época en que vendrá a esta Capital, para desempeñar la misión que le ha sido encomendada. La veneración que guardo por los Próceres de nuestro Independencia, quienes nos legaron una Patria, la más poderosa en las Américas del Sur y Central, me impele a fijar la atención en nuestra debilidad y pequeñez actuales, e indicaros lo que, a mi juicio, convendría realizar, para asegurarnos tranquilo porvenir, al abrigo de una hermosa confraternidad. Por ahora, intereses bastardos impiden pensar en la reconstitución de la antigua y gloriosa Colombia de Bolívar; pero sí sería fácil formar una Confederación que presente unidos, ante el Nuevo Mundo, a los pueblos que conquistaron su Independencia en los campos de Carabobo, Boyacá y Pichincha. Efectuada esta unión, esas nacionalidades, en lo tocante en sus asuntos internos, continuarán disponiendo de sus destinos, como a bien tuvieren, tal cual ha venido sucediendo hasta el día de hoy; pero, en lo referente a Relaciones Exteriores, formarían una sola entidad política compuesta de Venezuela, Colombia y el Ecuador confederados, con un total de ocho millones de habitantes, esparcidos desde las playas del Orinoco y Hoya Amazónica, hasta el Golfo del Guayas; es decir, en toda la extensión del territorio más rico del Continente de Colón.

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Una Dieta, compuesta de Plenipotenciarios de las tres Repúblicas, sería la llamada a organizar esa gran entidad internacional, que nos mostraría fuertes y respetables ante las demás potencias, y nos permitiría representar un inmenso papel, como Nación, en la vida del porvenir. Además tendríamos la ventaja de que entonces, nuestras cuestiones de límites, tan peligrosas y de suma trascendencia ahora, siendo de suyo insignificantes al tratarse de una fraternidad práctica, serían arregladas por Juntas Anfictiónicas, como querellas de familia. Meditad, os ruego, al calor de acendrado patriotismo, plan tan vasto como provechoso, a fin de que si, con la mirada siempre fija en lo porvenir, lo estimáis oportuno, me autoricéis para proponer, sin demora, a los Gobiernos de Caracas y Bogotá, la reunión de un Congreso preliminar, en el que se discutan las bases de la gran Confederación que ha de verificarse después, naturalmente con el mutuo acuerdo de los pueblos respectivos. La situación económica ha mejorado en algún tanto, a pesar de las dificultades, al parecer invencibles, que ha venido presentando. La desmoralización en el manejo de las rentas públicas, durante el régimen anterior, es notorio al país, así como los perniciosos efectos que han producido. En consecuencia, el Gobierno actual heredó de las Administraciones pasadas la bancarrota, en todas sus variadas formas, situación que se agravó a causa de los ingentes gastos ocasionados por la guerra civil de 1895 y 1896. Nuestra renta principal, la de la aduana de Guayaquil, se ha encontrado siempre comprometida por obligaciones improrrogables, cuyos pagos han afectado de una manera sensible, el modus vivendi diario. Por esto, comprenderéis fácilmente, cuántas y cuán graves dificultades rentísticas se habrán presentado a mi Gobierno; y por que éste, constreñido por supremas necesidades de salud pública, haya tenido que adoptar medidas salvadoras y honorables, suficientes para no llegar al extremo de no hacer uso de las odiosas facultades que conceden al Ejecutivo los apartes 2º y 3º del artículo 98 de la Constitución, para cobrar anticipadamente las contribuciones, o exigir empréstitos forzosos. Los ingresos en 1897 han subido a S/. 6.760.544,58 Y los egresos a S/. 5.690.219,73 La diferencia que entre estas dos Partidas aparece, proviene de la cuenta de Crédito Público y de la existencia de Caja de las Tesorerías, como se explicará en los cuadros anexos a la Memoria respectiva.

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Como entradas de las Aduanas marítimas y terrestres figuran De los cuales corresponde a la De Guayaquil Divididos como sigue: Importación Exportación, sustitución, diezmo, Impuestos adicionales de Exportación, etc. Y partícipes

S/. 5.568.621,92 S/. 5.373.198,81

S/. 2.668.003,17 S/. 742.295,92 S/. 1.962.899,72

El sistema arancelario que se observa en la República es muy deficiente, y pide variación absoluta. A causa de esta deficiencia y de las inventariadas y viciosas rutinas que están en práctica, sucede que, a pesar de manejar la Aduana de Guayaquil un personal tan honorable como competente, siempre se encuentra atrasado el cobro de algunas quincenas. El arancel norteamericano, que fija simplemente un tanto por ciento sobre el valor de factura, lo estimo como el más práctico, sencillo y correcto. El escandaloso contrabando que, hasta la formación del actual Gobierno, se efectuaba por el Muelle y por la Aduana de Guayaquil, se ha logrado que hoy sea casi imposible; mas, por desgracia, no ha podido conseguirse igual resultado respecto a las introducciones clandestinas que se hacen por las fronteras del Carchi y del Macará, donde se ha establecido una verdadera y muy alarmante corriente de tráfico ilícito. Vienen ya, hasta para el comercio de Quito, mercaderías que no pagan un centavo por derechos de importación. Esto se debe muy principalmente al escaso personal que la ley señala para impedir el contrabando por ese lado; pues, para vigilar la frontera del Carchi, apenas designa un cabo de resguardo y veinte guardas, en tanto que la vecina República de Colombia mantiene, en esa misma zona, ciento veinte guardas, y ni aun así consigue impedir, en lo absoluto, el paso de bayonetas y otros artículos que, comerciantes de ambos países, introducen a Pasto de contrabando. La provincia de Loja se abastece, en gran parte, de lo que libremente introducen los especuladores por la extensa línea del Macará, que materialmente es imposible pueda ser vigilada por sólo doce guardas que la ley establece para tal objeto.

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Así mismo por el cantón de Santa Rosa, tanto por tierra como por mar, se efectúa un constante contrabando, que no puede impedirse con el escaso resguardo existente y que también exige seria atención. Otro tanto puede decirse del Pailón, en la provincia de Esmeraldas. Por lo expuesto, os recomiendo dictéis las providencias necesarias para atajar este mal, que amenaza reducir considerablemente nuestra renta aduanera. El millón y medio de sucres en Bonos de Aduana, fue depositado en el Banco Comercial y Agrícola, recibiendo el Gobierno un anticipo de S/.630.000, y por esta cuenta se debía el 30 de Junio último S/.209.347,47. El empréstito de S/.650.000 levantado en Setiembre de 1896, ha sido cubierto ya, con sus respectivos intereses, al Banco Comercial y Agrícola. Las cuentas todas de los Bancos han bajado notablemente; sólo al Banco del Ecuador se le ha pagado, hasta el 31 de Julio último, la suma de S/.735.187,08 por deudas contraídas por los Gobiernos anteriores al de Junio de 1890, y además S/.150.000, valor de una mensualidad que el último de ellos recibió adelantada, por cuenta de su contrato de anticipos sobre las rentas de Aduana. En el ramo de sal ha producido en el año 97, la suma de S/.253.854,66. También exige reforma la ley sobre el estanco de este artículo, pues ella da margen a un contrabando que perjudica mucho al Fisco. Además la provincia del Carchi se abastece con sal introducida clandestinamente de Colombia. El impuesto sobre aguardientes ha rendido en 1897 la suma de S/.322.105,57, producto insignificante, debido a la ley de la materia; y, por tanto, se hace indispensable adoptar otro sistema de impuesto sobre ese artículo, procurando la sencillez en el procedimiento y la mayor equidad al gravar al productor, con el objeto de alejar la posibilidad del contrabando, y conseguir así que el rendimiento sea cuantioso, cual debe esperarse de la sabiduría del Legislador. Se ha convocado licitadores para el arrendamiento de las minas de brea y petróleo de Santa Elena, sobre la base condicional de cuatrocientos mil sucres por veinte años. Los plazos de la licitación se han ido prorrogando, y el último, que está fijado para el 30 del mes en curso, también será necesario prorrogarlo, para favorecer la competencia. Aún no se ha presentado ninguna propuesta; pero informes privados que he recibido, me hacen esperar que se logrará arrendar las referidas minas en mayor cantidad que la indicada.

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Os recordaré, que los Sres. M. G. Mier y Compañía obtuvieron de la Convención Nacional de 1878 un privilegio, por veinte años, para explotar esa propiedad nacional por la suma de 1.100 pesos febles al año. Dicho privilegio terminó el 22 de Mayo próximo pasado, y, desde entonces, se arrendaron provisionalmente al señor Antonio B. Agacio dichas minas, por 3.000 sucres anuales, hasta el 30 del mes actual, o hasta que el Gobierno verifique la licitación de que os he hablado. Además, se ha levantado un plano y redactado un informe científico de las referidas minas, todo lo cual se ha remitido a nuestros Consulados de ultramar, para dar a conocer debidamente esa valiosa propiedad. Espero señaléis al Ejecutivo el modo cómo, en definitiva, debe proceder respecto a este asunto. El estanco de pólvora ha producido S/.35.625,73, y se han recaudado S/.41.699,55 por impuesto sobre tabaco, correspondiente todo al año anterior. Respecto al ramo de tabaco se me ha iniciado una vasta negociación sobre la base de un monopolio a cambio de un empréstito al Gobierno, en cantidad suficiente, para pagar todas las deudas de la Nación; empréstito que será amortizado con parte de las utilidades de ese monopolio. Cuando se me presenten formalmente las bases para este negociado, las pasaré a vuestro estudio, para que, conciliando los intereses económicos del país, con los de la clase trabajadora que se dedica a esta industria, resolváis lo conveniente. Un Sindicato de capitalistas franceses, es el que desea acometer tal empresa. El ramo de timbres, en el año próximo pasado, produjo: Por timbres fijos y móviles S/. 117.639,88 Por timbres telegráficos S/. 15.127,31 Por timbres postales S/. 41.812,63 Por timbres conmemorativos S/. 7.219,95 Es de advertir que, desde antes del advenimiento de la Jefatura Suprema del 95, había venido realizándose una gran falsificación de papel sellado, la cual no pudo notarse sino después de algún tiempo. Además, cuando, en Agosto de 1895, esta ciudad quedó abandonada, a consecuencia de la fuga de los sostenedores del antiguo régimen, se efectuó un gran fraude de sellos postales, y tanto par eso, cuanto por haberse verificado después otro fraude del mismo gé-

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nero, del cual se dio oportuna denuncia al Poder Judicial, el Gobierno hubo de dictar providencias para remediar el mal; y a ello responden las disposiciones contraídas a declarar inválido el papel sellado que se hallaba en uso y a ordenar la incineración de gran cantidad de sellos de varias clases, sobre todo postales. Debido a lo expuesto y a la deficiencia de la ley de la materia, lo producido por este ramo en el año anterior, sólo monta a la suma de S/.181.799,77; hé aquí indicado el origen de las dificultades gravísimas, que, en este año, ha arrostrado la instrucción primaria especialmente. El impuesto sobre timbres produce generalmente en otros países una renta de consideración. Por ejemplo, en México rinde sobre veinte millones de pesos, teniendo esa República doce millones de habitantes. Tomando, pues, por norma esa proporción, en el Ecuador debería producir, por lo menos, dos millones de sucres. Conviene, por tanto, fijéis vuestra atención en este importantísimo punto y hagáis, en la ley respectiva, las reformas necesarias para que ella produzca los mejores resultados. La Contribución general del 1% y 2% y 3% produjo en el primer semestre de 1897 S/. 15.576,07 Y el segundo S/.123.137,26 Los catastros que existía para el cobro de esta contribución, dejan mucho que desear en toda la República, salvo contadas excepciones. Por esta razón en algunas provincias han transcurrido largos años sin que ingrese un solo centavo, y en otras lo que se ha logrado cobrar no es lo que en justicia debía percibir el Fisco, por ese ramo. Es por tanto necesario levantar nuevos catastros, y he tomado empeño en que ello se verifique por personas competencia, a fin de obtener el mejor y más equitativo resultado. Por alcabalas se ha recaudado, en el año de 1897, la suma de S/. 158.124,20 El monto de los derechos percibidos por nuestro Cuerpo Consular durante el año anterior, fue de S/. 79.216,69 Desde el mes de Febrero de 1896 hasta el de Abril de 1898, se recaudaron por el 10% de derechos de importación afecto al pago de la Deuda Externa, S/.531.878,54. De esto, existen depositados en el Banco Comercial y Agrícola S/.83.448,79. La diferencia S/.448.429,75 hubo, imprescindiblemente, de emplearse para atender a gastos ineludibles y premiosos del servicio público,

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en fuerza de la necesidad y contando para la consiguiente reposición con el 50% del producto de los Bonos de Aduana, producto que está destinado a ese objeto, y que, con lo correspondiente a las quincenas que aún figuran en el Ingreso de los libros fiscales, tal vez alcance a la suma de S/.600.000. Siendo como es notoria la severidad como siempre he tratado a la llamada “Deuda Inglesa”, no necesito afirmar que, sólo en presencia de angustiosas disyuntivas relacionadas con la conservación del orden, pude resolverme a tocar ese delicado depósito, aún con la seguridad de que, cuando llegase el caso, tendría facilidades para reponer la cantidad de que hubiese dispuesto, y dejaría así salvada cualquier dificultad. En los estudios de la línea de Chimbo a la carretera, frente a Sibambe, se ha gastado la suma de S/.206.003,53. Se impone ya en el Ecuador la necesidad de adoptar el Talón de oro, por varios motivos y, muy especialmente, porque la fluctuación de los cambios de margen para que se efectúe un juego de Bolsa, que ha perjudicado ya mucho a nuestro comercio y que amenaza arruinarlo. La comisión de monedas nombrada por el Gobierno, ha elaborado un proyecto de conversión, que os será presentado original, lo mismo que otro que debo recibir, y en vista de ello, el Ejecutivo emitirá oportunamente su opinión acerca de este problema de tanta trascendencia para el porvenir. Al introducirse las convenientes reformas en la Ley del impuesto sobre aguardientes y en la de Timbres, de suerte que se obtenga por ellas el debido rendimiento, puedo asegurar que habrá más de lo necesario para que cada provincia esté en condiciones de atender a su presupuesto civil, como acontece ya con las de Cañar, Imbabura, León, Tungurahua y Bolívar, a las cuales hoy, salvo pequeños y excepcionales auxilios, el Gobierno sólo suministra lo preciso para el sostenimiento de sus guarniciones y policía. El trabajo que le corresponde al Ministerio de Hacienda, resulta ahora tan recargado, que le es enteramente difícil poder desempeñar las diversas y laboriosas secciones de que se compone; y, por esto, no se ha conseguido aún tener todos los libros con el día, a pesar de la asiduidad y constancia que los empleados han empleado a ello. Sin embargo ha logrado mejorar este servicio hasta donde ha sido posible. Esto, no obstante, si pudiese ser reformada la Constitución antes del año de 1901, pediría de nuevo que, en el acto, se aumentase el número de los Ministros Secretarios de Estado con un Ministro del Tesoro, seguro de que con esto lograríamos tener una contabilidad fiscal completa-

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mente satisfactoria, lo que, como se ocultará a vuestra ilustración facilitaría la buena marcha administrativa; pero, como tal reforma es prohibida por la misma Constitución, me abstengo de pedir absolutamente nada al respecto. El Señor Ministro del Ramo completará detalladamente los datos que, en orden a la Hacienda Pública, acabo de daros. El convenio celebrado el 14 de Julio de 1897, entre el Gobierno debidamente autorizado, y el señor Archer Harman, para la construcción de un Ferrocarril Trasandino, fue perfeccionado de acuerdo con el Art. 1º del contrato referido. Con fecha 9 de Septiembre de 1897, se me hizo saber que se había formado la respectiva Compañía Empresaria en Jersey City, siendo su Presidente el señor Charles R. Lee y Secretario el señor Edward Morley, y a este acto le conferí la aprobación debida. Por parte de los enemigos de la Empresa se han puesto en juego activísimas intrigas para frustrar la formación de la mencionada Compañía; pues a la par que propalaban, en todos los tonos, dentro del país, que el contrato era ruinoso para el Ecuador, hicieron llegar, a manos de los accionistas de la Empresa, informes de que el Ferrocarril costaría de 25 a 30 millones de pesos oro, en lugar de los 17 millones calculados por el señor Harman; agregando además a guisa de adehala, que sería imposible que el público tomase acciones, tratándose de negocios con una Nación desacreditada, cuyo Gobierno acababa de repudiar su Deuda Externa. Felizmente el señor Harman conocía ya al país, y había tenido ocasión de palpar la justicia que caracteriza a mi Gobierno en todos sus actos, y desvaneció los temerarios cargos formulados; mas, para llevar adelante la gran empresa de una manera eficaz, era necesario remover el obstáculo de la llamada Deuda Externa, y, en consecuencia, los contratistas resolvieron comprarla, creyendo poder adquirirla al bajo precio que se había cotizado, y, con tal propósito, partió a Londres el señor Harman. Por su parte, los tenedores de bonos ecuatorianos, en presencia de un fuerte comprador, elevaron, de una manera extraordinaria, el tipo de su papel, y sólo, con mucha labor y dificultad, pudo obtener el señor Harman condiciones relativamente razonables. Las bases que primeramente se transmitieron de Londres, por cable, para convenir en la amortización de la deuda, las rechacé: y, después de varias gestiones, de acuerdo con el Consejo de Estado, quedaron fijadas otras que son las siguientes:

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Aceptada la deuda al tipo de 35%, con 4% de interés y 2% de amortización anuales, garantizados con renta de Aduana. Pagar 6.000 libras por gastos; y Dedicar los fondos existentes del 10% a la amortización de la deuda reducida. Esto tiene la ventaja de que, al formalizarse el convenio, la deuda quedará reducida aproximadamente a 200.000 libras esterlinas; y el servicio podrá hacerse con parte del 10% de los derechos de exportación, quedando el saldo para el Gobierno. Sin la necesidad de favorecer la obra de nuestro Ferrocarril Trasandino, obra grandiosa que atraerá y desarrollará la riqueza en las principales provincias de la República, especialmente en las Interandinas, sin esa necesidad, repito, habría rechazado el arreglo, porque me repugnaba, en extremo el alza abusiva del tipo; pero, antes de dar oído a mis particulares sentimientos, debía atender a las conveniencias del país, y por eso acepté las condiciones apuntadas. Sabéis, Señores Representantes, que el Congreso de 1894 autorizó al Gobierno del Sr. Dr. Luis Cordero para un nuevo arreglo con los acreedores extranjeros, en lo tocante al pago de intereses y amortización, pero sin disminuir, en dicho arreglo, el capital reconocido. En consecuencia, en Marzo de 1895, celebróse, el convenio correspondiente, y, a no ser por el Decreto expedido por la Jefatura Suprema el 14 de Marzo de 1896, habría quedado la Nación debiendo, por muchísimos años, alrededor de 700.000 libras esterlinas, a más de sacrificar inútil e indefinidamente el gravamen sobre Aduanas, destinando a su cumplimiento; mientras que, por el arreglo Harman, quedará, como os he manifestado, rebajada la deuda a 200.000 libras esterlinas aproximadamente, y el servicio reducido a la menor expresión. Hasta ahora, sólo tengo motivos para juzgar favorablemente del Señor Archer Harman y de sus asociados en la Empresa ferrocarrilera, quienes han efectuado ya desembolsos relativamente considerables, sin que el Gobierno les haya ayudado ni con un solo centavo, en tanto que, en épocas de vergonzosas recordación para el pueblo ecuatoriano, los dineros del Fisco eran los sacrificados a la sombra de contratos ferroviarios, llegando la farza a tal extremo, que hasta los planos proyectados entonces, para el trayecto de la línea del puente de Chimbo a Sibambe, eran inexactos, según testimonio del Señor Müller. La guerra que inopinadamente ha sobrevenido entre España y los Estados Unidos, ha demorado los arreglos definitivos que tiene que hacer la Compañía, y, por consiguiente, también el comienzo de los trabajos; pero tengo aviso de

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que, a pesar de este contratiempo imprevisto, prepara el envío de materiales y que, dentro de poco tiempo más, se pondrá en viaje el Señor Harman, seguido de un respetable Cuerpo de Ingenieros. Considero, por lo expuesto, muy seria y respetable la expresada Compañía; y si, por un acaso, obstáculos inesperados e insubsanables, hiciesen fracasar la empresa, ninguna suma perdería la Nación; pero tengo confianza de que la grande obra redentora del Ecuador, se realizará durante mi Administración. En las Memorias de los señores Ministros de Obras Públicas y de Hacienda, encontraréis insertos los documentos que se relacionan con la Empresa del Ferrocarril Trasandino y el arreglo de la malhadada Deuda Externa. En Agosto del año próximo, el Gobierno entró en posesión del Ferrocarril de Durán a Chimbo y, desde entonces hasta el 31 de Diciembre del mismo año, esa propiedad nacional ha producido S/.91.542,77. Deducidos los gastos ordinarios y los sueldos de empleados, el saldo del anotado rendimiento, se ha invertido en mejoras de la obra; pues la línea se recibió en mal estado y ha sido menester continuar reconstituyéndola casi de nuevo. Durante el invierto antepasado, las lluvias torrenciales destruyeron el puente de Yaguachi e inundaron la parte baja de la vía, al extremo de interrumpir el tráfico; pero los daños causados fueron reparados sin demora, y el servicio se encuentra restablecido. Los trabajos de los caminos de herradura de Ibarra al Pailón, del Girón al Pasaje y de Pelileo a las montañas de Canelos se han continuado con empeño y se hallan muy avanzados. El camino de Chone a Quito, por las montañas de Santo Domingo de los Colorados, estará expedito para el tráfico antes de terminar el año en curso; y el ramal de Riobamba a la carretera está ya concluido. Para el nuevo edificio de la Aduana de Guayaquil, se ha convocado licitadores dentro y fuera del país, de acuerdo con un plano levantado al efecto; mas debo haceros notar que, tratándose de una obra de primera clase como ésta, que tal vez costará alrededor de un millón de sucres, el pago resultará muy dilatado, si se efectúa con sólo el 4% de los derechos de importación que señala la ley, lo cual tiene de influir desfavorablemente en el precio que fijen los que presenten propuestas para la construcción del citado edificio. Por lo tanto, opino sería más conveniente fijar un derecho adicional de 10% sobre la Importación por la Aduana de Guayaquil, con el exclusivo objeto de atender a la

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obra de que os hablo. Con este aumento en la renta, sobrarán licitadores, y, de la competencia, resultará ventaja en el costo y prontitud en la ejecución. El Puerto Bolívar fue inaugurado el 24 de Julio de este año, aniversario del natalicio del Libertador; pero todavía no se ha abierto al tráfico, atendiendo a las observaciones de la Cámara de Comercio de Guayaquil, y a la aproximidad de la reunión del Congreso que, con mejor acuerdo, puede ahora resolver lo conveniente. Aún cuando en el presupuesto no existe asignación alguna para obras nuevas imprevistas, se ha atendido a las de mayor urgencia, con cargo a la partida de “Gastos extraordinarios”. El Ministro del ramo os dará cuenta detallada de estos particulares. Dedicado por la ley, el producto del ramo de timbres, para atender a la Instrucción Pública, calculándolo en S/.400.000, ha resultado que, el rendimiento del impuesto referido, sólo monta a la suma de S/.181.799,77; razón por la cual se ha tropezado con verdaderas dificultades para cubrir el costo que ocasiona la buena marcha de la Instrucción, a tal punto que, parte de ellos, se han pagado con los fondos para gastos extraordinarios. Si la Convención Nacional hubiese sancionado la Ley de Timbres que modificaba la existente, es seguro que no habríamos tenido tan notable diferencia entre el rendimiento calculado y el efectivo, y el servicio de la Instrucción se habría verificado con regularidad y hasta con holgura. Sin embargo, han funcionado, en toda la República, 758 escuelas, a las que han asistido 50.000 alumnos de ambos sexos. A favor de los más aprovechados y estudiosos jóvenes se sostienen en el Exterior las becas siguientes: Varones.- En París 1 para Medicina y 2 para Agronomía En Roma 1 para Pintura En Estados Unidos 2 para Electricidad y 3 para Ingeniería. Señoritas.- Una en Londres y otra en San Salvador, para Pedagogía. Tanto el Instituto Mejía de esta Capital, como el Colegio Olmedo de Guayaquil, ambos de reciente creación, se encuentran en buen pie y prometen ser de los mejores de la República. Salvada que sea, como lo espero, la escasez de la renta señalada para la Instrucción Pública, sólo faltaría completar tan importante ramo, creando Escuelas de Artes y Oficios para niñas. El Ejército ha continuado adquiriendo regular organización, y tanto por esto cuanto por su lealtad y disciplina, es invencible guardián del orden público.

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A él se deben los beneficios de la paz que disfrutamos, y es seguro que, para mantenerla, no trepidará en sacrificarse abnegadamente, en caso que fuere necesario. Nuestros bravos soldados, hechos a las privaciones y conocedores de su alta y honrosa misión, han correspondido perfectamente a la confianza de la Nación y del Gobierno, siéndole a este sensible que, por la penuria del Tesoro, no siempre haya podido satisfacerles todos sus haberes, lo que va efectuándose como mejoran las actuales circunstancias. Son dignas del mayor encomio la aplicación y la constancia con que los Jefes, Oficiales y soldados se dedican al estudio y manejo de las armas modernas, y de los adelantos que en ellas se hacen; lo que prueban que aman la noble carrera a que pertenecen y sienten verdadera satisfacción en servir bien a la Patria y a la Libertad. Se han establecido escuelas primarias en los cuarteles, a fin de que, hasta los soldados rasos, sepan leer y escribir. Nuestros recursos no nos han permitido aumentar la flotilla nacional; pero se ha atendido a la conservación de los buques que poseemos. El “Cotopaxi” ha sido seriamente reparado y se encuentra en condiciones de hacer el servicio entre la costa y el Archipiélago de Colón, al cual me propongo dedicarlo, para favorecer la rica agricultura de esa parte de la República. La cañonera “Tungurahua” necesita de algunas reparaciones, y ya se ha pedido a Europa lo necesario para efectuarlas; pero tal como está, puede todavía funcionar. Cuando comiencen los trabajos del Ferrocarril Trasandino, emplearé en ellos algunos batallones alternándolos convenientemente. Con esto se aumentará los haberes del soldado; mantendremos nuestro Ejército permanente con un presupuesto muy reducido, y podremos contar con buena base para levantar, con facilidad, una respetable fuerza en cuanto fuere preciso. Ha ocurrido una que otra falta cometida individualmente por algún militar, cosa harto común aún en los países más adelantados que el nuestro; sin que ninguna haya quedado impune. Muy satisfactorio me es deciros que estoy contento del comportamiento ejemplar de mis valerosos camaradas. Los gastos del Ejército, en el año anterior, ascienden a S/.1’868.930,17, de los cuales S/.881.065,96 corresponden al semestre. La administración de nuestras selváticas regiones del Oriente requiere, de modo inaplazable, una reorganización completa. Es también de urgente necesidad dictar leyes que favorezcan la inmigración que convenga al país.

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En Mensajes especiales os manifestaré lo que, a mi juicio conviene disponer respecto a Beneficencia, Policía, Agricultura, Comercio, Bancos, Concertaje de peones y otros asuntos. Terminaré reproduciendo aquí algo de lo que expuse a la Convención Nacional en mi Mensaje de 10 de Octubre de 1896, y es lo siguiente: “Procurar la descentralización de las rentas públicas lo más posible, es, en mi concepto, un asunto que debe ocupar, preferentemente, la atención de la Convención Nacional. Los asociados, teniendo particular interés en la recaudación e inversión de las rentas públicas, vigilarán especialmente su manejo y harán notorias las faltas que se adviertan, y las necesidades y reformas que deban llenarse o efectuarse. Igualmente, y para que día a día, en lo posible, pueda saberse el movimiento de la Hacienda pública, es menester que en la contabilidad fiscal se introduzcan reformas de trascendencia. Así como en la milicia no hay verdadero Ejército sin disciplina, en el orden económico no hay Hacienda sin método claro y sencillamente práctico”. En efecto, Señores Representantes, el desorden en que encontré la Hacienda pública, y que no podía remediarse en poco tiempo, ha sido la más grave dificultad con que he tropezado en mi Administración, y por eso reclamo de vosotros especial consagración en escogitar los medios mayormente eficaces para terminar, de la manera más rápida posible, la organización de todas y cada una de las oficinas fiscales. Arreglada la Hacienda Pública, el país, tranquilo y a la sombra de la paz, seguirá, con paso firme, el camino de su regeneración y engrandecimiento. Hago fervientes votos porque el más acendrado patriotismo y la más estricta justicia, prevalezcan en vuestras deliberaciones. Señores Senadores y Diputados. ELOY ALFARO Quito, Agosto 10 de 1898

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Mensaje del Presidente de la República al resignar el Mando Supremo ante el Congreso Nacional Honorables Legisladores: En conformidad con el Art. 143 de la Constitución, hoy es el día en que debo resignar el Supremo Cargo de la República; deber que, ante vosotros, me es altamente honroso cumplir. Al prestar solemnemente la promesa constitucional ante la Convención, el bien posible de la Patria y su progreso, fueron mi primordial objetivo; y aunque tan escabrosa ha sido la senda que, Administración tan combatida como la mía, se ha visto obligada a seguir, con todo, jamás me han faltado patriótico anhelo e infatigable tesón por el bienestar y adelanto de la República. Merced a la cooperación de los hombres de buena voluntad y a la abnegación y bizarría del Ejército con que felizmente ha contado mi Gobierno en todo trance, juzgo sin pasión que mi programa “Perdón y Olvido”, no menos que el de reparación y justicia, han sido fielmente cumplidos hasta este momento. Arrancar de la Administración pública las raíces de los vicios sembrados y hábilmente cultivados durante el larguísimo lapso de la dominación conservadora; abrir vías de comunicación, cuantas las han permitido nuestros recursos y la iniciativa de cada sección territorial; realizar el sueño más ardiente del ascendrado patriotismo, un ferrocarril al través de nuestra cordillera; levantar muy alto el Crédito público del abismo en que tanto tiempo yaciera; descartar la Instrucción pública de las trabas del monopolio que la envilecía; crear y fomentar instituciones magníficas para la inaplazable instrucción militar; sostener a fuerza de contrariedades y hasta sacrificios cruentos el sistema democrático adoptado y prescrito por la última de nuestras Constituciones; velar porque la libertad, la ley y la igualdad en el derecho no sean palabras vanas en la República,…he ahí la ambición más ardiente que me ha dominado durante el ejercicio del Poder. El Ecuador de hoy, en efecto, no es la República anterior a la imperecedera fecha del 5 de Junio de 1895; y esta sencilla comparación apenas me basta para aguardar tranquilo, como aguardo, el fallo de la Historia, no menos que el de todo espíritu imparcial y levantado. Tienda ahora vuestras arduas labores, HH. Legisladores, a la consolidación de la paz y de las instituciones del verdadero liberalismo; tiendan a la unión de sincera fraternidad de cuantos hemos militado por la regeneración de nuestra

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Patria, que de esta manera dejaréis al nuevo Jefe del Estado expedito el sendero que ha menester la República para su prosperidad. Tal es el voto más ardiente y sincero de quien, con abnegación, estará siempre listo hasta para el sacrificio de su existencia por el engrandecimiento de la Patria y del Partido Liberal. Honorables Legisladores, ELOY ALFARO. Palacio Nacional, Quito, Agosto 31 de 1900.

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Mensaje del Presidente de la República al Congreso Nacional sobre la necesidad de Premiar a los Buenos Servidores de la Patria Señores Senadores y Diputados: Allí donde las virtudes cívicas pasan inadvertidas; donde la labor patriótica de los ciudadanos no encuentra sino desdén y olvido, donde el premio reservado para los mejores servidores de la Patria, son la ingratitud y la miseria; no puede haber progreso moral, no puede haber civilización verdadera, no pueden formarse esos grandes patricios, honra y gloria de los pueblos ilustres. Estimular la virtud, premiar los sacrificios llevados a cabo en pro-común, venerar y proteger a los buenos ciudadanos, glorificar a los héroes y a los sabios, han sido siempre reglas infalibles de un buen Gobierno; por más que las pasiones de bandería hayan también perseguido con tesón a los hombres de verdadero mérito. Estos hombres no pertenecen únicamente a un partido político ni a una reducida agrupación de ciudadanos, sino a la República entera; porque el patriotismo y las virtudes cívicas no dejan de serlo en ningún bando civil, en ninguna escuela política, por contraria que sea a nuestras ideas. Todo ciudadano benemérito tiene, pues, derecho a la gratitud nacional; y el Estado se halla en el deber ineludible de acordar premios y dispensar protección a todos los ecuatorianos ilustres, sin distinción de colores políticos. Don Antonio Borrero, Presidente que fue de la República, aunque adversario mío en política, es ciudadano digno de encomio, si por su acrisolada honradez,

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si por los importantes servicios que ha prestado a la Patria como escritor y hombre público. En los más lóbregos días de la República, cuando el despotismo había como anonadado a la Nación, el Señor Borrero se irguió con la altivez propia de los defensores del Pueblo y “El Centinela” vino a ser uno como látigo de fuego para la tiranía. Y cuando por imprevistos acontecimientos llegó el Señor Borrero al Poder, por más que el partido liberal haya visto frustradas muchas de sus esperanzas, es indiscutible que la Administración fue honrada y tolerante: la probidad era el distintivo del Gobierno de aquel Magistrado. Y el Señor Borrero, anciano y pobre, vive hoy casi olvidado de sus conciudadanos, Señores Legisladores; y es menester que nos apresuremos a reparar esta injusticia, cumpliendo los deberes de gratitud y protección para con uno de los ecuatorianos más notables. Es menester que escogitéis el medio de manifestar palpablemente al País, que el Estado no olvida ni puede olvidar, a hombres como Borrero; y que corresponde a la Nación hacer llevadera la honrada ancianidad de todos sus buenos hijos. Es menester que señaléis siquiera una suma para costear la edición de los escritos del Señor Borrero, a fin de que la República no se prive de las producciones, de un escritor tan ilustrado. Os encarezco, pues, la deliberación de este importante asunto; puesto que el premio que acordéis al Señor Borrero, será a la vez un acto de estricta justicia, y un estímulo para que la juventud siga las lecciones de probidad de nuestros prohombres. Señores Legisladores, ELOY ALFARO. Palacio Nacional, en Quito, Octubre 5 de 1900

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Mensaje del Presidente de la República al Congreso Nacional Señores Legisladores: Motivo es de felicitación para la Patria veros hoy congregados en este recinto, dando cumplimiento a lo dispuesto por el Art. 44 de la Suprema de nuestras leyes; si bien me fue harto sensible que no llegara a verificarse el Con-

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greso Extraordinario, convocado para el 24 del mes que espiró, por la urgente necesidad de resolver asuntos de vital importancia para la Nación. Frustrada de manera definitiva y sin que para ello fueran menester nuevos sacrificios, la última, la más injustificable de las invasiones organizadas en la frontera del Norte; y extinguidas ciertas divergencias alarmantes que habían surgido en el partido liberal y que hacían temer por el orden público, éste, durante los últimos meses de mi Gobierno no ha sido alterado visiblemente, si bien las amenazas no han desaparecido. Mi Gobierno, sin embargo, con el fin de llevar a cima sus nobles y levantados propósitos, en orden a la regeneración del Ecuador, ha tenido que continuar en la lucha y lucha ardua contra la corrupción política de que os hablé en uno de mis anteriores Mensajes; y ésta es la causa de haber conservado yo las facultades Extraordinarias, de las cuales he hecho uso muy limitado. El Decreto de indulto general, con que mi Administración saludó la llegada del nuevo siglo, acreditando está la magnitud y clemencia del Gobierno radical para con sus enemigos, que lo son a la vez de la paz, y, por consiguiente, del progreso. Me complazco, pues, en repetirlo: todos los ecuatorianos sin distinción de colores políticos gozan hoy plenamente de las garantías constitucionales. Modificado por el último Congreso el art. 17 de la Ley de Régimen Administrativo Interior, para que estuviese en consonancia con el 101 de la Constitución, a fin de atender mejor al servicio público, establecí, por Decreto de 1º de Enero del año en curso, la Secretaría de Fomento, adscribiendo a ella a más de ese ramo, los de Crédito Público, Beneficencia, Agricultura, Estadística, Correos y Telégrafos, etc., que, con excepción del segundo pertenecían todos al Ministerio de lo Interior, Oficina de suyo recargada de trabajo y más ahora todavía con las atenciones que demandan la obra del Ferrocarril. Obedeciendo a lo prescrito por el Art. 1º de la Ley de 20 de Octubre de 1900 se expidió en 24 de Diciembre del mismo año, el Decreto reglamentario de las Casas de juego en Guayaquil; y por el de 24 de Abril próximo pasado quedaron también reglamentadas todas las otras casas establecidas o que en adelante se establecieren en la República con dicho objeto. Si por hacer entrar en la vida social a la Región de Oriente ha sido grande y tenaz el anhelo del Gobierno, las disposiciones legislativas, por desgracia, dictadas hasta ahora con este fin, han venido a ser en la práctica del todo nugatorias. Mientras no haya un camino fácil y expedito, siquiera hasta Archidona, los habitantes de esas comarcas continuarán en el mismo estado de barbarie que siempre lamentamos.

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Deuda de gratitud, y por tanto sagrada, para quienes no tuvieron reparo en derramar su sangre a fin de legarnos Patria y Libertad, fue la que se propuso pagar la Legislatura del 98, la que con tanto ahínco quiere verificarla el Gobierno, laudablemente secundado por los patrióticos miembros del Comité “Diez de Agosto”, que presto dará cima a la erección del monumento destinado a la memoria de los Próceres de nuestra Independencia. Cumple a mi deber como hombre público y a mi decidido interés por la integridad y salvaguardia del liberalismo ecuatoriano, dejar anotadas para que la Historia las estudie, las ilumine y las sancione, algunas de las faces que ha presentado el problema político que se encarnó en la lucha eleccionaria para la designación del Presidente de la República en el próximo período constitucional. En el ardor de esa lucha, como fue y aún es notorio, el país se veía amenazado de una conflagración armada. De los candidatos exhibidos prevalecían dos que, con razón o sin ella, fueron considerados por el sentimiento de la mayoría como representante de tendencias extremas, que no aseguraban la común aspiración a la tranquilidad de la República. En frase gráfica, pero injusta por lo absoluta, un notable escritor americano tuvo al uno como representante del Convento y al otro del cuartel. En tal situación, surgió una candidatura de conciliación, que fue acogida como vínculo de cordialidad entre los liberales y como prenda de paz y de concordia entre la familia ecuatoriana. Ella, además, se presentaba como promesa y como garantía de la prosecución en la política liberal implantada por el movimiento redentor del 5 de Junio de 1895. En ese concepto, con tales perspectivas y como encarnación de esos que tengo por loables objetivos, acepté esa candidatura en mi condición de ciudadano. La elección presidencial se efectuó en orden, obteniendo mayoría el candidato que simbolizó las patrióticas aspiraciones de quienes dieron ese valor y ese sentido a sus sufragios. La situación así despejada presagiaba una era de tranquilidad. Sin embargo, en el curso de poco tiempo surgió la desconfianza en el seno del liberalismo, desconfianza que relajaba su cohesión y que debía comprometer su fuerza e inhabilitar su labor. Más tarde fue manifiesto el peligro de un trastorno del orden público. Lo anómalo de la situación, y la natural deferencia a intereses vitales del liberalismo, imponían al candidato elegido su renuncia, como único medio de que la agrupación política de que él iba a ser personero, y sobre la cual pesa la responsabilidad de los destinos del país, reasumiera la aptitud y

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la libertad de disponer de su suerte y de proveer del modo que mejor la satisficiera a su necesaria unificación. Por desgracia no se cumplió ese acto de abnegación, que hubiera restablecido la calma cubriendo de gloria al propio tiempo a quien de ese modo propendía a la ventura nacional. Y la expectativa, así como la incertidumbre, lejos de conjurar fomentan la desconfianza y están dando ocasión a cambios de actitudes y a confusión en las opiniones. Esto hace temer para lo futuro una desviación en la línea recta y definida de una política genuinamente liberal. Estamos viendo a los vencidos en los campos de batalla y en las urnas electorales, formar en las filas del candidato en referencia, encubriendo su proceder con la calumniosa conjetura de que el actual Gobierno prepara un golpe de Estado. Bien saben quienes aparentan esa patriótica alarma, que el empeño de mi palabra y mis antecedentes me ponen a cubierto de sospechas acerca de propósitos indignos de un hombre de mi carácter. Altos y nobles han sido los motivos que determinaron palabras o insinuaciones mías a que se ha querido dar una torcida inteligencia. He contribuido a los sacrificios que mi causa ha demandado para hacerla triunfar y exaltarla; he consagrado a sostener su existencia política todos mis desvelos y todas mis energías; he dado a ella la mayor y mejor parte de mi vida; tengo para ella mis mejores pensamientos y mis más puros deseos; y no pido sino el derecho de contribuir a su afianzamiento, y que se me crea que no amenazo su vida ni procuro su ruina. Sufro inmensamente cuando la veo en peligro, y del mismo modo que me siento capaz, en pro de ella, de todas las abnegaciones, supongo también en los demás la misma disposición a idénticos sacrificios. Mis palabras, mi actitud, han sido un reclamo, no una imposición. Ellas expresan las inquietudes de un patriota, sin poner jamás en tortura la rectitud del Magistrado: en ese carácter, el camino que me señala la ley es el que debo seguir: He creído e insisto en creer que la actitud actual de las opiniones se presta respecto del liberalismo a muy serios peligros. El apoyo del adversario, sea espontáneo o requerido para resolver cuestiones de incumbencia doméstica de una comunidad política, no puede ser desinteresada, dadas nuestras circunstancias y nuestros antecedentes históricos. Los cambios políticos radicales no se improvisan; y de una comunidad como el partido conservador ecuatoriano, sobre el cual pesa el atavismo fatal de tres siglos de espíritu absorbente, autoritario y tradicionalista, no surge de improviso un partido eminentemente democrático. Gobiernos de transacción, de compromiso, no son todavía para nuestra educación

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política. Después de una servidumbre de muchos lustros, el liberalismo en el Ecuador responde a sus compromisos históricos adaptados sus ideales a la primordial necesidad de su existencia y a las condiciones de educación de nuestro pueblo. Bastante he hecho con procurar calma odios inextinguibles, ilustrar las masas, empeñarme en abrir vías de comunicación, otorgar garantías para todos los derechos. Pero el manejo de la dirección política hay que efectuarlo con sus hombres y según sus propósitos para ir hacia la luz, hacia el progreso. En la dirección política es reclamo de vida el deslinde de los partidos. Las fusiones, tenemos ejemplos próximos, palpitantes y vivos, desmoralizan los partidos y envilecen a los pueblos. Hago esta digresión para encarecer a los Señores Legisladores, continúen manteniendo como hasta aquí sus propios ideales, pues el sostenimiento de la existencia definida, incólume de su propio partido, como base y fuente de una moralidad política nos librará de agrupaciones híbridas. En las actuales perspectivas mi deber es claro: resignaré ante vosotros el mando de la República el 31 del presente mes para retirarme a la vida privada; pues solamente prestaré mis servicios a la causa genuinamente liberal. Confío en que vosotros y el país entero, reconoceréis que tengo como el primordial de mis deberes y el más escrupuloso de mis cuidados no empañar mis glorias de republicano. Que los liberales se mantengan a la altura de sus nobles propósitos: que la Nación prospere y se engrandezca a impulsos de las más generosas ideas y de los esfuerzos de todos sus buenos hijos, son mis grandes ambiciones; que ellas se realicen y tendré por gratas muchas torturas y algunas ingratitudes, y hasta por coronas las actuales acerbas infundadas calumnias. Si fuere menester, en Mensaje especial volveré a tratar con más amplitud el punto a que se contrae esta parte de mi informe. Nuestras Relaciones Exteriores se mantienen en el mejor pié; y puedo afirmaros que el Ecuador cultiva cordial amistad con todas las Naciones civilizadas. El Honorable Cuerpo Diplomático, acreditado en Quito, se compone de los dignos Representantes de los Estados Unidos del Norte, Chile, España, Francia y el Perú. Los Honorables Diplomáticos que representan a Alemania, Bélgica, Inglaterra e Italia, tienen su residencia en Lima, desde donde se entienden con la Cancillería Ecuatoriana. La República Argentina y la de Colombia hánnos enviado también sus Ministros Plenipotenciarios y Enviados Extraordinarios, los que se hallan ya en esta Capital.

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El Excmo. Ministro Plenipotenciario y Enviado Extraordinario de los Estados Unidos del Norte América, hubo de ausentarse temporalmente; pero se hallará de regreso después de poco. Nuestra Cancillería ha recibido aviso oficial de que el Sr. Arzobispo de Farsallia ha sido nombrado por la Santa Sede para Delegado Apostólico residente en Quito. El Diplomático Pontificio se hallará en esta Capital hasta el 15 del mes entrante. En el Cuerpo Diplomático Ecuatoriano he tenido a bien aumentar el personal secundario de las Legaciones; y he puesto preferente atención a la obra beneficiosa de nacionalizar el Cuerpo Consular. También he acreditado al Sr. Dn. Homero Morla como Ministro Residente en la Gran Bretaña. El Ministro de Relaciones Exteriores os dará cuenta de la estrictez con que, por nuestra parte, hemos cumplido lo estipulado en los Protocolos CarboCuerpo Márquez y Peralta-Uribe. Las autoridades colombianas fronterizas no han correspondido a este leal proceder, y hasta han puesto empeño en violar manifiestamente esos pactos. La organización de invasiones allende el Carchi, puede decirse que ha sido permanente hasta hace pocos meses; pero el Ejército Ecuatoriano ha sido una valla inexpugnable para los invasores y los que protegían. Debo, sin embargo, advertiros que nuestras amistosas relaciones con Colombia no se han alterado. El 24 de Noviembre del año último, recibí en audiencia pública solemne al Excmo. Dr. Dn. Aurelio Sousa, Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario del Perú. Este distinguido Diplomático mantiene la mejor armonía con nuestro Gobierno; y confío en que su labor será eficaz para la terminación de nuestras diferencias con la República del Sur. El Ministro Peralta, cumpliendo especiales instrucciones del Gobierno, solicitó también que se concediera la dignidad cardenalicia al Prelado Metropolitano del Ecuador; y el Excmo. Sr. Gasparri ofreció someter esa solicitud a la Santa Sede, como consta en un recuerdo especial. Como consecuencia de las Conferencias de Santa Elena, el Delegado Apostólico declaró oficialmente restablecidas las relaciones entre la Iglesia y el Estado; y prescribió al Clero la obligación de respetar la Autoridad constituida, con lo que desapareció el pretexto religioso para la guerra civil. A pesar de la penuria fiscal, la Instrucción Pública ha dado muchos y grandes pasos en la senda del adelanto.

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Al hablaros de las obras públicas, he manifestado ya las adquisiciones de nuevos locales para Colegios Escuelas, así como la reconstrucción o mejoramiento de otros edificios destinados al mismo objeto. El Ministro de Instrucción Pública os dará minuciosos informes sobre este ramo que viene a ser la piedra angular de la prosperidad nacional. El os hablará del prodigioso aumento de alumnos en las escuelas primarias y en los planteles de instrucción secundaria y superior; de las nuevas asignaturas establecidas en las Universidades y Colegios; de la fundación de escuelas pedagógicas y nocturnas de obreros; del aumento de becas para facilitar la instrucción y educación de los militares y niños pobres; en fin, de todos los esfuerzos del Gobierno a favor de la difusión de las luces, y de todos los obstáculos con que ha tropezado en su patriótico empeño. Os recomiendo, sí, que prestéis preferente atención al aumento de rentas destinadas a la Instrucción pública, en especial a la enseñanza primaria. Como lo notaréis en el cuadro de egreso, lo invertido en Instrucción Pública asciende a S/.559.665,60, incluyéndose en esta cantidad S/.34.800,81 que corresponde al Colegio Militar. Los Tribunales de Justicia, puede afirmarse que generalmente cumplen sus augustos deberes; pero, os diré con pesar, que hay algunos Jueces que están muy lejos de merecer el alto cargo que desempeñan. La Administración de Justicia es deficiente y tardía en algunos distritos; más, teniendo el Ejecutivo que respetar religiosamente la independencia del Poder Judicial, no le ha sido posible reprimir los abusos y castigar la negligencia de esos Jueces y mucho menos cambiarlos con otros que llenen a conciencia sus delicadas funciones. Al Juez que prevarica, que deniega o retarda la justicia, se le puede enjuiciar y castigar, cierto, Señores Legisladores: pero esos enjuiciamientos escollan no pocas veces en resistencias que o es del caso exponer, y el Juez culpado queda impune. La recta Administración de Justicia es el fundamento del bienestar social; y por lo mismo, espero que, en vista de los datos que os dará el Ministro del Ramo, vuestra sabiduría escogitará los medios más adecuados para disminuir el mal, aunque no sea posible extirparlo. Penetrado de la importancia del Ramo de Policía, incesantes han sido mis esfuerzos por levantar en lo moral y material, a la altura que se merece Institución de tanta trascendencia; y he logrado que siquiera en Quito y Guayaquil llegue a cumplir su cometido de manera bastante satisfactoria. Palmarios han sido también los resultados de su benéfica influencia en la zona de los trabajos fe-

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rrocarrileros, en comarcas como en Canelos, Santo Domingo de los Colorados, Archidona, el Aguarico, etc., que por lo extensa de su territorio, lo apartadas que se hallan de los centros de población y de la vigilancia inmediata de la autoridad, el crimen prevalecía impune hasta la transformación política de 1895. Pero como el objeto primordial de la Policía, antes que castigar el delito, debe ser prevenirlo, se hace imperiosa la necesidad de que, por todos los medios posibles, ensanchéis la esfera de acción de la Policía de O. y S.: poner nuestro Código Penal en consonancia con las instituciones que hemos reformado; y señalar en el presupuesto fondos suficientes, para que el Ejecutivo pueda establecer Policías rurales militarmente organizadas, en todas las provincias y de preferencia en las de la Costa que justamente y con instancia las reclaman, hé aquí los dos puntos capitales a que, en asunto de tanta monta llamo vuestra atención. Después de la seria atención que, de parte mía, han requerido el mantenimiento del orden público y la consolidación de la paz, mis labores como Gobernante se han dirigido de preferencia a las obras públicas. Muy importante ha sido el empuje dado a estas en estos últimos años de mi Administración, especialmente a los caminos, arterias sin las cuales se haría imposible la vida de los pueblos. De aquí mi constante afán porque todas las provincias tengan salida directa y rápida al Océano y a las Regiones occidentales y orientales, emporios las últimas, sin disputa, de la futura riqueza ecuatoriana. En esta materia y sin tomar en cuenta los caminos nacionales y la grandiosa obra del Ferrocarril Trasandino, baste deciros que sólo para los vecinales de Pichincha se han expedido 19 Decretos Ejecutivos. Pero enumeremos en orden siquiera las principales obras que se han llevado o se están llevando a feliz término en toda la República, aún sin mencionar la reparación constante y el embellecimiento de ciertos edificios como el Palacio de Gobierno, el Teatro, el Observatorio Astronómico, etc. En la provincia del Carchi, y entre el fragor mismo de los combates librados casi a diario con la reacción conservadora, se ha atendido con entusiasmo a la vía que pone en comunicación esa provincia con la de Imbabura, vía que presto y sin dificultad será carretera; en el pueblo de Mira y en Tulcán, dentro de muy poco se verán provistos de agua potable. En Imbabura, el camino del Pailón, sueño de todo Gobierno, desde los tiempos coloniales, en el mío ha venido a ser una realidad; habiéndose invertido en más de las 40 leguas ya expeditas para el tráfico, algo como 200.000 sucres: no terminará el año en que corre sin que se halle concluida esa grande obra.

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La canalización de Ibarra, en cuyos trabajos preliminares se ha gastado ya una suma no despreciable, también presto dejará de ser vana aspiración de esa ciudad, que tanto la ha menester por su clima. El agua potable para Imantag, el camino de Cotacachi a Otavalo, la carretera de Ibarra a esta Capital, los puentes de Cristopamba y Apuela, y lo de Chorlaví, la Josefina y San Antonio, manifiestan el progreso que por el Norte ha adquirido el ramo a que me refiero. En la provincia de Pichincha, los edificios públicos de Quito han sido mejorados con munificencia, concluidos algunos de urgente necesidad, y comprados otros indispensables para el mejor servicio administrativo. Inauguróse hace pocos meses, el edificio destinado a Escuela de Clases; y en estos días se inaugurará otro más cómodo y espléndido para Colegio Militar. La casa presidencial, lo sabéis, es una de las mejores de esta ciudad; y está al acabarse el edificio de la Policía, que será sin disputa el primer cuartel de la República. El Sanitario Rocafuerte, obra deveras colosal, progresa a pasos agigantados, merced a la honradez y actividad de la Junta que dirige esos trabajos; y el monumento a los Próceres del Diez de Agosto, cuenta ya con una suma respetable de dinero, con la que se facilitará la pronta conducción de la obra que se ha mandado trabajar en Europa.- En cuanto a caminos larga sería la enumeración de los emprendidos en esta provincia; pero el que nunca será ponderado lo bastante, es el que acorta de quince a cinco días la distancia de Bahía a la Capital. Se me asegura, por último, que en esta estación se iniciarán los estudios para el trazo del Ferrocarril que pondrá a Quito en comunicación con la Costa por la vía de Chone. En la provincia de León, se trabajan un camino directo a la Costa por Quevedo y otro por contrato a la Región Oriental; y están al concluirse tanto una casa magnífica de Gobierno como la destinada a Escuela de Artes y Oficios, comenzada en las Administraciones anteriores. En la provincia de Tungurahua, merece mención especial el camino de Canelos, en el que se han colocado puentes de tanta importancia como el de Baños, puente que los reaccionarios tuvieron el salvajismo de cortar. Las obras del Sanitario de Ambato, del agua potable, del Hospital, etc., van tomando cada día mayor aliento. La provincia del Chimborazo ha adquirido una valiosa casa para oficinas de gobierno; ha terminado una carretera que empalma con la nacional; ésta se ha extendido hasta Guamote; hállase adelantado en gran parte el camino de Papallacta, vía tan necesaria para la Costa; y en breve, Riobamba, gozará de

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agua potable, obra que vivamente os encarezco por la importancia a que está llamada dicha ciudad. La provincia de Bolívar, ha sido también agraciada con una casa para oficinas fiscales, los dos caminos a la Costa han sido constantemente reparados, y los edificios públicos como el Colegio San Pedro, el Hospital, el Colegio Echeandía, han sido atendidos, ya refaccionándolos o ya continuando en su construcción suspendida hace largo tiempo. En la provincia de Cañar, a más de la casa con que se le ha dotado para despacho de Gobierno, sus vías de comunicación para con el Azuay y la Costa han recibido impulso considerable. En el Azuay, las casas de Beneficencia están resucitando, aunque lentamente de la postración en que las dejaron los Gobiernos anteriores, y no muy tarde cumplirán su objeto debidamente. Apenas está concluido un gran edificio para la plaza de mercado; hánse concluido puentes en el río Chigli y Azogues; parece que por fin llegará a su término la vía tan costosa del Naranjal, sin que por esto se haya desatendido la que conduce al Priente. Háse por fin establecido en Cuenca una Junta de Obras Públicas que debe llevar a cabo las del agua potable y alumbrado eléctrico y las demás que con tanto entusiasmo han emprendido. Loja y nuestra Capital son las únicas ciudades de la República que gozan de alumbrado eléctrico, instalado durante la actual Administración, por esfuerzo particular, pero con apoyo decidido del Gobierno. El Colegio Bernardo Valdivieso, el de niñas, la casa de Artes y Oficios, la de Huérfanos, el camino que conduce al Macará y el que va directamente a la Costa, son las obras que más han progresado en la provincia de Loja. La obra de más aliento en El Oro es el Ferrocarril de Puerto Bolívar ya con seis kilómetros entregados al tráfico de la capital de la provincia con el mencionado Puerto, en el que se está colocando un muelle de fierro de mucho costo. En la provincia de Los Ríos, háse gastado mucho dinero para tener expedito el camino que desde Babahoyo nos trae acá del Chimborazo; reconstrúyese la casa de la Gobernación y el puente del Palmar, y espero que no tardará la colocación del de hierro para unir la ciudad nueva con la vieja. Pero en ningún otro punto de la República ciertamente ha habido más afán por su bienestar y adelanto como en el Guayas; en su capital quedan relativamente pocos vestigios del gran incendio que en 1896 redujo a cenizas la mitad de Guayaquil. De entonces acá el Palacio de Gobierno, la Cárcel, los

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Hospitales, los Cuarteles, etc., han sido objeto de constantes y costosas recesores de Rafael Valdez la construcción de una Aduana de fierro a prueba de incendio, la cual ha comenzado; y por S/50.000 va a terminarse en toda su extensión la casa de Gobierno. Se ha contratado con los Sres. Reimberg y Cª un muelle de fierro y de madera, para cuya ejecución ha debido organizarse una empresa con el capital de 200.000 libras esterlinas.- El Colegio Vicente Rocafuerte es una obra colosal que inmortalizará a la Junta Patriótica encargada de su construcción y en especial, al Sr. Emilio Estrada, quien desinteresadamente, ha cumplido con afán y probidad la obligación que se impuso. Si no de tanta magnitud, no es de menor importancia el Colegio de la Inmaculada, para educación de señoritas, construido en esta Administración. El benemérito Cuerpo contra incendios ha sido atendido con preferencia en la reconstrucción de depósitos, adquisición de material, etc. En la provincia de Manabí debo volver a mencionar el camino de Quito a Bahía, tanto porque es ésta provincia la que más aprovechará de este beneficio, cuanto porque la Junta auxiliadora ha contribuido en mucho al progreso de la obra. En Portoviejo, la casa de Huérfanos y de Artes y Oficios; en Bahía, el Colegio Mercantil y el de niñas, la Aduana de Cayo, el Colegio de niñas en Calceta y el de niños de Rocafuerte, son obras que, fuera de las emprendidas por las Municipalidades, quedarán como recuerdo de la presente Administración. De la provincia de Esmeraldas, merece especial mención el edificio del Faro que está en reconstrucción y el adelanto, aunque paulatino, del Instituto Agrícola “Vargas Torres”. Más todavía y no menos importantes son las obras públicas que durante este tiempo ha emprendido la Nación; pero he tenido que exponer apenas sucintamente las principales, exceptuando la del Ferrocarril Trasandino, que ocupará lugar preferente en el Informe del respectivo Ministerio. En él se os indicarán además las obras que de preferencia deben iniciarse a fin de que dictéis las medidas oportunas para que no haya pueblo en la República que no participe de este benéfico impulso por su adelanto material, a par del que va desarrollando por su progreso intelectual y moral. Sin traer como buenas y valederas las reformas de otros países, bastará decir que la experiencia adquirida durante largos años en el nuestro, evidencia de los buenos resultados de confiar la dirección, conservación y administración de los establecimientos de beneficencia a Juntas que, como la de Guayaquil, sean compuestas de personas honorables sin tomar en cuenta su filiación política.

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De allí el haberse puesto en práctica el Decreto de 26 de Junio de 1896 y la formación en Marzo último de la Junta de Beneficencia que funciona en esa Capital, y cuya labor administrativa, fecunda desde luego en buenos resultados, ha venido a satisfacer las aspiraciones del Gobierno. En los tres meses que lleva de vida la Junta, se palpan los beneficios realizados, los cuales demuestran lo conveniente que es interesar a los asociados de una misma circunscripción civil en la administración y fomento lo que a su localidad se refiere. Tal es la idea que encarna el Proyecto de Ley que presentará el Ministerio, estableciendo Juntas de Beneficencia en las capitales de provincia donde no las hubiere, así como otros también sobre Beneficencia. La clausura del Lazareto de Quito, es una de las medidas indispensables que la higiene recomienda a favor de los habitantes de la Capital, que vivimos respirando los aires de Lazareto y con el temor peregne (sic) del contagio. No obstante la buena voluntad del Gobierno para atender a la pública beneficencia, no siempre ha podido llenar con regularidad las necesidades de las casas nacionales en donde se ejerce esa virtud altamente cristiana. A esto se añade la incuria de algunas Municipalidades en cumplir el Decreto de 6 de Agosto de 1892 siendo ésta otra de las causas para que los establecimientos acreedores a estas cuotas centesimales hayan sentido notable malestar económico. La provincia de Esmeraldas, así como algunas poblaciones de las del Guayas y Pichincha han sufrido epidemias más o menos asoladoras, y para combatirlas se han dictado todas las medidas del caso y provisto a sus pobladores de cuanto hubieron de menester en tan aflictivas circunstancias. A fomentar y provocar la inmigración y colonización que contribuyen poderosamente al desenvolvimiento económico de los pueblos, y a la cultura y bienestar material de ellos, obedece la creación de la Junta que se estableció por Decreto Ejecutivo de 12 de Junio, la cual ha comenzado a funcionar, después de haberse dado el Reglamento que mereció la aprobación del caso. La Ley de 1849 es un anacronismo a la hora presente. Y por lo tanto no merece una mera reforma, sino una completa derogación por otra que amplíe el Decreto de 10 de Marzo de 1897, consultando el estado actual del pueblo ecuatoriano, y que ofrezca más facilidades y garantías a los inmigrantes o colonos que vengan aumentar la población de nuestras ciudades o a establecer colonias en las vastas y vírgenes comarcas del territorio nacional. El establecimiento de un Departamento de inmigración y colonización del que dependan directamente las Juntas provinciales y los agentes especiales,

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dotándolas de rentas propias, es una reforma que se impone, y en este sentido el Departamento del Ramo someterá un Proyecto de Ley. Cuanto al Comercio, a la Agricultura e Industria, palmario es el desenvolvimiento operado después de la trasformación política del 5 de Junio de 1895. Como un dato significativo del incremento del comercio en general, baste decir que la circulación de moneda y títulos de crédito mercantil en 31 de Diciembre de 1900, es decir, poco después de la adopción definitiva del Talón de oro, era de S/29’328.000 contra S/16’815.000 en 1895. Lo propio ha acontecido con la agricultura, a la que íntimamente está vinculada la riqueza pública del Ecuador. Las propiedades rústicas han aumentado en un 50% sobre el valor que tenían en aquel año, y algo más en las provincias de la Costa, en donde el cultivo del cacao y por lo mismo su producción han ido en progresión ascendente, ya que según las estadísticas industriales, el Ecuador es el mayor productor de cuantos mandan a los mercados extranjeros ese grano que tantas aplicaciones tiene. La producción ecuatoriana representa hoy la tercera parte de la del globo, y en pocos años más conseguirá, indudablemente, alcanzar a la mitad, y ejercer poderosa influencia en las cotizaciones de los mercados consumidores. La protección a la industria, no en toda la amplitud que fuere deseable, sino en las medidas de la posibilidad, ha ocasionado el desarrollo actual, tanto que ciertos ramos de ella han mejorado de manera tan notoria que rivalizan en calidad con los mejores similares de los países en donde han llegado a la perfección. La pesca en general y la cacería marítima, otro ramo de industria que ejercen con provecho en las aguas de la República los buques extranjeros, con notable perjuicio, de la industria nacional, fue objeto de un reglamento que expidió el 25 de Febrero último y cuyos resultados comienzan a palparse. Para proceder con acierto en orden a la concesión de patentes industriales, de acuerdo con la ley de 1880, puesta en vigencia por la Legislatura de 1898, se dispuso oír el dictamen del H. Consejo de estado, quien opinó por la concesión siempre que se llenaran las formalidades legales, y se comprobara por el inventor el carácter de tal. En la Secretaría de Fomento se ventilan algunas solicitudes; concluida la tramitación legal de una de ellas, se concedió al Sr. Asmussen patente de importación para introducir al país una nueva industria, consistente en una extensa red de comunicaciones telefónicas con los aparatos autoteléfonos y teatromicrófono.

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La Ley de 1880 que he mencionado no guarda armonía con las necesidades actuales, natural es de que se la reforme; y con tal propósito, se ha consultado el Proyecto que presentará el Ministro del Ramo, así como otro referente a la de marcas de fábrica y comerciales. Los gastos hechos en el Departamento de Guerra y Marina ascienden a S/.3’113.607,60 cts. La Escuela de Clases, fundada para reorganizar el Ejército, funciona a satisfacción del Gobierno, bajo la competente dirección de instructores chilenos, dignamente presididos por el Mayor Cabrera. En breve se inaugurará también el Colegio Militar, cuyo espacioso edificio está ya casi terminado. Profesores chilenos serán también los encargados de instruir a los alumnos de dicho Colegio; y me halaga la esperanza de que, después de no mucho tiempo, el Ejército de la República –que tanto se distingue por su abnegación, valor y más virtudes militares- podrá igualarse a los ejércitos mejor instruidos y organizados. Hemos adquirido en Alemania una batería de cañones Krupp, de tiro rápido para fortaleza, y cuatro baterías de campaña, del mismo sistema moderno, con abundante parque y accesorios completos, inclusive tres aparatos para recargar los cartuchos metálicos ya usados. Respecto de nuestra marina, he tenido el propósito de adquirir un buque de guerra moderno, ofrecido en venta por tres millones y cien mil francos. Encomendé la gestión de este negocio a nuestro Ministro en Francia, Sr. Homero Morla; pero, no habiendo podido cerciorarse el comisionado de las buenas condiciones marineras de la nave en referencia, he suspendido la negociación. También dos Gobiernos amigos nos han ofrecido ceder cruceros convenientes para nuestras circunstancias; y es probable que el Gobierno se decida a aceptar esta oferta y adquirir uno de dichos cruceros, si persistieren las dificultades para el inmediato examen del primer buque de que os he hablado, el que se encuentra en aguas asiáticas. A nuestro Ejército le ha tocado en suerte la parte más ardua en esta etapa de la formación política iniciada en Junio del 95. Como es bien notorio, los reaccionarios del Ecuador, eficazmente protegidos por sus correligionarios del Exterior, no han cesado un instante en sus maquinaciones liberticidas. Vencidos a cada paso por nuestros valerosos soldados, siempre han contado con el perdón más amplio; y siempre han vuelto a reincidir en su tarea de ensangrentar y arruinar la República. Desde 1895 se ha combatido con encarnizamiento desde el Carchi al Macará; mas lo que ha producido mayor conflagración, han sido las repetidas invasiones por nuestras fronteras.

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He tenido también reiterados avisos de proyectos de expediciones marítimas; pero preparado como estaba a no permitir que los enemigos del orden y la libertad pisasen nuestras playas, he visto disiparse por sí aquellos criminales proyectos. El comportamiento del Ejército liberal ecuatoriano ha sido superior a todo elogio; y en esa larga y cruenta lucha, sostenida para salvar las públicas libertades, hánse visto frecuentemente mis camaradas privados hasta de lo más necesario. Conocían la penuria fiscal; y con abnegación sin límites, sin raciones y sin abrigo, han soportado todas las penalidades de una campaña cruda, sin más estímulo que el cumplimiento del deber y sin más esperanza de premio que la salvación de la Patria. El liberalismo de mis compañeros de armas ha estado sometido a las más duras pruebas; pero sus virtudes han vencido todo obstáculo y el Partido Liberal se encuentra en pié. Sólo con soldados de esta clase ha podido el Gobierno, en que tengo la honra de presidir, triunfar en una lucha tan desigual como la que ha sostenido, manteniendo siempre en alto la dignidad y los derechos del pueblo ecuatoriano. Debo hacer justicia al Cuerpo de Telegrafistas, colaborador impertérrito del Ejército, puesto que estos empleados han participado de todos los peligros y azares de la campaña, viéndoseles, con el rifle a la mano y el aparato telegráfico debajo del brazo, en todos los campamentos, cumpliendo siempre su deber. La Policía ha hecho lujo de actividad y de enérgico valor; y siempre que ha sido menester ha entrado en combate, sosteniendo luchas extraordinariamente desiguales, como sucedió en Latacunga y San Antonio, donde su heroísmo asombró al enemigo. No menos digno de encomio ha sido el proceder de los empleados civiles. Muchos de ellos han abandonado sus oficinas para tomar parte activa en las campañas; y cuando se ha aumentado la amenaza al orden, todos han acudido a los cuarteles y convertídose en abnegados defensores del Gobierno. Cuando calmada la exaltación de las pasiones políticas, se estudie fría y concienzudamente el proceder de mis colaboradores en la Administración pública, ya civiles, ya militares, la Historia les hará justicia; y los señalará como infatigables obreros de la libertad, que han merecido bien de la Patria. En cuanto a mí declaro que sin el apoyo abnegado de todos esos patriotas, nada habría podido hacer en pro de las libertades públicas y del buen nombre de la Nación; y que por consiguiente, habría sido quizás víctima de mi patrió-

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tico empeño, sin conseguir que la Bandera Liberal tremolase tan alta en la República. No habría tenido la satisfacción de anunciaros ahora, como lo hago, que la obra del Ferrocarril Trasandino es un hecho, que la vigencia del Patrón de oro tiene asegurados los capitales ecuatorianos contra las oscilaciones del metal blanco; que los caminos de herradura a Manabí y Esmeraldas, que aumentarán prodigiosamente la riqueza y darán más facilidades a la defensa de la Nación, están para concluirse; que el peculado oficial ha desaparecido, como lo prueba la pureza con que la Convención Nacional, las Legislaturas posteriores y el Ejecutivo han manejado los intereses del Estado. No os podría hacer notar los rápidos progresos alcanzados por la Nación en el corto tiempo que domina en ella el régimen liberal; el restablecimiento de su crédito en el Exterior; los nuevos rumbos señalados a la Instrucción Pública; los nuevos campos abiertos para la Industria; el notable cambio de las ideas sociales en el pueblo; en fin, el vivo interés que el Ecuador inspira hoy día a las naciones extranjeras. Indudablemente que la República ha entrado de lleno en un período de prosperidad y engrandecimiento; y que, mediante la subsistencia de Gobiernos liberales y patriotas, muy pronto nuestra República se contará entre los pueblos más adelantados y ricos del mundo Colón. Sobre la tan debatida cuestión del Archipiélago de Galápagos, lo más importante que podría deciros, se contiene en mis Mensajes de 27 de Agosto y 25 de Octubre de 1898; Mensajes que los recibisteis y estudiasteis en sesión secreta; y que no me fue dado publicarlos, por habérmelo prohibido la Legislatura. El Ministro de Relaciones Exteriores os hablará de las falsas aseveraciones que, sobre enajenación de las referidas islas, ha propalado la oposición política, con el ánimo de hacer daño al Gobierno actual. El arreglo definitivo de la Deuda Externa ha encontrado nuevas dificultades, las que están por fin allanadas; y tendré el placer de informaros, en Mensaje especial, de negociado tan importante. En vísperas de resignar el Supremo Poder, me es satisfactorio manifestaros que abrigo la firme esperanza de que los verdaderos servidores de la Patria y miembros genuinos del Partido Liberal han de continuar la regeneradora labor que se inició en el memorable y glorioso 5 de Junio de 1895; y que no habrá sacrificio, por grande que sea, capaz de hacernos retroceder en el camino que nos ha trazado el patriotismo y que nos va conduciendo rápidamente a la prosperidad de la República. Vuestra alteza de miras y acendrado amor patrio son prendas seguras de que continuaréis formando siempre en las filas de los obreros

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del engrandecimiento nacional; y de que os empeñaréis en conquistaros un nombre digno de figurar entre el de los mejores ciudadanos. Honorables Legisladores ELOY ALFARO Quito, 11 de Agosto de 1901

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Mensaje del Encargado del Mando Supremo de la República a la Convención Nacional de 1906 - 1907 Señores Legisladores: Cumplo la honrosa obligación de presentaros el Mensaje de estilo; a fin de que conozcáis lo principal de la marcha administrativa y de las necesidades de la Nación. Como sabéis, desde la memorable transformación política de 1895, la República se convirtió en un campamento hasta 1901; porque la desesperada resistencia que opuso el partido conservador a las reformas liberales, fue tenaz y constante, a pesar de los repetidos triunfos que obtuvo en muchos campos de batalla, el denodado e invencible Ejército liberal. Contra toda previsión, vino enseguida un período de traficantes en políticas; y la desmoralización más lamentable cundió en todos los ramos de la administración nacional. Y como consecuencia legítima de esa profunda corrupción administrativa, surgió la elección del Sr. Dn. Lizardo García; elección debida a la coacción y a la venalidad más degradantes y vergonzosas. En las elecciones presidenciales anteriores, con excepción de la popular del Sr. Don Antonio Borrero, habían luchado los partidos disputándose el triunfo en los comicios, aun con violencias de hecho, y ensangrentando no raras veces las urnas del sufragio; pero, jamás, ningún bando político había descendido a comprar votos, hasta la elección del Sr. García. Este procedimiento corruptor, sembró el descontento en todas las clases sociales; y el Gobierno del Sr. García se inauguró sin partido doctrinal propio, y sobre una base de arena que debía derrumbarse al menor soplo.

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Evidenciada la política desmoralizadora de mi sucesor en el Gobierno, fui acremente censurado por la generalidad de los liberales; y muchos consideraban que estaba en el deber ineludible de ponerme en armas para lanzar del Solio, al Magistrado que nos afrentaba, después de habernos hecho traición. Amante de la paz, y esperando que ese período de mercantilismo político terminaría con la elección del nuevo Presidente, me negué repetidas veces a echar mano del doloroso remedio de las armas; y, persiguiendo siempre mis pacíficos propósitos, provoqué la reunión de una Asamblea de Delegados del Partido Liberal, a fin de que se eligiera una persona honorable para candidato a la presidencia de la República. Y, en efecto, reunióse en Quito esa Asamblea de patriotas, a pesar de la odiosidad y resistencia del Gobierno; pero, por desgracia, no dio resultados prácticos, a causa de haberse negado a terciar en la lucha electoral, el candidato que fue elegido. Los secuaces del mercantilismo quedaron, pues, dueños absolutos del campo; y el Sr. García fue levantado al Poder por el esfuerzo oficial y los votos comprados. En vista de la mala atmósfera que rodeaba el nuevo Gobierno, los partidarios del Sr. García propalaron de todas maneras, que estaba resuelto a tomar el camino de la rectitud y de la honradez, separando de la administración a todos los que la habían desacreditado; más, nada de esto llegó a cumplirse; y, con ligeros cambios, todo continuó como antes, para oprobio de la República. A pesar de todo, deseando mantener la paz a toda costa, opiné todavía que debíamos dejar pasar los cuatro años de administración del Sr. García, si obteníamos por lo menos, honradez en el sufragio; pero mi opinión fue debatida en los principales grupos liberales; y mucho mas cuando se llegó a tener conocimiento de los proyectos que halagaba el Gobierno en punto a reformas reaccionarias de la Constitución. Por ese tiempo fuéme forzoso abandonar mi domicilio y trasladarme a la Capital, para desempeñar el cargo de Codificador Militar, con que me honrara el Congreso, y sin parar mientes en la hostilidad que desplegó el Gobierno contra las pacíficas labores que se me habían encomendado, a fin de que no se alterase el orden, hice un llamamiento a mis correligionarios para que se organizaran y tomaran parte en la próxima lucha eleccionaria de Senadores y Diputados. Pero, luego llegué a convencerme y a palpar que era inútil ese trabajo; y que se hallaban en grave peligro esas instituciones liberales que tantos sacrificios habían costado al país. Había llegado el momento de resolver definitivamente acerca de la situación; y reuní a mis amigos políticos de la Capital, a fin de buscar el medio más

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adecuado para conjurar los males que afligían a la República. La discusión fue serena y desapasionada; y por unanimidad, resolviese apelar a las armas para libertar la Patria de manos de los que la infamaban; y se me impuso la obligación de acaudillar ese movimiento salvador, el que debía realizarse el día 1 de enero en varias provincias, cuando yo me hallase de regreso en la ciudad de Guayaquil. Si el partido liberal-radical contaba con la opinión pública, carecía de armas y de dinero; y un patriota de la Capital proporcionó la pequeña suma de diez y ocho mil sucres, en calidad de préstamo y en dos dividendos, para los grandes gastos que la transformación política demandaba. Esta cantidad distribuyóse entre los jefes del movimiento que debían operar en las provincias de Chimborazo, Tungurahua, Carchi y Pichincha; y el General Flavio E. Alfaro reintegró después una parte de la suma destinada a la última provincia, por no haberla invertido. Este es el único dinero que tuve a mi disposición para realizar los acontecimientos del mes de enero pasado; y he tenido que entrar en estos detalles, quizás impropios de un documento tan solemne, para desvanecer las calumnias de nuestros adversarios. Toda la fuerza de la transformación de enero, estuvo en el inmenso prestigio de la causa liberal, amenazada por el mercantilismo político imperante. Las instituciones liberales que implantaron los Legisladores del sextenio de mi primera administración, habían echado hondas raíces en el corazón del pueblo; y los ciudadanos que se levantaron en armas para defenderlas, de ninguna manera pensaron en el lucro vil, sino que obraron impelidos por los más nobles ideales. Las armas con que combatieron, fueron las mismas que ya otras veces habían manejado en defensa de la libertad, como le consta a todo el país; de manera que es una calumnia infame afirmar que manos extrañas me suministraron dinero y enviaron fusiles Winchester desde Norte América, para que derrocara al Gobierno del Sr. García. La política desleal y corruptora del General Plaza; las sórdidas negociaciones en que se hallaban envueltos algunos de los principales dignatarios de la Nación; los proyectos de operaciones financieras ulteriores, denunciadas y combatidas por la prensa, como afrentosas para el país; nuestras cuestiones internacionales lamentablemente dirigidas por nuestra Cancillería; la tendencia manifiesta a favorecer la reacción conservadora, resucitando el progresismo; el quebrantamiento de las leyes fundamentales, y la degradación de las instituciones democráticas, llevada hasta el extremo de ponerle precio al sufragio popular, los atentados y errores diarios de los gobernantes, habían llenado ya la

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medida de la paciencia del pueblo, y fueron los más poderosos elementos para la caída de ese mercantilismo político que representaba el Sr. García. La revolución era necesaria, inaplazable, en el concepto de la mayoría de los ecuatorianos; como un remedio heroico para los males de la República; y cuando me puse a la cabeza del movimiento, verificóse, de modo espontáneo y fácil, la más rápida de las transformaciones políticas que registra la Historia de América. Los radicales de Riobamba y Guaranda iniciaron esa transformación en la noche del 31 de diciembre al 1 de enero, y se apoderaron de las citadas plazas, con la mayor facilidad. En Riobamba dirigieron el movimiento los Coroneles Pacífico Gallegos, Emilio María Terán y Julio Román, que fueron aclamados Generales del Ejército, a raíz del triunfo; pero, desgraciadamente, cuatro días después, se sacrificó esa falange valerosa en los desfiladeros de Chancaguán. El 4 de enero se pronunció en Latacunga el bizarro batallón “Pichincha”, impulsado exclusivamente por la adhesión de la tropa a la causa liberal; puesto que el Ejército, formado y aguerrido en las incesantes luchas del liberalismo contra los enemigos de la civilización y la libertad, no podía permanecer indiferente, y menos, combatir contra su propia bandera, por la que había derramado su sangre en tantos campos de batalla. El Ejército era esencialmente liberal; y, obedeciendo a sus principios y a sus tradiciones gloriosas, tenía que apoyar por fuerza, el movimiento salvador de la causa democrática, que es la causa santa de la humanidad. Gran parte del Ejército se puso, espontáneamente y con el mayor entusiasmo, de nuestro lado, y en el mismo día 4 de enero, se pronunciaron, asimismo, los valerosos Carchenses que componía el Batallón “No. 7o. de línea”, y que se encontraban en marcha para Latacunga. El denodado Escuadrón “Yaguachi” se incorporó también en masa al “Carchi”; y todas las fuerzas indicadas pusiéronse a órdenes del Coronel Justiniano Viteri, Jefe que las condujo hasta la población de San Andrés, en el Chimborazo, en donde el General Terán asumió el mando de esa División. Movida por los mismos patrióticos sentimientos, la guarnición de Ibarra se pronunció el 5 de enero y se puso a órdenes del General Nicanor Arellano, siendo reforzada, luego, por los valientes soldados de Tulcán que se pronunciaron por la revolución el día 7 del mismo mes. Mientras tanto, se habían levantado partidas armadas en los históricos cantones de Daule y Vinces; y los liberales y radicales de todas las provincias se hallaban a punto de secundar los pronunciamientos ya realizados, pues reinaba en todo el país el más grande entusiasmo por la transformación.

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A las once de la noche del 31 de diciembre salí de Guayaquil, sirviéndome de guía el antiguo y valiente guerrillero radical, Coronel Pedro Montero; y a través de las montañas, me dirigí a la provincia de Bolívar, acompañado ya por un puñado de patriotas. En el camino tuve conocimiento del desastre de Chancaguán; y cerca ya de Guaranda se me unió el Jefe Civil y Militar de la provincia, Dr. José Facundo Vela, con unos cincuenta jóvenes armados. Sin más noticia que la derrota de las fuerzas revolucionarias de Riobamba, pensé retroceder a la provincia de Los Ríos para organizar las fuerzas liberales de la Costa; pero recibí aviso oportuno del pronunciamiento de los Batallones “Carchi” y “Pichincha”, y del Escuadrón “Yaguachi”; y me puse en marcha inmediatamente para incorporarme a mis valerosos camaradas, lo que conseguí el 12 de enero, en Latacunga. En la mañana del 15 de enero, seguí la marcha con el ejército, en dirección a la Capital; y al llegar al tambo de Cuilche, nuestra bizarra Caballería capturó una avanzada; y por ella supe, con seguridad, que el ejército contrario se encontraba acampado en Chasqui. Proseguí la marcha y, como a una milla, hice alto y dispuse el orden de ataque. La resistencia de los adversarios fue vigorosa y digna de mejor causa; más fue tan irresistible a fondo la carga que dieron mis valientes camaradas, que no tuve necesidad de impartir nuevas órdenes para obtener la más completa victoria. En premio de tanto valor, concedí un ascenso general hasta Tenientes Coroneles, inclusive; y como el Coronel Montero sobresalió en esa acción de guerra, ganó las estrellas de General de la República. Al día siguiente proseguimos la marcha a la Capital, y antes de llegar a Machachi, recibí la grata nueva del pronunciamiento de Quito. Sucedió que los presos políticos del Panóptico, dirigidos por uno de ellos, el General Flavio Alfaro, se adueñaron de las armas de la guardia, y, apoyados por el pueblo, se lanzaron denodadamente sobre los cuarteles, los que se rindieron sin resistencia alguna. El 17 de enero, en medio del entusiasmo del pueblo, tuvo lugar la entrada del ejército vencedor en el Chasqui; e inmediatamente me ocupé en la organización del Gobierno. El día 18 expedí un decreto de amplia amnistía; puesto que no debía haber entre ecuatorianos, ni vencedores, ni vencidos. Entretanto, la población de Santa Rosa, en la provincia de El Oro, se había pronunciado el día 16; y la libérrima provincia de Esmeraldas, el 19, dirigida por el Coronel Carlos Concha. Las partidas armadas que levantaron los Coroneles Martínez, Rugel y Figueroa, se habían aumentado considerablemente y concentrádose en Palenque y Daule.

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El siempre invicto pueblo guayaquileño se levantó en masa el día 19 de enero, impulsado solo por su amor a las instituciones liberales, y sin siquiera un caudillo que lo dirigiera en el combate. Principió por libertar a los presos políticos y apoderarse sorpresivamente del Cuartel de Policía, y con las armas que encontró allí, lanzóse sobre los cuarteles y se sacrificó heroicamente en lucha desigual con los cuerpos de línea. Sin embargo de haberse agotado las municiones, se mantuvo a la defensiva, sin que lo amedrentaran los centenares de víctimas, tendidas en las calles. En el fragor del combate, muchos patriotas se reunieron en la Gobernación, y aclamaron como Jefe Civil y Militar al Dr. Emilio Arévalo. Al amanecer del día 20, vino por fin el desenlace de aquel sangriento drama: se rindieron los cuarteles, y se concedieron amplias garantías a todos los vencidos. Cuenca, la cuna de Abdón Calderón, se pronunció el 21 del propio mes, dirigiendo el movimiento el Dr. José Peralta; y en el mismo día, se pronunciaron también Azogues y Machala, siendo nombrados para Jefes Civiles y Militares, respectivamente, el Dr. Rafael Aguilar y el Comandante Benicio Mejía. En igual fecha, como si hubiera habido acuerdo previo, se pronunció Loja con el Coronel Virgilio Guerrero a la cabeza; y en fin, el movimiento popular de enero fue secundado a porfía por todas las poblaciones de la República. La guarnición de Manabí fue la última en rendirse el día 26, al Coronel Carlos Concha; el que había desembarcado en Bahía con los voluntarios de Esmeraldas, para auxiliar a los radicales manabitas que se habían levantado sin armas. Por esta breve y genuina narración constante a todos los moradores del Ecuador, conoceréis, Señores Legisladores, la magnitud e infamia de las calumnias lanzadas contra la transformación de enero: os repito que ninguna clase de elementos hemos recibido, ni podido recibir, del Exterior, como lo propalan los enemigos de nuestra causa; pues la caída del Sr. García se debió únicamente a su propio desprestigio, y al patriótico entusiasmo de la inmensa mayoría de los ecuatorianos. Fenecida la lucha armada, emprendieron los vencidos la más dura campaña política contra los vencedores; y, en su desapoderado furor, han echado mano de todos los medios imaginables, por reprobados y desdorosos que fuesen. Jamás, en ningún país de América, se ha desbordado la prensa de oposición, como entre nosotros, en la época actual; la falsedad, la injuria, la calumnia, en sus más repugnantes e inmorales fases, han sido las armas preferidas por nuestros adversarios. Se ha conspirado abiertamente, sin respetos ni escrúpulos; se han urdido conjuraciones que, descubiertas a tiempo, se han desvanecido; se

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ha difamado a la Nación misma, por combatir a mi Gobierno; en fin, se ha dado rienda suelta a todas las pasiones de bandería, en uno como certamen de perversidad y de infamia. Y en medio de este desleal combate, el Gobierno se ha mantenido sereno y exageradamente respetador de todas las libertades, de todas las garantías constitucionales, de todos los principios de equidad y de tolerancia. Aun llegado el caso de ser ya necesario reprimir a los conspiradores más audaces, el Gobierno no ha salido de los estrictos límites señalados por la ley, como os lo expondrá el Ministro de lo Interior y Policía; de manera que, si la audacia y procacidad de los enemigos del régimen radical, ha ido a los extremos, también la moderación y tolerancia del Gobierno han sido sin igual en nuestra historia. Arduos y difíciles, os he dicho que son varios de los problemas sometidos y a vuestra deliberación; y salta como el primero y más importante, el de las relaciones entre la Iglesia y el Estado, que tenéis que resolver con amplio criterio y elevado espíritu; ya que la cuestión religiosa ha dividido hondamente a la familia ecuatoriana y mantenídola en agitación violenta. Recordad que el sextenio de mi primera administración, a pesar de nuestra tolerancia y generosidad con los adversarios, nos vimos envueltos en una constante guerra religiosa, que devastó al país; y como vuestra labor es de paz, y ha de tender al establecimiento de instituciones definitivas y permanentes, os recomiendo que prestéis especial atención a este difícil problema, y que tratéis de solucionarlo de manera que desaparezca, una vez por todas, de la órbita de la política ecuatoriana. La doctrina liberal impone el deber ineludible de respetar la creencia de toda persona; y de amparar y rodear de garantías el santuario de la conciencia humana. La tolerancia más amplia, el respeto más acendrado al derecho ajeno, el acatamiento más profunda a la fe de todos los asociados, son la base del liberalismo y la norma de una política conciliadora y acertada. La grandiosa misión del Partido liberal consiste, precisamente, en romper toda traba de la conciencia, en extirpar toda opresión del espíritu humano, en hacer práctico el derecho irrestricto de adorar a Dios, según las creencias de cada cual; y es por esto que combate todo fanatismo y condena en lo absoluto toda tiranía religiosa. La ley llamada de Cultos, hízose necesaria para evitar que los bienes de los fieles llegasen a invertirse otra vez en elementos de discordia social, en revoluciones sangrientas, en esas invasiones ofensivas a la dignidad de la República, tan frecuentes en los años de mi Gobierno anterior; y esa Ley, aunque imper-

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fecta, si se hubiera ejecutado con tino, honradez y equidad, habría evitado que se exasperara tanto la pasión religiosa y se ahondase más y más la división entre los ecuatorianos. Pero, de la manera como se ha llevado a ejecución la Ley de Cultos, preciso es decirlo, el Gobierno del General Plaza ha querido arrojar un baldón eterno sobre su Administración; puesto que no se ha hecho sino proteger negociaciones ilícitas y afrentosas con pretexto de dicha Ley, como si hubiera sido sancionada únicamente para favorecer usurpaciones. Al volver al mando de la República, unos de mis mayores empeños ha sido corregir este mal; y he dado órdenes constantes a los Señores Ministros de Cultos para que esa Ley fuese lealmente cumplida, y se cubrieran con puntualidad los Presupuestos de las Comunidades religiosas que, hasta la transformación de enero, casi no habían sido pagadas de sus haberes, sin embargo de haber fondos para ese pago. Empeñado, como el que más, en que la doctrina liberal se llevase a la práctica, mi primera administración fue de constante labor para establecer una razonable libertad de conciencia en el Ecuador, procurando conciliar todos los intereses de los asociados, en beneficio de la paz; pero la intransigencia del clero –acostumbrado a un dominio absoluto no interrumpido– volvió estériles todos los esfuerzos conciliadores de mi gobierno. El clero, con raras excepciones, y el partido conservador se opusieron a todo advenimiento, a toda tentativa de pacificación, a todo anhelo de concordia; porque solo aspiraban a la restauración de ese estado de cosas que había mantenido al pueblo en el aislamiento y el atraso, hasta la gloriosa Revolución de 1895. Y hoy, como entonces, nos hallamos al frente del problema religioso, de cuya solución depende, en gran parte, la consolidación de la tranquilidad pública. Dos son, a mi juicio, las soluciones posibles de la cuestión religiosa; el regreso al antiguo patronato, con todos sus inconvenientes, y mientras la libertad de cultos se abra campo en los centros populares para que pueda el clero católico adquirirse vida independiente y propia, o la separación de la Iglesia y el Estado, también con todas las dificultades inherentes a este sistema político. Si hemos de tomar en cuenta el estado de nuestra civilización y los seculares perjuicios dominantes todavía ente nosotros, lo natural y conveniente sería tornar a la Ley de Patronato, en una forma equitativa y conciliadora, de manera que la creencia católica quedase amparada y garantizada por los poderes públicos; pero dentro de límites fijos, que la potestad eclesiástica no pudiese traspasar, con ningún pretexto. De esta manera, deslindadas las facultades de ambos poderes; señalada la órbita de acción meramente espiritual para la Iglesia; desli-

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gadas la religión y la política, es de creer que la concordia surgiría de suyo; y que la reconciliación sincera de los ecuatorianos no presentaría dificultades de ningún género. Dada la excepcional situación de la República, éste sería tal vez el camino de la prudencia y del acierto; pero el clero se niega a reconocer el patronato, juzgándolo contrario a sus doctrinas. Eliminado uno de los términos de la disyuntiva, no quedaría sino la separación de la Iglesia y el Estado, para resolver el problema que me ocupa. Háblese de personas o de colectividades, es la base del liberalismo genuino, el respeto al derecho ajeno; y por tanto, en este caso, lo racional, lo justo, lo conveniente, sería que el Estado reconociese todos los derechos de la Iglesia, considerada como persona jurídica, tal y conforme sucede en las naciones más libres y más adelantadas del mundo moderno. Así lo exige el más sagrado de los principios, el respeto al sentimiento religioso, a la libertad más íntima del hombre, la de su conciencia; principio sin el que vendría a ser contradictoria la doctrina liberal. Sea libre la Iglesia y capaz de adquirir derechos y contraer obligaciones; pero, quede sujeta a todas las prescripciones de nuestra legislación. Y al decretarlo así, os encarezco prevenir todos los motivos de ulteriores conflictos entre la Iglesia y el Estado; adoptando en lo posible, disposiciones análogas, a las que en los EE.UU., México, Venezuela, etc., han evitado toda colisión entre los Poderes. En los países que van a la vanguardia del progreso, el clero está privado de toda oportunidad de intervenir en los negocios del Estado; y el ateísmo es casi desconocido, y no existen partidos que profesen en sus doctrinas forma alguna de hostilidad contra el culto. Los gobiernos, por su parte, se ven libres de la necesidad de dictar medidas preventivas o represivas que hieran, de una manera u otra, los sentimientos religiosos de gran número de ciudadanos. Allí, donde la religión existe en situación de completa independencia, toda forma de subvención oficial es innecesaria para su mantenimiento; porque las erogaciones de los fieles son suficientes para dar al culto todo el esplendor que sus dogmas exigen. La separación de los Poderes, cuando no significa la erección de un Estado dentro del Estado y del Altar frente del Solio; cuando la potestad eclesiástica, como mera persona jurídica, está sujeta a todas las leyes de la Nación, y no sale de la órbita espiritual en que domina; cuando el Estado no invade, ni puede invadir, esas atribuciones espirituales de la Iglesia, no hay duda que es una base sólida y perdurable de concordia social, y un elemento de progreso y de civilización.

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Os he puesto de manifiesto, con la ingenuidad y alteza de miras propias de la ocasión, el difícil y complejo problema religioso; y la Nación puede esperar que, cualquiera solución que adoptéis será maduramente dictada, bajo la inspiración de los más elevados sentimiento de justicia y patriotismo, y teniendo en cuenta únicamente la mayor conveniencia nacional. No ignoráis, Señores Legisladores, el rumbo dado a nuestros negocios internacionales, en los pasados cuatro años; y el Ministro del Ramo os expondrá en su Memoria todo lo necesario, al respecto. A pesar de los inconvenientes creados por esa desacertada dirección diplomática, el nuevo Gobierno ha puesto todo empeño en remover dificultades y cimentar las más cordiales relaciones de amistad con las Repúblicas limítrofes; me es placentero afirmaros que la labor de nuestra Cancillería ha producido los mejores resultados. En Colombia y en el Perú continúan representando al Ecuador los mismos diplomáticos Andrade y Aguirre Aparicio, respectivamente; y han sido acreditados por mi gobierno, el Dr. Emilio Arévalo, como enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario, ante el Gobierno del Brasil; el Sr. Dn. Luis F. Carbo, con igual carácter, ante el Gobierno de Norte América; el Dr. Emilio María Terán, con el mismo elevado cargo, ante la Gran Bretaña; el Dr. Fernando Sánchez, como Ministro Residente, ad-honorem; en Nicaragua; el Dr. Rafael H. Elizalde, ascendido a Ministro Residente, ante la República de Chile; y el Sr. Walter Schultze, como Encargado de Negocios ad-honorem, ante el Imperio Alemán. Los Sres. Ministros Rendón y Vásquez, continúan en España con la Misión Diplomática que antes desempeñaban; siendo el primero, además, Ministro Residente en Francia. El cuerpo Diplomático en esta Capital, se compone de los distinguidos señores: Monseñor Alejandro Bavona, enviado extraordinario y Delegado Apostólico; Dn. Emiliano Isaza, enviado extraordinario y Ministro Plenipotenciario de Colombia; Dn. Joseph Lee, enviado extraordinario y Ministro Plenipotenciario de los Estados Unidos de América; Dn. Francisco J. Herboso, enviado extraordinario y Ministro Plenipotenciario de Chile; Dn. T. Carletti, enviado extraordinario y Ministro Plenipotenciario de Italia; Dn. G. Michaelles, enviado extraordinario y ministro Plenipotenciario de Alemania; Dn. Ricardo Larios y Segura, que remitió de Lima copia de las credenciales que lo acreditan como enviado extraordinario y Ministro Plenipotenciario de España; representando a esta Nación, como Encargado de Negocios, el Sr. Enrique de Perera y Blesa, mientras venga el Sr. Larios al Ecuador; Dn. Graccho da Sá Valle, Mi-

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nistro Residente del Brasil ; Dn. Bobot Descoutures, Ministro Residente de Francia; Dn. Willam Nethorpe Beauclork, Ministro Residente de la Gran Bretaña e Irlanda; y Dn. Arturo García, encargado de Negocios del Perú; Diplomáticos que han contribuido eficazmente a estrechar más los lazos de amistad y unión que nos ligan a las nobles Naciones que representan. El nuevo Gobierno fue quien tuvo la honra de recibir y reconocer en su elevado cargo, a los Sres. Herboso, Carletti y Descoutures. El Ministro de Relaciones Exteriores, lo repito, os dará razón detallada de todos los actos del Gobierno creado por la transformación política de enero; y os encarezco, señores Legisladores, que prestéis atención preferente a nuestros negocios internacionales, pues sois los llamados a resolver de una manera satisfactoria, las complicadas y difíciles cuestiones que se hallan pendientes en la Cancillería. Bien sabéis, Señores Legisladores, que a medida que desarrollan y adelantan los pueblos, han menester leyes adecuadas que llenen las nuevas necesidades; y sean conformes con el grado de prosperidad y civilización de los que han de obedecerlas. Las transformaciones del Derecho están íntimamente ligadas a las transformaciones de los pueblos; de tal manera que sería absurdo regir un Estado moderno con la misma jurisprudencia de las naciones antiguas. Los progresos de nuestra República y las conquistas del liberalismo ecuatoriano, exigían premiosamente una reforma radical de nuestras leyes; las que ni siquiera guardaban armonía con la Constitución, ni con los principios filosóficos y políticos que hoy imperan en el Ecuador. Conocedor de esta necesidad, he decretado nuevos Códigos, como el Penal, el de Comercio, el de Policía, el de Enjuiciamientos en materia Criminal y la Ley de Instrucción Pública; leyes que someto a vuestro ilustrado criterio para que, estudiándolas maduramente, las reforméis y perfeccionéis en cuanto fuere posible. Al promulgar dichos Códigos, me propuse facilitaros vuestra labor, presentándoos un cuerpo de leyes; a fin de que la discusión de los Señores Legisladores recayese únicamente sobre puntos determinados, y se ahorrasen tiempo y trabajo en la realización de reformas tan indispensables. Como el interés de todo ecuatoriano no debe ser otro que el acierto en cuestión de tanta monta, confío en que emprenderéis el examen de dichas leyes con el empeño y patriotismo que os distinguen.

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El estado de la Hacienda deja mucho que desear; y requiere reformas urgentes. El aumento de gastos que ha producido la guerra, indispensable para salvar al país de garras del mercantilísimo político, y la rebaja de las rentas aduaneras, producida por el inconsulto Arancel que expidió el Congreso último, han causado el natural desequilibrio en el Presupuesto; pero, mediante las acertadas reformas económicas que habéis de dictar seguramente, se restablecerá ese equilibrio tan necesario para que la República pueda llevar vida desahogada y propia. Y esto os será fácil; porque, como lo estamos viendo ya, las industrias toman inusitado incremento y se extienden a regiones que antes no las conocían; los capitales extranjeros acuden a fomentar el progreso de la Nación; las vías de comunicación dejan de ser una ilusión lejana, mantenida solo por el patriotismo, y las riquezas naturales del país, se están transformando en filón abierto y en fuente de prosperidad para todos. La explotación del los bosques; el cultivo del caucho; el desarrollo de la agricultura en sus ramos más productivos; la extensión del comercio; el laboreo de minas, en especial las de carbón en las provincias azuayas; la implantación de nuevas industrias, etc., no son ya meras esperanzas, sino que unas se han convertido, y otras están para convertirse, en halagadoras realidades, en pruebas elocuentes e indiscutibles de que el Ecuador marcha sin detenerse por el camino del progreso; y de que, en un día no muy lejano, lo veremos grande, próspero y feliz. La República no está, Señores Legisladores, en el estado de inopia y miseria que los calumniadores de su propia Patria han pintado con colores siniestros; la República está exuberante de vida y tiene a su alcance todos los medios para enriquecerse, para llegar al nivel de los pueblos poderosos del Continente. Y vosotros tenéis la gloria de haber sido llamados para emprender la labor económica que ha de conducir a nuestra Patria a ese estado de prosperidad y grandeza; puesto que el Gobierno, en que tengo la honra de presidir, háse limitado a decretar las reformas que ha creído más urgentes e inaplazables para la reorganización de la Hacienda. Para combatir el contrabando de aguardientes, se ha limitado a una quinta parte de los rendimientos que debía producir ese Ramo, expedí el Decreto del 10 de abril. gravando la destilación; puesto que con este sistema se logra facilitar la recaudación de la renta y evitar en mucho los perjuicios que el Fisco recibe de los contrabandistas. Esa contribución la pagan, en definitiva, los consumidores; y de ninguna manera se ha de considerar como un obstáculo puesto a la producción. Naturalmente, el Decreto mencionado ha sido muy combatido por los que tenían interés en mantener las facilidades para el contrabando; pero, espero de vosotros que conservaréis el mismo sistema de imposición, con el

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que veremos cuadruplicarse las rentas del ramo de aguardientes, en el próximo año; lo que contribuirá a balancear el presupuesto de las provincias. Esta renta es cuantiosa en todos los países; pero en el Ecuador ha sido casi nula hasta ahora por falta de leyes adecuadas sobre la materia. Deseando prestar apoyo eficaz a las industrias nacionales, promulgué un nuevo Arancel de Aduanas, basado sobre el sistema proteccionista; arancel que debía principiar a regir el 1 de noviembre próximo. Más, como se levantase una considerable corriente de oposición contra ese Decreto, dando prueba de imparcialidad, lo declaré suspenso, para someterlo a vuestra consideración; y os recomiendo que emprendáis su inmediato estudio, a fin de que el nuevo Arancel que acordéis, principie a regir desde el año entrante. Con el fin de atraer capitales extranjeros y de que se establezcan nuevas industrias en el país, expedí el Decreto de 26 de junio, el que producirá opimos frutos para el progreso nacional. El cultivo del Tabaco, constituye un ramo de riqueza que puede desarrollarse muy en grande, ya en la Costa, ya en las regiones montañosas de la zona media; y considerando necesario proteger esta industria, decreté la abolición del estanco, aceptable solo en países no productores. Y, como es más beneficioso para todo país el comercio libre que el monopolio, dispuse también la extinción del estanco del papel de fumar y de la pólvora. Por un error económico se habían multiplicado las Colecturías especiales, en las que existen cantidades relativamente considerables, sin utilidad práctica para la Nación. Por esto he decretado su abolición, exceptuando las Colecturías de Beneficencia, de Instrucción Pública, de Aduana de Guayaquil, y de las cuotas correspondientes a los Municipios en las rentas del Fisco. Además decreté que los ingresos locales de cada provincia se invirtiesen exclusivamente en el pago de sueldos de los empleados respectivos, los que antes han vivido recibiendo sus haberes con mucho atraso. La dualidad que existía en los Tribunales de Cuentas, me determinó a crear un Tribunal de Revisión que garantizara mejor los intereses del Fisco y de los cuentadantes. Una comisión de Banqueros de Francia y Holanda ha celebrado con el Gobierno, un contrato ad-referéndum, sobre empréstitos; contrato que en breve someteré a vuestra deliberación, para que resolváis lo que sea más conveniente a la República.

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Pretender progreso sin vías de comunicación, es buscar el fin sin poner los medios indispensables para conseguirlo. Aquella frase tan común y tan repetida de que los caminos son las arterias que dan la vida a los pueblos, encierra una gran verdad; porque la nación que no tiene ferrocarriles, ni carreteras, ni caminos de herradura, es realmente una nación muerta para el progreso. Mientras más vías de comunicación tenga un Estado, mayor y más pronto es su desarrollo; de manera que nunca es inútil la apertura de la más pequeña senda, porque significa un adelanto positivo para el país. Sin caminos ¿qué significan para el Ecuador sus inmensos y feraces bosques, donde la cosecha siempre es segura y pingüe, donde las maderas preciosas abundan en asombrosa variedad, donde el caucho y aun el cacao son espontáneos, donde la quina se halla a cada paso, donde todo es riqueza, apenas desflorada? Qué significan las dilatadas y fértiles planicies interandinas, cuando la producción ha tenido que limitarse siempre al consumo interior, por falta de salida de los productos excedentes, aún a las comarcas más cercanas? No estamos viendo frecuentemente que el hambre aflige a una provincia, mientras las vecinas nadan en la abundancia, y no pueden socorrerla solo por falta de facilidad de locomoción? De qué le han servido al Ecuador las grandes riquezas minerales de sus cordilleras, cuando los mejores yacimientos, los filones más abundantes, se hallan muy lejos de las costas, aislados entre las quiebras de los Andes, en lugares donde no es posible el transporte de máquinas poderosas ni de los medios más necesarios para su explotación? Para mí, señores Legisladores, lo mismo que para todos los ecuatorianos que ansían el engrandecimiento de la patria, la realización de nuestro ideal está en la apertura de caminos, de cuantos caminos se pueda, en todas direcciones; y sin perdonar sacrificio, sin retroceder ante ningún obstáculo, sin acobardarse ante la grita del tradicionalismo que anhela aún mantenernos en el más absoluto aislamiento, es decir, en la oscuridad y el atraso, en la miseria y la muerte. He aquí la razón de mi decidido empeño en la construcción del Ferrocarril Central; y tengo el placer de anunciaros que, a pesar de todos los obstáculos que la mala fe y el espíritu de bandería han opuesto a esta obra verdaderamente redentora, se ha conseguido ya que la gigantesca palanca del progreso, la locomotora, llegase a Mocha. En el curso de este mes avanzará a la ciudad de Ambato; en noviembre, a Latacunga, y muy a principios del año próximo, a la Capital, la que verá realizados sus sueños más constantes y patrióticos, al escuchar en su seno, esos silbidos de la locomotora que son la llamada de resurrección para los pueblos.

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Siguiendo el mismo sistema de promover el progreso, ha celebrado el Gobierno dos contratos ad-referéndum para la construcción de una línea férrea que una las provincias de Cañar y Azuay al Ferrocarril Central. Esas dos provincias importantísimas, aparte de la feracidad y extensión de sus campos, constituyen la zona mineral más rica de la República; y bastará la explotación de sus abundantes minas de carbón para que ese ferrocarril tenga vida propia desde luego, y deje utilidades a la empresa y al Gobierno. El primer contrato se celebró con el señor Eduardo Morley; y el segundo, con la misma Compañía del Ferrocarril de Guayaquil a Quito: el Ministro de Obras Públicas os presentará ambos contratos para que os sirváis estudiarlo, y aprobar el que mayores ventajas ofrezca a la Nación. Animado del mismo espíritu, ha celebrado también el Gobierno otro contrato ad-referéndum, para la construcción de tres líneas férreas: la primera, de Quito a la rica e importante provincia de Imbabura; la segunda, de Bahía a Chone; y la tercera, de Manta a Santa Ana, ambas en la no menos rica e importante provincia de Manabí. Os dignaréis asimismo, prestar vuestra atención a este contrato; y aprobarlos si lo juzgáis ventajoso para la República, como lo ha juzgado el Gobierno. El Ferrocarril al Curaray es de suma importancia; de modo que debe construirse sin omitir sacrificio alguno. Más, según las bases del contrato acordado con la Junta Patriótica, ese ferrocarril habría resultado sumamente caro; y el Gobierno se vio en la necesidad de convocar licitadores, a fin de obtener las mayores ventajas posibles. El Ministro del Ramo os dará cuenta detallada de este importantísimo negocio y de las ofertas que se nos han hecho. Los caminos de Quito a Chone, y de Ibarra a Esmeraldas, se hallan destruidos en gran parte por la imperdonable desidia en no haberlos terminado, y por la inercia en no haber reparado lo construido; y os encarezco que dictéis las medidas necesarias para que tan importantes vías de comunicación se pongan al servicio público lo más pronto posible. El camino de Machala a Cuenca, a más de poner en comunicación dos provincias, dará vida a los ricos valles que atraviesan los ríos Jubones, Rircay y Tarqui. Las leyes han señalado fondos especiales para este camino; pero esos fondos han desaparecido sin que la obra se realizara. Servíos, pues, dictar disposiciones adecuadas y de la mayor eficacia para la apertura inmediata de esta vía. Una de las obras más necesarias y urgentes para la Capital, es su canalización y provisión de agua potable; y el Gobierno declarándola obra nacional,

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votó la suma de $1.700.000, como veréis en los Decretos respectivos. Esta obra es inaplazable; y os recomiendo su inmediata conclusión. Es incalculable la importancia de la canalización y saneamiento de Guayaquil, nuestra metrópoli comercial y el centro del movimiento del país. El Ministro de Obras Pública os informará de las disposiciones dadas al respecto; pero me incumbe recomendaros sobre modo que, ampliando el Decreto dictado últimamente para la extirpación de la fiebre amarilla, señaléis los fondos necesarios para esta obra salvadora. Del respeto debido a lo más sagrado del hombre, la conciencia, nace la libertad de enseñanza: limitarla, de cualquier modo que fuera, sería volver a la esclavitud del espíritu humano, contra la que tanto ha combatido y combate la doctrina liberal. Todos tienen derecho para enseñar, sujetándose a las leyes de la materia; pero, la enseñanza oficial y costeada con fondos públicos, debe continuar obligatoria y laica. Asombroso es el interés que en todas las clases sociales se ha despertado por la educación e ilustración de sus hijos; de suerte que las Escuelas y los Colegios son pocos para esa laudable ambición de saber que se ha apoderado del pueblo. Puedo afirmaros que, dentro de poco, el Ecuador rivalizará con las naciones más adelantadas de América, en el número proporcional de escolares y de estudiantes; lo que ha de significar un alto grado de progreso moral e intelectual para nuestra Patria. Aparte del adelanto en los Colegios y Universidades, debo anunciaros que se palpa ya la gran utilidad de los demás planteles de enseñanza, como los Institutos Normales, la Escuela de Bellas Artes, el Conservatorio de Música, etc.; de donde principian a salir alumnos muy aprovechados, y aptos para desempeñar el magisterio. El Instituto Normal de Señoritas acaba de proporcionar institutrices a varias provincias; y el pueblo, conocedor de estas ventajas, tiene ya empeño en que sus hijos concurran a los referidos planteles. El Gobierno ha comprado varias casas destinadas a Escuelas y Colegios; pues juzga que todo sacrificio es pequeño, al tratarse de la difusión de las luces entre el pueblo. Fue mi resolución destinar para Beneficencia e Instrucción Pública, en general, las rentas de Sal y de Timbres; pero, el cúmulo de obstáculos sobrevenidos en la actualidad, me han impedido realizarla.

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No cumpliría un deber de justicia y de patriotismo, si no os recomendara a nuestro denodado Ejército; cuyas dotes militares son una firme garantía para el liberalismo y para la seguridad de la Nación. El valor indómito, la abnegación, la disciplina, la constancia en la defensa de los principios liberales, el amor ardoroso a la Patria, hacen del Ejército ecuatoriano, una colectividad digna de la atención preferente de todos los altos Poderes del Estado. La Instrucción del Ejército va muy delante; y el Colegio Militar y la Escuela de Clases están produciendo buenos resultados. La reorganización de la milicia será más fácil, a medida que aumente la instrucción del soldado y de la oficialidad; y es de esperar que, no muy tarde, tendrá la República un Ejército bien organizado e instruido que rivalice con los mejores del Continente. El Gobierno ha iniciado la compra de cincuenta mil fusiles Manlicher reformado, calibre siete-nueve, con las municiones necesarias; elementos de guerra comprados al Sr. Georg Grotstueck de Berlín. También se ha negociado con el Sr. F. U. Falcinelli Graziosi dos baterías de Artillería, sistema Skoda, Austriaco, con las municiones necesarias. Los Señores Ministros de Estado, os darán cuenta detallada de todo lo relacionado con su respectivo Departamento administrativo. Os repetiré, para concluir, Señores Legisladores, que este Mensaje no contiene sino ideas generales sobre lo principal de la Administración pública; pero, vosotros, interesados en el bien de la Nación, y con vista de los informes de los Ministros Secretarios de Estado, desarrollaréis mis ideas y las transformaréis en leyes, si las juzgáis encaminadas al progreso y engrandecimiento de la República. Al someteros mis propósitos, no tengo otro fin que cumplir un deber; y cooperar con patriótico empeño, al mejor acierto en las labores de los encargados del Poder público. Pero, en vuestras manos está la suerte de la Patria; y tengo la convicción íntima de que os conquistaréis un puesto envidiable en la historia ecuatoriana, cumpliendo como se debe el difícil y elevado cargo que os han conferido los pueblos. Honorables Diputados, Eloy Alfaro Palacio Nacional, Quito, a 9 de octubre de 1906.

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Mensaje Especial del Presidente de la República a la Asamblea Nacional, sobre la Ley de Liberación de Derechos a la Importación de Víveres Honorables Señores Diputados: Tengo la honra de dirigiros este Mensaje especial, porque, convencido como estoy de vuestra alteza de miras y acendrado patriotismo, no dudo que acogeréis las observaciones que voy a haceros sobre la Ley de Exoneración de derechos de importación de víveres. El Gobierno, como repetidas veces lo ha manifestado, tiene el mayor interés en remediar las necesidades del pueblo; pero débese ejercer esta filantropía oficial, conciliando los intereses de la clase necesitada con los de las industrias nacionales y los del Fisco. La Ley que habéis sancionado, desde luego animados de las mejores intenciones, no guarda esta conciliación tan necesaria para la prosperidad del país; y en las objeciones que os presenté, las que ni siquiera han sido leídas en la Asamblea, puse de manifiesto los gravísimos inconvenientes que se originarían de la sanción de la referida Ley. En efecto, la liberación de derechos sobre la importación de artículos similares a los que se producen en la República, tienen necesariamente, que producir una competencia desastrosa para la agricultura e industrias nacionales; puesto caso que los importadores de productos extranjeros, están en condición de abaratar el precio de esos artículos, hasta el extremo de hacer ruinosa la producción ecuatoriana. La carencia de brazos, el elevadísimo tipo de interés sobre el capital que se emplea en la República, lo rudimentario de nuestra agricultura, los mismos fenómenos meteorológicos que ocasionan la frecuente escasez de víveres, las dificultades de transporte, el casi ningún uso de la fuerza mecánica aplicada a las labores del campo, etc., son obstáculos inmensos para la producción nacional; y, por lo mismo, el precio de nuestros productos resulta excesivamente subido, en comparación de los gastos que los productores extranjeros tienen de hacer en el mismo caso. De aquí es que, por ejemplo, los cereales producidos en California, aun cargando los gastos de conducción hasta Guayaquil, pueden ser vendidos a menor precio que los productos similares del país; lo que, a todas luces, vendría a causar la más completa ruina de la agricultura ecuatoriana; es decir, cegaría esa fuente de riqueza, la primera en todos los pueblos, y la que todos los Legisladores del mundo, han procurado mantener abierta y ensancharla cuanto les ha sido posible.

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Y no se diga que así se combate la miseria del pueblo; porque, en épocas anormales, se puede conseguir tan laudable fin, concediendo a los Municipios el privilegio que hoy se ha concedido a todo el comercio. El proyecto que tuve la honra de someteros, al respecto, habría llenado todas las necesidades públicas, sin causar el menor perjuicio a los intereses de la Nación y de los productores. Añadid a esto la pérdida de más de un millón de sucres anuales para el Fisco, con la liberación de los derechos de aduana de que estoy tratando; y veréis que, sin aliviar sensiblemente la condición del pueblo, habéis aumentado las dificultades económicas del Gobierno, precisamente cuando debemos poner todo empeño en aumentar las rentas fiscales para salvar al país. Por lo que mira a la industria azucarera, ciertamente, debéis poner coto a todo monopolio que encarezca aquel artículo de primera necesidad; pero la Ley que impugno, sin remediar el mal, no ha hecho sino abrir nuestros mercados al libre expendio de azúcar extranjera, en perjuicio de los productores nacionales. Vuestra gran ilustración me dispensa de hacer comentarios sobre este desastroso resultado; pero, sí llamaré la atención de la Honorable Asamblea, sobre las indefectibles leyes económicas que regulan ese equilibrio instable entre la demanda, la oferta y el precio de un artículo. Abierto un nuevo y vasto mercado al azúcar del Perú, por ejemplo, su precio debe subir necesariamente; y más, si se toma en cuenta que la producción ecuatoriana viene de sufrir una depresión considerable, ya que no sufra paralización completa, como es de temer. Por consiguiente, no tendremos azúcar barata, como se ha pretendido al expedir la Ley que refuto; sino que, lejos de obtener este beneficio, emigrará el numerario y quedará sacrificada una industria nacional en provecho exclusivo de la República vecina. Lo mismo digo de las demás industrias perjudicadas, como la fabricación de cerveza y de fideos; pero lo más grave, es la pérdida de trabajo para tantos brazos empleados hasta ahora en dichas fábricas. El problema que más preocupa a los hombres de Estado, en todos los países civilizados, es el de proporcionar trabajo remunerativo al pueblo; porque los brazos desocupados constituyen un peligro mortal para las naciones; el pueblo sin trabajo, es el abismo siempre abierto para las instituciones, para la moralidad y el progreso, para la paz y felicidad públicas. Mas, la Ley que habéis expedido, produciría todo lo contrario; porque privaríais de ese trabajo moralizador a millares de ecuatorianos, los que han de convertirse por necesidad en factores de desorden y de anarquía.

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Ahora, si paramos mientes en la manera cómo se ha tramitado la expedición de dicha Ley, no os ocultaré mi extrañeza de que el Ejecutivo haya sido así como sorprendido, en un asunto de tan suma importancia. En oficio de fecha dos del presente mes, marcado con el número 71, el Ministro de Hacienda se dirigió a la Honorable Convención, acusando recibo de los Proyectos de Decreto sobre liberación de derechos de aduana de artículos alimenticios de primera necesidad, y sobre derogación del Decreto Supremo de 4 de octubre del año anterior; e hizo la observación de que el término para sancionar dichos Proyectos, no debía correr desde el primero de enero, por haber sido feriado dicho día. La Asamblea, tomando en consideración el referido oficio del ministerio, declaró que accedía a las insinuaciones hechas por el señor Ministro Puga; y, por tanto, quedó resuelto que el término para la sanción indicada, debía contarse desde el día dos, como así consta en el oficio del Sr. Secretario de la Asamblea, fechado el día tres y marcado con el número 73. El H. Consejo de Estado, con vista de este oficio y atendiendo a que los términos deben contarse conforme al artículo 44 del Código Civil, resolvió en la sesión del día cuatro, estudiar los Proyectos que se le habían sometido, en la reunión del día siguiente; y así lo hizo, en efecto, y el día cinco fueron presentadas las objeciones del Ejecutivo. El Consejo de Estado, el Presidente de la República y sus Ministros, descansábamos, pues, en la resolución previa de la Asamblea Nacional; y no podíamos suponer, ni por un momento, que habíais de declarar ilegal vuestra resolución del día dos, y sancionado por el Ministerio de la Ley, un Decreto tan lesivo a los intereses de la Nación. Os repito, el Ejecutivo, se ha visto así como sorprendido; pero, aún es tiempo de remediar el mal, modificando el referido Decreto en el sentido de Proyecto que os presenté, o conforme vuestra alta ilustración os aconseje. Evitad, señores Legisladores, todos los graves inconvenientes que a la ligera os he apuntado en este Mensaje; sin que por esto desatendáis las necesidades del pueblo ni dejéis de reprimir los monopolios, que tan justamente os han alarmado. Como solo el patriotismo y la conveniencia pública inspiran a todos los poderes públicos, espero que acogeréis benévolamente mis observaciones. Señores Diputados, Eloy Alfaro Palacio Nacional, Quito, a 9 de enero de 1907.

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Segundo Mensaje Especial del Presidente de la República a la Asamblea Nacional sobre la Derogación de la Ley de Derechos sobre la Importación de Víveres Honorables Diputados: Conocido en la República el texto del Decreto de 27 de diciembre del año próximo pasado, sobre liberación de derechos a la importación de víveres, etc., ha producido él, la excitación que era de esperarse, por los males que a la industria y a la clase obrera acarrea, y los cuales tuve ocasión de apuntaros en mis Objeciones a dicho Decreto. Los trabajadores de la Fábrica de Cerveza Nacional de Guayaquil, los primeros, me han dirigido la solicitud que os transcribo, y en la cual ponen de manifiesto todo el cuadro de miserias y desdichas que se les depara con motivo de la próxima clausura de esa Fábrica, la cual va a ser literalmente arruinada por ese mismo Decreto. Doscientas familias, Sres. Diputados, van a quedar sin pan ni abrigo; la floreciente industria de Cerveza Nacional va a ser extinguida; y todo esto con perjuicio del Erario y con riesgo inminente de la alteración de la bienhechora paz, a cuyo abrigo, únicamente, puede engrandecerse la Nación. Y mañana, asimismo, quedarán arruinados los Ingenios de Azúcar, deudores, en su mayor parte, de gruesas sumas de dinero a los Bancos Nacionales, y saldrán a la calle millares de laboriosos jornaleros a engrosar el número de los elementos nocivos del país, y el Fisco perderá una respetable cantidad que debería figurar en su exhausto ingreso. Y lo sabéis bien, señores diputados, el Gobierno carece de facultades para contener tamaño mal; y si vosotros no lo remediáis, tendrá el dolor de ver que se consuma, y con él, la ruina de la industria y el desastre de considerable número de jornaleros, dignos de que los protejan y amparen los Poderes del Estado. No quiero cansaros repitiendo las mismas poderosas razones que tuve el honor de exponeros en mis Objeciones y Mensaje anterior sobre ese Decreto, que, si inspirado en el más puro patriotismo, a acarrear no los bienes que os propusisteis, si no todos los males que no os imaginasteis, y que los considero irremediables, si es que no optáis por revocarlo, como es de conveniencia y de justicia; y así me limito a llamar vuestra atención acerca de ellas, y pediros carguéis vuestra consideración sobre la fundada solicitud de que os vengo hablando, a fin de que, interesados como sois por la paz y el progreso del país, hagáis por salvarlo del peligro que le amenaza, revocando el Decreto.

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Vuelvo a repetiros; el Decreto prepara la ruina de una parte importante de la industria nacional, y deber mío es volver a vosotros para que la conjuréis; conjuradla. El Decreto va a inutilizar centenares, tal vez millares de brazos, sacándolos de las fábricas, donde elaboran la riqueza nacional, a la calle, en donde engrosarán, seguramente, las filas de los perturbadores del orden público; y deber vuestro es contener la consumación de este gravísimo mal: contenedlo. El Decreto va a privar el Erario de una gruesa suma de dinero en sus ingresos; y deber vuestro es evitar este daño a las rentas nacionales: evitadlo. Y no debo dejar desadvertida la consideración de peso indiscutible, de que el Decreto fue oportunamente objetado, y por lo mismo, no pudo ser sancionado por el Ministerio de la Ley, como lo acreditan los antecedentes publicados en el No. 274 del Registro Oficial, conexionados con el propio Decreto; sobre cuyo particular llamo vuestra ilustrada atención, a fin de que lo apreciéis como una razón más para declarar su derogación. He aquí, Honorables Diputados, la solicitud en referencia: estimadla en todo lo que ella vale, y salvad la industria nacional. Honorables Diputados, Eloy Alfaro Palacio Nacional, Quito, a 18 de enero de 1907.

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3. Escritos para la historia

Campaña de Esmeraldas El deber cumplido hace que sea menos dolorosa para mí la obligación en que estoy de hacer una reseña de lo más sustancial ocurrido en la reciente campaña de Esmeraldas. Propóngome, pues, hacer una breve exposición de los hechos para que formen su juicio mis conciudadanos. El 5 de junio llegué a Pianguapí, en donde me esperaba un grupo de voluntarios; asumí el mando y nombré Secretario General al joven patriota don Miguel Valverde, que me acompañaba en unión del Coronel J. Mz. Pallares, Comandante Centeno y otros amigos más. El armamento que allí encontré consistía en menos de 100 fusiles de fulminante, entre buenos y malos, 18 armas de precisión de diferentes sistemas, con muy pocas cápsulas y algunas escopetas. Y llevé 60 rifles y 10 carabinas rémington con abundante parque. Al emprender la marcha desde Panamá, mi propósito era seguir avanzando con celeridad como medida indispensable, para evitar se reforzara la guarnición enemiga que había en Esmeraldas; pero esto no me fue posible verificarlo. En la madrugada del 7 salimos de Pianguapí para La Tola en embarcaciones menores y en el curso del día llegamos a esa población; al siguiente debíamos continuar avanzando y tuve que desistir por informes especiales; y resolví esperar la llegada de un buque que debía traerme una cantidad de rifles y dos cañones, de montaña. El buque tuvo su viaje dilatadísimo; llegó al fin pero sin los cañones y desfalcadas las cajas en las que solamente resultaron 36 rifles. Ignoro dónde tuvo lugar el robo. Los citados rifles con abundantes cápsulas fueron trasbordados en canoas y llegaron a mi poder después de un viaje peligrosísimo, pues hubo que burlar la vigilancia de varios vapores enemigos que recorrían la costa con tropas de desembarco y que esperaban dar caza al buque y a los valerosos expedicionarios que lo tripulaban. Recibido este armamento, aunque muy deficiente, resolví avanzar. Durante mi permanencia en La Tola, el enemigo, superior en número y bien provisto de artillería, no intentó ningún movimiento agresivo y se limitó a bloqueamos y a hacer ostentación de sus fuerzas sin desamparar sus embarcaciones. Para fa167


cilitarles el ataque, dispuse dejarle libres todos los puntos por donde podían efectuar un desembarco; medida infructuosa, pues, como llevo dicho, solo se limitaron a hacer alarde de los elementos de que disponían. En La Tola se engrosaron algo nuestras filas, y puse especial atención en disciplinarias lo mejor posible. ¡Ímproba labor es organizar voluntarios! Se formaron las columnas Esmeraldas, Seis de Abril, Libertadores y Constitución, que componían un total de 150 hombres, aproximadamente, al mando de los Comandantes Villacís, Ríos, Centeno y Mayor Marchán, respectivamente. Dos días antes de salir de La Tola llegó a mis manos un Boletín que el enemigo había dejado en un caserío inmediato, en el cual anunciaba oficialmente haber sido dispersadas las fuerzas revolucionarias del norte. Yo no le di entero crédito a esa noticia, pero en la duda no vacilé en tomar la ofensiva para cumplir con mi deber en lo que humanamente fuera posible. Con las fuerzas mencionadas emprendí la marcha. Llegamos a Rioverde el 14 de julio, en donde encontré varios tripulantes del vapor Esmeraldas con su Capitán, tomados prisioneros por nuestra avanzada. Una fuerte fiebre que nos atacó al señor Valverde y a mí nos hizo perder muchos días en Rioverde. Allí se nos presentaron también algunos voluntarios. El 23 se incorporó el señor Roberto Andrade que había salido de Imbabura con tal propósito; y en el acto como un homenaje tributado a sus heroicos méritos, le nombré jefe de Estado Mayor con el grado de Comandante. El 24 emprendimos nuevamente la marcha para buscar un paso por donde cruzar el correntoso río de Esmeraldas. Se caminó toda la noche, y al rayar el día 25 pasamos por el caserío llamado La Piedra, frente a la ciudad de Esmeraldas y a tiro de cañón de vapor enemigo que estaba anclado en el puerto. En ese punto me informaron que el enemigo tenía la costumbre de situar un destacamento de 25 a 50 hombres en el caserío de Tachina, dispuse lo necesario para coparlo y designé las columnas Seis de Abril y Esmeraldas para su ejecución, con orden, terminante comunicada a sus jefes de no hacer fuego mientras no se les intimara rendición. En Tachina nada encontramos, pero allí adquirimos la certidumbre de que el destacamento enemigo estaba en el caserío inmediato de Tábule. La Seis de Abril llevaba la vanguardia, y en los momentos que consumada la sorpresa y que el Comandante Ríos personalmente intimaba rendición, que ya era inevitable para los contrarios, una descarga inesperada sembró la desolación de ese recinto; descarga que por poco ocasiona también la muerte del valiente Ríos. Había sucedido que un sargento con unos pocos soldados de la Esmeraldas se habían extraviado de su columna, y apenas divisaron por una vereda el grupo de los soldados del

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destacamento, sin orden rompieron los fuegos que ocasionaron seis bajas, entre muertos y heridos, dos de estos paisanos. Siempre deploraré esa sangre derramada inútilmente. El destacamento se componía de solo 10 soldados; los sobrevivientes que eran 6 con un oficial, fueron tomados prisioneros, y los rifles que tenían pasaron a mejores manos. La captura de ese piquete nos causó mucho daño, debido en parte a los guías que temerosos de un encuentro, nos extraviaron y desorganizaron en el orden de la marcha. Seguimos adelante y donde encontramos canoas principiamos a pasar el río; en la tarde de ese mismo día acampamos en Puebloviejo. Ocupábamos y a la misma orilla en que estaba el enemigo. El 28 recibí un posta de Tumaco con cartas de los tripulantes del vapor Olmedo. Se me proponía que fuera yo a Tumaco, o bien que evitara encuentros y que me retirara a La Tola para recibir ciertos refuerzos. Reuní un Consejo de Guerra para deliberar lo que convendría hacer, en el que prevaleció la opinión de que si emprendíamos retirada a La Tola, perderíamos la mitad de la tropa en razón de que estaba muy maltratada por las penosas jornadas que se habían hecho y por el riguroso servicio de campaña que acostumbrábamos hacer, y que entre todos ellos ninguno quería retroceder sino combatir. Se tomaron en consideración otras circunstancias que presentaban como infructuoso el regreso a La Tola. A mí también se me hacía doloroso retroceder por más que deseaba recibir el refuerzo de buenos compañeros y de 80 rifles. Pero convencido de la verdad que expresaban los jefes que componían el Consejo de Guerra, procedí de conformidad. Las fuerzas que estaban a mis órdenes, se componían de propietarios artesanos, agricultores, etc., etc., gente toda difícil de sujetarse a una vida dilatada de cuartelía y marchas y contramarchas. Contesté a los amigos de Tumaco lo que me cumplía hacer. Al día siguiente, julio 29, tuvo lugar la acción de Las Quintas. En la mañana recibí aviso de que el enemigo se movía sobre nuestro campamento, que la mayor parte de sus fuerzas venía por tierra camino de Tiaune a la Victoria, y que una pequeña parte estaba destinada a llamarnos la atención por la isla de Tontavaca, situada cerca de Puebloviejo. A las 10 de la mañana los fuegos de nuestras avanzadas por la orilla del río, anunciaron la presencia del enemigo en la citada isla. Inmediatamente dispuse que la columna Esmeraldas, compuesta de excelentes tiradores, se situara en el caserío de Las Quintas, y el resto de las fuerzas las coloqué convenientemente para recibir al enemigo que venía por tierra. Viendo que el ataque por el río era de mayores proporciones de los

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que se me había avisado, ordené que el Libertadores tomara parte en la acción; momentos después de haber entrado en línea este refuerzo, el enemigo principió a gritar “viva Alfaro, viva Villacís” y los fuegos calmaron de ambos lados. Acto continuo el enemigo se internó al monte y se perdió de vista. No era posible imaginarse que los tales vivas habían sido una estratagema para conseguir retirarse impunemente. El ataque esperado por tierra no se efectuó. En la acción de Las Quintas que duró una hora, el enemigo presentó sobre 200 soldados en una línea de guerrillas situada en la playa de la isla, que sirvieron de buen blanco para nuestros tiradores; las pérdidas que sufrieron fueron considerables, las que tuvieron buen cuidado de ocultar. La fuerza que los rechazó se componía de menos de 70 voluntarios, y no tuvimos pérdida que lamentar, gracias a la favorable situación del terreno. Aunque todos pelearon bien, los honores del triunfo correspondieron a la Esmeraldas, en particular al Comandante Villacís y a todos los oficiales que mandaban las descubiertas Tenientes Ampudia y Cazar que fueron ascendidos a Capitán. Cayeron en nuestro poder la mayor parte de las canoas en que había venido el enemigo, en las cuales se encontró un pequeño botiquín de campaña y dos cajones de cápsulas rémington. Confieso que las innobles estratagemas del enemigo, me quitaron las ventajas de la victoria. Al mismo tiempo que se retiraban a todo correr para Esmeraldas, recibía yo aviso de que realmente venían las fuerzas anunciadas por tierra. Con ese informe y los vivas durante el combate, que yo tenía motivos para considerar verdaderos, me engañaron completamente. En Puebloviejo aumentáronse bastante nuestras filas, allí organicé la columna Colombia, que eligió por su Comandante al entusiasta señor Jacinto Nevares. Como resultado de la acción de Las Quintas, los mudistas hicieron embarcar en Esmeraldas sus equipajes y todo lo que les estorbaba para la retirada y pronto embarque de sus tropas. Para mí no podía ser más aciaga la noticia, puesto que teníamos seguridad de apoderarnos del armamento que tenían en mano. Estaban en disposición de reembarcarse cuando optaron por hacer trincheras para defenderse en la ciudad. De Guayaquil me habían escrito asegurándome que de allí no saldrían refuerzos para la guarnición de Esmeraldas. Yo estaba esperando, aunque ya con desconfianza, un movimiento que debía tener lugar en las fuerzas contrarias, cuando se me informó que esperaban recibir refuerzos de Guayaquil. Entonces resolví no perder más tiempo.

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Salimos de Puebloviejo el 4 de agosto con el propósito de efectuar el ataque al día siguiente: El atraso de una de las Columnas retardó nuestra llegada al estero de Tiaune, y en la mañana siguiente pasamos en canoas el estero para llegar a la hacienda llamada “La Propicia”, en donde se empleó parte del día en limpiar el armamento que se había mojado por la lluvia constante de la noche anterior. Se hizo forzoso perder allí el resto del día. Circunstancias especiales me determinaron a mandar un parlamentario para intimar la rendición a la guarnición de Esmeraldas. El Capitán Sarria, que fue de parlamento, cumplió su misión y regresó con la noticia de haber llegado el Babahoyo con el General Robles. Pensar en retirada encontrándonos en las inmediaciones de Esmeraldas, no era prudente ni decente. Reflexioné en la confianza que entraría el enemigo con el refuerzo recibido, y resolví llevar a cabo el ataque a las cuatro de la madrugada. Personalmente di la orden a los jefes de cuerpo para que algunas horas después, a media noche, estuvieran listos para marchar. En la tropa que yo tenía, la columna más cumplida era la Seis de Abril, la cual en ese día estaba situada vigilando uno de los caminos que conducía a Esmeraldas. Llegó la hora fijada y esa columna no apareció. Mandé traerla y al fin llegó algunas horas después. Su demora consistió en que emboscaron una avanzada más lejos del lugar que había señalado yo personalmente. Esta dilación me trastornó lo primordial del plan. Al fin emprendimos la marcha; todos íbamos a pie con excepción de dos presos políticos, a quienes por estar en imposibilidad de caminar les permití ir a caballo; tres bestias, unas que con mucha dificultad conseguí, las destiné para conducir el parque. Horas antes de salir de “La Propicia”, dispuse que todos los empleados civiles formaran una columna de Macheteros, la que puse bajo las órdenes del Secretario General señor Valverde. Amanecía cuando descendíamos el cerro Mucumbiazo; a las seis y media de la mañana hice alto: nos encontrábamos a pocas cuadras de Esmeraldas. El monte estaba espeso, y al aparecer nosotros, el enemigo no había advertido nuestra aproximación. Las columnas Esmeraldas y Constitución venían de vanguardia; llamé a sus jefes comandante Villacís y Mayor Marchán; al primero le señalé el extremo Sur, y al segundo Norte, los que debían atacar, limitándose a sostener el fuego formados en guerrillas a distancia proporcional. Les manifesté que el objeto de iniciar el ataque en la forma indicada a los extremos opuestos de la ciudad, era para llamar la atención del enemigo hacia esos lados, y que el resto de las fuerzas las destinaba para tomar por asalto el centro; operación que

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se facilitaba, por extenderse Esmeraldas de Norte a Sur. En términos precisos les manifesté todo el plan para que se penetraran bien de la importante cooperación que yo esperaba de esos dos cuerpos. Ambos jefes conocían perfectamente la localidad. Les ordené marchar por las veredas interiores que hay, para no ser vistos o detenidos por el enemigo. Tenía planos de las trincheras y conocía las disposiciones de defensa que adoptaban en la población. Previne a Marchán de no romper los fuegos hasta tanto no lo hiciera la Esmeraldas, y ambos jefes se fueron llenos de entusiasmo. Entonces avanzó la Seis de Abril a poca distancia para esperar mis órdenes. Principiaba a desfilar la Colombia cuando oí el primer tiro, que fue contestado con una descarga del enemigo, y continuó el fuego generalizándose. Al momento supuse que la Constitución y quizás la Esmeraldas habían encontrado obstáculos para avanzar, y en el acto resolví precipitar el asalto del centro. Al efecto ordené que la Colombia, seguida de la columna de Macheteros, se incorporaran a la Seis de Abril y ejecutaran el ataque. Avanzaba yo con el Libertadores que tenía de reserva, cuando se me presentó un sargento de la Colombia a darme parte de que el enemigo maniobraba para cortarnos, señalando con la mano hacia mi izquierda. Lancé al Libertadores en la dirección que se me indicaba. Yo seguí adelante y entonces vi a nuestros voluntarios desorganizados y en pelotones. Continué recorriendo nuestra línea hacia la izquierda, y encontré al Libertadores que no habiendo hallado enemigo a retaguardia, iniciaba el ataque por un camino bastante ancho que hay detrás de la iglesia. Dispuse una carga general. En ese avance murió el denodado Mayor Pizarro, segundo jefe del Libertadores. Fueron apagados los fuegos de la trinchera inmediata a la iglesia que estaba a pocos pasos de nuestros valientes, la cual, como un cuarto de hora después la reocupó el enemigo. La artillería funcionaba con actividad, pero ningún daño nos causaba; no así de las trincheras, de donde disparaban sin dejarse ver ni la cabeza. Estaban muy nutridos los fuegos, cuando recorrió nuestra línea la voz de “bandera de parlamento, el enemigo se rinde”. La bandera blanca que había puesto el enemigo, la fueron desenvolviendo lentamente hasta que se reconoció la antigua bandera ecuatoriana que es azul en el centro y blanca a los extremos. Reconocida la inicua superchería, los fuegos se renovaron, pero no volvieron a tomar el vigor que tenían antes. Veamos lo que desde el principio había causado el trastorno del plan. El Mayor Marchán se puso a la cabeza de la descubierta que precedía a su Columna, y en vez de elegir una vereda que lo llevara al punto que le había designado yo, tomó el camino que conduce al centro del enemigo. El primer tiro

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salió de esa descubierta y mató al centinela; el enemigo respondió con una descarga que mató al valeroso Marchán que avanzaba. El resto de la Columna sin voz ni mando se convirtió en una pelotera. El Comandante Villacís al oír esos tiros no prosiguió su marcha, y seguido de unos pocos inició el combate por ese lado. Con el resto de esa Columna sucedió como con la anterior. El enemigo que creía probable nuestro avance y que descansaba descuidado, recibió aviso oportuno de nuestro movimiento, concentró sus fuerzas, se preparó y nos recibió con descargas cerradas. El Comandante Ríos entró con muy poca gente también. El Comandante Nevares evitó en parte ser envuelto por el torbellino, desviándose hacia la derecha y mediante maniobra entró en lucha la Colombia con arrojo temerario. Los Macheteros, aunque envueltos por el tumulto, se condujeron con intrepidez. El Libertadores fue la única columna que entró íntegramente a la pelea, y con algunos dispersos que se agregaron, sostuvo los fuegos con regularidad. Perdió más de una tercera parte de los 33 voluntarios que la componían. Entre los muertos que hubo en ese recinto quedaron, además de los malogrados Marchán y Pizarro, los intrépidos oficiales Roberto Morales, Rubén Miranda, Daniel Carrillo; y entre los heridos el señor Montúfar de quien recordaré sus denodados esfuerzos con admiración y gratitud, y los valientes oficiales Santillán, julio Carrasco. Continuaba el combate, en algunos lugares a tiro de pistola, cuando se me presentó un oficial a darme parte de que el enemigo tomaba posiciones en punto inmediato para flanqueamos. Llamé al Comandante jefe de Estado Mayor que estaba inmediato, a mi Ayudante Capitán Andrade y unos cuantos compañeros más y marché a contener el avance del enemigo por nuestra retaguardia. Siguiéronme los demás combatientes de ese punto; por este movimiento se interrumpió casi repentinamente el combate, pues un momento después solo se oía uno que otro tiro por el resto de la línea. A retaguardia no encontramos enemigos; a unos pocos de nuestros dispersos los confundieron sin duda con los contrarios. Apagados nuestros fuegos y en desorden todo, no era posible ya renovarla lucha. Busqué el camino que había traído y principié a organizar los dispersos que encontré. Entonces emprendimos la retirada andando paso a paso, por los heridos que llevábamos, de los cuales, los más graves iban a hombros o colocados en los caballos que conducían el parque. El intrépido Mayor Rebolledo, tercer jefe de la Colombia, que había sido de los últimos en retirarse, cerraba la marcha con un grupo que él mismo había organizado. Como a las dos de la tarde hicimos alto en la hacienda de San Rafael, situada a orillas del Tiaune. Allí se atendió a los diez heridos que llevábamos, entre los cuales estaba el segundo jefe de la

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Seis de Abril, el abnegado Comandante López Rosas, a quien se le amputó un pie, y el valerosísimo joven Clemente Concha, segundo jefe de la Colombia que había sido sacado de la inmediación de una trinchera por la intrepidez de nuestro cirujano, fue allí curado también. Cuando el ataque, contábamos con 250 voluntarios. El armamento consistía en 115 rifles, 70 fusiles de fulminante, algunas escopetas y machetes. Aún en medio de la pelotera, los que tenían armas de fuego no se retiraron sin disparar; pero los que realmente combatieron en toda regla, calculo que no llegaron a ciento, consecuencia del desorden que se introdujo al principiar la acción. La lucha duró menos de una hora. Nuestras bajas fueron relativamente considerables; ascendieron a unos 40 entre muertos y heridos. Prisioneros perdimos muy pocos; entre estos uno de mis ayudantes, Capitán Mario Oña, que combatió con mucho denuedo; se había separado de mí para ejecutar una orden. También quedaron en poder del enemigo, heridos, el abnegado Sargento Mayor Julio Estupiñán y el bravo Alférez Octavio Jurado, pertenecientes a la columna Macheteros. Individualmente ejecutaron prodigios de valor nuestros voluntarios. Tal fue el combate de Esmeraldas, que tuvo lugar el día 6 de agosto. Yo estoy seguro de que sin la heroica precipitación del Sargento Mayor Marchán, todas las columnas habrían ocupado sus puestos previamente designados, y entonces, sin embargo de los mil hombres que atrincherados y con artillería guarnecían la ciudad, la victoria habría sido irremisiblemente nuestra. A los valientes que yo tenía la honra de mandar, les sobraba voluntad y resolución para combatir y triunfar. Solamente un desorden fortuito ha podido hacer infructuosos, por el momento, los esfuerzos del más abnegado patriotismo. Como en la acción de Las Quintas, hubo también en las trincheras vivas insidiosos. De Esmeraldas habíaseme informado que la guarnición estaba pronta a proclamar a don Pedro Carbo siempre que yo lo apoyara con las fuerzas que tenía a mis órdenes. Yo acepté, y en esperar el pronunciamiento perdí un tiempo precioso. El envío de un parlamento la víspera del combate de Esmeraldas, no fue más que un ultimátum a esa proposición. Después de la retirada, nuestra fuerza reunida en San Rafael ascendió a unos 170 hombres. En la noche acampamos en las inmediaciones de la hacienda de San José. Al día siguiente hicimos alto en Monquilve, a orillas del estero. Muchos me pidieron su baja y se la concedí; y a los prisioneros que aún tenía los puse en libertad. Algunos desertaron. Estas circunstancias redujeron mucho mis fuerzas.

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Los soldados, llenos de indignación, me informaron que el enemigo ofrecía veinticinco mil pesos por mi cabeza. En Monquilve descansamos un día, y el 9 de agosto cruzamos la montaña; como a las dos de la tarde, salíamos a Timbre en el río de Esmeraldas. El enemigo en número considerable había llegado en la mañana a la hacienda de La Victoria distante una hora de Timbre. Hicimos rancho en el Peñón de Chula y continuamos a la hacienda del señor Chiriboga. En la tarde del 10 de agosto continuamos la marcha, subiendo el río con el deseo de pasar a Manabí. Había que cruzar una dilatadísima montaña, y por escasez de víveres tuve que desistir, y adopté otra ruta. Por enfermedad tuve que separarme de mis compañeros don Miguel Valverde que se quedó en compañía del muy patriota Gobernador don Pedro Gómez, quien tampoco pudo seguir la marcha por su quebrantada salud. Pasamos el riachuelo Popa y llegarnos al estero de Rioverde. Nos encontrábamos en la montaña, en vía para el río Onzole, cuando recibimos un posta que traía la noticia de haber sido reducida a 200 hombres la guarnición mudista de Esmeraldas, y que lo demás de las tropas las habían mandado a Guayaquil. En el acto dispuse regresar, y nos encontramos con que la noticia había sido inexacta. Regresamos. El 30 de agosto subimos el estero de Meribe, y después de dos días de montaña, llegamos al estero de Contaduro en donde nos proveímos de balsas y en pocas horas de navegación, desembocamos al río Onzole, que bajamos en dos días. Estuvimos a corta distancia de La Tola, que estaba ya ocupada por el enemigo, lo mismo que otros puntos de tránsito para la costa. Determinamos trasladarnos a la Sierra. En canoas subimos el caudaloso río Cayapas, y el 7 de septiembre llegamos a un lugar que llaman El Puerto, de donde principia el viaje a pie por la montaña. Allí tuvieron que quedarse muchos compañeros. El día 8 principiamos a internarnos; el 10 llegamos a Pueblo Viejo, caserío antiguo de los indios Cayapas, en donde se quedaron los Comandantes Centeno y Ríos y algunos compañeros más que no podían caminar o que estaban enfermos. De allí en 5 días cruzamos la montaña más inclemente y áspera que sea posible imaginarse. El día 15 salimos a la provincia de Imbabura por los páramos de Pifian. Me acompañaban el Coronel Pallares, Comandante Andrade; en fin 22 entre jefes, oficiales y clases. Mi plan se desconcertó porque no encontré los caballos que se me había dicho habría para todos. Tuve que variarlo. El 17 estuve a corta distancia de Ibarra, y adquirí la certidumbre de un próximo movimiento revolucionario. Encontré en el tránsito numerosos amigos que me acompañaron y facilitaron el viaje que era casi público. El 20 de septiembre por la mañana pasaba el puente de Chiles y me encontraba en territorio de la libre Colombia.

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En Ipiales, los colosos en intrigas políticas, hicieron imposible mi cooperación personal: el movimiento revolucionario que a la sazón se levantaba en Imbabura tenía color de rosa y consideraron innecesario el contingente del patriotismo. En obsequio de la verdad agregaré que no dejaron de invitarme repetidas veces para que los acompañara, pero sin programa, sin organización y de tal modo que implicaba renegación anticipada de mis convicciones políticas; proposición inaceptable para mí, que tengo por norma respetar las opiniones ajenas, y que aspiro a un movimiento verdaderamente nacional. Y como tampoco era decoroso favorecer división alguna, resolví regresar a la costa, y al efecto el 28 de septiembre salí de Ipiales para Tumaco. Los hechos que han ocurrido demuestran palpablemente que si al principiar la campaña hubiera tenido a mi disposición 209 rémington, en el término de la distancia habría caído en nuestro poder la guarnición mudista que había en Esmeraldas, y sobre la marcha Manabí hubiera sido el lugar donde en breve pudiera organizar fuerzas respetables que habrían dado apoyo eficaz al levantamiento de las provincias del Guayas y Los Ríos. Los enemigos del usurpador son numerosos; lo que ha faltado han sido armas de precisión. Frecuentemente sucedió en Esmeraldas, al presentarse un hombre, que al armarlo con un fusil o escopeta, decía francamente que si no le daban un rémington se desertaba; y como no podía mejorarle el armamento, tampoco podía evitarle la deserción por ese motivo. Me cumple dar cuenta del dinero sonante recibido y gastado en Esmeraldas bajo mi inspección. Excusado es anticipar que no tuvimos abundancia del precioso metal. En La Tola fue urgente tomar prestados 600 pesos; en Rioverde recibió el comisario de Guerra, Mayor Estupiñán, unos 300 pesos en dos partidas, y en Puebloviejo 200 pesos, otro préstamo. Algunos créditos que se contrajeron, especialmente por víveres, ropa, etc., constan en los recibos respectivos. No había más sueldo que la ración en víveres que se daba diariamente y que era igual para todos. Algunos amigos del exterior me ayudaron oportunamente con generosidad. Con esos elementos, yo no me habría lanzado a la campaña tan prematuramente como lo hice; mucho más teniendo entre manos una fuerte negociación por armamento, que un mes después habría estado a mi disposición; pero mi respetable amigo el doctor Francisco J. Montalvo me comunicó que iban a ponerse en armas por Imbabura, y me instaba para que cooperara por la costa; y también se me dio aviso de que el grupo de patriotas que había en Pianguapí se disolvería si yo retardaba mi viaje. Y como no soy muy reacio cuando se trata

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de luchar por los principios republicanos, por ello me felicito, aun cuando el descalabro del Seis de Agosto haya interrumpido el curso de la campaña. La caída del Mudo Veintemilla habría sido inmediata, sin los intrigantes que por adueñarse del Poder por medio de la cábala, han sacrificado a los que combatían a pecho descubierto. Mientras los pueblos se levantaron inermes para combatir y derrocar al traidor, los miserables intrigantes por interés personal frustraron movimientos importantes en Guayaquil especialmente. Mientras tanto Esmeraldas, la débil y aislada provincia del Ecuador puede enorgullecerse de haber cumplido su deber con denuedo. Panamá, octubre 14 de 1882. Eloy Alfaro

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Historia del Ferrocarril de Guayaquil a Quito Páginas de verdad escritas por el General Eloy Alfaro, gestor de la Magna Obra Quito, marzo 5 de 1931 Señor don Leopoldo Rivas B., Director de la Revista “Nariz del Diablo”. Presente. Mi estimado señor: Tengo el agrado de contestar la atenta esquela de usted, correspondiente al 14 de enero del año en curso. No son “folletitos sobre el desarrollo de los trabajos del Ferrocarril del Sur, que, de su puño y letra, escribió el General Eloy Alfaro”, los que se hallan en mi poder, sino páginas escritas a máquina y corregidas por el propio General, acerca de la construcción de dicho Ferrocarril, tres meses antes de su victimación. Las referidas páginas, en forma de carta, fueron dirigidas al señor Ángel T. Barrera –ex Secretario Privado del General– quien comenzó a darlas a luz en El Tiempo de Guayaquil; pero los acontecimientos políticos de entonces, el asalto a la imprenta de ese diario, etc., etc., impidieron que continuase la publicación, desapareciendo los originales. Cuando el General era conducido preso a la Capital –en el mismo Ferrocarril objeto de sus constantes desvelos– acompañélo yo desde Huigra. En Alausí me entregó un rollo de papeles, diciéndome: “Te encargo esto que me ha tenido muy preocupado durante el viaje, por temor de que se me pierda, no de que me roben; porque, felizmente, estos muchachos son muy honrados. (Pronunció estas palabras con marcada acentuación dirigiéndose a los que le escoltaban). La maletita en que los he guardado, a cada rato se me confunde; y en tus manos, los papeles quedan seguros. Es la Historia del Ferrocarril”. Más tarde, al momento de almorzar, el General agregó: “Esos papeles que te he dado son muy interesantes: sería lástima que se perdieran. Contienen la historia del Ferrocarril. Es la vindicación del pobre Harman, a quien tanto se ha calumniado. Comenzó a publicarse en El Tiempo; pero supongo que ya no existen los manuscritos. En cuanto puedas, que eso se dé a luz. Es la única copia que

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ha quedado … Tal vez me dé un cólico en el viaje, y quiero estar seguro de que esos documentos no desaparecerán”. He conservado el rollo de papeles con la veneración de que es digno todo cuanto proviene de una mano ilustre. Las vicisitudes de la suerte –adversa antes que próspera– no me han permitido emprender en la publicación de obra de tanta importancia y trascendencia. En mi concepto reviste carácter de palpitante actualidad e interesará la lectura no solo a nuestros compatriotas. El respeto a la verdad y el que merece un autor tan eminente, ya por la sinceridad del relato, ya por la justicia y la modestia, en los conceptos con que se refiere a sus más encarnizados enemigos, imponen el deber de no omitir ni una línea del escrito. Conviene que el Ecuador lo conozca, que lo conozca Quito, especialmente, Quito que presenció el sacrificio del hombre cuyas energías se consagraron, exclusivamente, a su engrandecimiento y belleza. Accediendo, pues, a la amable insinuación de usted, gustoso le envío las páginas del General Alfaro, con algunas notas mías que no se apartan de la verdad. De usted, muy atento y S.S. Carlos Andrade.

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Historia del Ferrocarril de Guayaquil a Quito Panamá, 28 de octubre de 1911 Mi recordado amigo Barrerita:1 Todavía no me llega tu carta correspondiente al presente vapor, lo que significa que no me has escrito o que en la oficina de correos de allá la han interceptado para evitarme la molestia de leerla. En este caso, poco ganamos con el transcurso del tiempo, que tiene la imprudencia de aclararlo todo. Me ha sorprendido dolorosamente la noticia de la muerte de Don Archer Harman, de la manera trágica que dicen ha sucedido. Yo la deploro en el alma, 1

Se refiere al señor Ángel T. Barrera, que fue Secretario Privado del Presidente General Eloy Alfaro (Nota de la primera edición).

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porque sin la honradez, inteligencia y actividad de ese amigo, los cargos espantosos lanzados por los enemigos del Partido Liberal, con ocasión del Ferrocarril, habrían quedado aparentemente justificados. Todavía recuerdo con indignación que el Congreso de 1898 levantó la bandera de la insurrección contra el contrato ferrocarrilero, calificándolo de pretexto para saquear la Nación, sin perjuicio de calificarme de traidor a la Patria, porque de esa manera iba a entregar el País a los yanquis, aseguraban, y sobre todo, que con su anulación se salvaba la santa religión de nuestros mayores. Recuerdo que en la Cámara de Diputados, quedamos reducidos a dos votos favorables al Gobierno, el de Don Emilio Estrada y el de un joven Intriago, que después nombré Ministro del Tribunal de Cuentas de Guayaquil, en premio a su patriotismo. Recuerdo que dicha Cámara, acordó un decreto, anulando el indicado Contrato y expresamente quitándome hasta la facultad de intervenir de ninguna manera en su realización. Advertido de ese propósito, pasé un mensaje especial a la Cámara del Senado, protestando enérgicamente de ese proceder arbitrario e inicuo, y aunque solo, como una tercera parte de los Senadores apoyaban honradamente al Gobierno, conseguí contener la avalancha desmoralizadora de esos políticos de sacristía y obtuve también que el señor Harman consintiera en satisfacer las exigencias de mis enemigos políticos, y se acordaron algunas reformas secundarias en el contrato originario. Sería alargar demasiado esta carta, si me pusiera a referir todos los incidentes que entonces ocurrieron, así es que me limitaré ahora a mencionar lo más notorio. Aquella oposición que entonces se me hacía, no era más que un pretexto para facilitar la revolución contra los liberales que componíamos el Gobierno y que de buena fe emprendimos en la tarea de la reforma política y social del Ecuador. Para dar una idea de la magnitud de las contrariedades que hemos sufrido, referiré únicamente lo que se relaciona con el Ferrocarril. Desempeñaba en esa época Don Miguel Valverde, el Consulado del Ecuador en Nueva York. Se me dio parte de que era agente activísimo de los conspiradores de Quito, especialmente inculcando la desconfianza a los accionistas del Ferrocarril, y lo destituí al momento. Antes Don Miguel había descollado por sus sacrificios en pro de la buena causa. Siendo adolescente mereció que García Moreno, arbitrariamente, lo aventara al Napo, junto con el malogrado joven Don Federico Proaño, en castigo de ser redactores de un periódico moderado de oposición, llamado la “Nueva Era”. Para mí era un deber la buena colocación del señor Valverde y lo nombré Cónsul en Nueva York, designándole

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todos los ingresos como sueldo. Si hombres ilustrados y de talento como el señor Valverde, tuvo de contrarios el contrato Harman, ¿qué había que esperar de los señores Curas, que se les hacía creer que defendían la Santa Religión haciéndole la guerra al Gobierno Liberal que yo presidía? Entre los Senadores se encontraban los señores Manuel A. Larrea y Lizardo García, ambos candidatos rivales a la jefatura Suprema de la revolución en ciernes. El primero consiguió la supremacía de la presunta jefatura, y despechado Don Lizardo de la conducta de los conspiradores, apoyó con algunos de los suyos el Contrato Ferrocarrilero, y de esta manera, desde ese día, obtuvimos en el Senado una ligera mayoría de votos que facilitó el arreglo de la transacción con Mr. Harman. Revísese la lista de los nombres de los ciudadanos que componían el Congreso netamente oposicionista de 1898 y se podrá estimar el cargo pérfido que por la prensa y a gritos vociferaban contra la “feroz tiranía” de mi Gobierno. Se verán allí los nombres de muchos “radicales” que dudando se consolidara la doctrina liberal en el Poder, se afiliaron con los empedernidos terroristas de siempre. En cierto modo, siendo notoria la hostilidad que se presentaba por la frontera del Norte y Sur, y que realmente en el interior de la República estábamos en minoría entonces, no era obligación de los dudosos afrontar el peligro, como lo afrontamos nosotros sin vacilación, hasta triunfar en toda la línea. Con esta explicación, no hay que extrañar la generosidad con que fueron tratados todos nuestros adversarios. Pero no anticipemos el orden de los sucesos. Cuando regresó el señor Harman a Quito y se encontró con la novedad hostil del Congreso, accediendo con generosidad a mis observaciones, me dijo que con la venta de una de las islas de Galápagos, obtendría más de lo necesario para ser indemnizado por daños y perjuicios; pero que por consideraciones a mí, entraría en arreglos con el Congreso, porque prefería ganar por medio de su trabajo y a la vez siendo útil a mi Gobierno y al País, lo mismo que podía conseguir por medio de una reclamación, y de ese modo retribuía la manera decente como yo lo había tratado; pero que contaba con mi apoyo honrado de siempre cuando la empresa lo necesitara. Habría preferido que Harman hubiera relacionado este punto, porque habría sido más explícito que yo. Enseguida del arreglo con el Congreso, volvió Don Archer a Nueva York y se encontró con el principal accionista, desanimado en lo absoluto, por dos agentes de Quito, que tuvieron el apoyo del señor Valverde en su labor diabólica. Siento no recordar en este momento el nombre del accionista principal de entonces, que era una casa millonaria, y que dándose por engañada, exigió de Mr. Harman la devolución de la fuerte cantidad que ya había desembolsado.

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El hecho de la modificación arbitraria del primitivo contrato, celebrado con todos los requisitos de Ley, ponía en transparencia que no había buena fe en esa clase de operaciones en el Ecuador, principiando por el Gobierno que lo permitió, decían los accionistas, y exigieron el reembolso de lo que ya habían pagado y fue forzoso a Don Archer Harman atenderlos, quedando así casi desbaratada la Compañía. Al señor Harman se le había facilitado conseguir en Nueva York, la suscripción comp1eta de accionistas, comprobando que en la adquisición del Contrato del Ferrocarril no había tenido necesidad de gastar en gratificaciones ni un solo centavo con nadie, circunstancia que demostraba la idoneidad de todos los ciudadanos que intervinieron en la negociación, entre quienes se encontraban los miembros de la Asamblea Constituyente, que había reorganizado la República del Ecuador y que tuvo la honra de decretar y sancionar las bases para el Ferrocarril Trasandino Nacional. Decreto que considerado en sentido mercantil tenía las apariencias de visionario, porque en realidad la Nación no contaba con capital ni con crédito para poder realizar obra tan gigantesca. Solamente tenía en nuestro abono la pureza con que se manejó la negociación, que demostraba la honorabilidad de todos los Diputados, amén de la gratificación de tres millones y medio de dólares en Bonos diferidos que fueron rechazados con el decoro debido. En cambio estábamos abrumados con las perpetuas conspiraciones reaccionarias, que frecuentemente nos envolvían en la guerra civil, siendo la más ruidosa la que terminó en la batalla de “Chimborazo”, que a bandera desplegada era enemiga del Ferrocarril; y como adehala de semejante época de lucha, vivíamos debiendo hasta el aire que respirábamos, para ser menos gravosos a los vencidos y facilitar la reconciliación. Mucho hay que aclarar a este respecto. Don Archer había conseguido contratar con una poderosa Compañía de materiales para Ferrocarril, la ejecución del nuestro; pero cuando el representante que mandaron a Quito, presenció el procedimiento de los congresistas, desistieron y anularon su convenio con Harman. Este inteligente y audaz empresario, no se amilanó ni un momento y continuó en su labor adelante, con el firme propósito de llevar el tren a Quito y así lo cumplió salvando terribles contrariedades. Hubo momentos que su principal capital consistió en el desinteresado apoyo que decididamente le prestaba el exhausto Gobierno Ecuatoriano. Escribiendo sin ver los documentos pertinentes, no puedo precisar muchos puntos esenciales que me sirvan de base de comparación. El Ferrocarril nuestro

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se contrató en doce millones 282 mil dólares, en Bonos que deben ser pagados gradualmente por el Gobierno. Además hay otra emisión de cinco millones 250 mil dólares, que deben ser amortizados con productos del mismo Ferrocarril. Nuestra vía férrea mide 290 millas desde Durán a Quito. En su construcción se emplearon doce años escasos. Entiendo que el Ferrocarril del Oroya mide 148 millas escabrosas como el nuestro, y que su construcción costó más de cuarenta millones de pesos oro, invertidos paulatinamente en más de 30 años de trabajo. El Ferrocarril de Costa Rica, del Puerto Limón a Alhajuela, mide unas 120 millas, costó más de cuatro millones de libras esterlinas, siendo la altura de su Cordillera como la mitad de la nuestra. Solicitando el valor de los Ferrocarriles de Valparaíso a Santiago; de Millendo a Puno; de Veracruz a Méjico, y otros similares en América, podríamos establecer comparaciones concluyentes en nuestro favor. Palpando ya el señor Harman los aciagos efectos de las travesuras de los congresistas y confiando firmemente en la buena fe de mi Gobierno, resolvió cambiar de escenario y se trasladó a Londres. Allí se encontró con Sir James Sivewright, archimillonario filántropo que daba protección a toda empresa honrada que se le presentara, por lejano que fuera el lugar donde se realizara. Cerciorado el filántropo inglés, de los antecedentes y pureza que había mediado en la negociación, tomó parte como accionista en nuestro Ferrocarril y este apoyo entrañó la realización de nuestra obra redentora, base eficaz del desarrollo industrial de algunas Provincias andinas del Ecuador. Los Gobiernos de García Moreno, Borrero, Veintemilla y Caamaño, habían construido como 60 millas de la línea férrea, vía angosta, es decir, treinta y seis pulgadas de ancho, desde Durán a Chimbo, de donde tenía que seguir a Sibambe, como la ruta más asequible para trepar la Cordillera andina. Lo construido comprendía la parte plana del camino. El Empresario Harman inició los nuevos trabajos con mucho vigor. Estaban ya enrieladas seis millas y listas número mayor de millas para recibir los rieles, cuando un derrumbe espantoso cubrió con grueso espesor de tierra la mayor parte de cuanto se había trabajado. Sucedió que en ese año no hubo estación seca y que las lluvias torrenciales se prolongaron ocasionando el desastre indicado. En años anteriores había. sucedido igual percance en los trabajos que iniciaron el Presidente García Moreno y el empresario Kelly, que terminaron con derrumbes de tierra; pero los trabajos fueron entonces en la parte más baja del trayecto; mientras que los trabajos de Harman fueron en latitud más alta, para

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ponerse a cubierto de los percances sucedidos a Don Gabriel y a Kelly; pero parecía que hasta la naturaleza se oponía al avance de la locomotora a la cuna de los Shirys y que se había aliado con los terroristas para darle golpe mortal al Ferrocarril. Don Archer llegó desalentado a Quito, y cuando me relacionó la magnitud del desastre acaecido, también quedé anonadado, y cuando me preguntó, ¿ahora qué hacemos?, le contesté: primero tomemos un trago de whisky para espantar al diablo y después veremos qué se hace. Ambos quedamos reanimados, y como mi interlocutor era hombre de empresa, convinimos en buscar una nueva vía. La Compañía tenía un magnífico ingeniero, de apellido Davis, que ganaba catorce mil dollars de sueldo anual (sueldo mayor que el del Presidente del Ecuador), y lo escogimos para la nueva exploración, utilizando los diversos datos adquiridos antes por los prácticos montañeros, en definitiva aceptamos la del río Chanchán con el inconveniente de exigir más gradiente y ser muy escabrosa, pero más corta que la ruta de Sibambe abandonada por necesidad. El Ingeniero Davis adquirió en el desempeño de su comisión, una insolación terrible que lo llevó a la tumba. Felizmente quedó un buen auxiliar en el Mayor John A. Harman, ingeniero, hermano de Don Archer, que se desempeñó perfectamente y que más tarde también fue víctima de la maligna fiebre. Los trabajos volvieron a iniciarse con mucho empeño partiendo desde Bucay (Elizalde) en dirección a Huigra y Alausí. La Compañía Empresaria hizo venir más de cuatro mil peones de Jamaica, que prestaron en oportunidad buen concurso, porque los jornaleros nacionales escaseaban. Repentinamente se me presentó el señor Harman en Quito, con la novedad de que toda la cuadrilla de peones que trabajaban en abrir la trocha, habían caído enfermos con fiebre. Observaron que a la altura de unos 700 pies sobre el nivel del mar, había muchos árboles pequeños que producían insectos coloraditos muy diminutos, que al caer sobre cualquier persona le ocasionaba dolor de cabeza, que degeneraba en fiebre. Mucho nos alarmó esa novedad. Acordamos guardar reserva del obstáculo inesperado y que se contratara la destrucción de esos arbustos con una persona competente, mediante generosa gratificación, abarcando el espacio de cien metros a cada lado del camino. Don Archer regresó volando a su campamento, ejecutó todo con la actividad y energía de costumbre, y desapareció, sin causar alboroto, ese peligro inimaginable. Don Archer tuvo que regresar a Ultramar. Siempre que hacía compras de materiales en cantidad considerable, nos presentaba en Quito las facturas originales, lo mismo que los conocimientos de embarque. De todos esos materiales

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había en camino, en la época a que aludo, cantidades considerables. El reembolso que hubo que hacer a los primeros Accionistas, que se retiraron espantados del proceder de los Congresistas del 98, puso en conflicto a la Compañía, que también tuvo que atender al pago de los valiosos materiales adquiridos para llevar adelante los trabajos principiados de la magna Obra. Los Ministros de Estado, especialmente el doctor José Peralta y Don Abelardo Moncayo, mis buenos auxiliares, vivían llenos de confianza, lo mismo que yo, considerando que ya la gran obra estaba salvada y asegurada su ejecución, aunque los tenaces oposicionistas seguían asegurando en todos los tonos, que todo no era más que un pretexto para saquear al País, y que Don Gabriel la habría realizado con solo cien mil Libras, a lo más. No dejaban de infundir desconfianza y alarma. En esas circunstancias, se me presentó el Mayor Harman con un cablegrama descifrado, en el cual le decía su hermano Archer que le pidiera al Gobierno, en calidad de anticipo, tal cantidad en Bonos (no recuerdo ahora la suma fija, pero pasaban de dos millones de dólares), para poder hacer frente a tales y cuales compromisos pendientes; o de lo contrario, la bancarrota de la Compañía era inevitable. Aunque la respuesta tenía el carácter de premiosa, contesté al emisario volviera por la resolución definitiva. Entonces llamé a los señores Ministros Peralta y Moncayo, y al leer el cablegrama en referencia, los dominó la misma mortificación que yo había sentido. Entramos en conferencia que importaría se conociera en sus menores detalles, pero que no lo hago hoy por no alargar demasiado esta carta. Pues bien, los señores Ministros, con mucho juicio, apelaron a todos los razonamientos y peligros que presentaba el préstamo para negarse rotundamente. Observéles que con la negativa se venía abajo el proyectado Ferrocarril, y que eso equivalía a la caída del Partido Liberal y al consiguiente triunfo de los terroristas. Más bien estaban resueltos a expatriarse voluntariamente del país, que a sufrir los peligros que presentaba el préstamo. Felizmente el patriotismo es una fuente ilimitada para los sedientos de esa enfermedad. Les observé que los materiales habían principiado a llegar y que llegaría lo restante anunciado; que al quebrar la Compañía, como se presumía, yo me comprometía a dejar la Presidencia de la República en manos del Vicepresidente, para irme a dirigir personalmente los trabajos de la vía férrea, y que ayudado por ingenieros competentes, si no traía el tren hasta Guamote, por lo menos alcanzaría a dejarlo en Alausí. Los Ministros interlocutores, tenían plena confianza en el cumplimiento de mis resoluciones. Aceptaron con aplauso mi combinación y facilitaron con regocijo el temido

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préstamo, que me parece pasó luego de 4 millones en total, y que después de la terminación de mi período constitucional, nos puso en peligro de ir a parar al Panóptico, como lo demostraré a su tiempo. En medio de la gritería que levantaron nuestros enemigos, vivíamos tranquilos, porque podíamos comprobar de manera exacta, con las facturas a la vista, cómo se había invertido el supuesto desfalco, que había salvado la Obra del Ferrocarril; la falta consistía en el pago anticipado del valor entregado, lo cual envolvía responsabilidad para nosotros al ser juzgados por la mala fe, mientras que ese proceder salvó a los Accionistas de la pérdida de sus aportes, y al Gobierno de los trastornos consiguientes. Cada vez que se me ofrecía hacer viaje a Guayaquil, me venía por el lado de Alausí, recorriendo la línea señalada para la vía férrea, y quedaba espantado al ver esos precipicios que eran intransitables hasta para las cabras, y a veces me asaltaba la idea de su impracticabilidad si no se hacía mayor gasto de millones de dólares. Cerraba los ojos y confiaba en mi buena estrella. Me propuse acumular recursos para atender al servicio de los Bonos respectivos, desembolso que entonces era reducido. Sin embargo de las necesidades terribles exigidas por la situación de guerra interna que atravesábamos, remitíamos a Londres esos fondos. Recuerdo que cuando me separé del Gobierno en 1901, quedaron depositados en poder del Fideicomisario, algo como 150 mil libras, depósito que les dio valor extraordinario a los Bonos ferrocarrileros y que moralmente sirvió de mucho a la Compañía Empresaria en el ensanche de su crédito. Teníamos en contra el desprestigio de los Bonos de la llamada Deuda Inglesa, provenientes de la época de la Independencia. Aquello fue un abuso de los primitivos prestamistas, aunque algunos de ellos aparentemente justificados por el hecho de dar crédito a los patriotas de la Guerra Magna, lo que en apariencia equivalía a arrojar el oro sellado al fondo del mar; de tal manera era el peligro que se corría al cruzar el Océano hasta llegar a tierra firme. En muchos casos sucedió que una Nación poderosa facilitó el dinero que algunos comerciantes antillanos recibían a condición de invertirlo en materiales de guerra y darlo a crédito con la seguridad de ser consumidos en favor de la Independencia de Colombia. De esta manera el Gobierno protector, se ponía a cubierto del cargo de quebrantar la neutralidad; pero los intermediarios abusaron sensiblemente de su generoso proceder. En el arreglo de cuentas, aparecieron uniformes para soldados, pantalón y chaqueta de paño ordinario, al precio de £16 cada terno, y lo demás por el estilo. Mediaron otros abusos, efecto de la inocencia

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de nuestros mayores en esa clase de negociaciones. En el definitivo reconocimiento de esos créditos, la víctima venía a ser la generación presente; y conociendo los antecedentes que en variadas formas habían ocurrido, especialmente la falta de colonización pactada en el arreglo conocido con el nombre de IcazaMocatta, que doraba la píldora, porque en verdad al cumplirse habría iniciado la prosperidad del País, en vez de producirnos el conflicto de 1858 con el Perú, que tanto daño causó al Ecuador. Tuve que aplicarle a ese nudo gordiano, un golpe supremo: decreté la suspensión de esa Deuda, contrariando mis propios deseos, porque me hacía mucho daño personal ese proceder; pero en cambio cumplí con mi deber. Acreedor muy diferente fue el Presidente africano de Haití, protector de Bolívar. Cuando Don Simón le preguntó de qué manera le pagaría el cargamento de materiales de guerra que le daba, le contestó el noble Pétion: “Me paga usted dándoles libertad a los esclavos”, y así lo cumplió con la subsiguiente derrota de los realistas en Venezuela, Cundinamarca, Quito y en el Virreinato de Lima. La Compañía del Ferrocarril necesitaba que los Bonos del Ferrocarril que les dábamos en pago de los trabajos que se realizaban en la vía férrea, fueran cotizados en la Bolsa de Londres, y para conseguir esto era necesario la extinción de los Bonos de la llamada Deuda Inglesa; lo que considerándolo conveniente a la salvación del crédito nacional, de acuerdo con mis colaboradores principales, acepté las condiciones que me dirigió el señor Harman, al tipo de 35 por ciento, parte al contado y parte en una emisión de Bonos, llamados Bonos Cóndores, moneda de oro ecuatoriano, equivalente a una Libra Esterlina. El señor Harman consiguió comprar gradualmente una parte de los llamados Bonos de la Deuda Inglesa a tipo muy bajo; pero cuando en la Bolsa advirtieron que había compradores de ellos, principiaron a subir su precio, y Don Archer optó por entenderse directamente con los Bondholders y los contrató al 35 por ciento con excepción de unas cien mil Libras en Bonos que conservaba particularmente un socio de la firma de Rubert Lubbeck y Compañía, que Don Archer se encontró compelido a comprar al 45 por ciento, para conseguir recoger toda la emisión circulante entonces. Los terroristas clamaron contra ese arreglo, y más tarde intrigaron y consiguieron se enviara a Londres a Don Lizardo García, con el carácter de Comisionado Fiscal, para que pesquisara los fraudes que firmemente creían, a puño cerrado, habían ocurrido, y poder acabar así con mi pobre personalidad política. La operación fue tan clara y sencilla, que con facilidad pudo el señor Comisionado Fiscal cerciorarse del proceder correcto

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en todo ese negociado. A los esfuerzos del señor Harman, procurando la mejor cotización en la Bolsa de Londres, de los Bonos ferrocarrileros, se debió la extinción de la llamada Deuda Inglesa, deuda que después de la consumación de nuestra Independencia, causó muchísimos males al Ecuador. El General Castilla, Presidente del Perú, dominado de nobles sentimientos de americanismo, impugnó la concesión de terrenos baldíos en el Oriente, que el Gobierno del Ecuador había celebrado con nuestros acreedores de Ultramar y que debían colonizar los ingleses, considerando salvar así la autonomía de las Naciones de la América del Sur; pero pretextando que esos terrenos eran peruanos, porque de otro modo no podía impedir la supuesta amenazante colonización, y, además, salvándonos del peligro de volvernos ingleses. Los oposicionistas del Gobierno en Quito, también desconfiaban de la colonización inglesa, y miraban con simpatía la intervención del Perú, cuya protección aceptaron al principio, suponiendo que el bondadoso Presidente Castilla hacía el reclamo de los terrenos baldíos para salvar al Ecuador de las garras de los ingleses. Sobrevino la confusión y se convirtió todo en un caos, sirviendo de pretexto el forzado arreglo de la llamada Deuda Inglesa; digo arreglo forzado, porque también se propalaba la especie de que en caso contrario, obligábamos a la poderosa Nación inglesa a echársenos encima para cobrarnos lo que debíamos, especie que propalaban los cobradores, abusando de nuestra debilidad. Atribuyeron a la Gran Bretaña una intención malévola que jamás abrigó contra nuestros pueblos; intención imaginaria que fue explotada pérfidamente por los especuladores, como lo comprobó más tarde la repudiación de los Bonos aludidos, cuando el cumplimiento de exigencias temerarias nos obligó a anularlos. Sin la necesidad de construir el Ferrocarril Trasandino, quizás se habría puesto en evidencia la verdadera historia de los Bonos antiguos, si se nos hubiera exigido su pago; pero fue forzoso atender de preferencia a la Obra redentora del Ecuador, dejando a la vez terminado el odioso reclamo de esa Deuda, que había asumido ya apariencias de completa legalidad. Volveremos a tomar el hilo de los trabajos de nuestro Ferrocarril Trasandino. Los trabajos en la construcción del Ferrocarril, continuaron con vigor extraordinario. El trayecto de Durán a Chimbo, que era de vía angosta, se ensanchó a 42 pulgadas y así continuó desde Bucay hasta Quito. El renombrado ingeniero Coronel Shunk, que había sido Presidente de la Comisión de Ingenieros Americanos que había estudiado el trazo para el grandioso Ferrocarril intercontinental, proyectado por el Gobierno de Washington, fue contratado por la Compañía para rectificar el trazo que debía servir de lecho a nuestra

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línea férrea, y en esa labor pude verlo varias veces en mis frecuentes viajes a la Costa. Los materiales anunciados, llegaron y continuaron llegando en abundancia: ya no había lugar a desconfianza, en apariencia al menos. La plaga de la variolosa, muy aficionada a la raza indígena y a los africanos, de los que tenían algunos miles de braceros, se introdujo varias veces a los campamentos; pero fue repelida rápidamente adoptando medidas sanitarias eficaces. En agosto de 1901 terminó mi Administración, y contento me separé del ejercicio de la abrumadora Presidencia. Como de costumbre, me vine a Guayaquil recorriendo los campamentos y lugares de trabajo. Cada campamento era una aldea donde abundaban materiales y elementos de subsistencia, y régimen de sanidad y de moralidad. Prevalecía completo orden y organización magnífica en todo sentido. Con mi familia fijé mi residencia en Guayaquil, como un grato homenaje al valeroso Pueblo que el Nueve de Octubre, Seis de Marzo y Cinco de Junio, llevó a cabo la Independencia y regeneración política y social de la Patria amada, a la vez que procuraba garantías para mi personalidad. Por igual consideración estaría actualmente viviendo en Guayaquil; pero los sentimientos de patriotismo que en la Capital de la República me obligaron a permanecer en quietud, me obligaron también a expatriarme. Salvado milagrosamente de la sorpresa que produjeron los acontecimientos del día once, con solo guardar silencio, habría recobrado en seguida el ejercicio de la Presidencia en Quito; pero los revoltosos habrían abandonado la ciudad, y mirando por su propia defensa; se habrían retirado a los páramos, donde tenía que prolongarse la guerra civil, que habría arruinado completamente al País, y así debilitado, puéstonos a merced de cualquier invasión, que impulsada por el interés de consumar la descuartización inicua del Territorio Nacional, se habría lanzado contra el Ecuador. Ante semejante perspectiva, mi deber era prescindir en lo absoluto de mi venganza personal y procurar la unificación del elemento liberal en el Poder, con la certidumbre de que al verificarse la codiciosa invasión suriana, sería victoriosamente rechazada. Al quedarme en Guayaquil, juzgaba que al presentárseme el Pueblo pidiéndome que se repitiera otro Gatazo, tenía que darle gusto, y la manera de evitar ese compromiso, era alejarme, bajando silenciosamente el río, con la resolución de que al sobrevenir cualquier conflicto internacional y necesitar la Patria de mis servicios, al instante volar a su llamada para conducir a mis compatriotas al combate y a la victoria.

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Encontrábame, pues, en la época a que me refiero, avecindado en Guayaquil, cuando se me presentó el Mayor Harman a manifestarme confidencialmente que ya se había gastado en los trabajos del Ferrocarril, todo lo presupuestado hasta Guamote. No me causó sorpresa la confidencia, porque en más de 20 millas, enrieladas unas y listas para recibir durmientes las otras, destruidas en los espantosos derrumbes ocurridos entre Chimbo y Sibambe, la Compañía había sufrido pérdida considerable, y el costo de cada milla por la nueva ruta del muy escabroso Chanchán, era muy superior al de la vía abandonada. No recuerdo si entonces había llegado o estaba al llegar la locomotora a Alausí. No quedaba otra medida de salvación, decíame el Mayor Harman, que el auxilio extraordinario del archimillonario Sivewright, y que estaban seguros de conseguir ese concurso monetario, si yo le dirigía el cablegrama que en borrador me presentó, explicando extensamente la situación. El mensaje me pareció demasiado extenso, con explicaciones técnicas escritas en un pliego, y lo rehusé. Convine en dirigir a dicho Don James un cablegrama netamente mío, lacónico y escrito a mi manera. Este cablegrama se encaminó sin demora y se ha publicado después, pero sin la explicación de los antecedentes premiosos que lo motivaron, ha pasado desapercibido. Más o menos decía en mi lacónico mensaje cablegráfico, que la necesidad de salvar el capital invertido, obligaba a los accionistas a proteger a la Empresa hasta alcanzar la llegada del tren a Guamote, con cuya operación quedaba asegurado el tráfico en la parte más difícil del camino, y que de esa manera se aseguraba un considerable rendimiento, teniendo por base un buen servicio de utilidad pública. El señor Sivewright me contestó al instante, que seguiría apoyando los trabajos de la obra del Ferrocarril hasta llegar a Quito, y así lo cumplió en todo lo que le fue pedido razonablemente por los accionistas directores. En homenaje a los importantes servicios prestados por Sir James Sivewright, en la obra ímproba del Ferrocarril Trasandino del Ecuador, fue que figuró su fotografía en la colección de estampillas que se emitieron oficialmente para conmemorar el portentoso arribo del tren a la cuna de los Shyris. Pero no anticipemos los acontecimientos. Me parece que en Septiembre de 1902 alcanzó a llegar el tren a la villa de Alausí. Algunos días después de la inauguración, por invitación del Presidente de la Compañía, fui con mi familia y muchas personas amigas, a visitar la magna obra terminada hasta Alausí. Quedamos encantados del escabroso trayecto recorrido desde Elizalde (Bucay) en adelante. Mediante infinidad de puentes, chicos y grandes, y tres túneles pe-

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queños con gradiente máxima hasta de seis por ciento en determinado lugar, se pudo conseguir la formación del lecho para los durmientes y consiguiente ascenso a la Cordillera de los Andes en la parte más difícil para la vía férrea. Hubo que atropellar el escabroso cerro conocido con el nombre de la Nariz del Diablo, para abrirle paso a la locomotora. Ese pequeño obstáculo pudo dominarlo la Empresa con el gasto de un millón de sucres. Poco tiempo después volvió a invitarme el señor Harman, fuera a inspeccionar los trabajos en el paso de la quebrada de Shucos. En efecto fui, y salimos de Alausí en un convoy compuesto de la locomotora y un carro. Hicimos alto al llegar al sitio de los trabajos, y salimos del carro y seguimos a la orilla, desde donde con la vista se dominaba la profunda quebrada de Shucos y el puente que se trabajaba para cruzarlo, cuyo piso tendría como una cuadra de extensión. Su costo fue mayor que lo gastado en el paso de la Nariz del Diablo. Pasaría media hora en esa inspección turista, cuando al regresar encontramos a la locomotora con una de sus ruedas descarriladas por un hundimiento pequeño del terreno. Se supone que ese espacio debió ser en tiempo inmemorial el cráter de un volcán; pues, todo ese terreno se hunde en pequeñas secciones con frecuencia.2 Volví a mi domicilio de Guayaquil algo alarmado con la continuación de los obstáculos inesperados. Los trabajos continuaron adelante con actividad, y en seguida el tren llegó a Guamote. No recuerdo con precisión si ese grato acontecimiento ocurrió en 1903. Las pasiones políticas se habían calmado y pude concurrir a su inauguración, con la trivial novedad de que pudiendo llegar el tren en la tarde, de día, lo hicieron llegar en la noche para evitar que el Pueblo me hiciera una demostración entusiasta. Tuvieron la atención oficial de señalar el 25 de junio, día de mi natalicio, para hacer la fiesta de la inauguración. Allí tuve el placer de ver a muchos amigos, que pasaron de paseo a Guayaquil. Algunos de ellos visitaban por primera vez a la invicta ciudad, cuna de Olmedo y de Rocafuerte, más regocijados y orgullosos que si vinieran de explorar el Polo Ártico. Los trabajos prosiguieron bien y con ligera variación en el lecho que recibió los rieles entre Guamote y Riobamba; pues, en el plano original se prescindía casi en lo absoluto de ocupar en parte la carretera que servía de tráfico al público. Alcanzó a llegar el tren a Riobamba, pero no recuerdo con certeza si este gratísimo acontecimiento se verificó en 1904 o en 1905. 2 La sección a que alude el General Alfaro, es la que hoy se conoce con el nombre de Puebloviejo, en donde la Compañía del Ferrocarril ha mantenido siempre cuadrillas para cuidar la línea en el terreno que se hunde (Nota de la primera edición).

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La Compañía solicitó a la Municipalidad de la citada ciudad, le señalara sitio para establecer la estación, y por indicación de uno de los señores concejales más influyentes, señalaron un solar situado a algunas cuadras fuera de la población. Anoto este incidente porque más tarde fue motivo de serios disgustos para el Gobierno, y con dificultad se consiguió que la Compañía llevara la estación del Ferrocarril adentro de la ciudad, como se encuentra actualmente. El Congreso de 1905, tuvo a bien legislar sobre Codificación de las leyes militares y nombró una Comisión compuesta de los Generales Sarasti, Nicanor Arellano y el suscrito. En oportunidad me trasladé a Quito para dar cumplimiento al mandato legislativo. En lo que menos pensaba era en tomar parte en ningún trastorno político; pues solo el pensarlo me causaba disgusto. Mis correligionarios connotados, me patentizaban el peligro que corría el Partido Liberal Radical de sucumbir, envuelto por una política descolorida, mercantil, y les contestaba con una negativa redonda. Para ponernos a cubierto de eventualidades adversas, observé la necesidad de tomar parte en la elección de Senadores y Diputados en perspectiva, y cuando observé que teníamos que luchar contra corriente y marea, como dicen los marinos, al tener que navegar contra obstáculos insuperables, comprendía lo grave de la perspectiva. Ya veía a los espías que rondaban mi casa habitación para conocer a las personas que suponían que yo llamaba para catequizarlas. Los señores que componían el Gobierno, creían de buena fe que yo era un cadáver político, y en esta creencia consideraban les era permitido tratárseme de la manera más desairada posible. Bastará observar por ahora, que yo había llevado a mi hijo Olmedo, que había estudiado con provecho en las Escuelas Militares de West Point y Saint Cyr, con el objeto de utilizar sus conocimientos militares en la emisión legislativa en lo que a mí correspondía hacer, y se me pusieron obstáculos que me dieron la medida de lo que yo tenía que esperar. Además de los cargos políticos, tenía en perspectiva la cárcel con toda apariencia de justicia, por los millones que anticipadamente había ordenado se le entregaran a la Compañía del Ferrocarril, sin lugar a defensa ante la desaforada perversión de mis enemigos. Cuando tuve conocimiento de que en la alta esfera oficial se había tratado de la conveniencia de apresarme y de reducirme al Panóptico, ya no me quedó otro recurso que procurar el inmediato cambio del personal gubernativo. En una de tantas visitas de los principales correligionarios Liberales Radicales, tratóse de la situación, y en definitiva resolvimos apelar a las armas, para poner a cubierto de cualquier trapisonda política, los principios liberales pro-

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clamados en la popular transformación de 1895, y al mismo tiempo darnos garantía personal. Recomendé a dicha junta designara al ciudadano que debíamos reconocer como caudillo, anticipándoles que de mi parte prestaría con gusto mis servicios únicamente como militar. La junta se fijó en mi persona, y como no había tiempo que perder, acepté el patriótico encargo. Inmediatamente dicté todas las órdenes necesarias para en el caso de que yo fuera apresado, estallara en el acto la revolución en la misma Capital. Para llevar a feliz término el patriótico problema resuelto por la junta, contábamos únicamente con el prestigio que nos daba en la mayoría de la opinión pública, la nobilísima doctrina Liberal Radical, conocida ya prácticamente por el Pueblo Ecuatoriano. Al principio tuvimos que soportar la contrariedades consiguientes, que por la intriga de un alma de Judas revistieron más gravedad de lo imaginable. Emprendí viaje de regreso a Guayaquil. En Riobamba me puse de acuerdo con los amigos principales. A dicha ciudad llegaban con regularidad los trenes desde la estación de Durán. Los trabajos en la vía férrea en construcción, continuaban lentamente, y se desconfiaba de oír pronto el silbato de la locomotora saludando la cuna del esclarecido Juan Montalvo. Proseguí ya mi viaje en tren expreso, gracias a la fina atención de los empleados, del Ferrocarril; pero en la base de la Nariz del Diablo, me encontré con un carro descarrilado intencionalmente, lo cual me obligó a seguir en carro de mano hasta Huigra y me hizo demorar el tiempo respectivo, lo que nada me significaba con tal de llegar al día siguiente en la tarde. Pero para desbaratar la demostración popular que las Autoridades suponían me haría el pueblo Guayaquileño, determinaron que mi arribo fuera tarde de la noche, como sucedió, pero con la novedad de que millares de ciudadanos me esperaron en el Malecón y me acompañaron contentos desde el muelle hasta mi casa de habitación. Indudablemente el celoso pueblo del Cinco de Junio, desconfiaba también sobre la estabilidad de sus heroicos esfuerzos en 1895. Insensiblemente, el trastorno para mis proyectos, había sido completo en la cuna de Olmedo. Se veía en transparencia que la intriga de una persona experta en política, hacía informar de lo más esencial al Gobierno. Ya veremos el nombre y apellido de ese ambicioso de baja estofa. No cabía prórroga. Se había acordado que al amanecer el día 1 de enero, tuvieran lugar los pronunciamientos. Se trataba por lo menos de la salvación personal de mis correligionarios comprometidos, y ya no me era posible ni vacilar.

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Sin embargo de encontrarse mi casa permanentemente vigilada, me resolví a salir de ella en la noche del 31 de diciembre de 1905, y lo conseguí con toda felicidad. Necesitaba encontrarme en campo libre para poder concurrir al lugar donde me llamaran los acontecimientos. Mediante rápida travesía por la montaña, guiado por el intrépido Coronel Montero, antiguo guerrillero conocedor de esos lugares, estaba al día siguiente a corta distancia de la estación de Barraganetal. Únicamente pude adquirir la noticia de que los patriotas de Riobamba se habían pronunciado el día 1 de enero, de conformidad con lo acordado. Los empleados del Ferrocarril, creo que todos tenían simpatía personal en mi favor, pero en cumplimiento de su deber, guardaron estricta neutralidad, de manera que me fue imposible incorporarme al instante a mis bizarros camaradas pronunciados en Riobamba, teniendo, la confianza de que mi presencia allí, en esos momentos, produciría el inmediato pronunciamiento de toda la República, pues amigos y enemigos ignoraban mi paradero en la montaña, incidente que explotaban a su amaño los gobiernistas. Como era natural, el Gobierno se apropió del tráfico de los trenes y con mucha actividad movilizó tropas de Guayaquil, que pusieron en jaque a Riobamba. En la necesidad de ponerme en contacto con mis correligionarios, resolví encaminarme al centro de la República, y por camino montañero me dirigí a la provincia de Bolívar. En el tránsito tuve conocimiento del desastre de Yaguarcocha, noticia propalada por los señores curas de aldea, con la añadidura de que los pronunciamientos de Riobamba andaban dispersos. Felizmente, Guaranda se había pronunciado también el 1 de enero, grato acontecimiento que facilitó la realización de mi itinerario. Excúsome detalles que me será satisfactorio relacionar más adelante, en homenaje a mis bizarros compañeros. Únicamente diré ahora que el 12 de enero me incorporé a mis valerosos camaradas que me esperaron en Latacunga y que cinco días después descansábamos tranquilamente en Quito, en donde también se me incorporó en breve el General Nicanor Arellano, a la cabeza de los batallones de voluntarios que comandaba. Al darme cuenta de la manera como había cumplido su comisión en el Norte, me manifestó la mortificación que había sufrido al escuchar al Doctor Manuel Benigno Cueva, en sentido enteramente contrario a lo que habíamos resuelto en la junta. Dicho Doctor Cueva era uno de los pocos copartidarios de confianza que habían compuesto el escaso número de los amigos que formaron la referida junta, y estaba, por consiguiente, impuesto de

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todo lo que se resolvía y hacía. Don Nicanor era la honradez y lealtad en pasta, sencillez de carácter extraordinaria, y todavía expresaba su espanto al oír la insistencia del Doctor Cueva, para persuadirlo que dejara sin cumplir la comisión que yo le había señalado en las provincias del Norte, de acuerdo con lo resuelto en la junta, de la cual era miembro también Don Nicanor. “El General Alfaro es un cadáver político; no se sacrifique usted inútilmente”, llegó a decirle el Doctor Cueva al General Arellano. Al informarme de semejante incidente, mi sorpresa fue también extraordinaria. En cumplimiento de mi deber, los señores Ministros de Estado, fueron informados del particular por el mismo Don Nicanor, quien autorizó se hiciera el uso que consideraran conveniente de todo lo que relacionaba. Así pude conocer quién era el alma de Judas que nos puso en inminente peligro de sucumbir. Al haberse cumplido el pronóstico del ex vicepresidente de la República, aún estaríamos esperando la llegada de la locomotora a Quito. La Convención Nacional que en 1906 funcionaba en la Capital, exigió cambiara el personal del Ministerio, y en esa época, ejercía el General Arellano el cargo de Ministro de Guerra y Marina. Mirando por la conciliación entre los copartidarios, de acuerdo con los Ministros censurados, hube de acceder a la expresión de los Legisladores constituyentes. Desde entonces principiaron los intrigantes a minar el carácter sencillo de Don Nicanor, hasta que con el transcurso del tiempo, consiguieron convertirlo en enemigo del Gobierno, en cuya labor sospecho tuvo parte principal el Doctor Cueva. Como hombre rastrero o felón, es una notabilidad ese Doctor Manuel Benigno Cueva. Como Diputado concurrió a la Convención Nacional que en 1896 se instaló en Guayaquil. Era persona de una conducta privada intachable, trabajador, estudioso y de carácter conciliador. Lo consideré adecuado para Vicepresidente de la República y le ofrecí ese puesto. Me contestó que no podía desempeñar ese alto cargo con dignidad, y lo rehusaba porque era deudor de tantos miles de sucres, cuya cantidad no recuerdo ahora, pero que la mandé entregar y se obvió el obstáculo. El agraciado tuvo su polémica con algunos de sus coterráneos que trataron de desacreditarlo, tanto por la prensa como por medio de un abogado respetable de Guayaquil. En obsequio a la verdad declararé que en el desempeño de la Vicepresidencia se comportó relativamente con honradez, aunque algunas ocasiones con timidez ante el peligro. Con el transcurso del tiempo, llegó la época de elegir el Presidente que debía de sucederme en ese cargo, y francamente me propuso lo apoyara en esa elección, a lo cual me negué rotundamente, porque la Constitución lo in-

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habilitaba para ese cargo en tal período, lo mismo que a mí. Desde esa época, silenciosamente se alejó de mi lado. Cuando para la Codificadora regresé a Quito y vino a verme, me figuré que lo hacía por patriotismo ante el peligro que amenazaba a los Liberales, y con esa apariencia consiguió desorientarme. Tiene su circulito, y en agradecimiento a los notorios servicios que le he prodigado, me ha causado sigilosamente todo el daño que ha estado a su alcance hacerme. Clausurada la Asamblea Nacional de 1907, tuvo la Policía conocimiento de que Don Manuel Benigno era uno de los conspiradores de trastienda, y se resolvió su destierro, de cuyo castigo se salvó presentándose y haciéndome la promesa de guardar absoluta neutralidad. En lugar de mandarlo inmediatamente al patíbulo, con lo cual habría consumado un acto de estricta justicia, confié en su palabra y cometí el crimen de dejarlo libremente en su casa. A renglón seguido se fraguó una seria conspiración, que al haber tenido feliz resultado, habría dado al traste con los trabajos de la vía férrea en las provincias de León y de Tungurahua, o retardarlos por mucho tiempo al menos. El manipulador de esos planes fue el Doctor Cueva, valiéndose de otras personas que en cierto modo le pertenecían, pero que procediendo judicialmente, lo dejaban a salvo de responsabilidad. Entraron en acción los conspiradores, y descubiertos los cabecillas ostensibles de la rebelión, cayeron prisioneros algunos y fueron a parar al Panóptico, mientras que otros ganaron la frontera para esquivar el rigor de la Ley. Constantemente se me presentaban dificultades indirectas en esas conspiraciones, que habrían dado al traste con la obra del Ferrocarril Trasandino, y que felizmente desvanecimos. De los nuestros, no faltaba uno que otro cangrejo que desconfiara hasta de sí mismo. Por mi parte no hubo jamás el interés del soborno, que podía enderezar a cualquier torcido o tímido. Advertiré que siempre les he tenido miedo a los flojos, porque por timidez, ante el peligro, cometen cualquier bajeza, sin el menor escrúpulo. Sobre este particular podré escribir prodigios a su debido tiempo. Anticiparé que he tenido a mi lado numerosos patriotas con cuya cooperación, he podido darle patria redimida a los esclavos. Volveré a tomar el hilo del trabajo material de la vía férrea, con el mayor laconismo posible. Los accionistas muy contentos con el cambio del personal del Gobierno, y nosotros ofreciéndoles cariñosamente hasta el cielo con la mano, con tal de que pronto llevaran el tren a Quito. En cambio, los verdaderos enemigos del

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Ferrocarril, procurando hacernos volar hasta con bombas de dinamita. En lo económico, la situación de la Compañía era muy crítica. Desacreditados sus Bonos, que los cotizaban al 40%, sin compradores. En el antiguo plano de la línea férrea, estaba señalado que un ramal debía hacer la conexión con Ambato pero definitivamente se consiguió que el tren cruzara la ciudad. Recomendamos encarecidamente emplear el máximo de actividad en los trabajos, y salvadas las dificultades que presentó la quebrada conocida con el nombre de Oreja del Diablo, entró la locomotora a la cuna del egregio Juan Montalvo y se inauguró alegremente la Estación. Los empresarios, haciendo prodigios de inteligencia y de economía, alcanzaron a llevar el tren a los suburbios de San Miguel. Si mal no recuerdo, gran parte de los pagos que habíamos anticipado a la Compañía en momentos de suprema necesidad, correspondían al trayecto de la vía férrea en la provincia de León; había que darle inversión legal a ese préstamo y cancelarlo. No podíamos repetir la misma operación anterior sin agravar nuestra responsabilidad; y sin el respectivo auxilio, la vía férrea no podía adelantar una milla más puesto que los Bonos correspondientes a este trayecto, los habíamos entregado en pago anticipado y su valor encontrábase invertido en la parte construida ya. En presencia de situación tan angustiosa, resolví que se le ayudara con dinero efectivo; pero sucedía que recursos en metálico, no teníamos; que las rentas eran insuficientes para atender a los gastos en el sostenimiento de las tropas que se organizaban para poder contrarrestar a los conspiradores y mantener el orden público; en fin, atravesábamos espantosa escasez de recursos. La situación era aún más grave de lo que vamos reseñando. Estaba informado de que la cantidad gastada en los trabajos ferroviarios realizados, excedían con mucho a lo presupuestado. Comprendía que al suspenderse los trabajos, la ruina de los Empresarios era obligada, y que los Bonos ferrocarrileros, caerían en completo desprestigio. Al finalizar esta relación, explicaré la equivocación que sufrió el señor Harman al formular su contrato ferrocarrilero; la enorme pérdida que sufrió la Compañía y la manera como fue subsanada. No me quedó otro recurso que disponer, en calidad de préstamo, de los fondos destinados al servicio de los Bonos, salvando así los cuantiosos intereses de los contratistas y los del Gobierno. La suma fue relativamente considerable, no recuerdo ahora el total, que se entregó en dinero sonante a los Empresarios, y que se invirtieron en la prosecución de la obra magna. Resultó insuficiente

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este auxilio, y fue necesario agregar 600 mil sucres más, que se consiguieron en operaciones de crédito en el comercio de Guayaquil. Después de ímproba labor, pasó el tren por los suburbios de Latacunga y llegó a Machachi. De este lugar a Tambillo, se presentaba un declive que parecía favorable, pero que al soportar el peso del tren, se hundía el lecho en algunas partes, motivado por grietas subterráneas formadas por corrientes de agua. Fue preciso reforzar el lecho de ese trayecto y los gastos presupuestados se aumentaron considerablemente. En definitiva, para llegar a los suburbios de la histórica ciudad de Quito, tuvimos que prestar 400 mil sucres más a la Compañía; y el 17 de junio de 1908, en el barrio de Chimbacalle, se colocó el último clavo de oro que fue clavado por mi hija América. La fiesta de la inauguración fue solemne. Los habitantes de la República regocijados, se pusieron en pie para saludarla. En especial, el entusiasmo del verdadero Pueblo Quiteño rayó en delirio. Don Archer Harman estuvo presente a la inauguración, y las demostraciones de merecido cariño de que fue objeto, le hicieron olvidar las gratuitas ofensas que los enemigos de mi Gobierno le habían prodigado temerariamente. Ante el beneficio que reportaba a la Patria amada, me consideré recompensado también y profundamente agradecido de mis nobles copartidarios, especialmente de mis valerosos camaradas que, en cada uno de sus triunfos, dejaban expedito el camino para el avance de la locomotora hacia la cuna de los Shirys, y con sus toques marciales de dianas en cada triunfo que obtenían, saludaban el progreso material de la Nación. Mi proyecto primitivo fue dejar establecida la vía férrea desde Loja a Tulcán, con cuya medida consideraba la República, relativamente, bien defendida. Igual propósito fue el que me impulsó en la necesidad de llevar el tren, a todo trance, de Bucay a Quito, de cuya medida hemos principiado a recoger ya el fruto, previsto. Cuando en el año anterior, tuvimos la amenaza de invasión por el lado de Tumbes, nuestras medidas de defensa las facilitó mucho nuestro Ferrocarril Trasandino. Desde Pasto y Tulcán, lugares los más distantes del probable teatro de la guerra, habrían venido los voluntarios por miles, soldados todos, y desde Quito, el tren les habría facilitado su marcha rápida a la Costa y consiguiente incorporación al Cuartel General. Por documento oficial irreprochable sabemos, que el Gobierno peruano movilizó más de 30 mil soldados, que escalonaron en los Departamentos del Norte hasta el puerto de Tumbes. Esa amenaza de invasión tomó tal aspecto de gravedad, que juzgué de mi deber inspeccionar personalmente el campo limítrofe y me trasladé al poblado de

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Santa Rosa. Los gratuitos enemigos del Ecuador, tenían ya abundante material de guerra y mucha tropa acantonada en Tumbes y sus inmediaciones. Entonces dispuse la movilización de algunos batallones de Guayaquil, y horas después cruzaban entusiastas por Machala. En esos momentos llegaron, también, dos batallones de los bravos Esmeraldeños, que desesperaban por tener la honra de pertenecer a la vanguardia. Los patriotas orenses, clamaban por su acuartelamiento; dispuse se acuartelaran solamente tres batallones, en Santa Rosa, en Machala y en el Pasaje, sirviéndome el primero de escolta en la parroquia limítrofe. De los patriotas azuayos llegaron hasta Girón dos batallones que se desesperaban por incorporarse al Cuartel General. Vinieron volando de Quito, el Regimiento de Artillería “Bolívar”, y de Portoviejo el Batallón “Manabí”. Gracias al Ferrocarril se me habrían incorporado, sin dilación, numerosos batallones que solo esperaban la orden de marchar. En pocos días más, habría contado en el Cuartel General, con un Ejército capaz de castigar al aleve invasor; digo aleve, porque entiendo que a título de más fuertes, pretendían adueñarse hasta de Machala, a pretexto de indemnización. Mientras tanto, el más ínfimo de los soldados que me acompañaba, tenía absoluta confianza en nuestro triunfo, como que nuestra causa entrañaba la justicia. Paralizó el enemigo la concentración de su Ejército en Tumbes, y paralicé también la marcha del nuestro hacia la línea fronteriza; pues nosotros siempre hemos tratado con generosidad a nuestro vecino, como hermano. Yo me regresé entonces para Quito, dejando en mi lugar al bizarro General Franco, con la recomendación de vigilar bien la línea fronteriza. Felizmente sobrevino la mediación ofrecida por los Gobiernos de Washington, Río Janeiro y Buenos Aires, que aceptamos con agradecimiento, como acción humanitaria, y retiramos de la provincia de El Oro, los batallones que teníamos allí acantonados. Por el interés que presentaba la cuestión Internacional, inspeccioné el Ferrocarril que parte de Puerto Bolívar a Machala y al Pasaje, y lo encontré en malísimo estado todo. En el viaje nos descarrilamos varias veces, pero como el terreno es muy plano, no hubo novedad andando despacio como íbamos. Sin embargo, para el servicio militar nos era útil, y resolví su reconstrucción inmediata. Apelé al señor Harman, y conociendo el beneficio temporal que podía reportar esa mejora a la Nación, en esa época de movimientos militares, al instante principió el trabajo de su mejoramiento sin exigir ningún pago de presente, en consideración a nuestra penuria fiscal y convino en ser reembolsado con el producto del tráfico del mismo ferrocarril.

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Conociendo la importancia estratégica que significaba un ramal ferroviario de Machala a Santa Rosa, estuvo a punto de realizarse; pero cuando tuve conocimiento que un Senador en plena Cámara, con aplauso de los oposicionistas, había dicho, más o menos, que era falso el mal estado del Ferrocarril de Machala, y que solo servía de pretexto para negociaciones ilícitas y poner su manejo en manos de extranjeros, presumí se presentarían mayores dificultades. Consigno este incidente antiferrocarrilero, relativamente insignificante, para dar una idea de la clase de oposición que he tenido que contrarrestar constantemente. Se presentó en Quito el Conde de Chamacé; y cuando tuve conocimiento que este caballero contaba con el apoyo de los banqueros Rothschild, conocidos favorablemente en el mundo comercial, para la Empresa que venía a proponer al Gobierno Ecuatoriano, entramos en arreglos, ad referendum, sobre la construcción de un Ferrocarril que partiendo de un lugar central, (no recuerdo ahora el lugar de partida) debía terminar en la orilla norte del Río Amazonas. Parte del territorio señalado para el nuevo Ferrocarril ecuatoriano, estaba ocupado abusivamente por el Gobierno peruano, lo sabía perfectamente el contratista Charnacé, y nos decía que estaba bien informado que la justicia amparaba los derechos del Ecuador en toda su plenitud, y que no tenía la menor duda de que el Laudo sería en nuestro favor. Se convino en pagar en terrenos baldíos, en lotes alternados, a tanto la milla, el valor de la línea férrea pactada. Antes de firmarse la escritura respectiva, nos suplicó el Conde de Charnacé, que suprimiéramos las palabras de “lotes alternados”, porque le proporcionaría algún tropiezo en la formación de su Compañía en Europa, y que esa condición la dejáramos al arbitrio del Congreso, que viendo que la operación era tan benéfica para el Ecuador, lo ayudaría en la forma que fuere necesario. Siendo ad referendum el Contrato, convine en la supresión de esas dos palabras, puesto que en definitiva el Congreso resolvería lo que fuere conveniente a la Nación. Sobre todo, a mí me halagaba muchísimo el auxilio indirecto, eficaz, que nos iba a proporcionar el contrato con el honorable Conde de Charnacé en la cuestión Oriente. Pues bien, la oposición anatematizó el contrato Charnacé, y trabajó con tanta actividad, que consiguió poner al país en peor predicamento que en 1858, cuando la temida colonización inglesa. Los principales promotores fueron los héroes de Torres-Causano o Padre Solano. La situación llegó al extremo de que si no rescindía el contrato Charnacé, sin esperar el Congreso como lo pedían los rememoradores de Don Gabriel, la revolución estallaba, el país se arruinaría completamente y el único beneficiado sería el Perú.

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Era perjudicial a los intereses del país la anulación del referido contrato; pero los perjuicios habrían sido mayores al estallar la guerra civil por ese motivo. En presencia de tan grave perspectiva, se acordó anular el contrato Charnacé, y administrativamente lo anulamos, aunque mortificados con la postergación del anhelado ferrocarril al Oriente. Transcurrirían muchos años antes que se vuelva a presentar la oportunidad de conseguir la celebración de otro contrato similar, que reporte tanto beneficio al Ecuador, como el de Charnacé, repudiado temerariamente en fuerza de las malas pasiones de los oposicionistas al régimen Liberal. Habíamos pactado ya con el Señor Harman, la prolongación del Ferrocarril de Quito a Ibarra, cuando Don Archer, espantado de la oposición que hacían a mi Gobierno, con pretexto de las obras ferroviarias especialmente, encarecióme se cancelara la Escritura sobre continuación del Ferrocarril al Norte, siquiera para no oír tanta difamación gratuita y atrozmente calumniosa, que ya volvía casi imposible el sostenimiento del orden público; me suplicó Mr. Harman, repito, que le cancelara el Contrato adicional aludido, y tuve que cancelárselo, sin someterlo al Congreso. Preocupado en la conveniencia de procurar a mi país alguna otra producción que iguale o supere a la del Cacao, cuyo cultivo actualmente constituye la riqueza principal de nuestra agricultura, venimos a informarnos que el Maguey o Heniquen, Ramie y más similares textiles, era el ramo que debíamos proteger para fomentar su cultivo en el Ecuador, con la perspectiva de superar pronto en riqueza al Cacao, y sin causarle perjuicio de competencia. Don Archer Harman, procurando un nuevo artículo que fomentara el aumento de carga para el Ferrocarril, había mandado de Riobamba muestras de Cabuya a la rústica, tal cual se produce, para su análisis en los Estados Unidos, y resultó ser la fibra de superior calidad a la de Manila y Yucatán. Vinieron de Chicago capitalistas especuladores en esa fibra, y quedaron muy entusiasmados de las facilidades que había para su cultivo, y especialmente del análisis de la Cabuya de Imbabura, que resultó de calidad superior a la de las otras provincias ecuatorianas. Me manifestaron que necesitaban alguna garantía para los fuertes capitales que pensaban dedicar al negocio, tales como la de que no se les impondría fuertes derechos de exportación que les causara la ruina de su negocio. Necesitaban también procurarse transporte barato para lo cual pensaron en establecer un tranvía movido por fuerza eléctrica desde Ibarra a Quito, y para la conducción al puerto de Guayaquil, contaban con el Ferrocarril Trasandino.

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Por el deseo de abreviar el fomento de la agricultura en Manabí, con facilitarle transporte barato, especialmente al Maguey o Cabuya, conseguí del señor Harman, Presidente de la “Guayaquil and Quito Railway Company”, celebrar un contrato para que se tendiera a uno de los puertos marítimos del Cantón de jipijapa, y fue negado o embrollado en el Congreso. Esta oposición motivó, de parte de los fanáticos políticos, un torrente de improperios contra el Gobierno y los Empresarios Ferrocarrileros, que llegó a tal extremo, que los Contratistas nos rogaron nuevamente se cancelara el Contrato que los obligaba a extender la vía férrea a la provincia de Imbabura, sin someterlo al Congreso, y que fue forzoso acceder. Capitalistas franceses habían ofrecido al señor Harman ser accionistas principales en esta sección del Ferrocarril al Norte. Yo deploré inmensamente este trastorno en mis planes ferrocarrileros, especialmente en lo relativo a Manabí, porque sobre la protección a las industrias, me preocupaba más la movilización rápida de tropas de Manabí o viceversa, pues en los planes de hostilidad del adversario gratuito del Ecuador, entra la ocupación transitoria de la rica provincia manabita, como medida estratégica contra Guayaquil. Yo reconozco la superioridad del actual Ejército peruano, al que actuó en la Guerra del Pacífico: ahora es relativamente respetable por su mejor organización y disciplina, y desde luego, le he prestado la buena atención que merece. Dispone el Perú de mayores elementos bélicos, especialmente marítimos. Ahora la superioridad del Ejército Ecuatoriano, consiste principalmente en que el último de nuestros soldados, sabe y está identificado con la justicia que asiste al Ecuador en su cuestión límites, y que la santidad de la causa que defiende, lo obliga a luchar hasta vencer o morir. Con esta resolución inquebrantable, con más o menos sacrificios, la victoria tiene que coronar los esfuerzos del Ejército Ecuatoriano. Desde luego, preferible que el Gobierno peruano abandone sus pretensiones y acatando los nobles sentimientos de justicia, prefiera una transacción razonable, capaz de que reconcilie a ambos pueblos, que en su conveniencia recíproca, reconocen la de vivir como buenos hermanos. Que desistan, pues, de su política de rapiña de territorio en el Oriente, y que también tratan de implantar en la línea del Macará, especialmente en las inmediaciones de Tumbes. Ni aun Colombia, ha estado libre de esa rapacidad internacional, aliento de los especuladores en Caucho en vasta escala, por de pronto. En vista de la situación intransigente, que en cierta manera predominaba en el País, desistieron los capitalistas de Chicago en sus proyectos de implantaciones textiles, y por tanto, se desvaneció la esperanza del tranvía eléctrico a Ibarra.

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En la provincia del Cañar existen magníficas Hulleras, reconocidas ya. El carbón que consume la Compañía, lo traen de Australia, que es caro. Algunos accionistas del Ferrocarril pensaron en la organización de un Sindicato con el objeto de construir una línea férrea para explotar las Hulleras, dando al Gobierno una módica retribución por el uso de ellas. Habláronme sobre el particular, convinimos en que formalizarían su propuesta para someterla al Congreso; pero en presencia de la situación intransigente que observaban, desistieron de su propósito del Ferrocarril a Cuenca, y terminó la esperanza que abrigábamos de que continuaría inmediatamente la cinta de acero hasta Loja, silos informes que les dábamos sobre abundancia de minas de mármol, hierro, cinabrio, parafina y otros minerales, se presentaban en cantidad suficiente para su favorable explotación. Todo hubo de suspenderse, hasta que desaparezca la influencia de los cabecillas promotores de esa resistencia antipatriótica en algunas poblaciones serraniegas, como todavía sucede, aunque de capa caída ya, cuando no son utilizadas por los explotadores políticos. Personalmente me abochornaron mucho semejantes contrariedades producidas por el fanatismo religioso, y ante los extranjeros procuraba atenuar las pasiones extraviadas de muchos de mis conciudadanos que, con pretexto de defender la pureza de sus sentimientos religiosos, violaban precisamente los preceptos Evangélicos que recomiendan la tolerancia religiosa y respeto a la conciencia honrada del género humano. Que en Turquía, sin embargo de encontrarse a la vista de Europa, tan poderosa, no podían evitar dejaran de cometerse atropellos sangrientos, fruto exclusivo del fanatismo. Lo que acontecía en la Patria de Rocafuerte y Montalvo, apenas eran rezagos de la Colonia. En la cuestión límites con el Perú, hemos visto a tales opositores del Gobierno Liberal, negarle toda clase de recursos para atender a la defensa de la integridad nacional, con el santo pretexto de no agobiar a los pueblos con pesadas contribuciones, o de que los gobernantes se robaban el producto de esas contribuciones, escarneciendo así uno de los preceptos sagrados de la Iglesia, que manda no calumniar a su prójimo. Por moderación, suspendo, por ahora, la continuación de este párrafo. Pero para nada toman en consideración, que en la época que los Gobiernos del Ecuador confesaban y comulgaban constantemente, y que eran más papistas que el Papa, ha sido que algunos Gobiernos Católicos del Perú, principiaron a adueñarse de nuestro selvático territorio Oriental, y que solamente desde 1895, que los Gobernantes Ecuatorianos comulgaban en la fuente del patriotismo, ha venido a contenerse el avance desmedido del maquiavélico usurpador.

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Lejos de mí la idea de lanzar la menor inculpación contra los Legisladores que aceptaron el monstruoso arreglo Herrera–García; digo monstruoso, porque imposible que el Ecuador quede sin salida libre, propia, al Amazonas, y que la locomotora, al fin y al cabo, lo ponga en contacto directo con las riberas del Guayas, mediante la conexión con nuestro Ferrocarril Trasandino, existente ya. Con la realización del contrato Charnacé, debidamente estudiado y sancionado por el Congreso, habríamos terminado la más grande aspiración nacional. Pero no volvamos a recordar este fracaso, que constituye un gran triunfo de los enemigos del régimen político que he tenido la honra de acaudillar, y volvamos a reanudar el asunto primordial de estos apuntamientos. Desagradaba mucho a los habitantes de Riobamba, el establecimiento de la Estación ferroviaria a algunas cuadras fuera de la ciudad, y tenían razón. Las complicaciones que se presentaron, sirvieron de pretexto para algunas publicaciones muy ofensivas y calumniosas contra los Empresarios del Ferrocarril y el Gobierno. Entonces los neutrales fomentaron la idea de que la línea férrea fuera directa de Cajabamba a Ambato, lo cual acortaba la distancia, y que un ramal hiciera el servicio a Riobamba. Semejante innovación, levantó el consiguiente resentimiento de los riobambeños. El caso era delicado. La tarifa de pasajeros y flete de carga; señala a tanto la milla, y la innovación favorecía el tráfico directo entre Quito, Guayaquil y poblaciones intermedias. Que ganaban algunas millas en el viaje directo, era incuestionable. En Riobamba decían que al no llegar el tren de pasajeros a la ciudad, quedaban reducidos a ruinosa exclusión, y era la verdad. Pensábamos en que si aplicábamos esa máxima de economía a la ciudad de Ambato, quedaba también perjudicada, y que el objeto de las líneas férreas, es favorecer a las poblaciones razonablemente. Al fin se acordó que los trenes de pasajeros, continuaran llegando directamente a Riobamba, y se contrató la construcción de una línea férrea que, partiendo de las inmediaciones de Cajabamba, acortara la distancia a Riobamba, con el fin de afianzar el tráfico directo de los trenes de pasajeros. Para rebajar la tarifa de fletes y pasajes, era forzoso procurarse combustible barato. Ya no era posible pensar por de pronto, en las Hulleras del Cañar y Azuay. De acuerdo con el Señor Harman, se resolvió apelar a la fuerza eléctrica. El camino se encuentra cruzado por algunos riachuelos muy correntosos, suficientes para proporcionar todo el poder hidráulico necesario para un buen servicio del Ferrocarril. La base central, venía a ser el riachuelo que corre por las

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inmediaciones de Ambato; pero en esta ciudad, se formó un grupo de oposición, con el pretexto de que las aguas que se tomaran del río, eran perdidas para los agricultores que tenían chacras de plantaciones frutales en las orillas, quienes, engañados, se presentaban como enemigos irreductibles de cualquier estación hidráulica en su río. No había más remedio que desistir o exterminarlos: se optó por lo primero. El pueblo ambateño no es responsable de ese atraso, sino un grupo de leguleyos desalmados, a quienes movía el deseo criminal de causar daño al Gobierno, cuando el perjudicado era el mismo pueblo, cuyos intereses pretextaban defender. Quedó, pues, sin efecto, el propósito de rebajarse la tarifa de fletes y pasajes, a causa del crecido valor del combustible en uso. Omito ocuparme del contrato de transacción, celebrado con la Compañía del Ferrocarril, porque sin tener a la vista el texto respectivo, no puedo recordar detalles de trascendencia. Lo propio tengo que manifestar respecto al capítulo Arbitraje, en el cual me representó el finado Doctor César Borja con inteligencia y probidad; lo mismo que del Ministro Plenipotenciario William C. Fox, digno representante del Excelentísimo Presidente de los Estados Unidos. Aún más ocurrió en Ambato, por el insano interés de perjudicar a Harman, socio de Alfaro, decían los infames calumniadores, con el objeto de acrecentar el odio contra mí y mis dignos colaboradores. Resolvió la Compañía sacar del ardiente clima de Durán, sus talleres de reparación de máquinas y construcción de carros que tienen allí, y que le convenía establecerlos en Ambato, por su clima benigno, abundancia de agua, que el pueblo congeniaba con sus empleados, y sobre todo, por ser lugar central. Tenían la intención de establecer allí talleres que les facilitarían hasta la construcción de locomotoras. El señor Harman consultó al Gobierno su proyecto, pidiendo se le concediera gratis los solares de pertenencia fiscal que se necesitaren, y con gusto accedimos a ello. Se esparció la grata noticia en las provincias centrales de la República, y cuando llegó a conocimiento del grupito de aquellos leguleyos desnaturalizados de Ambato, a los que he aludido antes, principiaron en tal laboreo de oposición, que la Compañía desistió del proyecto de establecer sus grandes talleres de maquinarias en Ambato. En contraposición, vecinos honorables de Riobamba, ofrecieron facilitar gratis, los solares que necesitaren para trasladar los talleres de Durán a Riobamba. También el Gobernador de la provincia de León informó al Gobierno,

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que la Municipalidad o vecinos ofrecían hacer construir en Latacunga, gratis, los edificios que indicara la Compañía para establecer allí los grandes talleres que tenían en Durán, y rogaban que les dieran la preferencia. De todos esos particulares informamos a la Compañía; pero recordaron que en Riobamba había existido una pandilla denominada Manta Negra, que hasta personalmente provocaba a los empleados de la Compañía, y que deseaban evitar choques escandalosos; que además, la escasez de agua adentro de la ciudad, era grave inconveniente. Las propuestas generosas de Latacunga, le agradaron muchísimo al Señor Harman, pero su ubicación lo alejaba demasiado del punto central, aparte de que las erupciones del Cotopaxi se encaminaban mucho a los contornos de Latacunga, y que ya habían causado daños terribles a los empresarios en fábricas de telares. Para evitar reclamaciones judiciales y aun choques con apariencias de populares, hubo que desistir de la implantación del sistema eléctrico, que habría podido movilizar con economía los trenes de nuestro Ferrocarril Trasandino. En conversación confidencial, pregunté al señor Harman, a cuánto ascendía el valor real, en efectivo, gastado en la obra del Ferrocarril. Me contestó Don Archer, que aún no se había preocupado en saberlo con precisión matemática, pero que calculaba que tal vez alcanzaba a veinte millones de dólares el valor de lo gastado en dinero sonante. Le observé se sirviera informarme de qué manera había cubierto el déficit que a simple vista, notaba en la operación. Me respondió el Señor Harman, que el déficit lo habían sufrido en especial, las Compañías auxiliares que había organizado para atender a la mejor adquisición de los materiales que se habían empleado en la vía férrea. En seguida, mencionó los nombres de los Agentes vendedores o Casas Comisionistas que se encargaron de ese trabajo y con cuyo sacrificio se cubrió el déficit de la enorme pérdida sufrida, que no pudieron resistir, y que en definitiva los obligó a presentarse en quiebra. Sucedió que la Compañía pagaba en Bonos, el valor de los materiales conseguidos para el Ferrocarril, y que fueron los Agentes intermediarios aludidos, los que sufrieron las pérdidas que ocasionaron las fluctuaciones en el tipo de los Bonos que recibieron en pago. La operación, aunque correcta, fue desgraciada para los especuladores, y de suyo se explica el resultado, sensible para nuestro crédito. Únicamente la Ecuadorian Association, establecida en Londres, se salvó de la quiebra, como había sucedido con sus antecesores similares en Nueva

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York y Londres. Los accionistas de la Ecuadorian Association, eligieron de su Presidente a Sir James Sivewright. Este caballero aceptó el cargo por lo que tenía de honorífico, pero no concurrió al despacho ni una sola vez. Al informarse que se encontraba en falencia la Asociación que estaba garantizada moralmente con el prestigio que le daba la gerencia de su nombre, dispuso su liquidación y que el déficit se pagara a prorrateo entre los accionistas. Verificada la liquidación, le correspondieron a Sir Sivewright más de 90 mil libras de pérdida y al señor Harman 42 mil libras, que era uno de los socios de menor cuantía, y en proporción pagaron los demás accionistas, cuyo número no recuerdo. Mediante este sacrificio, pudo la Ecuadorian Association salvarse de la quiebra; medida que no pudieron adoptar los accionistas de las Agencias anteriores; pero cuya pérdida contribuyó también a cubrir el déficit que, de otro modo, habría correspondido a los Empresarios del Ferrocarril, o encontrándose obligados a paralizar la obra sin poder llegar a su término. Me parece que después, los accionistas del Ferrocarril organizaron otra Compañía con el nombre de “Inca”, que les ha servido mucho. Ahora, ocupémonos en recapitular la operación. El Gobierno ha pagado la suma de 12 millones 282 mil dólares en Bonos, que llaman “principales” y que ganan el 6 por ciento de interés y que serán amortizados en el transcurso de 33 años con el uno por ciento anual que tiene asignado para el objeto. Este es el costo neto de la Obra para la Nación. Además, debidamente autorizada por el Contrato, la Compañía constructora ha emitido 5 millones 250 mil dólares en Bonos, que ganan el seis por ciento de interés anual, y señalado también el uno por ciento de amortización, servicio que debe ser atendido del producto del tráfico del mismo Ferrocarril; comprometido a atender con su rendimiento, de preferencia, al pago de sus empleados y demás gastos propios. A estos Bonos se les da la denominación de “privilegiados”. Por intereses y amortización, se han entregado sumas considerables relativamente, pero estrictamente ajustado a lo debido. A estos pagos, es que mis enemigos políticos, califican de robos del Gobierno, o de peculados, de acuerdo con el señor Harman. Todos esos santos fariseos católicos, aseguran y han publicado en todos los tonos, que existe ese latrocinio o peculado. Ocasión propicia se les ha presentado a esos feroces calumniadores, para comprobar judicialmente su aseveración. Los Bonos amortizados ya, pasan de un millón de dólares, Bonos que permanecen en depósito en la respetable casa Bancaria de los señores Glyn, Mills,

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Currie y Compañía, que actúan como Fideicomisarios en el Contrato del Ferrocarril Trasandino. De conformidad con el respectivo Contrato de junio de 1897, se ha verificado otra emisión como de siete millones de dólares, (no recuerdo la suma fija) que se denominan “Bonos comunes”, de los cuales corresponden al Gobierno 49 por ciento y a la Compañía constructora 51 por ciento, cuyas unidades rigen la administración de la empresa, determinada en los Estatutos respectivos. Después de amortizados los Bonos principales, serán únicamente los Bonos comunes, los que representen a la Compañía constructora, principalmente para el reparto de los ingresos líquidos con el Gobierno, hasta terminar el plazo de la concesión, desde cuyo vencimiento vendrá a ser el Ferrocarril propiedad exclusiva de la Nación. Yo sí comprendo la buena fe con que se imaginan mis enemigos políticos, que ellos podían haber arreglado un contrato infinitamente mejor que el celebrado bajo mi inspección; pero sucede que, por egoísmo, nunca hacen nada grande, que pueda mejorar la condición de sus prójimos, amén de que ni banqueros católicos se atreven a hacerles préstamos de millones ni con hipotecas, por la perspectiva de que aun librando bien, se convierta lo esencial en carnes condensadas en lata, como aconteció en la construcción del famoso Ferrocarril de Ambato al Curaray. Sabían perfectamente lo que hacían, al oponerse patrióticamente al proyecto efectivo del Ferrocarril Charnacé, de Ambato o sus inmediaciones a la orilla norte del Amazonas. Mientras tanto, esos santos católicos de la oposición, podían hacer saber al público, por la imprenta, la cantidad de centenares de miles de sucres que recibieron para la obra del Ferrocarril de Ambato al Curaray, de qué manera la invirtieron y cuántas millas férreas recorre la locomotora. Demás es decir, que no se preocuparon en comprar ni un solo riel; pero sí compraron en Nueva York cantidades considerables de víveres conservados en latas, especialmente carnes, en época que, como el Ferrocarril no había llegado todavía a Ambato, se conseguía el mejor novillo por menos de 20 pesos sencillos. La Policía de Guayaquil se encargó de arrojar al río, por encontrarse en mal estado, muchos cajones o barriles que contenían de esos materiales destinados a la construcción de la flamante vía férrea de Ambato al Curaray. Bien conozco que el Ecuador, con su Ferrocarril Trasandino, emprendió una obra superior a sus recursos, y que su realización nos había de envolver en gravísimos apuros económicos, si sobrevinieren contrariedades extraordinarias. Recuerdo que en 1897, se levantó un Catastro ligero, que computó el valor de las propiedades urbanas y rústicas de las provincias del Pichincha, León,

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Tungurahua y Chimborazo, en algo más de cien millones de sucres, catastro que se pensó en formalizarlo judicialmente para darle precio propio a cada propiedad e imponerle una contribución sobre el aumento del valor que le diera la vía férrea, cuyo impuesto se destinaría al pago de la obra del Ferrocarril. La operación se presentaba muy complicada y desistimos de ella. Bien, pues; esas mismas casas, haciendas y terrenos del catastro de 1897, con la llegada del tren a Quito, han cuadruplicado su valor, que actualmente valen más de 400 millones de sucres. De manera que los propietarios de las provincias por donde ha pasado la línea de acero, han obtenido una utilidad de 300 millones, sin más sacrificios que los que ha soportado el Gobierno, en cumplimiento de su deber, mirando por la prosperidad de sus compatriotas y vecinos. Por su parte, los caballeros de la oposición, no se cansan de propalar en todos los tonos, que esa obra monstruosa tiene arruinado al país y que si el Gobierno no se compusiera de pícaros y ladrones, ya el Ferrocarril sería propiedad nacional. Los más moderados de los enemigos, dicen que el Ferrocarril es un ELEFANTE BLANCO para el Ecuador. ¡Hágame usted patria libre con semejantes cangrejos! Desgraciadamente, los últimos semestres de intereses y amortización, no se pudieron pagar, debido a la amenaza permanente de agresión del Perú, que nos obligó a destinar todas nuestras escasas rentas para atender a la defensa nacional. Atónito tengo que recordar la vocinglería que formaron los filántropos de la oposición, para combatir los decretos legislativos de contribuciones llamadas de “guerra”, que le quitaban la comida de la boca al pueblo infeliz, clamaban con desenfado los flamantes opositores. Basta manifestar que, si hubiera tenido que apoyarme en el producto de esas contribuciones de guerra, ni un buen servicio diplomático habría podido atender con la oportunidad y eficacia necesaria, como se atendió todo. Se trataba de cuestión internacional y de acuerdo con mis colaboradores principales, se nombraron a varios conservadores en el alto cargo de Ministros Plenipotenciarios y Enviados Extraordinarios; y en homenaje a la justicia, diré que se manejaron muy bien, como buenos ecuatorianos, porque no hay regla sin excepción, agregaré. Cuando en el año próximo pasado, se consideró inminente la invasión, según los aprestos bélicos que hacía el Gobierno del Perú, vime obligado a trasladarme a Guayaquil. Recuerdo se me presentó una comisión de la junta Patriótica de esa ciudad, compuesta de personal muy honorable, a estimularme para el inmediato acuartelamiento de nuestros conciudadanos que anhelaban

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organizarse. Nos cruzamos las explicaciones del caso, y se convencieron que, de mi parte, no consistía la demora. Les dije que señalaran el número de miles de compatriotas que juzgaban necesarios para la campaña y que en el acto serían complacidos; pero que la indicada junta se hiciera cargo de hacer pagar directamente las raciones respectivas y que en cuanto al armamento, todo estaba listo. Me ofrecieron consultarse con la junta. En definitiva les manifesté que, si deseaban se elevara a 60 mil soldados veteranos el número de tropas existentes, al momento se ordenaría, comprometiéndome a tenerlos listos y equipados en el curso de una semana; que lo único que necesitaba era contar, con seguridad, con el servicio de las raciones. La contestación de la junta Patriótica fue que estaba empeñada en la adquisición de algunas baterías de cañones de los mejorados recientemente, y que en cuanto a lo demás, cuando se presentara el caso se atendería en la forma posible. La Comisión de la junta estaba compuesta de los connotados vecinos Don Carlos Gómez Rendón y Don Martín Avilés, que a veces no concurría por indisposición en su salud, y una o dos personas más, notables de la localidad, que a veces se renovaban. En la primera visita, fueron acompañados por Don Amalio Puga, Intendente General de Policía. A estas conferencias asistía también Don Emilio Estrada, Gobernador de la Provincia del Guayas, cuando el despacho a su cargo se lo permitía. Me parece que su ocupación principal entonces era procurar recursos para gastos del Ejército, y que los conseguía de los Bancos. Ante la inminencia del peligro, se veía a los ciudadanos, pobres y ricos, artesanos y labriegos, lo mismo que al estudiante y al doméstico, preocupados esencialmente en aprender el manejo del fusil y uniformes, todos en nobles sentimientos de abnegación para atender a la salvación de la Patria amada. Con orgullo descansaban en el cumplimiento de sus deberes desde el más infeliz soldado hasta el jefe. Fortalecidos por la justicia que asiste a la Nación ecuatoriana, tenían absoluta confianza en que el triunfo coronaría sus esfuerzos. A nadie le preocupaba el capítulo raciones, porque muchos que habían sido mis comilitantes, sabían que cuando escaseaba el dinero, abundaba el ganado: comida no había faltado nunca, y por tanto no faltaría en lo futuro. Recuerdo que en esos días de preparativos premiosos, tuvimos acuartelados más de 28 mil soldados, listos para entrar en campaña, los cuales considerábamos base suficiente para conseguir rechazar completamente la invasión que nos amenazaba por la línea del Macará. Contábamos, además, con unos 20 mil voluntarios que por la tarde concurrían a los cuarteles provisionales, y que después de sus ejercicios doctrinales,

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volvían por la mañana a sus ocupaciones habituales durante el día, para atender a la alimentación de sus familias. Declarada que hubiera sido la guerra, al instante se habría duplicado el efectivo del Ejército ecuatoriano, obligado a defender con las armas, la integridad de su territorio, que trata de arrebatarle el Perú, a viva fuerza. Pero el Ecuador, si no contara con las facilidades que le presta el Ferrocarril Trasandino, estaría embromado, porque le sería imposible atender a la movilización de sus elementos con eficacia. Sin embargo de palparse este beneficio salvador, no estaba libre el señor Harman, lo mismo que yo, de los más burdos improperios, sin tener más culpabilidad Don Archer, que haber cumplido sus contratos con el Gobierno, de la manera más honorable a su alcance. Conmigo, el caso era distinto, porque los movía la venganza contra el hombre que los había aniquilado políticamente, destruyéndoles la continuación de la vida política de antaño. Ahora mismo sucede que uno de los principales difamadores que han aprovechado de la transformación del once de Agosto, lo hace por inquina personal. Decía el renombrado Don Pedro Moncayo, que entre los liberales y conservadores doctrinarios, no había más que un paso de diferencia; que unos deseaban ampliar la libertad individual, y que los otros procuraban concentrar más acción en la autoridad; no son las mismas palabras expresadas en una de sus publicaciones por el esclarecido publicista señor Moncayo, pero en esencia es el contenido de su apreciación. Por supuesto, se refería a los países cimentados en el camino del progreso. En verdad, no puede decirse lo mismo de los políticos que son movidos por bastardos intereses o por depravadas pasiones personales, como sucede con la notabilidad cuyo nombre deseo lanzar a la estampa, para que sea juzgado por sus propios coterráneos. Bien, pues; esa clase de simulados políticos, cuando abundan, son los que conducen a los pueblos al caos y a la confusión, como ocurre actualmente en el Ecuador. Merece un estudio imparcial el punto, comparados los antecedentes, con los que precedieron al Seis de Marzo y Cinco de Junio. Esa clase de personas en su labor inicua, son las que consiguieron amargar en su vida a Don Archer Harman, en su carácter de Gerente en la construcción del Ferrocarril Trasandino, al extremo de haber conseguido formar en la opinión pública cierta corriente desfavorable; todo con el objeto principal de proyectar sombras tenebrosas contra el Régimen Liberal que me ha tocado en suerte presidir en el Ecuador. Felizmente al fin, la luz resplandece más en semejantes tenebrosidades y pone en transparencia a los actores.

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Constantemente me llaman “asesino del pueblo quiteño”, “asesino del 25 de Abril”, afirmación que vociferan y propalan mis enemigos, tal como si realmente hubiera ocurrido algún acontecimiento desgraciado que autorizara ese calificativo. Sucedió lo siguiente: Los oposicionistas conspiraban públicamente; se valieron de los Estudiantes descendientes de familias curuchupas,3 que relativamente son numerosas, para formar su asonada. Sin recelo hacían propaganda en favor de su revolución. Con pretextos especiosos se presentaron en pleno día en la Plaza principal, a bandera desplegada; como a los vivas y mueras no se les agregaba nadie principiaron a disparar sus revólveres. Entonces el destacamento que teníamos en la Plaza rompió sus fuegos al aire, según lo había ordenado anticipadamente. Los bochincheros consiguieron herir al jefe de Artillería, a un joven empleado del Ministerio y a uno o dos más neutrales. Ante el fuego nutrido al aire que hacía la tropa, los Estudiantes abandonaron la Plaza y se dispersaron completamente sin salir ninguno de ellos ni contuso. Tal fue el decantado asesinato del pueblo quiteño que se me atribuye. También sucedió que al oírse el alboroto en el Cuartel del Batallón “Carchi”, destacaron un piquete para que recorriera las inmediaciones. Los soldados no hacían caso de las provocaciones que les hacían los revoltosos que encontraban a su paso, pero uno que otro borrachito se permitió hacerles fuego con su revólver, y los soldados en natural defensa, dispararon sus rifles sobre ellos, y dos de los bulliciosos murieron y unos pocos más salieron heridos en el curso de la recorrida del mencionado piquete. Esta fue la famosa carnicería del 25 de Abril. Detalladamente consta todo en el respectivo sumario que se levantó, con motivo de los disturbios del 25 Abril de 1907 en Quito; y sin embargo, no trepidan en afirmar que el pueblo fue asesinado, cuando lo cierto es que el verdadero Pueblo quiteño fue indiferente a ese bochinche y lo ha sido siempre a todo lo que sea innoble, aun cuando se le atribuyan actos que únicamente corresponden a los trastornadores fementidos. Como esos calumniadores no tienen respeto ni por la memoria de sus antepasados, que en parte fueron los asesinos de Berruecos, Miñarica, del 19 de Octubre en Quito, de Mocha y Jambelí, del 3 de junio en Guayaquil, y otros muchos actos sangrientos, no les importa un pito el reproche histórico, por 3 Curuchupa. Palabra quichua; se aplica al ganado que se encuentra muy agusanado. El pueblo quiteño designaba con ese adjetivo a los defensores del Gobierno conservador de 1895. Nota del General Eloy Alfaro.

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amargo que sea, con tal de colmarnos de improperios y satisfacer sus bastardas aspiraciones. Uno de los cargos formidables que me han atribuido los furibundos oposicionistas, ha sido de que he tratado de negociar el Archipiélago de Galápagos. He manifestado ya, que la mayoría de los Senadores y Diputados que constituyeron el Congreso de 1898, tomaron por bandera para su revolución el contrato del Ferrocarril Trasandino, pretextando ser ruinoso; pero había omitido decir, que también propalaban que yo trataba de vender el Archipiélago de Galápagos, con el innoble propósito de enriquecerme y enriquecer a mis partidarios. Entonces juzgué de mi deber pasarles un Mensaje, haciéndoles saber que antes de finalizar el año de 1895, había recibido ofrecimiento de cinco millones de Libras Esterlinas por el mencionado Archipiélago, que había rechazado, además de otra cantidad, igual destinada para repartir entre las familias que estaban en desgracia a consecuencia de la tiranía de García Moreno, y de cualquier otro acto de reparación justiciera, que quedaba a mi albedrío donar, como lo considerara justo. La necesidad de poner a salvo la honorabilidad del Partido Liberal Radical que me había honrado con su confianza, que se trataba de mancillar gratuitamente, me obligó a poner en evidencia la manera como realmente había pasado el incidente. La oferta tenía más gravedad de lo imaginable, porque entonces ejercía yo el cargo de jefe Supremo de la República, investido de facultades omnímodas en las Actas Populares, en cuya confección no tuve arte ni parte, ni podía tenerla, encontrándome hacía muchos años lejos de la Patria amada y declarado hasta Pirata por una Legislatura endemoniada. No necesitaba del concurso del Congreso para consumar legalmente la negociación del Archipiélago. Lejos de mí el pensamiento de atribuirme ningún mérito en mi procedimiento, porque simplemente cumplía con mi deber, juzgando que estando en poder de una poderosa Nación Europea aquellas Islas, constituía entonces una amenaza para la autonomía de las Repúblicas de la América del Sur en la Costa del Pacífico. Ipso facto rechacé la proposición, y después referí a los colaboradores lo ocurrido y a muchos amigos les he mostrado los Mensajes aludidos. Con el Congreso de 1898, coincidió también que me ofrecieron 300 millones de francos por el Archipiélago de Galápagos o de Colón, como se le llama ahora en memoria al legendario marino descubridor de América, y los rechacé sin vacilación por las consideraciones apuntadas. Con este motivo, pasé otro Mensaje reservado al Congreso, y cesaron entonces en el cargo de especu-

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lación con el Archipiélago, y solo quedaron los conspiradores limitados en su oposición al Ferrocarril, dizque por considerarlo ruinoso al país. Hará cosa de dos años, se me insinuó que si el Gobierno del Ecuador convenía en arrendar dicho Archipiélago, se me haría la propuesta respectiva. Yo no podía resolver problema tan arduo por mí y ante mí, y habiendo cambiado las circunstancias se resolvió en Consejo de Ministros que yo pasara una circular a los Gobernadores de las provincias, indicándoles que consultaran la opinión de los vecinos principales para saber positivamente los deseos de la mayoría de los habitantes, y entonces resolver lo que me cumplía contestar. En definitiva, al Congreso le correspondía solucionar el problema. Los opositores, se aprovecharon de la Circular sobre arrendamiento del Archipiélago que dirigí a los Gobernadores, de la cual tuvieron conocimiento por la imprenta, pues tenía la costumbre de hacer publicar mis actos administrativos, de interés general, en la mayor extensión que era dable hacerlo, y juzgaron propicia la ocasión para pensar en otro 25 de Abril en mayor escala. Forzosa es una ligera digresión. En años anteriores que tuve la satisfacción de ser vecino de Guayaquil, hubo un Intendente a quien le agradaba mucho cualquier manifestación contra mi persona. De vez en cuando, se veían grupos de pueblo, más o menos numerosos, que recorrían en la noche las calles de la ciudad al grito de “muera o abajo Alfaro”, con el aditamento de tirano, asesino, ladrón, traidor, incendiario, pirata, y otras lindezas de estilo en esa clase de manifestaciones. Al día siguiente recibía las visitas de algunos artesanos nacionales, que venían a informarme que los manifestantes agresivos de la noche pasada, eran casi en su totalidad peruanos, que habían muy pocos ecuatorianos, pero que ninguno era guayaquileño. Me lo decían con cierto orgullo los descendientes o compañeros de los que realizaron las transformaciones políticas del “Seis de Marzo” y “Cinco de Junio”. En ese tiempo había avecindados en Guayaquil como ocho mil peruanos entre mujeres, niños y hombres, la mayor parte jornaleros oriundos de los Departamentos del Norte del Perú, quienes encontraban fácil ocupación en nuestro Litoral. La participación que han tomado en nuestras disensiones domésticas, les ha perjudicado tanto como la cuestión internacional, tratándose de un pueblo esencialmente liberal como el costeño ecuatoriano, en particular en presencia del pueblo guayaquileño, que con justicia se enorgullece de haber tomado parte decisiva en favor de los grandes acontecimientos que han conducido a la República por el camino de su verdadera regeneración política y social.

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Sin embargo de tanto encono como ha germinado de la cuestión internacional, no pueden quejarse los peruanos de maltrato en el Ecuador, comparado con el que en el Perú han sufrido los ecuatorianos, siendo los agredidos. De parte de la Autoridad ecuatoriana, han tenido siempre los peruanos las consideraciones y tolerancia que han sido posibles, con generosidad. Los oposicionistas pusieron en explotación sus planes subversivos en toda la República, con ocasión del Archipiélago, y no se discutía lo que conviniera al País sino lo que más pudiera contrariar la acción del Gobierno. Problema tan grave, lo trataba siempre con mis compatriotas connotados, en especial con los Señores Ministros de Estado, como era natural. Ninguno pensaba en enajenar ni una pulgada de territorio nacional, pero se preocupaban de lo que sería más conveniente a la Nación y del peligro de perder el Archipiélago sin lugar a respirar. Mucho se discutían las complicaciones que pudieran surgir después de terminada la grandiosa obra del Canal Interoceánico, y que nuestras Islas, debido a su posición geográfica, y casi desiertas, venían a constituir una zona estratégica en el Mar Pacífico, estación obligada e inmejorable, para cualquier flota beligerante. Conferencias íntimas de esa clase, no se pueden publicar prematuramente con todas sus minuciosidades y solo se manifiesta aquello que en esencia signifique lo favorable y adverso a la conveniencia pública. En estos casos, siempre he puesto a un lado los enconos políticos, sea cual fuere su naturaleza, y he procedido de acuerdo con lo más conveniente al País, dentro de los límites de la dignidad nacional. Concluyamos con el Capítulo arrendamiento. Activaron los opositores sus trabajos, especialmente en la Costa. Ocasionalmente encontrábame en Guayaquil, cuando se me presentó una Comisión a solicitar del Gobierno de parte del pueblo y en su propio nombre, que rechazaban en lo absoluto el arrendamiento del Archipiélago de Colón y que no pensara en ello. Contesté que siempre había acatado la voluntad del pueblo, y que por tanto atenderíamos sus deseos. Influyó moralmente en mi contestación, el personal de la Comisión, compuesta de vecinos respetables de la ciudad, cuya intervención pacífica en los asuntos internos, he atendido siempre, cuando la consideraba desinteresada. Con esta contestación de mi parte, se desentendió el Gobierno en el asunto arrendamiento; pero no así los opositores que siguieron propalando rumores falsos que favorecieran sus planes proditorios. Cortemos por lo sano, para abreviar la terminación de estos breves datos ferrocarrileros.

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Entró ya la Compañía constructora en desahogo, nos devolvió los centenares de miles de sucres que le habíamos prestado para conseguir llevar la locomotora a Quito, como la llevó, y aún más, nos dio en préstamo, en momentos de penuria fiscal, una regular cantidad, medio millón de sucres, si mal no recuerdo, y que con nuestros agradecimientos les pagamos también, después de poco tiempo. Llegó el momento de fijar, dentro de la ciudad de Quito, sitio para la estación ferroviaria. El Señor Harman solicitó de la Municipalidad señalara la localidad necesaria, y con tal motivo se suscitó entre los vecinos alguna competencia, natural en esos casos, que dio por resultado disolverse la reunión de vecinos o de Ediles, no recuerdo con precisión, sin resolver el problema. Entonces solicitó la Compañía, que el Gobierno fijara el sitio de la Estación. Cuando se me presentó el Señor Harman con semejante solicitud, le contesté que debíamos fijamos en que el lugar de la nueva Estación facilitara la continuación de la vía férrea al Norte. Uno de los circunstantes observó que si nos empeñábamos en la continuación del Ferrocarril a Ibarra, la malicia de los oposicionistas supondría que era un pretexto para perpetuarme en el Poder y que corríamos el peligro de que intentaran asesinarnos. Nos reímos de la broma amenazante, que tenía apariencias de verdad, y Don Archer manifestó que sospechaba que el sitio que yo deseaba era el Ejido norte de la ciudad que provocaba a la continuación del Ferrocarril a Tulcán, que tanto anhelaba yo. Por unanimidad se acordó con placer que la nueva Estación se estableciera en el lugar que ocupan los vastos edificios que componen el Hipódromo y cuartel de Caballería y que además se le facilitara el terreno fiscal necesario para que la estación fuera muy amplia, cual lo requería mi proyecto. El Señor Harman impartió las disposiciones del caso, y lleno de salud y vigor emprendió viaje a Nueva York, sin imaginamos jamás que se despedía para la otra vida. Quedó a cargo de la administración del Ferrocarril el Señor Norton, caballero muy honorable. Terminados los estudios de la prolongación de la vía férrea de Chimbacalle al Ejido, vino a informarme el Señor Norton, que ese trabajo se presupuestaba en un millón y medio de sucres o de dólares, no recuerdo bien en cual moneda, y que atento a la situación financiera de la Compañía, lo conveniente era cruzar el río Machángara por la cercanía del Palacio de la Exposición y establecer en sus inmediaciones la Estación principal; cuya operación se calculaba costaría medio millón, y que el millón de economía se invirtiera en nuevo material rodante que atendería bien, con provecho recíproco, el servicio público.

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Siendo tan juiciosas las observaciones del Señor Norton, le contesté que por mi parte las aceptaba, pero que atento a las circunstancias, yo no podía por delicadeza resolver solo el asunto, que se sirviera dirigirme una solicitud razonada, que sometería al Consejo de Estado, y que en definitiva, en Consejo de Ministros se resolvería su solicitud. Convinimos en esto, pero en esos días tuvo necesidad el Señor Norton de irse a Guayaquil, y me manifestó que a su regreso presentaría la solicitud indicada. Mas, a su regreso se tropezó con los famosos accidentes del Once de Agosto y se paralizó mi intervención. Conociendo que el costo del Ferrocarril Trasandino había sobrepujado mucho al valor contratado y que no obstante esa enorme pérdida, el Ferrocarril había sido construido hasta llegar a los suburbios de Quito, les he guardado, por decencia y en conciencia, toda clase de consideraciones a los contratistas en lo relativo a detalles secundarios de la magna obra. Felizmente el producto del tráfico, ha correspondido a lo que se esperaba. No recuerdo el rendimiento en los últimos meses, pero ya pasaban de 100 mil sucres mensuales, observándose que van aumentando rápidamente con el transcurso del tiempo. A ese paso ya produce más de lo necesario para atender a sus gastos, y pronto tendrá sobrante, que será aplicado al servicio de intereses y amortización de los Bonos ferrocarrileros. En la actualidad, volver a estudiar los medios conducentes para conseguir la reducción de la tarifa de fletes y pasajes, es lo primordial. Obtenida esta reducción, contribuirá a fomentar eficazmente el desarrollo de la producción agrícola en todas sus variedades, ensanchará el comercio interno y aumentará extraordinariamente el tráfico personal, en beneficio todo del Ferrocarril y de la Nación. Entonces el rendimiento de la vía férrea, retribuirá con creces los sacrificios sufridos antes. Siento no tener a la vista, algunas publicaciones favorables y adversas a los contratos de 1897 y 1898 relativas al Ferrocarril, que me refrescarían la memoria y me permitirían aclarar puntos contradictorios. Después de llegada la locomotora a los suburbios de Quito, he tenido la intención de hacer venir un Ingeniero caracterizado, que se ocupara en estudiar valorizar por secciones, nuestra vía férrea Trasandina; pero la contratación de un buen Ingeniero de reputación conocida, cuyo informe sea intachable, demanda un gasto crecido, que la crisis económica que hemos atravesado, no me lo ha permitido. Una verídica información de esa clase, ahogará para siempre a los difamadores sin ley ni conciencia. En muchas naciones del mundo, se ha visto con frecuencia hartar de improperios a empresarios honrados, cuyos hechos causaban daño a un bando

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político, y en la innoble necesidad de desprestigiar al adversario, han traspasado los límites del encono y se han posado en el fango de la calumnia. Estos fenómenos se advierten principalmente en los países donde predomina el fanatismo. Notorio que en materia religiosa, sobrepujó él Gobierno Ecuatoriano a todas las Naciones del Continente Americano, al extremo de que se trataba de eliminar el nombre glorioso de “Ecuador” por el de “República del Sagrado Corazón de Jesús”. Esto ocurría hasta el día de la batalla de “Gatazo”. Al partido que yo he tenido la honra de acaudillar, le ha tocado una época de reformas que hemos llevado adelante, amparados por la equidad y la justicia siempre. En otras naciones, pero de épocas recientes aún, las reformas religiosas se han verificado a sangre y fuego; mientras que los liberales ecuatorianos hemos realizado dichas reformas con la mayor cortesía y humanidad. Vencidos nuestros, fanáticos adversarios, reaccionaban constantemente, ayudados por sus cofrades de las naciones vecinas. En 1898, hasta llegó a realizarse una colecta considerable en el Continente, con cuyo auxilio llevaron a cabo la santa cruzada que terminó con la derrota que sufrieron en las faldas del Chimborazo. Para nuestros católicos, no era el mismo Dios, el “God” de los ingleses, el “Gott” de los alemanes, el “Allah” de los turcos, o el “Dieu” de los franceses. Hasta el año de 1895, sobraban dedos de la mano para contar el número de residentes europeos en Quito, porque a todos se les miraba como herejes, y si no confesaban y oían misa frecuentemente, estaban expuestos a recibir una cariñosa apedreada en las calles, o por lo menos, oír insultos y provocaciones insulsas. Tales son los enemigos acérrimos del Ferrocarril en el Ecuador. Don Archer Harman profesaba la religión Protestante, circunstancia que lo presentaba como persona inaceptable, bajo ningún concepto, para los fanáticos católicos. Era Don Archer un caballero cumplido en la extensión de la palabra: trabajador activo, generoso, franco y jovial en su trato social. Contrariedades y disgustos no faltaron como sucede siempre en toda grande empresa. Yo solo tengo motivos de consideración y aprecio por la memoria del Señor Archer Harman, en recuerdo de su porte honrado, inteligente y leal. En conciencia declaro que sin el auxilio personal de Don Archer Harman, jamás habría podido realizar la Obra del Ferrocarril Trasandino del Ecuador, como al fin se realizó, venciendo dificultades casi increíbles. Estoy seguro que, cuando los habitantes del Ecuador se convenzan del honrado proceder observado por Don Archer Harman, en la obra del Ferrocarril, como homenaje de gratitud le elevaran una hermosa estatua en una de las

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cumbres de los Andes, en la vía férrea, que eternice a la vista del viajero, los esfuerzos de un hombre digno de ese recuerdo y del pueblo agradecido que la erigiere. Termino estos breves apuntamientos, significando mi profundo pesar por la pérdida en esta vida del excelente amigo y buen obrero auxiliar del progreso material, apoyo de la moral, del Ecuador, rogando al Todopoderoso prodigue su mirada misericordiosa en favor del Espíritu del que fue Archer Harman. Por mi parte, ¡honra a su memoria! Eloy Alfaro

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4. Documentos anexos

Pacto Político y Reservado, firmado por los Gobernantes de Venezuela, Nicaragua y Ecuador Caracas, 9 de noviembre de 1900. Cipriano Castro, Jefe Supremo de la República de Venezuela, José Santos Zelaya, Presidente de la República de Nicaragua, y Eloy Alfaro, Presidente de la República del Ecuador; Inspirados por el deseo de precaver á los tres Países de todo peligro internacional y de velar colectivamente por la conservación del orden público en cada uno de los tres Estados, han convenido en celebrar un Pacto especial, de carácter político y reservado, y al efecto han nombrado Plenipotenciario: el primero al señor Doctor Carlos González Bona; el segundo al señor Doctor Fernando Sánchez, su Secretario de Estado en el Despacho de Relaciones Exteriores é investido hoy con el carácter de Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario ante el Gobierno de Venezuela; y el tercero al señor Doctor Felicísimo López, investido hoy con el carácter de Ministro Residente ante el Gobierno de Venezuela; Quienes, después de haber exhibido sus respectivos Plenos Poderes, hallados en buena y debida forma, han convenido en lo siguiente: Primero: Los tres Gobiernos se declaran unidos por el sagrado vínculo de los principios liberales y democráticos que felizmente rigen en las Instituciones de los tres Países. Segundo: Para asegurar el mayor imperio de los mencionados principios en el seno de la paz interior y exterior de cada uno de dichos Países, éstos quedan en virtud del presente Pacto, unidos en alianza ofensiva y defensiva para los casos de hostilidad.

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Tercero: En el caso de que alguna Nación fomente ó auxilie expediciones revolucionarias contra cualquiera de los aliados, los restantes interpondrán sus buenos oficios a favor de la neutralidad; y si no se obtuviere resultado satisfactorio, concurrirán inmediatamente con todas la fuerzas y recursos de que puedan disponer, hasta obtener el triunfo de la triple alianza que por el presente Pacto queda constituida. Cuarto: Caso de declaración oficial de la guerra por parte de alguna Nación contra uno ó más de los aliados, la concurrencia de los restantes será inmediata con todas las fuerzas y recursos de que puedan disponer. Quinto: Declarada la guerra, corresponderá al General Cipriano Castro, Jefe Supremo de la República de Venezuela, -ó á quien él designare,- la dirección suprema de la guerra; como también le corresponderá sellar la paz, de acuerdo con los otros aliados, que habrán también de suscribirla. Sexto: Los Estados aliados no podrán celebrar por sí solos Tratados de paz con las demás Naciones. La dirección de esas negociaciones corresponderá al General Cipriano Castro, Jefe Supremo de la República de Venezuela, y los Tratados se celebrarán de común acuerdo entre los aliados, debiendo todos suscribirlos. Séptimo: Las tres Altas Partes contratantes propenderán de común acuerdo á obtener la incorporación de las demás Repúblicas hermanas á esta alianza, que sólo tiende al mayor aseguramiento de la paz general. Octavo: Dada la naturaleza especial de este Pacto, cada una de las Partes contratantes se obliga á mantenerlo en secreto, hasta que por las tres se considere oportuno su publicación. La presentación de él á los respectivos Cuerpos Colegisladores se conciliará con esta circunstancia. Noveno: La alianza establecida por este Pacto permanecerá en pleno vigor mientras ejerzan simultáneamente la primera Magistratura de Venezuela, de Nicaragua y del Ecuador, los Generales Cipriano Castro, José Santos Zelaya y Eloy Alfaro, respectivamente, salvo el caso de que el sustituto de alguno quiera hacer suyas las obligaciones de este pacto y las demás Partes asientan á ello.

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Décimo: Las atribuciones conferidas al General Cipriano Castro por los números quinto y sexto de este Pacto, se mantendrán en toda su fuerza y plenitud cualquiera que sea el carácter discrecional ó constitucional con que se halle al frente del Gobierno de Venezuela. Undécimo: Este Pacto será ratificado dentro del menor plazo posible por los Jefes de los tres Estados aliados, y las ratificaciones se canjearán en Caracas. En fe de lo cual los Plenipotenciarios se suscriben en los ejemplares, en Caracas, á nueve de noviembre del año de mil novecientos. Carlos González Bona Fernando Sánchez Felicísimo López (AHMPPRE, Archivo Antiguo, Ecuador, Tratados Varios, 1859-1912, Vol. 9, fs. 122-123.)

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Programa Liberal Radical del Chimborazo (1908) La Sociedad Liberal Radical del Chimborazo, llamada por su índole a cumplir con los preceptos que informa la doctrina liberal, en cuanto se compadecen con los adelantos de la ciencia, la evolución de las gentes y las necesidades de organización, cumple con un deber político amplificando su Programa de Principios, que lo promulgara en 1904. El progreso sigue la ruta de las perfecciones sin detenerse jamás y en su avance deja la luz que ha menester la conciencia humana. Esa luz llega a los pueblos que han puesto esfuerzo para alcanzar el beneficio, a los pueblos que no hacen de piedra obstaculizadora en el camino del Ideal. El Ecuador trabaja y trabajará, tesoneramente, por su progreso y a medida de sus posibilidades va limpiando los obstáculos. La Justicia reconocerá, cuando la preocupación haya concluido y al liberalismo ecuatoriano deberá la Patria la aureola que la adorna. En la circunscripción relativa, la Sociedad Liberal Ra-

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dical del Chimborazo ha cumplido su obligación . De su seno han salido legisladores que iban por su programa, militares que le han defendido con noble espada, ciudadanos que le han mantenido sin mancha y mártires que con su sacrificio le han santificado. Pero, ¿es toda la obligación? ¡No! El derecho reclama sus preeminencias sobre el hecho; la organización social busca mejores orientaciones; el pensamiento quiere amplios horizontes para ejercitar sus facultades, y a todo esto tiende la Sociedad Liberal Radical del Chimborazo, y promulga sus principios de hoy, repitiendo lo que dijera en 1904, “para que merezca el apoyo unánime de la mayoría ilustrada y el prestigio inherente a la firmeza de convicciones”, y expone su campo de acción en los principios siguientes: 1º Ratificar su programa anterior. 2º Reconocer y hacer práctico el derecho de todos los ecuatorianos a los beneficios de la tierra. 3º.- Nivelar, en relación a la equidad, las preeminencias de unos que perjudican a la igualdad de todos. 4º Reconocer la majestad humana como una sola y en cada individuo la majestad completa. 5º Destruir el egoísmo con la unidad del hombre. 6º Impedir toda esclavitud que amengüe la dignidad. 7º Los sexos son iguales y aptos para la vida y para el trabajo. 8º La desgracia que emane por edad, por caso fortuito y por fenómeno materno la remediará el Municipio. 9º El desarrollo de la inteligencia da la competencia política. 10º En guerra justa ha conquistado el liberalismo su exaltación y debe mantenerla aun por medio de la guerra. 11º La ley no puede restringir la libertad de reunión y de asociación. 12º Reivindicar los intereses sociales para la amplitud inmensa de las necesidades. 13º Si el sufragio es una verdad, aceptarlo; si es una mentira, desecharlo. 14º El municipio autónomo es moralizador del Estado. 15º La prostitución y el juego son males morales. El Estado no debe mancharse con las rentas que ellos producen. 16º Instrucción primaria laica y obligatoria y a cargo únicamente del Estado. 17º Toda necesidad de la niñez para su instrucción, subvencionada largamente con las rentas del Estado.

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18º En el presupuesto nacional, el primer capítulo, la Instrucción Pública. 19º Hacer del Estado la propiedad agraria, en beneficio de todos los asociados. 20º Mientras lo anterior se consiga, reglamento a la utilidad agraria y obligación de cultivo. 21º Protección a las industrias, que serán controladas por el gobierno, facilitando la utilidad equitativa y no la ganancia usurera. 22º El crédito público es el único que tiene derecho a la emisión (monetaria), y los bancos a sus transacciones bursátiles, vigiladas por el Estado. 23º La religión es propiedad del fuero interno. Las religiones son libres. 24º El Estado vigila las religiones y las sujeta en sus manifestaciones externas. 25º La Sociedad desconoce como un coeficiente de progreso a los tercios petrificados por el dogma o desmoralizados por el lucro. 26º Recaudación completa de los bienes de manos muertas. 27º Impedir a todo punto el motín en el pueblo y prepararlo para la revolución científica. 28º Las relaciones entre los Estados deben estar concordantes con el respeto humano. 29º Reconocer la ciencia como única fuerza del progreso. 30º Atacar el gobierno de los hábiles y procurar el gobierno de los sabios. Suscriptores: Julio Román, Pacífico Villagómez, Benigno Chiriboga, Alfredo Monge, Rosendo Uquillas B., Julio C. Chiriboga, José Velasco R., Antonio Falconí, Manuel T. Haro, Emilio Baquero, Julio Falconí, Alejandro Baquero, Manuel Lizarzaburu, Urcisino Alvarez, Luis Falconí.

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Este libro se termin贸 de imprimir en Junio de 2011 en la imprenta V&M Gr谩ficas. Quito, Ecuador



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