La figura femenina en el modernismo

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04 / XII / 2014

L ITERATURA I BEROAMERICANA III

Dra. Eliberta Esther Martínez Luna

LA FIGURA FEMENINA EN EL MODERNISMO: 25 TEXTOS INTRODUCCIÓN ,

S ELECCIÓN Y N OTAS

Vania Guzmán Bonilla Wendy Lizeth Tomás Méndez Diana Luján Verón Mayra Gabriela García Rodríguez

COLEGIO DE L ENGUA Y L ITERATURAS H ISPÁNICAS FACULTAD DE FILOSOFÍA Y L ETRAS UNIVERSIDAD N ACIONAL A UTÓNOMA DE MÉXICO


INTRODUCCIÓN


“No hay modernismo sino modernismos”, dice José Emilio Pacheco en la introducción a su Antología del Modernismo [1884-1921] . Y esa es la mejor manera de explicar esta corriente literaria que se puede ver mejor como un tráfico universal de ideas, más que como un esquema a seguir. Va terminando el siglo XIX, el siglo XX se erige como una promesa para la humanidad y los cambios políticos y económ icos crean un desasosiego . La búsqueda por la independencia en la que se sumerge Hispanoamérica afecta todos los ámbitos de la vida, entre ellos, el arte. Y es en la literatura donde el modernismo se hace presente. Nacido, no sólo como una tentativa de evasión ante el mundo hostil que provoca ansiedades existenciales , sino como un intento de independencia política de Hispanoamérica , el modernismo es un movimiento fructífero de la época que convive en sus inicios con el romanticismo y en su caída con l as vanguardias que lo preceden. El modernismo es el pase de entrada de Hi spanoamérica a la literatura universal con trabajo de su cosecha, trabajo cuyo eje principal es el lenguaje que une a los países que se abanderan con él. Si bien, el modernismo carece de manifiestos, esto por su naturaleza polifacética ya mencionada, son varias las características que los autores comparten en su mayoría. El gusto por el exotismo, por ejemplo, que lleva al reconocimiento de la identidad nacional y al cosmopolitismo es constante. Es común entre el trabajo de los modernistas el trato con cul turas distintas a la americana. Con esto, los modernistas buscan aprehender el mundo a través de un lenguaje americano de la manera en que Europa, con sus crónicas de viaje y sus testimonios, dibujo la


América

recién

descubierta.

Respecto

a

este

lenguaje,

se

pretende

una

renovación total del mismo: la novedad es otro eje continuo en el modernismo. En la poesía, mediante la característica métrica, muchas veces rubendariana: La princesa está triste / ¿qué tendrá la princesa?...

en la prosa con narrativas

profundas, crónicas de interés general. El modernismo es fondo y forma, una mezcla del parnasianismo y el simbolismo que ayudaron a su conformación. Es también el arte contra el desasosiego. El arte contra la melancolía, contra el desamparo de la muerte que se antoja invencible . Uno de los pilares de la literatura modernista es el afán de trascendencia que se mezcla con la conciencia del dolor del mundo y la expresión de éste. Y es, el modernismo, la literatura contra el proceso de industrialización, el modernista quiere apartarse del mundo que lentamente se capitaliza y con el que sólo coincide en cuan to a la aspiración a la novedad; busca contrarrestarlo con la belleza del arte. El preciosismo es su estandarte, los modernistas no aceptan el mundo como está, la zozobra social los indigna y “reparan” al mundo a través de la estética , mediante el diálogo con la naturaleza . Pero el trabajo del escritor , pronto se vuelve rentable, los modernistas se ganan la vida con sus letras, no siempre en la creación de verso y prosa, también en la crónica y el periodismo. La prensa es, entonces,

imprescindible en la

difusión del modernismo y el sistema contra el que luchan ap alabrados los atrapa. Hay cabida para la ironía.


Una dicotomía importante en este movimiento es la del amor y la muerte. Rubén Darío muere de alcoholismo, Delmira Agustini es asesinada 1, José Asunción Silva se suicida, Gutiérrez Nájera murió muy joven. La mayoría de estos poetas ve marcada su vida por el fin de la misma. Mueren trágicamente aunque aman la vida a su manera , con una “actitud de entusiasmo y libertad hacia la belleza” 2. Mediante este eros-thanatos se comienza a configurar la sensualidad y el misticismo del modernismo que suavemente se desvían hacia un erotismo violento 3, una de las herramientas con las que los modernistas pretenden capturar al mundo, crearlo y recrearlo como torres de Dios, como poetas. 4

1

Investigaciones del periodista uruguayo Diego Fischer en 2013 indican que lo suyo fue un pacto suicida con Enrique Job Reyes, ni más ni menos. Esto no derriba la relación modernista del eros-thanatos, la vuelve más fuerte. 2 Ricardo Gullón, en su libro Direcciones del Modernismo, p. 31, cita a Juan Ramón Jiménez quien define al modernismo de esta manera. 3 Gullón, p. 25. 4 Referencia al poema IX de Rubén Darío, “¡Torres de Dios! ¡Poetas!”


L A FIGURA FEMENINA EN EL MODERNISMO Es así como los modernistas describen lo que existe y lo que quieren que exista, entre ese todo, está la figura femenina. Citando de nuevo a Pacheco: “No hay modernismo sino modernismos” y por tal, no hay un solo arquetipo de mujer. Si bien el proyecto ya tenía una dirección que argumentar ya no viene al caso, tras la elección de los textos que se presentan en el corpus, se decidió hacer una matización del personaje femenino en los textos seleccionados que va desde un polo positivo, con la mujer amada, la atractiva, la mujer limpia, angelical hacia un polo negativo donde se expone la mujer de sexualidad abierta que se transforma en devoradora de hombres y hiere. Sylvia Molloy experta británica en la poesía feminista dice sobre el poeta modernista ante la figura femenina: “Se enfoca en ella como el recipiente pasivo de sus múltiples deseos, como un comodín que se alterna (o a veces es simultáneamente) alabada en espíritu o subyugada a la carne” 5. El hedonismo modernista objetiviza a la mujer, es, en ocasiones, rebajada a un papel meramente carnal. Dentro del corpus presentado, el poema “Para un menú” de Manuel Gutiérrez Nájera, la analogía con la copa lo deja en claro. A pesar de esto, existen otras perspectivas. La convivencia del modernismo con el romanticismo en sus etapas tempranas tiene consecuencias. “El romántico alienta en la entraña, mientras la superficie se moderniza” 6. El lirismo de este movimiento predecesor es adoptado por los modernistas por lo que en la poesía de este movimiento se muestra a

5

Traducción propia. Texto original: “it focuses on her as the passive recipient of its multiple desires, as a commodity that is alternately (or at times simultaneously) worshiped in the spirit and coveted in the flesh” encontrado en Female Textual Identities, p. 109. 6 Gullón, 18.


veces la figura de la mujer como la amada, la musa del poeta que despierta sus pasiones y que como Humberto Fierro escribe en “La Náyade” llega para descongelar el corazón del amado y se aleja dejando tras de ella el llanto. Sigue la mujer sexualmente activa. En el corpus de la presente antología el ejemplo más claro es Delmira Agustini. Es de importancia que sea una mujer y no un hombre quien exprese este deseo, pues explica las reglas de comportamiento de géneros de la época. En el caso del poeta, Julián del Casal en “Neurosis” ejemplifica a la prostituta nostálgica cuya sexualidad explicita a la llamada mujer-sirena, quien, haciendo referencia al mito clásico, se transforma en un monstruo que devora al hombre luego de atraerlo. La mujer, transformada en una devoradora de hombres es la mujer frívola, casi siempre inmoral que pervierte a los hombres. Se trata de una cazadora que atrapa a su presa, el poeta y lo hiere, sea con su indiferencia, con su infidelidad o con su sensualidad, que corrompe al hombre como parte de una sociedad. Esta mujer frívola lastima no solo a la sociedad donde se inserta, también al hombre y así se vuelve musa de una poesía donde no se le alaba, sino que se le reclama el daño causado al que la ama. ¡Bella infiel que vuelves a tentarme con la misma risa engañadora y con los mismos ojos que ya me perdieran! reza el cuento “Páginas Íntimas” de Jaimes Freyre que ejemplifica la relación amor-odio entre el poeta y su musa.

Otro ejemplo de la figura femenina que no se inserta en la matización antes planteada es el de la madre que se sacrifica por su hijo. En el cuento “Una madre” de Julián del Casal se narra la historia de una mujer que termina con su vida para que su hijo pueda casarse con soltura económica pues es consciente del papel de lastre que juega en el ámbito económico del joven. Se ve así, la figura de la mujer como protectora del poeta, como seno donde cobijarse ante el mundo hostil donde se vive.


Es importante contemplar que el papel femenino no es solo de la mujer, lo femenino también es la poesía, la literatura, la belleza misma. El paralelismo de género en la mujer y el arte al que se avocan no es gratuito, siempre es posible la lectura del texto a la amada como si se refiriera a la poesía misma. De manera similar, el poeta modernista huye de su realidad a través del arte y de la mujer misma. Podemos ver así una ambivalencia en la figura femenina del modernismo, de la mujer “buena” hasta la “mujer mala” donde existen matices y donde a veces una sola mujer puede encontrarse en medio de la gradación de un arquetipo a otro, siendo va rios a la vez.


NOTA E DITORIAL El presente corpus se compone de 25 textos que están acomodados con base en la matización de la figura femenina desde un polo positivo hasta un polo negativo. La mujer como objeto de placer, se transforma en la mujer-musa amada que luego desarrolla una sexualidad. En el punto álgido de tal, la devoradora de hombres aparece y culmina como la musa odiada por el hombre herido. No es esta una antología de pura prosa o puro verso, se comprende de 16 poemas y 9 cuentos. Decidimos no dejar fuera ninguno de los dos géneros pues el modernismo, como movimiento versátil los consideró a todos imprescindibles. Dentro de su categoría en cuanto a la figura femenina, se acomodaron primero los cuentos, pues al ser más largos requieren una lectura más atenta que recorra las figuras femeninas con precisión, después los poemas que, sin ser desprestigiados, trabajan de manera más obvia. Otra razón importante para acomodar los cuentos primero es la densidad temática que tienen, entre más notas, consideramos era prudente colocarlos primero para así aumentar el bagaje cultural del lector conforme avanza en la antología. Nuestro equipo de trabajo concibe al lector como alguien con un conocimiento no muy amplio del modernismo, por eso, el proceso de anotación se hace considerando las palabras de vocabulario de entre siglos, las referencias a textos clásicos o extranjeros y los usos del lenguaje modernista, es decir símbolos, lugares comunes, tópicos. Finalmente, nos gustaría aclarar que al inicio del texto, debajo del nombre del autor se coloca sus años de nacimiento y muerte, además de su nacionalidad. Esto con la intención de que el lector conozca tal información y se permita clasificar geográfica y cronológicamente para un entendimiento más rico. Es importante mencionar que cuidamos no repetir tal información una vez que el autor ya ha aparecido para evitar ser redundantes.


LA FIGURA FEMENINA EN EL MODERNISMO: 25 TEXTOS


Para un menú7 Manuel Gutiérrez Nájera México (1859-1895)

Las novias pasadas son copas vacías, en ellas pusimos un poco de amor; el néctar tomamos... huyeron los días... ¡Traed otras copas con nuevo licor!

¡Champán son las rubias de cutis de azalia; borgoña los labios de vivo carmín; los ojos obscuros son vino de Italia los verdes8 y claros son vino del Rhin!

¡Las bocas de grana son húmedas fresas; las negras pupilas escancian café, son ojos azules las llamas traviesas que trémulas corren como almas del té!

¡La copa se apura, la dicha se agota; de un sorbo tomamos mujer y licor... Las copas dejemos...; si queda una gota, que beba el lacayo la heces de amor!

7

Poesías completas, México D.F, Porrúa, 1998. Adjetivar las cosas mediante un color es un recurso especialmente socorrido en la literatura modernista, pues el color verde simboliza la vegetación (pero también el color de la muerte, lividez extrema); por eso el verde es transmisión y puente entre el negro (ser mineral) y el rojo (sangre, vida animal), pero también entre vida animal y descomposición y muerte. (Véase, Jean Chevalier, Diccionario de los símbolos, ed. Herder, Barcelona, 1986, p. 136). Al respecto de la utilización de colores en la poesía modernista conviene consultar el artículo “El color en la literatura del modernismo” de José Luis Bernal Muñoz en Anales de Literatura Española, no. 15, Universidad de Alicante, 2002, pp. 175-191. 8


Después de las carreras9 Manuel Gutiérrez Nájera

Cuando Berta puso en el mármol de la mesa sus horquillas de plata y sus pendientes de rubíes, el reloj de bronce, superado por la imagen de Galatea dormida entre las rosas10, dio con su agudo timbre doce campanadas. Berta dejó que sus trenzas de rubio veneciano le besaran, temblando, la cintura, y apagó con su aliento la bujía, para no verse desvestida en el espejo. Después, pisando con sus pies desnudos los “no-me-olvides” de la alfombra, se dirigió al angosto lecho de madera color de rosa, y tras una brevísima oración, se recostó sobre las blancas colchas que olían a holanda nueva y a violeta. En la caliente alcoba se escuchaban, nada más, los pasos sigilosos de los duendes11 que querían ver a Berta adormecida y el tic-tac de la péndola incansable, enamorada eternamente de las horas. Berta cerró los ojos, pero no dormía. Por su imaginación cruzaban a escape los caballos del Hipódromo. ¡Qué hermosa es la vida! Una casa cubierta de tapices y rodeada por un cinturón de camelias blancas en los corredores; abajo, los coches cuyo barniz luciente hiere el sol, y cuyo interior, acolchonado y tibio, trasciende a piel de Rusia y cabritilla; los caballos que piafan en las amplias caballerizas, y las hermosas hojas de los plátanos, erguidas en tibores12 japoneses; arriba, un cielo azul, de raso nuevo; mucha luz, y las notas de los pájaros subiendo, como almas de cristal, por el ámbar fluido de la atmósfera; adentro, el padre de cabello blanco que no encuentra jamás bastantes perlas ni bastantes blondas para el armario de su hija; la madre que vela a su cabecera, cuando enferma, y que quisiera rodearla de algodones como si fuese de porcelana quebradiza; los niños que travesean desnudos en su cuna, y el espejo claro que sonríe 9

Cuentos modernistas hispanoamericanos, Ed., Selec., Introd. y notas de Enrique Marini-Palmieri, Madrid, Castalia, 1989. 10 Esta es una reminiscencia a la estrofa XIV del poema Fábula de Polifemo y Galatea de Luis de Góngora y Argote donde se hace la descripción de Galatea, nereida amada por Polifemo: Púrpureas rosas sobre Galatea/ la Alba entre lirios cándidos deshoja: / duda el Amor cuál más su color sea, / o púrpura nevada o nieve roja. / De su frente la perla es, eritrea, / émula vana. El ciego dios se enoja, / y, condenado su esplendor, la deja/ pender en oro al nácar de su oreja. 11 Acerca de la figura del duende en la tradición hispánica recomiendo el artículo “Los duendes en la literatura española” de Manuel Cousillas Rodríguez, originalmente publicado en Garoza revista de la Sociedad Española de Estudios Literarios de Cultura Popular, no. 10, septiembre 2010 y “El discurso del duende en los momentos inaugurales del periodo novator” de Fernando R. de la Flor, en Criticón, no. 103-104, 2008 consultados el día 15 de octubre de 2014 a las 4:03 p.m. 12 Tibor: m. s. Vaso grande de barro, de China o el Japón, por lo regular en forma de tinaja, aunque los hay de varias hechuras, y decorado exteriormente.


sobre el mármol del tocador. Afuera, en la calle, el movimiento de la vida, el ir y venir de los carruajes, el bullicio; y por la noche, cuando termina el baile o el teatro, la figura del pobre enamorado que la aguarda y que se aleja satisfecho cuando la ha visto apearse de su coche o cerrar los maderos del balcón. Mucha luz, muchas flores y un traje de seda nuevo: ¡ésa es la vida! Berta piensa en las carreras. “Caracole” debía ganar. En Chantilly13, no hace mucho, ganó un premio. Pablo Escanden no hubiera dado once mil pesos por una yegua y un caballo malos. Además, quien hizo en París la compra de esa yegua, fue Manuel Villamil, el mexicano más perito en estas cosas de “sport”. Berta va a hacer el próximo domingo una apuesta formal con su papá: apuesta a “Aigle”; si pierde, tendrá que bordar unas pantuflas; y si gana, le comprarán el espejo que tiene Madame Drouot en su aparador. El marco está forrado de terciopelo azul y recortando la luna oblicuamente, bajo una guirnalda de flores. ¡Qué bonito es! Su cara reflejada en ese espejo, parecerá la de una hurí14, que, entreabriendo las rosas del paraíso, mira el mundo. Berta entorna los ojos, pero vuelve a cerrarlos en seguida, porque está la alcoba a oscuras. Los duendes, que ansían verla dormida para besarla en la boca, sin que lo sienta, comienzan a rodearla de adormideras15 y a quemar en pequeñas cazoletas granos de opio. Las imágenes se van esfumando y desvaneciendo en la imaginación de Berta. Sus pensamientos pavesean. Ya no ve el Hipódromo bañado por la resplandeciente luz del sol, ni ve a los jueces encarnados en su pretorio, ni oye el chasquido de los látigos. Dos figuras quedan solamente en el cristal de su memoria empañada por el aliento de los sueños: “Caracole” y su novio.

Ya todo yace en el reposo inerme; El lirio16 azul dormita en la ventana; ¿Oyes? Desde su torre la campana La medianoche anuncia; duerme, duerme.

El genio retozón que abrió para mí la alcoba de Berta, como se abre una caja de golosinas el día de Año Nuevo, puso un dedo en mis labios, y tomándome de la mano, me condujo a través 13

Ciudad francesa en la región de Picardía conocida, entre otras cosas, por su famoso Hipódromo y por la práctica de polo. 14 Hurí, s. f. (fr. houri, del persa hurí). En El Corán, virgen del paraíso, prometida como esposa a los creyentes. 15 Adormidera, s. f.: Planta herbácea de hojas anchas y fruto capsular del mismo nombre, del cual se extrae el opio. (Familia papaveráceas). 16 El lirio (asociado muchas veces con la azucena) simboliza la pureza. (Véase: Jean Chevalier, Diccionario de los símbolos, ed. Herder, Barcelona, 1986, p. 651).


de los salones. Yo temía tropezar con algún mueble, despertando a la servidumbre y a los dueños. Pasé, pues, con cautela, conteniendo el aliento y casi deslizándome sobre la alfombra. A poco andar di contra el piano, que se quejó en si bemol; pero mi acompañante sopló, como si hubiera de apagar la luz de una bujía, y las notas cayeron mudas sobre la alfombra: el aliento del genio había roto esas pompas de jabón. En esta guisa atravesamos varias salas; el comedor de cuyos muros, revestidos de nogal, salían gruesos candelabros con las velas de esperma apagadas; los corredores, llenos de tiestos y de afiligranadas pajareras; un pasadizo estrecho y largo, como un cañuto, que llevaba a las habitaciones de la servidumbre; el retorcido caracol por donde se subía a las azoteas, y un laberinto de pequeños cuartos, llenos de muebles y de trastos inservibles. Por fin, llegamos a una puertecita por cuya cerradura se filtraba un rayo de luz tenue. La puerta estaba atrancada por dentro, pero nada resiste al dedo de los genios, y mi acompañante, entrándose por el ojo de la llave, quitó el morillo que atrancaba la mampara. Entramos: allí estaba Manón17, la costurera. Un libro abierto extendía sus blancas páginas en el suelo, cubierto apenas con esteras rotas, y la vela moría lamiendo con su lengua de salamandra los bordes del candelero. Manón leía seguramente cuando el sueño la sorprendió. Decíanlo esa imprudente luz que habría podido causar un incendio, ese volumen maltratado que yacía junto al catre de fierro, y ese brazo desnudo que con el frío impudor del mármol, pendía, saliendo fuera del colchón y por entre las ropas descompuestas. Manón es bella, como un lirio enfermo. Tiene veinte años, y quisiera leer la vida, como quería de niña hojear el tomo de grabados que su padre guardaba en el estante, con llave, de la biblioteca. Pero Manón es huérfana y es pobre: ya no verá, como antes, a su alrededor, obedientes camareras y sumisos domésticos; la han dejado sola, pobre y enferma en medio de la vida. De aquella vida anterior que en ocasiones se le antoja un sueño, nada más le queda un cutis que trasciende aún a almendra, y un cabello que todavía no vuelven áspero el hambre, la miseria y el trabajo. Sus pensamientos son como esos rapazuelos encantados que figuran en los cuentos; andan de día con la planta descalza y en camisa; pero dejad que la noche llegue, y miraréis cómo esos pobrecitos limosneros visten jubones de crujiente seda y se adornan con plumas de faisanes.

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Manon es la protagonista de L’Histoire du Chevalier Des Grieux et de Manon Lescaut de 1713 cuya trama se centra en la relación entre Manon, una cortesana, y el joven Des Grieux y los engaños, crímenes y problemas a los que se enfrentan debido a ella, a propósito conviene consultar el artículo “Amor y prostitución en la literatura francesa. Manon, Margarita y Nana: tres heroínas frente al amor” de Concepción Palacios Bernal en Anales de Filología Francesa, no. 9, 1998 disponible en: dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/208300.pdf


Aquella tarde, Manón había asistido a las carreras. En la casa de Berta todos la quieren y la miman, como se quiere y se mima a un falderillo, vistiéndole de lana en el invierno y dándole en la boca mamones18 empapados en leche. Hay cariños que apedrean. Todos sabían la condición que había tenido antes esa humilde costurera, y la trataban con mayor regalo. Berta le daba vestidos viejos, y solía llevarla consigo, cuando iba de paseo o a tiendas. La huérfana recibía esas muestras de cariño, como recibe el pobre que mendiga, la moneda que una mano piadosa le arroja desde un balcón. A veces esas monedas descalabran. Aquella tarde, Manón había asistido a las carreras. La dejaron adentro del carruaje, porque no sienta bien a una familia aristocrática andarse de paseo con las criadas; la dejaron allí, por si el vestido de la niña se desgarraba o si las cintas de su “capota” se rompían. Manón, pegada a los cristales del carruaje, espiaba por allí la pista y las tribunas, tal como ve una pobrecita enferma, a través de los vidrios del balcón, la vida y movimiento de los transeúntes. Los caballos cruzaban como exhalaciones por la árida pista, tendiendo al aire sus crines erizadas. ¡Los caballos! Ella también había conocido ese placer, mitad espiritual y mitad físico, que se experimenta al atravesar a galope una avenida enarenada. La sangre corre más aprisa, y el aire azota como si estuviera enojado. El cuerpo siente la juventud, y el alma cree que ha recobrado sus alas. Y las tribunas, entrevistas desde lejos, le parecían enormes ramilletes hechos de hojas de raso y claveles de carne. La seda acaricia como la mano de un amante, y ella tenía un deseo infinito de volver a sentir ese contacto. Cuando anda la mujer, su falda va cantando un himno en loor suyo. ¿Cuándo podría escuchar esas estrofas? Y veía sus manos, y la extremidad de los dedos maltratada por la aguja, y se fijaba tercamente en ese cuadro de esplendores y de fiestas, como en la noche de San Silvestre ven los niños pobres esos pasteles, esas golosinas, esas pirámides de caramelo que no gustarán ellos y que adornan los escaparates de las dulcerías. ¿Por qué estaba ella desterrada de ese paraíso? Su espejo le decía: “Eres hermosa y eres joven.” ¿Por qué padecía tanto? Luego, una voz secreta se levantaba en su interior diciendo: “No envidies esas cosas. La seda se desgarra, el terciopelo se chafa, la epidermis se arruga con los años. Bajo la azul superficie de ese lago hay mucho lodo. Todas las cosas tienen su lado luminoso y su lado sombrío. ¿Recuerdas a tu amiga Rosa Thé? Pues vive en ese cielo de teatro, tan lleno de talco, y de oropeles, y de lienzos pintados. Y el marido que escogió, la engaña y huye de su lado para

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Mamón, m. s. Bizcocho de almidón y huevo que se hace en México.


correr en pos de mujeres que valen menos que ella. Hay mortajas de seda y ataúdes de palo santo, pero en todos hormiguean y muerden los gusanos.” Manón, sin embargo, anhelaba esos triunfos y esas galas. Por eso dormía soñando con regocijos y con fiestas. Un galán, parecido a los errantes caballeros que figuran en las leyendas alemanas, se detenía bajo sus ventanas, y trepando por una escala de seda azul llegaba hasta ella, la ceñía fuertemente con sus brazos y bajaba después, cimbrándose en el aire, hasta la sombra del olivar tendido abajo. Allí esperaba un caballo tan ágil, tan nervioso como “Caracole”. Y el caballero, llevándola en brazos, como se lleva a un niño dormido, montaba en el brioso potro que corría a todo escape por el bosque. Los mastines del caserío ladraban y hasta abríanse las ventanas, y en ellas aparecían rostros medrosos; los árboles corrían, corrían en dirección contraria, como un ejército en derrota, y el caballero la apretaba contra el pecho rizando con su aliento abrasador los delgados cabellos de su nuca. En ese instante el alba salía fresca y perfumada, de su tina de mármol, llena de rocío. ¡No entres! — ¡oh fría luz!—, no entres a la alcoba en donde Manón sueña con el amor y la riqueza! ¡Deja que duerma, con su brazo blanco pendiente fuera del colchón, como una virgen que se ha embriagado con el agua de las rosas! ¡Deja que las estrellas bajen del cielo azul, y que se prendan en sus orejas diminutas de porcelana transparente!


Los ojos de Lina19 Clemente Palma Perú (1872-1946)

El teniente Jym de la Armada inglesa era nuestro amigo. Cuando entró en la Compañía Inglesa de Vapores le veíamos cada mes y pasábamos una o dos noches con él en alegre francachela. Jym había pasado gran parte de su juventud en Noruega, y era un insigne bebedor de wisky y de ajenjo; bajo la acción de estos licores le daba por cantar con voz estentórea lindas baladas escandinavas, que después nos traducía. Una tarde fuimos a despedirnos de él a su camarote, pues al día siguiente zarpaba el vapor para San Francisco. Jym no podía cantar en su cama a voz en cuello, como tenía costumbre, por razones de disciplina naval, y resolvimos pasar la velada refiriéndonos historias y aventuras de nuestra vida, sazonando las relaciones con sendos sorbos de licor. Serían las dos de la mañana cuando terminamos los visitantes de Jym nuestras relaciones; sólo Jym faltaba y le exigimos que hiciera la suya. Jym se arrellanó en un sofá; puso en una mesita próxima una pequeña botella de ajenjo y un aparato para destilar agua; encendió un puro y comenzó a hablar del modo siguiente: No voy a referiros una balada ni una leyenda del Norte, como en otras ocasiones; hoy se trata de una historia verídica, de un episodio de mi vida de novio. Ya sabéis que, hasta hace dos años, he vivido en Noruega; por mi madre soy noruego, pero mi padre me hizo súbdito inglés. En Noruega me casé. Mi esposa se llama Axelina o Lina, como yo la llamo, y cuando tengáis la ventolera de dar un paseo por Christianía,20 id a mi casa, que mi esposa os hará con mucho gusto los honores. Empezaré por deciros que Lina tenía los ojos más extrañamente endiablados del mundo. Ella tenía diez y seis años y yo estaba loco de amor por ella, pero profesaba a sus ojos el odio más rabioso que puede caber en corazón de hombre. Cuando Lina fijaba sus ojos en los míos me desesperaba, me sentía inquieto y con los nervios crispados; me parecía que alguien me vaciaba una caja de alfileres en el cerebro y que se esparcían a lo largo de mi espina dorsal; un frío doloroso galopaba por mis arterias, y la epidermis se me erizaba, como sucede a la generalidad de 19

Narrativa completa I, Pontifica Universidad Católica del Perú, 2006, 217-225. Originalmente publicado en Cuentos Malévolos (Barcelona, 1904). 20 Actualmente es un barrio danés, ubicado en Copenhague, parcialmente autogobernado y fundado en 1971.


las personas al salir de un baño helado, y a muchas al tocar una fruta peluda, o al ver el filo de una navaja, o al rozar con las uñas el terciopelo, o al escuchar el frufrú de la seda o al mirar una gran profundidad. Esa misma sensación experimentaba al mirar los ojos de Lina. He consultado a varios médicos de mi confianza sobre este fenómeno y ninguno me ha dado la explicación; se limitaban a sonreír y a decirme que no me preocupara del asunto, que yo era un histérico, y no sé qué otras majaderías. Y lo peor es que yo adoraba a Lina con exasperación, con locura, a pesar del efecto desastroso que me hacían sus ojos. Y no se limitaban estos efectos a la tensión álgida de mi sistema nervioso; había algo más maravilloso aún, y es que cuando Lina tenía alguna preocupación o pasaba por ciertos estados psíquicos y fisiológicos, veía yo pasar por sus pupilas, al mirarme, en la forma vaga de pequeñas sombras fugitivas coronadas por puntitos de luz, las ideas; sí, señores, las ideas. Esas entidades inmateriales e invisibles que tenemos todos o casi todos, pues hay muchos que no tienen ideas en la cabeza, pasaban por las pupilas de Lina con formas inexpresables. He dicho sombras porque es la palabra que más se acerca. Salían por detrás de la esclerótica, cruzaban la pupila y al llegar a la retina destellaban, y entonces sentía yo que en el fondo de mi cerebro respondía una dolorosa vibración de las células, surgiendo a su vez una idea dentro de mí. Se me ocurría comparar los ojos de Lina al cristal de la claraboya de mi camarote, por el que veía pasar, al anochecer, a los peces azorados con la luz de mi lámpara, chocando sus estrafalarias cabezas contra el macizo cristal, que, por su espesor y convexidad, hacía borrosas y deformes sus siluetas. Cada vez que veía esa parranda de ideas en los ojos de Lina, me decía yo: ¡Vaya! ¡Ya están pasando los peces! Sólo que éstos atravesaban de un modo misterioso la pupila de mi amada y formaban su madriguera en las cavernas oscuras de mi encéfalo. Pero ¡bah!, soy un desordenado. Os hablo del fenómeno sin haberos descrito los ojos y las bellezas de mi Lina. Lina es morena y pálida: sus cabellos undosos se rizaban en la nuca con tan adorable encanto, que jamás belleza de mujer alguna me sedujo tanto como el dorso del cuello de Lina, al sumergirse en la sedosa negrura de sus cabellos. Los labios de Lina, casi siempre entreabiertos, por cierta tirantez infantil del labio superior, eran tan rojos que parecían acostumbrados a comer fresas, a beber sangre o a depositar la de los intensos rubores; probablemente esto último, pues cuando las mejillas de Lina se encendían, palidecían aquéllos. Bajo esos labios había unos dientes diminutos tan blancos, que iluminaban la faz de Lina, cuando


un rayo de luz jugaba sobre ellos. Era para mí una delicia ver a Lina morder cerezas; de buena gana me hubiera dejado morder por esa deliciosa boquita, a no ser por esos ojos endemoniados que habitaban más arriba. ¡Esos ojos! Lina, repito, es morena, de cabellos, cejas y pestañas negras. Si la hubierais visto dormida alguna vez, yo os hubiera preguntado: ¿De qué color creéis que tiene Lina los ojos? A buen seguro que, guiados por el color de su cabellera, de sus cejas y pestañas me habríais respondido: negros. ¡Qué chasco! Pues, no, señor; los ojos de Lina tenían color, es claro, pero ni todos los oculistas del mundo, ni todos los pintores habrían acertado a determinarlo ni a reproducirlo. Los ojos de Lina eran de un corte perfecto, rasgados y grandes; debajo de ellos una línea azulada formaba la ojera y parecía como la tenue sombra de sus largas pestañas. Hasta aquí, como veis, nada hay de raro; éstos eran los ojos de Lina cerrados o entornados; pero una vez abiertos y lucientes las pupilas, allí de mis angustias. Nadie me quitará de la cabeza que, Mefistófeles21 tenía su gabinete de trabajo detrás de esas pupilas. Eran ellas de un color que fluctuaba entre todos los de la gama, y sus más complicadas combinaciones. A veces me parecían dos grandes esmeraldas, alumbradas por detrás por luminosos carbunclos. Las fulguraciones verdosas y rojizas que despedían se irisaban poco a poco y pasaban por mil cambiantes, como las burbujas de jabón, luego venía un color indefinible, pero uniforme, a cubrirlos todos, y en medio palpitaba un puntito de luz, de lo más mortificante por los tonos felinos y diabólicos que tomaba. Los hervores de la sangre de Lina, sus tensiones nerviosas, sus irritaciones, sus placeres, los alambicamientos y juegos de su espíritu, se denunciaban por el color que adquiría ese punto de luz misteriosa. Con la continuidad de tratar a Lina llegué a traducir algo los brillores múltiples de sus ojos. Sus sentimentalismos de muchacha romántica eran verdes, sus alegrías, violadas, sus celos amarillos, y rojos sus ardores de mujer apasionada. El efecto de estos ojos en mí era desastroso. Tenían sobre mí un imperio horrible, y en verdad yo sentía mi dignidad de varón humillada con esa especie de esclavitud misteriosa, ejercida sobre mi alma por esos ojos que odiaba como a personas. En vano era que tratara de resistir; los ojos de Lina me subyugaban, y sentía que me arrancaban el alma para triturarla y carbonizarla entre dos chispazos de esas miradas de Luzbel. 22 Por último, con el alma ardiente de amor y de ira, tenía yo que bajar la mirada, porque sentía que

21

Nombre del demonio en la leyenda germánica del doctor Fausto. El personaje adoptó su carácter universal con la versión que de él hizo Goethe. 22 Otra manera de llamar a Lucifer, el ángel caído


mi mecanismo nervioso llegaba a torsiones desgarradoras, y que mi cerebro saltaba dentro de mi cabeza, como un abejorro encerrado dentro de un horno. Lina no se daba cuenta del efecto desastroso que me hacían sus ojos. Todo Christianía se los elogiaba por hermosos y a nadie causaban la impresión terrible que a mí: sólo yo estaba constituido para ser la víctima de ellos. Yo tenía reacciones de orgullo; a veces pensaba que Lina abusaba del poder que tenía sobre mí, y que se complacía en humillarme; entonces mi dignidad de varón se sublevaba vengativa reclamando imaginarios fueros, y a mi vez me entretenía en tiranizar a mi novia, exigiéndola sacrificios y mortificándola hasta hacerla llorar. En el fondo había una intención que yo trataba de realizar disimuladamente; sí, en esa valiente sublevación contra la tiranía de esas pupilas estaba embozada mi cobardía: haciendo llorar a Lina la hacía cerrar los ojos, y cerrados los ojos me sentía libre de mi cadena. Pero la pobrecilla ignoraba el arma terrible que tenía contra mí; sencilla y candorosa, la buena muchacha tenía un corazón de oro y me adoraba y me obedecía. Lo más curioso es que yo, que odiaba sus hermosos ojos, era por ellos que la quería. Aun cuando siempre salía vencido, volvía siempre a luchar contra esas terribles pupilas, con la esperanza de vencer. ¡Cuántas veces las rojas fulguraciones del amor me hicieron el efecto de cien cañonazos disparados contra mis nervios! Por amor propio no quise revelar a Lina mi esclavitud. Nuestros amores debían tener una solución como la tienen todos: o me casaba con Lina o rompía con ella. Esto último era imposible, luego tenía que casarme con Lina. Lo que me aterraba, de la vida de casado, era la perduración de esos ojos que tenían que alumbrar terriblemente mí vejez. , Cuando se acercaba la época en que debía pedir la mano de Lina a su padre, un rico armador, la obsesión de los ojos de ella me era insoportable. De noche los veía fulgurar como ascuas en la oscuridad de mí alcoba; veía al techo y allí estaban terribles y porfiados; miraba a la pared y estaban incrustados allí; cerraba los ojos y los veía adheridos sobre mis párpados con una tenacidad luminosa tal, que su fulgor iluminaba el tejido de arterías y venillas de la membrana. Al fin, rendido, dormía, y las miradas de Lina llenaban mí sueño de redes que se apretaban y me estrangulaban el alma. ¿Qué hacer? Formé mil planes; pero no sé sí por orgullo, amor, o por una noción del deber muy grabada en mí espíritu, jamás pensé en renunciar a Lina.


El día en que la pedí, Lina estuvo contentísima. ¡Oh, cómo brillaban sus ojos y qué endiabladamente! La estreché en mis brazos, delirante de amor, y al besar sus labios sangrientos y tibios tuve que cerrar los ojos casi desvanecido. –¡Cierra los ojos, Lina mía, te lo ruego! Lina, sorprendida, los abrió más, y al verme pálido y descompuesto me preguntó asustada, cogiéndome las manos: –¿Qué tienes, Jym?... Habla. ¡Dios Santo¡ ... ¿Estás enfermo? Habla. –No ... perdóname; nada tengo, nada... –le respondí sin mirarla. –Mientes, algo te pasa... –Fue un vahído, Lina... Ya pasará... –¿Y por qué querías que cerrara los ojos? No quieres que te mire, bien mío. No respondí y la miré medroso. ¡Oh!, allí estaban esos ojos terribles, con todos sus insoportables chisporroteos de sorpresa, de amor y de inquietud. Lina, al notar mí turbado silencio, se alarmó más. Se arrodilló sobre mis rodillas, cogió mí cabeza entre sus manos y me dijo con violencia: –No, Jym, tú me engañas, algo extraño pasa en ti desde hace algún tiempo: tú has hecho algo malo, pues sólo los que tienen un peso en la conciencia no se atreven a mirar de frente. Yo te conoceré en los ojos, mírame, mírame. Cerré los ojos y la besé en la frente. –No me beses, mírame, mírame. –¡Oh, por Dios, Lina, déjame! ... –¿Y por qué no me miras? –insistió casi llorando. Yo sentía honda pena de mortificarla y a la vez mucha vergüenza de confesarle mí necedad: –No te miro, porque tus ojos me asesinan; porque les tengo un miedo cerval, que no me explico, ni puedo reprimir–. Callé, pues, y me fui a mí casa, después que Lina dejó la habitación llorando. Al día siguiente, cuando volví a verla, me hicieron pasar a su alcoba: Lina había amanecido enferma con angina. Mi novia estaba en cama y la habitación casi a oscuras. ¡Cuánto me alegré de esto último! Me senté junto al lecho, le hablé apasionadamente de mis proyectos para el futuro. En la noche había pensado que lo mejor para que fuéramos felices, era confesar mis ridículos sufrimientos. Quizá podríamos ponernos de acuerdo... Usando anteojos negros... quizá. Después que le referí mis dolores, Lina se quedó un momento en silencio.


–¡Bah, que tontería! –fue todo lo que contestó. Durante veinte días no salió Lina de la cama y había orden del médico de que no me dejaran entrar. El día en que Lina se levantó me mandó llamar. Faltaban pocos días para nuestra boda, y ya había recibido infinidad de regalos de sus amigos y parientes. Me llamó Lina para mostrarme el vestido de azahares, que le habían traído durante su enfermedad, así como los obsequios. La habitación estaba envuelta en una oscura penumbra en la que apenas podía yo ver a Lina; se sentó en un sofá de espaldas a la entornada ventana, y comenzó a mostrarme brazaletes, sortijas, collares, vestidos, una paloma de alabastro, dijes, zarcillos y no sé cuánta preciosidad. Allí estaba el regalo de su padre, el viejo armador: consistía en un pequeño yate de paseo, es decir, no estaba el yate, sino el documento de propiedad; mis regalos también estaban y también el que Lina me hacía, consistente en una cajita de cristal de roca, forrada con terciopelo rojo. Lina me alcanzaba sonriente los regalos y yo, con galantería de enamorado, le besaba la mano. Por fin, trémula, me alcanzó la cajita. –Mírala a la luz –me dijo– son piedras preciosas, cuyo brillo conviene apreciar debidamente. Y tiró de una hoja de la ventana. Abrí la caja y se me erizaron los cabellos de espanto; debí ponerme monstruosamente pálido. Levanté la cabeza horrorizado y vi a Lina que me miraba fijamente con unos ojos negros, vidriosos e inmóviles. Una sonrisa, entre amorosa e irónica, plegaba los labios de mi novia, hechos con zumos de fresas silvestres. Salté desesperado y cogí violentamente a Lina de la mano. –¿Qué has hecho, desdichada? –¡Es mi regalo de boda! –respondió tranquilamente. Lina estaba ciega. Como huéspedes azorados estaban en las cuencas unos ojos de cristal, y los suyos, los de mi Lina, esos ojos extraños que me habían mortificado tanto, me miraban amenazadores y burlones desde el fondo de la caja roja, con la misma mirada endiablada de siempre... Cuando terminó Jym, quedamos todos en silencio, profundamente emocionados. En verdad que la historia era terrible. Jym tomó un vaso de ajenjo y se lo bebió de un trago. Luego nos miró con aire melancólico. Mis amigos miraban, pensativos, el uno la claraboya del camarote y el otro la lámpara que se bamboleaba a los balances del buque. De pronto, Jym soltó una carcajada burlona, que cayó como un enorme cascabel en medio de nuestras meditaciones.


–¡Hombres de Dios! ¿Creéis que haya mujer alguna capaz del sacrificio que os he referido? Si los ojos de una mujer os hacen daño, ¿sabéis cómo lo remediará ella? Pues arrancándoos los vuestros para que no veáis los suyos. No; amigos míos, os he referido una historia inverosímil cuyo autor tengo el honor de presentaros. Y nos mostró, levantando en alto su botellita de ajenjo, que parecía una solución concentrada de esmeraldas.


Una madre23 Julián del Casal Cuba (1863-1963)

Allá lejos, en el fondo de un bosque, escondida entre las hojas, como un nido en el chaparral, se encuentra una casa rústica, rodeada de árboles corpulentos y de plantas olorosas. Tiene un horizonte delicioso de contemplar. Al frente se mira el cielo azul, jaspeado de nubes blancas, cuyos extremos filetea el sol de rayas rojas, verdes, violetas, rosadas y amarillas. A la izquierda se extiende larga cadena de montañas que se rompe a trechos para dejar ver un espacio del firmamento. A la derecha se divisa la ciudad, donde los edificios se presentan apiñados, destacándose en el aire las siluetas de altos torreones y las fachadas marmóreas de aristocráticos palacios. Dentro de la casa, todo revela orden, pobreza, pulcritud. Ningún objeto está fuera de lugar. Adivínase la mano de hacendosa mujer que barre incesantemente el pavimento de ladrillos, impide a las arañas colgar sus telas de la pared, quita el polvo de los muebles y riega las flores abiertas en las macetas. No se ve ninguna cosa superflua. Viejas estampas de santos, amarillentos por los extremos, se destacan en la blancura pálida de los muros. Ante ellas se postra, en horas de abatimiento, la piadosa mujer, cuya figura enmagrecida circula a veces como fantasma silenciosa, por aquel interior. Desde hace mucho tiempo, esa pobre mujer de cabellos blancos, de frente rugosa, de mejillas demacradas y de miradas extinguidas, ocupa la casa en compañía de su hijo, único ser que hace latir su corazón. Fuera de este hijo, nada existe para ella. Fruto de sus primeros amores, lo colma de agasajos, lo cubre de besos y lo estrecha en sus brazos temblorosos. Ella siente por él, lo que debe sentir la concha por su primera perla, la planta por su primera flor. Nunca el más leve disgusto ha interpuesto su sombra entre los dos. Juntos soportan la vida, en aquel lugar solitario para cumplir, las prescripciones facultativas que desterraron a la pobre mujer fuera de la población. Ella pasa el día sola, porque el hijo va a trabajar a la ciudad. Al fin de la semana, éste 23

Cuento obtenido de https://docs.google.com/file/d/0B7tp3AozQe8KVVNnZzd3Rk90MWs/edit (consultado el 28 de octubre de 2014, 20:35)


entrega a aquélla el producto de su trabaja pero, como es escaso, sólo alcanza para cubrir las primeras necesidades. **** Cada día que transcurre, el hijo regresa más tarde al hogar. La madre inquiere la causa de la tardanza y nunca obtiene respuestas satisfactorias. El fruto de sus entrañas encuentra siempre pretextos nuevos para calmar sus inquietudes. Unas veces lo detiene un amigo de la infancia, lo lleva al café y lo retiene largo rato; otras veces el trabajo aumenta, las horas de oficina se prolongan y los empleados no pueden salir. La pobre mujer no dice una palabra y sumía en silencio sus pesares, limitándose a prodigarle nuevas caricias. Desde que empieza a oscurecer, apóyase de codos en el hueco de la ventana y se pone a esperarlo. Cada minuto que huye desgarra su corazón. Hay días en que tarda tanto, que ella se mesa los cabellos, vierte lágrimas copiosas y se arroja en un sillón porque le flaquean las rodillas y se siente desfallecer. Pero apenas lo divisa, entre nubes de polvo, a través del follaje de los árboles del camino, su cuerpo se reanima, sus pupilas se encienden, sus mejillas se colorean y una sonrisa de gozo recorre el arco de sus labios empalidecidos. Apenas entra el hijo, se arroja en sus brazos. Temerosa de que le haya sucedido algo, le palpa los miembros fatigados, como si buscase el sitio en que le han herido; le clava los ojos en el rostro, para arrancarle el secreto de su demora; y lo estrecha contra su seno tembloroso, pidiéndole perdón por haber dudado de su cariño, de sus palabras, de su abnegación. Al fin la calma se restablece y se sientan a comer. Ella le sirve los mejores trozos de cada manjar; en el plato de blanca porcelana, limpio como una patena y brillante como un espejo. Durante la comida, no le quita los ojos, ansiosa de adivinar sus más recónditos deseos. Al levantarse de la mesa se dirigen abrazados al salón. Allí se entrega a sus labores femeninas y él lee, en alta voz, diversas obras. Una noche el hijo regresa más tarde que de costumbre. Probó algunos bocados levantándose de la mesa, se echó en un sillón, cambió de postura muchas veces, encendió un cigarro tras otro y no abrió los labios más que para bostezar. Extraña inquietud agitaba sus miembros. Parecía que llevaba en el fondo de su mente, una idea negra que lo torturaba, le roía el cerebro, le paralizaba la voluntad. Antes de acostarse la madre le dirigió muchas preguntas acerca de su malestar. Respondióle estaba muy fatigado y sólo quería dormir. La madre insistió de nuevo, echándose a


llorar. Al ver las lágrimas de la anciana, el hijo se levantó de su asiento y fue a estrecharla en sus brazos. –¿Qué te pasa, le decía ella, que estás tan triste? –No. –¿Estás enamorado y no corresponde a tu amor? –Tampoco. –Vamos; dime la verdad. –Pues bien sí, estoy enamorado. –Y ¿por qué no te casas? –Porque no gano lo suficiente para el sostenimiento de tres personas. –Eso no importa. Soy vieja y sin necesidades. Lo que me has dado se lo darás a tu mujer. –De ninguna manera; mientras vivas, no me casaré jamás. A medida que pasa el tiempo, la pasión, como llama devastadora, crece en el espíritu del joven. A pesar de sus pocos años, parece que cuenta diez o doce lustros. Tiene el rostro demacrado, las mejillas pálidas, las espaldas corbadas, las manos temblorosas y los ojos vidriados de los agonizantes. No se le ve sonreír y vive entregado a incesantes cavilaciones. El más ligero esfuerzo le fatiga. Hasta la presencia de la adorada le tortura, porque acrecienta sus deseos. Las caricias maternas le abruman y rehúye la compañía de los amigos. Cansada la madre de verlo languidecer, se resolvió a tomar una resolución. Fue una resolución extrema, de esas que sólo pueden tomar las buenas madres para salvar a sus hijos. Tendríamos que remontarnos a la antigüedad, si quisiéramos hallar un ejemplo semejante de abnegación. El mundo moderno no está acostumbrado a tales heroísmos. Hay madres coetáneas que se avergüenzan de tener hijos. El temor de perder la belleza de las formas les preocupa más que el remordimiento de las homicidas.


Un día que nuestro héroe se hallaba más abatido que de costumbre, la madre sintió pasar por su mente un pensamiento sombrío y fascinador. Era la hora de la comida. Sentados a la mesa, cubierta de blanco mantel, sobre el que una lámpara de aceite, bajo su pantalla verde, esparcía su amarillenta claridad, los dos seres permanecían taciturnos y silenciosos. No se oía más que el ruido de los cubiertos en los platos. Parecía que se formaba, en el alma de aquellos comensales, formidable tempestad que no tardó en estallar. Sacando un papel de sus bolsillos, la madre vertió en su copa una dosis de polvo blanco que se oyó fermentar. Antes de llevarla a los labios, la alzó en la mano, clavó los ojos en su hijo, apuró el líquido envenenado y se abalanzó hacia él, diciéndole con voz entrecortada por los sollozos y los ojos preñados de lágrimas. –¡Ya te puedes casar!


La Náyade Humberto Fierro Ecuador (1890-1929) Me creía orgulloso Y un corazón muy seco, Viviendo en mis dominios Como un hidalgo tétrico. Juzgaba que mi gusto Fragante a tomilleros, Era matar la corza24 Batida por los perros. Y al deshojar un día Las rosas del Deseo, Bañando las distancias En luces de oro viejo, La sorprendí en un claro Que hacían los enebros25 Y entre las rubias frondas26 Los céfiros27 traviesos Mecían el columpio De un Fragonard28 de ensueño... Yo la llamaba Náyade Por sus marfiles griegos Y por su talle lánguido Como los juncos tiernos. 24

DRAE, mamífero rumiante de la familia de los Cérvidos, algo mayor que la cabra, rabón y de color gris rojizo. Tiene las cuernas pequeñas, verrugosas y ahorquilladas hacia la punta. 25 DRAE, Arbusto de la familia de las Cupresáceas […]. La madera es rojiza, fuerte y olorosa. 26 DRAE, (Bot.) Hoja de los helechos. 27 DRAE, (poét.) Viento suave y apacible. 28 Jean-Honoré Fragonard fue un pintor y grabador francés de estilo rococó, su estilo se distinguía por su exuberancia y hedonismo. En 1767 pintó un cuadro que se titula L’escarpolette (El columpio).


Me sonrió unas veces Con un silvestre miedo, Como la sensitiva Que va a plegar sus pétalos; Mas ¡ay! no era un espíritu De encadenar con besos: Temía despertarme Pues sé que siempre sueño. Y al fin, un dulce día Se hundió en el lago eterno Dejando entre mis manos Los círculos concéntricos... Y fuimos desgraciados Y siempre lo seremos.


La duquesa Job29 Manuel Gutiérrez Nájera30

En dulce charla de sobremesa, mientras devoro fresa tras fresa y abajo ronca tu perro Bob, te haré el retrato de la duquesa que adora a veces el duque Job.

No es la condesa que Villasana caricatura31, ni la poblana de enagua roja que Prieto amó; no es la criadita de pies nudosos, ni la que sueña con los gomosos y con los gallos de Micoló32.

Mi duquesita, la que me adora, no tiene humos de gran señora; es la griseta33 de Paul de Kock34. No baila "boston"35, y desconoce de las carreras el alto goce, y los placeres del "five o'clock"36.

29

Poesías completas, México D.F, Porrúa, 1998. La mayoría de las notas respecto a este poema han sido extraídas de “El México de Gutiérrez Nájera” por Julio Jiménez Rueda, en La cultura y la literatura iberoamericanas, Luis Monguió, ed. University of California Press, 1957. 31 Se refiere a la esposa del caricaturista José María Villasana que colaboró en El Ahuizote durante la campaña que la oposición había desatado contra el presidente don Sebastián Lerdo de Tejada. 32 Micoló era un francés que continuaba en la ciudad la tradición del arte galo introducida en México por un artista del cabello venido a fines del siglo XVIII en el séquito del Virrey Conde de Revillagigedo. 33 Género de tela de seda con flores u otro dibujo de labor menuda. 34 Autor francés (1793-1871) cuyas novelas acerca de la vida en París fueron popularmente leídas en toda Europa. 35 Boston s. m. (de Boston, c. de Estados Unidos). Estilo de vals de ritmo lento. 2. Baile que acompaña este estilo musical (el Boston estuvo de moda a finales del s. XX en EUA y Europa). 36 Se refiere a la tradición inglesa de beber el té a las cinco de la tarde. 30


Pero ni el sueño de algún poeta, ni los querubes que vio Jacob37, fueron tan bellos cual la coqueta de ojitos verdes38, rubia griseta que adora a veces el duque Job.

Si pisa alfombra no es en su casa, si por Plateros39 alegre pasa y la saluda Madame Marnat40, no es, sin disputa, porque la vista, sí porque a casa de otra modista41 desde temprano rápida va.

No tiene alhajas mi duquesita, pero es tan guapa y tan bonita, y tiene un cuerpo tan "v’lan", tan "pschutt", de tal manera trasciende a Francia, que no le igualan en elegancia ni las clientes de Hélene Kossut42. Desde las puertas de la Sorpresa43 hasta la esquina del Jockey Club44, no hay española, yankee o francesa, ni más bonita, ni más traviesa 37

Se refiere al pasaje bíblico en el que Jacob tiene el sueño profético en el que se le muestra la gracia de Yahvé antes de lo cual observa una escalera de la que suben y bajan ángeles del cielo: Génesis, 27:12. 38 Ver nota 2. 39 Hoy avenida Madero, entre las calles de Isabel la Católica y Motolinía. 40 Modista cuyo establecimiento estaba situado en la calle de Plateros anteriormente referida. 41 En la introducción a su antología, José Emilio Pacheco anota la importancia de que La Duquesa Job sea modista pues “la moda es la aparición figurativa de la modernidad” (Pacheco, XXXIX), así, la profesión de la mujer a la que Manuel Gutiérrez Nájera escribe no es una simple arbitrariedad. 42 Se trata de una importante diseñadora francesa. 43 Antigua tienda de ropa en la calle de Plateros. 44 Actualmente este edificio es conocido como La Casa de los Azulejos aunque en 1881 era conocida con aquél nombre.


que la duquesa del duque Job.

¡Cómo resuena su taconeo en las baldosas! ¡Con qué meneo luce su talle de tentación! ¡Con qué airecito de aristocracia mira a los hombres, y con qué gracia frunce los labios! ¡Mimí Pinson!45

Si alguien al alcanza, si la requiebra, ella, ligera como una cebra, sigue camino del almacén; pero ¡ay del tuno si alarga el brazo! Nadie le salva del sombrillazo que lo descarga sobre la sien.

¡No hay en el mundo mujer más linda! ¡Pie de andaluza, boca de guinda, "esprit" rociado de Veuve Clicot46; talle de avispa, cutis de ala, ojos traviesos de colegiala como los ojos de Louise Theo47!

Ágil, nerviosa, blanca, delgada, media de seda bien estirada, gola48 de encaje, corsé de ¡crac!, nariz pequeña, garbosa, cuca, 45

Puede referirse a la protagonista de la novela del mismo nombre de Alfredo de Musset ya que se trata de una griseta parecida a la mujer a la que se refiere Nájera en su poema puesto que a pesar de su belleza es pobre y no puede inmiscuirse en la aristocracia, de hecho en la obra aparece una canción que sigue una estructura similar a la del poema. 46 Es el nombre de una casa francesa dedicada a la producción de champagne. 47 Fue una cantante de ópera ligera contratada para trabajar en el Teatro Nacional en diciembre de 1882. 48 Gola s. f. (del latín gula, garganta). Garganta, parte anterior del cuello.


y palpitantes sobre la nuca rizos tan rubios como el coñac.

Sus ojos verdes bailan el tango; nada hay más bello que el arremango provocativo de su nariz. Por ser tan joven y tan bonita cual mi sedosa blanca gatita, diera sus pajes la emperatriz.

¡Ah! Tú no has visto, cuando se peina, sobre sus hombros de rosa reina caer los rizos en profusión. ¡Tú no has oído qué alegre canta, mientras sus brazos y su garganta de fresca espuma cubre el jabón!

¡Y los domingos! ...¡Con qué alegría oye en su lecho bullir el día y hasta las nueve quieta se está! ¡Cuál se acurruca la perezosa, bajo la colcha color de rosa, mientras a misa la criada va!

La breve cofia de blanco encaje cubre sus rizos, el limpio traje aguarda encima del canapé49; altas, lustrosas y pequeñitas sus puntas muestran las dos botitas, abandonadas del catre al pie. 49

Canapé, s. m. (fr. Canapé). Escaño, generalmente con el asiento y respaldo acolchados para sentarse o acostarse.


Después, ligera, del lecho brinca; ¡oh, quién la viera cuando se hinca blanca y esbelta sobre el colchón! ¿Qué vale junto de tanta gracia las niñas ricas, la aristocracia, ni mis amigas de cotillón?

Toco; se viste; me abre; almorzamos; con apetito los dos tomamos un par de huevos y un buen "beefsteak", media botella de rico vino, y en coche, juntos, vamos camino del pintoresco Chapultepec.

Desde las puertas de la Sorpresa hasta la esquina del Jockey Club, no hay española, yankee o francesa, ni más bonita ni más traviesa que la duquesa del duque Job.


Armonía de la palabra y el instinto50 Julia de Burgos Puerto Rico (1914-1953)

Todo fue maravilla de armonías en el gesto inicial que se nos daba entre impulsos celestes y telúricos desde el fondo de amor de nuestras almas.

Hasta el aire espigóse en levedades cuando caí rendida en tu mirada; y una palabra, aún virgen en mi vida, me golpeó el corazón, y se hizo llama en el río de emoción que recibía, y en la flor de ilusión que te entregaba.

Un connubio de nuevas sensaciones elevaron en luz mi madrugada. Suaves olas me alzaron la conciencia hasta la playa azul de tu mañana, y la carne fue haciéndose silueta a la vista de mi alma libertada.

Como un grito integral, suave y profundo estalló de mis labios la palabra; ¡Nunca tuvo mi boca más sonrisas, ni hubo nunca más vuelo en mi garganta!

En mi suave palabra, enternecida, 50

Antología Poética, Puerto Rico, Coqui, 1975.


me hice toda en tu vida y en tu alma; y fui grito impensado atravesando las paredes del tiempo que me ataba; y fui brote espontáneo del instante; y fui estrella en tus brazos derramada.

Me di toda, y fundiéndome por siempre en la armonía sensual que tú me dabas; y la rosa emotiva que se abría en el tallo verbal de mi palabra, uno a uno fue dándote sus pétalos, mientras nuestros instintos se besaban.


Ausencia51 Manuel Machado EspaĂąa (1874-1947) No tienes quien te bese tus labios de grana52, Ni quien tu cintura elĂĄstica estreche, dice tu mirada. No tienes quien hunda Las manos amantes en tu pelo hermoso, y a tus ojos negros no se asoma nadie. Dice tu mirada que de noche, a solas, suspiras y dices en la sombra tibia las terribles cosas... Las cosas de amores que nadie ha escuchado, esas que se dicen los que bien se quieren a eso de las cuatro. A eso de las cuatro de la madrugada, cuando invade un poco de frĂ­o la alcoba y clarea el alba. Cuando yo me acuesto, fatigado y solo, pensando en tus labios de grana, en tu pelo y en tus ojos negros....

51

Disponible en http://www.poetasandaluces.com/poema.asp?idPoema=280

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DRAE, Refiere al color rojo intenso.


A una morena53 Carlos Pezoa Véliz Chile (1879-1908)

Tienes ojos de abismo, cabellera llena de luz y sombra, como el río que deslizando su caudal bravío, al beso de la luna reverbera.

Nada más cimbrador que tu cadera, rebelde a la presión del atavío... Hay en tu sangre perdurable estío54 y en tus labios eterna primavera.

Bello fuera fundir en tu regazo el beso de la muerte con tu brazo... Espirar como un dios, lánguidamente,

teniendo tus cabellos por guirnalda, para que al roce de una carne ardiente se estremezca el cadáver en tu falda...

53

Prosas y Poesías Completas, recopilación de Armando Donoso, disponible en la web. DRAE, Estación del año que astronómicamente principia con el solsticio de verano y termina con el equinoccio de otoño. 54


Visión55 Delmira Agustini Uruguay (1886-1914)

¿Acaso fue en un marco de ilusión, En el profundo espejo del deseo, O fue divina y simplemente en vida Que yo te vi velar mi sueño la otra noche?

En mi alcoba agrandada de soledad y miedo, Taciturno a mi lado apareciste Como un hongo gigante, muerto y vivo, Brotado en los rincones de las noches Húmedos de silencio, Y engrasados de sombra y soledad.

Te inclinabas a mí supremamente, Como a la copa de cristal de un lago Sobre el mantel de fuego del desierto; Te inclinabas a mí, como un enfermo De la vida a los opios infalibles Y a las vendas de piedra de la Muerte; Te inclinabas a mí como el creyente A la oblea de cielo de la hostia... -Gota de nieve con sabor de estrellas Que alimenta los lirios de la Carne, Chispa de Dios que estrella los espíritus.Te inclinabas a mí como el gran sauce De la Melancolía56 55

Poesía Completa, Sevilla, Fundación BBVA, Sibila, 2009. En occidente se relaciona a veces al sauce llorón con la muerte. San Bernardo relaciona el sauce “eternamente verde” con la Virgen María. (Véase. Jean Chevalier, op. cit. p. 916.) 56


A las hondas lagunas del silencio; Te inclinabas a mí como la torre De mármol del Orgullo, Minada por un monstruo de tristeza, A la hermana solemne de su sombra... Te inclinabas a mí como si fuera Mi cuerpo la inicial de tu destino En la página oscura de mi lecho; Te inclinabas a mí como al milagro De una ventana abierta al más allá.

¡Y te inclinabas más que todo eso! Y era mi mirada una culebra Apuntada entre zarzas57 de pestañas, Al cisne58 reverente de tu cuerpo. Y era mi deseo una culebra Glisando entre los riscos de la sombra A la estatua de lirios de tu cuerpo! Tú te inclinabas más y más... y tanto, Y tanto te inclinaste, Que mis flores eróticas son dobles, Y mi estrella es más grande desde entonces. Toda tu vida se imprimió en mi vida... 57

En La Biblia la zarza ardiente simboliza la presencia de Dios y durante la Edad Media a la virgen se le compara con la zarza ardiente, que manifiesta la presencia divina. (Véase. Jean Chevalier, op. cit. p. 1085-1086.) 58 Dice Bachelard que en poesía y literatura, es una imagen de la mujer desnuda: la desnudez permitida. Sin embargo, el mismo autor, profundizando más en el mito del cisne, reconoce en su hermafroditismo, pues es masculino en cuanto a su acción y por su largo cuello de carácter fálico sin duda, y femenino por el cuerpo redondeado y sedoso. (Véase: Juan Eduardo Cirlot, Diccionario de Símbolos, ed. Labor, 1992, p. 132). (Cfr. con Jean Chevalier, op. cit. p. 306-308.) Para un estudio interesante que aborda (aunque no de manera profunda) el motivo del cisne dentro de la poesía modernista, recomiendo el artículo “La configuración de un espacio modernista (El motivo del jardín en Leopoldo Lugones y Julio Herrera Reissig)” de Carmen Ruiz Barrionuevo, El Girador. Studi di Letterature Iberiche e Ibero-Americane offerti a Giuseppe Bellini, Roma, Bulzoni Editore, 1993, pp. 881-887 y “El espacio de Saturno. Delmira Agustini entre lo sublime y lo maldito” de Rocío Oviedo y Pérez de Tudela.


Yo esperaba suspensa el aletazo Del abrazo magnífico; un abrazo De cuatro brazos59 que la gloria viste De fiebre y de milagro, será un vuelo! Y pueden ser los hechizados brazos Cuatro raíces de una raza nueva:

Y esperaba suspensa el aletazo Del abrazo magnífico... ¡Y cuando, te abrí los ojos como un alma, vi Que te hacías atrás y te envolvías En yo no sé qué pliegue inmenso de la sombra!

59

El brazo es el símbolo de la fuerza, del poder, del socorro acordado y de la protección. Bahma, dios hindú que preside las actividades de la manifestación, se figura con cuatro rostros y cuatro brazos, para significar su actividad omnipresente y todopoderosa; por lo mismo Ganesha, con cabeza de elefante, dios de la ciencia, se presenta con cuatro brazos. (Véase. Jean Chevalier, op. cit. p. 197.)


Otra estirpe60 Delmira Agustini

Eros, yo quiero guiarte, Padre ciego... Pido a tus manos todopoderosas, Su cuerpo excelso derramado en fuego Sobre mi cuerpo desmayado en rosas!

La eléctrica corola que hoy desplego Brinda el nectario de un jardín de Esposas; Para sus buitres en mi carne entrego Todo un enjambre de palomas rosas!

Da a las dos sierpes de su abrazo, crueles, Mi gran tallo febril... Absintio, mieles, Viérteme de sus venas, de su boca... ¡Así tendida soy un surco ardiente, Donde puede nutrirse la simiente, De otra Estirpe, sublimemente loca!

60 60

Poesía Completa, Sevilla, Fundación BBVA, Sibila, 2009.


Neurosis61 Julián del Casal Noemí62, la pálida pecadora de los cabellos color de aurora y las pupilas de verde63 mar, entre cojines de raso lila, con el espíritu de Dalila64, deshoja el cáliz de un azahar65.

Arde a sus plantas la chimenea donde la leña chisporrotea lanzando en torno seco rumor y alza tiene su tapa el piano en que vagaba su blanca mano cual mariposa de flor en flor.

Un biombo rojo de seda china abra sus hojas en una esquina con grullas66 de oro volando en cruz, y en curva mesa de fina laca ardiente lámpara se destaca de la que surge rosada luz.

61

CASAL, Julián del, Poemas, ed. Linkgua digital, 2011, p. 115. Se refiere al personaje Bíblico del Antiguo Testamento que vive muchas desgracias hasta convertirse finalmente en la madre de los antepasados de José, el padre putativo de Jesucristo, su historia está inscrita en el Libro de Rut. 63 Ver nota 20. 64 Nuevamente usa una referencia bíblica, en esta ocasión remite a la historia de Sansón y Dalila contada en Jueces 16:4-31 65 Las flores de azahar con que se ciñen la frente las recién casadas combaten también el exceso de las pasiones terrenas. (Véase. Jean Chevalier, op. cit. p. 93-94.) 66 Desde China hasta las culturas mediterráneas, alegoría de la justicia, la longevidad y el alma buena y solícita. (Véase, Juan Eduardo Cirlot, Diccionario de Símbolos, ed. Labor, 1992, p. 228.) (Cfr. con Jean Chevalier, op. cit. p. 543). 62


Blanco abanico y azul sombrilla, con unos guantes del canapé, mientras en taza de porcelana, hecha con tintes de la mañana, humea el alma verde del té.

¿Pero qué piensa la hermosa dama? ¿Es que su príncipe ya no la ama como en los días de amor feliz, o que en los cofres del gabinete, ya no conserva ningún billete de los que obtuvo por un desliz67?

67

Los últimos seis versos remiten a la idea de la prostituta melancólica y hastiada de la vida cuyas ensoñaciones sólo pueden versar acerca de su pasado festivo y deleitoso.


Canción Desnuda68 Julia de Burgos

Despierta de caricias, aún siento por mi cuerpo corriéndome tu abrazo. Estremecido y tenue sigo andando en tu imagen. ¡Fue tan hondo de instintos mi sencillo reclamo... !De mí se huyeron horas de voluntad robusta, y humilde de razones, mi sensación dejaron. Yo no supe de edades ni reflexiones yertas. ¡Yo fui la Vida, amado ! La vida que pasaba por el canto del ave y la arteria del árbol. Otras notas más suaves pude haber descorrido, pero mi anhelo fértil no conocía de atajos: me agarré a la hora loca, y mis hojas silvestres sobre ti se doblaron. Me solté a la pureza de un amor sin ropajes que cargaba mi vida de lo irreal a lo humano, y hube de verme toda en un grito de lágrimas, ¡en recuerdo de pájaros! Yo no supe guardarme de invencibles corrientes ¡Yo fui la Vida, amado ! La vida que en ti mismo descarriaba su rumbo para darse a mis brazos.

68

Antología Poética, Puerto Rico, Coqui, 1975.


Las vampiras69 Clemente Palma

I Hubo un tiempo en que enflaquecí extremadamente. Mis brazos y mis piernas se adelgazaron de una manera desconsoladora, y mi busto, antes musculoso y fuerte, degeneró de tal modo que se diseñaba claramente, bajo la piel lívida y pegajosa, la maquinaria ósea de mi tórax. Mi pobre madre me decía desconsolada: –Stanislas, hijo mío, ¿qué mal misterioso es el que te consume? Tu enflaquecimiento no es natural, y precisa que un médico estudie tu estado. ¿Qué dolor te aqueja? ¿Qué es lo que sientes de anormal? Refiéremelo todo y no te detenga el temor de ocasionarme sacrificios. Irás a Niza, al Adriático,70 a Suiza, a donde sea necesario, a fin de que recobres tu perdida salud y tus fuerzas. Temo, hijo mío, que la tuberculosis haya hecho presa en tus pulmones... Y, sin embargo, no te oigo toser. ¿Verdad que no toses, luz de mi alma? Mi prometida, la pequeña y esbelta Natalia,71 besaba desconsolada mis manos. –Tus labios arden, Stanislas mío, como si el Etna estuviese en tus entrañas y caldeara tu boca y tu aliento. ¿Por qué esa fiebre que te mata, ese fuego que te consume la vida y evapora tu sangre? Diérate la mía para volver a regocijar mis ojos con los colores que ostentaban antes tus mejillas llenas de frescura y encanto... ¿Es alguna preocupación lo que destruye tu ser?... Pero no; tú conservas tu espíritu alegre y apasionado. ¡Y el muy ingrato, se impacienta y se burla del testimonio de nuestros ojos amantes! Estás enfermo, Stanislas, estás gravemente enfermo y pronto dormirás en el sepulcro, y se morirá tu madre de pena y me moriré yo de desesperación... Y la pobre doncella se arrodillaba ante mí y mojaba con sus lágrimas mis manos. Yo la levantaba bromeando y burlándome de sus terrores; pero, tanto insistieron las dos mujeres, que al fin llegué a alarmarme. Realmente, me veía algo enjuto y nada más. La jovialidad de mi carácter no había 69

Narrativa completa I, Pontifica Universidad Católica del Perú, 2006, 328-343. Originalmente publicado en la segunda edición de Cuentos Malévolos (París, 1913). 70 Mar Adriático, localizado al sur de Europa, separa a la península Itálica de la península de los Balcanes. 71 Nombre de origen latino, significa día del nacimiento y aquella que cuida la vida.


desaparecido. Me sentía extenuado; un poco fatigado y débil en las mañanas, pero pronto me reponía, me sentía nuevamente fuerte y ágil, tanto que me imaginaba que de un alto formidable podría llegar al cielo, coger al sol y traérmelo al caer para hacer una diadema que colocaría en la frente de mi pequeña y esbelta Natalia. –Pero si nada tengo, ningún sufrimiento físico ni moral –decía yo a las dos mujeres, cuando con voz lacrimosa comentaban mi supuesta dolencia, –¿no veis que mi vida continúa igual que antes? Hasta como con mejor apetito, y duermo más profundamente; no siento dolor alguno, y sólo podéis fundar vuestros temores en la circunstancia de estar ahora más pálido y enjuto... Bueno ¿y qué? Hay épocas en que los hombres y las mujeres nos desmejoramos algo. Será acaso porque, por circunstancias ignotas, hay un mayor trabajo de desasimilación orgánica. Dejad, pues, obrar mi organismo, y, sobre todo, dejadme en paz con vuestros augurios y desconsuelos que van a enfermarme realmente... Pero tanto hicieron, repito, que un día, por complacerlas, fui a la ciudad donde mi sabio y aun joven amigo el doctor Max Bing. –Celebro infinito verte –exclamó al verme entrar en su estudio. Y luego, calándose los anteojos y fijando su escrutadora mirada en mi persona hizo un gesto asombroso. –¡Hombre! ¿Qué enfermedad ha hecho en ti tales estragos?... ¡Pero si estás casi desagradable! Veamos, siéntate y dime qué es lo que te trae. ¿Vienes como cliente o como amigo? –En primer lugar, no he estado enfermo, doctor, y creo al contrario haber gozado de inmejorable salud. Pero, a pesar de estar sano, vengo donde usted para que me diga qué es lo que tengo a pesar de estar sano. –Pues, el aspecto que traes es el de una persona que ha estado o está gravemente enferma. Entra a mi gabinete. Examinóme el doctor de diferentes maneras y con diversos aparatos, me pulsó, me colocó en variadas posturas, me auscultó e hizo cuanto le indicaba su ciencia para observar lo que por mí pasaba. Y cada examen noté que crecía su alarma. Por fin, con voz un poco alterada, me dijo:


–Estás muy engañado, querido Stanislas, al creer que estás sano. Eres presa de una consunción72 violenta que podría ser mortal si no la atacáramos con rapidez y energía. No es por cierto tu caso el primero que se me presenta, y todos los síntomas que observo me hacen presumir que tienes lo que mató a Hansen, un joven robusto y hermosote que murió ha dos meses. ¿Tienes algún dolor sordo? ¿Has observado alguna anormalidad funcional en tus órganos? ¿Tienes mareos en la mañana, pesadez en la cabeza, sueño profundo o ensueños mortificantes? El acento del doctor Bing quería ser tranquilo, pero yo notaba que había una inquietud mal disimulada. Él me amaba tiernamente; nuestras familias cultivaron leal amistad, y él era estudiante de medicina cuando yo chiquillo, y más de una vez me tuvo en sus rodillas. La alarma del médico me hizo sentir un frío de muerte en las venas: temí morirme y pensé en mi madre y en mi pequeña Natalia. Procuré serenarme y dije al doctor lo que había dicho ya tantas veces: que sentía un ligero desvanecimiento al despertar, desvanecimiento que pasaba en cuanto bebía el gran vaso de leche cocida con que acostumbraba desayunarme. Después me sentía ágil, desaparecía todo malestar, comía con apetito y dormía profundamente. Respecto a ensueños, no recordaba de un modo preciso si los tenía, pero si me quedaba como una sombra de recuerdo de haberlos tenido. –¡Lo mismo que Hansen! –decía el médico pensativo. En seguida me hizo quitar la camisa y la camiseta y con una lente poderosa examinó el cuello y el pecho. –¡Exactamente igual que Hansen! –repitió varias veces a medida que avanzaba en su examen. –Doctor –exclamé impaciente; –poco me importa ese señor Hansen, y me tendría sin cuidado así resucitara cien veces y otras tantas se muriera. Cualquiera que sea el mal de que murió ese señor: tisis,73 hidrofobia, cáncer o meningitis, ni ha sido el primero ni será el último. –¡Eh, eh, joven irascible! Si recuerdo al pobre Hansen, es porque tuvo el más extraño de los males; la más inverosímil, pero también la más terrible de las causas, fue la que le llevó a la tumba. Y seguramente, amiguito, tendrías igual fin que Hansen si yo no te defendiera. No hay sino dos caminos: o te entregas incondicionalmente a mí o te entregas a tu suerte. –Tiene usted razón, amigo mío. No quiero morirme y a usted me entrego. Dispénseme mis majaderías. Prosiga usted su examen y sálveme. 72

DRAE. Extenuación, enflaquecimiento DRAE. Tuberculosis pulmonar

73


El doctor continuó atentamente sus observaciones y se abstrajo tanto en ellas que hablaba en voz baja como si dialogara consigo mismo, a medida que encontraba bajo su lente datos que le llamaban la atención: –Sí; aquí están las huellas muy borradas de las mordeduras y de la succión... Los poros se han dilatado aquí en un radio tres veces mayor que el natural... Oh, percibo perfectamente la profundidad de esta ruptura vascular. La carótida seriamente comprometida por la equimosis74 provocada por formidable ventosa. ¡Qué terrible gasto inútil de vida!... Seguramente hay otras pérdidas nerviosas, egresos forzados de energía, aprovechados o transformados en misteriosas regiones.... ¡Ah, malditas; ah, insaciables!... Felizmente, hay aún gran reserva de fuerzas para la lucha; no es el caso perdido. ¡Qué fuerza tan vasta es la de la personalidad. Luego, volviéndose a mí, me ordenó que me vistiera. –Amigo mío, si hubieras retardado tu visita quince días o un mes, te aseguro que todo hubiese sido inútil, y sin remedio emprenderías el gran viaje sin sentirlo y sin darte cuenta de ello. Estarías agonizando, verías a tu madre desesperada, verías al pastor prestándote los últimos auxilios, y creerías que todo era una broma de mal gusto, una pesadilla, una locura de tus sentidos. Eres un hombre y te lo puedo decir: eres víctima de sortilegios misteriosos. Te mueres en sueños y tus enemigos te atacan dormido. Aún hay, en este siglo de las luces y de la incredulidad, fuerzas misteriosas, poderes ocultos, supervivencias de la energía, malignidades activas de voluntades secretas, radiaciones psíquicas desconocidas, fuerzas no estudiadas, espíritus, como se dice vulgarmente, espíritus de muertos o de vivos que obran, hieren, y aun matan en la sombra. El radio de acción de estas fuerzas extrañas, su ley, no ha entrado todavía en el dominio de la ciencia oficial: son negados por ella porque no son cosas verificables por las leyes científicas, no se pueden estudiar bajo el ocular del microscopio. Y, sin embargo, son cosas que existen, fenómenos que se realizan y que traen consecuencias positivas. Quizá todo sea natural y racionalmente explicable dentro de las leyes biológicas y psíquicas conocidas, y dentro de la hipótesis aceptadas, pero lo cierto es que aun no se ha acertado el mecanismo y la ley de esto que, por su apariencia extra-natural y maravillosa, corresponde más bien a la mitología popular. Tú habrás oído entre los aldeanos, y seguramente te habrá reído, mil historias y leyendas 74

DRAE. Mancha lívida, negruzca o amarillenta de la piel o de los órganos internos, que resulta de la sufusión de la sangre a consecuencia de un golpe, de una fuerte ligadura o de otras causas.


de vampirismo y de sucubato. Pues bien, esas paparruchas, esas leyendas de comadres, esos cuentos de viejos para asustar a los arrapiezos, son los que vinieron a entretejerse en la vida de Hansen y lo mataron; son las que han intervenido también en tu vida y las que te llevarían a una muerte segura, si yo no estuviera resuelto a librarte de ellas con todo el esfuerzo de mi cariño y de mis estudios... ¿Continúas amando a Natalia? Sí, ya lo veo en tus ojos. Cásate con ella lo más pronto posible. Créeme que ello contribuirá notablemente a nuestra victoria. No te asombres ni me mires con ese aire de incredulidad. Yo sé lo que digo. Las viejas refieren que para espantar y alejar los fantasmas y aparecidos no hay nada mejor que el llanto de un niño: tengo para mí que para alejar las vampiras y súcubas75 nada mejor que un pilluelo de seis meses con sangre de nuestras venas. A pesar del modo semi-en-broma con que me hablaba el doctor, sentí que un frío de espanto helaba el doctor, sentí que un frío de espanto helaba mis huesos y que una palidez mortal subía a mi rostro. –Eh, hombre, no te alarmes, que yo me comprometo a arrancar tu cuerpo de esa obscura y siniestra devoración de tu vida. Por lo pronto, hoy comes conmigo y duermes aquí. Escribe a tu madre, y mi paje llevará tu carta. Pasa a mi biblioteca, si quieres, o sal a pasear si te agrada. Aun tengo que dedicar hora y media a mis clientes. Cuando hayas escrito, toca el timbre para que ordenes al paje montar a caballo e ir a la casa de tu madre. Mientras el doctor atendría a sus consultas, procuré distraerme de mis dolorosas preocupaciones hojeando los libros de su biblioteca y viendo sus extraños y curiosos aparatos. Remití la carta a mi madre, y a poco, cuando ya empezaba a fastidiarme, entró el doctor. Conversamos un rato, y pasamos al comedor donde, a pesar de la amenaza de muerte que tenía suspendida sobre mi cabeza, ataqué las viandas con verdadero apetito. Mucho rió el doctor por ello. –Esa hambre que sientes es el desquite de la naturaleza: es el afán vital del organismo por recobrar las fuerzas agotadas; es la vida buscando el equilibrio perdido por la acción turbadora de poderes ocultos. Cuando acabamos de comer, le supliqué que me refiriera el caso de Hansen y lo hizo de modo siguiente: 75

DRAE. Dicho de un espíritu, diablo o demonio: Que, según la superstición vulgar, tiene comercio carnal con un varón, bajo la apariencia de mujer.


II Una noche, ya muy tarde, cuando hacía varias horas que estaba entregado al sueño, sonó precipitadamente el timbre anunciándome un caso urgente. Ordené al mayordomo que abriera, e inmediatamente me puse una bata para recibir al importuno cliente. Entró un jovenzuelo pálido y lloroso a suplicarme de rodillas que acudiera en el acto a socorrer a su hermano que se moriría sin mi auxilio. Le hice entrar a mi dormitorio y, mientras me vestía, me refirió que su hermano, desde hacía varios meses, se enflaquecía día a día de un modo lastimoso: le habían visto varios médicos y curanderos y nadie acertaba a detener los estragos de la misteriosa dolencia: todos habían recetado poderosos tónicos y reconstituyentes, pero había sido en vano porque la caquexia76 era progresiva, y, lo que es peor, el enfermo no sentía incomodidad ni dolor alguno que pudiesen orientar a los facultativos. Esa noche se sintió ruido en la habitación de Hansen, y la madre, temiendo algún accidente, entró en la habitación y encontró al joven agitado, hinchado, bañado en sudor y con una pequeña herida en el pecho. Lo despertaron, y era tal su debilidad que no podía hablar. La familia de Hansen vivía en el campo, en aquella hermosa granja cuyo bosque de tilos corta el camino que conduce de esta ciudad a tu casa. Despedí al joven asegurándole que iría inmediatamente que estuviese ensillado mi caballo. Así lo hice, y durante el camino creí oír gritos y aullidos extraños, y supuse que serían lobos que estarían devorando en algún bosque vecino a alguna ovejuela descarriada. También creí observar que mi caballo intentaba encabritarse y que se estremecía como si manos invisibles le pincharan y le presentaran obstáculos. Atribuí toda esta agitación a genialidades del animal, disgustado con este trote nocturno. Llegué a la granja y me llevaron varias mujeres desconsoladas a la habitación del enfermo. Encontré un joven sumamente enflaquecido y pálido, que parecía dormido o desfallecido. A poco de examinarle observé que tenía manchas rojas en el cuello y en el pecho, y en este último sitio había una que sangraba ligeramente. A la inspección de ellas comprendí inmediatamente que eran resultado de una succión brutal. Más de una vez habían tenido ocasión de encontrar en los hospitales hombres y mujeres succionados, en virtud de ese salvaje sadismo en que degenera el amor en ciertos temperamentos groseros. No es raro que 76

DRAE. Estado de extrema desnutrición producido por enfermedades consuntivas, como la tuberculosis, las supuraciones, el cáncer, etc.


el amo y los instintos sanguinarios y feroces evolucionan paralelamente; y en muchas especies animales el amor es el antecedente de la muerte o, mejor dicho, ésta es la consecuencia de aquél. Como era natural suponer, esas manchas de Hansen tenían algún origen y esto acaso podría orientarme sobre las causas de ese estado comatoso y de ese debilitamiento general del pobre joven. Esto era en primer lugar lo que necesitaba averiguar. Rogué a la señora que hiciera salir a sus hijas y al jovenzuelo que fue a buscarme. Una vez que estuvimos solos, le dije: –Señora, su hijo presenta huellas de haber sido succionado por alguien que ha estado con él, bien aquí, bien fuera de la granja. ¡Oh, señora!, comprendo su sorpresa: hay cosas que ignora usted, que no puede concebir un alma sencilla y que no es noble descubrir: no obstante, debo advertirle que observo en torno de su hijo, que presiento cerca de él la nociva influencia de algún ser perverso. Dígame usted, pues, señora, si además de usted y de sus hijos viven otras personas aquí. –Mi marido, ausente por pocas semanas, una doncella de mis hijas y dos viejos sirvientes más. – ¿Tienes usted fe en la moralidad de la doncella? –Oh, sí señor; fe absoluta... –Es mucho decir, señora... Perdóneme usted este interrogatorio sobre la intimidades de su casa, pero créame que necesito enterarme de ciertas cosas para diagnosticas la enfermedad de su joven hijo y fijar el tratamiento. Dígame si el joven Hansen es aficionado a... a los amores ligeros, a los pasatiempos galantes, vamos, si comete calaveradas como la mayoría de los jóvenes de su edad; si bebe, si se recoge tarde y cuáles son sus costumbres. –Hansen no vive sino para su novia, así como ella no vive sino para él. Ignoro si comete las calaveradas a que usted alude; pero no lo creo, porque todo el tiempo le es corto para visitar a su Alicia. En las mañanas pasea con ella por los bosques con sus hermanos, por la tarde reemplaza a su hermano en el trabajo de vigilar los sembríos; en las noches vuelve donde su novia. Advertiré a usted que estas entrevistas son siempre en presencia de mis hijos o de los padres y hermanos de Alicia. A las diez de la noche se acuesta Hansen. –Una última pregunta, señora: ¿tiene usted seguridad de que después de esa hora nadie se ve con Hansen, y de que el joven no sale furtivamente de casa? Nada me oculte usted, señora, porque a pesar de los buenos informes que me da, puedo asegurarle que algo misterioso pasa por las noches, algo que está matando a su hijo.


La señora, llorando, me aseguró la moralidad de su hijo, que la puerta se cerraba en cuanto Hansen llegaba, que la doncella dormía en la habitación contigua a la de sus hijas, que el perro dormía junto al cuarto de Hansen. Tantas seguridades me dio que vacilé en el concepto que tenía formado sobre las causas de la consunción del joven enfermo. Le hice dar un enérgico cordial y a poco Hansen despertó, expresando su rostro un gran asombro. –¿Qué sucede, madre? ¿Por qué me rodeáis? Cogí el brazo izquierdo del joven y mostrándole una de las manchas rojizas que cruzaba una arteria le pregunté mirándole fijamente. –¿Quién he hecho esto? ¿Y esta... contusión del cuello? ¿Y ésta del pecho? Hansen pareció estupefacto con mis preguntas. Luego, como quien recuerda, me respondió: –Ah sí, sí... Ya había yo observado esto en las mañanas al bañarme, pero no me ocasionaba dolor ni molestia alguna, no he vuelto a acordarme de ello. Y al notar la consternación y tristeza de su madre, se incorporó en el lecho: – ¿Pero acaso es algo grave, doctor?... ¿Serán viruelas? ¿Qué es de Alicia? Que no venga Alicia. Era tan sincera su ignorancia, tan noble el acento de su voz, que no me quedó ya duda de que Hansen no tenía la menor culpabilidad de su mal. Al cabo de un rato de conversar con Hansen y su madre, me despedí. Dejé un régimen reparador. Hice cerrar bien una ventanilla alta que se había entreabierto, y encargué a la señora que velara atentamente el sueño del joven. Prometí volver al día siguiente. Al salir y montar mi caballo noté que el animal estaba asustadísimo. En muchos sitios del camino percibí aullidos y gritos lejanos de mujeres y en dos o tres ocasiones sentí como el zumbido de piedras que manos invisibles disparaban contra mí. Largo rato medité en mi cama sobre el caso extraño del joven Hansen. Al día siguiente fui en las primeras horas de la noche a ver a mi enfermo. Su semblante estaba mejor. La señora me refirió que siguiendo mi prescripción había velado el sueño de su hijo y que constantemente tuvo que levantarse a cerrar herméticamente la ventana de la habitación, porque el aire con furia inusitada había estado empujando las hojas. ¡Y esa noche no había corrido viento! A las nueve hice acostar en mi presencia al joven Hansen. Ordené que le dieran de beber leche, huevos crudos y una copa de Oporto. Poco después se durmió. Entonces colgué paralela a su


cama una cortina negra que había llevado, apagué la luz, abrí un poco la ventana y me escondí en un rincón bien obscuro tras de unos muebles para observar a mi enfermo. Pasáronse más de dos horas. No llegaban a mis oídos más ruidos que el tranquilo de la respiración de Hansen, el canto de los gallos de la vecindad y el mugido de las vacas de la granja. Oí sonar las doce en un reloj de cuco. Esperé más. De pronto oí lejanas voces de mujeres mezcladas con aullidos. Levanté sigilosamente la cabeza hacia la ventanilla. Vi una nube informe que se agitaba entre las rejas, una especie de remolino de líneas tenues, de formas vagas y deshechas, de cuerpos aéreos indecisos; poco a poco todo fue definiéndose, los ruidos se convirtieron en cuchicheos y las formas vagas condensándose en cuerpos de mujeres. Como aves carniceras se dejaron caer sobre los armarios y muebles. Eran mujeres blancas de formas nerviosas y cínicas; tenían los ojos amarillos y fosforescentes como los de los búhos; los labios de un rojo sangriento, eran carnosos y detrás de ellos, contraídos en perversas sonrisas, se veían unos dientecillos agudos y blancos como los de los ratones. Los cuerpos de esas mujeres tenían el brillo oleoso de superficies barnizadas y la transparencia lechosa del ópalo. La primera que bajo se precipitó ansiosa sobre el joven dormido y le besó rabiosamente en la boca; luego, con una contracción infame de sus labios, cogió entre los dientes el labio inferior de Hansen y le mordió suavemente, y siguió succionando su sangre, mientras su cuerpo se agitaba diabólicamente y sus ojos despedían un fulgor verdoso que alumbraba la cara del dormido. Bajaron al lecho otras dos: parecían hambrientas de sangre y placer; una se apoderó de una oreja, otra sentóse en el suelo, y con la punta de la lengua, que debía ser áspera como la de los felinos, se puso a acariciar la planta de los pies de Hansen. Estos contraíanse como electrizados. Otra, siniestramente, hermosa, se arrodilló en la cama y, con la espina dorsal encorvada, con los cabellos echados sobre la frente, adhirió su boca al pecho de Hansen: parecía una hiena devorando un cadáver. Todo el cuerpo del joven se retorció con una desesperación loca que tanto podía ser la contracción de un placer agudo o de un violento dolor: agitábase con la inconsciencia de un pedazo de carne puesto en las brasas. Y otra y otras más, diabólicas, hermosas, perversas, bajaron y adhirieron sus cabezas a diferentes partes del cuerpo de Hansen. Los cuerpos opalinos de esas malditas se destacaban sobre la tela negra con toda la precisión. Veía pasar gota a gota la sangre succionada por esas bocas infernales, veía correr esa sangre pálida por las venas, subirles al rostro y colorear esas lívidas mejillas de un rosado tenue... El terror me había paralizado y mis esfuerzos por gritas eran vanos. A los cinco o diez minutos de


esa horripilante escena de vampirismo, me repuse algo: di un salto brusco como si tuviera en mi cuerpo muelles súbitamente libertados de un obstáculo que les impidiera la distensión. Las vampiras huyeron dando aullidos tan espantosos que mis cabellos se erizaron. De un salto o vuelo se precipitaron a la ventanilla y escaparon chillando. La puerta se abrió y entró la madre de Hansen aterrada, a medio vestir. Aún se oía el lejano aullido de esas mujeres siniestras. –¿Qué ha sido eso? –me preguntó temblando de terror y pálida como un muerto. –Señora, son las vampiras, que desde hace tiempo están asesinando al hijo de usted. Al verse sorprendidas en su infame obra han huido. La madre de Hansen cayó desmayada de espanto. Cuanto volvió en sí, se arrodillo a mis pies y cogiéndome las manos me dijo: –Salve usted a mi hijo, doctor, sálvele del poder de esas furias infernales...; mi vida, la de mi esposo, a de mis hijos, será consagrada al servicio de usted, nuestra fortuna será suya, doctor... Ofrecí a la señora agotar los recursos de la ciencia para salvar a Hansen. Pero era tarde; todo mi esfuerzo fue inútil. Dos días después murió el pobre joven, alegre, sin darse cuenta, creyéndose sano, como te has creído tú, amigo mío. Un dato: Hansen había cortejado a muchas jóvenes antes de amar a su novia. Y muchas de las bellas aldeanas se morían de amor por el galán, quien enamorado profundamente de Alicia en los últimos tiempos, las desdeñaba. III Al día siguiente me esperaban mi madre y la pequeña Natalia, llenas de ansiedad. En cuanto llegué a mi casa observaron la mejoría que yo había experimentado, pero se alarmaron al ver que un pensamiento sombrío vagaba por mis ojos. Las tranquilicé asegurándoles que pronto estaría sano y fuerte con el régimen curativo que me había trazado el médico. La pequeña y esbelta Natalia saltó a mis brazos palmoteando de alegría; en un momento en que estuvimos solos, me besó en los ojos con tal ahínco y amor que mis carnes se estremecieron... ¡Así debían de besar las vampiras! Toda la tarde dormí con la cabeza reclinada sobre las rodillas de mi novia, quien había obtenido


permiso de su familia para pasar el día en mi casa. En la noche no pude dormir. A las tres de la mañana tenía los ojos cerrados; pero no dormía. Oí de repente pequeños ruidos, ligeros crujidos, y luego el deslizamiento de algo impalpable sobre la alfombra. El cabello se me erizó de espanto. Sentí que el aliento tibio y perfumado de unos labios de mujer me acariciaba la sien, y una voz sin ruido me murmuró al oído candentes frases de amor, promesas de infinita dicha. Luego sentí que un cuerpo duro y ardoroso, que no pesaba, tomaba sitio a mi lado y que unos labios se adherían a mi cuello. Loco de terror me incorporé dando un grito ahogado; y tratando de asir y estrangular a la maldita vampira sólo logré morderla en el brazo. Y como si en mis dientes y en mi lengua tuviera yo los ojos y la conciencia; como si alguna vez hubiera yo probado su sangre, tuve –sin ver ese cuerpo que huyó o se desvaneció– la sensación de que esa carne que mordía era la de la pequeña y esbelta Natalia. Toda la mañana estuve preocupado; por la tarde, en cuanto vi a mi novia, le supliqué me enseñara el brazo a la altura del codo... ¡Tenía una lastimadura reciente! No averigüé más. Me separé bruscamente de mi novia, y montando en mi caballo fui a ver al doctor, a quien referí con aire sombrío lo que me había pasado, y mi resolución de desenmascarar a esa infame bruja, que se dedicaba a satisfacer sus innobles instintos vampíricos, y fingiéndome el más apasionado amor me estaba asesinando. –El doctor me escucho con profunda atención, reflexionó un rato y luego se echó a reír: –Lo que me has referido comprueba algo que me ha preocupado constantemente... No debes tener ninguna idea depresiva sobre tu novia, la cual merece tu amor y respeto, porque es pura como los ángeles. Lo que hay es que no porque sea pura, inocente y buena, deja de ser mujer, y como tal tiene imaginación, deseos, ensueños y cálculos de felicidad; tiene nervios, tiene ardores y vehemencias naturales, y, sobre todo, te ama con ese amor equilibrado de las naturalezas sanas. Son sus deseos, sus curiosidades de novia, su pensamiento intenso sobre ti, los que han ido a buscarte anoche. Los pensamientos, en ciertos casos, pueden exteriorizarse, personalizarse, es decir, vivir y obrar, por cierta energía latente en inconsciente que los acompaña, como seres activos, como entidades sustantivas, como personas. Toda ello es obra de la fuerza psíquica que tiene un radio de acción infinito y cuyas leyes son aún misteriosas. Si preguntas a tu prometida qué hacía anoche, a la hora en que tuviste la visión, te responderá que pensaba en ti, que soñaba contigo. Quizá nada de esto, porque el fenómeno misterioso se verifica también en la más absoluta inconsciencia, y acaso con más fuerza. Créeme, Stanislas, es muy vasto el poder de la


personalidad humana. Ahora, he aquí el régimen terapéutico que te prescribo: cásate con tu novia. Cásate hoy mismo; si no es hoy, mañana; y si no es mañana, lo más pronto que te sea posible. Ese es tu remedio. Y... el de tu novia.

IV El doctor Max Bing es indudablemente un sabio. ¡Y cuán hermosa e inofensiva mi vampira! Os deseo cordialmente una igual.


Madame Venus77 Manuel Gutiérrez Nájera Tomábamos juntos la ambarina cerveza de Strasburgo78, cuando pasó en su rápido cupé. –¿La conoces? –me dijo Luis dejando el vaso. –Sí –le contesté–, es Madame Venus79. No sé su verdadero nombre; ignoro su condición y procedencia; mas ¿qué importa? para mí viene siempre del Olimpo80. –O del infierno. Esas uñas delicadamente sonrosadas se encajan como garfios en la carne; esos brazos aprietan hasta sofocar; esa boca devora fresas y fortunas. – ¡Imposible! –Huye de ella: es la epidemia. Los deseos que despierta son mortales como el cólera. Es una forma bella de la muerte. ¿Quieres saber su historia? Vas a oírla. No se sabe a punto fijo en qué parte nació. Es una mujer internacional. Cuando alguno de sus amantes le pregunta si es belga o nació en Francia, ella contesta: "¿Para qué averiguarlo? Sólo sé que me concibieron mis padres en un momento de admiración". Y en efecto, Madame Venus, como tú la llamas, es divinamente hermosa. La única pureza que tiene es la pureza de las líneas. Un artista podría encontrar su boca algo incorrecta y su nariz un tanto cuanto canalla; pero esas imperfecciones la hermosean. Posee la serenidad de las estatuas y el gracioso mohín de las grisetas. Los griegos, admiradores de la desesperante perfección, no la habrían venerado como diosa: los parisienses, sí. Sin duda alguna, esa mujer no puede haber nacido de una familia honesta de trabajadores. Procede de una selección mejor. La madre sería tal vez vulgar y pobre:

77

Cuentos completos y narraciones, Ed. Fondo de Cultura Económica. México: 1958. Ciudad de Francia, capital y principal urbe de Alsacia. 79 Venus fue, en un principio, la diosa romana de los jardines y los campos; posteriormente se le asoció con la belleza y el amor. A pesar de las varias versiones que existen sobre su procedencia, éstas tienen un punto de unión al señalar que todos los dioses competían por el amor de Venus. Aun estando casada con Vulcano, lo engañó frecuentemente con Marte (de esa unión nace Rómulo). Pero un día fue sorprendida por su esposo, quien los encarceló a ambos en una red. Avergonzada, Venus abandonó por un tiempo el Olimpo. 80 Para la mitología, el Olimpo era el hogar de los principales dioses, presididos por Zeus. Los griegos creían que en él se habían construido mansiones de cristal en la que moraban sus deidades. 78


el padre, no. De éste ha heredado la distinción y la elegancia; de aquélla los instintos bellacos y la avidez de prostituta. Podría jurarse que nació de contrabando. Más ¿a qué remontarse a los comienzos de su vida? Las fuentes del Nilo81 son ignotas82. Nadie puede decir a ciencia cierta cuál es el microbio que produce el cólera asiático. Confórmate con verla tal como es: por otra parte, sería preciso hacer un gran esfuerzo de imaginación para figurarse cómo era cuando niña. Yo le niego hasta el candor supremo de la infancia. Hay mujeres que nacen de treinta años. ¿Los ha cumplido Madame Venus? La edad de las estatuas no puede determinarse a primera vista con absoluta precisión. Y Madame Venus es una escultura de carne. No busques en ella más que la hermosura plástica; cuando va al templo para exhibir su traje o aprovecharse de la puerta de la sacristía, y oye que el ángel de la guarda llama a su alma, dice "¡Ausente!" ¿Para qué habría servido el alma a Madame Venus? El alma no se viste de raso, ni tiene hombros desnudos que enseñar; el alma es como esas costureritas honradas a quienes nadie conoce: el alma es cursi. Puedes decir que el alma sirve para amar; pero Madame Venus no ha amado nunca. El amor da a todas las caídas la gracia de los gladiadores romanos. Caer amando es caer de rodillas. Madame Venus cae como la mano gruesa del ladrón sobre un puñado de monedas. Mejor dicho, Madame Venus no ha caído nunca. Nació acostada y en el suelo. El único amor que siente es el amor inmenso a su hermosura. Por eso la perfuma, la reviste de encajes y de sedas, y le da como ofrenda joyas y oro. Si pudiera ponerse de rodillas, sin que su propia imagen mudase de actitud en el espejo, se arrodillaría ante sí misma. Ella es la diosa, el sacerdote y el creyente. Si amara, apostataría. ¿Qué es el mundo para ella? Un vasto campo en el que puede pedirse la bolsa o la vida amartillando la mirada, como lo hacen los bandoleros en el bosque amartillando la pistola. Madame Venus tiene el oficio más prosaico: el de ladrona. Roba en primer lugar a su marido, a quien no da nada en cambio de la modista, el palco y el carruaje. Y también roba a todos sus 81

El río Nilo es el mayor río de África y fue considerado anteriormente como el río más largo del mundo. En una exploración patrocinada por la Sociedad Geográfica de Londres, los oficiales Richard Burton y John H. Speke partieron de Zanzíbar en junio de 1857 a una expedición en la que encontraron el nacimiento del Nilo. Este río seguía constituyendo un misterio antes de ese descubrimiento, al menos por lo que respectaba a sus fuentes, aun avanzado el siglo. 82 DRAE: Desconocidas, no descubiertas.


amantes el corazón, la honra y la fortuna. Casó con un banquero, como el ladrón entra de preferencia en una casa rica, buscando objetos más valiosos que apropiarse. Hurta para su cuerpo, así como otros roban un pedazo de pan para sus hijos que se mueren de hambre. Ama mucho sus brazos mórbidos, sus hombros, su garganta torneada: es el amante de su propia hermosura. Y ávida siempre, registra con la mirada los bolsillos y saca las monedas con los dientes. Ha tenido tantos amantes como trajes: uno, azul; otro, Pablo; éste, crema; aquél, Arturo. Pero estudia la lista de los mil y tres. ¡Ninguno pobre! ¡Yo la perdonaría si hubiera amado a su cochero! Sus cartas de amor están escritas en papel Wattman... rayado para cuentas. Ve la moneda de oro que brilla en el fondo del estanque y se lanza a cogerla con la habilidad del buzo. Así ha bajado a muchos corazones. Logrado su deseo, deja al amante. Esto es, sale del estanque y se enjuga con una toalla. No, no es Madame Venus; es Madame Vampiro. ¿Has visto alguna vez cómo chupan los niños las naranjas, pegando los labios a un pequeño agujerito, y las dejan enjutas como la vejiga llena de aire que se taladra con un alfiler? Pues eso hace con las fortunas Madame Venus. Pega los labios a la nuca del caudal, y le sorbe hasta la última gota del oro. Cierta vez penetré en su tocador. Mientras la diosa rapaz aparecía, entretúveme en ver y registrar el guardarropa y los estuches de las joyas. Y me pareció oír que las piedras preciosas murmuraban: Coro de diamantes. –Somos las piedras insolentes y criminales. Somos el carbón aristocrático. Somos la calumnia de la gota de agua. Somos el rocío de la mujer. Para nosotros, sólo para nosotros, es la hermosura de Madame Venus. Y corremos, saltamos y brillamos en ese cuerpo de alabastro como traviesos duendes. Sólo es nuestra. Los aretes de perlas. –Nosotros oímos las quejas amantes que han llegado a sus oídos. Cuando el amante es pobre, contestamos. "Vuelva Ud., la señora no está en casa".


El collar. –Yo rodeo su garganta escultural. Soy una libranza falsificada. Dos brillantes. –Somos dos lágrimas de una mujer honesta y bella, que espera en vano a su marido. Un anillo. –Yo fui robado por un hijo a su propia madre. Un rubí. –No hagáis ruido. ¡Soy una gota de sangre! Y aquel coro infernal era absolutamente verdadero. Madame Venus roba: su belleza tiene trescientas hipotecas. Y sin embargo, ¡he visto ahorcar a muchos ladrones y prender a muchas cortesanas! Algunas veces, cuando la caza escasea en el tiempo malo, Madame Venus recurre a medios más ruines que los habituales. Roba entonces con cincuenta y dos cómplices, entre los que figuran cuatro reyes, cuatro caballeros y cuatro damas. Y con dos ganzúas tan formidables como delicadas: los pies. Observa la mesilla de palisandro en que juegan al póker. Madame Venus está impasible: es la ladrona augusta. Las cartas, obedeciendo las leyes de una sabia combinación, la favorecen. El jugador quisiera huir, mas, de improviso, siente el contacto de un pie tímido que comienza a atreverse. Y a medida que las distancias se estrechan y los pies se hablan entre sí de muchas cosas, las pérdidas aumentan. Hay opresiones de ese pie aleteante que cuestan un billete de mil pesos. Y cuando acaba la sesión, queda pobre, arruinada, una familia. Los reyes vuelven con su manto de púrpura a la inmovilidad del trono. Los caballos ya no caracolean sobre onzas de oro, y los pequeños pies de Madame Venus se apartan de los botines derrotados. ¡Han ganado la batalla! ¡Huye de ella! No viene del Olimpo como tú crees: viene del Ganges83. Es una fuerza destructora. Disuelve los corazones en su copa de oro, como Cleopatra84 disolvió una perla. Acabo de presentarla a tus ojos de cuerpo entero. Mas no conoces todavía los pormenores de los dramas en que ha figurado como protagonista. Voy a referirte algunos para librarte del contagio. Apura tu 83

En el hinduismo, el río Ganges está personificado bajo la forma de la diosa Ganga, una mujer de gran belleza, es ésta la razón por la cual dichas aguas poseen un carácter divino en la religión. Se cree que cada inmersión en él sirve para expiar un pecado, además de que, al arrojar las cenizas del difunto, se evita el ciclo de reencarnaciones. 84 Reina de Egipto, famosa por su belleza y su gran poder de seducción; por su romance con Julio César y más tarde con Marco Antonio.


cerveza de Strasburgo y pide otras dos botellas. Pero aguarda... Tengo que dejarte. Han dado ya las seis en el reloj de la sala de mi novia. Mañana u otro día hablaremos largamente de Madame Venus y sus aventuras. Sin embargo, no olvides, entretanto, mis consejos. Amárrate como Ulises al mástil del navío, para no ceder a la tentación de las sirenas 85. Si no encuentras un mástil, amárrate a tu bastón de cerezo. Lo dicho: Madame Venus es ladrona. Pero, –a decir verdad– huelgan todos mis consejos. Madame Venus huye de las carteras deshabilitadas. No meterá la mano en los bolsillos de tu chaleco: ¡no es ratera!

85

En el canto XII de La Odisea, Ulises se muestra advertido por la diosa Circe de lo peligroso que era el canto de las Sirenas, Ulises ordenó tapar con cera los oídos de su tripulación y se hizo atar al mástil del navío. Si por el hechizo musical pedía que lo liberaran, debían apretar aún más fuerte sus ataduras. Gracias a esta estratagema, Ulises fue el único ser humano que oyó el canto y sobrevivió a las sirenas, que devoraban a los infaustos que se dejaban seducir.


Antífona86 Manuel Machado

Ven, reina de los besos, flor de la orgía, amante sin amores, sonrisa loca... Ven, que yo sé la pena de tu alegría y el rezo de amargura que hay en tu boca.

Yo no te ofrezco amores que tú no quieres; conozco tu secreto, virgen impura; amor es enemigo de los placeres en que los dos ahogamos nuestra amargura.

Amarnos... ¡Ya no es tiempo de que me ames! A ti y a mí nos llevan olas sin leyes. ¡Somos a un mismo tiempo santos e infames, somos a un mismo tiempo pobres y reyes!

¡Bah! Yo sé que los mismos que nos adoran, en el fondo nos guardan igual desprecio. Y justas son las voces que nos desdoran... Lo que vendemos ambos no tiene precio.

Así los dos, tú amores, yo poesía, damos por oro a un mundo que despreciamos... ¡Tú, tu cuerpo de diosa; yo, el alma mía!... Ven y reiremos juntos mientras lloramos.

Joven quiere en nosotros Naturaleza 86

Palabra de origen latino (antiphona) que significa voz que responde.


hacer, entre poemas y bacanales, el imperial regalo de la belleza, luz, a la oscura senda de los mortales.

¡Ah! Levanta la frente, flor siempreviva, que das encanto, aroma, placer, colores... Diles con esa fresca boca lasciva... ¡que no son de este mundo nuestros amores!

Igual camino en suerte nos ha cabido. Un ansia igual nos lleva, que no se agota, hasta que se confunda en el olvido tu hermosura podrida, mi lira rota.

Crucemos nuestra calle de la amargura, levantadas las frentes, juntas las manos... ¡Ven tú conmigo, reina de la hermosura; hetairas87 y poetas somos hermanos!

87

DRAE, En la antigua Grecia, cortesana, a veces de elevada consideración social. ll Prostituta.


La bella Otero88 José Juan Tablada89 México (1871-1945)

¡Arcángel, loba, princesa, lumia, súcubo, estrella! Con el espanto de los abismos y la fragancia de los jardines pasas devastadora como una plaga; fatal y bella y en carne urente clavan su huella tus escarpines90...

Blanco sarcófago de tibio mármol y seno obscuro lleno de bálsamos y refulgente de pedrería, arrodillados hasta tu plinto glacial y duro van los amantes para que hieles su amor impuro, para que acojas los estertores de su agonía.

El fiero prócer que entró a tu alcoba, salió mendigo, pero glorioso y ebrio del vino de tus histerias, hoy rumia lirios..., piensa en tu ombligo... ¡Y un sol irradia sobre la noche de sus miserias!

Allá en su celda, habla el demente que enloqueciste de tu melena quebrada y bruna y de tu vientre árido, triste y luminoso, como los valles que hay en la luna...

88

Los mejores poemas, Ed. UNAM. México: 1971. El título del poema hace referencia a Carolina Otero “La Bella Otero”, quien fue una bailarina, cantante, actriz y cortesana de origen español afincada en Francia y uno de los personajes más destacados en los círculos artísticos y la vida galante de París durante la última década del siglo XIX. Otero, a pesar de sus éxitos profesionales, consiguió también ascender en el mundo artístico prostituyéndose y haciéndose amante de hombres influyentes. 90 DRAE: Zapato de mujer de tacón alto y embocadura redondeada. 89


Cuando bailas sacudiéndote la ropa, ¿es tu falda suntuosa, inversa copa que derrama los almizcles y el ardor? Y tus largas piernas dentro de las medias tenebrosas ¿surgen de ávidos abismos o entre jardines de rosas, son tentáculos bestiales o pistilos de una flor?

Cuando bailas y tus piernas entre espumas de batista dejas ver, ¡oh Salomé!91, con un beso entre los labios la cabeza del Bautista cae sangrando hasta tu pie...

Cuando bailas, inflamada, dislocada, enardecida y agitadas por tus muslos las ropas vienen y van, en el fondo de esa sirte pone el efebo su vida y tú la absorbes, siniestra, como a la hoja el huracán...

¿Qué candor más diamantino que tu crimen y tu incuria? Eres pantano y cisterna y oasis y desierto, das la muerte sonriendo y el gran sol de tu lujuria blanquea las osamentas de los que a tus pies han muerto inconsciente como un ídolo, eres trágica y fatal y entre flores y cantando como Ofelia..., vas al mal.

91

Herodes el tetrarca había tomado como esposa a Herodías, la mujer de su hermano Felipe. Este hecho fue denunciado por Juan el Bautista, a quien se encarceló, pues no podía ser asesinado por temor a represalias por parte del pueblo. El día del cumpleaños de Herodes, Salomé realizó una danza para él, la cual le agradó tanto que éste le permitió, bajo juramento, que le pidiese como regalo lo que quisiera. Aconsejada por su madre, Salomé pidió la cabeza de Juan el Bautista en una bandeja de plata. Como había dado su palabra, Herodes lo mandó decapitar, y un guardia se encargó de entregarle la cabeza a Salomé como la había pedido. (Véase: Mateo 14:1-12, Marcos 6:14-29 y Lucas 9:7-9). Salomé ha sido representada por numerosos autores a lo largo de los siglos en los que ha evolucionado la manera de concebir a esta mujer, sus danzas y su relación con los demás personajes de la historia en la que participa. Es la personalización del pecado carnal.


Así brilla en tus miradas un oriente de ternura, un candor, llanto represo de tus ojos en las piedras, claras perlas engastadas en la torpe ojera obscura, o rocío matutino sobre el cáliz de las hiedras...

Por entre rosas y surtidores y propileos, larvas que surcan el alabastro de hundida estatua, van por tu carne las caravanas de los deseos tras de una estrella polar que es fósforo de lumbre fatua.

O bien tu cuerpo todo desnudo con ansia treme sobre la rada llena de aromas del hondo lecho, y cuando partes como la ebúrnea y ágil trirreme, al galeote que te tripule dejas que reme e hinchas cual vela comba y airada tu blanco pecho...

¡Y tus suspiros y tus sollozos son tempestades, por las canciones de las sirenas atravesadas, y abres los ojos y se derraman las claridades, y abres los labios y soplan brisas embalsamadas!

Tras del periplo llegó el esquife al desamparo del arrecife; inertes yacen tus brazos blancos como dos remos de tersa plata; y una bandera —tu cabellera— la del pirata tiende su luto sobre tus flancos...


Sangra en la noche del Desencanto, rojo lucero, y desmayando junto al abismo de tus amores la caravana llega al osario y al pudridero por entre rosas y propileos y surtidores.


Misa negra92 José Juan Tablada93 ¡Emen Hetan! (Cri des stryges au sabbat)94

¡Noche de sábado! Callada está la tierra y negro el cielo, palpita en mi alma una balada de doloroso ritornelo.

El corazón desangra herido por el cilicio de las penas y corre el plomo derretido de la neurosis en mis venas.

¡Amada, ven! Dale a mi frente el edredón de tu regazo, y a mi locura, dulcemente, lleva a la cárcel de tu abrazo.

¡Noche de sábado! En tu alcoba 92

Los mejores poemas, Ed. UNAM. México: 1971. La mayoría de las notas respecto a este poema han sido extraídas del artículo “«Misa negra» o el sacrilegio inacabado del modernismo” por Esther Hernández Palacios, obtenido del portal del Repositorio Institucional de la Universidad Veracruzana. Consultado el día 3 de noviembre del 2014. 94 El poema, consistente en diez cuartetos eneasílabos con rimas consonantes ABBA, inicia con un epígrafe en hebreo y francés. Este epígrafe desaparece en la publicación al periodo modernista Los mejores poemas de José Juan Tablada, en donde “Misa negra” aparece antologado entre las que el poeta consideraba sus más valiosas obras poéticas. Para la presente antología se decidió retomar dicho epígrafe pues el afrancesamiento es, como en todos los modernistas, una característica de la poesía de Tablada de la época. El poeta dominaba el francés y aseguraba en Las sombras largas que “todas las cosas bellas de la vida tenían entonces un nombre francés […] todos nos iniciamos constantemente y eficazmente en el espíritu de la Francia bien amada.” 93


flota un perfume de incensario, el oro brilla y la caoba tiene penumbras de santuario.

Y allá en el lecho do reposa tu cuerpo blanco, reverbera como custodia esplendorosa tu desatada cabellera.95

Toma el aspecto triste y frío de la enlutada religiosa y con el traje más sombrío viste tu carne voluptuosa.96

Con el murmullo de los rezos quiero la voz de tu ternura, y con el óleo de mis besos ungir de Diosa tu hermosura.

Quiero cambiar el beso ardiente de mis estrofas de otros días por el incienso reverente de las sonoras letanías.

Quiero en las gradas de tu lecho doblar temblando la rodilla...

95

Después de presentarnos metonímicamente fragmentados a los antes, la quinta estrofa presenta el cuerpo desnudo y blanco de la amada. 96 En la liturgia católica, la misa es la repetición del sacrificio de Cristo, en el que él mismo ofrece su cuerpo y su sangre para redimir a los hombres, en la quinta y las siguientes estrofas se retomarán elementos de la misma para aludir a la redención que permite la amada. Estos paralelismos causaron que el poema fue objeto de crítica y censura, por lo que Tablada renunció a la sección literaria del periódico El País.


Y hacer el ara de tu pecho y de tu alcoba la capilla.

Y celebrar ferviente y mudo, sobre tu cuerpo seductor ¡lleno de esencias y desnudo, la Misa Negra de mi amor! 97

97

Esta última estrofa se relaciona paralelamente con la quinta presentada anteriormente, pues en ésta también se presenta el cuerpo desnudo y lleno de esencias del yo poético, lográndose así un clímax final que une a los amantes en el sacrificio erótico.


Ite, missa est98 Rubén Darío99 Nicaragua (1867-1916) A Reynaldo de Rafael

Yo adoro a una sonámbula con alma de Eloísa,100 virgen como la nieve y honda como la mar; su espíritu es la hostia de mi amorosa misa, y alzo al són de una dulce lira crepuscular.

Ojos de evocadora, gesto de profetisa, en ella hay la sagrada frecuencia del altar:101 su risa en la sonrisa suave de Monna Lisa; sus labios son los únicos labios para besar.

98

Poemas escogidos, Ed. Lectura selecta. México: 1919. Ite, missa est son las palabras latinas dirigidas por parte del sacerdote a la gente al término de la ceremonia religiosa. La palabra "misa" se deriva de la frase. 100 Eloísa, personaje famoso de la cultura medieval, era una bella joven de talento excepcional, sobrina de Fulberto, canónigo de París. Había nacido en 1101. Abelardo, que vivía en casa de Fulberto, sedujo a Eloísa bajo el pretexto de cultivar su formación filosófica. Luego de lograr conquistarla, Eloísa quedó embarazada a los diecisiete años, por lo que Abelardo decidió raptarla para conducirla a Bretaña. Allí, dio a luz un niño en la casa de la hermana de su amante. Fulberto asesinó a Abelardo luego de su traición. Darío escoge como primer personaje presentado en el poema a una mujer pecadora, característica que se contrapone con el verso siguiente. 101 El autor utiliza una serie de palabras relacionadas con el sacramento de la eucaristía, tales como hostia y altar, esto con el propósito de enfatizar el carácter virginal de la amada. 99


Y he de besarla un día con rojo beso ardiente; apoyada en mi brazo como convaleciente me mirará asombrada con íntimo pavor;

la enamorada esfinge quedará estupefacta; apagaré la llama de la vestal intacta ¡y la faunesa antigua me rugirá de amor!


El vampiro102 Efrén Rebolledo México (1877-1929)

Ruedan tus rizos lóbregos y gruesos por tus cándidas formas como un río, y esparzo en su raudal crespo y sombrío las rosas encendidas de mis besos. En tanto que descojo los espesos anillos, siento el roce leve y frío de tu mano, y un largo calosfrío me recorre y penetra hasta los huesos. Tus pupilas caóticas y hurañas destellan cuando escuchan el suspiro que sale desgarrando mis entrañas, y mientras yo agonizo, tú, sedienta, finges un negro y pertinaz vampiro que de mi ardiente sangre se sustenta.

102

Fragmento de “Caro victix”


A una francesa103 Amado Nervo México (1870-1919)

El mal, que en sus recursos es proficuo104, jamás en vil parodia tuvo empachos105: Mefistófeles106 es un Cristo oblicuo que lleva retorcidos los mostachos.

Y tú, que eres unciosa como un ruego y sin mácula y simple como un nardo107, tienes trágica crin dorada a fuego y amarillas pupilas de leopardo.

103

Texto obtenido de: http://www.ciudadseva.com/textos/poesia/ha/nervo/a_una_francesa.htm, consultado el día 3 de noviembre de 2014. 104 DRAE: Provechoso, ventajoso, favorable. 105 DRAE: Dificultad, estorbo. 106 Mefistófeles es un demonio del folclore alemán. Es comúnmente considerado como un subordinado de Satanás encargado de capturar almas. En la obra Fausto de Goethe, Fausto es un hombre sabio insatisfecho por la limitación de su conocimiento e incapaz de ser feliz. Entonces, Mefistófeles le ofrece los mayores placeres de la vida a cambio de su alma. 107 El perfume de nardo ha sido muy apreciado y cotizado desde la antigüedad. En la Biblia se relata que cuando Jesús de Nazaret asistió a una cena en la casa de María de Betania, ésta demostró su devoción por él tomando una libra de perfume de nardo genuino de un frasco de alabastro y le ungió los pies con el mismo. Esta acción provocó la ira de Judas Iscariote quien dijo que podría haber sido vendido el perfume en 300 denarios para ayudar a los pobres.


Tertulia lunática108 (fragmento: canto VII) Julio Herrera y Reissig109 Uruguay (1875-1910) Mefistófela110 divina, miasma111 de fulguración, aromática infección de una fístula divina... ¡Fedra112, Molocha113, Caína114, cómo tu filtro me supo! ¡A ti - ¡Santo Dios! - te cupo ser astro de mi desdoro; yo te abomino y te adoro y de rodillas te escupo! Acude a mi desventura con tu electrosis de té, en la luna de Astarté115 que auspicia tu desventura... Vértigo de asambladura 108

Poesía completa y prosas, Madrid: ALLCA XX; México: Fondo de Cultura Económica, 1998. Es importante notar que a lo largo del poema el poeta se referirá a la mujer en un tono despectivo relacionándola con personajes literarios de carácter negativo poniendo los nombres de estos (cuando son entidades masculinas) en un género femenino. 110 Demonio de la literatura medieval que asiste al doctor Fausto desde el primer momento en que éste le entrega su alma al Príncipe del infierno. (Véase: Jean Chevalier, op. cit. p. 703-704). 111 Miasma, s. m. (gr. Miasma, mancha). Emanación fétida que se desprende de cuerpos enfermos, de materias en descomposición o de aguas estancadas. 112 Es uno de los personajes del diálogo platónico El banquete que trata, además del asunto de la relación entre la filosofía y la retórica, del amor. 113 Molok en las lenguas semíticas significa “rey”. Se convirtió en el nombre de una divinidad adorada por los pueblos de Moab, de Canaán, de Tiro y de Cartago y fue confundida a menudo con Baal. Sin duda es necesario ver en Molok la vieja imagen del tirano, celoso, vindicativo, despiadado, que exige a sus súbditos obediencia hasta la sangre y toma todos sus bienes, hasta sus hijos ofrendados a la muerte de la guerra o la del sacrificio. (Véase. Jean Chevalier, op. cit. p. 716). 114 Se refiere al primer hijo nacido de la unión de Adán y Eva que asesinó a su hermano Abel, Génesis 4:1-16. 115 Divinidad cananea del amor y la fecundidad. 109


y amapola de sadismo: ¡yo sumaré a tu guarismo116 unitario de Gusana la equis de mi Nirvana y el cero de mi ostracismo117! Carie sórdida y uremia, felina de blando arrimo, intoxícame en tu mimo entre dulzuras de uremia... Blande tu invicta blasfemia que es una garra pulida, y sórbeme por la herida sediciosa del pecado, como un pulpo delicado, "¡muerte a muerte y vida a vida!" Clávame en tus fulgurantes y fieros ojos de elipsis y bruña el Apocalipsis sus músicas fulgurantes... ¡Nunca! ¡Jamás! ¡Siempre! ¡Y Antes! ¡Ven, antropófaga y diestra, Escorpiona y Clitemnestra! ¡Pasa sobre mis arrobos como un huracán de lobos en una noche siniestra! ¡Yo te excomulgo, Ananké118! Tu sombra de Melisendra119 116

Guarismo m. s. Signo o cifra arábigos que se expresan una cantidad. Ostracismo m. s. (gr. Ostrakismós, de ostrakon, concha). Fig. Exclusión de alguien d un grupo, un partido etc. 118 Deidad griega adorada en la religión mistérica órfica, en dicha tradición se decía que era hija de Hydros y Thesis, Madre de Cronos, Éter y Érebo, después la palabra pasó a significar necesidad. 119 Se refiere al personaje retratado por Miguel de Cervantes y Saavedra en el capítulo XXVI de Don Quijote de la Mancha. 117


irrita la escolopendra sinuosa de mi ananké... eres hidra en Salomé120, en Brenda panteón de bruma, tempestad blanca en Satzuma, en Semíramis121 carcoma, danza de vientre en Sodoma y páramo en Olaluma! Por tu amable y circunspecta perfidia y tu desparpajo, hielo mi cuello en el tajo de tu traición circunspecta... ¡Y juro, por la selecta ciencia de tus artimañas, que irá con tus risas hurañas hacia tu esplín cuando muera, mi galante calavera a morderte las entrañas!

120

Se refiere a la princesa Salomé, hija de Herodías, relacionada con la muerte de San Juan Bautista. Marcos 6:14-

29. 121

Reina asiria mencionada en el libro cuarto de las Metamorfosis de Ovidio, donde se lee: Píramo y Tisbe, de los jóvenes el más bello el uno, / la otra, de las que el Oriente tuvo, preferida entre las muchachas, / contiguas tuvieron sus casas, donde se dice que/ con cerámicos muros ciñó Semíramis su alta ciudad. Al respecto de esta reina en la tradición italiana e hispánica conviene consultar el artículo titulado “La legendaria reina de Asiria, Semíramis, en Virués y Calderón” de Ricardo Froldi, en Criticón, no. 87-88-89, 2003, pp. 315-324.


Esbozo de mujer122 Julián del Casal

Apenas entreabre los párpados, rodeado de violáceas aureolas, bajo el pabellón de seda roja, flordelisado de oro, que cuelga de la cabecera de su lecho imperial, donde su cuerpo oculta entre ondas de encajes, su ligereza nerviosa, su corrección estatuaria y su frescura de rosa; espárcese los cabellos por las espaldas, álzase las hombreras de su camisa y salta rápidamente sobre la alfombra, aplicando el dedo al botón amarfilado del próximo timbre eléctrico que produce un sonido agudo, lejano, estremecedor. Al oír el retintín, acude la doncella. Y mientras la envuelve en su bata de felpa malva, para conducirla al baño; mientras la sumerge en la bañera de jaspe, donde recobra las fuerzas perdidas en sus noches de placer; mientras le unge la piel con perfumes capitosos; y mientras le retiene ante la luna veneciana de su tocador, para peinarle la cabellera, ceñirle un nuevo traje y colocarle diversas joyas, hasta convertirla en una de esas deidades que, al encontrarlas en la calle, nos hacen volver el rostro, lanzar un grito de asombro, temblar de arriba abajo y abandonarlo todo por seguir tras sus pasos; ella combina interiormente el programa del día, pensando en las tarjetas que ha de enviar, en las visitas que ha de devolver, en las fiestas que ha de asistir y, sobre todo, en los objetos que ha de comprar. Esperando el almuerzo, hojea los diarios, dicta órdenes, se arroja en su butaca, levántase de seguida, corre a mirarse al espejo y se sienta a la mesa al fin. Nada lo encuentra a su gusto. Todo le parece insípido, frío o mal sazonado. Hasta el ramo de flores que acaban de subir del jardín para colocarlo en el búcaro que se levanta al centro de la mesa, se le antoja que está marchito, deshojado, sin olor. Es la gran descontentadiza. Sólo parece que se anima al tomar el café. Sorbida la última gota, su cuerpo se yergue, sus mejillas se encienden, sus pupilas chispean y una sonrisa entreabre sus labios de carmín, dejando ver una sarta de dientes pequeños, nacarados y puntiagudos.

122

Cuento extraído de https://docs.google.com/file/d/0B7tp3AozQe8KMU04OVZoUGhGZlE/edit (consultado el 28 de octubre de 2014, 19:16)


Colocada la capota, echado el velillo sobre la faz y con el quitasol de seda entre las manos, emprende entonces sus peregrinaciones a través de los primeros establecimientos de la capital. Nunca va en coche, sino a pie. El movimiento del carruaje excita su sistema nervioso. Y en cada tienda, halla algo nuevo que comprar. Ya es un brazalete de oro, cuajado de pedrería digna del brazo de una Leonor de Este;123 ya un abanico ínfimo, con paisaje grotesco, todo hecho con tintas de relumbrón; ya una estatua de mármol, obra maestra de un artista desconocido, pero que firmaría un Falguiere;124 ya un cromo americano, propio para decorar la sala de una sirviente. En su ignorancia artística, lo mismo que en su mal gusto, revela por completo su femineidad. Jamás discute los precios, ni se detiene a investigar el mérito de las cosas. Desde que penetra en un establecimiento, siente algo semejante a un vértigo que la arrastra de un extremo a otro, le oscurece la razón y le infunde el deseo de llevarse todo lo que mira, palpa o percibe a su alrededor. Y, al regresar a su casa, entretiénese en abrir los paquetes, extraer los objetos y colocarlos en sus respectivos sitios, sustituyendo los de ayer por los de hoy, adorando unos, odiando otros, hasta que la pieza decorada toma nuevo aspecto siquiera sea por algunas horas, puesto que al día siguiente ha de recomenzar la misma peregrinación y la misma faena, sin que se interponga jamás ante su razón el espectro de la miseria que se puede aproximar, el de la vejez que vendrá detrás y el de la muerte en un lecho de caridad, sin mano amiga que cierre sus párpados, ni ojos amantes que la despidan con lágrimas de dolor. Aunque su médico reconozca, en esta fiebre del derroche, uno de los síntomas de la neurosis moderna, su vida privada no ofrece ningún rasgo alarmante, salvo el de su perenne hastío que, como un velo de color gris, se despliega al poco tiempo sobre esos mismos objetos que se complace en buscar, en poseer y hasta en destruir. Pero ¿quién está libre de esta última dolencia? ¿Será tal vez la causa de su prodigalidad el deseo que experimenta de distraer el pesar de alguna pasión contrariada, de esas que nadie sospecha, de esas que a nadie se revelan, pero que se llevan siempre como gotas de plomo, en lo más profundo del corazón? Tal vez. Pero cuando se habla 123

Leonor de Aragón (1450-1493), hija de Fernando I de Nápoles, duquesa de Ferrara por su matrimonio con Hércules I de Este. 124 Alexandre Falguière, fue un escultor y pintor francés, cuyo estilo fue catalogado como realista.


delante de ella de los goces supremos del amor, hay tal ironía en la sonrisa aprobatoria de sus labios y tanta lástima en la mirada de sus ojos, que cualquiera creería que exclama en su interior: ¡Desdichados! ¿Todavía creéis en eso?


Páginas íntimas125 Ricardo Jaimes Freyre Argentina (1868-1933)

¡Bella infiel que vuelves a tentarme con la misma risa engañadora y con los mismos ojos que ya me perdieran! Tu carta última, llena de los mismos juramentos que ochos años ha me hacías, viene a recordarme una página triste de nuestro viejo amor, tantas veces extinguido pro tu ingratitud y tantas veces renaciente por mi locura... Recordemos juntos, si así lo quieres: tu casa se encerraba en un marco perfumado de jazmineros en flor, –no tan lejos de la ciudad que tu belleza se viera privada de escenario, ni tan cerca de ella que los rumores de la multitud vinieran a interrumpir brutalmente la música de nuestros besos. De la pequeña puerta rústica, oculta bajo la nevada de los jazmines, una senda estrecha descendía hasta los márgenes del Tieté,126 que corría cerca, claro y profundo, desperezándose en su lecho verdoso, entre arcos de vegetación, los bambúes lloraban largamente el viento de la tarde, –las ramas verdes caían pensativas sobre la corriente. Fue en esa casa en donde por primera vez me apuñaló tu infidelidad ¿te acuerdas? Tu boca estaba todavía llena de besos míos, cuando la entregaste a otros besos. Y yo lo vi, lo vi –como quien viera abrir su propia sepultura. Por la senda estrecha que partía de la pequeña puerta cubierta de jazmines, entre los árboles que vieran el alborear de mi fe, llevé mi desengaño y mi desesperación, mordiéndome los puños, sin una lágrima, sin un pensamiento, idiotizado por mi agonía, tropezando en los troncos, como un beodo. Tres días largos y tres noches. –¡Oh! Las noches cuán largas fueron sin el calor de tu cuerpo joven en mi lecho! –Viví sufriendo y maldiciéndote...

125 126

Otra poética y narrativa, Plural, Bolivia, 2005, 387-390. Es un río brasileño que atraviesa Sao Paulo


Al cabo de ese tiempo, una paz suavísima llenó mi corazón. Teníalo como la casa en que muere una persona amada, después de salir el entierro, apagado el postrer lamento de los huérfanos del muerto cariño; lo que había entonces era un silencio triste, señal primera de resignación y consuelo. Después, llegué a reír de mi dolor, y desapareció, por fin, estrangulado por mi orgullo de hombre. Quise entonces castigarte con el espectáculo de mi indiferencia y fui a hacerte mi última visita. Al entrar, quedé preso en tus brazos. No vi nada, no oí nada, no dije nada, porque una lluvia de besos me cubrió tapándome la boca y los ojos y aturdiéndome. Sin fuerza, luchaban mis brazos por apartarte; sin fuerza, mi boca procuraba morderte y ¡ay de mí! sólo podían abrazarte y besarte mis brazos y mi boca! Después, quedaste sonriendo, triunfalmente erguida ante mí, con irradiaciones de orgullo en el rostro, con los duros senos rompiendo las cintas del corpiño, con una expresión de soberano desafío en los ojos. Y dijiste: –¡No viste nada! ¡Te amo! –¡Lo vi todo! –exclamé yo como loco–, te vi en brazos de un hombre, besándolo en la barba como una ramera... –¡Te amo! No viste nada. –Te vi, con los senos desnudos, estrujados por su mano brutal; te vi, retorcida de voluptuosidad, desmayada de amor... –¡No viste nada! ¡Te amo! –¡Te vi, con los ojos desfallecientes de placer y la garganta llena de gemidos... –¡Te amo! ¡No viste nada! ¡No viste nada! ¡Te amo! ¡Te amo! –¡No vi nada! ¡No vi nada! ¡No vi nada! Y caí de rodillas y me arrastré en la tierra y besé la orla de tu vestido y confundí mi carne con la tuya. Anochecía. La claridad de la luna llena entraba por la ventana, espiando nuestra locura. Y el rumor de nuestros besos desbordaba en la noche serena. De ahí a poco, –¿te acuerdas?– salimos a pasear, a la luz de la luna, nuestra reconciliación y mi feliz deshonra. Y enlazados, apretaba yo tu cuerpo estrechamente como si quisiera hundirlo dentro del mío, para guardarlo por toda la vida.


Por las frondas del camino, se deslizaban los rayos de la luna. Y en tu faz pálida, a su claridad viva, brillaba una sonrisa de sarcasmo. ¿Qué importaba? Yo era como un convaleciente que renace a la vida, después de haber llamado a las puertas de la muerte. La delicia de vivir, ahogada en mí todo recuerdo, toda sospecha, todo mal pensamiento; me asía a tu mentira desesperadamente y me mentía, también, a mí mismo. ¡No había visto nada! ¡No había visto nada! Llegamos hasta la ribera del río. Cuántas veces, en iguales noches, fuimos a ver correr el agua, centelleante a la luz de la luna. Nos sentamos juntos en la hierba fresca, bañados por el esplendor de la noche. Y la poesía de esa noche embriagadora penetró en nosotros, nos poseyó, nos venció, te dominó a ti misma, porque hasta en el fondo de tu alma mala, sofocó tu maldad. No mentían en ese momento tus ojos, que un claro velo de lágrimas cubría; no mentían en ese momento tus labios dulces y trémulos, palpitando bajo mis besos y ¡con qué desbordamiento de corazón, con qué sinceridad, con qué certeza de que procedía bien, te perdoné entonces! Mi alma salía de mi ser, te cubría como un palio127 y mi perdón y mi bendición te santificaban. **** ¡Oh carne miserable! ¿Para qué huiste si habías de volver al día siguiente, de nuevo perdonando, olvidando de nuevo, de nuevo aceptando la deshonra de un amor que no es solo tuyo? ¡No! Para quien ama no basta ser engañado una, ni diez, ni mil veces... Y la prueba de eso, bella infiel, que vuelves a tentarme con la misma risa engañadora y con los mismos ojos que ya me perdieran, –la prueba de eso es que hoy, todavía, tu carta que me llena los ojos de lágrimas y la carne de deseos, después de ocho años de ausencia, durante los cuales tu amor ha ido de amante en amante, como una moneda vulgar que circula de mano en mano!

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DRAE. Cosa que forma una manera de dosel o cubre como él.


Las dos hermanas128 Bernardo Couto Castillo México (1880-1901)

El primer pensamiento de las dos niñas cuando al levantarse arrojaban las sábanas lejos de sí, y sus brazos blancos y bien torneados se estiraban perezosamente, era el medio de sustraerse a la clase que la Señorita debía dar; en seguida, a pesar de no tener sino trece años la una, y doce su hermana, se entretenían más de una hora frente a los grandes espejos biselados que adornaban su habitación; cuidaban con esmero de oprimirse la cintura, de que su pecho sobresaliera arrogante, dejaban descubierto su blanco cuello, y desembarazaban sus rubias cabelleras de los numerosos pequeños aparatos que empleaban para obtener que permaneciesen rizadas, dejaban caer el cabello sobre los hombros, cuidaban de que la hechura de sus botas fuese elegante, pues la forma del pie era de lo que más las preocupaba. Estas niñas eran hijas de un empleado cuyo sueldo era bien crecido. Habiendo perdido a su esposa cuando sus hijas eran muy pequeñas, se dedicó a satisfacer sus caprichos, que no eran pocos, y todo el dinero que su trabajo le producía lo empleaba en ello. La muerte esa visitante lúgubre con la que jamás se cuenta y que siempre se halla a la puerta de todas las moradas, deteniendo con su yerta mano las palpitaciones del corazón, se presentó al fin, en medio de los ropajes y el desorden de aquella casa arrebatando al jefe. Al pronto, como sucede cuando acaba de pasar una catástrofe que jamás se espera, y pasó con aquellas niñas que nunca se habían tomado el trabajo de pensar en lo frágil de la existencia, ninguno se dio cuenta de lo sucedido; los amigos recogieron el poco dinero que en su mesa dejaba el difunto, el que bastó únicamente para los funerales y para que las jóvenes pudieran seguir su vida de lujo tres semanas; diariamente había a su mesa un buen número de amigos, que con el loable pretexto de consolar, comían y cenaban allí; concluido el corto haber, desaparecieron y una mañana se encontraron las dos niñas con la triste realidad de que el dinero 128

Cuento obtenido de https://docs.google.com/file/d/0B7tp3AozQe8KYUQzbHVGeVYxSlU/edit (consultado el 4 de noviembre de 2014, 18:23)


hubiese tocado a su fin; quedaron azoradas, estupefactas, siendo aquello para ellas una cosa inexplicable, un absurdo. Los argénteos botes de perfumes, los encajes, los muebles, todo fue desapareciendo, devorado por el Monte de Piedad. Nunca tuvieron un día tan terrible como aquel en que se encontraron únicamente con los ricos vestidos que tenían puestos; su antigua modista, compadecida de ellas, les ofreció trabajo en su taller, y no teniendo otro recurso lo aceptaron. Eran bien desgraciadas teniendo que trabajar, que cocer todo el día; cuando salían y contemplaban sus bellos trajes ya deshilachados, cuando veían las botitas de rica piel zurcidas, las lágrimas rodaban por sus mejillas. Una ocasión, al salir del taller, un gomoso se acercó a ellas, pronunció unas palabras al oído de Julia, quien vaciló un instante y se fue con él. Luisa la siguió, se encontró con otro individuo; abandonaron ambas al honrado taller, y pasando por muchas aventuras han vuelto a tener galanos, trajes, elegantes botas, y lucen sus pequeños pies; cuando alguno les recuerda el nombre de su padre y reprocha la vida en que se han lanzado, ellas, sin que en sus rostros se note la más mínima alteración, contestan brevemente: Él tuvo la culpa que así nos educó.



B IBLIOGRAFÍA Antología del Modernismo (1884-1921), prol., sel. y notas José Emilio Pacheco, tomo I, UNAM, México, 1978 Diccionario de la mitología mundial, pról. Rafael Fontán Barreiro, ed. Edaf, 1998. La Biblia Latinoamericana, Sociedad Bíblica Católica Internacional, ed. Verbo Divino, 2005. La cultura y la literatura iberoamericanas, Luis Monguió, ed. University of California Press, 1957. AGUSTINI, Delmira Poesía Completa, Sevilla, Fundación BBVA, Sibila, 2009. BURGOS, Julia de Antología Poética, Puerto Rico, Coqui, 1975. CASAL, Julian del, Poemas, ed. Linkgua digital, 2011 DARÍO, Rubén Poemas escogidos, Ed. Lectura selecta. México: 1919. CERVANTES Y SAAVEDRA, Miguel de El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha. Madrid: Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española, 2004. CHEVALIER, Jean, Diccionario de los símbolos, ed. Herder, Barcelona, 1986 CIRLOT, Juan Eduardo, Diccionario de Símbolos, ed. Labor, 1992 GÓNGORA Y ARGOTE, Luis de, Fábula de Polifemo y Galatea, Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 1999, disponible en: http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmcv11z4. Edición digital a partir de Obras de Don Luis de Góngora [Manuscrito Chacón].I , de la Biblioteca Nacional (España), Ms. Res. 45, ff.121-137. Edición facsímil : Málaga, RAE ; Caja de Ahorros de Ronda, 1991, (Biblioteca de los clásicos, dirigida por José Lara Garrido ; 1) GRAU Llevería, Elena Las olvidadas: mujer y modernismo. Narradoras de entre siglos, PPU, España, 2008


GULLÓN, Ricardo Direcciones del modernismo, Alianza Editorial, Madrid 1990 GUTIERREZ Nájera, Manuel Poesías completas, México D.F, Porrúa, 1998. Cuentos modernistas hispanoamericanos, Ed., Selec., Introd. y notas de Enrique Marini-Palmieri, Madrid, Castalia, 1989. Cuentos completos y narraciones, Ed. Fondo de Cultura Económica. México: 1958. HERRERA y Reissig, Julio Poesía completa y prosas, Madrid: ALLCA XX; México: Fondo de Cultura Económica, 1998. JAIMES Freyre, Ricardo Otra poética y narrativa, Plural, Bolivia, 2005, 387-390. JIMENEZ Rueda, Julio, “El México de Gutiérrez Nájera”, en La cultura y la literatura iberoamericanas, Luis Monguió, ed. University of California Press, 1957 JOHNS, Michael The City of Mexico in the Age of Díaz, University of Texas Press, 2011. MOLLOY, Sylvia Women’s Writing in Latin America. Eds. Sara Castro-Klarén, Sylvia Molloy y Beatriz Sarlo. Boulder: Westview Press, 1991. 107-24. OVIDIO Las metamorfosis, ed. Bruguera, Barcelona, España, 1983 PALMA, Clemente Narrativa completa I, Pontifica Universidad Católica del Perú, 2006 PLATÓN Diálogos, Critón, Fedón, El banquete, Parménides, pról. Luis Alberto de Cuenca, ed. Edaf, 1984. PEREZ Abreu, Carolina La mujer como enfermedad y muerte en el proyecto modernista: notas para un estudio, U. de Notre Dame, disponible en web. PEZOA Véliz, Carlos Prosas y Poesías Completas, recopilación de Armando Donoso, disponible en la web. TABLADA, José Juan Los mejores poemas, Ed. UNAM. México: 1971. VON GOETHE, Johann Wolfgang


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ÍNDICE

Introducción .................................................................................................................................... 2 La figura femenina en el modernismo ..................................................................................... 6 Nota editorial .................................................................................................................................. 9 Corpus ........................................................................................................................................... 10 Para un menú (Manuel Gutiérrez Nájera)................................................................................... 11 Después de las carreras (Manuel Gutiérrez Nájera) ................................................................... 12 Los ojos de Lina (Clemente Palma) ........................................................................................... 17 Una madre (Julián del Casal)...................................................................................................... 23 La Náyade (Humberto Fierro) .................................................................................................... 28 La duquesa Job (Manuel Gutiérrez Nájera) ................................................................................ 30 Armonía de la palabra y el instinto (Julia de Burgos) ................................................................ 35 Ausencia (Manuel Machado)...................................................................................................... 37 A una morena (Carlos Pezoa Véliz) ........................................................................................... 38 Visión (Delmira Agustini) .......................................................................................................... 39 Otra estirpe (Delmira Agustini) .................................................................................................. 42 Neurosis (Julián del Casal) ......................................................................................................... 43 Canción Desnuda (Julia de Burgos) ........................................................................................... 45 Las vampiras (Clemente Palma) ................................................................................................. 46 Madame Venus (Manuel Gutiérrez Nájera) ............................................................................... 58 Antífona (Manuel Machado) ...................................................................................................... 63 La bella Otero (José Juan Tablada) ............................................................................................ 65 Misa negra (José Juan Tablada).................................................................................................. 69 Ite, missa est (Rubén Darío) ....................................................................................................... 72 El vampiro (Efrén Rebolledo) .................................................................................................... 74 A una francesa (Amado Nervo) .................................................................................................. 75 Tertulia lunática (Julio Herrera y Reissig) ................................................................................. 76 Esbozo de mujer (Julián del Casal) ............................................................................................ 79 Páginas íntimas (Ricardo Jaimes Freyre) ................................................................................... 82 Las dos hermanas (Bernardo Couto Castillo) ............................................................................ 85 Bibliografía .................................................................................................................................. 88


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