Cuentos africanos

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C u e n t o s A f r ic a n o s Goroba-Dike (Leyenda de Nigeria)

SONA MARIAMA (Cuento africano. Senegal)

TORMENTA

AFRICANA

[David Rubadiri (Malawi)] Traducci贸n: David Fern谩ndez


Goroba-Dike – Leyenda de Nigeria –

Goroba-Dike era un noble principe fulbé. Pertenecía a la familia de los Ardo, la que durante mucho tiempo gobernó sobre las hermosas tierras próximas al Níger. Pero Goroba-Dike era el menor de los príncipes. Y así, se vio sin tierras que regir, ni riquezas que disfrutar. Su espíritu altanero y arrogante sufría por esta causa. Salió del país de los fulbés, y hostigaba sin compasión a los bammanas. Junto al guerrero caminaba Alal, el escudero, el único hombre que distraía sus ocios y que conocía la ternura de su corazón. Un día los bammanas se quejaron a Alal: - Por favor, llévate a tu señor de nuestras tierras. Aleja de nuestros hogares la desolación. Así lo hizo Alal. Consiguió convencer al fiero Goroba-Dike de que su furor debía dirigirse contra los fulbés, que le habían negado el poder y la gloria: - Vayamos contra Sariam. Allí gobierna el duro Hamadi Ardo; allí probarás el vigor de tu brazo. Caminaron largo tiempo, y llegaron a un poblado. Descendieron de sus monturas y entraron en una humilde choza. Goroba-Dike dejó allí a su escudero su caballo y sus armas. Pidió al humilde labrador que habitaba la casucha un traje y marchó a la ciudad. Algún tiempo deambuló, perezoso, por las calles. De repente se paró ante la puerta de una herrería. - ¿No tendrías nada que ofrecer a este desgraciado fulbé? - dijo al herrero. - Si quieres trabajar, tira del fuelle - gruñó el interrogado. Y así comenzó para Goroba-Dike una nueva y extraña vida. Trabó, en poco tiempo, amistad con su dueño. En sus largas conversaciones, se enteró de la vida de la ciudad y de las costumbres del soberano Hamadi Ardo. Y supo que éste tenía tres hijas: las dos mayores, casadas con dos valientes guerreros. ¿Y la pequeña, la lindísima Kode Ardo? ¡Ah! Aquélla era muy orgullosa. En su dedo meñique brillaba un precioso anillo de plata y sólo consentiría en casarse con el fulbé que fuese capaz de ponerse con delicadeza el anillo en el mismo dedo meñique. ¡Difícil empresa para las ásperas manazas de los bravos guerreros! Y todas las mañanas, en la plaza de la ciudad, celebrábase la prueba. También aquella mañana se reunió la brillante corte. El Rey, acompañado de su hija Kode Ardo y de sus guerreros, apareció a la vista de sus súbditos. Los nobles fulbés se iban acercando sucesivamente al estrado; tomaban de manos de la princesa el anillo e intentaban vanamente colocarlo en sus dedos. Forcejeaban, se esforzaban; el anillo no podía penetrar más allá de Cuentos africanos pág. 2


la segunda falange de aquellos dedos poderosos hechos a las armas y a la guerra. El herrero, en aquel momento, dijo en voz alta: - En mi fragua trabaja un fulbé. Oyólo el Rey y ordenó: - Que venga acá ese hombre. Se presentó Goroba-Dike, envuelto en sucios harapos, y pasando entre el brillante concurso, llegó a la tribuna real y saludó al Monarca. Tendióle Kore Ardo su sortijita, con una mueca de desdén. La cogió Goroba-Dike y sin el menor esfuerzo la colocó en su dedo. El anillo le venía pintiparado. Palideció la princesita. Mas su padre, que estaba ya cansado de su arrogancia y altanería, felicitó a Goroba-Dike y le dijo: - Tuya es mi hija. Y al momento se casaron. Pasó algún tiempo. Un día los tuaregs realizaron una incursión. Los fulbés salieron con sus armas a defender los caminos y el ganado. Y Goroba-Dike no se movía. Ofrecióle Hamadi un caballo; pero él dijo: - No sé montar. Si me das un asno, acaso consiga subir en él. Le dieron un asno; montó sobre él y marchó con un trotecillo ligero... en dirección contraria al campo de batalla. Y todos, y Kode Ardo la primera, le despidieron con injurias. Llegó a la casa del labrador en que Alal esperaba su regreso; comunicó a su escudero su casamiento, y requirió su caballo y sus armas. Y partió solo. Muy pronto alcanzó al ejército de los fulbés, que se batía difícilmente. Nadie le reconoció. Y muchos murmuraban: - ¿Quién será ese jinete? Debe de ser Chinar, el demonio. Vayamos a él y pidamos su ayuda. Y se llegaron a Goroba-Dike y le preguntaron: -¿Eres Chinar? - Sí - repuso él, tranquilamente. - Ayúdanos. - Me tenéis que entregar una oreja de cada uno de los yernos del Rey, que están en la batalla. Cabizbajos y temerosos, los guerreros se dirigieron a los yernos de Hamadi, que marchaban al frente de las tropas, y les comunicaron la exigencia de Chinar. En un principio, tal propuesta no fue aceptada, como es lógico; pero al fin accedieron, conviniendo todos en que se diría que las habían perdido heroicamente en el combate. Llevaron, pues, a Goroba-Dike las dos orejas. Cuentos africanos pág. 3


Lanzóse el héroe contra los tuaregs y en un momento el campo de batalla, se pobló de cuerpos derrumbados bajo el golpe invencible del héroe. Los fulbés prorrumpieron en gritos de victoria, mientras recuperaban sus ganados y recogían cuantioso botín. GorobaDike galopó, incansable, sobre su caballo, hasta la casa del labrador; vistió de nuevo su harapiento traje y montó sobre su asno. Cuando llegaba a la ciudad, vio a Kode Ardo que sollozaba inconsolable y reprochaba a su padre el haberla entregado a un hombre tan cobarde e indigno. Y todos le recibían entre insultos y rechiflas. En tanto, los otros dos yernos del Rey referían a todo el que lo quería oír el modo heroico cómo perdieron sus apéndices auriculares en lucha con los tuaregs. A la mañana siguiente, una nube de tuaregs avanzaba por el camino. Repuestos de la dolorosa sorpresa del día anterior y ansiosos de venganza, los hijos del desierto se aproximaban a Sariam. De nuevo los fulbés se aprestaron a la defensa. Y GorobaDike cogió otra vez su asnillo y escapó hacia la casa del labrador. Y las gentes se reían de él, y Kode Ardo lloraba junto a su padre su vergüenza. Llegó el héroe junto a su escudero y nuevamente vistió su poderosa armadura, montó sobre su caballo y galopó hacia el teatro de la lucha. Los tuaregs avanzaban inconteniblemente hacia el palacio de Hamadi Ardo. Unos cuantos habían llegado hasta la pequeña Kode e intentaban raptarla. En aquel momento llegó Goroba- Dike y echó por tierra a los tuaregs; luchó denodadamente con varios enemigos y los venció. Mas él también recibió una profunda herida en un muslo. Y Kode, al ver ensangrentado a su salvador, lloró lágrimas de dolor y gratitud, y le curó con sus propias manos, y vendó el muslo del guerrero con un jirón de su vestido. Montó otra vez a caballo Goroba y se lanzó al combate. En un abrir y cerrar de ojos, los invasores, aterrados, huyeron, dejando el campo libre. Volvió Goroba-Dike a la casita del labrador; se desprendió de su armadura, y a poco regresó a la ciudad sobre el infeliz y traqueteado borriquillo. Los fulbés le infamaban, los guerreros le miraban con desprecio, y Kode lloraba más y más, recordando a su desconocido salvador. Llegó la noche. Kode no podía conciliar el sueño. Una de las veces volvióse hacia el lecho de su marido y vio con sorpresa que un hilo de sangre corría hacia el suelo. Se levantó y vio el muslo herido y mal vendado con un trozo de su propio vestido. Sin acertar a comprender, Kode miraba a su marido, que se agitaba febrilmente. Le llamó y le preguntó dónde se había herido y quién le había curado. Sonriendo, Goroba-Dike murmuraba: - Piénsalo... - ¿Y quién eres, esposo mío? murmuró dulcemente Kode Ardo. - Hijo de rey; mas no digas nada todavía.

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Salió Kode y buscó manteca y una venda nueva, y curó la herida del héroe. Y luego marchó en busca de su madre y recomendándola el secreto, le refirió la hazaña de Goroba- Dike. Al día siguiente salió el héroe del palacio y fue en busca de su escudero; tomó sus armas y su caballo, y entró arrogantemente en Sariam. Llegó a la plaza, llamó a Kode Ardo y se dio a conocer a las gentes como el vencedor de los tuaregs. Los guerreros le aclamaban, al reconocerle por su armadura. Pero los yernos del Rey, viendo en peligro su reputación, gritaban que mentía. Sacó GorobaDike de su bolsillo las orejas y se las enseñó. Ellos humillaron su cabeza y se retiraron en silencio. Hamadi Ardo saludó a su joven yerno y le ofreció el reino. Pero Goroba-Dike saludó a su señor, sintiéndose feliz con el bien ganado amor de Kode Ardo. Extraída de la Antología de Leyendas de la Literatura Universal seleccionadas por D. Vicente García de Diego para Ed. Labor - Barcelona. 1953

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SONA MARIAMA (Cuento africano. Senegal) Había una vez un hombre que tenía una preciosa hija. Él se dijo a si mismo un día: “Mi hija es tan bonita que no dejaré que se case con ningún hombre. Yo mismo me casaré con ella”. Su mujer se entristeció cuando él le contó su decisión, pero simplemente dijo: - De acuerdo. Cuando la hija se hizo mayor, el padre anunció que se casaría con ella. Llamó a su hija para hablar con él y le dijo que sería su esposa. La muchacha contestó: - Tu no me tomarás como esposa. Si no encuentras un buen marido para mi, iré a la selva y me encontraré con el elefante salvaje y dejaré que me mate. Pero el padre insistió en que quería casarse con ella. Dijo también que la boda sería al día siguiente. La madre entonces avisó a la hija: -Lo que debes hacer es esto: mañana por la mañana ven a verme temprano y pídeme la calabaza para transportar el agua. Asegúrate de que tu padre esté conmigo. Di en su presencia: “Madre, voy al pozo a buscar un poco de agua”. Cuando llegues al pozo dejas la calabaza allí y luego corre lejos. La hija estuvo de acuerdo con el plan trazado. Al día siguiente el padre mató una vaca. Luego se preparó para la boda. Mientras se estaba preparando llegó la hija y preguntó por la calabaza. -Debo sacar agua del pozo -dijo- para prepararme para la boda. Cogió la calabaza y la dejó al lado del pozo. Luego corrió rápidamente hacia la selva. Después de correr un rato se encontró a un búfalo. Él la miró con atención y le dijo: -Chica, eres realmente preciosa. Sona Mariama sonrió pero no dijo nada. -¿Dónde vas? -le preguntó el búfalo. -Voy a ver al elefante salvaje para dejar que me mate -dijo. Entonces empezó a cantar tristemente:

Mi padre dijo que yo, Sona Mariama, sería su esposa. Mi madre dijo que yo, Sona Mariama, sería su coesposa. Mis hermanos dijeron que yo, Sona Mariama, sería su madre. Mis niños dirán que yo seré su abuela.

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El búfalo dijo: -Yo jamás he visto nada semejante, Sona Mariama. Tampoco nunca he oído nada semejante, Sona Mariama. Niña, has hecho bien en correr lejos. La chica continuó su camino. Más lejos encontró a un león. El león quedó sorprendido de ver a una chica tan bonita. Y dijo: -Eres una muchacha muy bonita ¿Adónde vas? -Voy a ver al elefante salvaje para que me mate -dijo.

Mi padre dijo que yo, Sona Mariama, sería su esposa. Mi madre dijo que yo, Sona Mariama, sería su coesposa. Mis hermanos dijeron que yo, Sona Mariama, sería su madre. Mis niños dirán que yo seré su abuela. El león contestó al igual que lo hizo el búfalo: -Yo jamás he visto nada semejante, Sona Mariama. Tampoco nunca he oído nada semejante, Sona Mariama. Niña, has hecho bien en correr lejos. Como antes, la chica continuó su viaje, hasta que se encontró a un conejo. El conejo quedó perplejo por su belleza y le preguntó a dónde iba. Sona Mariama le contó su historia, y le dijo que estaba buscando al elefante salvaje para que la matara. -Soy el mensajero del elefante salvaje -dijo el conejo-. Déjame que te lleve hasta él. Sona Mariama siguió al conejo hasta la parte más densa de la selva. Intentó recordar el camino por el cual había llegado hasta allí pero no pudo. “No importa” pensó. “Da igual que esté perdida. Pronto me encontraré cara a cara con el elefante salvaje y este será mi final”. El conejo iba delante y Sona Mariama lo seguía hasta que llegaron a una densa arboleda. -Aquí es donde vive el elefante salvaje -dijo el conejo-. ¿Quieres entrar a verlo o prefieres correr lejos? -Debo verlo inmediatamente -dijo Sona Mariama, que entró en el círculo de árboles. Dentro estaba oscuro, pero pudo oír cómo la tierra retumbaba cuando el elefante se levantaba de su sueño y se acercaba a ella. -¿Quién ha osado entrar en mi refugio? -murmuró el elefante. -He sido yo, Sona Mariama -dijo la chica. El elefante salvaje se paró en cuanto la vio. Era realmente preciosa. -Siéntate -dijo-. Ahora cuéntame por qué has venido a estorbar mi sueño. Cuentos africanos pág. 7


-He venido para morir -respondió ella.

Mi padre dijo que yo, Sona Mariama, sería su esposa. Mi madre dijo que yo, Sona Mariama, sería su coesposa. Mis hermanos dijeron que yo, Sona Mariama, sería su madre. Mis niños dirán que yo seré su abuela. El elefante salvaje dijo: -Yo jamás he visto nada semejante, Sona Mariama. Tampoco nunca he oído nada semejante, Sona Mariama. Pero todavía no puedo matarte. Dile al conejo que te lleve hasta el campamento del rey y deja que él decida. Ella estuvo de acuerdo en ir con el conejo. Cuando llegaron, encontraron al rey y a todos sus consejeros sentados. Todos quedaron sorprendidos de la belleza de la muchacha…-¡Qué bonita eres! ¿Cómo te llamas? -le preguntaron. -Sona Mariama -contestó. -¿Por qué has sido traída aquí? Les contó el plan de su padre y cómo, con la ayuda de su madre, había escapado hasta la selva. Les contó que se había encontrado al búfalo y al león. También cómo el conejo la había conducido hasta el elefante salvaje y de que éste se había entristecido por ella y había dejado el caso en manos del rey. El rey quedó sorprendido por su historia. Inmediatamente llamó a un mensajero para que trajera al padre con ellos. Cuando fue traído ante la corte, el padre se arrojó a su merced. Estaba profundamente arrepentido de su comportamiento. El rey no lo castigó, pero fue enviado a casa en desgracia. Luego, el rey dijo a sus consejeros: -Traigan el Tambor Real. Empezaron a tocar el tambor. Cantaban:

El Tambor Real suena por Sona Mariama por Sona Mariama Sona Mariama. Cuando la gente oyó el tambor, se acercaron al campamento del rey. Había fiesta y bailaban. Todo el mundo estaba contento en esos momentos. El sonido del tambor real por una mujer significaba que el rey quería casarse con ella. Y ese tambor continua sonando en este día. Sona Mariama se casó con el rey. --oo0oo--

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Tormenta africana Del oeste corren nubes con el viento, girando, agudamente, aquí y allá, como plaga de langostas; girando, lanzando cosas sobre su cola como un loco tras la nada. Nubes grávidas, soberbias, cabalgan sobre su espalda, yendo a colgarse en las colinas como oscuras alas siniestras; el viento va silbando, y a su paso los árboles se inclinan. En la aldea surgen gritos alegres de los niños; se alzan, giran, en el ruido del viento girador, las mujeres – con los niños adheridos a la espalda – como dardos; dentro y fuera locamente va silbando el viento, y los árboles se inclinan al dejarlo pasar. [David Rubadiri (Malawi)] Traducción: David Fernández

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