REDISEÑO EXAMEN.

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En tiempos de guerra Entrevista con Sergio González Rodríguez ,la alimentación , la vivienda y el discruso Cuentos de Marina Porcelli, Óscar D. López Raúl A.Sánchez , Orfa Alaecón y JuanP.Proal Una crónica desde La LAguna.


Consejo Nacional para la Cultura y las Artes Rafael Tovar y de Teresa ·Presidente Saúl Juárez ·Secretario Cultural y Artístico Francisco Cornejo Rodríguez ·Secretario Ejecutivo REVISTA Rodrigo Castillo ·Director Editorial Herson Barona ·Editor Joaquín Guillén Márquez ·Jefe de redacción Javier Alcaraz ·Diseño editorial Valentina Gatti ·Corrección Mitzi A. Galván ·Redacción web Francisco Javier Becerril ·Distribución y ventas Marina Azahua, José Jiménez Ortiz, Fernanda del Monte, Carlos Velázquez ·Consejeros editoriales FONDO EDITORIAL TIERRA ADENTRO Idalia Sautto ·Editora Claudia Zepeda ·Difusión y promoción Adriana Reveles ·Administración Lourdes Amador ·Secretaria de dirección Víctor Sandoval † ·Director fundador


CONTENIDO

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NEGRO

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CADÁVERES EN LAS CALLES 5

RANCHO CIENCIAS NATURALES 20


CADÁVERES EN LAS CALLES CADÁVERES EN LAS CALLES Daniel Herrera (Torreón, 1978) es escritor, profesor y periodista. Autor de Melamina y Quisiera ser John Fante. El escenario es el siguiente. Torreón, 1911, una ciudad que se había desarrollado en menos de veinte años como casi ninguna. Creación y orgullo de Porfirio Díaz, representaba la multiculturalidad y el apogeo económico de la modernidad que el dictador intentaba introducir al país. Sobre lo primero, a pesar de los mitos laguneros, apenas había un 5% de habitantes extranjeros en la ciudad; respecto a lo segundo, a pesar de la afluencia de dinero, la ciudad estaba inmersa en un polvo que parecía talco, tan ligera que se levantaba con apenas el paso de los caballos. Además de las cuatro tomas realizadas durante la Revolución, tres de ellas protagonizadas por Francisco Villa y cada una más violenta y sanguinaria que la anterior, en marzo de 1929 Torreón posee el vergonzoso récord de ser la primera ciudad del país bombardeada desde el aire. También existe otro récord, más vergonzoso que el de 1929: en 1911, de forma sistemática y organizada, la boyante comunidad china que vivía en Torreón fue exterminada. Es quizá, como dice Julián Herbert, autor de La casa del dolor ajeno, libro que aborda ampliamente el acontecimiento, la matanza «más cuantiosa y cruel en la historia de todo el continente americano. Fue, en el sentido cabal de la palabra, un genocidio». La caída de Torreón es parte fundamental del triunfo de Madero; aun así, el genocidio que sucedió ha sido casi ignorado tanto por la historia nacional como por los laguneros. A excepción de varios esfuerzos que consisten en múltiples textos, la curaduría fotográfica

la exposición 303 La matanza de chinos en Torreón, y el libro más completo sobre el tema, Entre el río Perla y el Nazas, de Juan Puig. Generalmente atribuida a Villa, y sin buscar quitarle al bandolero su gusto por el asesinato y el robo, este pequeño genocidio tiene otros protagonistas y, además, demuestra una característica escondida dentro de la idiosincrasia lagunera que algunos todavía niegan. TRES DÍAS DE MUERTE Antes de 1911 ya existían expresiones antichinas tanto en La Laguna como en el país. Julián Herbert, por ejemplo, rescata el informe de la Comisión Romero creada por Porfirio Díaz para investigar si la inmigración china afectaba de alguna manera al país. Con un claro ánimo sinófobo, los resultados de la comisión explicaron que esa inmigración no era conveniente para México. Ricardo Flores Magón llegó a la misma conclusión, cuando en 1906, palabras más, palabras menos, se preocupó por la pérdida de empleos mexicanos a manos de los chinos. Durante los festejos de los cien años de la Independencia en Torreón, casi como presagio, algunos negocios chinos fueron apedreados. La xenofobia se respiraba tanto en el aire que el representante de los súbditos del imperio chino en la ciudad, Woo Lam Po, después de reunirse con los dirigentes del área, mandó imprimir un volante en chino donde les advertía a sus compatriotas no sólo de no participar en las acciones militares, sino, incluso, de no oponer resistencia en caso de saqueos. Cuando los revolucionarios maderistas, por

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llamarles de alguna manera, se encontraban a las puertas de la ciudad, los chinos se habían rado a cal y canto con la esperanza de que la revolución pasara sin tocarlos. El 9 de mayo, Gómez Palacio y Lerdo, dos de las tres ciudades más importantes de La Laguna, estaban tomadas por los maderistas. La batalla por Torreón era irreversible y ambos bandos, federales y revolucionarios, se prepararon para librarla hasta la derrota. Las acciones comenzaron la mañana del sábado 13 de mayo. Grupos de soldados mal organizados, la mayoría pobres sin nada que perder, se apostaron alrededor de la ciudad. Entre los dirigentes se puede nombrar a Benjamín Argumedo, un campesino de Matamoros, Coahuila, quien atacaría por el oriente, por El Pajonal; Sixto Ugalde y Orestes Pereyra, también laguneros, uno herrero y el otro peluquero, entrarían por el suroeste, específicamente por el río Nazas; Juan Ramírez atacaría por San Joaquín; finalmente, José Agustín Castro, héroe de Gómez Palacio, herrero de profesión, ingresaría por el panteón que se encontraba a las afueras de la ciudad. Este último era el jefe militar de la región junto a Emilio Madero, hermano de Francisco I. Madero y quien tenía la mayor responsabilidad sobre las tropas que atacarían la ciudad y su relación con los residentes. Dentro de la ciudad, el general Emiliano Lojero organizaba a sus soldados para defender la plaza. Zanjas, trincheras, análisis de la zona, apostamiento de vigilantes y soldados en áreas estratégicas fueron las órdenes del veterano general. En todos los textos que se pueden encontrar sobre esta matanza se hace referencia a un grupo de soldados federales llamados Los Amarillos, cuyo nombre oficial era los Voluntarios de Nuevo León. El apodo proviene del color caqui de su uniforme y, por su desempeño durante la batalla, se podría afirmar que estaban bien entrenados. Estos hombres se desperdigaron por el oriente de la ciudad, a lo largo del ferrocarril Coahuila-Pacífico y también sobre el techo de la huerta Do Sing Yuen, propiedad de un rico inversionista chino llamado Woon Foon-

chuck. Cuando se retiraron de la zona esa misma noche, dejaron indefensos a los hortelanos chinos y éstos sufrieron la rabia sembrada en los rebeldes por las dificultades para tomar El Pajonal. El ataque inició a las diez de la mañana. Los primeros en caer, al parecer, fueron civiles. Después los muertos comenzaron a contarse por decenas en ambos bandos, pero mucho más nutrido del lado rebelde. muertos comenzaron a contarse por decenas en ambos bandos, pero mucho más nutrido del lado rebelde. Herbert afirma que los primeros negocios en ser saqueados fueron La Prueba, de Tomás Zertuche Treviño, y La Suiza, de Guillermo Peters. Pero pronto los olvidaron para volcarse contra la comunidad china: «no fueron asaltados “algunos de sus negocios”, sino todos. Y no solamente sufrieron pérdidas materiales: la turba y los maderistas asesinaron a sangre fría a todos y cada uno de los cantoneses que encontraron». Benjamín Argumedo se acercó a los pobres que estaban saqueando los negocios y les preguntó desde cuáles azoteas habían estado disparando los federales. Todos los edificios a los que apuntaron eran dirigidos o propiedad de chinos. Así, frente al Banco Chino, Argumedo ordenó a sus hombres matar a todos los cantoneses que encontraran. Es claro que los chinos no dispararon, pero el rumor se esparció rápidamente. La turba arrasó con todo edificio que tuviera alguna característica oriental: la Compañía Shanghai, ubicada en el primer piso del banco, trece chinos asesinados con cuchillos y hachas en la calle; tercer piso, muerte a balazos de todos los empleados, a dos los cortaron en pedazos; Club Reformista Chino, todos los residentes del club, quince o dieciséis, asesinados; otros negocios pasaron por lo mismo, Herbert y Puig enumeran: las tiendas de Yee Hop, la de Wing Hing Lung, la de Quong Shin, la de King Chaw, El 2 de Abril, La Ciudad de Pekín, la Zaragoza, El Nuevo 5 de Mayo, El Vencedor, El Quince Letras Chinas, el restaurante Park Jan Long, El Puerto de Ho Nam, El Pabellón Mexicano, la lavandería

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El Vapor Oriental y otros negocios ubicados en el mercado local El Parián. De casi todos ellos sacaron cadáveres u hombres vivos para lincharlos en la calle. Morían con balazos en el corazón o en la sien, con machetazos o sabla cabezas de dos cadáveres. A algunos cadáveres los amarraban a los caballos y eran arrastrados por las calles. Cuando se descubrió que algunas de las víctimas llevaban sus ahorros en los calcetines, cada vez que algún cadáver era arrojado a la calle, la turba se amontonaba desnudándolos en busca de la riqueza. El éxtasis asesino llegó cuando, de pronto, desde una ventana del edificio Wah Yick un hombre, probablemente un lagunero, aventó a la calle la cabeza de un chino. La matanza fue amainando porque ya no quedaban chinos por matar ni negocios orientales por desvalijar. Los jefes maderistas, Emilio Madero, Orestes Pereyra, Sixto Ugalde y Jesús Agustín Castro seguían sin aparecer. Es muy probable que alguno de ellos estuviera enterado de la matanza. No fue hasta las diez de la mañana, más o menos, cuando Emilio Madero, junto a Orestes Pereyra y Jesús Agustín Castro, entraron a la ciudad y prohibieron la matanza. Pero, como escribe, Puig: «Los últimos soldados revolucionarios que entraron en la ciudad [...] empezaron entonces a tratar de contener la matanza y el saqueo. [...] No empleaban otro método que el de la persuasión, el cual por muy enérgica que la quisieran hacer, tardaba mucho en surtir efecto entre sus interlocutores».

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La matanza no terminó hasta las cuatro de la tarde, ya con ejecuciones aisladas. El saqueo consistió en cincuenta y nueve casas y trescientos tres muertos. Se sospecha que el más chico de ellos tenía doce años. Ninguno participó en la batalla. Todos contra todos Converso a la distancia con Julián Herbert. Él vive en Saltillo. Investigó múltiples fuentes, platicó con distintos historiadores, se zambulló en la historia local para escribir un libro sobre este genocidio. Afirma que puede entender la idiosincrasia lagunera de forma crítica pero no alcanza a observar todas sus orillas. Su libro tiene una perspectiva clara: demostrar que la clase dirigente de la ciudad intenta manipular la historia de Torreón. Ellos, explica, son los primeros en sostener «la historia de bronce», esa donde se dice que los asesinos no eran de aquí, sino un grupo de salvajes que seguían a la tropa. Un fragmento de sus pruebas es una entrevista que hizo a Silvia Castro, directora del Museo de la Revolución de Torreón. Tampoco deja atrás al resto de la población. Ellos también crearon un mito: «La cultura popular se ha lavado las manos de otra manera, concretamente, culpando a Francisco Villa, quien, como sabes, no tuvo ninguna vela en ese entierro». El asunto, desde mi perspectiva, se pierde por otros prejuicios. Por un lado, si a la clase alta lagunera le interesa esconder cadáveres en el clóset, dudo que sean de chinos. Algunos historiadores locales, como la directora del museo, tal vez expliquen la matanza como una acción aislada perpetrada por una «troupe de pícaros», como dice Silvia Castro a Herbert. Pero he visto que la versión más aceptada es que los asesinos fueron laguneros pobres y algunos clasemedieros, mezclados con personas de otros lugares. Es improbable pensar que la matanza y el saqueo, por sus dimensiones y minuciosidad, provenga de personas ajenas a la región. Por otro lado, la versión popular apenas circula. Para la mayoría de los laguneros, al igual que para el resto del país, este genocidio jamás existió. Tal vez esta ignorancia viene de cierto racismo velado. Esta perspectiva también la comparte Herbert. Queda claro que el pueblo mató a los cantoneses, pero no fue espontáneo, «sino tras la construcción de un imaginario xenófobo que llevaba décadas de existir y cuya primera articulación documentada proviene del gobierno de Porfirio Díaz y de los prejuicios raciales de la burguesía mexicana en general..


SERGIO GONZÁLEZ RODRÍGUEZ

En años recientes , Sergio González Rodríguez (Ciudad de México ,1950) se ha erigido como un autor de importancia capital m no sólo por sus ensayos , si no por sus prolíficas novelas que ya han evidenciado las preocupaciones centrales de su obra. Ante este panorama , el autor de Campo de guerra charla con Carlos Velázquez desde la distancia crítica, dejando a la vez de la resignación y a la apatía , sobre la guerra contra el narcotráfico y la apabullante violencia que se vive en México. Una versión extendida de esta entrevista esta disponible en la pagina web de Tierra Adentro.

EN TIEMPOS DE GUERRA LA LEYENGUARDA SILENCIO TIEMPOS DE GUERRA LA LEY GUARDA SILENCIO

Por Carlos Velázquez Fotografías de Alejandra Carbajal


En Campo de Guerra (Premio Anagrama de Ensayo) Sergio González Rodríguez sostiene que «en tiempos de guerra la ley guarda silencio». Dicha aseveración describe de manera global la situación del México contemporáneo. Un país en el que el Estado ha sido suplantado por el an-estado. Territorio donde impera lo a-legal. Nación que padece una resaca estratosférica: ciento veinte mil muertos y desaparecidos producto de la guerra contra el narco. Cifra a la que a diario se le suman más dígitos. Por obras como Huesos en el desierto (investigación sobre los feminicidios en Ciudad Juárez) y El hombre sin cabeza (un análisis sobre la decapitación por parte de grupos criminales), no existe hoy figura con mayor autoridad para develar el México actual que González Rodríguez. Además, destaca como uno de los críticos literarios más reputados del país. Responsable en gran medida de la recepción crítica de la literatura norteña en el centro. Su conocimiento y su trabajo de campo (su indagación en el estado de Chihuahua durante la investigación para Huesos en el desierto) lo dotan de una credibilidad irreprochable. Tanto en lo literario como en lo periodístico. Pero su sensibilidad se ubica más allá del tema de la violencia. Cada año ofrece un puntual recuento de los mejores libros publicados en variedad de géneros, en los que no se ausenta la poesía. Lo que detenta una voracidad indómita. González Rodríguez reparte su tiempo entre lo bello y lo terrible que conforman el paisaje mexicano.

¿Consideras la guerra contra el narco la peor crisis en la historia del país? La guerra contra el narcotráfico es una etapa de la historia del país inserta en el desplome del pacto Estado-nación de México a principios del siglo xxi. Su gravedad es enorme, ciento veinte mil muertos, ejecutados y desaparecidos, pero hay que recordar que en los últimos cien años pasaron la Revolución de 1910-1921 (un millón de muertos), la guerra cristera (1926-1929, con cerca de doscientas cincuenta mil víctimas) y otros episodios violentos, como la represión al movimiento estudiantil de 1968 y el levantamiento zapatista de 1994 en los Altos de Chiapas. La firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (tlcan, 1994) y el Acuerdo para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte (aspan, 2005) marcan una etapa distinta en la historia mexicana que a veces se denomina como posnacionalista o posmexicana, ya que la soberanía del país ha entrado en una dinámica de absorción por parte de Estados Unidos y Canadá.

«América para los americanos» (James Monroe dixit), pero la soberanía está lejos de ser un concepto inasible y objeto de compraventa expedita: consta en las normas c onstitucionales de México (y de todos los países). El hecho de que los gobernantes mexicanos y sus socios rechacen cumplir tal precepto implica otro asunto. Por lo demás, resulta una falacia decir que los Estados-nación son cosa del pasado porque ahora se impone (o debe imponerse) el gobierno mundial dirigido por Estados Unidos. El Estado-nación continúa como el punto de ensamble necesario para el orden global. El concepto de soberanía no sólo es un mensaje sobre la extensión y y autonomía territorial, sino que constituye el recipiente de la historia, la cultura, la memoria, el lenguaje específico de una nacionalidad. Si el nacionalismo arcaico está rebasado, la nacionalidad entendida como cosmopolitismo de la diferencia (Ulrich Beck dixit) determina los contenidos posmexicanos o posnacionales. Las nuevas generaciones que están al tanto de la cultura global y que, a la vez, viven en su entorno y bajo el legado faAnte la ausencia de una so- miliar, local y comunitario. beranía nacional, donde el concepto de patria es inasible, Si la única solución para en¿cuáles son las posibles muta- derezar el rumbo es hacer que ciones que experimentará el se cumpla el estado de deremexicano de la posnación? cho, ¿cómo podría conseguirse El ataque a la soberanía na- esto desde el an-Estado? cional delata la bandera de Restablecer el Estado de derealgunos políticos, empresari- cho (rule of law) es una tarea os, comunidades y personas que atañe y debe encarar el pro-estadounidenses, que repi- propio Estado alegal o an-Estaten aquella doctrina tradicional do que llegue a desarrollar una de America para los america- voluntad autocorrectiva, y que nos (James Monroe) implica al poder ejecutivo EN PRIMERA PERSONA

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al poder legislativo y al poder judicial, a los partidos políticos, a la clase empresarial, a las iglesias y, sobre todo, a la sociedad, que tiene que rechazar el an-Estado: su funcionamiento anómalo de estar fuera y contra de la legalidad y, al mismo tiempo, simular el respeto por ella. Por ejemplo, ahí está pendiente el combate total a la corrupción institucional, la opacidad del gobierno, el autoritarismo en acciones y medidas. Desde luego, esto implica crear y practicar otra cultura política a nivel civil que sea capaz de trascender el mito de que la democracia comienza y termina con el voto y durante la jornada electoral, y queda en uso exclusivo de la clase política. La participación civil es una práctica que debe realizarse todos los días.. En el pasado existía el temor de que nuestro territorio se «colombianizara», ahora son otros países los que temen «mexicanizarse». ¿Nos hemos convertido en el mejor modelo de corrupción, de la falta de gobernabilidad y de crisis de inseguridad? El riesgo de «mexicanización» de otros países por desgracia es real: se trataría de esa línea espectral donde lo legal y lo ilegal se entrelazan bajo una legalidad formal. Es decir: la simulación del Estado de derecho y el incumplimiento de las normas constitucionales. Si se pierde el Estado de derecho sustancial, material, concreto, los demás males vienen de inmediato: corrupción, ingobernabilidad, inseguridad, ineficacia, etcétera. Cada vez más las democracias

contemporáneas, ha explicado Giorgio Agamben, recurren al «Estado de excepción», en otra palabras, a la ruptura de la legalidad constituida bajo el pretexto de imponer, la ley. Sucedió en México, en Michoacán, cuando el gobierno federal impuso a un «comisionado» para «resolver» la inseguridad y la violencia allá y éste pasó por encima del orden constitucional al realizar, para colmo, sólo un ejercicio de «control de riesgos» temporal, cuyos efectos fueron fugaces, mínimos y propagandísticos. Mientras tanto, persistieron los problemas que lo convocaron. México es muchos Méxicos. Pero primordialmente se advierten dos: el progresista y el represor. Un día legalizamos el matrimonio entre personas del mismo sexo y otro quemamos pruebas de nuestra corrupción, como ocurre con los documentos de la deuda de Coahuila. ¿Ontológicamente nos definen estos dos opuestos? ¿La permisividad y la impunidad? Estoy de acuerdo con la idea de que México es muchos Méxicos, y también con la idea de un amplio terreno (real e imaginario) que se abre entre dos extremos, el progreso y el autoritarismo. Allí caben esos Méxicos y es donde, a mi parecer, se encuentran las causas históricas, culturales y sociopolíticas que determinan los contrastes y diferencias que caracterizan la sociedad mexicana en el presente. En lo personal, desconfío de las explicaciones metafísicas cuando existen factores tan evidentes como la pobreza, la desigualdad, la marginación, SERGIO GONZÁLEZ RODRÍGUEZ 12

el desorden institucional, las carencias educativas, la impunidad completa de los delitos. En tales factores se origina la permisividad, el delito, la violencia, etcétera. Lo peor es cuando se generaliza la idea de fatalidad de lo mexicano, es decir, se atribuye a un componente esencial, racial, cultural o religioso una supuesta condición negativa, pues se niega la posibilidad de enfrentar causas concretas y se estigmatiza a un pueblo, o se forjan estereotipos de uno u otro rango. Si en México las instituciones son una entelequia, ¿la institucionalización de la violencia es el máximo poder en el país? Las instituciones en México son entelequias porque, o son ineficaces e ineficientes o se limitan a cumplir formas pero incumplen lo sustancial: resultados tangibles. Todo Estado constituye violencia permitida y ejercida por el propio Estado, lo malo está cuando un Estado (como el mexicano) carece del monopolio de esa violencia (la delincuencia organizada se lo forcejea) y es incapaz de garantizar derechos o seguridad para los ciudadanos, y en cambio pretende encarnarse cada vez más en un Estado terrorista. En CeroCeroCero Roberto Saviano declara de manera un tanto tardía que la cocaína es la principal responsable de la violencia en el mundo. Pero el crack sepultó a la cocaína en algunas regiones de México. Lo podemos ver en sitios como Tepito, por ejemplo.


¿Crees que la coca sea todavía la protagonista del conflicto? La principal causa de la violencia en el mundo es la máquina de guerra implantada por Estados Unidos con el pretexto del combate al terrorismo, el cual subsume además el combate al tráfico de drogas a nivel planetario. La cocaína es uno de los protagonistas históricos, por cierto, menor: un pretexto para la política prohibicionista que encubre la maquinaria bélica y persecutoria en todos sentidos. Los cárteles se disputan una plaza a muerte, con bajas de toda clase, incluidas civiles, sin embargo son capaces de pactar acuerdos para que en determinada plaza la cocaína que se venda sea de la peor calidad. ¿A qué obedece esta lógica? El tráfico de drogas es una modalidad del capitalismo, y sus empresarios ilegales se desplazan bajo la lógica de éste: oferta-demanda, bajos costos, máxima rentabilidad, acuerdos o desacuerdos mercantiles con sus competidores, etcétera. Si en alguna plaza ofrecen pésimo producto a sus consumidores es para ganar más dinero a costa de éstos. ¿Agoniza la cultura mexicana? ¿Será suplantada por la narcocultura? ¿Se convertirá el narcotráfico en la cultura dominante? La cultura mexicana está más viva que nunca, basta observar la calidad y diversidad a nivel internacional de los productos culturales en nuestra literatura, el arte, el pensamiento, el teatro, la música, el cine, el video, la fotografía, el periodismo, etcétera. La narcocultura, que prefiero llamar la subcultura

auge que comenzó alrededor de tres décadas atrás y ya contempla su ocaso. Tuvo una primera etapa con las películas sobre el tráfico de drogas y el crimen de los años ochenta del siglo xx, por ejemplo, La banda del carro rojo de Rubén Galindo (1978), derivada del corrido homónimo del grupo Los Tigres del Norte, los cuales a lo largo de los años setenta comenzaron a triunfar con este tipo de temas de «Contrabando y traición». La potencia de los grupos criminales en México, que hacia la década de los noventa se explayara por completo, haría que entre 1994 y 2012 la subcultura del narcotráfico se volviera una corriente distintiva.

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Carlos Velázquez (Torreón, 1978) es autor de La Biblia Vaquera y La marrana negra de la literatura torre, además del libro de crónicas El karma de vivir al norte. Alejandra Carbajal (Distrito Federal, 1983) estudió en la Escuela Activa de Fotografía de Echegaray, donde actualmente es profesora de técnicas antiguas. Colabora en la revista Time Out México.


En Tierra Adentro tenemos la convicción de no separar los temas políticos de lo

político a través del arte. En esta ocasión, convocamos a escritores, sociólogos y

vivir aquí y, quizá más importante, qué significa morir en México. «Septiembre y, también, nuestra manera de iniciar un diálogo contemporáneo y necesario

la que nos presenta datos duros sobre cuánto cuesta el metro cuadrado para en

fraude. Un intermedio visual entabla un diálogo político con la sociedad desde

reflexiona sobre desaparecer en la era de la posnacionalidad, de los no lugares

de nuestras secciones de creación para continuar el debate: en ensayo, Tania Ru

cuencias fatales que tiene en la vida de la nueva promoción de mexicanos, y en

censura, por desaparición, narcotráfico, feminicidios y migración. Para finalizar

Gerardo Montes de Oca reflexionan e


os estéticos, sino ponerlos en un punto medio para hablar del contexto social y

y artistas visuales a que respondan qué queda del país ante la ausencia, qué es

e negro» es nuestro dossier con el que celebramos y cuestionamos el mes patrio con nuestros lectores y colaboradores. Inicia Paul Medrano con una crónica en

ntierros, además de los distintos servicios funerarios que, muchas veces, son un

e la que se crea, acompañado de un ensayo de José Jiménez Ortiz en el que se

s, cuando se borran las fronteras de la identidad. Además, cedimos el micrófono

Ruvalcaba Valdés explora los pormenores de la alimentación escolar y las conse-

n narrativa pedimos a cinco autores que escribieran cuentos sobre la muerte por

r, extendimos la discusión a la Conversación abierta, en donde Israel Martínez y

en torno a la violencia desde el arte.


LA MUERTE NO ES LA NADA POR PAUL MEDRANO La muerte no es el descanso eterno para los familiares de los finados. En esta crónica, Paul Medrano escribe sobre dos casos comunes en nuestro país, una muerte a causa de la diabetes y un asesinato por grupos del narcotráfico, donde muestra que morir es solo el primer paso de un largo y costoso pesar para los deudos, quienes deambulan entre el dolor, coronas de flores, corrupción y falsas funerarias. Junior murió hace un año, poco antes de sus dieciocho. Encontraron su cadáver arrumbado en un lote baldío de Guadalajara. La policía relató en su informe que fue majado a golpes y luego torturado durante mucho tiempo. Después le metieron catorce balazos. Pasaron tres días para que su familia se enterara de la ejecución y necesitaron casi dos horas para reconocerlo. El ombligo de Junior estaba más allá de Zapopan. Mucho más allá. Provenía de la región serrana de los límites entre Guerrero y Michoacán. Hijo de un profesor rural y un ama de casa, Junior creció en un ambiente hostil y violento que lo predispuso a tomar el camino más común entre los adolescentes sierreños: el narco.

Sus primeros logros fueron presumidos en Facebook. Junior fumando a través de un bong; Junior en un restaurante, rodeado de botellas de whiskey JB y dos jovencitas igual de imberbes; Junior en una selfie en un motel barato, en una cama detrás se ve un montón de billetes de cien y cincuenta pesos; Junior en una motocicleta Italika, quemando llanta; Junior con un traje camuflado en una zona inhóspita, rodeado de cerros inmensos y árboles hasta el infinito. Cuando al profesor rural le informaron sobre los pasos en los que andaba Junior, fue tajante en su sentencia: «si él escogió ese camino, que lo ande. Pero andará solo. Ya está bastante grandecito para que yo lo cuide». Nadie volvió a hacerle la observación. Nadie. Ni siquiera su esposa, cuando vio entrar el féretro de su hijo por la puerta de su casa. Desde que se enteró de la muerte de Junior, su padre fue a ver a un amigo que incursiona en la política para que lo ayudara a conseguir un lote en el panteón municipal. Cada espacio de tierra en el camposanto, de 2 x 3 metros, cuesta novecientos pesos. No es mucho, pero hay que mover influencias para

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para que no te toque en una ladera, junto al basurero o encerrado entre mausoleos. El profesor buscaba un espacio digno para enterrar algo más que a su único varón; enterraría, también, su apellido, su estirpe. Y en un lote de panteón no cabe tanto. Tuvo suerte; su amigo político no sólo le consiguió un buen lugar, sino que usó sus contactos para que el lote de Junior no tuviera costo. Pero no todo iba a ser tan fácil: cuando llegó a Guadalajara a reclamar el cadáver de su hijo, le informaron que para «entregarlo» debía aportar una cuota voluntariamente obligatoria al Ministerio Público por los trámites que exigió el caso. El motivo: las circunstancias de la muerte vinculadas a grupos delictivos. La cooperación fue impuesta en veinticinco mil pesos y no hubo poder humano que la redujera. De este trámite no queda prueba alguna, pues es un movimiento que se realiza bajo el agua. Lo mismo pasó en el Servicio Médico Forense (Semefo) y con el acta de defunción. Además, tuvo que someterse a un interrogatorio de rutina para responder algunas preguntas sobre el oficio de su hijo. El padre de Junior creyó que por fin había acabado el viacrucis, pero faltaba lo mejor: el SeSEPTIEMBRE NEGRO 16

exige los servicios de una funeraria para entregar el cadáver. Por ley, los deudos no pueden llevarse el cadáver como si fuera un televisor de plasma. De modo que tuvo que contratar una agencia funeraria que de inmediato le informó que, para trasladarlo a su lugar de origen, los honorarios y trámites extras iban a duplicar el costo inicial: veintiocho mil pesos. A todo eso tuvo que sumarle los seiscientos del costo de la misa, doscientos pesos para la rezadora que veló durante la noche, quinientos para elaboración del altar, dos mil quinientos a cada uno por las flores y los músicos, setecientos de veladoras, cuatro mil para alimentación de los dolientes, dos mil pesos para bebidas frías y calientes, trescientos cincuenta en platos, vasos y cucharas desechables; cien pesos de servilletas, cuatrocientos de pan dulce, ciento cincuenta de tortillas, ochocientos para la ropa fúnebre (sin zapatos), y casi cinco mil de bebidas alcohólicas. Pero no todo fue negro. La novia de Junior está embarazada. Aquí ni los muertos descansan. Eso lo supo David cuando le avisaron que su madre había muerto y recordó que una de sus últimas voluntades era que cremaran su cuerpo. Cuando terminó la llamada en su celular, se limpió las manos del cemento aún fresco, se quitó la gorra en señal de luto y miró al cielo unos instantes. La pesadilla apenas empezaba. «Acaba de hablarme mi hermana para avisar que mi madre ha muerto», le dijo al encargado de obra. Un entallado «lo siento»” salió de su estricto jefe. «Ve a hacer lo que tengas que hacer, David». Eso significaba que tenía el día libre de trabajo, no de congojas. Bajó por la improvisada escalinata que servía para toda la peonada de la obra. A su paso no apreció la sinfonía de sonidos que emanan de una construcción. Su mente estaba en el último deseo de su madre, pero también en el tercer parto de su mujer. Al llegar a su casa, su esposa lo abrazó. Ya sabía la mala noticia. Agotada por la diabetes, la madre de David pasó sus ultimos dos años entre hemodialísis .


coma diabético, breves etapas de estabilidad y una férrea negativa al estricto régimen alimenticio. La diabetes agotó primero la vista, luego los riñones. Era necesario cambiar de vida. Los siete hermanos organizaron un minucioso cronograma para repartirse el trabajo y los gastos. Como la albañilería es un oficio eventual y absorbente, David aportaba una cuota mensual para subsanar gastos y compensar su ausencia. Además, su mujer iba cuatro días al mes a cuidar a la suegra, ya fuera en el hospital o en la casa materna. En algún momento de la enfermedad, la madre de David comenzó a cocinar la idea de la cremación. «Quiero acabar de raíz con este mal», justificaba. No hubo explicación que la convenciera de que la diabetes no es causada por un virus o bacteria, sino por una falla biológica. Con el tiempo, los hermanos se hicieron a la idea de que había de ser cremada, pero veían lejos el momento. Cuando murió, venía de un periodo de relativa mejoría. Por eso el asunto de la cremación los tomó por sorpresa. En la cama de hospital, ante el cadáver, repartieron responsabilidades para el velorio y David fue el encargado de la cremación. David no sabía nada de quemar carne. Su referente más cercano era el de los cuarenta y tres estudiantes supuestamente calcinados en el basurero de Cocula, entre el 26 y 27 de septiembre del 2014. Para él, tal cosa no pudo ocurrir. hora, lo que sí debía ocurrir era la de su madre, un último deseo que debía ser cumplido. Antes de salir del hospital de Acapulco, preguntó a dos enfermeras sobre alguna empresa que se encargara de cremaciones. Ninguna le dio razón, pero le sugirieron que se dirigiera al cubículo de información, a la entrada del nosocomio. Cuando salió a la calle ya tenía los datos, tomó su teléfono celular y llamó al número proporcionado. Casi se fue de espaldas cuando le informaron del costo, veinticinco mil pesos. Era demasiado para un último deseo. Buscó otras opciones, hasta que la funeraria Manzanarez le pidió doce mil. Accedió.

Dos días después, luego del velorio, los familiares acompañaron a la vieja carroza fúnebre que trasladaba el cuerpo de la madre de David. De la zona de hospitales, donde velaron el cuerpo, el cortejo enfiló hacia La Cima. Luego de un prolongado descenso llegaron a la zona de Las Cruces, en la entrada de Acapulco, y tomaron la avenida hacia Puerto Marqués. En unos minutos llegaron a Cremaciones del Pacífico. Cuando bajó del taxi colectivo, David miró aquel lugar con cierto asombro. Parecía una casa color beige, con techo a dos aguas y el volado pintado de verde. Un pequeño letrero rectangular blanco con la razón social en letras negras y una silueta de lo que parece ser un farol. Por el frente sólo tenía una puerta blanca y una ventana, de la cual salía el equipo de aire acondicionado. A un costado sobresalía una bodega con un pequeño portón. En su parte superior, de nuevo la razón social en otro tipo de letra y un par de alas. A un costado de ese negocio, la miscelánea Alina, y del otro, una ferretería. Una secretaria les dio la bienvenida. Los atendió de manera amable y les dijo que por órdenes de la Secretaría de Salud no podían presenciar el proceso crematorio. A David le pareció atinado el comentario. Asimismo, le informaron que el proceso duraría varias horas, por eso les recomendaron que fueran al día siguiente a recoger la urna con cenizas. Al día siguiente, como acordaron, fueron a recoger la urna y el domingo, después de una misa, la familia se trasladó a Pie de la Cuesta donde esparcieron las cenizas. Fue un momento emotivo, pues cada pariente tomó un

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meses después, las noticias aron un hecho espeluznante: ubrieron sesenta cadáveres en ematorio abandonado. El parcial afirmó que era muy probque se tratara de un fraude de cios funerarios. El lugar era el o donde David dejó los restos madre. después David recibió la ada de una sus hermanas. ue la sospecha los carcomía, aron en que no se tratara de madre. Sin embargo, por la e, cuando se difundieron las eras imágenes del interior de ugar, David reconoció en uno s cuerpos una mantilla apercon la que envolvieron a su e durante el velorio, para ser dada al crematorio. La duda ofeteó. ¿Serían de ella los resutrefactos debajo de aquella illa o simplemente alguien había quitado antes de crea? Al día siguiente acudió a la lía General del Estado, donde an número de personas espen informes sobre los sesenta pos. Platicando entre ellos, ubrieron que habían llegado iferentes agencias funerarias. xigencia de claridad calentó nimos. Todos los posibles deados se plantaron en la entrae la Fiscalía en espera de datos ignos. s después, la Fiscalía informó debido al estado de descomión de los cuerpos, la identifin ocular era imposible, por lo era necesario realizar pruebas gicas. Entonces solicitó a los les afectados muestras para comparadas. Asimismo, adque los resultados tardarían nos días por el número de cu. Un mes después, David fue mado de que su madre sí estantre los cadáveres. Pensó que emación no había sido buena Tampoco había sido buena.

Quién, qué dios, qué enloquecidas alas podrán venir, amar aquí. Donde no hay nada. Antonio Gamoneda

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UNA BREVE HISTORIA CON OLOR A MUERTE Por Carolina Alba En una de sus publicaciones periódicas para la revista e-flux, Boris Groys (2013) nos recuerda que la finitud de la existencia humana previene a la humanidad de alcanzar la perfección e invita al artista a no volverse inmune ante el bacilo del cambio, la enfermedad y la muerte, sino por el contrario, que se deje permear por estas situaciones, que las explore y confronte. La escasez del tiempo y la energía es lo que determina la finitud humana, pero no sólo eso: estos mismos factores fueron lo que definieron en gran medida las bases para la evolución de la naturaleza. El ideal de la copia de una molécula dependió del tiempo que tuvieran, ya fuera para replicarse con gran velocidad o para hacerlo de manera más lenta pero con mayor precisión. El que para ambos casos los recursos siempre fueran limitados, finitos, propició la competencia, y por ende, la ya conocida lucha por la existencia, la supervivencia. Sin embargo, hay todavía dos variables importantes por considerar en este proceso evolutivo: la estabilidad (resistencia) de la copia del molde, y la gran posibilidad del error en alguna de las copias. El error se vuelve

entonces un factor atractivo para retomar, ya que sin poderlo clasificar como mejor o peor, propiciará la evolución misma. De hecho Richard Dawkins, en su libro El gen egoísta (1993), nos aclara que nada en realidad desea evolucionar; por el contrario, la búsqueda por una estabilidad forzó a que dichos replicadores (genes, moldes) desarrollaran maneras de autodefensa, también llamadas máquinas de supervivencia. Dichos vehículos de subsistencia debieron irse perfeccionando en técnicas y artificios, y henos aquí. Pero el objetivo principal de Dawkins en su libro es examinar la biología del egoísmo y el altruismo, y defiende que estas máquinas de supervivencia están programadas para perpetuar las moléculas egoístas, también llamadas genes. De hecho, es irónico pensar que si fuera más fácil aprender a ser altruistas sería debido a un condicionamiento genético. Pero lo que nos interesa para este número sobre la muerte, presente de diversas maneras a nuestro alrededor, son aquellas influencias que se han ido aprendiendo y transmitiendo de una generación a otra a través de la cultura. SEPTIEMBRE NEGRO 20


Dawkins nos ofrece dos panoramas inmediatos, uno en donde reina el altruismo, y otro el egoísmo. En el escenario del altruismo, algunos deberán sacrificarse por el bienestar del grupo, también llamado «selección de grupos»; por el contrario, en el escenario de la «selección individual», algún rebelde no estará dispuesto a tal sacrificio, y esto mismo le dará mayores posibilidades de subsistir y reproducirse. Por consiguiente, la herencia serán estas cualidades egoístas y, tras varias generaciones, finalmente los que quedarán del grupo altruista se identificarán con el grupo egoísta. Todo esto podría ser «aparente»; sin embargo, si se piensa en la muerte del campo (territorio), la muerte del discurso (política, bienestar común), la muerte del maíz (comida) o la muerte de la ciudad (hábitat) en México, vemos que la teoría de aquel zoólogo inglés heredero de Darwin cobra sentido. Vivimos en el inicio de la era del info-capitalismo (Mason, 2015), donde la abundancia de la información del conocimiento y la inmediatez de la imagen no nos permiten «fiarnos de lo visible», y hemos tenido que regresar a uno de nuestros sentidos más básicos para distinguir el estado de las cosas: el olfato. En efecto, algo huele mal, a podrido. Distinguimos el olor común/tradicional de los olotes con mayonesa y chile de nuestras calles llenas de comida pero tirados como basura en barrios extranjeros, herederos de una bio-cultura milenaria; el olor a muerte de las tierras estériles repartidas y millones de muertos por una revolución ficticia, el olor a pólvora de los trofeos de conflictos de años que no permitían trabajar pero que se conmemoran; el olor al dinero criminal normalizado como democracia que fluye a través de los discursos sordos y sin sentido, pero nos cuesta imaginarnos el olor de nuevos hábitos sustentables y una permacultura autosuficiente porque, quizá, hemos heredado el gen egoísta y despiadado. Sin embargo, es relevante reflexionar sobre las condiciones y el contexto donde este ser ha sobrevivido y prosperado.

Parte central de este dossier sobre muerte y violencia fue invitar a artistas que no sólo reflexionaran sobre los hechos, sino que crearan a partir de la ausencia. Aquí, Carolina Alba traza las inquietudes de los artistas cuya obra acompaña las páginas de esta revista.

Carolina Alba (Ciudad de México, 1982), hizo un MA en Historia del Arte y del Diseño en Kingston University London, es académica en la uia Santa Fe y genera proyectos independientes entre la investigación y la práctica artística. Fue miembro del colectivo Nerivela y coordinadora el proyecto educativo Estudio Abierto del macg.

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El Rancho Ciencias Naturales se gesta como una asociación de personas con procesos afines y sinérgicos que buscan generar proyectos colectivos a partir de su interés por adoptar estilos de vida que tiendan hacia la autosuficiencia energética y material, así como al uso integral del cuerpo humano como herramienta de conocimiento y producción. Sin olvidar la identidad cultural urbana de sus miembros, pone de manifiesto la experimentación de lo rural como principio de investigación para explorar las posibilidades de nuevas identidades híbridas. Para ello, y basado en la filosofía del open-source, el proyecto será documentado desde su inicio y se compartirá abiertamente la información generada en forma de manuales, gacetas y artículos.

El espacio rural recientemente obtuvo el certificado parcelario para arrancar esta iniciativa y está localizado en una zona de lluvia que, aunque carece de servicios básicos, cuenta con las condiciones necesarias para ser cultivada y habitada por medio de la bio-construcción. Se tiene planeada la realización de espacios para vivienda para un grupo limitado de personas, espacios de producción e investigación de campo, que alojen encuentros transdisciplinarios a manera de residencias, talleres y cursos, conferencias que estén relacionadas con algún tema sobre sustentabilidad y ecología, contemplando una proyección consciente y responsable hacia el futuro del espacio y su entorno.

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RANCHO CIENCIAS NATURALES

Paulina Lasa (Ciudad de México, 1980) estudió Arte y Diseño industrial en la unam. Ha expuesto su trabajo en México, Estados Unidos y Europa.

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MORIR EN LINEA MORIR EN LINEA MORIR EN LINEA Por José Jiménez Ortiz


En el pasado, los símbolos y los rituales nos ayudaban a recordar; en la actualidad son los documentos digitales los que nos ayudan a hacerlo. Al introducir la estética de la información (info-aesthetics), Lev Manovich aborda el flujo de información que los internautas procesan y almacenan, ya sea en su vida laboral o bien en la personal. En un sistema de redes, los nodos se mantienen activos en la medida en que permitan el ir y venir de datos a través de ellos, sin importar quién los opera. Pensemos en qué pasa con los bots: a pesar de estar programados para decir lo mismo que miles de cuentas similares, cumplen las funciones básicas de cualquier otro internauta. ¿Qué pasa con esos «trazos digitales de nuestra existencia» de los que habla Manovich cuando uno muere? Si el internet es un protocolo para la transferencia de datos entre nodos, sale a flote una serie de interrogantes en torno a cómo ocurre la muerte en un sistema de redes. ¿Pasa cuando un nodo deja de procesar datos o cuando el usuario que opera ese nodo pierde la vida? Un usuario ¿es?, ¿está?, ¿existe?, ¿habita?, ¿transita? Ubicando nuestro objeto de reflexión en lo que podemos llamar genéricamente «realidad», chocamos con una cuestión presente a lo largo de la historia de la filosofía. Durante siglos, grandes pensadores han tratado de darle sentido a la cuestión, más que formular respuestas. Siempre ha sido un tema bastante trabado que peor se puso cuando Jürgen Habermas publicó en 1962 su obra The Structural Transformation of the Public Sphere: An Inquiry into a Category of Bourgeois Society, generando con su noción del espacio público un apéndice gigante a la pregunta en cuestión: ¿de qué manera se sitúa el ser humano en la realidad, tanto en el espacio público como en el privado? Más complejo se ha puesto el asunto cuando nos ponemos a pensar que el concepto desarrollado por Habermas ha caducado en tiempos post social network. José Jiménez Ortiz (Torreón, 1980) es artista visual y autor del libro Algorithms, Fear and Social Change. Ha expuesto en museos de México, Brasil, Finlandia, España y Holanda.

Se trata de una ecuación sumamente compleja con variables en distintos postulados teóricos enfocados a cómo interpretar los conceptos de realidad, realidad virtual, espacio público, para con ello despejar las incógnitas relativas en torno a la función humana dentro de dichos lugares; llegamos a una pregunta que perturba al sujeto que forma parte del tejido social contemporáneo: ¿la realidad virtual, esa que las personas integran dentro de redes sociales, forma parte de la realidad misma? Si aún no decidimos si el ser humano es, está, existe, habita o transita la realidad propiamente dicha, ¿cómo saber cuál es su rol dentro del complejo sistema de redes en el cual interactúa con otros miles de usuarios? Si aún no definimos aquello que nos empeñamos en llamar realidad, ¿cómo explicar lo que estamos presenciando en un mundo tomado por empresas que ofrecen una vida detrás de un user name y una picture profile? Pensemos en un escenario real, bello y siniestro: en el futuro, cuando todos sus billones de usuarios estén muertos, Facebook, WhatsApp, Instagram y Twitter serán cementerios. Es aquí donde no puedo dejar de pensar en Jaques Derrida y su obra Aporías, donde el francés afirma que «vivir significa dejar huellas». A él le interesaba la idea de que vives al dejar una huella y luego la dejas atrás, por lo tanto vivir significa morir. Para él, cada trabajo de escritura es una pequeña muerte. Si trasladamos esa idea a cada tweet, cada post en Facebook, cada foto en Instagram o cada conversación en Whatsapp, se vuelven instantáneamente en huellas de nuestra muerte. Derrida escribió: «La huella que dejo significa simultáneamente mi muerte, mi muerte por venir y la esperanza de que me sobrevivirá. No es una ambición de inmortalidad; es fundamental. Dejo aquí un pedazo de papel, lo dejo, muero; es imposible salir de esta estructura; es la forma

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inmutable de mi vida. Cada vez que dejo ir algo, vivo mi muerte en la escritura». Ahora, ¿qué pasa con todo esto en un lugar como México, nación culturalmente diferente, desigual económicamente y desconectada tecnológicamente? La globalización en México es disímbola, diacrónica y segregada, entre los polarizados habitantes multimillonarios, pobres y miserables. Las huellas, entonces, son cosa exclusiva de aquellos que tienen acceso a la tecnología que nos permite vivir y trascender la existencia terrenal en el plano de las redes sociales. A pesar de la hiperpoblación de redes wifi, de la aparición de smartphones de bajo costo y de los programas académicos de la Secretaría de Educación Pública que incluyen inglés e internet, en nuestro país sólo 44.4 % de la población tiene acceso a esta realidad. Son cuatro de cada diez mexicanos los que pueden crear un perfil y ser alguien después de su muerte. En un ambiente multidocumentado en el que los medios de comunicación son parte de nuestra vida cotidiana, volvemos al tema de lo real. ¿Acaso las fotografías que tomé y que miro después pueden reemplazar mi memoria actual sobre un lugar, una persona o un hecho? De ser así, ¿quién controla mi pasado?, ¿quién lo que existe en mi memoria o mis registros sobre ella? ¿El 66.6% de la población no forma parte de la realidad? ¿A dónde van a dar sus huellas? ¿A quién le importa su acta de nacimiento o certificado de defunción? Dentro del contexto hiperviolento en el cual vivimos los mexicanos, podríamos pensar un poco más en esas huellas de las que habla Derrida. La muerte está a la vuelta de cada esquina y sería bueno considerar cuál es nuestra última huella: ¿una marcada en la realidad concreta, o un estado de WhatsApp convertido en epitafio? Mientras los cibernautas se exponen al tema del secuestro de cuentas, la población desconectada se expone a un secuestro real. Mientras el habitante de las redes social traslada el problema filosófico de la existencia al terreno de la realidad virtual, el ser humano sin acceso a la tecnología sigue enfrentando la muerte en las mismas condiciones de miseria que lo hicieron sus antepasados: como un personaje anónimo sin derecho a escribir un epitafio, por no tener recursos para grabar una lápida. Ni siquiera en Facebook. SEPTIEMBRE NEGRO 26



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