Poesía en la Escuela

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Los chicos • Juan Gelman • Diana Bellessi • Mercedes Roffé • Ángela Pradelli Alberto Muñoz • Javier Cófreces • Alejandra Correa • Eduardo Mileo • Javier Galarza Leonardo Martínez • Claudia Prado • María del Carmen Colombo • Lucio Madariaga Graciela Zanini • Alejandro Méndez • Alejo González Prandi • Mercedes Araujo Marcelo Carnero • Soledad Castresana • Silvia Camerotto • Natalia Litvinova • María Julia Magistratti • Florencia Walfisch • Ana Laferranderie • Carlos J. Aldazábal • Silvia Castro • Marisa Negri • Victoria Scholnik • José María Pallaoro • Sergio De Matteo Valeria Cervero • Gabriela Franco • Catalina Boccardo • Romina Freschi • Gisela Galimi • Joaquín Valenzuela • Paula Aramburu • Paulina Aliaga • Miguel Martínez Naón • Ana Cecilia Adjiman • Inés Abeledo

s e p t i e m b r e d e 2 011

Escriben:


ilustraci贸n: Ana Adjiman


Editorial pag. 7 Programación pag. 10 Poesía en la Escuela pag. 14 Liceo 1DE2 pag. 16 pag. 24 ¿y para qué poetas? pag. 18

Sumario

pag. 26 pag. 34 pag. 42 pag. 50 pag. 59 ESB 186 pag. 32 pag. 40 pag. 48 pag. 56 Lecturas pag. 68 Poetas x Poetas pag. 73

Entrevistas pag. 82

Homenaje pag. 90 pag. 93 Poesía en la Escuela

Alejandra Correa y Marisa Negri – Javier Galarza del II Festival de Poesía en la Escuela 12 al 20 de septiembre 2011 Marisa Negri Lautaro Álvarez – Germán Hoffman – Florencia Laura Bolan Daniela Longhi – Fernando Alegre – Clara Lopez Beltrán Baklan Suyatoslav – Alan Zapana Julieta Quevedo – Florencia Ceballos – Melisa Blanco – Josefina Chen – Leonardo Chamorro – Lucía Bustamante – Sol Peralta María Julia Magistratti – María del Carmen Colombo – Paula I. Aramburu – Paulina Aliaga – Marcelo Carnero Mercedes Roffé – Eduardo Mileo – Diana Bellessi – Leonardo Martinez – Gisela Galimi Claudia Prado – Graciela Zanini – Miguel Martinez Naón Alberto Muñoz – Alejandro Méndez Valeria Cervero – Natalia Litvinova – Romina Freschi – Javier Cófreces – Ines Abeledo Alejo González Prandi – Ana Lafferranderie – Marisa Negri Soledad Castresana – Florencia Walfisch Gabriela Franco – Lucio L. Madariaga – Silvia Camerotto Catalina Boccardo – Joaquín Valenzuela – Victoria Schcolnik Ayelén Esquivel – Sandra Herrera – Micaela Vera Rojas – Fabiana Navarro – Ayelén Romero – Brenda Cuevas – Jaqueline Romero Bianca Salguero – Rogelia Gutiérrez Rojas – Ángela Paca Olañeta – Néstor Morales – Blaca Zarraga – Miguel Montero Nicolás Tibone – Carolina Ferreira – Vladimir Nino – Talia Rocha Matías Basconcello – Michael Sevillano – Damian Cabrera Guillermo Levin – Daniel Quinteros – Julieta Zuñiga – Omar Morodíaz – Wilber Iriarte – Milton Ortiz – Pablo Sosa Liz Corzo – Jonathan Garcete – Oliver Vidal Ángela Pradelli Susana Thénon x Mercedes Araujo Themis Speroni x José María Pallaoro Juan Carlos Moisés x Silvia Castro la tía Dorita x Ana Adjiman Bustriazo Ortiz x Sergio De Matteo Francisco Gandolfo x Javier Cófreces Vicente Huidobro x Carlos Aldazábal a a a a

Guillermina Weil Javier Galarza Alejandra Correa Claudia Prado

a Francisco Madariaga de la Palabra a otros Lenguajes

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Poesía en la Escuela es una publicación de Javier Galarza, Marisa Negri y Alejandra Correa Bartolomé Mitre 3864 C1201AAV C.A.B.A. – Argentina mari sa ne gr i@gm a il .c o m

ilustración: Pablo Ramirez Arnol

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Revista del II Festival de Poesía en la Escuela – Septiembre 2011

Staff

w w w.poesiaenlaescuela.blog spot .com

dirección: Javier Galarza

coordinación de talleres: Ana Adjiman grupo editorial: Florencia Ceballos, Lautaro Álvarez, German Hoffman, Florencia Bolan, Pablo Capdepón, Isabella Piazza, Belen Ríos y Julieta Quinteros coordinación general: Marisa Negri Alejandra Correa ilustración institucional: Pablo Ramírez Arnol

prensa: Natalia Litvinova

diseño: Pablo Runa

fotos de tapa y contratapa de Marisa Negri: Las susurradoras Giuliana Bolettieri y Bernarda Iúdica en el Primer Festival de Poesía en la Escuela – Los retratos fueron suministrados por los escritores Poesía en la Escuela

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Agradecimientos A los chicos. A los poetas, artistas y músicos participantes del festival. A las comunidades educativas del Liceo Nro 1 DE 2 y la ESB 186 de La Matanza por su compromiso con este proyecto desde el primer día. A Carlos Skliar, Javier Cófreces y Alberto Muñoz.

ilustración: Pablo Ramirez Arnol

Gracias: CoNaBiP, CCEBA, Audiovideoteca de la Ciudad de Buenos Aires, Ediciones en Danza, Biblioteca Santa Genoveva, Alfredo Bernárdez, Margarita Soldavini, Noemí Fiumara, Maria Liotta, Mariana Firpo, Liliana Paradiso, Ana Biancalana, Mariana Burca, Gabryel Montsegur, Sebastián Miquel, Damián Masotta, Javier Lodeiro y El pibe efervescente.

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Poesía en la Escuela


Por qué un Festival de poesía en la escuela Algunos de ustedes, chicos o jóvenes de las escuelas que abarca este Segundo Festival de Poesía, se preguntarán: ¿Por qué un grupo de personas de diversas edades y procedencias han decidido entrar a la escuela a leerles poesía o a hablarles de ella; a proponerles actividades con collages, música, talleres donde puedan escribir ustedes sus primeras poesías?

Editorial

¿Por qué esta necesidad nuestra de acercarnos, de acercarles las palabras que cada uno de nosotros escribió en su soledad y su silencio? Algunas claves para responder a esta pregunta están en las páginas de esta revista del Segundo Festival de Poesía en la Escuela: muchos de nosotros empezamos a escribir poesía en la infancia o en la adolescencia. Leerles a ustedes es también leernos a nosotros mismos, a aquel niño o joven que fuimos, como en un abrazo. Pero hay otras ideas que nos animan. Queremos hablarles de la palabra y su poder creador y de su rebeldía. Porque la palabra define el mundo que habitamos y, así como lo define para cerrarlo, también lo puede cambiar si lo pensamos y lo nombramos de una manera diferente: si le encontramos nuevas palabras a lo que parece dicho de una vez y para siempre. Quienes escribimos no sabemos bien para quién lo hacemos. Tenemos vagas ideas. Primero, nos preparamos para no ser leídos por nadie; luego para que nos lean los amigos y familiares; después para leer poesía ante un grupo de desconocidos (los primeros desconocidos son generalmente otros poetas). Pero, un día cualquiera, puede suceder esta maravilla de ser llamados a leer frente a desconocidos que son jóvenes o niños. Y entonces, el que escribe poesía sabe que es ahí donde la palabra que ha escrito tiene todas las posibilidades de este mundo de echar alas y llevar la palabra hacia otro territorio que está aquí nomás, pero que también está lejos, en un futuro remoto. Cada una de las personas que participamos de este Festival escribimos poesía con diferentes registros y voces. A algunos nos parece bello algo que a otro no le parece tanto. Eso mismo les va a pasar a ustedes cuando nos escuchen. Es decir, algunas poesías los conmoverán, otras los dejarán completaPoesía en la Escuela

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mente indiferentes. Pero seguramente en la diversidad, van a encontrar una poesía o un poeta que les sembrará una incomodidad, una piedra preciosa, una idea nueva. Cuídenlos. Cuiden la incomodidad, la piedra preciosa, la idea nueva: en ellos también hay un ave que volará hacia otro territorio, incluso aun desconocido por ustedes. Van a notar que en estos días de Festival, todas estas personas que venimos a leerles estamos felices de hacerlo. Queremos contagiarles nuestra pasión. Decirles que la poesía no es solamente eso que aprendieron en el manual o el libro de textos, generalmente escritas hace mucho tiempo por hombres y mujeres a la altura de los próceres. La poesía es para todos nosotros, una materia viva que respira en la misma ciudad que ustedes respiran, que trabaja y crece y se enoja y se ríe como cualquiera que está vivo aquí y ahora. Estaremos satisfechos si logramos transmitirles algo de todo esto. Si logramos que ustedes comprendan que la poesía está a mano para todos, en la belleza que hay en la vida, aun con todo el desaliento, el dolor y la tristeza que a veces es la vida. Finalmente, queremos decirles que ustedes son una inspiración. Y esa es la verdadera respuesta a la pregunta de por qué venimos a leerles.

Alejandra Correa y Marisa Negri

La poesía es la intemperie sin fin.

Juan Laurentino Ortiz 8

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Del orden de lo imposible Un filósofo que se llamaba Kierkegaard escribió alguna vez que el hombre más inmenso fue quien esperó lo imposible. Pero yo no sé si a los poetas nos importa demasiado la diferencia entre lo posible y lo imposible. Quisimos llegar a los chicos, pero para eso tuvimos que volver a ser niños. Entonces emprendimos este camino, porque no sirve quejarse. No importa que sea difícil. Tenemos que intentar cambiar cada cosa que no nos gusta de este mundo. Porque somos gente que cree en los poderes de la palabra. Y a veces un deseo o un sueño, nos demuestran que aún no somos conscientes de hasta dónde podemos llegar. Y más aún si contamos con un equipo de gente como el que trabajó en esta revista. Y la poesía es otra forma de estar. Otra forma de pararse. Otra forma de habitar. De ver. Entonces, trabajar junto a los chicos, fue una manera de reencontrarnos. Aquí, ellos escriben los poemas y los poetas más grandes cuentan como se relacionaron por primera vez con la poesía. Y homenajean a sus maestros. No hay jerarquías. Trabajamos a la par. Y cada poeta mayor que nos hizo llegar su columna, lo hizo con humildad, casi con pudor, dialogando con ese niño que nunca dejó de ser. Publicamos a los chicos: todo este trabajo es por ellos. Porque queremos un mundo más bello. Quizás porque no tuvimos a nadie que nos dijera a sus edades que este camino era posible. Ahora siento que viajamos distancias siderales para llegar hasta aquí. Pero llegamos. Aquí, en el punto mismo donde lo posible y lo imposible dejan de importar.

Javier Galarza

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Lunes 12

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12 al 20 de septiembre 2011

Programación

LICEO 1 José Figueroa Alcorta – Av. Santa Fe 2778 CABA - Escuela Media 8.00 a 9.30 Taller Inés Abeledo sobre textos de Liliana Ancalao 9.30 a 11.00 Mesa de lectura Javier Galarza lee a Paul Celan Angela Pradelli lee a Jorge García Sabal Miguel Martínez Naón lee a Jorge Spíndola Presentación: de la Revista del Festival a cargo del taller de escritura del Liceo 1, coordinada por Javier Galarza Micrófono abierto 11.00 Poesía y Música: Georgina Hassan y Gabriela Borrelli Azara cantan a 7 poetas argentinas 13.00 a 14.30 Taller Pablo Runa sobre textos de Javier Villafañe 14.30 a 16 Mesa de lectura Romina Freschi lee a Marosa Di Giorgio Julieta Lerman lee a Charles Baudelaire Samuel Bossini lee a Gonzalo Rojas María del Carmen Colombo lee a Leónidas Lamborghini 16hs: Luis Pedro Hardoy canta a Juan Carlos Bustriazo Ortiz Martes 13 EP 97 Juana Manso – Avelino Díaz 500 Villa Celina, La Matanza – Escuela Primaria 8.00 a 9.30 Taller Gabriel Acuña Rodríguez sobre textos de Jaime Sabines 9.30 a 11.00 Mesa de lectura José María Pallaoro lee a Roberto Themis Speroni Natalia Molina lee a Roberta Iannamico Clara Vasco lee a José Watanabe Marcelo Carnero lee a Leopoldo María Panero Victoria Schcolnik lee a Sharon Olds

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Colegio Mariano Moreno – Av. Rivadavia 3577, CABA Escuela Media 13.00 a 14.30 hs. Taller Nina Franco sobre textos de Alejandra Correa 14.30 a 16.00 Homenaje al poeta Francisco Madariaga (ex- alumno del colegio) Mesa de lectura: Mercedes Araujo lee a Susana Thénon Lucio Madariaga lee a Edgar Bayley Silvia Camerotto lee a Alfonsina Storni Catalina Boccardo lee a Juan L. Ortiz 16.00 hs. Poesía y Música Gabriela Borrelli Azara y Paula Gasparini cantan a Jorge Leónidas Escudero Miércoles 14 LICEO 1 José Figueroa Alcorta – Av. Santa Fe 2778 CABA – Escuela Media 8.00 a 9.30 Taller Marta Bryckman sobre textos de Federico García Lorca 9.30 a 11.00 Mesa de lectura Martín Armada lee a Cesare Pavese Soledad Castresana lee a Alberto Laiseca Eduardo Mileo lee a Francisco Madariaga Alejo González Prandi lee a Jacobo Regen Escuela de Estética De Morón Nivel Primario con orientación artística 13.00 a 14.30 Taller Gisela Galimi sobre textos de Marosa di Giorgio 14.30 a 16.00 Mesa de lectura David Wapner (videoconferencia desde Israel) Mercedes Roffé (videoconferencia desde Estados Unidos) Valeria Tentoni lee a Liliana Díaz Mindurry Valeria Cervero lee a María Teresa Andruetto Paulina Aliaga lee a Manuel Bandeira

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Jueves 15

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12 al 20 de septiembre 2011

Programación

ESB 186 – Avelino Díaz 500, Villa Celina, La Matanza Escuela Media 8.00 a 9.30 Taller Claudia Prado y Maricel Santin 9.30 a 11.00 Mesa de lectura Claudia Prado lee a Wislawa Szymborska Maricel Santin lee a Idea Vilariño Natalia Litvinova lee a Anna Ajmátova Juan Linares lee a Fernando Pessoa Escuela Portal del Sol – Tapiales Escuela de Educación Especial 13.00 a 14.30 Taller Ana Adjiman sobre textos de Mercedes Roffé 14.30 a 16.00 Mesa de lectura Alejandro Méndez lee a Silvina Ocampo Silvia Castro lee a Juan Carlos Moisés María Julia Magistratti lee a María Granata Ana Lafferranderie lee a Héctor Viel Temperley Viernes 16 Escuela Técnica n° 1 – Río Paraná Miní Delta de San Fernando 10.30 a 12.30 Mesa de lectura Alejandra Correa lee a Gustavo Roldán Paula Aramburu lee a Silvina Ocampo Joaquín Valenzuela lee a Arnaldo Calveyra Escuela Secundaria n° 24 – Río Paraná Miní y Chañá Delta de San Fernando 13.30 a 15.30 Mesa de lectura Alberto Muñoz lee a Charles Baudelaire Diana Bellessi lee a Gabriela Mistral Javier Cófreces lee a Francisco Gandolfo Marisa Negri lee a Luis Rogelio Nogueras

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Lunes 19 Liceo 1 José Figueroa Alcorta – Av. Santa Fe 2778 CABA – Escuela Media 8.00 a 9.30 Taller Marisa Negri sobre textos de Olga Orozco 9.30 a 11.00 Mesa de lectura Leonardo Martínez lee a Néstor Groppa Graciela Zanini lee a Amelia Biagioni Clara Muschietti lee a Federico García Lorca Gabriela Franco lee a Oliverio Girondo 13.00 a 14.30 Taller Daniel Freidemberg sobre textos de poesía argentina 14.30 a 16.00 Mesa de lectura Josefina Saffiotti lee a Juana Bignozzi Sergio de Matteo lee a Horacio Castillo Florencia Walfisch lee a Miguel Angel Bustos Carlos Juarez Aldazábal lee a Gonzalo Rojas Martes 20 Librería Fedro – Carlos Calvo 578, San Telmo, CABA 19.00 Presentación Revista del II Festival de Poesía en la Escuela Grupo Kamishabai: Margarita Roncarolo & cía. Mesa de lectura Alumnos del Liceo n° 1, la ESB 186 y Mercedes Roffé

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Juego y creación poética en la escuela Escribir poesía en la escuela siempre comienza con un juego. Acrósticos con las letras del nombre, frases con una letra inicial o juegos de diccionario suelen ser el primer escalón que nos asoma a esa otra manera de vivenciar el lenguaje que, para los programas de estudio, suele quedar recluido al último capítulo de los manuales de enseñanza. Estamos jugando y todo vale. En esta etapa inicial tomamos versos prestados, completamos estructuras, hacemos largas listas de campos semánticos en el pizarrón. Es la fase de las combinatorias y los resultados tienen a veces mucho de disparate. Libros que a los docentes les sean útiles en esta etapa pueden ser El libro de las preguntas de Pablo Neruda, o las Greguerías de Ramón Gómez de la Serna o, también, los aires aforísticos de Baldomero Fernández Moreno. Vamos de la lectura a la escritura tergiversando el sentido que originalmente tenían los poemas. Escritura subversiva en donde hay permiso para apropiarse de versos ya escritos y de estructuras ya pensadas por otros poetas. El rol del docente es el de lazarillo: tomar de la mano e invitar a cruzar un puente. Hay allí un gesto de amor y confianza que nunca puede ser desde la angustia de la hoja en blanco, una consigna nunca es “tema libre” o “tema: la vaca”. La propuesta siempre tiene que tener un valor de desafío, veamos un ejemplo. Es la hora de taller y llego al curso con la caja que reúne los libros de poesía de la biblioteca entre las manos. Whitman, Lorca, Storni, Orozco, Molina, Madariaga… en feliz convivencia. Si el taller, como en este caso, no posee otro lugar físico que no sea el aula, al menos intento variar la disposición de los muebles, colocamos el cartel de no molestar en la puerta y todos saben que allí ha comenzado otro tiempo. Los libros pasan de mano en mano hasta que cada uno se queda con el que se sintió llamado, ya sea por el título, por la ilustración de tapa o por la textura del papel. Cuento hasta tres y abriendo el libro al azar copian un verso.

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Más tarde vendrá el momento de la corrección. Por supuesto ésta no es ortográfica, no ahora. Es personalizada y es un intento de interrogar al incipiente poema para que de lo mejor de sí. ¿Qué está diciendo? ¿Es eso lo que vos querés decir? ¿Qué podemos agregar o quitar allí?

ilustración: Pablo Ramirez Arnol

Pasan el libro al compañero de al lado. Repetimos la operación cuatro veces. Luego cada uno elige a un compañero y le entrega esa hoja de versos prestados. Ya tenemos una consigna: quien recibe la hoja debe interpretar el sentido de ese conjunto inconexo de palabras, unir en busca del sentido propio.

Y ahora sí, entra en acción nuestra caja de herramientas. Una vez que sabemos lo que estamos diciendo, ¿cómo lo decimos de la mejor manera? Metáforas, imágenes sensoriales, sinestesias y otros recursos expresivos son propuestos para nutrir el texto. Habitualmente estos conceptos ya fueron desarrollados en otros momentos del año y hay carteles con ejemplos y definiciones pegados en la pared del aula que funcionan como “ayuda-memoria”. Cuando todos tienen su primer borrador volvemos a la rueda para leer en voz alta. Es un momento de potente belleza. Hay un lector y otros que escuchan. Hay comentarios y observaciones. Los textos están en proceso y la palabra del docente siempre debe, en este punto, comenzar con destacar cualquier virtud que por mínima que sea encuentre en la producción escrita. Con la repetición de este tipo de juegos, los noveles escritores van tomando confianza. Los poemas por lo general son publicados en nuestro blog y reciben la visita de otros chicos de otras escuelas que pasan por las mismas experiencias. La escritura poética vincula, define, da identidad. Y un buen día, aquel alumno que siempre acataba nuestras sugerencias se rebela y elige una opción distinta a la que le proponemos. Es un instante mágico: asistimos al nacimiento de un poeta.

Marisa Negri

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Liceo 1DE2

Desde marzo de 2011 funciona el Taller de Lectura y Escritura que formó parte del equipo de redacción de esta revista. Mediante el uso de redes sociales interactuaron con otras escuelas participantes y con los escritores. Los chicos leyeron a los poetas que participan del festival, realizaron entrevistas, ilustraron y escribieron poemas. Los poetas tienen entre 12 y 17 años.

Ojos amarillos

nací con ojos amarillos el tiempo no existe el clima nunca cambiará el momento no es momento cuando miro su tribal desencadenada imagen sutil acontece sobre mis ojos y se acaba sobre tu voz adentro sale el sol y sobre un espejo salta el cielo

Falling night Los colores se agitan tantas cosas se dicen de mí Duermo en tu cuarto o en el mío Dicen que si no lo veo no es El otoño se acerca, Se hace de noche Y las hojas nunca caen

Florencia Laura Bolan – 3° 2ª

Lautaro Álvarez – 2° 3ª Los frutos y el perro A partir de la lectura de Esteparia de Natalia Litvinova:

Mi perro lo único que hacía era ladrar y temblar frente al televisor.

Muecas y falsedades Me río pero es sólo una mueca Y en este mar de falsedades todavía no me rompí Qué hermosa soledad fundamos apretando los puños Aunque nos hundan diez veces nos levantamos Todavía sin saber dónde esconder los cuerpos del amor

Germán Hoffman – 4° 2ª 16

El diariero todas las mañanas traía el periódico a la puerta y el perro lo recogía de la nieve y lo entraba en la casa. Regresaba de su paseo con una pluma en el rostro y nadie sabía por qué. En verano traía un hueso y una golosina de frambuesa. Le fascinaban los frutos maravillosos Mi madre y el perro recogían las manzanas del parque.

Daniela Longhi – 3° 3ª Poesía en la Escuela


La ciudad a partir de la lectura de Poeta en Nueva York de Federico García Lorca

La ciudad es poesía aunque no sea evidente arraigadas en el cemento palabras presentes. Una parada de colectivo atestigua el nacimiento de amores juveniles se convierte en faro alumbrando sendas increíbles. Una nuez de subterráneo tres silabas, puras y hermosas se abre frente a un solitario y le llena su mente de cosas. Cantantes callejeros, graffiti poetas, malabares y esténciles paredes de papiro cambiadas por manos hábiles. Bagaje cultural pequeñas revoluciones cambios que no cambian bajo millares de soles. El cemento es semilla la palabra es la fruta sólo nos queda donar el agua nuestras almas, desandando la ruta.

El corazón resistir en la madrugada la otra mitad que deja los cielos hechos añicos que divide los corazones y lleva mi amor a los cielos el amor está en los fosos donde luchan las sierpes donde laten los corazones donde está el cielo

Baklan Suyatoslav – egresado 2010 Caligrama

Fernando Alegre – egresado 2010

Acróstico Como yo no hay, La única soy, Angel me dicen Rebelde también, pero Astuta seré. Clara López Beltrán – 2° 2ª Poesía en la Escuela

Alan Zapana – 2° 2ª 17


¿y para qué poetas?

Inicios

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Mi primer poema escrito lo encontró mi abuela hace poco, lo escribí cuando tenía 7 u 8 años. Llenaba desesperadamente papeles y los dejaba en todos lados. Mi abuela atesoró algunos, ése decía algo así: “teje y teje mi abuelita”… y también había otro dedicado a la primavera. Pero la poesía comenzó antes. Cuando en la infancia veía todos los días la vía láctea sobre mi cabeza, tirada entre los pastos, entre el rocío; cuando vi llover sapos en mi pueblo, cuando masticaba hinojos robados a los conejos, cuando salía después de una tormenta a correr por los charcos, cuando la veía a mi madre escribir de corrido algo que me parecía muy complejo, un mecanismo extraño; o miraba a mi abuelo pintar sus cuadros, a mi abuela ponerle sobrenombres extraños a las personas “Némesis”, “Otelo”, “Adonis”, “Palas Atenea” y provocar la risa de los amigos. La poesía comienza siempre antes que la escritura. Se produce igual al amor, es un aleteo adentro, una piel de gallina sin frío, un llamado desde el vientre y de ahí en más una necesidad tan imperiosa como natural, simple de tan compleja, un alerta en el cuerpo que pide ser expresada. Yo veía a los crotos llegar con los trenes de carga en la siesta. Ponía mi oído en la tierra y escuchaba muchos ruidos extraños, como el ruido de las raíces. Comía frutas trepada a las ramas de los árboles. Me lastimaba y sangraba. Y tenía una frazada que aun conservo y donde leía los símbolos raros del mundo. Luego llegó la escritura y la lectura. Y pude entonces ser dueña de ese mecanismo extraño de los grandes que me permitía soltar en un papel aquello que sentía. Desde entonces llevo mis anotaciones, cuadernos completos que escribía a diario donde anotaba todos los sucesos. Una rara sensación de futuro hizo que toda mi infancia yo quiera dejar “para las generaciones futuras” –así decía–, cosas enterradas en todos lados: patas de muñecas, objetos de mi casa, cartas, recortes de revistas, de todo, y por supuesto, poemas. Luego, llegaron los diarios de Buenos Aires. Me acuerdo especialmente de los poemas de Olga Orozco que cada tanto Poesía en la Escuela


publicaban los domingos en las páginas literarias. Los leía en voz alta y, por supuesto, no entendía nada pero sonaban tan hondos que yo sabia que ahí había algo muy importante para mí. Así fui armando una carpeta llena de frases y poemas que aun conservo. Era tan grande el espacio de libertad que me daba la poesía, que cuando yo jugaba a la mamá casi siempre me llamaba OLGA.

María Julia Magistratti

ilustración: Damián Masotta

foto: Sebastián Miquel

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Del registro oral El contacto más temprano, y entrañable, que tuve con la poesía provino del registro oral, de las canciones de los poetas populares, unos españoles en lengua gallega, y otros, autores argentinos de tango, que mi mamá me cantaba. Me refiero, por un lado, a las cántigas de cuna (“durme meu menina durme / durme se queres durmir”), a las graciosas cadencias de las coplas (“vexo Cangas, vexo Vigo, / tamén vexo Redondela, / vexo a Ponte de Sampaio, / camiño da nosa terra”) y a los punzantes acentos, irónicos, burlones, del cancionero popular de Galicia (“vaite lavar, porcona / vaite lavar / se non che chega o río / tirate o mar”). Canción que calma pero al mismo tiempo hiere, decir que sueña pero también despierta, ese canto evocaba en aquellos días de mi infancia, los intensos contrastes de un paisaje lejano – ternura de vergel, aspereza de la piedra, – el que habitaron sus antepasados, campesinos pobres de Pontevedra retomando, sobre todo, los tonos de lamento y desafío de esa provincia “humillada” de España, según palabras de mi abuela materna; y que alguna vez descubrí, también por obra de mamá, en la voz de otra mujer y poeta, Rosalía de Castro (“Castellanos, castellanos, / tratad bien a los gallegos / cuando van, van como rosas, / cuando vuelven, como negros”). Por el lado de los argentinos, estaban el sentimentalismo romántico de Le Pera –”sus ojos se cerraron / y el mundo sigue andando”– y el amargo reflexionar de Discepolín, sobre todo esos versos donde parecen repicar los acordes de Garcilaso: “Fiera venganza la del tiempo / que le hace ver deshecho lo que uno amó”. Fue mucho después que llegaron los libros, pero creo a esta altura que aquel vaivén rítmico de la canción materna signó oscura y contradictoriamente la orientación de mi escritura hacia el paisaje de la ciudad de Buenos Aires, el habla de su gente, la lengua coloquial, y sobre todo la canción popular, en un amasijo que incorpora los sones del gauchesco y del tango, del rock y de la cumbia, fusionados con la lengua literaria.

María del Carmen Colombo

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Poesía en la Escuela


Un juego, una danza Como un juego, una danza. Primero un paso, después otro. El cuerpo se ve tocado por un sonido que lo impulsa, y su movimiento dibuja una imagen en el espacio. Así la poesía: un movimiento acompasado cuyo sentido se desliza transformando palabras, cosas, recuerdos, ausencias. Una palabra, luego otra. Y cada verso se despliega en el espacio en blanco de la hoja, siguiendo un ritmo interno que resuena como un canto sagrado. Un juego, una danza: mi cuerpo solía jugar y bailar a solas. Y en esa soledad, la lectura de cuentos y poemas me revelaba un mundo tan desconocido como cautivante. Y yo me dejaba llevar, me sumergía en ese espacio incierto con la seguridad del buzo que sabe qué tesoros encontrará una vez que llegue al fondo del mar. A los tres años, mi padre me compraba la revista Recreo: en su tapa, el planeta Tierra sobre un fondo rojo carmín, y en su interior, dibujos de animalitos, bichos, flores, árboles, vocales y consonantes. Llegaba al jardín maternal de la mano de mi padre sosteniéndome con firmeza, y la revista dentro de mi bolsa de tela a cuadritos. En cuanto aprendí a escribir, la urgencia de contar historias de princesas confinadas al encierro de su castillo, laberinto o fortaleza. Prefería la escritura a las muñecas; la lectura, a dormir la siesta. El tiempo y la vida me enseñaron que la poesía podía suturar algunas pérdidas, nombrar el dolor por lo que ya no hay, y dar distintas formas a la ausencia. A veces, una voz surge como un acto mágico que se produce en mí, pero más allá de mí: un instante en el que “eso” que me habita percibe la huella que deja una imagen, el retorno de un recuerdo o de un sueño donde la vida se condensa o por el contrario, se abre a múltiples sentidos. Así la poesía: un juego, una danza cuya coreografía desconozco pero cuya secuencia intuyo, la luz del faro que a lo lejos guía a los navegantes extraviados en la oscuridad del océano, la fuerza de la marea que golpe tras golpe, arrima a la costa una balsa a la deriva.

Paula I. Aramburu Junio, 2011

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Hacer el infinito Nacer en el desierto es estrellarse cada día contra el vacío. Estar parado en una línea de arena recta, sin osar interrumpir con palabras al viento, que habla desde el principio del tiempo. La invasión de la luz en todos los rincones y el descubrimiento de la intensidad. La sed frente al mar, la necesidad de beber su belleza, sumergirse en el paisaje y ser uno con la tierra. Y ser eterno. Atravesar la costa para siempre y pasar entre los barcos y mirar la estela que dejamos atrás. La poesía vino el día en que me di cuenta de que el vacío era el infinito posible. De que la sed enorme frente al mar y esa presión en la garganta ante lo inmenso, era la música bailando adentro: era la sed de existir. Eran los sueños que querían rutas, y horizonte, y viento en la cara, y barcos, y mundos nuevos. Y amores. Mirar el mar desde la costa una tarde a punto de estallar el cielo, entre barcos encallados, y olor a mar, algas y septiembre entero en una ciudad pesquera en el sur. Subirse a un auto un día a avanzar kilómetros de rutas desconocidas y sentir de repente las manos de un calor desconocido, y la ligereza del cuerpo que no tiene límite, y que no tiene tiempo alrededor. Sólo vive, entero. Eso es la poesía. El descubrimiento de una forma de existir que sabe hacer el infinito. La poesía fue la libertad para mí. La forma de montar el mar que estalla adentro con el descubrimiento de la intensidad, del rumor que anida en la garganta y quiere gritar de felicidad, o de dolor, y quiere encender el universo de belleza. Un día sentí la belleza. Y ya no pude parar de buscarla.

Paulina Aliaga

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Poesía en la Escuela


El primer contacto Creo que el primer contacto que tengo con alguna forma de escritura es a través del tango, ya que nací y me crié en La Boca, en un conventillo, y viví hasta los 15 años ahí, y donde tuve una situación... Ahora recordándola, la siento un poco fantástica. Me pasó que estaba viendo un documental... No sé cómo llegué a ver un documental sobre la muerte de Gardel en Canal 7... Yo tenía 5 años y se me hizo… no sé, me imaginé una especie de superhéroe y me agarró un ataque de amor con este personaje, y entonces le pedí a mi mamá que me comprara un cassette de Gardel. ¡Y mi mamá me compró un cassette de Gardel! Entonces empecé a escuchar su música… Cuando cumplí 6 años me regaló el cassette. Y fue algo muy fuerte, además de novedoso, por el tema del vocabulario. Porque, en realidad, no era el Gardel que después se volvió el sex symbol de los años 30, que tiene que ver con la parte más conocida de Gardel y sus éxitos como “El día que me quieras” o “Rubias de New York”. Eran grabaciones del primer Gardel. Entré a escuchar a Gardel por esos tangos que son bastante anteriores a la época, a que él se pusiera a componer con Le Pera. Son tangos raros, y el lenguaje es muy cerrado, con palabras en otros idiomas, mucho lunfardo, y tangos oscuros, para nada livianos, ¿no? El imaginario que construía, era terrible. Me parece que el primer contacto fue ése y potenciado por la situación de que en el conventillo todavía vivían las últimas camadas de los hijos de los inmigrantes que habían venido a Buenos Aires a principios del siglo XX. Y entonces, siempre pienso que en relación a eso, es como si hubiese adquirido un lenguaje que tenía que ver con lo fragmentario de las lenguas que se iban como comprimiendo; había un armenio, había una italiana, que me criaron prácticamente, y españoles, rusos, gitanos... Había una serie de personas... hablaban a retazos, deformando todo lo que decían... Siento que la situación empieza ahí, en esa mezcla de lenguajes. El conventillo era como una olla... una olla donde todo se mezcló y eso fue mi primer contacto con la poesía.

Marcelo Carnero

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casi confieso que el tiempo no existe pero recorre estos lugares como el polvo del planeta encendido donde lo que arde quema y en la lluvia de tu voz calma

Gratitud intertexto con el poema de Oliverio Girondo

Gracias, patria Bandera Escarapela Argentina Gracias, mamá Florencia Ceballos – 2° 3ª Papá Hermanos Gracias a los maestros De lo más pequeño al cielo A la escuela De lo más pequeño al cielo Al lápiz Mi mano levanta en vano la piedra Al cielo del anciano y ya sin vida árbol. Al pasto Su pájaro de la guarda inútilmente lo pro- A la comida tege. A ti El viento de invierno lo tira al suelo. Muchas gracias al universo Una nube sobrevuela su desgracia. A los planetas Una desgracia que no existe, A las estrellas A la luna a la luz que el cielo inventa. Gracias a lo que tengo Florencia Bolan – 3° 3ª A lo que perdí Las alegrías Las tristezas Yo soy argentino Los recuerdos entre la Bersuit y Leónidas Lamborghini El hoy ¡Yo soy argentino!... Muchas gracias a todo eso me hace caer, porque Muchas gracias por todo el asesino me asesina... Josefina en medio del temporal Agradecida. fantaseo con el mar.

Liceo 1DE2

Llamarada

Josefina Chen – 2° 2ª

Nuestra bandera flameaba llena de poder los inocentes son los culpables eso me hace caer, porque es mucho para mí. Lavando sus copas, exigiendo más que sobras, pero tengo que inventar y es mucho para mí

Melisa Blanco – 5° 2ª 24

viajera dormida como el invierno estás viajando lejos aunque nos hallan desterrado a las palabras somos el soporte de lo inestable donde el corazón se transforma al compás de los huesos

Julieta Quevedo – 2° 1ª Poesía en la Escuela


Cae la tarde y ya no te encuentro te pierdo en mí

Lucía Bustamante – 3° 3ª Caligrama

Sol Peralta – 2° 2ª – homenaje a Vicente Huidobro

Acróstico Lara Estacionó (h)Orrendo Nada más que su Audi Roto De zona Oeste Leonardo Chamorro – 2° 2ª

Poesía en la Escuela

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El espacio sagrado En el vestíbulo había una mesita de hierro negro y sobre ella una lámpara. Las sillas eran igualmente ligeras, cada cual con su almohadón de colores. En la pared, la mirada ausente de un soldadito músico: el flautista de Monet en su traje militar, tan tímido como amenazante. Hacia un lado de la casa, los tíos comentaban las noticias. Hacia el otro, padres y hermano hacían planes para el fin de semana. Pero el vestíbulo había quedado solo y vivo, con su lámpara encendida, su apaciguado silencio. Entonces acerqué la silla de almohadón amarillo a la mesita de hierro, fui a buscar una hoja y un lápiz –todavía no había aprendido a escribir con tinta– y allí sentada, con los piecitos colgando a varios centímetros del suelo, empecé a garabatear unas líneas, de cuatro en cuatro, con una rima que no llegaba a ser pesada. Las líneas hablaban de una paloma blanca que me llevaba a la escuela. Nada muy imaginativo, por cierto. Nada muy audaz en la forma ni en el contenido. Casi, se habría dicho, la lección –letra por letra–, que todo padre, madre o maestra habría querido transmitirle a una nena de esa edad. La audacia, sin embargo, estaba allí, no el texto mismo sino en el gesto, en la elección. En el gesto de sentarse a escribirlo. En la elección de esa soledad sonora, de ese silencio, de esa lámpara que por sí sola delimitaría, de allí en adelante, un témenos, un espacio sagrado: el espacio de la escritura, el espacio de la consagración al poema.

Mercedes Roffé Nueva York, 6 de julio de 2011

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Poesía en la Escuela


Una noche de música de alas Es difícil remontar la memoria hacia un punto que, como la especie que convoca, muy probablemente sea mítico. Puedo recrear una atmósfera: mi madre mesándose los rulos mientras escuchaba el radioteatro de la tarde; la hora de la siesta, con su silencio poblado de pájaros; el aroma de las especias en la cocina. Pero este ambiente, que me lleva a ideas poéticas, a la experiencia de asociación directa entre la emoción y la belleza, no es propiamente la experiencia de la poesía. ¿Cuándo fue, entonces, mi primera vez? Creo que sentí vibrar la poesía a los catorce años, cuando escuché por vez primera el Nocturno de José Asunción Silva. Voy en este preciso instante a la biblioteca y abro el libro para rememorar esa música maravillosa, esa devoción por la hermana muerta que yo creí por la amada. Me estremezco todavía y me emociona como nada leerlo en voz alta, o debería quizá decir cantarlo. Esa experiencia marcó mi gusto por la poesía y fue una de las huellas que acuñó de algún modo mi estética. Esas sombras que se buscan y se juntan vagan por mis sueños, bajo la luna pálida, junto al canto de las ranas. Y son ellas, enlazadas, las que apuran su regreso, ya no con su difusa nostalgia adolescente, sino como emoción que espera ser nombrada.

Eduardo Mileo

Poesía en la Escuela

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El sonido y el silencio

foto: photomonteleone

De niña, creo que mi oreja era fina. Le prestaba atención al canto de los congos, esos pajaritos, al silbato del tren allá lo lejos, a la brisa susurrando entre las cañas y los pastos al sur de Santa Fe. Me crié en el campo, el campo pobre de los arrendatarios que protegió el gobierno de Perón. Los sonidos hacían sentido en el silencio de la llanura, como lo hacían las coplas en los galpones a la hora de sembrar papas o de levantar la cosecha de maíz. Estas primeras coplas, dichas y cantadas por la voz de la ausencia de los peones golondrinas, para el cielo, o para mí, y aquellos sonidos naturales o mecánicos a la hora de la siesta o en el delicado anochecer, fueron mi escuela elemental. Una escuela de la oreja, la atención primera que sella el mundo del aprendiz de poeta. Quizás por eso, cuando supe que muchos pueblos originarios de América le enseñan a sus niños a sentarse en silencio, me emocioné tanto. Fue así hasta los siete, o los ocho años, aún cuando por entonces ya leía aquellos maravillosos libros de Salgari que publicaba Robin Hood, o la larga serie de Bomba, el chico de la selva, y así, el predio de cañas de bambú con el que mi abuelo sostenía las chauchas y los tomates, se transformaba en las selvas de Indonesia o del Matto Grosso, donde la imaginación sustituía casi todo en la casa familiar. Pero el verso, el verso venía de las coplas traídas por los paisanos del noroeste y el noreste que trabajaban como peones estacionales junto con mi familia para levantar las cosechas; las cantaban por las noches o en los días de lluvia donde no se podía trabajar. Mi abuelo Nazareno, que hablaba italiano y cocoliche, y que era analfabeto, me deleitaba también, con adivinanzas y refranes en verso. Hasta esa vez que en la escuela, sería en segundo grado, ví escrita un aria de la ópera Aurora: “Alta en el cielo, un águila guerrera / audaz se eleva en vuelo triunfal / azul un ala del color del cielo / azul un ala del color del mar…” Vi escritos esos versos, y simultáneamente los oí cantar, y me dio una cosa en el pecho, Héctor Cipriano Quesada me daba versos escritos por primera vez… Asalté entonces la diminuta biblioteca de la escuela rural, descubrí el Martín Fierro, y una traducción de la Divina Comedia… Sólo el verso me importa desde entonces, y escribirlo, cuando sale, es la dicha

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Poesía en la Escuela


interminable. Pero la oreja siempre primó, como mi sobrino Manuel, de diez años, que susurra de memoria larguísimos rap, siempre testeé los versos en voz alta, siempre el sonido se volvía sentido y podía regresar a los campos y a los galpones de mi infancia, donde para mí nació la poesía, ágrafa y desnuda con su belleza sin fin.

ilustración: Pablo Ramirez Arnol

Diana Bellessi

Poesía en la Escuela

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ilustración: Natalia Litvinova

Sólo un instante Mi relación con la poesía, empezó una mañana, al alba, en el corral. Tenía tres años. La Venancia, una criada jovencita, me sacó de la cama muy temprano para que la acompañara en su tarea de ordeñe. Los mayores habían determinado que yo debía tomar un jarro de leche al pie de la vaca. Creo que fue sólo un instante. El monte cargado de rocío, la luz naciente detrás de la montaña, el olor materno de los pastos mojados y el gusto de la leche tibia y dulzona, grabaron en la memoria del niño un surco de tiempo detenido. Y en ese surco estaba la semilla. Ahora lo sé. Después el vendaval barrió con todo. Pero dejó a salvo el surco de tiempo detenido y la semilla, en la infancia que perdura. foto: Sebastián Miquel

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Leonardo Martínez Poesía en la Escuela


Mi padre me legó la palabra Escribo poesía desde los cinco años, desde antes de saber escribir. Por eso es difícil bucear en mi memoria para encontrar dónde apareció por primera vez. Busco y encuentro dos imágenes distintas pero contemporáneas: mi biblioteca y mi padre. La primera, un libro de tapa azul de una enciclopedia para niños que dividía las coplas prolijamente por tema. La segunda, y sin duda la que marcó mi amor por este arte: la mano de mi padre escribiendo esos textos que yo le dictaba. Sobre la colección de libros no recuerdo su nombre. Sí que trataba varios temas: manualidades, juegos, deportes. Solo leí y releí el de poemas. Los recuerdos con mi padre son mucho más nítidos. “Hice una poesía”, decía yo, que no sabía de distinciones entre el género completo y mis ínfimos intentos en esa edad de muñecas. Mi padre entonces escribía lo que yo le dictaba en pequeños papelitos que arrancaba en de su agenda. Y yo, pequeña Electra, era feliz de hacer feliz al escritor frustrado que habita en él. “Las manos de mi hermanita son de seda natural verde, rojas y amarillas, son como dos campitos sembrados de perejil” dicté en mi primera vez con las palabras. Y él me hizo caso. Otros hubieran reído y dejado morir el momento. Algunos incluso hubieran censurado en sinsentido que solo los niños y los poetas comprenden. Pero él arrancó una hojita, anotó y me enseño que eso se llamaba poesía. Y me legó la palabra.

Gisela Galimi Poesía en la Escuela

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ESB 186

En la ESB 186 de Villa Celina funciona desde 2006 el Proyecto de arte Labrys. Inserto en la región más castigada del conurbano bonaerense, este programa intenta reafirmar espacios de identidad y desarrollo de la creatividad. En ese marco los chicos participan de talleres anuales (mural, plástica, cerámica, teatro, literatura). El taller de poesía gestiona el blog La huella del dragón (www.esb186.blogspot.com) del que les ofrecemos una pequeña antología.

Antes, en la infancia

Cuento de Invierno En el hogar luminoso de Julia hay una chimenea enorme Carbón encendido que alumbra sus cuentos Su tejido Es invierno Y las ramas golpean la ventana Ella espera lejana que algo pase

¿Balbucea el silencio? ¿son las sombras? El hogar cambiante del fuego humo salvaje chispas abrazando las ramas lejos en la infancia los relatos de fantasmas una pequeña llama encandila a lo lejos

Ayelén Esquivel

Micaela Vera Rojas

Cenizas

Pista de baile

intertexto con poemas de Olga Orozco

Aún conservo tu sello de elegida la negra sal que me diste ¿por quién cantas en los atardeceres? Ahora llegas al fondo de este sol llegas junto a mí Tal vez no me quieras o te espante con mis celos Soy solo una boca que simula el olvido

¿apariciones entre las luces? La música sube Baila El humo rojo Las grietas Las paredes La casa en que te vas

Sandra Herrera 32

Arde para llorar sobre los muros sobre la casa sobre el humo rojo

Fabiana Navarro Poesía en la Escuela


Etapa ¿Qué caminos podré tomar?

12 de abril Sucede que estás Y los otros buscan tu mirada las poesías que me dabas lo profundo del amor

Intensa Se cierra una etapa y alguien teje con delicados colores el futuro

Extraño tu risa tu sombra jugaba conmigo

Se teje para hacer maravillas El silencio todo lo hace mejor ¿qué caminos tomaré?

ahora no estás cárcel de huesos donde mi cuerpo se desintegra

Jaqueline Romero Ayelén Romero

Déjame en el aire intertexto con “Desde el Aire” de Irupé Tarragó Ros

Aunque se borren todos tus recuerdos y no tu ternura

Tal vez seas todo para mí Y cubras todo con tu amor pero quizás no vuelva La leve luz de tu huella Déjame en el aire para descansar Déjame en el paraíso de tu nombre

Brenda Cuevas Poesía en la Escuela

ilustración: Pablo Capdepón

Déjame en el aire para descansar

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Ruta 3 Hasta los 5 años, viví en Sierra Grande, un pueblo atravesado por la ruta 3, como tantos otros en la Patagonia. Mi casa era un hotel sobre la ruta. Por las ventanas, se veían las rotondas de yuyos y tierra seca que eran la entrada al pueblo y los carrilles por los que casi todos seguían su camino hacia el norte o hacia el sur. Los camiones y los autos no dejaban nunca de pasar. Resplandecientes a la luz del mediodía; hermosos en el atardecer, cuando también cada piedrita y cada pasto, da su sombra larga. Me acuerdo de uno de mis primos mirando la noche por un ventanal: luces altas, luces bajas, las lamparitas de colores que alegran algunas cabinas. ¿En qué pensaría mi primo? ¿Cómo sería el lugar al que iban esos conductores? Igual a una pintura de Hopper, esa imagen melancólica está para siempre en mi memoria. Había huéspedes que se quedaban en el hotel durante meses, pero llegaba el momento en que subían a un vehículo y seguían. También nosotros viajábamos. Sierra Grande era un pueblo chico y para muchas cosas había que ir a otro lado. Así, hasta que nos mudamos. El motivo de este texto es contar cuál fue mi primer contacto con la poesía. Yo pienso que no fueron los libros de poemas, porque en mi familia se leía mucho, pero más bien diarios o revistas y pocas veces novelas. A mí me compraban unos cuentos con dibujos increíbles: grillos en cajitas de fósforos; las montañas que los habitantes de un pueblo deciden pintar de colores para ser más felices; la familia con una sola silla que para comer se sientan uno en la falda del otro. Sin embargo, la primera imagen que asocio con la poesía no está tampoco en esos libros, sino justo ahí enfrente de los ojos. Es ese espacio que mis primos y yo mirábamos por las ventanas, expectantes de lo que traía, dejando ir lo que se llevaba. La ruta por la que también nosotros iríamos cambiando de lugar. Ahora mis primos saben todo sobre vehículos: autos de simple y doble tracción, camionetas, motocicletas, choperas y enduro. Saben de aviones incluso. Yo apenas sé manejar.

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Poesía en la Escuela


Pero si hago un trayecto mirando por la ventanilla –no importa tanto si estoy yendo de Madryn a Trelew o de Ezeiza a Liniers–, puede ser que escriba un poema.

Claudia Prado El aprendizaje Mi primer encuentro consciente con la poesía, tiene que ver con mi madre. Ella, para dormirme por las noches, me contaba historias relacionadas con la mitología. Entonces dormía acompañada por Ulyses y sus travesías, o con Aquiles ya que La Ilíada fue de mis primeras épicas, O mejor aun con Sigfrido y las Walkyrjas. También me leía poemas de clásicos españoles y, maravilla de maravillas... El Santos Vega..!!! Yo comencé a esbozar mis palotes poéticos bajo esa luz, a eso de los cuatro o cinco años, ya que al ingresar al colegio escribía y leía de corrido. Mis primeros versos datan entonces de ésos años y aún continúo, fascinada, entregada y feliz, el aprendizaje.

ilustración: Javier Lodeiro

Graciela Zanini

Poesía en la Escuela

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Los compañeros de ruta A Carmen de Patagones, llegué cuando tenía siete años, luego del largo exilio de mis padres en EEUU (país en el que me tocó nacer) y en México, donde viví durante seis años una infancia maravillosa, rodeado de artistas, intelectuales y militantes, en su mayoría también exiliados. Algunos de ellos los reencontré por estas tierras, por ejemplo a David Viñas, a Jorge Boccanera y a Leónidas Lamborghini. De Patagones recuerdo las lecturas junto a la salamandra, acompañaba a mi vieja mientras tejía enormes tapices, con lanas de mil colores, obras que componía con fotos de inmigrantes y novias, cartas de amor manuscritas y fragmentos de poemas. Yo recitaba Rafael Alberti, Machado o Girondo, y escuchábamos el cuarteto Cedrón o Paco Ibáñez. Me vestía con corbatas, pelucas, trajes, armaba escenarios y retablos con lo que hubiese a mano y actuaba con textos de Guillén, Borges, poetas lunfa, etc. Recuerdo una maestra de la primaria que nos enseñaba a cantar tango y al “Colorado” Juan Carlos Roca (un cordobés que también estuvo en México) por sus talleres literarios, sus canciones, sus tangos, su casa (siempre tenía la borra de vino en los labios, y tomaba un café muy cargado) sus anécdotas de peleas en el exilio con Orgambide, y Tejada Gomez. Muy peleador el colorado, y a la vez muy generoso, un ser imprescindible en mi camino, como también lo fueron, y lo son, Raul Artola, poetazo, un gran tipo, que siempre me alentó, me leyó, me ayudó, y se ocupó junto con mi vieja, de enviar mis obras a concurso (gracias a ellos gané un segundo premio en el certamen “Piedra movediza” de Tandil) y Liliana Campazzo, mi entrañable maestra de la secundaria (una poeta extraordinaria). Yo por ese entonces ya me quería ir muy lejos, me quería piantar de la comarca, viajar, ser como Claudio Carlovich, por ejemplo, que venía de Bahía Blanca con su gran camión y me traía de regalo libros de Gelman y Bukowski, casettes de Sumo y Roger Waters, y frascos de arenques. Lili me persuadía para que me quede y termine la secundaria, se preocupaba por mí… desde luego no le hice caso y me fui.

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Poesía en la Escuela


Partí a Neuquén, a los 18,donde estudié teatro con mi maestra del alma Alicia Villaverde, quien siempre me cobijó en momentos difíciles, me brindó su biblioteca, y su techo, y me enseñó a laburar en el escenario con esos poemas, que luego subí a recitar durante años en los colectivos urbanos de todas las ciudades, y que hoy puedo compartir con los jóvenes de las escuelas. Ya instalado en Neuquén conocí a los amigos patagónicos Jorge Spíndola (a quien voy a homenajear en este festival), Raúl Mansilla, Cristian Aliaga, Macky Corvalán, Julio Leite, Debrik Ankudovich, Bruno Di Benedetto, etc. Me hice muy amigo de la gran escritora Irma Cuña, nuestra amistad y mi posibilidad de aprender más de ella, se vio frustrada por la muerte. Era una poeta enorme, sólo comparable a Olga Orozco o Alejandra Pizarnik, y a la vez relegada, olvidada, sumida en la pobreza y en la falta de reconocimiento de los funcionarios de la cultura local, muy maltratada por su familia también. Por estos días en Buenos Aires, tengo la fortuna de participar en el taller literario de la poeta María Del Carmen Colombo, tuvo el enorme gesto de becarme, y lo estoy disfrutando mucho. Todos, absolutamente todos ellos, son Maestros y compañeros de ruta, inolvidables e imprescindibles que siempre habitan en mi corazón.

ilustración: Pablo Ramirez Arnol

Miguel Martínez Naón

Poesía en la Escuela

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Mi contacto con la poesía fue por insuficiencia Mi contacto con la poesía fue por insuficiencia. Tenía serias dificultades para moverme en un mundo que resultaba amenazante, la escuela era una amenaza, los parientes eran una amenaza, sólo el juego, los animales y la teatralidad que emprendía la humedad de mi casa en las paredes me daban alivio. Escribía palabras y las juntaba como buscando una chispa, una risotada, una mágica y sencilla revelación: uva con mosca, con rey: la uva de la mosca tiene su rey. Ese ejercicio atenazado, bien de días de lluvia o de los tristes domingos me hacía feliz. Unir palabras, una detrás de la otra, como en una carrera también fue en su momento un lagar compartido con amigos; nos prestábamos palabras o las comprábamos: seis palabras fáciles por una difícil. El juego fue imponiendo reglas (que ya no recuerdo) y daba como resultado final oraciones absurdas o eróticas o llenas de colorido eficaz para mitigar la tristeza. No eran poesías, no sabía en el entonces qué era la poesía (aún hoy) es más, quizás nada de eso fue comienzo sino solo un proceder maravilloso que conservo cuando llueve o cuando no tengo nada que hacer.

ilustración: Pablo Ramirez Arnol

Alberto Muñoz

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Poesía en la Escuela


Un paisaje lírico No sé si exactamente tuve un mentor en mis inicios poéticos. Por lo menos, no en sentido estricto. En el mentor hay una presencia activa, una persona que se ocupa de la educación de otra, que aconseja, que guía. Digo esto porque nunca pensé que fuera posible retomar la voz de alguien; ni tuve a mano alguien que quisiera ocupar ese lugar. Vengo de una familia sin biblioteca, sin parientes ni conocidos escritores o grandes lectores. Estudié francés cuando era adolescente, y en una de mis tantas visitas a la biblioteca de la Alianza Francesa, me topé con el libro Ejercicios de admiración y otros textos de Emile Cioran. Unos de sus capítulos, titulado: Saint-John Perse o el vértigo de la plenitud estaba dedicado a la obra del poeta francés, y allí se hablaba de la paradoja de un lirismo continuamente triunfal en el que cada palabra se interesa por la cosa que traduce para revelarla, para elevarla a un orden al que no parecía destinada. A partir de allí me puse a leer todos los libros de Perse que cayeron en mis manos, incluido el inolvidable Anábasis, el libro que fascinaba a Eliot, al punto de haberlo traducido al inglés en dos oportunidades. Perse me proporcionaba un paisaje lírico que me permitía sospechar un augurio para mi propia escritura. Su aliento épico sostenido hizo rápida alianza con las ansias de aventura de mi primera juventud. Allí había deslumbramiento, palabras nuevas para cosas viejas, otros mundos sostenidos en imágenes bordadas en la más exquisita lengua literaria. “Mi caballo detenido bajo el árbol que arrulla, silbo un silbo más puro... Y paz a aquellos, si han de morir, que no vieron este día. Pero de mi hermano el poeta se han tenido noticias. Ha escrito de nuevo una cosa dulcísima. Y algunos tuvieron de ello conocimiento...”

Alejandro Méndez

Poesía en la Escuela

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Quise bordar una tela un tejido suave en mi corazón Labios de fuego signo de amargo resplandor

ESB 186

Un bordado

Pero regresó al atardecer atravesó las tormentas de la infancia Una aguja de cielo lágrimas quise bordar una tela atrapar tu nombre en mi corazón

Bianca Salguero

Mirando en un sueño la tristeza Llueven todas las tristezas y yo mirando un sueño Volveré junto a vos soledad

Todas mis alegrías se quedan en vos La eternidad era demasiado para nosotros

Rogelia Gutiérrez Rojas

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ilustración: Pablo Capdepón

Vendrás a verme otra vez en mi red

Poesía en la Escuela


Día de invierno

Crecimiento

Frío invernal Este día es a la vez sombrío Incandescente.

a partir de un poema de Claudia Prado

Paciencia y ansiedad

la hija al volante la madre teje barcos

Los pájaros viajan a gran velocidad

Contemplo cenizas del verano la soledad es un fantasma atormentado un movimiento luminoso enciende la lluvia

Ángela Paca Olañeta

si algo queda es la sorpresa la hija que sabe manejar la madre se lo cuenta a sí misma y enlaza los puntos del tejido cómo van cambiando las cosas los pájaros viajan a gran velocidad

Blanca Zarraga Corazón desconocido Si al despertar en tu cama piensas en mis caricias en mis palabras es evidente que no fue un juego Recordando tu mentira llorando descontrolado llueven sentimientos derramados por amor

El pescador navega en medio de la nada flota su canoa frágil en el centro del agua los colores sueltos en el río

hay un borde del abismo en mi corazón destrozado y en el fondo del abismo imploro que vuelvas a mi lado

Néstor Morales Poesía en la Escuela

La vida de un pescador

y él lanza las redes lejos de su alcance sus ojos espían a las sirenas el reflejo del sol se oculta en el horizonte

Miguel Montero 41


Los cantares populares La poesía estuvo presente en mi vida desde muy chica en los versos y las canciones que compartía conmigo mi padre. Lo primero que recuerdo ahora son los Cantares populares de Federico García Lorca, y aunque presentía la tristeza, cómo me gustaba escuchar cuando mi papá me cantaba “Anda jaleo”: “No salgas, paloma, al campo, / mira que soy cazador, / y si te tiro y te mato / para mi será el dolor, / para mi será el quebranto”. En esos primeros años, la poesía estuvo siempre unida a la música. Y la poesía española, durante mucho tiempo presente en mi casa, en ese entonces me llegaba a través de la voz de Joan Manuel Serrat. Cuando tenía 4, sonaban una y otra vez los discos en los que él musicalizó los poemas de Antonio Machado y Miguel Hernández, y me fascinaba escuchar, por ejemplo, “La saeta” o “Llegó con tres heridas”. Luego, con el tiempo, descubrí otros ritmos, melodías y voces. Y que la poesía también es imagen.

Valeria Cervero

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Poesía en la Escuela


No puedo olvidar todo lo que no recuerdo No recuerdo el día en qué nací. No recuerdo si era 10 de septiembre de 1986. Solo retuve el color de mis ojos al despedir el primer verano. Muy pronto tuve que aprender que las palabras no salían de la garganta y que mi mano se alzaría para grabar en negro mi vida. Vida mía, no entrabas en esas pocas palabras sobre una hoja blanca, sino en el gesto. Un día desperté con 7 años en todo el cuerpo y fui a la cocina, cálido hogar de mi madre, y vi que sus manos también se alzaban y avivaban en el aire aromas dulces. Recuerdo que mis manos no se parecían a las suyas, eran más blancas y querían quebrarse. La libreta de recetas de mi madre exhalaba harina sobre la mesa, la tinta de algunas palabras se esparcía bajo las gotas de miel. Yo no sabía transformar las cosas en otras cosas como ella, así que tomé un lápiz y describí. Miré por la ventana: caía la nieve, los árboles ligeros y grises tuvieron que renunciar a su primera piel, los pájaros se escondieron detrás de las ramas más fuertes, sus ojos zigzagueaban entre el sueño y la vigilia. Recuerdo que había algo de poesía en la nieve. No. Había algo de poesía en su caída. No. Era caer como la nieve en la poesía. No recuerdo.

ilustración: Javier Lodeiro

Natalia Litvinova

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La libélula vaga de una vaga ilusión Negros y fieros, encienden a las tórtolas tranquilas, los dos ojos de Eros1 Mi nona fue una inmigrante italiana que llegó al país casada por poder con un hombre, mi nono, al que había visto un par de veces en su país natal. Vino en barco en el ’35, tenía 18 años y había hecho –en Italia y en italiano– tercer grado de primaria. Cuando yo vine al mundo ya era una señora de unos sesenta años y parecía diez años más. Hablaba un castellano cocoliche, con marcado acento, apenas leía y tenía una letra infantil y enorme, que me avergonzaba y me admiraba a la vez. En los años que vivimos en su casa, y después, durante el tiempo en que ella vivió en casa de mis padres, cuidó de mí, sin que yo pudiera valorarlo demasiado entonces. Recuerdo sin embargo, con esa misma mezcla de vergüenza y admiración, su mano fuerte al cruzar la calle y –esto sí viene al caso– cómo ella recitaba para mí, casi impecablemente –a pesar de ser prácticamente analfabeta y de no haber abandonado el italiano– varias estrofas de la Sonatina de Rubén Darío. Yo era, por supuesto, la princesa. En mi casa había –y es la edición que hoy muestro con orgullo al contar esto mismo– una edición de Prosas Profanas de Rubén Darío, del año ´25. Hoy no puedo recordar –y todos los protagonistas de esta historia ya no pueden responderme– si había sido de mi abuela paterna, la antítesis de mi nona: descendiente de españoles, pero criolla, maestra, budista, divorciada; o había sido de mi madre, comprado en una mesa de saldos antes de que cerraran la Facultad. Lo que sí recuerdo con gracia era el goce inconfensable que me producía el libro: apoteóticamente cursi, no podía casi abrirlo. Mi concepción infantil de la poesía –alimentada por muchas gruesas maestras de buena voluntad pero con lamentables coreografías de la expresión– me impedía leer el libro, y al mismo tiempo, lo atesoraba. Durante muchos años, lo escondí. Me lo apropié sin embargo, lo puse entre mis cosas y, evidentemente, lo dejé para el futuro. Muchísimos años después, ya en la universidad y decidida a abordar la poesía de una buena vez –los dos escritores a quienes había mostrado mis escritos habían dado el mismo veredicto: “Romina, lo que vos hacés es poesía”– encontré leyendo a Pizarnik un texto perdido con el título “Sobre un

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Poesía en la Escuela


poema de Rubén Darío”, y allí vino todo a mi memoria. Fui a buscar el libro ahí donde lo había escondido. Ya no me separo de él. Y por supuesto, empecé a releer a Darío entonces. Me sorprendió su pensamiento y su plasticidad, expuestos en sus textos poéticos, y en sus maravillosas crónicas, y adopté por puro amor, su optimismo. Si hay algo que me maravilla de la poesía es la libertad, y de los poetas –y de poetas como Rubén Darío– es la capacidad cierta de transformación de sí mismos –y de otros– a través de la libertad que les da la poesía. Atrás de ese recuerdo de infancia, siguieron Perlongher, Di Giorgio, Agustini, Echavarren y muchos otros. Poetas que despiertan en mí esa sensación inconfundible aunque inasible, mezcla de pudor y alegría, “cosita” hubiera podido decir de niña, diamante terrible1 diría Darío, rapto certero, abducción, sonrojo, contradicción ridícula y exacta, vilo entre lo inconfesable y lo innegable, punto rojo insoportable de tan íntimo y tan monumental, señal increíble –por su rotunda claridad– y adorable, de pasión.

Romina Freschi junio 2011 1- Tanto el título, como la frase en bastardilla del último párrafo, pertenecen al poema de Darío, Alaba los ojos negros de Julia, de Prosas Profanas. Entre muchos otros motivos, este poema justifica la elección del nombre Julia para nombrar a uno de los seres de mi familia electiva, mi perra Julia, de ojos y alma increíbles.

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Inventar mundos y recrearlos Mi primer encuentro verdadero con la poesía se produjo cuando tenía 16 años. Un domingo al mediodía, en casa de mi abuela, cayó en mis manos el libro Los exorcismos que acababa de publicar mi primo, Jonio González. Ese conjunto de poemas, cortitos y extraños, me impulsó a investigar el otro significado que contenía la palabra “poesía”. Hasta entonces, para mí, poesía eran los interminables versos que me hacían estudiar de memoria en la escuela primaria para recitar en los actos patrióticos y religiosos. Era el declamador oficial del colegio Sagrado Corazón. En aquel tiempo yo tenía muy buena memoria y los curas se aprovecharon de ella. Me tomaron como un prodigio y me hacían memorizar poemas de treinta o cuarenta estrofas que me aprendía en pocos días. En su mayoría eran gauchescos, pero también recitaba a poetas católicos que hablaban de Dios y de la Virgen. Un chico me acompañaba con la guitarra, otro con un tonete y otro con un bombo, y nos llevaban de escuela en escuela para hacer nuestro número vivo. Terminé el colegio detestando todo aquello que se escribía finito y alargado. Los curas me agotaron la memoria y no volví a recuperarla… Volviendo al comienzo de la historia, cuando leí el libro Los exorcismos sentí que se me abría la cabeza y comprendí que “poesía” también era otra cosa. Que no era solamente insoportables exclamaciones rimadas. Descubrí que los poemas podían inventar mundos y recrearlos. Que podían sorprendernos y enriquecernos desde la palabra y las imágenes que evocan. En fin, que podían iluminarnos la vida. Mi primo Jonio, tres años mayor que yo, me sugirió algunos nombres de poetas que le gustaban y desde entonces jamás abandoné el género y al año siguiente, en 1974, publiqué mi primer libro de poemas, Caminos sin tiempo. Lo imprimí yo mismo con un mimeógrafo de una escuela de La Boca y salí a venderlo por las plazas. Comencé a leer como un animal a los surrealistas franceses, en especial a Paul Eluard que me maravilló. A los beatniks norteamericanos, en especial a Gregory Corso. A los españoles, en especial a Antonio Machado y Miguel Hernández. Entre los argentinos, ya desde jovencito me fanaticé por quien sigo considerando uno de los más monumentales poetas de todos los tiempos, Oliverio Girondo. En sus textos, desde 20 poemas para ser leídos

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Poesía en la Escuela


en un tranvía, hasta En la masmédula, encontré toda la gracia, el humor y la inventiva que se puede generar desde la expresión más abarcadora del mundo, la poesía.

Javier Cófreces

ilustración: Pablo Ramirez Arnol

Los instantes, lo efímero, los objetos, las fotoinstalaciones Mi encuentro con la poesía fue siendo niña, tenia 8 años y me asombraba por los pequeños instantes de la naturaleza: Una gota que cae en el agua, una piedra en el lago, las nubes que van y vienen, la montaña y la inmensidad del cielo, todas forma para imaginar. Luego conocí la poesía de Mario Benedetti, hay una poesía que me gusta mucho Tiempo sin Tiempo (inventario) son imágenes para pintar Desde entonces siempre estuvieron presentes en mi obra las palabras y la poesía. Ya más grande un día empecé a escribir. Tenia 21, años estaba muy triste y escribir me ayudó mucho. Ahora no sólo escribo cuando estoy triste sino cuando algo me hace feliz.

Inés Abeledo Poesía en la Escuela

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La noche, el día y la sombra

ESB 186

El muro escrito su tatuaje de sombras y dibujos grises.

Ocaso Sobre mis ojos los vidrios son luminosos todo el espléndido jardín recorta las gotas de rocío la luz entra de a poco invade

Un cielo azul y blanco una bandera ilumina mi rostro. Luego desciende nada como el sol que cae las mariposas, sus alas húmedas contra la noche estrellada

Nicolás Tibone

Una mujer abre las puertas que no ocultan las mentiras las grandes luces del ocaso El fin de la tarde cielo despierto y resplandeciente que miramos juntos

Vladimir Nino

Ciegos a toda esperanza Noche ciega un suave silencio sobre el amanecer

No la volví a ver

a veces olvidamos esos días

¿Dónde buscar esa flor que me alejó de los aromas de mis días?

y un espacio vacío habita tus manos me sigue sin rumbo

¿Quién ha visto una así?

pero pasan tus ojos a través del cielo iluminan la tierra las puertas abiertas de cada esperanza

Nadie me responde Y debo seguir buscando se acerca la noche

Carolina Ferreira

No está esa voz que siempre tuve sin aliento sola encuentro solo huesos

Talia Rocha 48

Poesía en la Escuela


Lo que puede pasar en la vida

Fogón

Ardor en la piel Ardor en mi corazón Noche de amor

Un círculo rojo en la noche se apaga en los muros

El corazón es parte del cuerpo Lo que siento por vos Vuela veloz en mis latidos

lenguas de fuego incendio una mano de viento aviva la llama

¿cómo encontrar el amor? ¿dónde hay que buscar? ¿quién quiere morir en el amor Si no lo amarán? Niebla de vos El corazón es una parte del cuerpo Que tiembla

en la fogata entre brasas y carbones balbucean los alimentos

Damian Cabrera

Matías Basconcello

Visita

Entre cenizas algún carbón encendido entre fotos viejas una postal ígnea: el golpe en la puerta y tu abrigo rojo que resplandecía en la casa

Michael Sevillano Poesía en la Escuela

ilustración: Pablo Capdepón

La llama de humor salvaje Ilumina relatos entre amigos

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Presencia de la música Mis padres eligieron darme el nombre de Alejo, por Carpentier; Jacobo, por Regen; y Manuel, por Castilla. Así ando, con un cubano y dos salteños dando vueltas por la vida. En la casa donde me crié había una biblioteca grande. En mis primeros contactos con los libros, la poesía me resultaba extraña. Pero algo me llamaba la atención: la música de las palabras. Podía no entender ni un solo verso, pero me fascinaba el encanto que permanecía en mis oídos. Siempre busco la música cuando escribo o leo. Hay música en todos lados. En la calle, en el campo, en un taller, en los diálogos de las personas. Y la poesía también es música porque sin el silencio sería imposible. El silencio es otro de los recuerdos de mi infancia. Y en ese mundo, la poesía me llenó de presencia. Cuando era chico, un poeta, amigo de mis padres, cada tanto aparecía por casa. A cualquier hora, sin aviso. Se quedaba con nosotros una o dos semanas. El hecho de que no avisara su llegada ni su partida, me descolocaba por completo. Pura incertidumbre. Ese hombre era diferente. Me gustaba su libertad, aunque no la comprendía. Pero en él habitaba la música, la misma música que escucho en los poemas de Regen y de Castilla.

Alejo González Prandi

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Poesía en la Escuela


Una escena de infancia Una escena de infancia me viene a la cabeza cuando pienso la primera vez que sentí algo vinculado a lo poético. Tendría unos nueve o diez años y estaba mirando por la ventana de mi habitación, en un tercer piso. Tuve una sensación de perplejidad: cierta distancia emocionada en relación a eso que veía. Como si lo estuviera viendo con otros ojos desde otra dimensión. Gente pasando por la calle, caminando lento como ocurre en los barrios. Algún perro, un auto con su sonido. El sol sobre las copas de los árboles. La vida transcurriendo frente a mí. Y ese transcurrir de lo vital se manifestó por primera vez como un hecho poético. Lo que veía se integraba a un todo, una única cosa que repercutía en mí con una intensidad desconocida. Algo parecido había sentido al escuchar algunas canciones, una emoción que atravesaba el cuerpo y lo dejaba quieto y asombrado de su propio sentir. Pero esta vez me generó una urgencia por ponerlo en palabras. Fui a un cuaderno azul con botes de colores en las tapas y ahí escribí algo sobre la belleza de estar viva. Fue el primer texto de mi cuaderno de infancia donde quedó el primer atisbo de esta forma única, de esta luz sin tiempo que nos pega en la cara cuando hay poesía.

Ana Lafferranderie

Poesía en la Escuela

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Ver la poesía Mi primer poema hablaba del mar. La maestra preguntó como al pasar si alguien me había ayudado en casa y recuerdo haber pasado buen rato con los puños apretados debajo del banco. Escribía y recitaba en las fiestas familiares. Torturaba a mis primos disfrazándolos de pastores o reyes, haciéndoles memorizar pequeños parlamentos. Luego fue la lucecita de una radio Spica en las noches escuchando a Tom Luppo recitar en el Submarino Amarillo. Una tarde sobre la calle Corrientes compré mis dos primeros libros de poesía. Hotel pájaro de Enrique Molina y Antología poética de Olga Orozco, fue una revelación. Como advertencia en la puerta de acceso a mi cuarto podía leerse: “Corrompidos por un resplandor de ríos y de grandes sorpresas hemos perdido para siempre la paciencia de las familias. Fuimos demasiado lejos. Libres y sin esperanza como después del veneno y del amor nuestra fuerza es ahora una garra de sol los labios más infieles y apenas nos reconocemos por esas extrañas costumbres de tatuarnos el alma con la corriente”. Esos versos de Molina fueron casa y talismán. Compré 22 de esos libritos del Centro Editor para repartir entre los amigos. Con la poesía de Orozco comenzó un diálogo para toda la vida. Pero la experiencia que más me acerca a la poesía no está vinculada a los libros sino a mi padre. Íbamos en su camioneta roja hacia el sur atravesando una zona de sierras y atardecía. De pronto él apagó el motor de la F100 que siguió la pendiente suave hasta detenerse. En la radio sonaba Mozart. Vi la silueta de mi padre cruzando el sol, danzando recortada sobre los violetas del cielo. El me enseñó que la poesía es detenerse a mirar.

Marisa Negri

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Poesía en la Escuela


¿Y para qué poetas en tiempos de indigencia? Pues ellos son como los sagrados sacerdotes del dios del vino que peregrinaban de tierra en tierra en la noche sagrada.

ilustración: Damián Masotta

Friedrich Hölderlin

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La paloma Me preguntan sobre mi primer contacto con la poesía y recuerdo el primer poema que escribí, lo que debe ser falso necesariamente, porque para tener alguna idea (por errada que fuera) de lo que era un poema debería haber tenido con la poesía algún contacto anterior. Intento entonces ir un poco más atrás de mis siete años. Aprendí a leer a los cuatro de la mano de una tía abuela maestra que me enseñaba con la revista Gente. Es poco probable que esa experiencia de lectura me haya acercado a la poesía. Recuerdo las canciones-poemas de María Elena Walsh; es posible que algo hayan dejado en mí, pero no estoy segura. Me niego a pensar que los versos de contenido patriótico alusivo a la fecha, que yo misma pedía recitar en cada acto de la escuela, hayan sido iniciáticos. “La paloma es un ave de hermosas canciones”, era el mentiroso verso inaugural de aquel primer poema, titulado “La paloma”, que escribí a los siete años cuando vivía en el campo y asistía a una escuela rural en la provincia de La Pampa. Y tal vez, ahí mismo esté la respuesta. Tal vez, la paloma –la de campo–, los perros, los caballos y los bichos hayan sido ese primer contacto con la poesía. Y tuve que escribir porque no pude ni volar, ni ladrar, ni correr, ni esconderme debajo de la corteza de los árboles.

Soledad Castresana

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Poesía en la Escuela


El nombre del autor Escribí poemas desde muy chiquita, casi sin darme cuenta, como parte de mis juegos. Cuando fui un poco más grande, recuerdo que mi papá me prestaba su máquina de escribir. Me dejaba subir a un cuartito de trabajo que tenía en su casa y los pasaba en limpio ahí, en soledad, rodeada de sus libros, sus papeles y sus fotos. Para mí, eso era como acceder al paraíso. A mis trece años, un verano en Córdoba, revolviendo una mesa de saldos, me topé con un libro gordo, precioso, de tapa clarita. Desconocía por completo el nombre del autor pero decía Obra Poética y eso me atrajo. Lo abrí y leí, uno, dos, cinco versos. La conmoción, el arrebato fue instantáneo. Como un rayo que me dejaba muda, petrificada. Lo compré, conmovida, fascinada. Cuando volví a casa de mi abuela, llena de emoción, se lo mostré a mi mamá. Su cara se puso seria, como asustada. Estábamos al final de la dictadura militar, yo tenía bastante conciencia de lo que pasaba, hasta donde podía tener a esa edad. Pero ni por asomo pensé en eso. “¿Qué? –pregunté, con temor a que ese arrebato fuese una farsa, un espejismo o un daño– ¿Es malo?” Entonces, cambió la expresión, sonrió y me dijo: “No, mi amor, al contrario. Nada más que ese libro, mejor, no lo lleves a la escuela”. Así fue mi encuentro con Juan Gelman, mi primer e indeleble amor poético.

Florencia Walfisch

Poesía en la Escuela

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Arde la leña y resplandece el silencio El abrigo rojo de mi madre

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Noche de otoño

Las sombras de la noche

ilustración: Pablo Capdepón

Una brasa salvaje se apaga contra el muro

Guillermo Levin

Eres tan real En la gruta, la oscuridad que un sol iluminará entre mis ojos apareces por la mañana apareces por la noche y eres tan real que la luz brilla sobre el verde

Una gota de lluvia Dos besos al aire La tengo en el alma Aguacero de besos Detrás de los vidrios

y no sabes que te llevo a mis paisajes a mis versos y la luz brilla sobre el verde

Daniel Quinteros 56

El dolor

Una gota de aire Dos besos de lluvia Lo tengo en el alma La distancia Afina nuestro pulso Una palabra caliente Arde dentro de mí

Julieta Zuñiga Poesía en la Escuela


Cruzarás el puente de mi vida

Fueguito sombras encendidas en la noche mutable desde la casa contemplamos el otoño un sol tímido irradia su calor sobre los muros

Cruzarás el puente en este largo día verás un ángel Que siempre estará En nuestras vidas En tu frente el poema un beso suave aterciopelado Desde mi canto una chica sirve té Y cruza el puente de mi vida

movimiento luminoso suave silencio rama negra humo negro

Milton Ortiz fuego rojo

Omar Morodíaz

Lo que no se ve Nadar en tu amor

El sol en el ocaso Fantasmas cenicientos Regresan con la luz

Respiro nuestras transparencias mi recuerdo como un niño corre en la sangre entre ramas secas

Sombras mutantes recortadas en el cielo

¿cómo soportar la verdad?

Una chimenea encendida puede ser una pantalla un ventana el libro donde se escriben los sueños

Nadar hasta el fondo del mar sobre aguas espejadas Cierro los ojos Y regresas celeste y fría como una sirena entre mis pensamientos

Wilber Iriarte Poesía en la Escuela

Pablo Sosa 57


ESB 186

Secreto

ilustración: Pablo Capdepón

a partir de un poema de Luis Rogelio Nogueras

Una sombra Ilumina el resplandor de la casa (brasa encendida tu boca sobre mi corazón)

Liz Corzo Una historia

Visión

a partir de una canción de Luis Alberto Spinetta

Hogar cambiante de la noche estoy solo contemplo desde el cielo el sol en el ocaso

Escribo en papel de arroz Una canción Tormentas de terror En el cielo Lluvia de dios Un pequeño gorrión Herido Tan solitario Entre las personas Sin una familia Para convivir Como un retazo de viento

lejos una llama roja arde entre voces amigas

Oliver Vidal 58

Una vela alumbra el movimiento de la noche

Jonathan Garcete Poesía en la Escuela


Cada átomo de su cuerpo Había poesía en la casa. En las bibliotecas y en la memoria. Estampas en las paredes en las que se leían sonetos de Francisco Luis Bernárdez o poemas de Amado Nervo. Antologías poéticas, en las que descubrí a Walt Whitman traducido por León Felipe: “Me celebro y me canto a mí mismo / y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti, / porque lo que yo tengo lo tienes tú / y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también”. Y también un Winco, en el que sonaban discos con letras poderosas, como Artaud de Luis Alberto Spinetta. Vertientes diversas: mis padres, que me regalaban un libro de Rubén Darío, del que memorizé “Lo fatal”; mis hermanos mayores, que me acercaban a Oliverio Girondo, al “Puro no”. Se recitaban poemas y se veneraba la poesía. Pero hubo otro encuentro, que fue con las palabras. Aquellas que se presentaban como un mantra o una piedra, una música que no estaba afuera, sino que iba por dentro como el murmullo de la sangre. Percibir su materia, como se percibe el estado del tiempo: salir a la calle y observar que el otoño es ocre, y que la palabra ocre es una hoja quebrándose bajo los pies, una cavidad, una cueva, una caracola para llevar al oído y escuchar el rumor de las hojas movidas por el viento. De la devoción a la apropiación, de la palabra poética a la palabra, de la poesía al poema para todos. Como un pan. Como un modo de estar en el mundo. Cada átomo de su cuerpo es tuyo también.

Gabriela Franco

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Poesía en la Escuela

ilustración: Damián Masotta


Apuntes sobre mi experiencia con la poesía “La poesía es un atentado celeste”, sacudió el gran poeta chileno Vicente Huidobro. Y cuando ésta se manifiesta desde el vientre materno y atraviesa la infancia, es pólvora, que estalla, y marca a fuego la vida de una persona. A veces pienso que hubiese sido mejor no haberme criado entre poetas, que la poesía llegara a mí como un descubrimiento único, azaroso, no tanto como una imposición objetiva, o mejor aún, una pulsión más o menos objetiva. Cuando uno comprende la lógica interna y externa, de qué se trata, porque ha mamado eso desde niño, ocurren, por lo menos en mi experiencia personal, dos cosas: atrae tanto como repele. Hay etapas de un enorme desapego hacia todo lo que tenga que ver con la poesía, tanto en su lectura, como en su escritura. Es allí donde las inquietudes, las necesidades de expresión buscan otros rumbos, por ejemplo, la tan envidiada música. Otras, en que resurge lo vivido y busca su salida, como un volcán virulento y calmo, al mismo tiempo, a través de las palabras. Lo único que me interesa realmente es el acto de escritura; esa especie de ensoñación que te envuelve y te llena de una mezcla de sensaciones contradictorias. La felicidad de escribir desde el dolor, es un experiencia muy extraña. O las locas ganas de comerse la tierra con las manos, cuando algo maravilloso ha ocurrido. Creo firmemente que la poesía tiene que caminar a la par de la vida, y urgir-surgir desde las islas de lo más auténtico de uno y del mundo que nos rodea. No creo en los artificios ni en la especulación, demasiado mediada por el pensamiento, o allí donde no hay concordancia entre poesía y vida. Entiendo este oficio como algo casi sagrado -a riesgo de parecer anticuado- pero sagrado en relación en que allí se pone en juego lo mejor de la propia mirada, está uno desnudo ante lo inmenso, ante la vida.

Lucio L. Madariaga

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El tesoro de la juventud A los seis años, a una semana de haber comenzado el colegio primario, tuve que estudiar de memoria un poema de William Henry Davies, Leisure. Empezaba así: “What is this life if full of care / we have no time to stand and stare”. Aún lo recuerdo íntegro, como recuerdo muchos otros de Yeats, de Blake, de Elizabeth Barret. La currícula del colegio inglés al que asistí, incluía una materia que se llamaba ‘Poetry’. El proceso era un poco mágico. Una vez por semana debíamos recitar con perfecta dicción. Solía subirme a la mesa del comedor de mi casa para practicar. Me pasaba horas y horas repitiendo esos versos, de los que entendía poco y nada, hasta que salían perfectos. Si lo hacíamos bien nos daban un premio: una estrella de cartulina que pinchaban en la solapa de nuestro blazer con un alfiler. Quien más estrellas juntaba, a fin de mes, recibía una estrella mucho más grande, con el nombre de uno impreso, que era colocada en una pizarra en el hall del colegio. Como si fuera un cuadro de honor. Al margen de los premios, me gustaba como sonaban los poemas. La rima, la cadencia, el amigable sonido del inglés, idioma que amaba porque no tenía que escribir con acentos, la mayor tortura a la que jamás fui sometida. También leíamos a Shakespeare y era maravilloso. Usábamos unas versiones adaptadas para niños. Las historias eran atrapantes, pero además, la fuerza de esa escritura —de la que tampoco entendía nada— me conmovía. Mucho más tarde supe de las aliteraciones y el verso blanco y los tipos. Entonces, ninguna de esas cosas importaba. En casa no había libros. Mis padres no eran grandes lectores, por lo tanto, aprovechaba los libros de lectura del colegio. Recuerdo uno, especialmente, Calesita. Tenía las tapas azul claro o turquesa y había dos o tres poemas, uno de ellos, si mal no recuerdo, era de Francisco Luis Bernárdez. Claro que cuando tomé la Primera Comunión fue una gloria. Me regalaron muchos libros, entre ellos, el Tutú Marambá de María Elena Walsh. Los gasté a todos. Esperaba que se hiciera de noche y una vez acostada me ponía a leer hasta que desde abajo mis padres gritaban que apagara la luz, que ya era tarde. Por supuesto, los libros se terminaron muy rápido. Entonces

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recurrí a la colección El tesoro de la juventud, que descansaba cómodamente en un estante del living de mi casa. Allí leí los clásicos, los poetas del Siglo de oro español, todas las fábulas de Esopo. Años más tarde, al reencontrarme en casa de mi madre con aquellos libros, descubrí que la mayoría de los poemas estaban marcados con palotes separando las sílabas y una especie de estudio de la rima improvisado. Honestamente, no lo recordaba. No tengo memoria de haberlo hecho. Pero mi letra está allí, redonda e inestable. Si bien para esa época solía escribir composiciones de ‘dudoso’ origen según mis maestros, quienes creían que las copiaba, y ‘componía’ canciones con mi guitarra cuyas letras eran de la misma ‘dudosa’ calidad … el momento culmine fue durante los primeros meses del secundario. La falta de libros seguía siendo un problema. Los pedía prestados o leía en la biblioteca de mi tía Ilda, una directora de escuela que tenía todos los poetas españoles y a Lugones. No existía internet ni nada que me permitiera acceder a una lectura constante de poesía o nada más, a una lectura. Incluso, incursioné con el Sopena, un diccionario enciclopédico de tres tomos que leía apasionadamente. Las palabras eran un universo incomprensible y maravilloso. Todo siguió así, hasta que un día me mandaron a la mapoteca a buscar un planisferio. Cuando entré, sobre la mesa vi un libro que alguien habría dejado allí olvidado. Era de Alfonsina Storni: Poesías de Alfonsina Storni, de Editorial Universitaria. Y lo robé. Aún lo conservo, viejo y amarillento, con casi todas sus hojas despegadas y endurecidas por el paso del tiempo. Gracias a Alfonsina, ese mundo que se había abierto tempranamente se convirtió en un estado que nunca abandoné. Y así fue como escribí mis primeros poemas de amor desencantado. ¿De qué otra cosa se puede escribir a los catorce años?

Silvia Camerotto

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Humpty Dumpty La poesía apareció en mi vida en algún momento que no recuerdo. Sí sé de memoria un primer poema, escrito alrededor de mis doce años, por causa de un amor no correspondido. Aunque también recuerdo que a los nueve escribía unos textos cortos, poéticos, o al menos los sentía de ese modo. Era prosa en la cual intentaba poner lindas ideas, y hermoseaba con adjetivos que pensaba detenidamente (siempre he amado los adjetivos). Escribía por el mero placer de hacerlo, no era algo que me pidieran en la escuela, era otra cosa… un juego, un espacio con habitantes que podía elegir, y palabras, muchas palabras. Me gustaban los conejos, entonces hablaba de ellos, y así con otros temas. Libertad, de eso se trataba. La que vuelvo a sentir hoy cuando me expreso en la poesía, la misma. Hubo algo muy genuino allí y hace tiempo, porque perdura, casi toco mi niñez cuando en mi mente aparecen ideas, se desarrollan, saltan como aquellos seres “conejiles”. Cuando escribí “highlands”, intercalé los versos del acertijo inglés: “humpty dumpty”1, originado en el siglo XIX, y trasmitido por generaciones. Habla de un huevito que cae desde un muro y se rompe sobre el piso. ¿Por qué están allí, en ese poema? A mis seis años, mi profesora de inglés me lo había enseñado y además tuve que recitarlo en un acto escolar. Sobre ella hablo, y sobre esos versos que logré memorizar con esfuerzo. Su ritmo, como otras poesías que fui conociendo, me introdujo en este camino de palabras que cantan, repiquetean o se deslizan por la lengua hasta sentirse cómo música bella. Hasta cobrar vida.

Catalina Boccardo 1- Humpty Dumpty sat on a wall. Humpty Dumpty had a great fall. All the king’s horses and all the king’s men

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Poesía en la Escuela


Tocar, ver la poesía Mi primer contacto con la poesía lo tuve a los 7 u 8 años. Digo contacto hablando de tocar, ver la poesía escrita a mano, con tinta negra aguachenta, en cuadernos amarillos, o impresa, casi grabada en revistas lejanas ya para aquellos tiempos: eran las poesías de mi bisabuela, Betina, que había sido poetiza, como se decía de entrecasa. Resulta que aquella señora de los retratos, tan elegante, de sombrero con tul y tapado de cuello alto había escrito como veinte cuadernos y libretas (¡y esto sería a principios del siglo!) no solo con poemas, sino también con cuentos, novelas y obras que hasta habían sabido montar en un teatro de mi ciudad. Un hijo suyo, además, había escrito algún que otro tango. Mi abuela y mi tía abuela tenían reunidos en un volumen hecho a mano recortes con los poemas de su madre aparecidos en los diarios del pueblo y alrededores. Todo esto va a ser tuyo, me decían, cuando nosotras no estemos. Todavía me sé un poema que recitaba de memoria en cuanta reunión familiar había. Con el tiempo todo ese material terminó en mis manos. Claro que en esa época yo no pensaba mucho en la poesía, yo quería ser payaso, director de circo, contador de historias ambulante, fabricante de títeres (cosas que conseguí) y entonces, ahora, creo que a veces todos esos oficios se juntan, se condensan y, también a veces, me hacen escribir poesía.

Joaquín Valenzuela

No me pidan explicaciones a mi, que no puedo explicar nada, mas que balbucir el fuego que me quema.

Federico García Lorca Poesía en la Escuela

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La fuerza de lo pequeño Mi acercamiento a la poesía fue incitado por la filosofía –ámbito en el que me conducía con mucha organicidad–. Descubrí que había una relación muy precisa entre pensamiento y poesía: la exploración sobre las estrechas categorías gramaticales permitía que ciertas estructuras de pensamiento accedieran a la comprensión. Mis primeras pasiones por la poesía aparecieron cuando empecé a vivenciar una suerte de entendimiento inmediato y sintético sobre cuestiones que en el ámbito de la filosofía llevaban clases y clases, palabras y más palabras. Era como si la poesía trabajara directamente sobre esas neuronas dormidas que, por alguna necesidad muy salvaje, yo necesitaba que despertaran del milenario letargo al que nos sometió la gramática de las lenguas indoeuropeas. Pienso que acabé por volcarme enteramente del lado de la poesía cuando descubrí que había un modo del habla que combatía contra las abstracciones y la obsesión por identificar de nuestro uso más familiar de la lengua. Esto fue fundacional para mí. De todos modos, en un principio mi escritura estaba en un plano muy conceptual, todavía eran ideas. En este plano, las sensaciones o pensamientos que aparecen se adaptan a una forma conocida para poder expresarse. Al no haber conocimiento y experiencia lingüística, no hay posibilidad de crear, sólo hay expresión: la escritura, en esta instancia, tiene únicamente una función catártica. No hay acontecimiento poético. No hay combate contra lo pre-configurado de la lengua. Recién cuando encontré a mi maestra, Claudia Masin, empecé a descifrar que el lenguaje estaba hecho de una materia específica, y que escribir poesía tenía que ver con conocer esta materia, indagar en su resistencia. Como decía el artista plástico Victor Grippo: “El plomo es la materia. Mi locura en la vida es crear un plomo sutil”. La operación poética es un proceso alquímico que permite liberar la materia, volverla inhumana: en vez de ejercer dominación para lograr una utilidad, –como decía Octavio Paz– es dejar que las palabras se conviertan en otra cosa, que quiere decir la misma cosa, “la cosa misma, aquello que real y primitivamente son”. La poesía logró cultivar una fe en mí: la creencia en que trabajar sobre el lenguaje, aunque con la velocidad de la ero-

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Poesía en la Escuela


sión, puede ofrecer nuevas formas de conectar con lo real; o mejor dicho, puede comunicarnos con algo que está en la realidad y que es de muy difícil acceso, pero que podría brindarnos una comprensión más justa acerca del mundo. La poesía es la fuerza de lo pequeño: actúa con la profundidad de lo imperceptible. Mi poesía empezó a enriquecerse cuando advertí que escribir era ir fomentando este tipo de conocimiento sobre el lenguaje: que no es un saber clasificable, acumulativo, no hay una serie de fórmulas aplicables a todas las situaciones. Su modo, más bien, es el de una práctica, es como si empezaran a generarse conexiones desconocidas entre las funciones inteligentes, sensibles, perceptivas, lingüísticas. Es un estudio sobre la inmensidad de la lengua.

ilustración: Pablo Ramirez Arnol

Victoria Schcolnik

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Poes铆a en la Escuela

ilustraci贸n: Pablo Ramirez Arnol


Pronunciación de un mundo (fragmento)

Lecturas

de La búsqueda del lenguaje – editorial Paidós

Poesía en la Escuela

Mi abuela, que no era una mujer de ir a misa los domingos, rezaba el rosario sin embargo con una devoción que no he visto ni siquiera entre los integrantes de congregaciones religiosas. Rezaba siempre por las noches, en su cuarto, en una penumbra que apenas disipaba la luz tenue del velador sobre su mesa. Se sentaba sobre la cama, y rezaba en voz muy baja, con una rapidez tan concentrada que las palabras se pegaban unas a otras y era imposible reconocerles un principio y un final. Puedo oírla todavía. Los labios gruesos de mi abuela se movían rápido en movimientos cortos que iban regulando el aire dentro de su boca. Sé que la oiré siempre. En cada cuenta del rosario ella ponía un fervor que sólo tienen las personas que profesan una fe enorme en la palabra. Me recuerdo a su lado, oyendo el murmullo que cobraba vida en ese cuarto caluroso. El susurro de las oraciones religiosas que crecía y crecía. El rumor apagado de aquellos rezos secos que no admitía interrupciones. Mi abuela cerraba los párpados mientras musitaba sus rezos y sólo a veces, aunque sin interrumpirse en sus oraciones, clavaba sus ojos enormes en los míos. Aunque siempre rezaba por las noches, algunas veces ella suspendía las actividades de la cocina en mitad de la mañana y se encerraba a rezar. Puedo oírla todavía. El aire salía de su boca convertido en palabras que me zumbaban alrededor. La voz de mi abuela balanceándose en una textura susurrante que apretaba los hilos a medida que avanzaba. Siempre estaré oyendo ese sonido. Tengo el espesor de ese zumbido suyo anidado en mi oreja desde aquellos días y lo tendré para siempre. Las oraciones de mi abuela llenaban todo el cuarto y las palabras cobraban un cuerpo y se desplazaban en sus sonidos propios. Palabras que no siempre se entendían con claridad, pero que tenían una música que era inconfundible. Era en esas palabras en las que mi abuela tenía puesta una enorme confianza. Yo era una niña pero podía verlo, en cada cuenta del rosario mi abuela entregaba el alma y la recuperaba en la siguiente. Pegaba las palabras unas con otras sin fin ni comienzo y les daba una música tan precisa que me dejó ese murmullo por siempre en mis oídos. La ebullición de esas palabras tenía la urgencia de quien escapa, de quien huye de algún lugar oscuro del alma. Aquella lengua, que era la intimidad más pura, era también el diá-

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logo que se elevaba más alto. Aquella abuela que rezaba en la urgencia, en el ritmo y en la soledad, me enseñó desde temprano que la lengua recorre una doble vía. Se adentra en el ser interior de nuestra humanidad mientras transita su recorrido hacia fuera para encontrarse con los otros, para buscar en su desosiego más hondo, a un Dios que la escuche. Eso aprendí aquellas noches oyendo rezar a mi abuela. Pronunciar para ella era internarse en sus propias honduras y, al mismo tiempo, elevar las palabras al cielo más alto porque siempre hay alguien que escucha. En aquellas noches calurosas hubo veces en que, las dos encerradas en su cuarto, yo confundía el rezo de mi abuela con su propia respiración. Eran momentos de incertidumbre en que yo no podía reconocer en la pesadez de aquella atmósfera penumbrosa de la habitación si eso que yo oía y que quedaba flotando y nos rodeaba los cuerpos eran sus oraciones o era el aire que entraba y salía de su boca. ¿Era un jadeo o una letra?, ¿una sílaba o una exhalación? Instantes en los que se fundían la palabra y el aire y era imposible separarlos. ¿O eran uno?, ¿o fueron uno desde entonces? Vuelvo muchas veces a esa escena de mi abuela rezando. Y cada vez que vuelvo entro en el susurro de una lengua que es también la mía pero que aun así no entiendo. Una lengua que sin embargo calma en parte una angustia. No pude verlo entonces pero lo veo hoy, había angustia en esa mujer que había dejado a sus padres en un país en guerra, a sus amigos, su pueblo. Una angustia que se ahondaría por la certeza de que no volvería a verlos nunca más. Vuelvo a esa escena y trato de escuchar. La voz de aquellos rezos no tiene sin embargo la letanía de los oficios religiosos. Es una voz que busca la salvación, sí, pero está muy cerca de la agitación de los deseos. Una voz que está empeñada en avanzar y dejar atrás el dolor. Pero ¿por qué mi abuela italiana no rezaba en su idioma natal? ¿Por qué eligió una lengua nueva para sus plegarias y por lo tanto una voz también diferente? Ella, que volvía siempre a su lengua madre para las cosas más importantes de sus días, sin embargo nunca rezaba en italiano. He vuelto sobre esta escena muchas veces y me detengo siempre en ese punto de la doble lengua y la elección según sean unos u otros los discursos. ¿Por qué mi abuela, a la que oía yo enunciar en italiano, en “su” lengua, los discursos de los momentos más trascendentes de cada uno de sus días, rezaba sin embargo en la lengua de este país en la que ella era una inmigrante? Mi abuela se enojaba en su lengua natal, y el italiano era también la lengua que usaba para pelearse, insultar, divertirse, contar secretos. Esa fue la lengua para decir sus angustias y las tristezas. Pero rezar, ese diálogo que se establece con Dios, ¿no concreta lo más importante de las palabras que pronunciamos? Es cierto que el lenguaje, que le da un valor a la experiencia, reconstruye el pasado y lo carga de sentidos. Algunas tardes de verano, cuando hacía demasiado calor para quedarse dentro del cuarto, mi abuela me llevaba a la acequia. Bajábamos después del mediodía por una calle de tierra caminando por debajo de la sombra de los árboles que bordeaban el camino. No era sólo por la frescura del agua por lo que me gustaba ir a la acequia. Es que en aquellas tardes en el canal, el rumor que el viento formaba en el agua o entre las ramas más altas de los álamos sonaba igual, exactamente igual, que el susurro de las palabras que respiraban en la boca de mi abuela.

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Poesía en la Escuela


Como mi abuela, algunos días todos libramos una batalla contra nosotros mismos. Son días en que, huyendo de algún pasado, arribamos a una tierra que nos resulta tan extraña que somos allí inmigrantes que imploran algo que no tiene nombre porque aún no existe. Hay en cada uno de nosotros elementos que al interpelarnos nos tensionan y entramos en conflicto. Nuestra historia, el pasado, la educación, los deseos, los sueños, la realidad. Para defendernos de nosotros, para enfrentar nuestros monstruos más aguerridos, para eso también tenemos el lenguaje. Nuestra existencia está condicionada por la posibilidad de desarrollarnos dentro de una lengua. Gertrude Stein dice que Leer y escribir son sinónimos de existir. Así es que, nuestra vida, condicionada como está por los sonidos de la lengua y por la letra, cuelga de esos hilos del lenguaje. Sé que mi abuela también intuía que nuestra existencia depende de la posibilidad de reconocer la energía que tienen las palabras y por eso algunas veces ella ponía tanto empeño en enseñarme a rezar. Fue ella la primera en creer que las palabras iban a salvarme. En esa transmisión me legó también el misterio que se oculta en el lenguaje y el silencio. ¿Es fraseo o una inhalación? ¿Cadencia, o la aspiración del aire más pesado? Aquella enseñanza de mi abuela es un legado. Es una herencia cuyo patrimonio crece hoy en la respiración deseosa de la escritura y la docencia. ¿De qué hablamos después de todo? Del modo en que se unen el universo completo y las capas más subterráneas, y por lo tanto oscuras, de nuestra subjetividad. Después de todo hablamos de eso, no es otra cosa, es la pronunciación de un mundo.

Angela Pradelli

En oposición al sentimiento de exilio, al de una espera perpetua, está el poema, tierra prometida.

Alejandra Pizarnik Poesía en la Escuela

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Poes铆a en la Escuela

ilustraci贸n: Natalia Litvinova


Susana Thénon: Una amiga a la que nunca conocí

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Poetas

Me gustaría contarles porque elegí a Susana Thénon para leer sus poemas en el Segundo Festival de Poesía en la Escuela. Lo primero que puedo decirles es que la elegí porque ella es una amiga muy querida que me enseñó muchas cosas sobre el lenguaje, a divertirme, especialmente. Es una amiga a la que nunca conocí personalmente ya que ella murió en el año 1990 y yo entonces tenía 22 años y vivía en Mendoza, pero tuvo la delicadeza de dejar varios libros que me permiten encontrarme con ella cada vez que lo necesito y sólo sentándome por ahí con uno de sus libros en la mano empiezan nuestros encuentros. Y ahora quiero que la conozcan ustedes porque sé que es una de las mejores amigas que uno puede tener si tiene ganas de jugar con el lenguaje. En eso ella es la mejor, abre juegos, se ríe de las palabras y con las palabras, como si dijera hay algo imposible en el lenguaje y es el lenguaje mismo. En sus libros, Edad sin tregua (1958), Habitante de la nada (1959), De lugares extraños (1967), Distancias (1984), Ova completa (1987), con ese humor y, a veces con enorme pesar, nos muestra que escribir es no tener nunca un lugar fijo o una certeza o un centro donde instalarse. Ella es como una gitana y creo que no hubiera escrito si hacerlo le hubiera resultado algo infalible o solemne. Así como la gitana que es y como la niña que nunca dejó de ser, ella sabe que el lenguaje no pertenece a ningún sitio, que el que escribe se queda fuera del poema, que la palabra y el que dice, se unen para desvanecerse mutuamente. Desde 1970 hasta 1984, dejó de escribir y se dedicó a sacar fotos. Yo también saco fotos y me gusta tanto como escribir. Espero que a ustedes también. Susana Thénon

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A ella le gustan las faltas del lenguaje, la imposibilidad de nombrar, las limitaciones de la palabra y todo eso le da risa, quizás porque primero que nada le da pena y entonces se ríe, que siempre es una buena salida de la tristeza. La poesía de Susana Thénon no se parece a la de ningún otro poeta en nuestro país. A

ella le importa pelar el lenguaje, sacarle la cascarita, depurarlo y hace experimentos como en un laboratorio para encontrar el “hueso de la lengua” y para reírse de todo lo serio que eso les puede parecer a algunos y de la tristeza que a ella y a todos nos da cuando no podemos decirnos.

Mercedes Araujo

Themis Speroni: La poesía, un río de conocimiento y amor donde bañarnos todos los días

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llevado a mi casa, para siempre, / los libros de la hierba, los complejos / pergaminos del aire, los glaciares / manuscritos sonoros del granizo, / y me he puesto a leer, usando anteojos / de madera traslúcida, contento / de estar así, salvando y desligando / la dominante lengua de los meses”. De ahí en más todo fue y es distinto, y el planeta, el mundo, un lugar más habitable, donde la belleza, y esto debería ser obra de todos los poetas, sea un río de conocimiento y amor donde bañarnos todos los días.

José María Pallaoro

Themis Speroni

City Bell es un pueblo hermoso. Empecemos de vuelta, City Bell era un pueblo hermoso de calles de tierra, pocas casas, mucho campo con cardos, panaderos del aire, caballos y vacas, tortugas en arroyos, quintas, eucaliptos y paraísos y poetas y un cielo que nunca nos cansábamos de mirar. En la casa, en el interior de nuestra casa, la estufa hogar iluminándonos a través de la leña que reuníamos a lo largo del año, y las revistas y los mates y los libros. De chico fui un ávido lector, llegué a tener cientos de maravillosas revistas, donde la curiosidad radicaba en que me atraían más los textos que los dibujos. Hasta que hubo un quiebre casi definitivo, pasé de las historietas a los libros, esto habrá sido alrededor de mis trece o catorce años. Paralelamente estaba mi amor por la música. Mi hermano mayor (Hugo) me lleva once años, así que siendo casi un nene de conejos y plantas escuché a Los Beatles, Creedence Clearwater Revival, José Larralde, Los Gatos, Manal, Serrat, Los abuelos de la nada, Moris, Bob Dylan, Rolling Stones, Almendra y Spinetta “Ana de noche / hoy es un hada / canta palabras / canta y se torna en luz”,… Y descubrí la poesía. Música y poesía. City Bell era un pueblo hermoso, allí vivió Roberto Themis Speroni, el más bello de los poetas “Me he

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Moisés salvado de las aguas La Verdad Voy a intentar explicarte por qué elijo a Juan Carlos Moisés. Creo que tiene que ver con cómo elegís poner la cámara a la hora de tomar una fotografía. A veces conviene ponerla vertical: personas de pie, objetos más altos que anchos... A veces, es mejor ponerla horizontal: todos tus compañeros y vos en un viaje, el coliseo romano, el mar.

La vaca parada en el lomo del pajarito me toma una fotografía mientras miro al pajarito que apenas resiste el peso de la vaca, como el actor que hace de su personaje la verdad y de la verdad Hablando del mar... Te cuento que para mí un lugar inestable. hay escritores surfistas y escritores buceadores. Cuando escribís podés elegir desplazarte El Querido por la superficie, fluir sin hundirte, flotar, ver el cielo boca arriba, hacer la plancha; o bien, Según el último censo irte bien al fondo oscuro, desarrollar órganos nacional, sólo tuyos que iluminen lo profundo, o arre- mi pueblito, el querido, glártelas para ir a ciegas entre los obstáculos el natal, tiene más o menos la misma cantidad de habitantes sin que te dañen. que cuarenta años atrás; Siempre que leo a Moisés me pasa lo mismo: eso porque no contaron árboles, veo surfistas buceando, buzos desafiando las sueños, pajaritos, nubes, aguaceros, olas, paisajes verticales, o a vos y todos tus todo lo que respira compañeros en un viaje apaisado, entre sus y queda para siempre. palabras.

Juan Carlos Moisés

Silvia Castro

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Autorretrato

No he descubierto aún qué clase de tipo soy, mucho buscar y saltar como el saltamontes, de ojos chiquitos y bigotes chamuscados, quise usar la cabeza y usé los pies, hablé demasiado, nunca aprendí a cantar.

Juan Carlos Moisés

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La tía Dorita Búsqueda Mi primera experiencia con la poesía fue a través de mi tía Dorita, ella era poeta y yo estaba muy orgullosa de tener una tía escritora. Cada tanto la iba a escuchar recitar y todos los años esperaba ansiosa sus entradas de regalo para la feria del libro. Ella publicaba sus poemas en Ediciones Clamor con otros poetas, estos libros estaban en lo de mis abuelos, yo era chica e intentaba entender de que hablaban y lo único que me quedaba era una sensación triste, ella era triste. Nunca más volví a leer sus poemas, tal vez sea hora de reencontrarme con mi tía ya de grande, ella en otros mundos y yo acá trayéndola a la tierra.

Ana Adjiman

Caminé por las calles / y ciudades./ Anduve por páramos / desiertos, por andamios, / por mares silenciosos, / por riscos escarpados. / Buscaba la dimensión / exacta, “de los sesenta / segundos implacables”./ Y hallé, sólo sepulcros / calcinados. / Regresé a casa. / Me sumergí / en mí misma / y hurgué, hurgué, / hurgué... / Hasta que / el corazón y el alma,/¡eran una sola llaga...! / Enfrenté / mis monstruos / interiores, / mis ángeles / dormidos / y las tumbas selladas, / de mis seres / queridos./ Lavé mis ojos, / con todas / las lágrimas / del mundo. / Entonces, / ¡pude ver! / En un rincón / oculto, / había una criatura / solitaria, / ávida de afecto. / Era mi propia / imagen, / retrotraída / en el tiempo. / La tomé de la mano, / salí con ella / afuera, a la calle, / ¡a la luz...! / ¡Y allí estaban! / Llevaban / en la frente / una estrella / y en esos, / me vi reflejada. / En mí, ellos / se miraban. / ¡Los había hallado / al fin...! / Eran mis hermanos, / Éramos todos uno, / Éramos nosotros, / ¡Los humanos...!

Dora Najles de Brotman

Dora Najles de Brotman

10/10/26, Entre Ríos 15/10/00, Buenos Aires

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Bustriazo Ortiz: “La poesía es tiempo y arde” Bustriazo Ortiz queda encantado, al decir duda, encendía y apagaba la memoria, tocadel poeta correntino Francisco Madariaga, el ba el corazón del público, a semejanza del pasado 1º de junio de 2010. Había nacido quetral que se consume y vuelve a arder. en Santa Rosa de Toay, el 3 de diciembre de Sergio De Matteo 1929.

La presencia de Bustriazo, su lectura, no cabe Poesía en la Escuela

foto de Marias Negri

Extinguido el fuego de la oralidad de los poemas queda una resonancia, es la que dejan los poemas esenciales. Pero el efecto no suele terminar con la lectura, porque “la poesía es tiempo y arde”; pues sigue quemando a sus cómplices lectores u oyentes.

Bustriaso Ortiz

A los doce años, mientras reside en General Acha, escribe su primer poema: “A España”. En total son 79 los libros que integran Canto Recién partida oh tu estela Quetral – título que nomina su obra comllegaste reina voladora llegaste única sortija pleta. que caminabas sonreidora bajaste única tu Bustriazo se ha convertido en un espectro que pelo toda la noche de entre todas y con tus no sólo irrumpe en la realidad, sino que toma manos hacia mi aire única y sola entre las por asalto y modifica el canon literario. Juan otras venías huyendo de qué piedras vos Carlos recién estaba fundando su estilo y ya era piedra cósmica dadora piedra que canta el un mito. También fue un visionario en su articanto tuyo el canto mío de tu boca única ficio poético: domando, dominando la lengua eras de las muchas sola y vos sola sola y sola como el Ghenpín, el dueño de la palabra en la brizna del cielo briznanoche única y única y cultura mapuche. Su poética repuso, conjugó y preciosa luna nacida de volarse agua caída potenció las raíces de los pueblos originarios, la sin su sombra y así te fuiste piedra de ala cepa criolla y la prosodia de los inmigrantes. única eras mi Debe resaltarse que en el acto de lectura corona! Bustriazo Ortiz –las grabaciones registradas lo confirman– logra anudar vestigios de sus Juan Carlos Bustriazo Ortiz historias y experiencias, recupera recuerdos, los revive, por eso cuando trasiega los versos se percibe una tensión que se intensifica a medida que se acerca al final del poema; donde la última palabra es “comunicada” con el último aliento, cuasi suspiro. Los poemas son piezas compuestas por la aparición e irrupción de sonidos/imágenes que crean una trama verbal, redivivos en la voz que los convoca.

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Francisco Gandolfo, monumento a la bandera poética Resulta natural que la gente vincule a la Ciudad de Rosario con sus emblemas tradicionales: El Monumento a la bandera, el Río Paraná, o los alfajores Merengo, por ejemplo. También con sus equipos de fútbol, Ñuls y Central, legendarios leprosos y canallas. Con sus artistas destacados: Fito Páez en la música, El negro Olmedo en el humor; el otro negro, Fontanarosa, en la escritura y la historieta. La lista podría extenderse. Rosario, además de ser una ciudad preciosa, contiene riquezas culturales y paisajísticas cautivantes e inolvidables. Desde siempre, semejante caudal estigmatiza a la ciudad. Sin embargo, los poetas argentinos asociamos instantáneamente a la ciudad de Rosario con un auténtico prócer del género que nos aglutina, Francisco Gandolfo (19212008). Muchos lo recordamos como “el viejo búho”, ya que en la década del setenta llevó adelante una colección de poesía llamada El búho encantado. Aunque nacido en la provincia de Córdoba, a los 27 años se radicó en Rosario y en esta ciudad constituyó su familia (tuvo seis hijos), ejerció su profesión de gráfico y desarrolló su pasión lírica. Gandolfo fue imprentero, editor y poeta. Publicó una de las revistas literarias más importantes del país, el lagrimal trifurca, además de una innumerable cantidad de plaquetas y libros. Se entregó por entero a la tarea de imprimir (con sus propias manos) y difundir poesía. Escribió unos cuantos volúmenes de poemas inolvidables, Mitos, Poemas Joviales, El sicópata, Presencia del secreto, entre otros. Todos con tiradas modestas y reducidas. Sus textos, coloquiales y de tono narrativo, mantuvieron un sello “gandolfiano” inconfundible. El humor, la ironía y la reflexión fueron los atributos esenciales de su

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poética. En ella depositaba sus indagaciones existenciales, curiosas y particulares, y también sus convicciones. Todo lo volcaba en el género que adoptó como causa personal. A la vez, su actitud generosa, inquieta y perseverante fue un modelo de trabajo copiado por los jóvenes que siempre lo rodearon, entre ellos sus hijos, Elvio y Sergio, que acompañaron sus andanzas. Gandolfo fue un tipo sencillo, amigable y siempre dispuesto a compartir sus lecturas, y a transmitir vivamente el entusiasmo que le generaban los textos ajenos. “El viejo búho” fue uno de los máximos referentes entre quienes comenzamos a escribir y publicar durante la década del setenta, los diez años más siniestros de la historia argentina. Su devoción y su apuesta poética fueron ejemplo de tenacidad en los momentos de mayor desolación. Su imprenta “La familia” (de Ocampo 1812) significó un mojón de amparo y sobrevivencia en los tiempos de silencio. Allí se imprimía poesía. Ese espacio infundió buena parte del oxígeno que nos dio respiro durante el genocidio. Además de sus enseñanzas en el inhóspito tránsito poético, quedó su escritura. Es el legado que rescatarán todos aquellos que no han tenido la fortuna de tratar en vida a semejante maestro. Para los poetas argentinos, Gandolfo es el mayor emblema rosarino, un monumento a la bandera poética.

Javier Cófreces

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Ofuscado por complejos personales abandonaría hijos y esposa para irme a vivir de poeta a buenos aires mientras caminaba pensando esto mi ángel custodio vino de atrás y me levantó de una patada me incorporé dolorido y sacudiendo mi ropa deploré que todo el mundo así en la tierra como en el cielo fuese violento.

ilustración: Pablo Ramirez Arnol

Guardaespaldas

Francisco Gandolfo

Francisco Gandolfo

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Vicente Huidobro: Un milagro en paracaídas Fragmento de Altazor, Prefacio: Elegí al poeta chileno Vicente Huidobro (1893-1948) por lo que significa su poesía: compromiso con la creación, compromiso con su tiempo y, sobre todo, compromiso con el cuidado de la palabra. Huidobro, al igual que Vallejo, sintetiza en sí una vanguardia completa, explorando la tradición de la ruptura hasta sus últimas instancias, mientras llevaba la tensión del creacionismo a formas clásicas, como la oda o el soneto. Altazor, su obra fundamental, representa una exaltación del poder creador del poeta, poder demiurgo que en el nombrar reactualiza el universo en la perplejidad de la hermosura, esa soga delicada que une el abismo de la existencia con el abismo de la muerte. Y por ahí, como un milagro en paracaídas, el poeta, que aún en la modernidad viene a restituir el orden en el caos, en la desmesura insondable de su palabra creadora.

Nací a los treinta y tres años, el día de la muerte de Cristo; nací en el Equinoccio, bajo las hortensias y los aeroplanos del calor. Tenía yo un profundo mirar de pichón, de túnel y de automóvil sentimental. Lanzaba suspiros de acróbata. Mi padre era ciego y sus manos eran más admirables que la noche. Amo la noche, sombrero de todos los días. La noche, la noche del día, del día al día siguiente. Mi madre hablaba como la aurora y como los dirigibles que van a caer. Tenía cabellos color de bandera y ojos llenos de navíos lejanos. Una tarde, cogí mi paracaídas y dije: «Entre una estrella y dos golondrinas.» He aquí la muerte que se acerca como la tierra al globo que cae. Mi madre bordaba lágrimas desiertas en los primeros arcoiris. Y ahora mi paracaídas cae de sueño en sueño por los espacios de la muerte.

Vicente Huidobro

Una aventura idiomática y radical como no se ha repetido en la historia de nuestro idioma.

Vicente Huidobro

Carlos Aldazábal

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ilustración: Damián Masotta


Entrevista a Guillermina Weil 82

La Genoveva navega y lleva Guillermina Weil, Secretaria de la Biblioteca Santa Genoveva del Arroyo Felicaria en San Fernando, nos cuenta cómo llegó a ocuparse de esta institución que se alza en una isla de la segunda sección del Paraná y que es una de las escasas opciones culturales que tienen los isleños. Se suma al Segundo Festival de Poesía en la Escuela, con su Bibliolancha que nos transportará hacia las islas. La entrevistamos y le preguntamos cómo nació la idea de esta Biblioteca que se desplaza por el río. Esto fue lo que nos respondió: «Madame, la mejor amiga de Genoveva, había muerto a sus 94 años. Yo la había cuidado entre mis 13 y mis 26 años, como lo más preciado de mi vida. Ella me había enseñado francés, inglés, sabiduría de vida y me había dado su ternura. Madame me estaba señalando el camino y, tal fue así, que dentro de su escritorio y entre todos sus papeles y objetos que guardé uno a uno después de su partida, apareció un escrito a máquina llamado “Mi testamento” y que estaba firmado por Genoveva. Decía: “Encargo a mi amiga la Señora María Antonieta Roddier de Durruty (Madame) la tarea de seleccionar entre mis papeles lo estrictamente necesario de un valor afectivo y hacerlo llegar a mi hermana en Inglaterra. Destruir todo los demás”. Se trataba de un testamento con cargos. Dejaba sus 38 hectáreas en el Arroyo Felicaria para beneficio de

los isleños y pedía: “En cuanto al chalet de la misma propiedad como toda la parte del jardín donde está edificado así como la parte trasera donde hay un quiosco quiero destinar ese lugar para dos fines: 1º– Una sala de primeros auxilios que llevará el nombre de Absalón Rojas en recuerdo de mi esposo que mucho quiso a Los Isleños. 2º– Una pequeña biblioteca pública que ya tendría como base los libros existentes en el chalet. Deseo que lleve el nombre de Santa Genoveva en recuerdo de la patrona de París, mi ciudad natal”. Encontré semejante escrito y la cabeza se me empezó a partir en muchos pedazos. Después de buscar y buscar, llegué al Felicaria a ver qué había sido del deseo de Genoveva y a seguir los pasos que, sin duda, Madame me estaba marcando. Yo sabía, por relatos de Madame que ella y su amiga Geneviève iban remando hasta su isla en el Delta. Era lo único que conocía de esa historia. Con el testamento en la mano desembarcamos en el Felicaria con dos amigas. Era el año 1987. La Sala de Primeros Auxilios existía: guardapolvos en percheros, recetarios, vitrinas con medicamentos, todos signos de que se había cumplido con el legado. En la sala de espera, libros antiguos de tapas duras guardados en vitrinas a modo de museo. Había sido una biblioteca. Un busto de Absalón Rojas y un óleo de Genoveva

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sobre el hogar. Todo me daba vuelcos en el corazón. Trac, trac me hacía un reloj que tenía en la cabeza. Cada paso era como debía ser. Algo los iba marcando. Trac, trac, pasos, momentos, dibujos, movimientos de antemano. Me dejaba empujar por un no sé qué. Parecía que Madame –y a esa altura también Genoveva– me llevaban de las narices y me decían dónde debía poner un pie, el siguiente. Yo no pensaba en nada, hacía, sólo hacía. Y claro, me quedé a vivir acá en el Arroyo Felicaria. Acá hice mi vida, mi familia, mis gustos, aprendí de todo, a usar el hacha, el machete, a mirar el río que va y siempre va, como la vida, a entender el misterio del monte, a adorar el canto de las gallinetas, a mirar la luna llena reflejada en el río y no pensar en nada, a sentir que cuando estoy en Los Bajos del Temor, la vida se podría ir nomás y no me importaría, aprendí a ser parte de esta vida pura. Y, entre todo ese deslumbramiento debí, qué duda cabía, integrarme a la Sociedad de Fomento Arroyo Felicaria, institución que en el ´58 se había creado a instancias del testamento. Y comenzó entonces la lucha en contra de un municipio para hacer valer el testamento y dar estricto cumplimiento a los cargos. Hoy la Institución Sociedad de Fomento Vecinal Arroyo Felicaria y Biblioteca Popular Santa Genoveva brega, expediente judicial mediante, por el cumplimiento del testaPoesía en la Escuela

mento. Es esta lucha uno de los sentidos poderosos de mi vida. La Bibliolancha. El lema de nuestra embarcación es “La Genoveva navega y lleva”. Navega por el intrincado Delta, tierras atravesadas por grandes ríos, ríos medianos, angostos, arroyos, arroyitos, zanjones y zanjas. Algunos profundos y otros no, tanto que cuando el agua baja demasiado se vuelven innavegables. Por donde puede, la Genoveva navega contra viento y marea, cuando el Paraná de Las Palmas anda con sus grandes olas o cuando se tapa de neblina y debe anclarse en una margen y esperar a que vuelva la claridad para cruzarlo. Navega con lluvia, en días helados o calurosos, nada la detiene. La Genoveva navega y lleva. Libros, escenografía, lectores, funcionarios, equipos de audio y video, periodistas, actores, profesionales, donaciones, narradores, escritores, amigos, maestros, niños, urgencias, de todo lleva.

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Nos decidimos a participar del Festival de Poesía en la escuela porque llevamos adelante una tarea muy activa en lo que se refiere a la lectura, préstamo de libros, talleres de narración oral, lectura, teatro. Sabemos que para muchos será el primer contacto con esta forma de literatura. Tal vez despierte el deseo de su lectura o de su escritura».

ilustración: Pablo Ramirez Arnol

Una de las actividades preferidas de la Genoveva es cargarse de canastos de mimbres llenos de libros y desembarcar a hacer “la fiesta de los libros” en una escuela o bajo la sombra de un árbol o al lado de una salamandra en algún almacén o casa de familia. Es también su gusto ir parando muelle por muelle ofreciendo su carga. Los vecinos suben a bordo y eligen sus libros. A veces quien maneja lee algún cuento breve. Cuando hay una emergencia y no están disponibles las ambulancias, salimos a hacer lo que se debe. Una vez por mes la Genoveva realiza una de sus actividades más

preciadas, un taller de escritura en Los Bajos del Temor. Es la zona donde el Arroyo Felicaria se abre al Río de La Plata, un lugar muy playo sembrado de juncos, algunos sauces desperdigados, puro cielo y muchas aves que atraviesan el cielo y cantan sus cantos. Allí un grupo de vecinos hacen sus escrituras inspirados en ese río que parece mar, mecidos por el agua, a bordo de la Genoveva. La producción del taller puede leerse en <http://escritosdelosbajos.blogspot.com>

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Entrevist as del L iceo n °1

Entrevista a Javier Galarza El silencio continente ¿Cuando empezaste con la poesía? un teatro donde trabajan el inconsCreo que yo no empecé con la poe- ciente o las musas. O fuerzas aún sía; la poesía me empezó a mí. A más fuertes. esta altura no se qué fue primero. Lautaro Álvarez Todo lo que no se puede describir con palabras es la base misma de la poesía. Y la infancia está situada en ese lugar. ¿Que te inspiro a escribir El silencio continente? Pasé un largo tiempo sin publicar nada, leyendo mucho, dando cursos sobre otros poetas y escribiendo. Luego pude unir mis investigaciones: la poesía, la filosofía y el psicoanálisis. Entonces escribí un poema y cada poema me fue llevando al otro y de pronto vi el libro. ¿Nos podés contar la historia detrás del poema Arquitecta? Sí. Habla del final de una relación. De la habilidad de esa persona para “tomar distancia”, para hacer como si “no hubieras existido”. Esa frialdad incomprensible ¿no? Relacioné eso con una arquitecta muy hábil capaz de diseñar un mundo que te excluye.

Arquitecta como duele esta impensada calma esta perfecta geometría esta arquitectura esta precisión con la que lentamente construyes un mundo sin mí

¿Es complicado el hecho de escribir y mantener ese velo de misterio y romanticismo? Sí. Por eso creo que la poesía debe tener siempre un lugar propio, casi secreto en cada uno. Ese lugar donde guardamos sueños, secretos y recuerdos para en algún momento compartirlo con el mundo. Ese lugar que actúa como una fábrica o

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Entrevista a Alejandra Correa Los niños de Japón ¿En qué te inspiraste para escribir Los niños de Japón? El libro surgió como una manera de pensar el tema de la infancia a partir de ciertas obras de autores japoneses: tres libros; Pálida luz en la colina de Ishiguro, Arrancad las semillas de Oe y Confesiones de una máscara de Mishima, y una película El verano de Kikujiro de Kitano. Quise detenerme en el sitio al que me llevaban esas obras: la infancia amenazada, huérfana, violentada. Pero a la vez infancia al fin, con la posibilidad de reescribir la historia a partir del juego y del aprendizaje del dolor. Fue también, una forma de volver a habitar el país de mi propia infancia. ¿Nos explicás cómo está dividido y por qué? El libro está dividido en capítulos, cada uno se refiere a un personaje de cada una de estas obras. Y el último capítulo “La lejana”, se refiere a mi infancia. Tiene un prólogo y tiene un epílogo (dos poesías que se desprenden al final). ¿Cómo empezaste a escribir? Empecé a escribir a los 8 años cuando me topé de frente con la muerte de mi padre que dio por resultado, entre otras cosas, un enorme silencio que se impuso en mi familia en torno a su figura. Primero escribía sin papeles, en una suerte de rezo, de ordenamiento del mundo a partir de las palabras, en un diálogo con mi padre y conmigo misma. Fue una suerte

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de operación de traducción de la realidad a la palabra poética, buscando desesperadamente una superficie firme para que el dolor no me ahogara. Y esa superficie fue la memoria, fue rescatar a través de la palabra, a mi padre del olvido. Después las palabras llegaron al papel, muy temerosas, inseguras, no entendiendo bien qué era eso, por qué, para qué. Fue un proceso muy largo y trabajoso para mí, el hecho de poder comprender eso que me sucedía. Poder valorarlo, respetarlo, entender que después del amor y de los hijos, en esa escritura residía lo más valioso que la vida podía ofrecerme. ¿Nos podés contar la historia del poema VI?
 Bueno, no sé si detrás de cada poema hay una historia. Ese poema es una suerte de síntesis de diversos momentos en que la realidad va marcando etapas que se cierran: el primer encuentro con la muerte, con la vejez, con el amor adulto, con la crudeza que reside en el mundo natural. Cuando uno es niño tiene una vivencia muy precisa sobre esos momentos en que algo cambia definitivamente. La infancia es el tiempo del origen, tiempo en que cada cosa se hace por primera vez. Ahí radica su importancia y su dureza, pero también su fortaleza.

Isabella Piazza

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VI Crecer es matar tu primer pájaro besar la primera boca abierta con ojos de paloma beber el primer trago de las manos de un anciano enterrar con tus uñas por vez primera cadáveres de gatos insectos o cabras

ilustración: el Pibe Efervescente

traducir a tu primer muerto de su lejana lengua

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Entrevista a Claudia Prado 88

Proyecto Yo no fui ¿En qué consiste el trabajo de YO NO FUI, quiénes lo integran? Yo no fui es una organización social que trabaja en proyectos artísticos y productivos en las cárceles de mujeres y, afuera, una vez que las mujeres han recuperado la libertad. Creamos un puente entre el “adentro” y el “afuera”, con el fin de construir nuevos espacios de creación y formación que colaboren con la transformación social. Yo no fui surgió después de varios años de trabajo en un taller de poesía en las unidades penitenciarias Nº 3 y 31. Allí se conocieron las primeras integrantes del proyecto. Después de nueve años, el taller de poesía continúa funcionando. Ahora, como uno más de los diversos talleres artísticos y productivos que Yo no fui realiza dentro y fuera de las cárceles. El proyecto está integrado por mujeres privadas de libertad, mujeres que pasaron por esa experiencia y otras personas que, sin haber pasado por esa situación, comparten los objetivos. ¿Cuál es la metodología de taller que emplean? En el taller de poesía, que ahora se realiza en la Unidad 31, trabajamos de manera similar a la de otros talleres de escritura: compartimos lecturas, hacemos ejercicios y cada una de las participantes lee sus propios poemas. Uno de los descubrimientos más importantes que hacen quienes comienzan a asistir a un taller es que el trabajo de la poesía no es solo inspiración, sino

que requiere volver una y otra vez sobre los propios textos, pensarlos, reescribirlos. ¿Qué aprendieron ustedes como coordinadoras durante este proceso? Es probable que el mayor aprendizaje de estos años haya sido ver la posibilidad transformadora de las palabras. Esto es algo en lo cual creemos la mayoría de los escritores, pero que en circunstancias tan difíciles como las de la cárcel se muestra con mayor intensidad. A las mujeres que están detenidas la posibilidad de escribir y de que sus poemas sean leídos o escuchados, les permite establecer una comunicación libre con los otros y también pensarse a sí mismas de una manera nueva. Cada lunes en el taller, vemos que, aún en un lugar donde abunda la tristeza, estar reunidas –pensando, escribiendo, leyendo– hace que el momento pueda ser feliz. Otro gran aprendizaje ha sido trabajar con un grupo constituido por mujeres. En Yo no fui también participan hombres, pero la mayoría somos mujeres. No era habitual para nosotras estar en grupos donde las decisiones las tomaran las mujeres y que estuvieran destinados prioritariamente a mejorar sus vidas. ¿En qué podría colaborar la gente con el proyecto? Las formas de colaborar con el proyecto son muy diversas y van cambiando según el momento.

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“En un mundo de audiencias, es liberador encontrar un espacio en el que mis palabras tengan un efecto inmediato”

fotos: Ary Kaplan Nakamura

Participar en las actividades que realizamos fuera de la cárcel (lecturas de poesía, festivales, proyecciones) es una buena manera de acercarse. Para conocer las convocatorias pueden escribirnos a <yonofui@yonofui.org.ar> y pedir que les enviemos información. También pueden visitar nuestra página <http://www.yonofui.org.ar>

Liliana Cabrera Me quieren.... Reinsertar en Sociedad, Aislándome del Mundo... ¡Ud.! Señor... Sí, ¡Ud.! ¿Cree... que esto es posible...?

Verónica Ciaglia En esta instancia, donde se nos borran las palabras, en que lo ajeno es habitual, donde el agua de la memoria tiene pozos y no es natural un abrazo ni la relación con el dinero ni con el cuerpo, ya tener un libro en la mano es político. Conversar sobre lo leído es compartir nuevos discursos, y acceder a otros escritores es poder estar afuera por un rato.

Laura Ross Poesía en la Escuela

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HomenaJe

Francisco Madariaga, mi viejo, el poeta solar La poesía en mi viejo se manifestaba como una especie de ensoñación. Le gustaba decir: “yo creo en la antiquísima concepción de la inspiración”. Aparecía, fluía en cualquier momento y lugar. En colectivos de corta y larga distancia; en vagones o camarotes de trenes; de a caballo; en medio de una comida con amigos; entre sueños, despertándose exaltado para anotar versos que luego serían poemas. Siempre andaba con una o dos libretitas pequeñas a cuestas, algunas servilletas de bar, llenas de anotaciones ilegibles, con tachaduras, flechas, símbolos. Todos esos eran sus escritorios de trabajo, aunque él lo resumiera diciendo: “Sangre que es mi único escritorio mi única casa a nivel del horizonte”. Se sumergía, extasiado, ausente, en otro mundo, viviendo el verbo en su propio universo. La poesía le sucedía. La poesía y su vida, la vida y su poesía, eran exactamente lo mismo. Compartimos muchos viajes en los cuales nacieron algunos de sus poemas. Por ejemplo, tengo siempre presente el recuerdo de aquel viaje en tren a Corrientes de 30 y pico de horas (el último recorrido que hacía el tren antes de que levantaran el servicio, como tantos otros en la década del `90), fantástico, donde escribió: “Mi pequeño hijo de siete años y yo teníamos en las manos las ramas de las estrellas y el resplandor lentísimo de los ríos rosados”. O, algo que me impactó muchísimo: una vez en Costa Azul, Uruguay, estábamos en la playa y llegó la noticia de que dos nenas se habían ahogado en el balneario de al lado y que estaban desaparecidas. Mi viejo rompió en llanto. Desconsolado, frenético, empezó a escribir unos versos que luego publicaría. Vivimos juntos muchas aventuras. Él se encargaba, pero de manera natural, de hacerme conocer las cosas que habían sido parte entrañal de su vida y su obra. Para contarles una de las aventuras más extrañas y mágicas que me han tocado vivir (yo tendría unos 10 años), que parecía salida de una película de cowboys en Nuevo México, le voy a dar la palabra a él:

Lucio L. Madariaga Se es poeta por una amplia sonrisa de las aguas

Francisco Madariaga 90

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«El año pasado, en una vieja estancia perdida entre los esteros, hicieron una yerra y después una fiesta a la noche. Todos estaban con un revólver de cada lado, y mientras bailaban con la otra mano largaban los tiros. Entonces mi hijo me dice: “Papá, quiero recoger todas las cápsulas”. Yo le contesté: “Seguilos. Metete en el baile y recogelas”. Se trajo como cien cápsulas vacías. Uno de ellos estaba con un chico de 11 años, que sería su hijo. Se sacó el revólver, lo metió dentro de la loneta –estaba borracho– y le dijo: “Tomálo, ponélo en la base de ese árbol y te quedás a cuidarlo ahí. Cuidálo, porque si lo tengo yo en la mano, seguro que mato a alguien”. El hijo se tuvo que quedar ahí pobrecito. Entonces, el chico mío iba, lo visitaba, le llevaba empanadas, caramelos, qué sé yo… ¡Qué mundo! ¿No?»

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Poesía en la Escuela

grupo de 2° 3ª del Liceo 1 DE 2


de la Palabra a otros Lenguajes

Entre los fundamentos de este festival se encuentran los principios de la Educación por el Arte que, como sostiene el filósofo y poeta Herbert Read debe conducir al hombre a vivir su vida en forma espontánea, natural, creadora y con armonía emocional e intelectual, insistiendo en la formación de elementos sensibles y emocionales. Es por eso que tanto en el Primer como en este Segundo Festival de Poesía en la Escuela, hemos dado lugar a talleres coordinados por artistas de diferentes disciplinas que han tomado como eje de trabajo la obra de un poeta. Nuestra coordinadora de talleres, la artista visual Ana Adjiman tomó la obra de Mercedes Roffé, poeta argentina radicada en Nueva York, a partir del libro Las linternas flotantes para trabajar con los chicos de la escuela especial Portal del Sol. La idea es que los chicos escriban sus deseos en linternas de papel barrilete. Inés Abeledo, artista y arteterapeuta, eligió trabajar con textos de la poeta mapuche Liliana Ancalao. Los chicos indagarán su poética utilizando elementos de la naturaleza y construyendo mandalas que representen las fuerzas naturales. La titiritera Nina Franco propone la representación y construcción de personajes a partir del libro Los niños de Japón, de Alejandra Correa. Estas experiencias se convierten así en vasos comunicantes, en puentes que posibilitan que el río de la poesía no se detenga.

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Otros artistas han decidido homenajear a grandes maestros. Así es como Pablo Runa coordinará un taller de máscaras a partir de la obra de Javier Villafañe, Marta Bryckman facilitará un taller de arteterapia tomando la obra de Federico García Lorca y Gabriel Acuña Rodríguez realizará con los chicos de la EP 97 de Villa Celina una intervención urbana a partir de textos de Jaime Sabines. También habrá talleres de lectura y escritura poética coordinados por los escritores Daniel Freidemberg, Gisela Galimi, Claudia Prado, Maricel Santin y Marisa Negri en los que se abordarán grandes maestros de la poesía como Olga Orozco, Marosa di Giorgio y Jorge Leónidas Escudero. Párrafo aparte merece la música. Contaremos en la apertura con Georgina Hassan quien junto a Gabriela Borrelli Azara homenajearán a siete poetas argentinas, a Luis Pedro Hardoy que cantará parte de la obra folklórica de Juan Carlos Bustriazo Ortiz y un espectáculo a cargo de Paula Gasparini y Gabriela Borrelli Azara sobre la obra poética de Jorge Leónidas Escudero.

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ilustración: Damián Masotta Nuestro largo combate fue también un combate a muerte con la muerte, poesía. Hemos ganado. Hemos perdido, porque ¿cómo nombrar con esa boca, cómo nombrar en este mundo con esta sola boca en este mundo con esta sola boca?

Olga Orozco 94

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TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA PARA ADOLESCENTES coordinado por Claudia Prado y Maricel Santin Los viajes, los monstruos, la amistad, e amor, el tiempo serán algunos de los temas a partir de los cuales trabajaremos Leeremos poesía y narrativa y haremos ejercicios de escritura sobre los que luego se conversará Grupos diferenciados por edad. talleres@gmail.com / Claudia: 15-61828931 / Maricel: 15-54135422 www.talleres.wordpress.com

Federico Siculer, psicoanalista Tel: 15-5997-2409 zona Congreso Taller de Poesía – Lectura y análisis de poemas – Corrección de textos – Autores y poéticas – Del manuscrito a la edición del libro – Encuentros individuales y grupales

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Editorial de poesĂ­a

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Unas palabras Este Festival tiene un gran valor: lleva a las escuelas poesía de verdad, la que aprendemos a amar, la que nos ayuda a pensar y sentir con el espíritu sin errores de ortografía ni sintaxis imperfectas. Saludo a sus organizadores de todo corazón y ojalá este ejemplo cunda y abrigue a los alumnos del país entero.

Juan Gelman

ilustración: Ana Adjiman

México, Junio 2011


... El poeta, como el cazador pobre, a lo que salga. B. Fernandez Moreno

Con el apoyo del Centro Cultural de Espa単a en Buenos Aires


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