Proyecto sobre conservación de la Mariposa del Chagual

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43 capital. Aunque con el tiempo el oasis ha ido mutando. Nunca imaginó que en pocas décadas la entrada a su paraíso se transformaría y paulatinamente se instalarían, separados por una vereda, dos mundos opuestos: la precariedad de las casas chubbies y la opulencia de la Universidad de los Andes.

En 1967, ese sector era un peladero intransitable. Llegar al lugar era casi como ir de excursión. Tardaba horas en subir cerros, caminar por la tierra y esquivar acequias para llegar a su casa. Pero la modernidad y el manoseado progreso todo lo cambian. Cuatro décadas después, todo es muy distinto. Basta tomar una micro del Transantiago, la que deja a pocos metros de la entrada al Parque Quebrada de Macul, para quedar a una hora de distancia caminando hasta su casa. La ciudad se le ha ido acercando cada vez más. Y a Daniel eso no le agrada. “La vida tranquila y de paz aquí en el cerro es una utopía”, dice. Ha tenido que dejar su refugio en épocas veraniegas para buscar, curiosamente, uno más tranquilo, alejado de la gente que llega a pasar la temporada en carpas al borde del río, cada vez más cerca de su guarida. “Ensucian todo, vienen a tirar perros, escuchan reggaeton, es lo peor”, se queja Tobar. Aunque hasta ahora todavía no llegan a su casa. “Por suerte la flojera no los hace caminar más”.

VIENTOS ERÓTICOS

En esos veraniegos días de cuasi invasión, Daniel no suele hallar la concentración necesaria para sus lecturas diarias. Libros de Herman Hesse o Humberto Giannini tienen que esperar hasta que llegue la calma nuevamente al lugar.

Y es que ser ermitaño no es obstáculo para ser una persona culta, amante de la literatura. Al contrario, la soledad y el retiro propician el cultivo: Daniel lee todo lo que llega a sus manos por parte de un escaso lote de amigos que lo visita. De hecho, ya tiene una pequeña biblioteca de aproximadamente cien libros. No discrimina nada. La lectura lo atrajo siendo un ermitaño cuarentón. Antes vivía pendiente de las mujeres y de vender hierbas en Franklin y La Vega. Pasaba más tiempo en el pavimento que en la tierra. Estaba todo el día en la ciudad y sólo en la noche se iba a


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