Hormigas en Nueva York: pseudoguía prescindible para deambular por la gran manzana

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Hormigas en Nueva York



Hormigas en Nueva York

Manuel JosĂŠ Santaella Castillo lulu.com


© Manuel José Santaella Castillo, 2008

Todas las imágenes e ilustraciones del presente libro corresponden al autor, con la excepción de la ilustración de la página 125 (mapa de la ciudad de Nueva York), realizada a partir de mapas de Julius Schorzman y distribuida bajo licencia Creative Commons Attribution ShareAlike 2.5

© Editado por lulu.com Primera edición, octubre 2008 Segunda edición, octubre 2009 ISBN: 978-1-4452-0852-7




A Lidia, la llama; a Agu, la mecha; a mi familia, la cera.

A Naroa, cuyo segundo nacimiento nos ha vuelto a dar luz a todos.



Con mi «inglés de combate» trato de preguntarle al dependiente cuál es el precio de una bebida que nunca he visto en España; afortunadamente, el tendero habla español y me puede aclarar todas mis dudas. Al cabo de unos días puedo comprobar que no fue tanta mi suerte, Manhattan tiene una población latina muy importante. En este crisol de culturas, y de comida de «tomar y llevar», me llama mucho la atención que no haya blancos vendiendo en las tiendas. Bueno, sí los hay, pero en las de marcas muy conocidas de la Quinta Avenida o Times Square. En las periferias, latinos, negros, indios, chinos…, son casi siempre los mercaderes. A los blancos parece que es más fácil encontrarlos saliendo de los rascacielos con sus chaquetas, corbatas o vestidos en pleno mes de agosto. Incluso ellos, a la hora de comer, compran hot dogs en alguno de los cientos de puestos ambulantes que se distribuyen por la Gran Manzana.

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Una señorita me llama al móvil. Son casi las doce del mediodía del sábado, 26 de julio de 2008. Su pronunciación me indica que es extranjera y me trae la «buena nueva» de que mi vuelo a Nueva York se ha cancelado. La alternativa, la única que me ofrece, es que en una hora me presente en el mostrador de Air France del Aeropuerto Pablo Ruiz Picasso. Yo le digo que sí convencidísimo: estoy a veinte minutos de mi casa y ni siquiera tengo la maleta terminada de preparar. «Vuelo» hacia mi vivienda, a riesgo de que me multen o tenga un accidente con el coche en la carretera, y tras meter lo que voy pillando en mi habitación, vuelvo a salir disparado hacia el aeropuerto. Con las prisas ni siquiera me he afeitado, y mi barba de siete días me podría traer algún problema si topo con un señor de la aduana que sea un poco suspicaz. En el aeropuerto de Málaga, tras hacernos una docena de preguntas a cada cual más estúpida, nos permiten, por fin, embarcarnos. El vuelo es un auténtico coñazo. He tenido la 12 Hormigas en Nueva York


suerte de cara y mi panel de entretenimiento deja de funcionar tras escuchar un par de discos: The Police y Metallica han acabado por fulminar al cacharro. Apenas han pasado tres horas y ya estamos hastiados por la incomodidad de estar en la misma posición durante tanto tiempo. Cuando conseguimos llegar, primero, nos hacen esperar una hora porque un vuelo que nos precedía todavía no había terminado de descargar. Después, tenemos otra hora de regalo en el avión porque el piloto no había sido capaz de estacionar en condiciones y han tenido que traer un remolque. ¡Bien! ¡Buen trabajo, capitán! El caso es que, al final, nos dejan bajar del aparato y todo. Ahora toca el turno de la aduana. Tenemos que entregar un papelito verde para que nos dejen entrar en el país. Para ello, simplemente, hay que responder que «no» a todas las preguntas que vienen incluidas en el mismo. La sutileza en las cuestiones oscila entre el «¿Tiene usted algún trastorno físico o psíquico?» y el «¿Ha estado usted involucrado alguna vez en actividades terroristas?» Por si no captas la finalidad del interrogatorio, tienen la amabilidad de advertirte que si respondes afirmativamente a alguna pregunta, igual lo tienes chungo para ingresar en los Estados Unidos. ¡Muchas gracias al que propuso la matización! Hormigas en Nueva York 13


Índice izquierdo, índice derecho, fotografía. Enseñas el pasaporte y a buscar las maletas. A mi novia le ha tocado en el control el primo de House; a mí, una persona extremadamente amable. Se lo indico y me dice que en realidad, aunque lleva muchos años en Nueva York, nació en Barcelona. ¡Ah, ya me extrañaba! Al recoger las maletas se produce otro pequeño incidente: mientras reparten el equipaje procedente de Málaga, cuelan en medio el correspondiente a otro vuelo. Nueva demora que aguantamos con estoicismo. Una vez que tienes en poder tu maleta, si la suerte te sonríe, te pueden llevar aparte con todos tus bártulos para hacerte una inspección. Increíblemente, yo no soy seleccionado. Creo que ha sido porque llevaba a mi novia al lado, que podría ser de cualquier lado menos de un estado árabe. «Esto mejora», pienso yo. Evidentemente, no podía ser cierto. Acabamos de conocer a nuestro guía, F., el supuesto hombre que nos debe trasladar desde el Aeropuerto John Fitzgerald Kennedy al hotel (servicio por el que hemos pagado 123 euros, o sea, más de 180 dólares). Mi amigo F. expone que, como nos hemos retrasado, básicamente, nos jodemos, que él tiene que llevar a otra pareja. Ni corto ni perezoso, mi nuevo colega nos mete en uno de los miles de taxis que 14 Hormigas en Nueva York


pululan por Nueva York y, en un último acto de desvergüenza, casi trata de hacernos pagar el taxi para que, después, nos pongamos en contacto con la agencia para que nos devuelvan el dinero. La cara de perro que le pone mi novia le deber haber avisado de que la tomadura de pelo puede llegar hasta cierto grado, así que, finalmente, mi amigo F. le paga al taxista la tarifa estándar para el desplazamiento que va del John Fitzgerald Kennedy a Manhattan (45 dólares más propina). ¡Enhorabuena, Lidia y Manu! Habéis pagado más de 180 dólares por un no-servicio de 50. El cartel de «soy nuevo en la ciudad: por favor, tómame el pelo» ya lo tienes en la frente. Disfrútalo.

El señor Ford puede estar contento. En una ciudad en la que hay más taxis que personas, la mayoría son de su marca. El modelo estándar, con su clásico amarillo, inunda las calles de Manhattan en una marea que no cesa nunca. El taxi más típico es uno que en España no he Hormigas en Nueva York 15


visto nunca. Es muy grande, con un amplio maletero, preparado para satisfacer las necesidades de los millones de turistas que pasan por la isla. El taxista que se encarga de desempeñar el trabajo que le correspondería a F. se llama Duchard. Nació en Santo Domingo, pero lleva muchos años navegando por las calles de la Gran Manzana. Nos cuenta que trabaja 64 horas semanales. Diez horas al día, salvo el martes (día de descanso), en el que sólo curra cuatro horas. (Ríete de la jornada de 35 horas). Duchard es un tío simpático, agradable, que al enterarse de que somos españoles nos comenta que su padre siempre señala con orgullo que él (su padre, porque Duchard de español, ni «papa») habla «castellano», no «español». Sonríe con la anécdota, que cobra bastante sentido cuando llevas unos días sobreviviendo en Manhattan. La marea amarilla sólo se ve interrumpida, ocasionalmente, por enormes limusinas (preferentemente negras), coches de marca que no conozco (ni un opel, ni un citroën, ni un seat, apenas un audi…), y los autobuses preparados y acondicionados para los visitantes (eso sí, más te vale hablar inglés, porque aquí no se estila otro idioma).

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He tardado varias jornadas en darme cuenta, pero en la mayor parte de Manhattan las vías son unidireccionales: los coches, o mejor dicho, el transporte público, transita por carreteras de un único sentido. Parece muy acorde al carácter neoyorquino: cada cosa a su tiempo y siempre en la misma dirección…

Conforme a lo que comentaba en el anterior capítulo, la política no parece sustraerse a la unidireccionalidad: en la isla todo el mundo es Demócrata. En cualquier tienda del Soho, en los puestos ambulantes, en cualquier lugar en el que no se tenga la obligación de «ser políticamente correcto» (lo que significa que Tiffany no entra dentro de esta categoría), Obama es el ídolo, la nueva esperanza… Hormigas en Nueva York 17


Es una especie de mezcla entre el «Che» Guevara y Luther King. Y eso se nota en ropa, banderolas, chapas, etc. Por su parte, encontrar una camiseta de Bush es como obrar el milagro de los panes y los peces (o el del recuento de votos de Florida). ¡Ah, no! Se me olvidaba: el otro día pude ver en una tienda de souvenirs una con las imágenes de Bush padre y Bush junior. A cada cual le correspondía un lema: al papá, dumb; al hijo de su padre, dumber.

En la isla más multiétnica que entre en tu imaginación, sorprende hasta cierto punto la prácticamente inexistencia de comunidad árabe. En una semana, solamente hemos visto a dos personas que pudiéramos identificar como pertenecientes a esta etnia (y una, con dudas). No sé si esto estaba ya así antes del 11-S o si, después de los atentados, prácticamente se ha convertido en un imposible el viajar desde un país islámico a Nueva York. 18 Hormigas en Nueva York


Por otro lado, pudiera ser que la comunidad islámica se retirara semivoluntariamente ante las miradas acusadoras del resto del mundo. Una de las cosas más humillantes para una persona inocente es que la prejuzguen por su raza o por su lugar de nacimiento. En esas condiciones, han tenido que ser unos años duros para los árabes por estas tierras. La visión de los neoyorquinos, lógicamente, puede ser otra: tu vida es tu vida, y en una situación de pánico, tu instinto de supervivencia te puede llevar a unos límites insospechados de racismo. Si, además, ese miedo es convenientemente amplificado y manipulado por gobierno (y medios de comunicación); durante un tiempo, los tolerantes neoyorquinos habrán tenido que mostrar cierto recelo ante unas personas fácilmente reconocibles por sus rasgos y su color de piel. Por cierto, la mayoría de los árabes de los atentados procedían de un único país, el más corrupto e intolerante, pero al que nunca el gobierno norteamericano ha incluido en su famoso «eje del mal». Que el crudo siga fluyendo, pero sin moros en la costa.

‫مُكيَلع ُمَالَسلَأ‬ «La paz sea sobre vosotros», tiempos mejores vendrán pronto

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Miles de personas se acumulan en pocos metros cuadrados. Cientos de ellas, cámara en mano. La primera vez que estás aquí notas cómo se te acelera el corazón y una sensación de vértigo se expande por tu mente. En un instante, tus sentidos parecen abrumados, colapsados, por el despliegue de luces, pancartas, colores e imágenes: sí, es Times Square. Si Nueva York es el centro del mundo (al menos del Occidental), Times Square es su corazón. Inmensas pantallas a derecha e izquierda, donde se suceden los anuncios de las marcas más punteras (Coca-Cola tiene su lugar destacado y permanente). Aquí es donde viene la gente en fin de año. Y también en este lugar podemos ver el Hard Rock Cafe, el Planet Hollywood, el McDonald´s, la Virgin Store, el Bubba Gump (no es broma, existe), el estudio de la cadena ABC, la MTV Store, etecé, etecé, etecé. Interconectado con Broadway, y sus decenas de espectáculos, se trata de un espacio con el que nada aguanta comparación. Por la noche, cuando las luces se multiplican, este universo brilla como si fuera 20 Hormigas en Nueva York


una constelación propia. Aquí todo parece mágico, desde los inmensos carteles en los que se anuncian los próximos estrenos de cine o teatro hasta el modesto cartel del drogadicto que señala: «Necesito dinero para cerveza, alcohol, mujeres y drogas; al menos, soy honesto y no te estoy asaltando con navaja». Contra esto, poco tenía que hacer el socialismo soviético. ¡Chúpate esa, Lenin!

Existe en Manhattan una «plaga» con los colores de la bandera de España. La diferencia estriba en que el color de la camiseta (roja o amarilla) distingue los pertenecientes a una u otra compañía: son los comerciales de las líneas turísticas de autobuses. Casi siempre, se trata de una persona de raza negra, principalmente varones, y tienen sus puntos de batalla en torno a los monumentos de la ciudad. Los rojos pertenecen a Gray Line. Los amarillos a Sightseeing New York (posteriormente, descubriríamos una tercera compañía que iba de naranja). Si es la primera vez que visitas esta isla, será Hormigas en Nueva York 21


prácticamente imposible que te sustraigas a sus artes. A nosotros nos ganó el colega en cuanto se puso a hablar en español. ¡Ay, amigo, el idioma obra milagros! Por un módico precio, puedes estar dando vueltas por Manhattan y Brooklyn durante 48 horas; además de visitar algunos de los puntos más turísticos, por ejemplo, el Empire State Building. El truco está en que en dos días es poco probable que puedas hacer ni la mitad de los recorridos. En el mapa parece pequeña, pero Manhattan para este tipo de trayectos es un mundo. Tendrías que estar todo el día en el autobús para lograrlo. A nosotros, que la Diosa Fortuna nos mira con agrado; mientras hacíamos el viaje por la parte sur de la isla, nos cayó un chaparrón considerable. Al principio, todo eran jajas y jijis. Anécdota para recordar. Cuando llevas media hora calándote hasta los huesos, ya no tiene ni puta gracia. Los temblores y las manos arrugadas indican que el chiste se está haciendo demasiado largo. Los relámpagos, que iluminan el cielo con estruendo, te recuerdan que estás en la parte superior de un automóvil en movimiento y que lo más parecido a un pararrayos eres tú. Si a todo esto le añades el ridículo e incómodo chubasquero de plástico que te han facilitado para «evitar» que te empapes, ya directamente te entran 22 Hormigas en Nueva York


ganas de volverte para tu país de origen. Ocho horas de avión para acabar en lo alto de un autobús vestido de condón paseándote por las calles de la Gran Manzana no es cosa de broma…, aunque tenga su punto.

Para moverse a diario por Nueva York las opciones son múltiples, pero las reales se reducen a una: el metro. Anticuado, vetusto, horriblemente acondicionado, con grietas allá donde mires… Tiene todo el encanto que puede tener una obra que existía en una época en la que en el resto del planeta apenas si había entrado en funcionamiento el ascensor. Los mismos neoyorquinos son conscientes de las carencias de su metro y, en una encuesta publicada por los periódicos de la ciudad, en la valoración que hacían de las líneas casi ninguna aprobaba. Para ellos, los dos dólares que cuesta el ticket (válido por dos horas) es tan robo como me lo pareció a mí. Los precios te obligan a adquirir la famosa Metrocard, que por 25 dólares te permite un uso ilimiHormigas en Nueva York 23


tado del subterráneo durante una semana. Para el turista es la elección más atractiva, aunque existen otras de mayor duración. Para adquirir esta tarjeta, tienes que pasar por un cajero automático, donde o pagas con tarjeta (como aquí se costea casi todo) o bien en efectivo. Nosotros, como buenos desconfiados, elegimos la opción monetaria (jajajaja). El cajero se quedó con 20 dólares ante las narices de un funcionario que teníamos justo al lado. Acudimos al señor y logramos explicarle (inglés de combate 1 – inglés americano 0) lo que él había podido ver. Nos dice que compremos la Metrocard en la máquina de al lado y que, detrás de la tarjeta, hay un número de teléfono al que podemos llamar para reclamar el dinero indicando el número de cajero (el 0032). Se me debió quedar toda la cara de Chuck Norris: ¡de turista y me ofrece como solución telefonear a un número para recuperar 20 dólares! Pues se me mete en la cabeza que ese dinero lo tengo que conseguir, así que empiezo la «Operación Rescate». A la cuarta llamada, logro hablar con un señor. El «inglés» va fluyendo hasta el momento en el que me pide la dirección (¡ay, qué risa, María Luisa!). ¿Cómo coño le digo que vivo en Málaga, en la comunidad autónoma de Andalucía, en España, con su correspondiente dirección? ¿O simplemente 24 Hormigas en Nueva York


se refiere a que le facilite la de mi hotel? El señor que me atiende, que debe estar tan desesperado conmigo como yo con él, me apunta que espere un momento. Y ahí está, un compadre latino dispuesto a ayudarme en mi lucha. Total, al final, quedan en que me devolverán el dinero en la recepción del hotel de cinco a siete días laborables. ¡Victoria! Cuatro llamadas, la última de más de 15 minutos, que con las tarifas que me ofrece mi compañía de móvil en el extranjero puede que me cueste, con suerte, 30 dólares. Y todo para obtener 20 dólares que llegarán al hotel cuando nosotros estemos de regreso en España. Trabajo subterráneo destinado a no ver nunca la luz: subway.

Una semana en Manhattan y sigo sin saber cuándo tengo que tirar a derecha o a izquierda, al norte o al sur. Soy la gallinita ciega, que tiene como recursos unos mapas que deberían ir acompañados por un diccionario de dudas. Hormigas en Nueva York 25


La isla se divide en diversos distritos (o barrios): Tribeca, Soho, Little Italy, Chinatown, Chelsea, Greenwich Village, Midtown, Upper East Side, Harlem… Esas zonas, a su vez, las podemos clasificar genéricamente en dos: el Alto Manhattan, que comprendería desde Central Park hacia el norte, y el resto de la isla sería el Bajo Manhattan. Son dos mitades casi idénticas en tamaño. Con la excepción de una pequeña parte situada en la parte sur de la isla, el resto de las calles no tienen nombre, con lo que la gallinita ciega se ve obligada a probar el método ensayo-error. Las calles se llaman Primera, Segunda, Tercera… y van en paralelo. La otra distinción se establece con las avenidas, también numeradas (aunque hay excepciones como la Avenida de las Américas o la Avenida Broadway), y que cruzan, normalmente de forma perpendicular, estas calles. La gallinita ciega se ve obligada a mirar el cielo y tratar como referencia los diferentes rascacielos: el Empire, el Chrysler, el Rockefeller, etc. De esta manera, tras varios días, y muchas idas y venidas, consigue alcanzar el ansiado estatus de pato mareado. El siguiente nivel lo desconozco. Pato mareado: nivel «pro» en la escala de turistas en Nueva York

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En nuestra habitación han encontrado cobijo una serie de hormigas. Como son pocas, me caen hasta bien. Estoy por ponerles nombres: la Primera, la Segunda, la Tercera… Cuando las observo desplazarse me pregunto si responden a un orden o si están tan perdidas como yo. Lo mismo me ocurre en el piso 102 del Empire State Building: puedo vislumbrar a esas minúsculas criaturitas moviéndose de un lado para otro y sigo sin saber si todo tiene una lógica o es un caos que se convierte en cotidiano. Yo llegué desorientado, como una hormiga que no encuentra su hormiguero, y en la Gran Manzana a veces parece que todo el mundo está, a su manera, como yo, perdido, buscando un rumbo que desconoce, como la hormiga que avanza sobre mi almohada. Subes 102 pisos y empiezas a observarlo todo desde otra perspectiva... Hormigas en Nueva York 27


Está oscureciendo y nos encontramos en pleno Times Square. Nuestro sentido de la orientación nos señala en el radar que la oportunidad más clara para llegar a casa es, ejem, ejem, preguntar. Buscamos a una pareja de policías para que nos indiquen cómo llegar al Empire, lugar cercano a nuestro hotel. Mientras nos acercamos a los dos fornidos miembros de la seguridad, alucino al ver cómo posan junto a dos asiáticas para una fotografía. En España, si intentaras hacer algo semejante, tu integridad física se vería en serios apuros. Supongo que en un país en el que no hay «movimientos independentistas» es más fácil que se produzcan este tipo de escenas que en otros, como España, donde los terroristas de ETA andan jodiendo todo lo que pueden. Tras superar el estado estupefacción, le pregunto al más alto de los dos cómo alcanzar el Empire. El joven nos indica, educadamente, que tenemos que seguir recto y después, girar a la izquierda. Todo ello sin perder la sonrisa ni un instante, respondiendo a los lemas de su departamento: cortesía, profe28 Hormigas en Nueva York


sionalismo, respeto. Lidia aprovecha su amabilidad para posar en una instantánea junto a él. Para despedirse hace un esfuerzo y nos saluda con un «adiós, amigo». Patrick Pogan era su nombre y, al día siguiente, fue protagonista en todos los diarios y noticiarios de la televisión por haber placado a un ciclista en pleno Times Square. Uno de los vídeos estrellas de la semana en YouTube.

Con 15 años, una joven irlandesa esperaba junto a sus hermanas en una pequeña isla en las afueras de Manhattan para poder ingresar en los Estados Unidos, donde ya vivían sus padres. Era 1 de enero de 1892 y el sitio en cuestión, el nuevo centro en el que se controlaba la entrada de inmigrantes en la isla de Ellis. La «tierra prometida» estaba a unos centenares de metros de distancia, pero el paso por las dependencias de Ellis era obligatorio para todo el mundo. Entre esa fecha en la que entró Annie y 1924, Hormigas en Nueva York 29


más de 10 millones de personas de todas las nacionalidades entraron a los Estados Unidos por este lugar. Annie Moore fue la primera de todas ellas. Ella representa el comienzo del crisol multiétnico que conforma la sociedad norteamericana, cuya máxima expresión puedes vivir a diario en las calles de la Gran Manzana. Se estima que más de 100 millones de norteamericanos descienden de esos 10 millones. El museo que hay en Ellis, además de ser delicioso para los amantes de las estadísticas, conforma un merecido homenaje de una nación a una parte fundamental de su estructura: los inmigrantes. Si Annie Moore consiguió ingresar de manera legal en una época de puertas abiertas (salvo discapacitados, criminales o enfermos, el resto solía acabar entrando); en los noventa, unos nueve millones de personas recalaron en Estados Unidos, de manera ilegal en gran medida, procedentes de Hispanoamérica y el sudeste asiático. Todos ellos buscaban poder escribir una carta como la que Adam Raczkowski escribió a su primo polaco Teofil Wolski aquel lejano 6 de agosto de 1906: «Ojalá te vengas a América, querido hermano, hasta la fecha me está yendo muy bien aquí y no tengo intención de volver a nuestro país, porque en nuestro país yo sólo experimenté la miseria y la 30 Hormigas en Nueva York


pobreza, y ahora yo vivo mejor que un lord en nuestro país». Desconozco si Adam disfrutó toda su vida de prosperidad y felicidad. De hecho, tampoco sé si su primo, al que llamaba hermano, se unió a él. Lo que sí puedo apuntar es que la pequeña Annie entró en Estados Unidos junto a sus dos hermanas. Falleció a los 47 años de un aneurisma cerebral.

Puff Daddy es un personaje que todavía es relativamente poco conocido en España. Aquí es una megaestrella: cantante, actor, productor, compositor, dueño de diversas marcas de ropa con tienda en la Quinta Avenida… Carismático, elegante, joven, atractivo. En definitiva, una celebridad. Se me hace difícil buscar una comparación en España o en Europa. He pensado en David Beckham, pero el futbolista tiene un punto grimoso que no está presente en este otro personaje. Evidentemente, no está solo. Tiene un equipo de asistentes muy amplio, que se ocupan de los diHormigas en Nueva York 31


versos campos que abarca el polifacético Diddy. Y ahora andan a la caza de uno más… Hasta aquí, normal. Lo bueno es que esta búsqueda se convierta en un programa de televisión que se emite en prime time, haciendo posible que la cuenta de Diddy siga engordando. La dinámica del juego se basa en dividir a los candidatos en dos grupos y enfrentarlos en diferentes competiciones. En el primer episodio, les han dado 24 horas y 2.000 dólares de presupuesto para realizar tareas que le podrían tocar ejercer en un momento dado como asistente personal: desde llevar a limpiar 20 pares de zapatos hasta dejar impoluta su limusina, pasando por otras pruebas que te pueden mover a la risa o al llanto. Más que un Gran Hermano sería un Operación Triunfo. El elenco de candidatos, como no se podía esperar menos, es variopinto: un banquero, un veterano de guerra, una atractiva estudiante, una enterada insoportable… El ganador tendrá un trabajo que le obligará a despedirse de su vida personal. 24 horas al día pendientes de la estrella, en un trabajo estresante y agotador. Aun así, me parece seductor. Para algunos podría ser la versión de La Cenicienta del siglo XXI. Es lo que tienen los astros como el sol: refulgen hasta quemarte.

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Vive a medio camino entre Nueva York y Miami. Se trata de uno de los miles de colombianos que se buscan el pan en los Estados Unidos. Le conocen como «el Charrito», y nosotros nos lo encontramos en Battery Park, al sur de Manhattan. Ésta es una de las zonas más turísticas de la ciudad, pues desde aquí salen los ferrys que van a la Estatua de la Libertad y a la isla de Ellis. Sentado sobre la hierba del parque, a la sombra de un árbol, «el Charrito» se dedica a pintar paisajes con los dedos sobre espejos. En unos cinco minutos te hace un paisaje de Manhattan, de Lady Liberty o una combinación de ambos. Es lo que los turistas le demandan en esta isla, según nos cuenta. En Miami, por el contrario, se dedica principalmente a dibujar costas y playas. Allí, asegura que el negocio es mejor y que a él le sale bastante más rentable. En la Gran Manzana, hay cientos de artistas callejeros que hacen retratos o caricaturas a precios de saldo, pero «el Charrito» es el primero que vemos trabajar con los dedos y óleo. Muchos de los visitantes deben pensar lo mismo, puesto que a su alreHormigas en Nueva York 33


dedor siempre hay un buen número de personas. Nos comenta un poco sobre su vida nómada, de hotel en hotel, de cómo cada poco tiempo tiene que pagar una serie de impuestos para poder desarrollar su actividad durante unos meses. Para que la policía no le ande molestando, tiene su permiso sobre su maleta en un lugar bien visible. Este hombre, de tez morena, ojos marrones y un bigote similar al de Cantinflas, nos recuerda cómo festejaron los españoles la victoria en la Eurocopa de fútbol, pero la verdadera pasión se nota en su tono de voz cuando hace mención al ciclismo y al ídolo colombiano «Lucho» Herrera. Yo sigo preguntándole más cosas sobre su vida, mientras le pedimos cuadro tras cuadro. Así es cómo me entero de que su familia no acepta lo que hace: son Testigos de Jehová y él es considerado la «oveja negra» de la estirpe. Aunque con resignación, él parece haber aceptado esta realidad y no hay nada que haga denotar que tenga algún tipo de resentimiento contra sus progenitores. De hecho, más bien se diría que, pese a todo, les tiene un enorme aprecio, más allá del cariño que se le pueda tener a alguien por el mero hecho de ser de la misma sangre. Una de las imágenes que más éxito tiene es una en la que se ve de fondo la Estatua de la Libertad y, en un primer plano, se muestra una farola antigua negra. Sin tapujos, nos señala que la idea de la farola 34 Hormigas en Nueva York


se la vio a un estudiante de la Universidad y que, desde entonces, la incorporó a su repertorio. Aparte de estos retratos típicos, que son los que vende con más facilidad, cuando tiene un hueco deja volar su imaginación y crea paisajes idílicos «salidos de su cabeza». Parece ser el refugio que él está buscando: una casita a la orilla del mar, con unas montañas de fondo, en un día despejado. A lo mejor en Miami gusta mucho, pero aquí los turistas quieren recuerdos de Nueva York y, por ello, estos caprichos creativos él mismo se los limita. A nosotros ese paisaje nos encanta. Puede que también nuestro sueño sea, como el suyo, tener ese refugio paradisíaco. Así que esa imagen la añadimos al lote. Rematada la faena, nos despedimos de «el Charrito» deseándole lo mejor. Seguro que le va a ir bien. Mientras hablaba con nosotros, un grupito se ha formado, nuevamente, esperando su turno. Sus cuadros no estarán nunca en un museo, casi con total certeza. Pero no se le puede negar que él aporta su granito de arena para convertir esta ciudad en un lugar inolvidable y único. Pienso esto mientras que unos metros más adelante observamos el Monumento a los Inmigrantes, considerado uno de los más importantes de entre los que se encuentran al aire libre en Manhattan. Con total merecimiento. Hormigas en Nueva York 35


Si visitas París, Lisboa, Roma o Madrid, tienes la certeza de que te será relativamente sencillo encontrar un restaurante en el que te sirvan comida de calidad característica del país. Si tu lugar de estancia es Londres, simplemente te limitas a asumir que no vas a hallar un sitio donde comer en condiciones. Pero si estás en Nueva York, afrontas un problema: restaurantes buenos hay cientos, pero si miras la letra pequeña empiezas a leer que especializado en comida india, mexicana, italiana, mediterránea… Y así, puedes llegar a descubrir la cocina de países que ni siquiera sabías que existían. Pero: ¿y la comida neoyorquina? La Gran Manzana es un expositor en el que en unos pocos kilómetros cuadrados puedes degustar la mejor comida de casi cualquier parte del globo, salvo la propia, que no sé si no existe o si el menú de la casa es mixto: cocina asiática con mediterránea, la combinación de la francesa con la africana… Puede que ésa sea la verdadera comida de este lugar. En todo caso, finalmente hemos optado por el único y original alimento americano, el que te 36 Hormigas en Nueva York


preparan y te llevas, y que puedes encontrar en la versión de grandes marcas (McDonald´s, Burger King, Dunkin´ Donuts…) o en el modelo carrito con precios convenidos (hot dog a 2 dólares y helados son sus principales representantes). Con éstos nunca fallas. Grasa para el cuerpo a precio módico para aquellos paladares, como el nuestro, que son menos exigentes para según qué cosa. ¡Lástima que no haya llegado en condiciones el jamón ibérico a la isla! Todavía no son conscientes de que lo mejor que se puede aprovechar de un cerdo es la pata. Si ese día llega, los marranos mandarán en Estados Unidos… Aunque algunos piensen que con Bush y su cuadrilla ya han tenido para rato. Por favor, take-away.

Dieta principal del turista en Nueva York; si alguien te dice lo contrario, ¡miente!

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Comprobado: en Manhattan es más fácil encontrar un Starbucks que una parada del metro. Nos aseguran que hay más de 200 y que son tan exigentes a la hora de seleccionar el café que sólo el tres por ciento del grano mundial es válido para la cadena. A mí no me salen las cuentas. Si en una pequeña isla, hay más de 200 cafeterías de la multinacional, eso me hace suponer que por todo Estados Unidos debe haber miles, y que en esos miles se está consumiendo o vendiendo más del tres por ciento del café que se produce en la Tierra. Verdaderamente es de ciencia-ficción que sean tan rigurosos en su proceso de selección gastando unas cantidades tan grandes. En fin, formará parte del milagro galáctico del Starbucks; aunque a mí, particularmente, me sería más útil que hicieran una guía de la Gran Manzana tomando como referencias todas sus cafeterías. Entonces, sí empezaríamos a poder orientarnos fácilmente. Los turistas lo agradecerían; mucho más que su café.

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Cuando Pablo Picasso falleció en 1973, no se lloró suficientemente su pérdida. De hecho, yo he tenido que volver a derramar lágrimas tras la visita al Guggenheim de Nueva York. Lo único que tiene de arte ese museo es el edificio en sí. El contenido era para echarse a gemir, sobre todo cuando entras y descubres que la sala permanente (donde teóricamente tienen que estar las obras de Picasso, Manet o Cézanne) está cerrada. O sea que te has de conformar con ver el resto de «realizaciones», entre las que sobresalen unas especies de mojones de plata con forma de espiral que están colgados del techo. Asimismo, se suceden las formas fálicas, las performances y todos los sucedáneos de gente que ha intentado imitar a Picasso sin ningún éxito. No me sentía tan decepcionado de mi paso por un museo desde que fui a uno en Bilbao. ¡Ah, era otro Guggenheim! ¡Qué casualidad! Miles de metros cuadrados rellenos con cuadros cuyo principal mérito radica en un tamaño descomunal, en los elementos utilizados en su arte final Hormigas en Nueva York 39


(la orina no está descartada) y, en el mejor de los casos, cuadros con un solo color y una raya próxima a un extremo, normalmente paralela a uno de los lados del marco. Yo mismo pensé que estaba exagerando, pero tras ir al Metropolitano, me di cuenta de que era más grave de lo que pensaba: la sección de arte contemporáneo era, con diferencia, lo más vacuo del museo (y eso que había secciones de artes decorativas, ¡uuuufff!). El «arte contemporáneo» es como los reality show. Sólo buscan la polémica, el comentario oportuno… Estrellas fugaces que desaparecen rápidamente dejando en el firmamento a las que siempre han estado. Puede que el Arte tocara techo con Picasso, Dalí o, entre otros, Monet, y que lo único que quede sea retornar a las formas clásicas o buscar nuevos medios de expresión artísticas más acordes al siglo XXI, como la pintura digital. Para poner un mojón colgando de lo alto de un techo, o pintar una raya con mierda en un momento de inspiración pseudodrogadicta no hay que ser ni un gran artista ni un genio, sino un ególatra que sepa venderse a sí mismo y convenza a Guggenheim de que eso es una obra de arte original e innovadora; aunque muchos siempre vayamos a pensar que eso, realmente, sólo es una mierda. 40 Hormigas en Nueva York


Las luces se apagan y el acomodador nos indica amablemente nuestra posición. Claro, stand: «permanecer de pie». Era imposible otra explicación lógica a que yo pidiera dos entradas que costaban más de 100 dólares cada una y me cobraran poco más de 40 por las dos. Ahora te puedo decir que, verdaderamente, no me arrepiento. Estás de pie, sí, pero el teatro es coqueto y recogido, y al estar erguido, la posibilidad de tener una persona de cabeza abultada es un riesgo que queda minimizado. Gastarte más de 200 dólares para ver un eclipse no es precisamente uno de mis sueños, puesto que es una pesadilla que ya he sufrido. ¡Silencio!, ¡silencio! Murmullos. Y por fin, el sueño de mamá se hace realidad… en mí. Mamma Mía! Desde los cuatro años, inculcándome la cultura ABBA y me encuentro en una sala de Broadway, contemplando el musical compuesto por Benni y Björn. Aunque en inglés, te vas enterando bastante bien de la trama, salvo cuando interviene un tío con Hormigas en Nueva York 41


el pelo rizado que pronuncia el inglés como un malagueño el español. Una madre. Una hija. Una boda. Tres posibles padres. Cuatro amigas. Un novio. Una no-boda. Un matrimonio inesperado-esperado. ¡Qué más da! Lo importante es dejarse llevar por la música, la coreografía, las luces y el ritmo que marcó una década. Chiquitita; Honey, honey; Waterloo y, entre muchas otras, una desgarradora The winner takes it all forman parte de un elenco hecho para nostálgicos. ¡Cuánto habría disfrutado mi madre!

42 Hormigas en Nueva York


Si Times Square te provoca una serie de emociones, aquí sientes otras extraordinariamente intensas, pero diferentes. Cuando llevas unos segundos en el interior, los vellos de la piel se te erizan y un hormigueo te recorre el estomago. Afuera, como siempre, ruido, ajetreo, obras… Aquí, parece que te hubieras trasladado a otro rincón del planeta. Es más como si te internaras en un sentimiento que en un espacio concreto. La capilla de Saint Paul se ha convertido en el santuario del 11-S. Espontáneamente, desde el mismo momento de los trágicos atentados, se han ido acumulando en la capilla cientos de imágenes, recuerdos, dedicatorias... Proceden de todos los rincones del mundo y han acabado transformando este espacio en una especie de reliquiario o mausoleo. Dada su cercanía con la Zona Cero, este lugar fue utilizado por familiares de desaparecidos en busca de esperanzas, por miembros de las fuerzas de seguridad que buscaban reposar o reponer energías. Fue destinado para asistir a las víctimas de la desgracia. Hormigas en Nueva York 43


Posteriormente, la gente que pasaba por la isla rendía, cada uno a su modo, su homenaje a aquellos a los que la fatalidad, el cumplimiento del deber o el arrojo voluntario devolvieron a su origen. La importancia que tenía Saint Paul por albergar las tumbas de diversos personajes famosos de la Historia Americana o por ser el lugar en el que George Washington (el verdadero) fue a rezar tras ser investido primer presidente, se ha desvanecido. Ahora, la capilla de Saint Paul es un ente fuera del tiempo y del espacio, donde se respira paz y, sobre todo, esperanza, mucha esperanza. Cuando abandonas la capilla, de nuevo el escándalo, el bullicio, los pitos…, pero, por unos instantes, una emoción difícil de expresar con palabras ha invadido tu alma. Como si hubieras estado fuera de este mundo. Si Manhattan es la encarnación del Capitalismo, la capilla de Saint Paul es su esencia: no aspires a verla o a tocarla; simplemente, ten fe en su existencia. Quizás Marx se equivocaba e incluso al Capitalismo, en el fondo, no lo hace funcionar el dinero, sino la esperanza. Saint Paul y algunas esquinas de Soho se han convertido en depositarios de numerosas muestras de cariños y dedicatorias hacia las víctimas del 11-S, como la de la derecha 44 Hormigas en Nueva York


Si quieres conocer la Gran Manzana, las posibilidades son muy variadas, y siempre dependerá de tus gustos y del tiempo (y dinero) disponible. Puedes optar por los paquetes que te ofrecen las agencias, con el inconveniente de que, básicamente, son un atraco a mano armada. Si tienen algo bueno, es que vas a conseguir un guía que se comunique contigo en español. Los norteamericanos, como los ingleses, son incapaces de hacer el mínimo esfuerzo por tratar de utilizar una lengua distinta a la suya. Por suerte, como el número de hispanos es cada vez mayor, llegará un momento en el que hasta el presidente tendrá que dominar el español si quiere gobernar. Esto es un hecho que puedes contrastar cuando te das cuenta del detalle de que, por ejemplo, los anuncios del metro están todos en inglés o, todavía una minoría, en español. Ni chino ni francés ni alemán…, salvo que sea la publicidad de una academia de idiomas. Bueno, que me voy por los cerros de Úbeda, comentaba que las excursiones que te ofertan las agencias son una de las maneras de conocer la isla. Hormigas en Nueva York 45


Si te mueves por tu cuenta, con el Metrocard, hay una opción bastante interesante de turismo empaquetado: la CityPass. Se trata de una modalidad que existe, además de en Nueva York, en otras grandes ciudades norteamericanas (Seattle, Chicago, Philadelphia, Toronto…). Aquí por 74 dólares te incluyen las visitas al Empire State, el MoMA, el Museo de Arte Metropolitano, el Guggenheim, el Museo de Historia Natural y, por último, puedes elegir entre una vuelta en crucero o una visita a las islas de la Estatua de la Libertad y de Ellis. Además, tienes una serie de descuentos para otros lugares, aunque ese tipo de ofertas la ofrecen también la mayoría de los hoteles. Como se puede ver, es el take-away de las visitas turísticas. Al tener un componente cultural alto; quizás, no sea el producto que andas buscando. Pero, por otro lado, el mayor atractivo de la CityPass, más que el precio, es el ahorro del tiempo en colas. No quiero decir que las vayas a evitar. Ésas, como buen visitante, te las tienes que comer en menor o mayor medida; pero si posees la CityPass eres una especie de turista VIP y en los lugares mencionados pasas a una cola diferente, mucho más corta. Si el tiempo es dinero, la CityPass es una gran inversión. Sobre los espacios a visitar casi todos merecen, y mucho, la pena. 46 Hormigas en Nueva York


Las vistas del Empire State son espectaculares. El edificio más alto e histórico de Nueva York, el mismo en el que King Kong trataba de refugiarse en su cima, ofrece las panorámicas más impresionantes de la ciudad. Está en reformas, como gran parte de la isla (es lo que tiene agosto) y la entrada te permite alcanzar el piso 86. Por un suplemento de 15 dólares (jeje), puedes subir a la última planta, la 102, a más de 400 metros de altura. Según nos han comentado, por las noches sus vistas encandilan; pero nosotros, que somos un poco cortos, hemos venido dos veces y siempre de día. La primera vez estaba nublado. La segunda, era muy temprano para que estuviesen las luces de la Gran Manzana en su apogeo y lo suficientemente tarde como para no tener la mejor visión de la ciudad. Sí, lo nuestro es de premio. Con todo, no deja de ser uno de los imprescindibles, como señala el eslogan de su campaña publicitaria: «Si tú nos has visto Nueva York desde aquí, tú no la has visto en absoluto». El Museo de Arte Moderno es otro clásico. Con obras que han marcado los siglos XIX y XX, encantará a los admiradores de Manet, Monet, Picasso, Cézanne, Renoir, Van Gogh o, bajando el nivel, Warhol y Lichtenstein. Nosotros, además, hemos tenido la suerte de coincidir con una magnífica exposición temporal de Dalí compuesta no sólo por Hormigas en Nueva York 47


su obra pictórica, sino también por sus incursiones, algunas poco conocidas, cinematográficas. Su empleo del color, sus imágenes desconcertantes, su excepcional habilidad para jugar con la perspectiva dotan al conjunto de su obra de un influjo, de un magnetismo, que te atrapa, te absorbe, como si hubieras caído en su particular tela de araña: casi invisible, pero está ahí. El Museo Metropolitano de Arte, por su parte, es monumental. Desde que visité el Louvre no había visto algo parecido. Sin llegar a la magnificencia del gigante francés, el Metropolitano cuenta con una brillante colección que abarca desde Mesopotamia y el Antiguo Egipto hasta nuestras fechas (algo malo tenía que tener). Su apartado de arte egipcio es sobresaliente y la reconstrucción literal del Templo de Dendur, piedra a piedra, es absolutamente colosal. Allí está: un edificio del Antiguo Egipto tal y como se encontraba en su lugar originario (Nubia). Además, la división del arte en función de su continente o país de procedencia hace del museo una viva representación del cosmopolitismo que se respira en el exterior. No se limita al arte occidental, sino que aquí podemos apreciar, en un vistazo, las diferencias existentes entre las creaciones de Oceanía, China, Japón, África o Sudamérica. Sin olvidarnos de que, como suele ocurrir en estos casos, su 48 Hormigas en Nueva York


parte más destacada corresponde a la sección destinada a la pintura europea. A mí, personalmente, las galerías que menos me gustaron fueron las dedicadas a las artes decorativas (te hacen comprender el porqué del éxito mundial del Ikea) y, como no, las de no-arte-contemporáneo. Sobre el Guggenheim, mejor no hablar. Con la colección permanente cerrada, ni siquiera sé qué pinta dentro de la CityPass. No tiene, ni de lejísimos, el nivel del resto. La única ventaja es que, al ser pequeño, puedes huir de él rápidamente. Mejor, ni te molestes en visitarlo. Tiempo que te ahorras. Los tres esqueletos de dinosaurios colocados a la entrada del Museo de Historia Natural nos desvelan la que es su mejor parte. La colección favorita de los críos cuenta, en el final de su recorrido, con la exposición más grande del planeta de huesos de las enormes criaturas que poblaron la tierra hace millones de años, con reconstrucciones casi completas de triceratops, brontosaurios y, nuestro preferido, el tiranosaurio rex. Para cualquiera que se haya emocionado, aunque sólo sea un poco, con Parque Jurásico, esta colección milenaria es el pretexto perfecto para dejarse caer por este museo. Finalmente, entre la alternativa del crucero o de la visita a las dos islas, ésta es la opción correcta. Ver y admirar a Lady Liberty tan de cerca es una Hormigas en Nueva York 49


obligación, como hacerse la fotografía imitando a la de John Lennon (sí, sí, esa misma, la del brazo en alto). Desde el 11-S no se puede subir a la estatua; pese a las estrictas medidas de seguridad que tienes que pasar para llegar hasta aquí, lo máximo a lo que puedes aspirar es a subirte al pedestal de la inmensa obra de Bartholdi. Por supuesto tenía que haber una pega: la subida a la plataforma es gratuita, pero tienes que pedirla con una semana de antelación (como mínimo) a través de teléfono o de Internet. Te lo comento para evitarte la cara de panoli que se nos ha quedado a nosotros cuando estábamos expectantes por subirnos a los pies de la dama y realizamos el gran descubrimiento. De la isla de la estatua te trasladan a Ellis. Otra visita esencial, como ya he comentado en otro capítulo. El valor simbólico de Ellis hace que su paso por ella difícilmente decepcione. Ahora que le hemos echado una ojeada por encima al contenido del envase, podemos comentar sus contras. Si no sabéis inglés (no me refiero a hablarlo, que hacer eso en condiciones siendo de España no conozco a casi nadie), es un obstáculo campeón, pues en casi ninguna parte se ofrece la posibilidad de audio-guías en español (ni en francés ni en chino ni en alemán…). No estamos en Europa, donde normalmente te ofrecen folletos y/o guías en varios 50 Hormigas en Nueva York


idiomas, sino en Estados Unidos, y es lo que tiene: USA rules, English rules. Que en español significa que te busques la vida. Otro «problema» no menos importante: las tiendas de regalos. Los reyes del marketing, los auténticos amos del cotarro. Si alguien consigue salir de cualquiera de estos sitios sin haber pasado por la tienda de recuerdos, por favor, ruego que se ponga en contacto conmigo y me explique cómo lo ha hecho. Estás tan tranquilo, dispuesto a marcharte y ¡pum!, de frente, al final de la visita (cómo debe ser), te encuentras dentro de la zona de souvenirs. Será complicado que no caigas ninguna vez. Mi consejo: baja la vista y ve mirándote los pies hasta la salida. Tu tarjeta de crédito te lo agradecerá. Una incomodidad, más que otra cosa, es la fotito. Allí vas tú, con tu cara de turista, con tu cámara digital en la mano, con tu rostro de alegría tras haber pasado el atasco y los controles (voy a acabar introduciéndome el cinturón por el… ¡Ah, no, que también sonaría!), y allí están, esperándote: «Three, two, one…» ¡Flash! ¡ Joder, es que no has visto nuestra digital! ¡Si tenemos ya hechas tropecientas mil fotos con las que aburrir a familiares y amigos!... Y las que nos quedan por hacer. Pues nada, otro retratito. El primer día, da por sentado que caí: los 20 dólares por la foto del Empire fue el equivalente a Hormigas en Nueva York 51


saltar desde el piso 102, que era desde donde me iba a tirar mi novia cuando hice la compra. Por último, cuestión fundamental, ¿cuál es la capacidad de asimilación y procesamiento de tu cerebro? Si respondes a esta cuestión, comprendes que tus recorridos-flash por museos que contienen miles de obras, muchas de ellas maestras, te habrán inhabilitado para dedicarles el mínimo tiempo que se merecían (envasado al vacío). A la que le hayas dedicado más de treinta segundos es porque te paraste a hacerle una fotografía. ¡Triste premio al tiempo que le dedicó mi primo a Las Señoritas D´Avignon! Bueno, al final, siempre podrás decir «he estado allí» o «yo lo he visto», aunque parece que estos momentos sólo los valoramos en su justa medida una vez que se han desvanecidos en el tiempo… Como el amor, la familia o la amistad.

Simulación de los Mojones artísticos de la entrada del Guggenheim

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Los contemplo con mirada extraña. Ellos permanecen quietos, ajenos a todos los ojos que están posados sobre sus figuras. Hace mucho calor y me sorprende que estas criaturas puedan vivir en estas latitudes, con su hermoso plumaje. Existen varios tipos de pingüinos en el Acuario de Nueva York, y aunque priman el negro y el blanco, los hay que están cubiertos también con colores más llamativos, como el naranja o el amarillo. Algunos son más esbeltos, otros más achaparrados. La forma del pico también varía, así como su cabeza. Idénticos son en su pericia cuando están bajo el agua y en su tranquila pose cuando están sobre tierra. Los pingüinos del acuario, que está en Brooklyn, son bastante diferentes de los de la isla. A estos últimos, el traje no les sienta tan bien. En pleno agosto lo ves pasándolo mal al salir de los rascacielos y, frente a la quietud de los del acuario, se contrapone el nervio de los de la Gran Manzana. Aunque ambos tienen en común que cuando tú te crees que se van a hundir, sacan a relucir su exHormigas en Nueva York 53


traordinaria habilidad: tener el agua al cuello es su medio natural, en el que mejor se desenvuelven. Al contrario que las hormigas.

Una de las miles de ardillas que viven en la isla corretea a tu lado, manteniendo siempre una distancia prudencial. Mucha gente está leyendo sobre el césped: algunos al sol; otros, más cautos, a la sombra de cualquiera de los centenares de árboles que existen por esta zona. Los deportistas son otra especie característica del lugar. Corren y corren, parando apenas para beber un poco de agua en alguna de las fuentes públicas antes de reiniciar la marcha. El béisbol o el baloncesto son otras actividades que puedes practicar aquí, con terrenos perfectamente adaptados para estos juegos. Dispones de un espacio gigantesco en el centro de Manhattan, lugar en el que te puedes esconder, huir, del intenso ritmo de la vida diaria. Una poblada arboleda te va a ayudar a que lo consigas. Aparte de las múltiples atracciones colocadas 54 Hormigas en Nueva York


para sacar perras a los turistas, los lagos completan un conjunto hermoso y tranquilo, que permite situar a tu cerebro en otra frecuencia (más cercana al Alfa que al Gamma). Al menos de día, de noche, como en todos los parques de la Gran Manzana, si te pasa algo, que conste que ya se te advirtió… Central Park, paraíso de relax en medio del mayor bullicio del planeta. Infierno colosal para los alérgicos al polén. ¡Qué desgracia pertenecer a esta última tipología!

Las relucientes luces de Broadway, el bello perfil de la Gran Manzana cuando el sol desaparece por unas horas, la intensa vida nocturna de zonas como Little Italy conforman la parte más memorable de la noche neoyorquina, con su vitalidad desbordante y sus coloridos neones. Ésta es una realidad que hemos visto reflejada en cientos de series y películas, aunque existe otra paralela: en la sombra, pero igualmente real. A vista de hormiga, detectamos la parte menos Hormigas en Nueva York 55


glamourosa de la capital del mundo. Apenas dan las siete de la tarde, las aceras de gran parte de las calles de Manhattan se convierten en un gran vertedero. Todos los comercios dejan en la parte de la vía peatonal más próxima a la carretera montañas de bolsas con la basura que han acumulado durante el día (por suerte, la peste está erradicada en Occidente). No importa el distrito, prácticamente toda la isla queda adornada con los restos de la intensa actividad cotidiana. La estampa durará, como mínimo, tres o cuatro horas, tiempo en el que empiezan sus labores el servicio de limpieza. Por la mañana temprano, las calles volverán a estar impolutas, dentro de los límites establecidos para una ciudad como Nueva York, a la espera de la finalización del día, en el que la escena de las cordilleras de desechos se repetirá nuevamente. Otro clásico de la oscuridad en la Babilonia del siglo XXI son los «sin-techo», apelativo cariñoso con el que denominar a los mendigos, la parte menos afortunada de la ciudad de las riquezas. Hay cientos de ellos repartidos por los diferentes barrios. En agosto, aprovechan la puesta a punto de Manhattan, que hace que se vayan trasladando de calle en calle plataformas que permitirán a los obreros embellecer las entradas de la mayor parte de los edificios. Estas plataformas cumplen, por tanto, un doble cometido: dan lustre a los encan56 Hormigas en Nueva York


tos que relucen en la Gran Manzana cuando el sol está en lo más alto y, de noche, sirven de cobijo a los vagabundos, pues les evita tener que dormir en la intemperie más absoluta. Al lado de nuestro hotel, en la calle 30, hay una de estas estructuras. Entre otros elementos, están arreglando las molduras de una tienda que se dedica al mobiliario del hogar. Justo debajo de sus escaparates, en los que se pueden apreciar muebles de diseño, vemos todas las noches dormir a dos «sintecho» sobre la fría acera, separados por sólo un cristal de camas y sofás que se podrían encontrar en las suites de los hoteles más lujosos de Nueva York.

Si te has quedado con la cara partida, he conseguido exactamente el mismo efecto que me ha producido leer un artículo del New York Post (no sé me ocurre una comparación con ningún periódico español, sería más del estilo de los tabloides amarillos británicos, como The Sun). El articulista, que encima escribe libros, nos revela que Adolf Hitler vino desHormigas en Nueva York 57


de la Izquierda. Por supuesto, utiliza un argumento de peso: Nazi viene de «Nacional Socialista», por tanto, eso significa que sus raíces se hunden en la tradición marxista (¿?). Además, otro hecho que habla por sí solo es que el folleto propagandístico de Hitler Mi Lucha (Mein kampf) «no es un tributo al capitalismo del libre mercado». Yo añadiría más, Mein kampf es un anexo indispensable al Capital de Karl Marx. Otro de su calaña, Mussolini, fue otro izquierdista de la época de entreguerras, pues como asegura el periodista, era un populista. ¡Anda! Pero resulta que otro italiano llamado Berlusconi también lo es. Entonces, Silvito es otro reducto del marxismo. ¿Cómo no había caído hasta ahora? El escritor en cuestión se llama Ralph Peters (p. 27, New York Post, 05/08/2008) y no sé si el artículo se basa en la maledicencia o en la ignorancia. ¿Sabrá este señor que en España hubo una dictadura de Derechas que duró 40 años? ¿Que el dictador en cuestión era acérrimo enemigo de la Izquierda, especialmente del Comunismo? ¿Que desde el principio recibió ayuda germano-italiana por su afinidad ideológica para derrocar al gobierno legítimamente establecido (que era de Izquierdas)? ¿Que Picasso, que reconoció su admiración por un monstruo como Stalin, odiaba el nazismo? ¿Que en esa época la Izquierda, en cualquiera de sus vertientes, 58 Hormigas en Nueva York


veía en el nazismo (y no se equivocaron) un terrible enemigo? ¿Que, pese al pacto secreto contra-natura germano-soviético del 39, Hitler persiguió a los comunistas alemanes eliminándolos de la escena política? Entonces, por otro lado, ¿el venerado Franklin Delano Roosevelt, con su New Deal, debió ser un rojo infiltrado en el gobierno norteamericano? Cualquiera que haya echado un vistazo a la Historia advierte que, independientemente de su origen teórico, todas las dictaduras acaban pareciéndose. Puede variar el nivel de crueldad del régimen; pero, al final, Adolf Hitler, Benito Mussolini, Iósif Stalin, Pol Pot, Francisco Franco, Augusto Pinochet o Fidel Castro vienen a comportarse de manera similar: eliminación de la oposición, control centralizado, persecución de las ideas contrarias al régimen, culto al líder. En definitiva, totalitarismo. Y no es exclusivo de la Izquierda. El señor Peters se podría leer, si no lo ha hecho ya, Vida y destino, de Vassili Grossman. Fue soviético, pero defenestrado por el estado. A lo mejor así, mister Peters empieza a apreciar los matices. Está bien que en Estados Unidos prácticamente no exista la Izquierda, pero me toca las narices que se desvirtúe la Historia para sugerir que Hitler era un «socialista que vino de la Izquierda»; porque eso significa entrar en el juego del «todo vale», y podríamos afirmar, por consiguiente y omitiendo una Hormigas en Nueva York 59


parte fundamental del contexto como hace el se帽or Peters, que Hitler era m谩s dem贸crata que Bush, dado que su llegada al poder fue tras la celebraci贸n de unas elecciones libres... en las que no participaba el estado de Florida. Oops! I did it again.

Karl Marx (Arriba) y Adolf Hitler (Abajo): encuentra las similitudes

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Aparte de patrocinar los viajes desacertados de Cristóbal Colón, Isabel y Fernando se dedicaron a «subvencionar» otra serie de actividades de moralidad más dudosa: ejemplo, el Santo Oficio (o en cristiano, la Inquisición; se me acaban de poner los vellos de punta). Para la fanática religiosa Isabel, era una manera de defender al Catolicismo; para el maquiavélico Fernando (no olvidemos que fue una de las inspiraciones fundamentales de El príncipe), era un pretexto para solventar determinados problemas: ejemplo, el estado está en quiebra económica (como lo estará tantas veces, incluso durante la época de mayor expansión del Imperio Español con Felipe II); solución: expulsamos a los judíos so pretexto religioso y solventamos la cuestión económica con intereses. Esto que ocurrió hace ya más de cinco siglos establece una serie de las diferencias entre los Estados Unidos y España (y no me refiero sólo a la postura política en la cuestión Palestina). En Nueva York, la colonia judía es numerosa y, además de dedicarse al estudio de la Torah, se enHormigas en Nueva York 61


cargan de dotar de un dinamismo a la economía de la ciudad más que digno de comentar. Primer ejemplo: Distrito del Diamante; ocupa unas decenas de metros de la calle 47. En este reducido espacio se mueve el 80 por ciento de los diamantes que se encuentran en EE.UU. Pasear por esta vía tiene sus riesgos si vas fijando mucho la vista en los escaparates: te puedes llegar a eclipsar con tanto brillo concentrado en tan pequeño lugar (si no te da un infarto mirando los precios, claro). Decenas de furgonetas blindadas FedEx se acumulan en esta calle, siempre prestas a transportar tan valiosa mercancía. Otro aspecto que te llama mucho la atención: si bien no todos, la mayoría de los locales no tienen ningún reparo en poner el precio de las codiciadas joyas. A diferencia de los establecimientos de más postín de la Quinta Avenida (ejemplos: Tiffany&Co., Van Cleef & Arpels) que no se rebajan a poner el precio de sus productos en los escaparates, en la 47 no se andan con mojigaterías. Yo he estado buscando alguna ganga y el precio mínimo que he encontrado han sido poco más de 20.000 dólares, que a como estaba el cambio cuando llegué a Manhattan, te salen unos irrisorios 13.000 euros aprox. A las siete de la tarde, das una vuelta por esta deslumbrante zona y está desierta. Te asomas a cualquier mostrador y no hay nada. Toda la mer62 Hormigas en Nueva York


cancía ha sido puesta a buen recaudo y así, día tras día, con la laboriosidad propia de las hormigas. Segundo ejemplo de eficiencia hebrea: B&H, una megatienda de imagen y sonido. Si en España por profesionalidad se entiende (o al menos antes) El Corte Inglés, nuestra cadena sería poco menos que un supermercado de barrio en comparación con esta gente. Para empezar, todo lo que puedes imaginarte en las áreas de la fotografía, vídeo, informática y similares se encuentra en B&H. Y nos referimos desde un pen de un giga a una cámara de vídeo profesional, pasando por televisores, portátiles o reproductores de música. Por supuesto, con marcas y aplicaciones que todavía no han llegado a España y algunas que no lo harán nunca. En segundo lugar, tienen precios extremadamente competitivos. Difícilmente, vas a ver un producto a mejor precio en una tienda de confianza (en la isla hay muchos negocios en los que te venden productos informáticos o teléfonos a bajo coste, pero de más que dudosa procedencia). Otra ventaja, la estructura de la tienda es clara y en cada sección existe un personal numeroso y cualificado (atiende, que tienen hasta trabajadores que hablan español). Como te pares un momento y prestes mucha atención a algo, da por sentado que te lo venden. Si encima preguntas, acabas por busHormigas en Nueva York 63


carte la ruina (pero contento, ¡eh!). Nosotros íbamos con la intención de llevarnos, si acaso, un pen y nos dejamos casi 350 dólares entre pitos y flautas. El incómodo carro de la compra no existe: confort para el cliente, seguridad para el negocio. En cada sección del almacén te van dando un ticket, con el que te puedes dirigir a otra parte del comercio para añadir más compras. Una vez que has finalizado con tus adquisiciones, te diriges con el papelito a caja. Cuando has pagado, entonces puedes ir con el recibo al espacio de recogida de la compra. Es un espectáculo ver cómo todo el centro comercial está interconectado por una red de cestas verdes, en las cuales los vendedores van introduciendo lo que te vas «llevando» en cada parte de la tienda, y cómo todas acaban siempre en el punto de recogida. ¡Compra fresquita, fresquita! Está claro que los Reyes Católicos, aparte de la más que cuestionable ética de sus acciones religiosas, no pensaron a largo plazo. Con una clase social tan capacitada y habilidosa para el comercio, es menos probable que en España hubiera prosperado la cultura del dinero fácil y el «pelotazo», del ladrillo y la construcción, del compadreo padre… Habría un mayor número de profesionales serios y eficientes; claro que, en ese caso, me quejaría de la actitud de España hacia el pueblo palestino. La cuestión es no estar nunca conforme, como Isabel «la Católica». 64 Hormigas en Nueva York


En esta isla, puedes trabajar prácticamente de lo que sea: desde gran ejecutivo de una multinacional a pintor callejero, desde broker en el Nasdaq a cantante en el metro, desde tendero en el Starbucks a vendedor de bolsos de imitación. Todo depende de una combinación de diversos factores: herencia, estudios, relaciones, suerte… Como prácticamente en cualquier parte del planeta, con la diferencia de que aquí es todo más a lo grande, como sus gigantescos rascacielos. Además, en la Gran Manzana, tú puedes crear tu propio trabajo si tienes un poco de imaginación y un mucho de cara; por lo menos, mientras te lo permita la policía. Si en otra ocasión hablaba de «el Charrito» y su talento para pintar rápidamente con los dedos al óleo, importación directa desde Colombia; el personaje al que me refiero esta vez es producto made in USA, de pura cepa. Nos lo hemos encontrado, como no podía ser de otra forma, en Times Square. Ojos azules, alto, musculoso, melenas rubias, y bigote y patillas al esHormigas en Nueva York 65


tilo Hulk Hogan (personaje muy popular en estas tierras todavía). Tiene diversos tatuajes en su piel. Va vestido en plan cowboy: gorra blanca con franja azul, botas de vaquero con los mismo colores, guitarra al hombre con agujero incorporado para la recepción de los emolumentos y… calzoncillos blancos paqueteros en los que se puede leer su nombre artístico, al igual que en uno de sus tatuajes: the Naked Man (el hombre desnudo). Es más que fácil adivinar que siempre tiene un corrillo a su alrededor. Si se acerca un hombre para hacerse una foto, lo agarra del hombro en plan colega, pero el verdadero show tiene lugar cuando es una mujer la que se aproxima a este carismático personaje. The Naked Man tiene entonces dos poses maestras preparadas. La primera es una imagen en la que la guitarra le tapa los calzoncillos y en la foto que toma el/la acompañante parece que está sólo con el sombrero y las botas, haciendo bueno su apelativo; ni que decir tiene que agarrado fuerte a la hembra y dándole un beso en la cabeza o susurrándoles lindezas al oído. Eso sí, todo con las pantallas de Times Square de fondo. La segunda versión es todavía mejor: Naked Man y la mujer en cuestión doblan las rodillas ligeramente y, mientras con una mano señalan al reloj Chevrolet de Times Square (sí, el de fin de año), con la otra se agarran el trasero mutuamente a instancias del «rubio de oro». 66 Hormigas en Nueva York


¡Eso sí que es un trabajo y lo demás son tonterías! La policía no ha debido pensar lo mismo, pues al día siguiente, cuando hemos vuelto a pasar por la zona, ya no estaba nuestro ídolo. A lo mejor, simplemente, es que el tiempo, nublado y con lluvia intermitente, no acompañaba. Eso sí, hemos visto a su versión femenina. Rubia, arrugada, muy ancha, con los pechos caídos y pintada como una prostituta de escasa capacidad económica y menor gusto (una especie de Pamela Anderson de cera a la que hubieran pasado por un horno). Con esta señora no nos ha apetecido hacernos la foto, como tampoco al resto de los que pasaban por allí.

El Museo del Sexo de Nueva York es algo curioso, pero prefiero dejar rienda suelta a la imaginación de cada cual y me limitaré a comentar el otro lugar observatorio sobresaliente de la isla: el Top Rock del Rockefeller Center. Situado cerca del Central Park, este lugar es mucho más bajo que el Empire State, pero al ser Hormigas en Nueva York 67


ligeramente más alto que los rascacielos que tiene a su alrededor, de día ofrece unas vistas casi tan espectaculares como las que puede ofrecer el edificio de King Kong. Una vez que has llegado al piso 67, todavía puedes subir un par de plantas más para observar con detalle, aparte del gigantesco parque, el «Gran Coloso» de la Gran Manzana. La broma te costará 20 dólares, así que es mejor no ir en un día lluvioso o en el que las nubes te puedan aguar las instantáneas. La fotito de entrada tiene su gracia: te sientan en una viga, como si fueras uno de los obreros que construyó el edificio, con la ciudad de fondo. El precio es todavía más descojonante: 30 dólares por una imagen con peor calidad que la de una Polaroid. Mejor tener sexo, aunque sea de forma onanista. Una estatua de Atlas, justo enfrente de la catedral de Saint Patrick, da la bienvenida a los visitantes del complejo comercial Rockefeller Center

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Seguimos con los episodios erótico-festivos. Éste tiene como escenario la playa de Rockaway, que está muy próxima al aeropuerto J.F.K. La gente de la isla, por cercanía, suele ir a la playa de Coney Island, en Brooklyn, muy conocida, entre otras cosas, por su parque de atracciones. Éste fue recogido en un cuadro muy famoso por Tim Zeltner, que suele aparecer en el interior de muchos de los vagones de los metros de Nueva York. Las playas neoyorquinas tienen su punto: anchas, con arena fina, muy bien vigiladas, repletas de gaviotas (algunas enormes) y relativamente limpias. Aun así, el imprevisible tiempo de Nueva York (nunca sabes cuándo te puede llover) y las corrientes hacen que estas zonas no figuren como puntos de interés turístico. Además, son más bien playas familiares. Si lo que quieres es ver cuerpos esculturales en bikinis minúsculos y ambiente festivo en la costa, desde luego que te has equivocado de lugar. Prueba en Florida o en California, que seguro que tienes más suerte. Hormigas en Nueva York 69


Aquí, para colmo, en fechas recientes ha habido varios incidentes en las playas, con ahogados incluidos. Los vigilantes, muy lejos del arquetipo David Hasselhoff/Pamela Anderson, van vestidos con pantalones cortos negros y camisetas de color verde. Éstos son los que se ocupan de la prevención. Los salvavidas si van de un color más chillón, anaranjado, y los puedes divisar cada pocos metros en sus altas sillas. Los vigilantes no se andan con chiquitas y los ves abroncando a la gente y silbándoles cuando se alejan un poco de la orilla. Por si fuera poco, a unos metros de la arena, en las principales entradas a la costa puede que haya un par de policías con su coche patrullando (¿obsesión por la seguridad?, ¡noooo…!). Pues en este contexto, llegamos a la susodicha playa de Rockaway, que suele ser punto de encuentro para los habitantes de Queens, y pasamos al lado de una sombrilla que está semicubierta con una cortinilla rosa. Está en el centro de la anchura de la playa, es decir, en una situación en la que un mayor número de familias cercanas a la orilla la puede ver. Asimismo, está también más próxima a la salida, con lo que un policía que se acerque al paseo marítimo podría ver que se cuece detrás de las cortinillas. «¿Has visto? Le estaba haciendo una mamada», 70 Hormigas en Nueva York


me susurra Lidia nada más pasar por su lado. Mi cerebro no procesa la información y no comprendo bien lo que me han dicho. Cuando ponemos sobre la arena las toallas horteras que nos hemos comprado de urgencia para la ocasión, me lo vuelve a comentar. La verdad es que me quedo un poco bloqueado. El contexto es tal que la situación lejos de ser excitante es absolutamente ridícula. No piensan lo mismo los policías que, pocos minutos más tarde, están sobre la pareja amorosa amonestándoles por tan indecorosa conducta. Aparte de la multa que les van a enchufar, el chaval y la chavala tienen que pasar la vergüenza de ser el centro de atención de las miradas de cientos de personas, las cuales husmean buscando la razón de que se hayan acumulado cuatro agentes de seguridad en torno a esas dos personas. Las respuesta es bien sencilla: como gran ciudad que se precie, y siendo está la megalópolis por definición, en Nueva York se acumulan todos los extremos, en este caso, salvo que sea el de ninfomanía, se trata del de la estupidez. Cualquiera de las playas neoyorquinas tendrá a cientos de gaviotas como permanentes inquilinas

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Lidia lo está flipando. Yo también, no es para menos y voy fotografiando este momento extraordinario. Mi novia está un poco avergonzada; pero, a fin de cuentas, es una oportunidad única: no todos los días tienes la posibilidad de tocar en el piano en el que Tom Hanks daba una divertida exhibición en la película Big. Este tesoro está en F.A.O. Schwarz, en la Quinta Avenida, justo detrás del santuario de Apple. Además de esta maravilla, aquí encontramos dinosaurios y dragones de peluche gigantescos, y reconstrucciones a tamaño real en Lego de los personajes de Harry Potter y de La Guerra de las galaxias. Es una obligación moral hacerse una foto al lado (oscuro) de Darth Vader. La megatienda de Toy «R» Us en Times Square no le va en absoluto a la zaga. En este lugar, con las piezas de Lego han realizado enormes réplicas del edificio Chrysler, de la Estatua de la Libertad y del Empire State (con su King Kong incluido). Una gran noria en el interior del almacén también impresiona. Cada carro lleva algún personaje 72 Hormigas en Nueva York


de juguete o de película en el frontal: Mr. Potato, Monopoly, Barbie, E.T…. Sin embargo, el culmen de Toy «R» Us es digno de estar en el Museo de Historia Natural. ¡Vaya pedazo de tiranosaurio! El bicho mide como cinco o seis metros de altura, mueve la cola, la cabeza, la boca, los temibles ojos… y gruñe. Sólo el establecimiento de Disney sí que es un juego para niños.

Al tiranosaurio de Toy «R» Us sólo le falta comerse a los clientes. ¡Me llevo uno!

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Nos ha costado prácticamente un pulmón y parte de un riñón, pero aquí estamos. Como era de esperar, bastante mal indicados, norma habitual en esta ciudad, conseguimos alcanzar nuestros asientos. ¿No me lo puedo creer? Nos han puesto en la parte de prensa. Mi espíritu periodístico, intermitente como las luces de la noria de Coney Island, se enciende. Empiezo a mirar a uno y a otro lado tratando de captar hasta el más mínimo detalle. Asientos verdes y morados (que me hacen sentir como en casa), las banderas de Canadá y Estados Unidos en lo alto, al igual que las numerosas banderolas con los títulos y números retirados de los equipos que juegan aquí habitualmente. Lo busco y allí está. Número 33. Ewing. Efectivamente, nos encontramos en el Madison Square Garden. El mismo lugar en el que Elton John ha actuado en 60 ocasiones (a su ritmo puede que ya más, pero en este momento ese es el número que indica su banderola correspondiente), el sitio en el que se disputó el combate del siglo entre Frazier y Alí, donde 74 Hormigas en Nueva York


«la» Comanecci logró un 10, el templo en el que Air Jordan maravillaba al mundo con sus mejores actuaciones. Si pudiéramos acumular todas las emociones por intensidad, cantidad y metro cuadrado, es probable que éste fuera el espacio del planeta con un mayor cúmulo de sensaciones. Esta noche, todo indica que este imaginario indicador va a seguir sumando puntos, muchos puntos. El inicio es poco prometedor, un grupo bastante conocido de cuyo nombre no quiero acordarme berrea durante 45 minutos en el escenario. La voz del colega es una molestia para el oído y los gritos de la pelirroja están empezando a amargarnos la noche. Debemos ser los únicos de esta opinión, el resto del Garden parece entusiasmado. Cuando abandonan el teatro, irrumpo en aplausos, aunque por motivos claramente diferentes al del resto de espectadores. Vuelve a reinar el silencio durante un rato. Son las 21:30 horas del jueves, 7 de agosto de 2008 y, por fin, salta al escenario uno de los tríos resplandor de la música, de los míticos de verdad. Encabezándolos está él: ojos azules, entradas cada vez más pronunciadas (los años no pasan en balde ni siquiera para él), barba canosa, piel rosada y vestido con una indumentaria de la policía de Nueva York. El Madison enloquece con la puesta en escena de Hormigas en Nueva York 75


Gordon Sumner, o en otras palabras, Sting. Es la personificación del carisma, quizás en España el equivalente más aproximado sea un Miguel Bosé; pero este tío, compositor de una agria canción sobre Nueva York, está en otro nivel y tiene a los aproximadamente 20.000 espectadores del Garden metidos en el bolsillo. El directo es extraordinario, haciendo que olvides rápidamente la aberración cometida por los teloneros. The Police desplegará su magia durante una hora y cuarenta y cinco minutos. Los tres (Sting, Andy Summers y Stewart Copeland) están pletóricos. Sting sólo flaquea ligeramente en la canción que cierra el concierto: el Every breath you take (tratad de cantarla en el Singstar, listillos). Los momentos memorables se suceden: desde el afeitado en directo de Sting hasta la irrupción en el escenario de los hijos de los componentes del grupo, incluida las tres hijas de Gordon. La despedida con un grupo de payasos y la música del «eso es todo amigos» le añade el punto nostálgico. A mí me encandiló Message in a bottle, casi al principio de la actuación, canción a la que se sumaron una decena de tamborileros vestidos con el traje de la policía de Nueva York. Pero no fue la única, Roxanne, Fields of gold o Can´t stand losing you formaron parte de un repertorio absolutamente irrepetible. 76 Hormigas en Nueva York


Parece que el mensaje ha cambiado y ya Sting no se siente un alienígena ilegal en Nueva York. Nosotros, por momentos, tampoco, aunque nos hubiera encantado que Gordon hubiera afilado el aguijón y nos hubiera deleitado con esa maravillosa canción.

Por mucho que te esfuerces, será un auténtico milagro que comas en Manhattan mejor que en España. Y a la inversa, ni queriendo vas a comer peor en España que en la Gran Manzana. El servicio (w.c.) es la prueba de fuego: cuando empiezas a notar que tus heces adquieren un color mortecino, más oscuro que el propio de una dieta mediterránea. En ese momento, hastiados de hot dogs, hamburguesas, comida congelada, donuts, etecé, etecé, decidimos buscar un sitio de comida española. Las guías de referencia nos dan dos opciones de Spanish cuisine-tapas: un bar llamado Málaga, en la calle 73, y El Cid, en la 13. Aunque la idea de cenar en un sitio que tiene el nombre de la patria chica Hormigas en Nueva York 77


me ilusiona bastante, preferimos ser prácticos y dirigirnos a El Cid, que está bastante más cerca de nuestro hotel. Tras pasar un rato de choteo en el metro, con cambios de líneas absurdos, y dar un buen paseo a pie, llegamos a nuestro destino. El entorno me gusta, una zona muy tranquila del barrio de Chelsea. El problema: la guía que hemos consultado no está actualizada y leemos un cartel en el que se nos indica que se han trasladado al Quinto Pepino o no sé qué lugar. Esto parece ser un tópico de nuestra estancia en la isla: nada sale a la primera. Así que decidimos optar por una pseudoalternativa: pasarnos por Little Italy. Los neoyorquinos tienen en gran consideración la comida de este distrito. No negaré que el ambiente es inigualable: por la noche, cortan las calles para que los peatones puedan transitar con comodidad y los camareros de los restaurantes te puedan dar el coñazo a gusto para que te sientas a comer en el suyo. Las tiendas, con sus regalos más que típicos, permanecen abiertas hasta altas horas, y en ellas su personal asiático te regatea el precio como si estuvieras en un mercado de Marruecos. En algunos sitios hasta hay italianos y todo. Mucha parafernalia, mucha palabrería, mucho carácter italiano. Todo muy bien, pero ¿qué autoridad culinaria puede tener una persona que no ha probado el ja78 Hormigas en Nueva York


món ibérico en su vida? Puede que los «espaguetis» sean buenos en la cocina, pero los productos ibéricos están en otra división. Es como cuando te intentan convencer de que el Calcio es mejor que la Liga española: puede que sea más resultadista, pero para los amantes del fútbol no hay punto de comparación posible. La diferencia en la calidad salta a la vista (y al paladar) para el apasionado. Con todo, me pude tomar un Tiramisú que ha sido lo más delicioso que he probado en Manhattan. Una vez comí mejor; pero el bocadillo de jamón que traje de España no cuenta.

Little Italy es todo ambiente: son innumerables los carteles y adornos que jalonan sus calles con los colores de la bandera italiana

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Buenas noticias, el IVA no existe en Nueva York. Malas noticias, existe el Tax o impuesto local. Buenas noticias, el Tax se sitúa en torno al 8 por ciento frente al 16 por ciento para casi todos los artículos de nuestro querido IVA. Malas noticias, cuando ves un precio en Nueva York nunca sabes si incluye el apartado Tax o no (algunos lugares te dan el precio con las tasas, otros te ponen en pequeñito que al precio hay que sumarle el Tax, y otros se pasan por el forro todo y descubres que el precio no llevaba las tasas cuando pasas por caja). Buenas noticias, en los mercadillos, con los vendedores ambulantes y en algunos pequeños comercios de Soho, Chinatown y Little Italy lo del impuesto no se estila y el precio es el que es (en ocasiones, puedes hacer hasta una contraoferta). Malas noticias, la impunidad para incluir las tasas en el precio del escaparate o de la etiqueta es tal que hasta en las tiendas más famosas desconoces el precio real hasta el último momento (en caja pagando) o hasta que lo preguntes específicamente. Buenas noticias, monta un negocio en Nueva York, para el tema de marketing siempre lo tendrás más 80 Hormigas en Nueva York


fácil (en España si hicieras lo mismo, te caería un paquete de Consumo por publicidad engañosa). Cara o cruz. Quédate con el lado que más te guste.

Los ves a todos. A veces, charlan animadamente entre ellos, aunque lo normal es que suelan ir absortos, escuchando música en su Ipod, leyendo una novela o el periódico, haciendo jeroglíficos o, simplemente, dando cabezadas. Da igual el sexo, la raza, la religión: el metro es el medio de transporte más democrático. Aquí todo el mundo intenta pasar el tiempo con la mayor dignidad posible… Y eso se espera del resto de los que van dentro del vagón (exceptuando a los vendedores o los cantantes, que tienen otro estatus). Son muchas las horas que neoyorquinas y neoyorquinos (nacidos o de adopción) pasan en el subterráneo como para incumplir dos de las normas básicas: primera, en el metro hay que estar el tiempo justo y necesario, no más; segunda, el subway es un Hormigas en Nueva York 81


coñazo necesario, un mal menor, vamos a molestar al resto de pasajeros lo justo y necesario, no más. En pocas horas, he visto cómo se quebrantaban esas dos leyes no escritas y he podido admirar la paciencia estoica de estos ciudadanos de mundo. Primera escena: metro de la calle 33 con dirección a la zona sur de la isla. Justo enfrente, tenemos la misma línea pero sentido Uptown, hacia el norte. Entre ambas líneas circula otro metro cuyo número desconozco. El tiempo transcurrido empieza a hacerse eterno, y el asfixiante microclima dentro de la estación puede provocar las reacciones más diversas: minuto tras minuto. Lo que más me joroba es que se suceden los trenes en los otros dos raíles. Cuando cuento seis en cada una de esas dos líneas, dejo de hacerlo para evitar tener que saltar a la vía a ver si me llevan…, aunque sea por delante. Por fin, aparece uno por nuestra dirección. Bien, vacío, así iremos más cómodos. Pasa como el Plan Marshall por España: rápido y sin hacer parada. Todavía esta «broma» provoca alguna carcajada entre los grupitos. Los que están solos no han cogido, por el contrario, la gracia al chiste. Mientras tanto, sin cesar, circulan los vagones en los otros dos raíles: los que queremos ir Downtown lo único que conseguimos es ir cuesta abajo en vez de ciudad abajo. 82 Hormigas en Nueva York


Llega otro, se frena, no abre las puertas y se marcha. Esta vez no hay risas y la gente comienza a llamar por el móvil: «lo siento, cariño, no sé qué pasa hoy, a ver si llega el metro de una vez», «jefe, le aseguro que voy de camino; no, por favor, no me despida por llegar veinte minutos tarde», «¿que te tienes que ir?, ¿cómo vas a dejar a mis niños solos? Sean y John sólo tienen 3 y 5 años. Espera un poco más, que tengo problemas en el metro… Te lo gratificaré, te lo suplico…» Ya me puedo imaginar este tipo de conversaciones. 33 minutos después de nuestra triunfal entrada en la estación aparece el tercero, el mejor de todos. Veo a una mujer de tez blanquecina en el interior del vagón, es pelirroja, con el pelo largo y liso. Se planta frente a la puerta, esperando como yo su apertura. El conductor no entiende de colores y, tras unos segundos con el aparato detenido, vuelve a arrancar sin dar la oportunidad, no ya de de entrar, sino siquiera de salir a los que están en el interior. Mientras avanza el tren veo la cara de estupefacción de la señora pelirroja, de unos 40 años, que levanta las manos como si la hubieran enviado en el furgón de la prisión siendo inocente («¡Os juro que yo no lo hice! ¡Socorro, sáquenme de aquí!»). Los suspiros hacen acto de aparición, y la revolución resignada y silenciosa hace que la mayoría salgamos del metro en busca de cualquier otra alHormigas en Nueva York 83


ternativa. Todo esto sin contar al plasta que durante los últimos diez minutos nos ha estado advirtiendo por los megáfonos «que oye sí, que un retrasillo, pero que ya llega, que gracias por su paciencia, que esperen un poquito más…» Eso cuando la intensa actividad y, por tanto, ruido de los otros dos raíles permitían escuchar algo. Paciencia, paciencia… A las pocas horas, nuevamente como escenario el medio favorito de los neoyorquinos. Se trata, esta vez, de la línea que va al aeropuerto J.F.K. Allí, puedes coger otro que te conduce directamente a la playa. Gente normal, corriente, gente en metro. Y entra él. Unos 40 años, barriga cervecera, camisa blanca de tirantes, pantalones grises cortos. Lleva unas gafas de sol que se quita y se pone constantemente. Ojos azules. Un enorme tatuaje cubre su brazo izquierdo. Otro con forma de collar, tan de moda entre los horteras, le rodea el cuello a modo de rosario. Tez rosada, pelo canoso. Aparte, lleva un reproductor de música. Ése es el aspecto concreto del tío más odioso del mundo. No, olvídate de la persona que tenías en mente. Es él. En esta ocasión en concreto, creo que se ha pasado con el alcohol, aunque puede que sea otra droga. Este Don Quijote va acompañado de su Sancho Panza: bajito, gordito, con gafas, cara ancha, perilla de pocos pelos, color de piel morena 84 Hormigas en Nueva York


pero no negra. Sin duda, es latino. Éste no molesta; simplemente, se dedica a afirmar y a seguir la corriente de mi amigo Odioso. No deja de parlotear ni un instante, con una voz estridente que te provoca dolor de cabeza. Apenas se le entiende lo que dice salvo cuando lanza tacos. Mira de forma chulesca a todo el mundo («sí, soy yo, el puto amo, el master of the universe»). Se pavonea, baila de forma ridícula y habla, habla, habla… No hay que aclarar que el volumen de su voz es poco menos que atronador. Como somos pocos, pare la abuela. Entra un tío con pantalones rojos anchos, de los que caen por debajo de las rodillas. Lleva tatuado en un brazo «Costa Rica», lo que se puede ver porque lleva camisa de tirantes blanca, como mi colega Odioso. Es mulato y va acompañado de dos más. Este par son como nuestro Sancho Panza: hacen menos ruido y se limitan a seguir al líder, inconfundible por su volumen de voz. Éste es peligroso. Si el otro detectabas al instante que era un payaso odioso; el de Costa Rica, que, increíblemente, chilla todavía más alto, se ve que es un auténtico chusma. Sentado sobre el respaldo y con los pies apoyados en el espacio destinado a las nalgas, el colega berrea en inglés colando algunas palabras en español. Los «normales», que estamos sentados entre las dos tribus, nos miramos en medio del estruendo Hormigas en Nueva York 85


con cara de «esto no puede estar pasando». Todos nos bajamos en la siguiente parada con el objetivo de librarnos de Chusma y Odioso. Bueno, al menos Chusma se ha quedado en el vagón, pero a Odioso lo tendremos que soportar, al menos, hasta el próximo transbordo (él también ha debido ver el peligro de quedarse a solas con el costarricense). En fin, resignación, que es lo único que nos queda. Cualquier otra cosa sería poco democrática… Mientras que el porcentaje de este tipo de personajes sea limitado, claro está.

Andas por la calle y observas un cartel que limita la velocidad a 15, mientras que los taxis más valientes van a 80 ó 90 kilómetros por hora. Pides 150 gramos de jamón (cocido, por supuesto) y te miran como si acabaras de aterrizar venido de Júpiter. En la mayoría de las botellas a ver quién es el guapo que encuentra los centilitros. Pese que hace una temperatura agradable, en la televisión anuncian una media de 84 grados, y al ver la ceremonia de 86 Hormigas en Nueva York


inauguración de los Juegos Olímpicos de Beijing resulta que los 213 centímetros de Pau Gasol quedan reducidos a siete pies. Bueno, vale, aceptamos barco como animal acuático. Lo que sí me molesta es que no quieran que se les dé propina en euros. Lo del orgullo patrio, muy bien; pero el negocio es el negocio… y la pela es la pela.

Algo que me ha extrañado dado el ventajoso cambio euro/dólar es encontrar tan pocos españoles por la Gran Manzana. Si estás en cualquier lugar de Europa, es difícil que no identifiques a cientos de ellos cada día por las calles. Supongo que será el clima y que los españoles preferimos irnos a Punta Cana. Esta impresión mía la voy confirmando cada vez que realizamos una compra, pues suelo ir preguntando si pasan muchos españoles por ese local. La respuesta es invariable. Te miran con el gesto identificativo y el movimiento de manos correspondientes a «no muchos». Hormigas en Nueva York 87


Además, si te identifican como español, primero, pensarán que eres de Barcelona y si no, de Madrid. Tampoco me sorprendo por ello, con los pocos españoles que nos hemos cruzado eran catalanes o madrileños. No sé dónde andan andaluces, gallegos o castellanos (manchegos o leoneses). Otra curiosidad es la ausencia de españoles trabajando en Nueva York. Supongo que estarán todos en Londres y París. No es que sea moco de pavo conseguir el visado (puede llegar a ser descorazonador: es mucha la letra pequeña para ingresar en USA), pero de ahí al «cerismo» español media un Everest. Espero que sea porque todos están trabajando en los enormes rascacielos y en agosto se van de vacaciones a España.

El edificio de las Naciones Unidas, donde teóricamente se parte el bacalao a la hora de resolver los conflictos bélicos entre las naciones de todo el globo (aunque algunos dirán que las recetas vienen 88 Hormigas en Nueva York


mandadas por la Casa Blanca), es un argumento fundamental para considerar a Nueva York como la capital oficial del planeta. En las salas de esta construcción, que hemos visto en tantas películas (yo me quedo con la obra de Hitchcock Con las muerte en los talones), se han tomado decisiones trascendentales en sus más de sesenta años de historia. Si bien ha actuado con mucho más éxito que su predecesora, la Sociedad de Naciones (en el periodo de entreguerras), ha quedado patente su incapacidad para intervenir como organismo verdaderamente independiente en muchas ocasiones. La invasión de Irak es uno de sus sonoros fracasos, pero nada en comparación con las permanentemente incumplidas resoluciones 242 y 338 del Consejo de Seguridad (conflicto palestinoisraelí), caso flagrante que lleva avergonzando a la Comunidad Internacional desde hace más de cuarenta años. Pese a sus defectos, no se puede restar importancia a esta institución. Es la democracia del mundo. El derecho a la pataleta de los países. Un organismo de control y de denuncia como mínimo, aunque se haya visto salpicado por diversos escándalos (que siempre se han buscado más con fines de desprestigio de la entidad que como denuncia con la intención de corregirlos). El interior es hermoso. Regalos donados por deHormigas en Nueva York 89


cenas de países han jalonado todos sus rincones. El presente luxemburgués, una escultura de una pistola con el disparador hecho un nudo, es tan evidente como llamativo. Por ello, está dispuesto para que sea lo primero que veas al entrar en territorio ONU. Nosotros nos hemos encontrado con una exposición de 192 cuadros realizados por niños de todo el mundo, cada uno con su particular visión de la paz. Algunos de mucho mérito. Yo me he quedado sorprendido por el trabajo de Zack, un niño de 12 años de Armenia. En su obra se ve cómo un negro, con sombrero tribal sostiene un cuadro (arte dentro del arte), y en éste observamos a un cerdo tumbado viendo la televisión, inmóvil, sin hacer nada, mientras que al fondo las fábricas contaminan. El conjunto, con su adecuado uso del color, es desolador. En la imagen de la televisión parece estar Bin Laden. Para ser sinceros, si analizas el contenido del cuadro, no puedes dejar de admirar la capacidad crítica del crío. Es más, piensas que si no ha recibido mucha ayuda de un mayor, el niño es un figura en potencia. Espero que la fortuna le acompañe. Hay diversas reliquias entre los muros de la ONU, como los restos de una bandera de la organización de un ataque del que fueron víctimas en Irak, en el cual fallecieron 22 representantes del organismo en el año 2003. Con una especie de santuario, a oscuras, en el que se puede entrar a orar. 90 Hormigas en Nueva York


Esto se combina con la parte más comercial: te puedes hacer un sello con tu cara, con un ojo menos que es lo que te habrá costado, y con validez oficial si haces el envío desde la oficina de correos de este edificio. Y también tienes la opción, como yo, de comprarte la Rolling Stone en una de sus tiendas. Como toda atracción turística que se precie, la ONU tiene sus dependencias destinadas a la adquisición de diversos recuerdos. No nos vamos a poner puristas a estas alturas: si necesitan fondos, esta manera es una de las más legítimas que conozco, y más en Manhattan. Peor sería que se subvencionaran con el petróleo de un país al que bombardearan. Ni que decir tiene que, como máxima expresión de la paz mundial, es un territorio neutral. Las manifestaciones están prohibidas en el edificio y su entorno. Ése sí es el espíritu con el que se creó: aquí, resolvemos; si quieres protestar, vete a Times Square que es donde están las cadenas de televisión. Los carteles te informan de esto… Y tú te lo crees, porque eres un ingenuo que piensas en el país de los arco iris perpetuos, donde siempre brilla el sol y la gente se ama y se respeta… Y un cojón de paloma, pero de la paz. Domingo, 10 de agosto de 2008. 13:00 horas. Justo enfrente del edificio de la ONU. Congregación de judíos ultraortodoxos. Se encuentran acordonados y no sé si vigilados o escoltados por un coHormigas en Nueva York 91


che de la policía de Nueva York. Hay varias decenas de personas y parece que se van aproximando, en un goteo continuo, algunas más que se introducen en el área delimitada. Nos acercamos. Decenas de carteles en blanco y negro piden rezos para los israelíes secuestrados y desaparecidos. Asimismo, está la cuestión principal: «Bush libera a Pollard. Encarcela a Ahmadinejad y Bin Laden» (como si fuera tan fácil). El perla en cuestión, Jonathan Pollard, lleva 23 años en prisión. Motivo: era un espía israelí que estaba pasando secretos de los Estados Unidos a Israel. Si no fuera judío, estoy convencido de que le habrían dado matarile: no es chaladura, en cualquier país del mundo el espionaje es un crimen de máxima categoría y con la obsesión de los norteamericanos con la seguridad que el Pollard esté vivo y que, encima, le hagan manifestaciones a favor de su liberación me deja perplejo. Y todo esto en las narices de las Naciones Unidas, cerca de una vía que lleva el nombre de Yitzhak Rabin, el último (algunos dirán que el único) primer ministro israelí que verdaderamente ha intentado dar una solución al problema existente con los palestinos. De lo visto en primera persona, sólo puedes inferir una conclusión: lo siento muchísimo por vosotros, queridos palestinos, pero lo tenéis realmente jodido. 92 Hormigas en Nueva York


No te lo pienses. Este crucero es gratis y el viaje será la experiencia más gratificante de tu vida. Cada vez somos más. Ya mismo superaremos en número a cristianos y musulmanes. Nuestro manual está en todos los idiomas y nuestro templo, en Manhattan, como tiene que ser. Aquí mismo, en la estación del metro, te aclararemos todas tus dudas para que, en breve, puedas formar parte de nuestra tripulación. Nuestro capitán, Tom, ya ha logrado embarcar a muchos de sus amigos y amigas. Algunos piensan que somos unos pirados o una secta, pero a ellos (¡pobres desafortunados!) todavía no se les ha revelado la Verdad. No lo dudes: hinduismo, taoísmo, judaísmo, cristianismo, islamismo…, ya no se llevan. Los fashions somos ahora nosotros. ¿Acaso tu alma se va a resistir a la moda?

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La culpa ha sido de la lluvia. De uno de esos traicioneros chaparrones neoyorquinos. Desde el principio juré que yo no, pero aquí me veo, en la cola de Tussaud a la espera de ver los monigotes de cera más famosos del mundo, como más de quinientos millones de personas en todo el mundo han hecho antes que yo. Sin embargo, esto promete. Delante nuestra tenemos a tres mujeres hindúes, ataviadas con su traje largo blanco y su lunar rojo en el entrecejo (me he fijado en que se trata de una especie de velcro, curioso). Las tres señoras son bajitas, anchas, de piel morena y con el pelo negro azabache recogido en una trenza por detrás de la espalda. Enseguida empatizo con ellas, porque van a su ritmo: les da igual hacer esperar a decenas de personas mientras intentan que le aclaren una pregunta para la cual nunca encuentran respuesta, hacen lo contrario siempre de lo que se les indica y no consiguen orientarse a la primera ni por probabilidad estadística: imposible que me caigan mal, por mucho que nos estén retrasando la entrada. 94 Hormigas en Nueva York


Las tres personajes que tienen delante sí que son de otro palo. ¡Madre mía! (o Mother mine!, si lo quieres decir en inglés). Es como si el espectáculo hubiera comenzado ya en la cola. ¿De dónde han salido estas tres mujeres? Las muchachas son jóvenes. Estatura media. Blancas de piel (estilo Morticia Adams). Una de ellas es realmente guapa: rubita, ojos azules, nariz pequeña. Un rostro parecido al de Nicole Kidman. De las dos compañeras, puedo decir que no parecían tener la piel en malas condiciones. Bueno, también que son bastante fuertecitas (algunos las definirían como «obesas»; otras, como «gordas») y que llevaban gafas. Sus vestido son los que les dan una distinción absoluta: desentonan con absolutamente todo lo que hay a su alrededor, es como ir a la boda de tu mejor amiga con indumentaria blanca. La guapilla va con un vestido negro, que acaba justo por encima de las rodillas. No lleva cinturón (supongo que para no acomplejar a sus compañeras). Y lo mejor, una horrenda pamela negra. Con todo, es la que menos desencaja. Sus compañeras van, cuales morcillas de arroz, embutidas en vestidos con motivos florales. Una de ellas lleva puesta un sombrero todavía más horroroso que el de la rubia. Por si no llaman suficientemente la atención, Hormigas en Nueva York 95


ponen poses que la persona de mayor bondad calificaría de propio de «estiradas». Si no vienen de una boda o una comida de gran trascendencia, no le encuentro ninguna lógica… Y eso que estamos en una ciudad que es una paradoja en sí misma. Para consolarme llego a la conclusión de que vienen de otro planeta. Así, facilito que mi mente recupere el equilibrio perdido. Entrada al museo en sí. Es la locura de los flashes. Algunos monigotes no se parecen ni en la ropa, pero la mayoría están tan bien acabados que sientes un escalofrío, como si ese personaje o personalidad lo tuvieras realmente a tu lado. Samuel L. Jackson de cera es casi más real que el propio Samuel L. Jackson. O qué decir de Paris Hilton y Michael Jackson: el muñeco de cera supera al original en todo (Paris) o en casi todo (Michael). Representando a España, el genio de Figueres Dalí y mi primo Picasso, con el que, como no podía ser menos, nos hacemos una foto. No inferiores en carisma, Bono, de U2 (que está en cuclillas para disimular su escasa envergadura), y dios Jordan (esto supone una pequeña compensación tras no obtener su camiseta en la tienda de la NBA de la Quinta). Entre los que mueven a la polémica, mi querido George W. Bush y Bill Gates, que suelen ser objeto de instantáneas más imaginativas que las de ponerte al lado y sonreír. 96 Hormigas en Nueva York


Sigues la exposición paso a paso y te entran ganas de posar junto a todos: te caigan bien o mal, o incluso aunque los desconozcas. Franklin D. Roosevelt, Boris Karloff, Woody Allen, The Beatles, Elvis Presley, Jimi Hendrix, Fidel Castro, Yasir Arafat, Napoleón Bonaparte, George Washington (el auténtico, no el sucedáneo actual), Brad Pitt/Angelina Jolie, George Clooney, Muhammad Ali… y así, una lista que incluiría y concluiría en Superman. La parte del cine en 4-D es innovación en estado puro. Te dan las gafas y te invitan a un nuevo concepto de Gran Pantalla. Un documental muy característico de los IMAX, Planeta Tierra, será el instrumento a través del cual vas a conocer lo último en tecnología audio-visual-sensorial. Ya no sólo es que veas en 3-D, que es algo que ya podías haber disfrutado en el pabellón Fujitsu de la Expo 92, es que ahora tu cuerpo forma parte del espectáculo. Si te escupen, te mojas; si una serpiente te ataca; sientes un pinchazo en la espalda; si te sumerges en el agua, cientos de burbujas caen a tu alrededor; si un animal bufa, te cae el aire en la cara (o a la altura que determine la imagen); si te desplazas sobre un territorio abrupto, tu cuerpo vibrará; si entras en contacto con una especie animal que aplica una descarga como medio defensivo, electromagnetismo recorre tu cuerpo… Ni que decir tiene que la aventura no es apta para cardíacos. Hormigas en Nueva York 97


Una vez que perfeccionen el sistema, será un auténtico bombazo. Es un primer paso para lograr películas realmente interactivas, donde el espectador se pueda convertir en protagonista de la historia e influir en el transcurso de la misma (casi un videojuego). ¡Imaginaos si pudierais robarle Gilda a Glenn Ford! Los más de 30 dólares (descuento incluido) por cabeza no nos han dolido. Sólo una pega: no sé si no estaba o si no la he visto, pero he perdido la única oportunidad que voy a tener en mi vida de rozarle los pechos a Cristina Aguilera. ¡Yo sí que he venido de otro mundo, y no las tres muchachas de la cola!

He comentado en varias ocasiones que la población hispanoamericana es cada vez mayor en esta ciudad, como en el resto de los Estados Unidos, y que, como consecuencia, el español es un idioma pujante. El lado malo de la historia es que se trata de un español un tanto, o un bastante, ortopédico, ca98 Hormigas en Nueva York


rente de naturalidad, sobre todo cuando es escrito. «Remueva su tarjeta», en el cajero automático o el reflexivo «Se habla español» que puedo leer en tiendas, o incluso en chapas de dependientes de grandes almacenes, son sólo un par de ejemplos que considero ilustrativos de lo señalado. Peor todavía es cuando ves faltas de ortografía en anuncios oficiales situados en el interior de los vagones del metro: «Lláme al…» La Real Academia de la Lengua Española será la que pueda hacer algo para invertir esta situación. Si no es así, se corre el riesgo de que se estandarice y expanda un uso del idioma falseado. No permitamos que la Lengua Española se convierta en un McDonald´s: comida grasa fácil de preparar y lista para el rápido consumo de millones de personas.

¡Por fiiiiiiiiin! La última noche. En un rincón del barrio de Chelsea, encontrado mientras echábamos un vistazo a la enésima guía de la Gran Manzana. En una calle en que prácticamente sólo existen sexHormigas en Nueva York 99


shops. En un local escondido por las obras de verano. Sí, ahí, en la Cuarta Calle, entre la Sexta y la Séptima Avenida, en un lugar por el que sería un milagro pasar por casualidad. Ahí mismo estaba: Tío Pepe, un restaurante de comida española (y mexicana), regentado por personal procedente del sur de la frontera de Estados Unidos. El local está muy bien ambientado. Muchas velas y luces a intensidad baja que le dan al espacio un toque romántico, reposado, tranquilo. En las paredes observamos la presencia de toneles, espadas, una bodega española, farolillos negros. Al igual que en la cocina, en la decoración se da una mezcolanza de lo español con lo mexicano. El guacamole es aquí el plato estrella, sobre todo por su componente estético: lo preparan delante de ti (in your face, como dirían ellos), para que vivas el proceso en directo. A mí me interesa bien poco, yo he venido a buscar lo que no estaba encontrando. Si no fuera tan tarde, pediríamos paella; pero, al final, apostamos por lo que nunca falla: combinado de ibéricos. Almejas salteadas y medallones a lo Tío Pepe serán los otros platos seleccionados. La carne es buena, blanda y el punto de licor la hace más sabrosa. Las almejas, a diferencia de las españolas, son grandes: en el plato sólo hay ocho; pero la salsa, aunque un poco espesa, está rica, rica. Ideal para hacer «barquitos». 100 Hormigas en Nueva York


La prueba de fuego: el plato de ibéricos. Aceitunas: bien, sin más. Son las típicas de bote. Queso manchego: a mí no me gusta este producto y no lo cato; Lidia dice que está bueno. Chorizo: exquisito. El sabor no delata que haya sufrido algún proceso de conservación que lo haya echado a perder. Finalmente, lo que marca la diferencia: el jamón… No pasa la prueba. Parece que haya pasado por algún tipo de tratamiento en frío (o puede que incluso por congelación) y al ponerlo a temperatura ambiente hubiera perdido su sabrosura. El regusto que deja al final no convence, es acuoso. Puede que en su origen fuera un jamón de calidad, pero al llegar a nuestro paladar el producto ya no es lo que debiera ser. ¡Así va a ser difícil que recolonicemos América! Pese a todo, el jamón sólo era para nota de sobresaliente: sigue siendo el lugar y la vez que mejor hemos comido durante toda nuestra estancia en Nueva York (lo de Little Italy se lo llevó el viento). Llega el momento de pagar. En los restaurantes considerados de clase (bien por calidad de la comida, por servicio, por el entorno o por una combinación de todo), como el Hard Rock Cafe o el Planet Hollywood, existe el concepto de «Gratituidad», que oscila entre el 15 y el 20 por ciento y que en la práctica es obligatorio. Aparte, estaría la propina. Tío Pepe da la calidad por sentada y el concepto ya está incluido en el precio: 76 dólares por una buena Hormigas en Nueva York 101


cena (bien es cierto que ni hemos tomado postre ni bebido vinos). Por tanto, es un precio razonable para ser el lugar que es. Dejo la tarjeta de crédito y el carnet de identidad, y nos quedamos a la espera de firmar el recibí. La propina irá en metálico. ¿Qué es de lo peor que te puede pasar en la capital mundial del Consumismo? Efectivamente, la tarjeta de crédito ha sido denegada con dinero en la cuenta correspondiente. ¡Tierra trágame! El tono como de disculpa con el que te lo señala el camarero multiplica tu humillación. Susurras el típico «eso no puede ser…» y sacas una segunda tarjeta con las gotas de Shin Shan en la frente. La espera es más que tensa y vas haciendo en tu cabeza múltiples conjeturas sobre lo que puede haber ocurrido: la banda magnética, que se hayan equivocado al cambiar el número de cuenta que correspondía a esa tarjeta… Regresa el camarero y con una alegría comedida apunta que «esta vez sí pasó». Lo que no ha pasado es tu estado de vergüenza. Ahora el trato sigue siendo amable, pero forzado; un observador atento puede leer entre líneas que están deseando que te marches. Esto contribuye a que tu bochorno mute a mal humor, que durará hasta que vayas al cajero y saques dinero con la tarjeta de la ignominia... Era la banda magnética. Entonces, respiras y susurras: «¡maldito y bendito Capitalismo!» 102 Hormigas en Nueva York


1. Puedes (¡oh, sorpresa!) ir de compras. Esto incluye cualquiera de las miles de tiendas que se diseminan por Manhattan; pero, en función de la disponibilidad económica, la zona de recomendación varía. Chelsea, Greenwich Village y Soho son lugares perfectos si buscas ropa moderna a buen precio. Igualmente, en estas zonas se encuentran gran parte de los outlets, vestuarios fueras de una temporada que nunca llega a España. Si lo que te gusta es la emoción del regateo y el mercadillo; Little Italy, Chinatown y Washington Square son espacios perfectos para desarrollar tus habilidades negociadoras, siempre que seas consciente de que no es oro todo lo que reluce. Cuando anochece, en las calles de Soho aparecen decenas de vendedores ambulantes que te ofrecen todo tipo de mercancías: desde gafas hasta perfumes pasando por maletas, dvds o ropa. Además, cada cual respetando rigurosamente su área de mercadeo. En Times Square, por su parte, tendrás a tu disHormigas en Nueva York 103


posición diversas tiendas de moda, aunque lo más reseñable son los enormes almacenes de Virgin (muy parecido a FNAC), Toys «R» Us y la portentosa tienda de tres plantas de M&M. Por supuesto, la quintaesencia del consumismo no podía faltar aquí: la Quinta Avenida. Si bien a partir de la calle 50 hacia el norte, los precios son casi siempre prohibitivos; aquí tienen su cita obligada los amantes del basket (NBA Store) y los de Disney. También encuentra su espacio en esta zona Sean John, una de las marcas de Puff Daddy, que ofrece vestuario urbano a un precio no excesivo dada la calidad del material (y el ventajoso cambio euro/dólar, claro). Macy´s (los almacenes más grandes del mundo), Victoria´s Secret, Strawberry (el Bershka estadounidense) o B&H son otros lugares de interés comercial que se encuentran dispersos por la Gran Manzana. Además, están los cientos de tiendas de recuerdos de Nueva York con productos made in China, que te puedes encontrar en cualquier vía. Así como tiendas de electrónica donde comprar el codiciado Iphone liberado (asunto de cuestionable legalidad) y otros productos informáticos a unos precios tan bajos que es inevitable sospechar de ellos. 2. Otra opción es mirar escaparates. No confundir con comprar. Son tiendas de marcas mega104 Hormigas en Nueva York


conocidas en casi todo el mundo. La mayoría de estos establecimientos están situados en la Quinta Avenida. Bergdorf Goodman, Louis Vuitton, Van Cleef & Arpels, Bulgari, Prada, Gucci o Henri Bendel entrarían en esta categoría. Magníficos escaparates, algunos de estética Ágatha (o sea, horteras o estrafalarios, según los quieras definir), con joyas y vestidos que no tienen precio (literalmente; si quieres saberlo, entra y pregunta). Junto a ellas, la estrella de las foto-turistas, el lugar que Truman Capote y Audrey Hepburn elevaron a las cotas más altas de popularidad mediante un Desayuno con diamantes: Tiffany&Co. No sé si incluir en este apartado a Abercrombie & Fitch, pues no hemos llegado a entrar. Como producto de marketing es colosal. Se trata del único comercio (quitando Apple, claro) en el que hay que hacer cola para entrar. Todas sus lunas están laminadas en madera y su principal atractivo se encuentra en la puerta. Jóvenes musculosos descamisados, con tableta chocolate Lindt marcada, y con unos vaqueros por única indumentaria conforman el reclamo fundamental de una tienda que se presupone que vende pantalones americanos (no sabemos si algo más). El caso es que parece que todo el mundo que entra consume. Supongo que después de haber esperado durante veinte o treinta minutos mínimo para Hormigas en Nueva York 105


entrar a un establecimiento, estás prácticamente obligado/a a comprar. Ni que señalar que las mujeres son aquí las que empujan a los varones a entrar a este lugar, aunque sólo sea por retratarse con los musculitos. (Lo siento, chicos, no he encontrado un espacio así para hombres: sólo un bar-restaurante con camareras en bikini). El Distrito del Diamante es otro de los imprescindibles del «escaparateo». Te pones gafas de sol para no deslumbrarte y recorres este fragmento de calle soñando no en comprar la más barata de las joyas, sino en poder ahorrar esa cantidad en tu cuenta corriente sin que te hayan salido canas (o se te hayan multiplicado, según el caso). 3. Visitar museos y galerías de arte. Los turísticamente esenciales son el Museo Metropolitano, el de Historia Natural y el MoMA. Después, hay cientos más: del deporte americano, indio, del sexo, etecé, etecé, etecé. Depende de tus ganas de darte un atracón cultural. Si eres de los/las que se empachan rápidamente, mejor limitarse a la sección del Arte que más te interese. 4. Debes (obligatorio) visitar la Estatua de la Libertad, la isla de Ellis y el observatorio del Empire State Building (haz la broma completa y sube al piso 102). Si ya has estado antes, estás exento de este deber. Si es tu primera vez, no tienes excusas. 106 Hormigas en Nueva York


5. Puedes pagar menos por las visitas culturales. Compra la CityPass y ahorrarás tiempo y dinero. 6. No debes comprar en las tiendas de regalos de las atracciones turísticas más importantes. Es un consejo: si después encuentras lo que has adquirido en ellas cinco veces más barato, será porque así lo has querido. 7. Fundamental: adquirir la Metrocard. Con todos sus inconvenientes, el metro es la forma más rápida de desplazarse por Nueva York. Los 25 dólares por siete días los amortizas en dos días y medio. 8. Cómete una hamburguesa en el McDonald´s del Times Square. Es un clásico. 9. Si lo tuyo es el cine o la música, Planet Hollywood y Hard Rock Cafe te fascinarán. Alimentarte, bueno, llevarte algo a la boca al lado del traje de Bruce Willis en La jungla de cristal o de una guitarra de Bob Dylan tiene su magia. Por calidad en la comida y en el servicio, me quedo con el primero (lo digo muy a mi pesar). 10. Móntate en uno de los autobuses turísticos que recorren Manhattan y Brooklyn. Aunque no te enteres de lo que están comentando, es la mejor forma de tener un primer contacto con la isla. 11. Hot dog. Imprescindible. No comment. 12. Te puedes dar una vuelta por el monumental Rockefeller Center. Su Top Rock ofrece una de las mejores perspectivas de la ciudad, sobre todo si Hormigas en Nueva York 107


diriges la vista hacia el Central Park. Si buscas el Empire State, mira en la dirección contraria. 13. Edificio Chrysler. Apenas podrás visitar la entrada, pero su estructura Art Deco, con su cima metalizada, es una de las que marcan la diferencia en la isla. Lo podrás fotografiar desde decenas de lugares diferentes. 14. Debes hacer fotografías. Cientos y cientos de ellas. A ser posible, si vas acompañada/o, con la cámara digital y con el móvil. De esta manera, tendrás dos imágenes casi idénticas de todos los entornos. 15. Mójate. Cuando te cae uno de los repentinos chaparrones neoyorquinos, es cuando te empiezas a sentir integrado en esta ciudad. 16. Comprueba como a medida que pasa el tiempo, te esfuerzas cada vez menos por intentarte hacer entender en inglés. Acabarás limitándote a las señas o a la búsqueda de la chapa del «Se habla español». 17. No debes olvidar tu reproductor de música. El avión, el metro, la noche… Nosotros no lo llevamos: créeme, craso error. 18. Visita Coney Island. Si el día está despejado, es un buen sitio para despejarse y darse un paseo o un baño. Además, a mano tienes el parque de atracciones y el acuario. 19. Admira The Trump Tower. Los auténticos Jardines Colgantes de Babilonia del siglo XXI. En el interior, una sorprendente cascada; y en el exte108 Hormigas en Nueva York


rior, árboles plantados a diferentes alturas. Todo ello en un colosal y reluciente rascacielos de color negro. 20. Te puedes dar un paseo por Central Park. A pie, en bicicleta, en carruaje… Sus lagos son la guinda del pastel (si no eres alérgico/a a la lactosa). 21. Ve de turismo religioso: catedrales, templos y capillas de todas las religiones imaginables tienen aquí su representación. Saint John the Divine aseguran que es la mayor catedral de la Cristiandad, aunque está en reconstrucción debido a un incendio ¡en la tienda de regalos! Saint Patrick es la que vemos en todas las películas. Su fachada es tan imponente como la de Saint Thomas, que está cerca de ella (ambas en la Quinta Avenida). La fundamental, la capilla de Saint Paul. 22. Saborea uno de los helados de los que se sirven en decenas de las furgonetas-heladerías de la Gran Manzana (no te lo servirá Homer, pero casi). 23. Comprueba en tus propias carnes (y estómago) la cultura take-away: Starbucks, Dunkin` Donuts, Subway, Burger King… 24. … (Que cada cual piense lo que quiera). 25. Visita la Universidad de Columbia y llora si has hecho una carrera en España (bueno, los de Salamanca os salváis). 26. Debes vivir algún evento en el Madison Square Garden. Da igual que sea un concierto, un Hormigas en Nueva York 109


partido de baloncesto o unos payasetes haciendo wrestling. Lo importante aquí es vivir el lugar. 27. Engánchate a un programa chorra de la televisión americana. Con sus repeticiones hasta la saciedad, irás descubriendo hasta el sentido de sus chistes. La hija de Hulk Hogan, las madres que buscan novio/a a su hijo/a, los aspirantes a un trabajo de ensueño… Pruebas y situaciones indignas que ponen a prueba la capacidad de hacer el ridículo que puede tener una persona. Advertencia: algunas escenas pueden provocar vergüenza ajena. 28. Crucerito por Manhattan. Podrás gozar con el impresionante perfil de la isla. Si está oscuro, ya casi de ensueño. La alternativa gratuita es coger el ferry hacia Staten Island, que ofrece también unas vistas estupendas. 29. Inmiscúyete en culturas ajenas. Italia, China, pero también Brasil o Corea, tienen sus propios barrios o calles, donde McDonald´s y bancos emplean el idioma de esos países, además del inglés. Más no se puede pedir. 30. Tócale los cojones al toro de Wall Street. En pleno Distrito Financiero, verás esta imponente estatua dorada. Otra de las favoritas de las fototuristas. 31. Come italiano. 32. Come coreano. 33. Come japonés. 110 Hormigas en Nueva York


34. Come chino. 35. Come mexicano. 36. Come irlandés. 37. No comas neoyorquino. No es discriminación, es un consejo (jeje, es «broma», tienen un bistec que se salva). 38. Visita el Castillo Clinton (no confundir con el del impeachment) en Battery Park y aprovecha para captar una imagen del Monumento a los Inmigrantes. 39. Si tienes pelas y poco vértigo, atrévete a dar un paseo en helicóptero. ¡Ah, se me olvidaba! Si el tiempo lo permite. 40. Pasa frío, calor, ultracalor, hiperfrío, en un intervalo de tiempo de quince minutos. Climatología, metro y tiendas son combinaciones poco recomendables para la salud. 41. Róbale el periódico al de la habitación de al lado. Si en el lugar en el que te hospedas te ofrecen este servicio, puede que sea intermitente. En tus manos está solventar esta irregularidad. 42. Times Square. Esencial. Si no, ¿para qué coño/cojones has venido? 43. Anda hasta reventar. Es inevitable. Durezas y callos en los pies han de ser el resultado final de tu viaje. Si no es así, no te has comportado como un auténtico turista. 44. Ten diarrea. Es como pasar la gripe o la variHormigas en Nueva York 111


cela cuando eres niña/o. 45. Ve a un espectáculo en Broadway. El fantasma de la ópera, El rey león, Mamma Mía!, Grease, El jovencito Frankenstein son una mínima muestra de tus posibilidades. Si eres capaz de aguantar una cola insoportable, en TKTS puedes conseguir entradas con grandes descuentos (aunque normalmente las obras más destacadas no tienen necesidad de recurrir a rebajas). 46. Si Broadway te parece caro, Off Broadway es la alternativa. Teatros más pequeños para el outlet de las actuaciones en directo. 47. Haz alguna reclamación. No se soluciona al instante. Te remitirán a un número de teléfono, que en el mejor de los casos te resolverá tu problema cuando hayas abandonado Estados Unidos (como tiene que ser). Pero así, tú también les podrás tocar las narices a ellos. 48. Alucina con la Biblioteca Pública de Nueva York. ¡Guaaaaaaaaau! ¡Casi tengo un orgasmo allí dentro! 49. Envía vídeos haciendo el gamba a familiares y amigos. En Times Square hay un centro de información donde se pueden hacer este tipo de cosas de forma gratuita. 50. Escucha música en la tienda Apple. Los Ipods a disposición del que quiera. Si no te gusta esto, entra en Internet en algunos de los Mac que 112 Hormigas en Nueva York


tienen en exposición. Hay cientos, pero más personas están esperando su turno. Lo gratis vende. 51. No te lleves mal con el personal del hotel. Sólo están cumpliendo con su trabajo, algunos con más efectividad y simpatía que otros. Siempre puedes hacer distinciones en las propinas. 52. Tiembla por tu situación económica. El crédito y las comisiones es lo que tienen: nunca sabes lo que te va a tocar. 53. Deja que te hagan un retrato o una caricatura. En los lugares más turísticos siempre habrá quien por cinco dólares esté dispuesto a dibujarte. 54. Ve a la tienda de la MTV. Con suerte os pasará algo similar a nosotros, que tropezamos con los Jonas Brother a la semana siguiente de aparecer en la portada de la revista Rolling Stone. Sí, ya que sé que no es algo de ensueño, pero menos da una piedra (y más, o menos, en agosto). 55. Demuestra tu buena voluntad. Acude a las Naciones Unidas. Pero, por favor, no a manifestarte. Para eso ya están los judíos ultraortodoxos.

Escultura donada por Luxemburgo a la ONU

Hormigas en Nueva York 113


56. Acércate a los puentes de Brooklyn y Manhattan, aunque los hayas visto cientos de veces en las películas (a fin de cuentas, como el resto de Nueva York). 57. Disfruta del arte callejero. Las estaciones de metro, el interior de los vagones, los parques, las aceras. En cualquier lugar, podrás ver en directo a cantantes, bailarines, saltimbanquis, pintores e incluso predicadores. Oye, también para esto se necesita talento. 58. Piérdete. Si ni con siete mapas diferentes hallas tu ubicación: ¡bienvenido al club de los desorientados! 59. Sáltate los semáforos de peatones en rojo. 23 al día es la media. 60. No seas malaje y cógele el flyer al hombreanuncio. Ya sé que son infinitos y que la publicidad está diseñada en Word por Stevie Wonder, pero a ti no te cuesta ningún trabajo y a lo mejor consigues que el hombre/chaval (pues casi siempre son varones) se vaya antes a su casa. 61. Mete un penique en Coca-Cola durante varios días. Comprueba cómo hasta «la chispa de la vida» corroe al dólar. 62. Ve al estadio de los Yankees. No sé qué es el béisbol, pero por lo que se ve son bastante buenos. Además, están construyendo un nuevo estadio: ¡tiembla, candidatura olímpica de Madrid! 114 Hormigas en Nueva York


63. No sé si se puede considerar un museo, pero ve a Tussaud y hazte decenas de fotos con famosos a los que admiras o detestas. Jordan, Picasso, os queremos. 64. Confúndete en el metro. Colores diferentes, con números y letras distintas, en dirección Downtown o Uptown, y con el matiz de Local o Express. Si a eso le sumas los cortes por las obras, y los problemas técnicos; si no te lías, pública un libro o sube una web explicando cómo lo lograste: ¡te harás de oro! 65. Haz el proyecto para montar una tienda de ciclomotores. Si te lo aprueban, que tiemble Bill Gates. No he visto ni uno durante toda mi estancia en la Gran Manzana, y eso que tráfico sí que hay de sobra. 66. Ponte en cualquier avenida a contar los taxis que pasan durante un minuto. Después, puedes hacer estadísticas en función de las horas y las calles. 67. Pon en práctica cualquier otra forma de consumismo que no te haya mencionado. 68. Cómprate alguna revista americana: Esquire, Q, Rolling Stone, Time, Glamour… Al menos, cómprate una vez The New York Times, por favor. 69. Siéntete como una hormiga que no sabe llegar a su hormiguero. 70. Encuéntrate a ti mismo (o piérdete aún más). Hormigas en Nueva York 115


71. Ten perspectiva. Piensa, emociónate, crea. Las posibilidades aquí son casi infinitas. Al final, seréis tu imaginación y tú las que inventéis las situaciones más memorables.

116 Hormigas en Nueva York


Suena el reloj y son las cuatro y media de la madrugada. Ahora, la perspectiva de visitar la capital de Estados Unidos no parece tan atractiva como cuando la contratamos por un ojo de la cara y un riñón (entre esto y lo de The Police, nos hemos quedado en el esqueleto). Cuando llegamos al punto de encuentro, nos llueve y, para colmo, descubrimos que el idiota que nos concertó el viaje se ha equivocado en la hora (además de que nos quería mandar a Boston en vez de a Washington), robándonos media hora de sueño. Concluimos que, definitivamente, hemos vuelto a errar. Como ya no hay nada que hacer, nos referimos a lógico (podríamos habernos dado media vuelta y seguir acostados), esperamos y nos metemos en el autobús que nos ha de llevar al Distrito de Columbia. Cuatro horas de viaje, con media hora de parada en Delaware, un estado pequeñito de USA. En una estación de servicio de este lugar, se produce uno de esos momentos anécdota que nunca se te olvidan. Si me llamó la atención encontrar en Hormigas en Nueva York 117


un sitio perdido de la mano de dios una máquina recreativa, de las que funcionan con 50 peniques (como nuestras maquinitas de cinco duros), con el Galaga 1981 y el Comecocos, lo que sucedió en el servicio me dejó estupefacto, atónito. Si no estás acostumbrado, el levantarte temprano tiene una serie de inconvenientes. Tu cuerpo responde de otra manera y sus funciones escapan al horario habitual. En cristiano, un apretón. Entro al servicio, el váter parece para enanos de lo bajo que está. Por su parte, el agua está a media altura (¿es que sólo en España comprendemos que el nivel del líquido debe estar bajo para el correcto y cómodo uso del w.c.?). Busco sin éxito la cadena o el interruptor. Me pongo a palpar las tuberías que salen del cacharro, pero sigo sin dar con la tecla. Por suerte, escucho cercano el característico sonido que se produce al tirar de la cisterna. Me tranquilizo y a lo mío. «Cuando acabe, ya me preocuparé del problema», pienso mientras me veo en una situación comprometida de las propias de una película de Ben Stiller. Tras limpiarme, me levanto y ¡zas! El váter «tira de la cadena» solo. ¡Guau! Es tal la impresión que me vuelvo a sentar y levantar para intentar averiguar la relación causa-efecto (por si la boñiga intervenía en la consecuencia o no). De nuevo, se vuelve a producir. Pero es que es más, cuando salgo está el típico 118 Hormigas en Nueva York


grifo que pones las manos debajo y suelta agua, eso no sorprende; pero sí te quedas anonadado cuando en vez del típico aparato-de-aire-que-no-seca-nada y que sirve para que emplees tus «americanos» como toallas, encuentras una máquina que suelta papel para secarse las manos mediante un sensor. Si pasas un dedo, sale un trozo de papel; si repites la operación, tienes otro fragmento de la misma medida. ¡Madre mía, qué locura! Estos americanos nos llevan decenas de años de adelanto. En un mismo lugar, donde Cristo pegó los cuatro gritos, hallas una máquina arcade y un baño futurista (para mí, claro). Así que voy al lugar del mundo en el que se toman las decisiones que afectan a la mayoría de la humanidad, y yo aquí contando mis paranoias instestinales en una estación de servicio que puede que ni aparezca en los mapas de carretera. A lo mejor tiene una relación lógica. Bueno, a lo que iba, llegada a Washington con su correspondiente visita panorámica (es decir, seguimos en el autobús) y las bajadas correspondientes «para tomar la foto»: el Capitolio, la Casa Blanca, el Obelisco y el lago reflectante (sí, ese mismo, el de Forrest Gump), el monumento a Lincoln (¡espectacular!), el monumento a los veteranos de la Guerra del Vietnam, el dedicado a los veteranos de la Guerra de Corea y las tumbas de los veteranos de Hormigas en Nueva York 119


guerra del cementerio de Arlington (Virginia), con las famosas tumbas de John Fitzgerald Kennedy, Robert Kennedy (la única de las 280.000 con una cruz blanca) y Jackie Kennedy Onassis. Por la relación citada se puede ver que, de una forma u otra, Washington es un homenaje al espíritu belicista de la nación. Esto también, por lo visto, se traduce en sus calles, que tienen uno de los índices de criminalidad más altos de todo el país. Los comprendo: si en mi ciudad viviera George W. Bush, creo que a mí también me entrarían ganas de delinquir. De esta opinión, es nuestro guía, Alexander, otro de los hispanos que llevan muchos años, éste nueve en concreto, buscándose las habichuelas en Nueva York. Sus cariñosos comentarios hacia la familia Bush nos hacen más ameno el viaje, como cuando nos comenta en qué zonas han sido vistas las hijas de Bush «levantando el codo», afición heredada del abuelo y del padre. Por suerte, el señor George W. Bush nunca tendrá una estatua como Lincoln, porque jamás ha hecho nada tan grande por la humanidad como Abraham (que abolió la esclavitud en Estados Unidos); ni tampoco una tumba como la de Kennedy, con sus frases memorables. Como presidente, hay quien duda de su verdadera valía, pero sus célebres enunciados permanecen («no preguntes lo que tu 120 Hormigas en Nueva York


país puede hacer por ti, pregúntate lo que tú vas a hacer por tu país»). Bush Junior, por un lado, no podría estar enterrado junto a J.F.K., puesto que papá evitó que fuera a Vietnam (Kennedy fue a la II Guerra Mundial voluntario), con lo que no se le considera veterano de guerra, y, por otro lado, su frases célebres van más en otra línea. A Groucho les habría encantado firmarlas («La parte contratante de la primera parte…», o en versión Bush: «Sé que el ser humano y los peces podemos coexistir pacíficamente»). Comentarios aparte sobre el tío Bush, no se puede dejar de destacar la hermosura del panteón estilo griego en el que se encuentra ubicada la colosal estatua de Lincoln. Igualmente, la valía del monumento a los veteranos de la Guerra de Corea, grabado en una pared de mármol, es reseñable. En la capital del país, hay otra personalidad que es igual o más famosa que el propio presidente. Se trata de James Smithson. Hijo bastardo de un señor inglés, se convirtió en un reputado y rico científico, aunque nunca se le concedió el honor de entrar en el castillo paterno. A su muerte había acumulado una enorme riqueza que fue a parar a manos de su único sobrino. Al morir éste sin descendencia, el testamento de Smithson decía que el dinero se cedería a los Estados Unidos para que creara una fundación con su nombre, con el objetivo de proHormigas en Nueva York 121


mocionar el desarrollo de las Ciencias, las Artes y la Cultura. Los americanos, que se quedan a cuadros con el regalo, son un poco reticentes al principio. «Oye, escúchame, ¡cómo vamos a aceptar todo ese dinero de un hombre que ni siquiera ha estado nunca en este país!», argumentan los sorprendidos estadounidenses ante la voluntad del inesperado mecenas. Total, que al final se cumple su testamento y crean la celebérrima Fundación Smithsonian. Gracias a la cual Washington posee unas notables galerías de arte, un Museo del Aire y del Espacio, así como otros espacios culturales, y los cuales son todos totalmente gratuitos. Una vez que sabes todo esto, tomas mayor consciencia de la envergadura de la tomadura de pelo que ha sido el viaje. Apenas has dispuesto de cuatro horas reales para moverte por Washington, y menos de hora y media para poder acudir a las diferentes partes del inmenso legado de Smithson. Para sabio, Salomón. Nos volvemos a introducir en el autobús, de vuelta a casa. Otra vez vamos dando cabezadas en el vehículo. La versión en español sudamericano de El ultimátum Bourne logra concentrar la atención de los que vamos en el minúsculo autobús. Alexander, que vive en Nueva Jersey, nos tiene preparada una última sorpresa. Nos lleva a Ha122 Hormigas en Nueva York


rrington Park. Ya ha oscurecido por completo y ante nosotros aparece la que seguramente sea la mejor vista que he contemplado en mi vida: el perfil de la isla de Manhattan, con todos sus rascacielos iluminados, igual que el puente de Brooklyn y el resto de edificios. Intentamos el ejercio imposible de captar esa belleza suprema a través de una cámara digital. Es inútil, ni con la mejor cámara, ni en las mejores imágenes. Esta visión es de las que es mejor intentar fijar en la retina para que se te quede grabada en tu cerebro. Así, siempre que quieras, podrás rememorar aquella noche que estuviste en Nueva Jersey contemplando Manhattan en todo su esplendor, con las estrellas en el cielo, el Hudson siendo atravesado por pequeñas motoras, Brooklyn al fondo como complemento ideal y la Gran Manzana, con sus miles de luces, cada una de las cuales representan uno o varios sueños cumplidos o por cumplir, y puede que en ese momento en el que tu imaginación te traslade a otro tiempo, a otro lugar, vislumbres qué has hecho y qué estás haciendo con tu vida como una verdad translúcida, puesto que hasta las hormigas tenemos nuestros momentos de inspiración.

Hormigas en Nueva York 123



Mapa de la ciudad de Nueva York

(wikipedia.org, a partir de mapas de Julius Schorzman -licencia Creative Commons-)

Hormigas en Nueva York 125




Calle 109

7 Times Square

CENTRAL PARK

Calle 86

13 Isla de Ellis

Calle 81

15 Battery Park

Calle 72 LENNOX HILL

21Mo 28 26

Calle 57

THEATRE DISTRICT

7

5ª Av.

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C. 34 C. 30

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SOHO

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Saint Paul

21Mo Museo de Arte Moderno (MoMA)

21M Museo

Metropolitano de Arte

21L Estatua de la C. 14

C. Houston

LITTLE ITALY

Pu M ent TWO an e TRIBECA ha de BRIDGES tta WTC n Pue n Bro te de okly n BATTERY FINANCIAL PARK DISTRICT CITY

15

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C. 23

GREENWICH VILLAGE

MANHATTAN 13

5ª Av.

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11

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Sexta Av.

Novena Av. Octava Av. Séptima Av.

Undécima Av . Décima Av.

31

37

MIDTOWN

Tercera Av. Segunda Av . Bowery Primera Av.

Calle 42

Roose velt

21M 23

11 Empire State Building (21)

18

21N

(también 12 y 27)

Calle 96

Isla Fra nklin D .

UPPER WEST SIDE

Libertad

23 Central Park 26 Distrito del Diamante

28 Rockefeller Center

31 Madison Square Garden

37 Edificio de las

Naciones Unidas


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