Esencias comunitarias y comunidades de poder

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Esencias comunitarias y comunidades de poder Omar René Arias y Carolina Castañeda

Resumen Esta ponencia pretende contribuir a la construcción de un horizonte epistemológico para lo comunitario en la UNAD mediante la problematización del concepto comunidad. Presentaremos un caso concreto dónde naturalmente se pensaría en acciones comunitarias: un barrio subnormal de Ciudad Bolívar y de allí construiremos una discusión que aborda principalmente dos asuntos: Quién o quiénes son los sujetos nombrados en el término comunidad y cómo debe pensarse la intervención de la comunidad desde la universidad. Introducción: Paisajes de piedras, arenas y gentes En la mañana del miércoles 20 de mayo los bogotanos despertamos sobresaltados con la noticia del deslizamiento de tierra al sur de Avenida Boyacá, en el barrio Villa Jackie de la localidad Ciudad Bolívar. En el lugar, la transnacional CEMEX trabaja, desde hace años, realizando excavaciones para la extracción de arena, grava y piedra caliza de la zona declarada Parque Industrial Minero. Por tratarse de una zona de explotación, el sitio ha sido declarado ‘zona de alto riesgo’, sin embargo, por la dinámica de poblamiento local, por lo menos 120 viviendas fueron construidas en el lugar. El deslizamiento no dejó víctimas pero sí un número aproximado de 80 familias damnificadas que necesitaron ser reubicadas en diferentes puntos de la ciudad. De no ser por el trastorno vehicular y comercial que ocasionó el cierre de la vía al Llano, el episodio hubiera pasado desapercibido. Luego del incidente, funcionarios de la Alcaldía Mayor y de la Red Distrital de Emergencias se presentaron proponiendo el desalojo inmediato de los afectados ante el riesgo inminente de un nuevo deslizamiento. La transnacional CEMEX anunció que se haría cargo de los gastos de arrendamiento de las familias desalojadas y propuso la compra de todos los predios afectados. Los deslizamientos en el barrio Villa Jackie constituyen el más reciente episodio de un gran relato de amor y dolor protagonizado por los habitantes de la localidad 19 Ciudad Bolívar: el problema de la explotación minera en su territorio. La explotación minera es quizás una práctica más antigua que su misma conformación como localidad; data de la década de los años 50, durante el primer gran auge urbanizador de la capital. Para esa época, las características geológicas del territorio lo convirtieron en valiosa fuente de minerales necesarios para la construcción, haciendo de la explotación minera una de las actividades más rentables de la época1. En un primer momento, en el territorio de Ciudad Bolívar coexisten la minería artesanal y la de gran escala. En los años 60 avanza la consolidación de la gran industria extractiva, lo cual representa una intervención agresiva del territorio en un periodo inferior a diez años. En los terrenos de las antiguas canteras se instalan los primeros asentamientos. La masa de migrantes producto de las múltiples violencias que desde los años 50 desangran el territorio nacional, ven en estos espacios semidesérticos la oportunidad de acceder a un sueño: la obtención de una parcela para construir su 1

Génesis del poblamiento y la configuración territorial de ciudad bolívar Texto elaborado por Freddy Cardeño, Johan Avendaño y Luis Carlos Jiménez. En medio digital y proceso de publicación.


propia vivienda. La incipiente dinámica de construcción de barrios populares se interpreta, desde sus inicios, como la prolongación de la lucha ancestral por la propiedad de la tierra. De las entrañas del suelo que sirve de refugio a los primeros pobladores se extraen los materiales que ayudarán a levantar sus hogares. En el escenario construido por una industria extractiva y el desplazamiento de la agricultura hacia las partes altas, Ciudad Bolívar se va caracterizando como una zona de urbanización ‘ilegal’. La demanda de vivienda por parte de grupos de bajos ingresos, la escasa oferta por parte del Estado y el sector privado, sumado a los bajos salarios, el alto índice de desempleo y los elevados precios del suelo en el centro de la ciudad, son factores que impulsan la expansión. Lotes relativamente baratos, pagados con cierta flexibilidad a urbanizadores piratas, en lugares potencialmente aptos para ser equipados con servicios públicos, constituyen la condición suficiente para el surgimiento de numerosos barrios periféricos ‘ilegales’, en los cuales, la construcción de viviendas se realiza de manera informal. Pero esta dinámica de urbanización, que en un periodo no superior a 50 años transformó los espacios semidesérticos dejados por la explotación minera en uno de los mayores asentamientos de la Capital, se lleva a cabo en un marco de segregación espacial de carácter estructural. Los sectores estratificados en clases sociales tienden a ocupar los espacios de la ciudad de acuerdo a su capacidad adquisitiva y demandando cierto reconocimiento social. La ciudad heredada de la colonia, habitada principalmente por las clases dominantes y sectores medios, se ve sitiada desde principios de siglo XX por los asentamientos periféricos de trabajadores y campesinos migrantes. Esta ciudad ocupada por ‘los de abajo’ transforma radicalmente el espacio físico y simbólico que durante tanto tiempo ‘los de arriba’ defendieron como suyo y consideraron el espacio privilegiado de su intervención. La autoconstrucción en terrenos ocupados se convirtió en la alternativa de los sectores pobres para acceder a la a la vida urbana; y las antiguas canteras de Ciudad Bolívar se transformaron en uno de los escenarios más significativo para realizar proyecto de la colonización urbana2.

1. Ciudad Bolívar: ¿Quién representa y quién necesita a la comunidad? Definiendo como pobres aquellos a quienes les falta lo que el dinero puede comprar para ellos, para hacerlos «completamente humanos», la pobreza en la ciudad de Nueva York como en Etiopía, devino una medida abstracta universal de subconsumo. Iván Illich

Quizás nada resulte tan llamativo -y a la vez desconcertante- como darse a la búsqueda de los imaginarios que sobre Ciudad Bolívar circulan entre los bogotanos. Aunque suelen ser producto de simplificaciones llevadas al extremo, las representaciones asociadas a dichos imaginarios adquieren tal fuerza de realidad y alcanzan grados tan elevados de coherencia que difícilmente pueden ser interpelados.

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Torres C., Alfonso; Identidades barriales y subjetividades colectivas en Santafé de Bogotá, Universidad Pedagógica Nacional, publicación digital, p. 3.


Ciudad Bolívar es representada frecuentemente por los medios de comunicación como un agregado de problemas y situaciones negativas3. La pobreza, el desempleo, el bajo nivel educativo de sus habitantes, el difícil acceso a los servicios públicos básicos, el hacinamiento, las situaciones de violencia intrafamiliar, la desnutrición, la carencia de vivienda, son algunos de los ingredientes en torno a los cuales se mantiene en ebullición una violencia múltiple y desbordada. Y como no sucede con alguna otra localidad del distrito, la violencia asociada a Ciudad Bolívar se constituye en la fuente de la mayor estigmatización. La localidad está asociada de manera originaria y casi mítica con la vulnerabilidad y el peligro. En Ciudad Bolívar, el peligro y la necesidad se leen como sus signos característicos, sus estigmas. La carencia y el peligro esencial germinan en la inestabilidad de sus suelos, se desbordan en la contaminación de sus aguas, se respiran en la impureza del aire y adquieren alguna forma humana en los rostros ajados y la mirada desconfiada de sus habitantes. Sin embargo, en esta manera de representar a Ciudad Bolívar se expresa una clara relación de poder que suele ubicar en los mismos lugares y asumiendo siempre los mismos roles a dos tipos bien diferenciados de sujetos. De una parte, el sujeto humanizado, representante por excelencia de la tradición occidental, quien desde la distancia prudente se encarga de objetivar y dar sentido, nombrando y otorgando valor a un fragmento de realidad particularmente seleccionado por su mirada experta; en el otro extremo, un sujeto des-valido, en condición infra-humana, carente y necesitado, incapaz de valerse por sí mismo, impotente para iniciar procesos de subjetivación, un menor de edad permanente, un salvaje eterno. La misión del primero radica en llevar civilización sobre ese contexto irracional y sobre los sujetos degradados que necesitan redención. La labor del segundo consiste en someterse de manera resignada a la acción civilizadora, hallarse siempre dispuesto para recibir la asistencia necesaria para lograr un fin tan loable: la racionalización del territorio y la subjetivación de los seres. El repertorio de acciones con fines de redención es amplio. De un lado, las intervenciones estratégicas y estrictamente técnicas, re-ditribuyen de manera eficaz la espacialidad azarosa de la localidad haciendo de ella un escenario propicio para la acumulación del capital (Parque Minero Industrial); ellas operan sobre el suelo y los recursos del territorio impulsando la producción de bienes y la extracción de materias primas necesarias para la producción; operan también sobre los espacios construidos proporcionando la infraestructura necesaria para la circulación y el intercambio de mercancías; operan sobre las mentalidades generando en los sujetos deseos y necesidades que permitan sostener dinámicas permanentes de consumo. De otra parte, las intervenciones ‘humanitarias’ inciden directamente sobre el ‘recurso humano’ buscando la transformación radical de esa sub-especie de seres, sustrayéndoles la condición originaria de in-humanidad, haciendo de ellos sujetos adaptados a las dinámicas políticas y económicas, ciudadanos virtuosos y agentes económicos exitosos en el marco de una vida civilizada, en últimas, sujetos incorporados.

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Alfonso Torres considera problemático para los procesos de construcción de identidad en sectores popular cuando dicha identidad tiende a ser “etiquetada” o impuesta desde fuera; “sus habitantes resisten a ese señalamiento con el cual se les quiere marcar como ‘invasores’, ‘comunistas’ o ‘peligrosos’; al barrio El Pesebre la gente lo rebautizó como Río de Janeiro; los habitantes de Ciudad Bolívar siempre insisten ante extraños que no son lo que siempre muestra la televisión”, En Identidades barriales y subjetividades colectivas en Santafé de Bogotá, op. cit. p. 12.


Es también múltiple el entramado de actores e instituciones que se perciben con el legítimo derecho a intervenir. Las instituciones de carácter estatal despliegan un gigantesco ejército de funcionarios y trabajadores de lo social, su tarea principal consiste en la identificación y focalización de la población más vulnerable, los más pobres y desvalidos; sus intervenciones mitigan las múltiples carencias a través de labores asistenciales, casi todas de carácter parcial y transitorio, en materia de alimentación, salud, educación, vivienda e ingreso (comedores comunitarios, SISBEN, subsidios, campañas de salud). Este tipo de intervención institucional, si bien se extiende sobre el colectivo, despliega esencialmente una ‘táctica individualizante’4. La acción estatal funciona como una matriz de individuación, es decir, una estructura sofisticada por medio de la cual los seres son integrados en condiciones muy precisas: su individualidad precaria y vulnerable debe ser moldeada de otra forma por medio del sometimiento a los patrones específicos de la acción estatal5. Los individuos son arrancados de las redes sociales tejidas a lo largo de la historia barrial -a través de las cuales se sortean las dificultades, se garantizan los mínimos vitales y se adquiere identidad-, para quedar atrapados en la avalancha de estructuras y dinámicas de la institucionalidad. La acción de modelación y moldeamiento por parte de la institución alcanza un grado tal de penetración que el mismo lenguaje y las formas de decir su propia vida se ven enrarecidas cuando los grupos y los individuos comienzan a referir sus situaciones y sus problemas en el lenguaje de la institucionalidad. La institución impone formas de decir y representar, lo mismo que modos de actuar; la aceptación inmediata de esas formas y modos se advierte condición indispensable para la integración. Hablar y representar siguiendo el lenguaje de la vulneración y la necesidad se convierte el parámetro que determina, en última instancia, el efecto de la integración. “Nosotras no somos pobres, somos vulnerables”, comentaba una chica de Altos de Cazucá. Mención especial merece la intervención de las Organizaciones No Gubernamentales. Algunas sustituyen al Estado en su labor asistencial, movilizando recursos y acogiendo como suya la tarea de mitigar la necesidad; otras, asumiendo la representación de la llamada ‘comunidad internacional’, adoptan pesados ropajes morales, y en nombre de la universalidad que entraña el progreso y la civilización, se encargan de presentar como negativas las situaciones locales y condenar de manera firme a los responsables. Su elevada postura moral y su aparente imparcialidad en el juicio casi siempre sugieren la intención de revelar la incapacidad culpable de los sujetos involucrados para resolver las situaciones problemáticas y los conflictos, abriendo el escenario para nuevas y más agresivas intervenciones6. Más cínica y macabra es la intervención de los ejércitos y actores armados. La militarización de las periferias es otra de las estrategias desplegadas para controlar las poblaciones que se encuentran fuera del alcance del Estado7. La crisis de legitimidad

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Foucault, Michel; El sujeto y el poder, publicación digital. Ibíd. 6 Negri/Hardt; Imperio, ediciones desde abajo, “la intervención moral se ha convertido en una fuerza de avanzada de la intervención imperial. En efecto, esta intervención prefigura al estado de excepción desde atrás, y lo hace sin fronteras, armada con alguno de los más efectivos medios de comunicación y orientada hacia la producción simbólica del Enemigo”, p.78. 7 Zibechi, Raúl; América Latina: periferias urbanas, territorios en resistencia, Ediciones desde abajo, Bogotá, 2008, p. 21. 5


estatal, la imposibilidad de sostener indefinidamente su papel ‘Benefactor’ y la renuncia de la política neoliberal para llegar a todos los sectores de la población garantizando el disfrute de los bienes y derechos fundamentales, han provocado la irrupción de sectores de población considerados esencialmente como ‘peligrosos’. La presencia de estos actores incorregibles y amenazantes han puesto en marcha dispositivos de control que, por la vía del terror y el miedo, constituyen la manifestación más significativa de un enfrentamiento silencioso: ‘la guerra urbana’. La zozobra permanente, el estado de excepción generalizado, con panfletos, amenazas, patrullajes nocturnos, toques de queda velados, muertes silenciosas y anónimas, exilios voluntarios e innumerables éxodos, son algunas de las características de esta guerra civil ilegal “que permite la eliminación física no sólo de los adversarios políticos sino de categorías enteras de ciudadanos que por cualquier razón resultan no integrables en el sistema político”8. En medio de este complejo entramado de intervenciones, la Academia juega un papel importante. Con la intervención de las Universidades y los institutos de investigación se completa la curvatura del dispositivo circular del saber-poder. Un saber que se impone como único parámetro de medida de las dinámicas sociales, un poder que clasifica poblaciones, estableciendo jerarquías entre los diferentes grupos humanos. Un saberpoder que revelando las regularidades de la dinámica social, se muestra autorizado para determinar los modos, las orientaciones y las intensidades de la intervención. Un Saber extremadamente inquieto, que se desliza por la intimidad de los sujetos, interrogando sus deseos, sus prácticas, sus traumas y sus frustraciones. Un saber que desde una neutralidad aparente se esfuerza por desentrañar el sentido profundo de las expresiones, otorgándose el derecho a juzgar la veracidad o la falsedad de los enunciados. Saber que examina, diagnostica y elabora estrategias de ortopedia social. Saber que normaliza y nombra, imponiendo marcos objetivos de representación avalados por su propio poder como neutrales y científicos. Este poder del saber, el saber experto que se presenta como el único posible, el único científico, es la instancia que convirtió en legítima la multiplicidad de fracturas de nuestro mundo. El mundo nombrado por el saber-poder se despliega ante nosotros como un gran cúmulo de compartimentos divergentes: locos y cuerdos, civilizados y bárbaros, sujeto y objeto, investigador e investigado. Y en este complejo marco de separaciones, la perspectiva epistemológica que juzga sobre el grado de desarrollo y subdesarrollo de los pueblos, cobra vital importancia. Paradójicamente, buena parte de la experticia desplegada para borrar la inequidad entre grupos poblacionales contribuyó poderosamente a reforzarla. Así pues, la universidad y los científicos sociales han sido, en buena parte, responsables de la generación del subdesarrollo. Al evidenciar la brecha entre una y otra realidad se impulsó la representación del desarrollo como un bien deseable y como la meta última a la que debe aspirar todo país subdesarrollado. La naturalización máxima de estas premisas está presente en nuestro afán de planeación y en nuestro lenguaje político.

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Agamben citado por Zibechi, p. 26.


2. De los aspectos metafísicos de la idea de comunidad Para quienes forman actualmente las dos terceras partes de la población del mundo, pensar en el desarrollo -en cualquier clase de desarrollo requiere primero percibirse como subdesarrollados, con toda la carga de connotaciones que esto conlleva. Esteva

A la sombra de las diversas intervenciones racionalizadoras debemos reconocer el despliegue y propagación de una amplia gama de dispositivos Biopolíticos que pretender el control del territorio y el disciplinamiento de las conductas de los sujetos. Esas formas de intervención prefiguran la manera de representar a Ciudad Bolívar. La localidad que adquiere cuerpo en el imaginario es el resultado, y al mismo tiempo el propósito, de estas múltiples formas de intervención. De esta manera, Ciudad Bolívar corresponde a construcción social, una manera específica de presentar una parte de la realidad, una forma de objetivar los seres y las situaciones buscando la legitimación de numerosas intervenciones, en el marco complejo de las relaciones de poder. Y sobre esa construcción, provocada por las intervenciones del saber y del poder, toma cuerpo una extraña noción de comunidad, dotada de una existencia pre-social, premoderna, casi mítica; una existencia sostenida invariable en el tiempo con características casi metafísicas9. La comunidad se prefigura entonces como una entidad a-histórica y pre-social, pues los vínculos y lazos que unen a sus integrantes se suponen el efecto de fuerzas intangibles de la naturaleza. Uno de los intangibles es la unidad originaria con el territorio. El territorio se presenta como algo dado, pre-existente, natural, un espacio sobre el cual se ancla, también de manera originaria, la comunidad. Comunidad y territorio se perciben como nociones que se implican mutuamente. Ciudad Bolívar es una comunidad, la comunidad pertenece a Ciudad Bolívar. La comunidad hace parte del territorio y el territorio es el sitio que hace posible la vinculación y la vida comunitaria. Pero esa manera de interpretar la relación comunidad-territorio, impide reconocer al territorio como una realidad construida desde las mismas percepciones y experiencias de los sujetos que lo habitan, y en el mismo sentido, impide apreciar los flujos, las migraciones, los desplazamientos que poco a poco constituyen los sujetos colectivos y hacen posible la vida social. Y al constituirse en la relación directa con ese elemento natural que es el territorio, la comunidad se presenta como un organismo puro y originario. El estado de pureza en torno al cual se imagina la comunidad, impide pensar que ella ha sido construida a través de múltiples procesos de resistencia, luchas y movilidades sociales. La comunidad tiende a ser pensada como un origen, nunca desde la voluntad de los actores, el efecto complejo de sus acciones, menos como movimiento, un proceso permanente e inacabado de construcción de redes y tejidos en torno a la solución solidaria de problemas y necesidades. Un proceso permanente de encuentros, identificaciones, desplazamientos y des-identificaciones. Sobre ella parecen no operar las dinámicas de cambio y la transformación social, las dinámicas de movilización y lucha social, el enfrentamiento y el conflicto, pues se piensa que siempre ha sido la

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Este tipo de posturas, señala Torres, “inciden en muchas lecturas actuales sobre los pobres de la ciudad y sus barrios, convirtiéndose en verdadero obstáculo epistemológico para comprender su complejidad. O se les sigue abordando - desde cierto romanticismo- como entidades puras ajenas a toda influencia externa, o se les niega toda identidad propia o relevancia analítica, desde quienes reivindican la creciente metropolitización y desterritorialización de los fenómenos urbanos”, op. cit., p. 1.


misma y ha permanecido allí de la misma manera, sometida a los mismos problemas y necesidades. La comunidad en tanto origen no puede estar en la historia. Por tratarse de una agrupación natural y originaria, la comunidad se presenta como una unidad aislada y absolutamente descontextualizada. La comunidad se presenta ajena a las dinámicas y transformaciones del entorno, sobre ella parecen no operar las múltiples dinámicas modernizadoras que han alterado las formas de vida, las dinámicas de producción, los consumos y, en general, todos los patrones de vida urbana. Tampoco se advierte que sobre la comunidad han operado y siguen haciéndolo múltiples intervenciones institucionales, ONGs, partidos y grupos políticos, que desde visiones políticas bien particulares dejan su huella en la dinámica comunitaria. Y en tanto existencia impermeable e inmodificada frente a las múltiples tensiones y transformaciones de la dinámica urbana, la comunidad se presenta como un grupo homogéneo, absolutamente indiferenciado10. La comunidad se nombra, la mayoría de las veces, desde la unidad de propósitos, la uniformidad de las historias y la univocidad de los destinos. Son únicos y mismos los intereses que mueven lo comunitario; la diversidad de actores y expresiones no parece alterar en mayor medida la percepción de indivisibilidad que acompaña el enunciado ‘comunidad’. Pero el proceso de diferenciación e identificación de los actores comunitarios ha sido impulsado, en muchas de las ocasiones, por las mismas acciones de la institucionalidad, a través de propuestas de trabajo focalizado con sectores bien específicos de la población. Y al presentarse homogénea la comunidad se percibe también como una instancia dessubjetivada, una comunidad-masa. La noción tradicional de comunidad se complace en ocultar los procesos internos de subjetivación: subjetivación de las mujeres, de las madres comunitarias, de los jóvenes, de los usuarios de servicios públicos11. Este reconocimiento de sí mismos como actores diferenciados, con percepciones y concepciones particulares del mundo y de sí, con capacidad de generar iniciativas de transformación en mayor o menor escala, se constituye en uno de los factores más llamativos en la dinámica de constitución y complejización de lo comunitario, pues casi siempre se desenvuelve como procesos generadores de conflictos y enfrentamientos internos que impulsan continuamente su re-interpretación.

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Al respecto, señala Alfonso Torres: “no consideramos que los barrios sean ¨comunidades¨ unitarias y homogéneas, como lo imaginan algunos funcionarios, activistas y quienes no los conocen. Por el contrario, los asentamientos populares, no constituyen un universo cerrado, ni son ajenos al conjunto de procesos que afectan la vida de la ciudad y de la sociedad: son escenario donde se expresan y emergen diferencias de diversa índole. La fragmentación que atraviesa la vida urbana, así como los conflictos propios de la sociedad contemporánea activan diferenciaciones, resistencias y proyectos, en torno a las cuales surgen y se estructuran nuevas categorías identitarias que tienen en los barrios su principal espacio de acción y expresión”, op. cit., p. 12. 11 “vemos como los barrios, además de ser fuente de identidad aglutinadora de sus pobladores frente a otros habitantes de la ciudad, también son un espacio donde se forjan y expresan diferentes fragmentaciones y conflictos sociales que generan identidades particulares, muchas veces contrarias entre sí, pero que por esto mismo, enriquecen la trama social y cultural del mundo popular urbano. Por ello, la heterogeneidad de sujetos e identidades barriales no debe asumirse como un factor que fulmina toda pertenencia local aglutinadora; aunque a los ojos externos, la diversidad de sujetos barriales puede parecer una realidad caótica disociante, para sus pobladores esta coexistencia simultánea de varias lógicas sociales, espaciales y temporales, representa un orden propio que les garantiza control y desenvolvimiento en el barrio y defensa frente a extraños”, Ibíd., p. 15.


Pero, ¿de quién se habla cuando se habla con la comunidad? Generalmente están asociadas a la idea de comunidad las instancias y figuras que la re-presentan. La comunidad es invisible y muda, ella sólo se manifiesta a través de los rostros y las voces instituidas intencionalmente para servir como interlocutores: por tradición, las juntas de acción comunal. El rostro de la comunidad queda oculto detrás de sus mediadores, la multiplicidad difusa de voces, expresiones y manifestaciones debe ser traducida a una enunciación racional que hable el lenguaje racional de los civilizados. Las iniciativas espontáneas de los actores sólo pueden adquirir realidad y visibilidad si logran ser encauzadas a través las instancias de re-presentación reconocidas por la institucionalidad, si logran tramitar sus exigencias de acuerdo con los canales y los conductos regulares establecidos desde esa razón institucional. Así, en torno a la necesidad de representación de la comunidad siempre se encuentra latente el peligro de la usurpación y el fraude. Pero, paradójicamente, esta entidad comunitaria, anclada naturalmente en los límites del territorio, homogénea e indiferenciada, necesitada de representación, guarda dentro de sí un sentido eminentemente teleológico: ella debe encaminarse hacia el fin último de la modernización. El sentido de la dinámica comunitaria no puede ser distinto a la integración a lo moderno-capitalista. El fin deseado para la comunidad consiste precisamente en dejar de ser, impulsar a sus miembros a la dinámica incontrolada de la individuación, la desnaturalización de los lazos míticos y tradicionales que los mantienen unidos. La comunidad debe ser disgregada para que sea posible la consolidación de ciudadanos, productores y consumidores. El tiempo de la comunidad no es ahora la historia de su constitución y sus luchas; el tiempo de la comunidad corresponde a las acciones necesarias para su des-naturalización; el desarrollo de las dinámicas que permiten su inserción a lo moderno. Pero el logro de esa finalidad nunca se produce por la acción espontánea de la misma comunidad, debe ser impulsado y estimulado por actores y sujetos externos (las instituciones, las ONGs, o los partidos políticos). Ese es el marco de legitimación de todas las intervenciones. Como ya se ha insinuado, la aceptación ingenua de este sentido de comunidad como una existencia plena, pre-existente en el espacio y el tiempo, sólo sirve a la consolidación y re-producción de un fuerte dispositivo de poder-saber que elabora una realidad social susceptible ser intervenida para así reforzar y actualizar el poder. De ahí la necesidad de re-definir, re-dimensionar y ampliar los marcos desde los cuáles se percibe y define la comunidad, pues ella no puede seguir siendo aquella instancia que debe ser intervenida desde arriba y con fines racionalizadores; el sentido de comunidad también se juega en las construcciones y dinámicas que desarrollan los mismos actores de la comunidad, acciones que contradicen y se oponen a las acciones modernizantes e integradoras, acciones de resistencia que interpelan y conflictúan las propuestas normalizadoras y que, por lo mismo, admiten una clara intencionalidad política. La comunidad se transforma entonces en un territorio de tensión, cruzado por múltiples relaciones de poder y resistencias. Un espacio de lucha entre distintas representaciones del vínculo y la dinámica social. El enfrentamiento entre una propuesta de comunidad construida y conceptualizada desde arriba y una experiencia de comunidad sentida y experimentada desde abajo. Una comunidad construida desde la aceptación relativa y condicionada de las exigencias propias de la institucionalidad convive con una comunidad que se quiere otra, que se propone transformadora, desde las múltiples prácticas, resistencias e interpelaciones planteadas ante las instancias de poder.


De esta manera, hemos problematizado el término comunidad con la intención de subrayar dos temas importantes. Uno, la comunidad como una categoría socialmente construida, no una esencia trascendente; dos, la comunidad como un actor político diferenciado de las intervenciones que se le imponen. A veces las verdades que se presentan evidentes son las que primero revelan su falsedad. Nadie estaría en contra de afirmaciones como: “no todos los habitantes de Ciudad Bolívar conforman una comunidad”, pero muchas veces aceptamos complacidos que si hablamos con un habitante de Ciudad Bolívar, inmediatamente y por efectos mágicos, entramos en contacto con la comunidad. La Alcaldía Mayor no duda que sus funcionarios al intervenir la localidad lo hacen con énfasis comunitario. Así, esta elaboración invita a abandonar los discursos vacíos y tomar en consideración que la comunidad antes que una esencia es una categoría construida con la ayuda de la Academia y que, por lo mismo, tiene fuertes implicaciones de poder. De ahí la necesidad de trabajarla con responsabilidad, abandonando toda intención de concebir la comunidad como algo esencial. 3. Los retos de desnaturalizar la comunidad. El subdesarrollo alimentó una manera de concebir la vida social como problema técnico, como objeto de manejo racional que debía confinarse a un grupo de personas, los profesionales del desarrollo, cuyo conocimiento especializado debía capacitarlos para la tarea. Escobar

Hasta ahora hemos intentado mostrar cómo el concepto de comunidad resulta problemático en el cambiante mundo que enfrentamos. Sin duda, la globalización implica mucho más que una forma de intercomunicación basada los adelantos tecnológicos, implica sobre todo, una redefinición de las condiciones geopolíticas y geoestratégicas del orden mundial. Allí la contradicción local-global viene determinada por las lógicas del capital trasnacional y las políticas de corte neoliberal. En ese contexto, los deslizamientos de Villa Jackie no pueden mirarse simplemente como un problema geológico, susceptible de ser resuelto de manera asistencial; es el efecto de una articulación forzada y desigual de las dinámicas locales a los procesos del capital trasnacional. ¿Cuál ha de ser el papel de la universidad en este escenario? ¿Podemos mantener ingenuamente la creencia en el progreso y el desarrollo sin más, pensando que la actualización de los patrones tecnológicos permitirá una conexión más limpia e íntima con la comunidad? ¿Debemos repensar nuestras condiciones actuales y futuras a la luz de teorías pasadas o debemos adquirir marcos teóricos y conceptuales capaces de responder a los nuevos desafíos del orden mundial? Cuando el Plan de Ordenamiento Territorial de Bogotá convierte a buena parte del territorio de Ciudad Bolívar en Parque Minero Industrial, considerando que la simple presencia de la inversión privada en la zona traerá los beneficios del progreso y el desarrollo para la población, este enunciado se sitúa en una perspectiva absolutamente limitada de interpretación de la dinámica urbana. La localidad deja de ser pensada como espacio de habitación, expresión y creación de los grupos humanos para quedar anclada en la lógica del capital. Pero la lógica de acumulación de capital no corresponde a la lógica de construcción comunitaria. Los espacios urbanos son subordinados a la lógica acumulación cuando los espacios vivenciados comienzan a ser leídos en términos de la explotación intensiva de materiales y recursos que incrementan el capital extranjero. Pero, una vez que hemos entendido que la globalización tensiona lo local, ¿podemos dar respuestas que centradas únicamente lo local-comunitario? ¿Es lo global sólo una herramienta interpretativa o, en el mejor de los


casos, una atmósfera dentro de la cual interactuamos, sin transformar significativamente nuestras visiones y nuestras prácticas? En lugar de pensar el contenido de lo esencial comunitario, proponemos la reflexión sobre la pertinencia académico-política de la categoría comunidad en este presente complejo. Para el caso, ¿es suficiente seguir midiendo la intervención comunitaria de la UNAD a través de la acción individual de los estudiantes y egresados? ¿Cuál es el sentido de esa intervención? ¿La intervención debe estar limitada a labores puntuales y estrictamente técnicas, a la manera de aquellos expertos en comunidad, quienes, ejerciendo como funcionarios de la Alcaldía Mayor presionan a los habitantes para que abandonen sus viviendas? Desde la década de los noventa las concepciones de progreso y desarrollo como estados deseables fueron cuestionadas desde América Latina. La nueva postura, distante de la visión marxista hegemónica en décadas anteriores, propone un ejercicio crítico basado en la deconstrucción, es decir, en la desnaturalización de conceptos y valores que parecen tener existencia propia. Su principal representante, el colombiano Arturo Escobar, propone que el concepto de desarrollo está vinculado directamente con la geopolítica mundial que inaugura la postguerra, a partir de la cual se forja el neoliberalismo12. Escobar propone ver el desarrollo como un concepto que existe gracias a la construcción imaginaria de una realidad que lo hace posible: el tercer mundo. Pero también supone un correlato sin el cual no puede existir, su verdadera condición de posibilidad, el subdesarrollo. Según Esteva el desarrollo se define circularmente como todo aquello que no es subdesarrollo13. La crítica lleva implícita la desnaturalización de los sujetos que han sido construidos para hacer posible la intervención: los pobres del tercer mundo, habitantes forzosos de las comunidades tradicionales. La crítica supone también la desnaturalización de las categorías propias de las ciencias sociales y económicas que permitieron construir discursivamente el subdesarrollo y sus sujetos: tercer mundo, pobres, tradición, campesinos, atrasados, comunidades, violencia intrafamiliar, desnutrición, hambre, analfabetismo, salvajismo. Categorías que constituyen el horizonte de sentido del desarrollo, sumadas de otras tantas como tecnología, infraestructura, servicios públicos, educación, crecimiento, riqueza, conocimiento, democracia, derechos o planeación. Pero la fractura entre desarrollo y subdesarrollo no es natural ni espontánea, se produjo discursivamente por efecto de un poder más efectivo que la coerción: el conocimiento. Así, las concepciones de comunidad ancladas en la relación poder-saber, cada vez que intentan sacar a la comunidad del estado de “atraso” y “pobreza”, generan el efecto perverso de mantenerla anclada en dicho estado, pues esa visión del desarrollo ofrece al tercer mundo únicamente posibilidades de subjetivación sobre su misma condición de subdesarrollado. Categorías analíticas como necesidades, o categorías de intervención como ayuda y cooperación, son vehículos del mismo discurso del desarrollo conducidos por expertos de todas las ciencias. Nadie mas experto en la tradición que los antropólogos; los

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Escobar, Arturo (1996). La invención del tercer mundo: construcción y deconstrucción del desarrollo. Bogotá: Norma 2006 13 SACHS W. (editor), Diccionario del desarrollo. Una guía del conocimiento como poder, PRATEC, Perú, 1996


sociólogos se especializan en la definición de las necesidades, los comunicadores en lenguajes alternativos, los ingenieros en saneamiento básico, en calidad de vida se muestran expertos los especialistas de la salud, en pobreza y riqueza que los economistas y en planeación que los administradores. La Planeación y la superación de la necesidad se unen en la tarea común de salvar a un sujeto subdesarrollado que para el caso denominamos comunidad14. Pero de la misma manera en que el desarrollo pierde sentido como categoría científica si desaparece la realidad nombrada por el subdesarrollo, los saberes expertos empeñados en labores mesiánicas perderían toda legitimidad si dejamos de concebir a las comunidades como grupos esencialmente necesitados. ¿Hemos reflexionado suficientemente como academia sobre los imaginarios y representaciones, tanto científicas como políticas, que hacemos de las comunidades?, ¿Hemos advertido las implicaciones éticas que tiene el hablar a nombre de otros? ¿Somos concientes que al hablar por las “comunidades” estamos desposeyéndolas de su propia agencia? ¿Hemos sometido a discusión qué significa en términos del saberpoder representar a alguien como pobre para luego ser yo quien intervenga sobre él? Como Edipo, nos encontramos en el cruce de dos caminos: nuestra esencia comunitaria nos obliga a manifestarnos desde la praxis de la transformación social, pero, ¿cómo hacerlo sin robustecer los dispositivos que señalan la reproducción de lo establecido? ¿Cómo hacer de lo comunitario un propósito y una instancia de emancipación? En ese sentido, preguntamos por el significado que debemos darle a propósitos del PAPS como: “[la UNAD] ha consolidado un pensamiento centrado en los estudiantes, núcleos de población en situación de vulnerabilidad y las comunidades, para dar respuesta pertinente a las múltiples necesidades y pobrezas”15. Consideramos que la función primordial de la Universidad es la educación y en ella se cifra su función social. Es pues el conocimiento, producido y puesto en marcha el que puede centralizar nuestras acciones y pensamientos. La acción comunitaria, o la acción vista como esa apuesta que verdaderamente está comprometida con el cambio puede no ser el camino que deba tomar la universidad. La acción sin un compromiso radical con la teoría puede confundir el trabajo universitario y simplemente funcionalizarlo en “el hacer”, olvidando su papel y falseando el de la sociedad civil. No todo pensamiento debe concretarse en acciones que puedan medir los indicadores de gestión impuestos por la planeación estratégica basados en las premisas neoliberales de maximización de recursos. La universidad antes de proyectar el conocimiento en términos de sus “usos” debe preguntarse por los resultados complejos, conflictivos y contradictorios de esos usos, es decir de las articulaciones concretas del saber-poder.

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Ver PAPS: “La base del componente comunitario-regional es la interacción social, proceso permanente que descansa en la relación humana de mutuo reconocimiento y de acción recíproca, presentes en todos los procesos de intercambio que el hombre realiza. En efecto, el hombre además de luchar por la supervivencia, lucha también por su reconocimiento personal y social”. 15

PAPS


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