Mil diabluras

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Jürg Schubiger | Eva Muggenthaler

Cuando Luci entró en el aula, estaba claro que él no era un niño como los demás. Él era un diablo que venía ¿Qué estaba haciendo allí si sentía tanta nostalgia? Luci hacía su aprendizaje en la aldea: tenía que provocar

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1000 diabluras y sólo entonces podría regresar a casa.

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directamente del Infierno.

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Era verano cuando Luci llegó a nuestra clase. Me acuerdo de sus desnudos, peludos brazos. Su piel era muy oscura y parecía simpático, pero no venía del sur y ni siquiera verdaderamente del exterior, sino de abajo, del Averno, y olía como un incendiario. Que Luci era un joven diablo se reconocía solamente a la segunda o tercera mirada porque las protuberancias que llevaba en la frente todavía eran pequeñas. Éste es Luci, dijo la maestra. Viene de muy lejos, de una tierra cálida y quiere ser nuestro amigo. Luci adoptó una expresión tan cómica que todos nos reímos. Se dirigió a Clara, la hija del pastor, y se sentó a su lado. Sin embargo, la maestra le cogió del brazo y le indicó el asiento junto a Bruno, que olía a establo de conejos.


En la segunda hora, teníamos Mates. Mientras la maestra hablaba, Luci la miraba fijamente. Había algo incendiario en sus ojos. ¿Qué sucede, Luci?, le preguntó. Luci dijo: Usted huele muy bien, señorita. La maestra enrojeció. Podrías estar atento, le advirtió. Lo hago, ya lo estoy haciendo, dijo Luci, ¿si no, cómo podría haber notado su aroma? En realidad, soy capaz de hacer varias cosas como, por ejemplo, eructar tantas veces como quiera. Y mostró que era cierto. Eructó hasta que Bruno dijo: Yo también soy capaz de hacerlo. Pero los eructos de Bruno sonaban menos naturales. Clara afirmó: Yo puedo, si quiero, escupir más allá de los diez metros pipos de cerezas, por ejemplo. La maestra gritó: ¡Basta! ¡Abrid vuestros cuadernos! Le entregó a Luci uno nuevo y él lo abrió. Después volvió a cerrarlo. Abridlo, Luci, dijo la maestra y Luci obedeció. En cuanto ella desvió la mirada, lo cerró de nuevo. La maestra preguntó: ¿Qué haces? Es un truco, señorita, le explicó Luci, para que yo pueda obedecerla de vez en cuando. Muchos de nosotros comenzamos a abanicarnos como locos con los cuadernos. Así terminó la primera clase. La maestra tenía un aspecto muy pensativo.




Solamente en el recreo principal, nos dimos cuenta de que Luci cojeaba ligeramente y de que en la parte izquierda no llevaba un zapato sino una pezuña. ¿Eres un diablo?, le pregunté. Luci asintió. ¿Uno verdadero?, preguntó Bruno. No lo creo, dijo Clara. Si fuera uno de verdad, entonces hablaría latín. Eso era antes, aclaró Luci. Hoy todos hablamos español fluido. Nosotros no confiábamos todavía del todo en sus palabras. Un pie de equino puede tenerlo cualquiera, indicó Susana, eso no es ninguna prueba. Mi abuelo tenía un labio leporino y una de mis tías un ojo artificial. Luci dijo: Yo puedo encender un cigarro sin cerillas y sin nada más. Hazlo, pidió Clara. Recordé que la maestra tenía cigarros sobre la mesa. Y era la hora del recreo. El aula estaba vacía cuando entré, la mesa de la maestra abandonada. Cuando le entregué los cigarros a Luci, comenzó inmediatamente a chasquear los dedos. Sus gruesas, encorvadas uñas producían un ruido como un viejo encendedor, pero eso era todo. Los cigarros no prendían. Mal tabaco, dijo Luci.



El recreo había terminado. La clase aún hacía ruido moviendo las sillas. Luci continuaba chasqueando los dedos, pero sus intentos únicamente producían el ruido de un encendedor. Aquí no puedo concentrarme, murmuró Luci y colocó el cigarro detrás de su gran oreja. ¿Qué sucede ahora?, preguntó la maestra. Susana contestó: Luci afirma que es un diablo y nosotros no lo creemos. O primero tendrá que demostrarlo. Podríamos tratar el tema del diablo en la clase de Biología, propuso Max, así podríamos tener una referencia. La maestra no entendía del todo de qué íbamos: ¿Quién ha dicho que Luci sea un diablo? Nadie, exclamó Clara. Nosotros no lo hemos llamado diablo porque no lo es. Luci comenzó a llorar. Terriblemente triste. La maestra se acercó a él y le acarició su peluda nuca. Luci solamente dejó de llorar cuando Susana y Clara estuvieron a su lado. Está bien, dijo Susana. Ella misma tenía lágrimas en los ojos. Pues entonces eres un diablo, añadió. Yo también, dijo Bruno. Tuvo que retirarse a un lado para que las chicas pudieran tocar a Luci. De verdad que soy un diablo, sollozó Luci. La maestra asintió pacientemente. Cuando sonó el timbre, la maestra cogió un cigarro de su mesa. Y sucedió algo inesperado: Luci corrió atropelladamente hacia delante, chasqueó los dedos de la mano izquierda y el cigarro se encendió. Gracias, dijo despistada la maestra. Luci sopló sobre su pezuña como un cowboy en el cañón de su humeante revólver. Estábamos sorprendidos. Algunos, sobre todo las chicas, estaban realmente entusiasmadas y otros, sobre todo los chicos, comenzamos a chasquear los dedos debajo de los pupitres. Tan sólo es una cuestión de práctica, dijo Bruno. Efectivamente, Clara consiguió encender por un instante una llamita. Quizá porque ella era zurda.


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