Fotografias incendiadas entre un bar y otro

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FOTOGRAFÍAS INCENDIADAS ENTRE UN BAR Y OTRO Las promesas que nos hicimos y las promesas que preferimos callar. La franqueza con la que abordamos las situaciones que sucedieron. Acaso el futuro y el amor que quisimos conjurar y nos averguenza. Todos los planes sobre otra vida, que hoy luce artificial y hermosa. La literatura & El amor, como eslabones de una misma cadena. Acaso la percepción de una realidad sobreimpresa sobre otras. Recuerdo todos los cafés que sucedieron & todas las cervezas. Trago a trago, copa a copa, acodado en la barra, sentado & de pie. Entre un café y otro, mientras dejamos que el destino nos atropelle. Las sensaciones, tan nítidas como sueños... se diluyeron en brumas. En algún lugar en este mundo u otro, desembocan todas las bebidas. Allí nos hundiremos y embriagaremos & todo será glorioso & cursi. En “La Poesía”, en San Telmo, en la esquina entre Bolívar y Chile. La misma mesa, la misma rutina. Conversaciones sobre todo y nada. Jugábamos a reconocer a las personas en los retratos de las paredes. Yo me esforzaba por ser culto y quería impresionarte, así que mentía. Pero la verdad es que no tenía nada para decir que valiera la pena. Vos me hablabas de tu infancia en el colegio Cristóforo Colombo. Yo te hablaba de Philip Dick y de los libros de Michel Houellebecq. Proyectamos viajes que nunca hicimos. Nuestra traición fue aséptica.

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En “Varela Varelita”, en Palermo, en Paraguay y Scalabrini Ortiz. Supe estar solo y deprimido y enloquecer despacio y en silencio. También, parlamentar con los parroquianos o amigos, sobre arte. Bebíamos cerveza y de manera gradual el tiempo perdía sentido. Las mujeres, desde las mesas vecinas, lucían como Amazonas. Las mujeres prometían darnos una paliza que nunca nos dieron. Esas palizas que anhelamos con singular expectación y deseo. Mientras ellas, a horcajadas, volaban sobre pterodáctilos ebrios. Allí confundimos la literatura con la ciencia y el amor con el sexo. E hicimos planes grandiosos para conjurar una felicidad imposible. Planes que, problamente, serían tan inútiles como todo lo demás. Recuerdo mi deambular sin rumbo. Forajido en tierras extrañas.

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Recuerdo las peleas de boxeo, transmitiendo en vivo, vía satélite. Recuerdo estar rodeado de viejos alcohólicos con aliento a tabaco. Mi ambición era un momento de discreta felicidad, que acaso tuve. Acodado en la barra de “Pin Pun”, la famosa pizzería de Almagro. El vino tinto barato y las porciones de pizza me hicieron lo que soy. Afuera, las chicas lindas con minifalda, parten rumbo a la discoteca. Ninguna me consiente ni me dedica una sonrisa, apartan la mirada. Yo recuerdo pasar la noche durmiendo en un ciber abierto 24 horas. Escuchar Erik Satie desde unos auriculares reparados con cinta adhesiva. Escribir poemas pretenciosos, sobre el bien y el mal, lo inmortal, lo finito. Subrayar con lápiz frases en un libro de Jack Kerouac, como si importara. Suponer que el mundo tiene un sentido previo y perseguirlo pese a todo.

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En “Mar Azul”, en Rodriguez Peña y Tucumán, nos dimos cita alguna vez. Hablamos de los viejos tiempos. Hicimos de cuenta que estábamos en paz. Sostenías tu taza con ambas manos y a través del humo te observé furtivo. Por un instante supe que todavía podía amarte, aunque el amor no existiera. Oh, bohemia de la Avenida Corrientes, resguardémonos en “La Giralda”. Trasegando chocolate con churros, los problemas parecen menos graves. Luego podremos ir a “Guerrín” a comer unas porciones de pizza, de pie. Asistir al ciclo de cine de la Leopoldo Lugones, en el teatro San Martín. Yo te sonreiría con orégano entre los dientes y vos pensarías que está bien. Pensarías que por algún mágico designio, se acumulan anécdotas y lugares. Entre un bar y otro, tendremos la intuición de la fugacidad del instante. Nuestro testimonio será una serie de fotografías tomadas fuera de foco. Esto es lo que tenemos. Estas son nuestras riquezas. Invenciones, humo. La felicidad es una promesa abstracta y es la promesa que nos sostiene. Mirando en retrospectiva, todo ha sido tan importante como prescindible. Entonces quieres recordar las palabras pronunciadas, pero se te escapan.

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Oh, mi amor, perdamos el tiempo en “La Orquídea”, total, no vale nada. Volveremos nuestra mirada atrás, con intención de recuperar el pasado. Incluso cuando sepamos que no podemos recuperar la juventud perdida. Entonces cerraremos los ojos y dejaremos que los aromas nos confunda. Esta nostalgia soberana, se ha instalado por sí sola. El dolor nos iguala. Las lágrimas articulan el paso de un tiempo fragmentario y disperso. Todas las palabras que quisimos pronunciar y que no pronunciaremos. Todos los momentos, sensaciones y lugares. Desapareciendo, breves. Todas las sensaciones se conjuran y comprimen en un mismo instante. La vida es horrible y hermosa, en proporciones similares y equivalentes. La acumulación de los días implica una pequeña eternidad fragmentada. Disueltos en el delirio de lo real, eslabones de una experiencia rotativa.

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Los poemas fueron escritos por Luciano Alonso, durante el año 2011, corregidos para la ocasión (Abril 2013). Las fotografías fueron tomadas por Martín Cajales entre Enero y Marzo de 2013.

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