Transiciones

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Transiciones ========= Laura Garrido Barrera

Primer Premio de Relato Breve Otorgado por la ConcejalĂ­a de Igualdad del Ayuntamiento De AlcalĂĄ de Henares. 4 de marzo de 2013

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| Transiciones |

Cuando te conviertes en una sombra de ti misma, te sientes desaparecer. Es como si comenzaras un tránsito de obligada transparencia en el que pasas desapercibida, inadvertida, invisible hasta el extremo de convertirte en un objeto inanimado. El resto te observa como si estuvieras deprimida, como si un terrible suceso te hubiese abocado a un estado de semiinconsciencia. Esta situación me ocurre únicamente cuatro veces al año, coincidiendo todas ellas con el ciclo de las estaciones. He desarrollado una extraña habilidad que consiste en observar a otras mujeres que también realizan el tránsito aunque no lo confiesen. Se visten con ropas pomposas para engañar a su sombra, para hacerse más robustas cuando el sol proyecta su imagen sobre las baldosas, a medio camino entre su realidad rutinaria y la fantasía de convertirse en unas supermujeres. Todas pertenecemos a una estirpe que desaparecerá con el tiempo, cuando nuestra sociedad reconozca que la igualdad no significa caminar del brazo de un hombre a su misma altura. I. Otoño El otoño es una estación especialmente peligrosa para el espíritu. No es que me deprima la lluvia, o las hojas revoloteando por el jardín al compás de los primeros vientos heladores. Me deprime la oscuridad. Los días más cortos y sus amaneceres muy negros. La caída de las castañas siempre coincide con los primeros exámenes del ciclo escolar, el reencuentro con los horarios extraescolares, sus partidos de fútbol, los martes musicales y los domingos de deberes. Alterno mi dedicación por sus vidas con la mía propia, y eso, siempre es complicado. En mi empresa exigen que quien quiera prosperar ha de dedicarse al negocio en cuerpo y alma, lo que significa estar disponible veinticuatro horas al día pendiente del móvil. Hace tiempo que me olvidé de un sueldo mejor y mis compañeros son mis jefes. Con el primer hijo aún mantuve mis ilusiones vivas, pero con la llegada del tercero me abandoné a un horario de ocho horas justas con desconexión de teléfono incluída nada más salir por la puerta giratoria. Es en ese momento cuando el móvil personal recupera su estado normal tras una jornada en modo de vibración y silencio. Normalmente en otoño comienza mi ciclo vital. Desde octubre hasta el setiembre próximo acabo agotada. Admiro a las personas que saben extraer el jugo de la vida al máximo, como mi amiga Elena. Ella es soltera, con novios alternos, con un trabajo 2


liberal que le permite dedicar sus horas libres a su arte, las acuarelas, senderista de fin de semana, esquiadora en invierno, viajera de países exóticos en verano, alta, con las curvas justas bien delimitadas en sus sesiones de yoga, sin arrugas ¡quién diría que tenemos la misma edad!, amante de los animales, tiene tres perros, monta a caballo y hace submarinismo. Vive una vida que a veces envidio. Cuando nos tomamos ese café acelerado en el entreacto de la puerta giratoria de mi empresa y la llegada de mis niños, me pregunta siempre si soy feliz, y yo le contesto que sí, con la boca pequeña, maniatando mis palabras en un discurso que hace mucho tiempo que no oigo, pero que repito incansable como si revolviera lentamente un dulce de membrillo que quisiera ofrecer terso y suave. Mis hijos y mi marido lo son todo, le digo, y me encuentro muy realizada, le repito, aunque lo cierto es que daría lo que fuera por un solo día de su vida, uno solo. Elena también tiene su sombra particular, pero sólo una vez al año y en una época muy concreta: en navidad.

II. Invierno El invierno es un túnel sombrío al que llegas patinando sobre un suelo resbaladizo y muy peligroso. Si no sabes mantener el grado justo de equilibrio en tu espíritu, muy necesario para afrontar el mes de diciembre, es posible que el túnel se prolongue hasta bien entrada la primavera y tu alma quede dañada. En estas fechas contrasta mi estado de ánimo con el de mis hijos, siempre emocionados por la llegada de las fechas navideñas, con la euforia de la gerencia donde trabajo, siempre intentando vender más y mejor en esos días, con el estado anímico de mi marido, ansioso por las celebraciones conjuntas y por reunir a toda la familia en nuestra casa. Nuestras discusiones se inician en el puente de la Inmaculada y no terminan hasta que uno de los dos cede, normalmente yo. Entonces reclamo ayuda, exigiendo a mi pequeño varón, el primogénito, igual cumplimiento en sus tareas hogareñas que a mis hijas, pero él siempre encuentra escapatoria amparado por su padre: que si el partido de fútbol, una escapada para recoger setas, o un partido de futbito padres contra hijos. ¡Es injusto! gritan ellas, y yo les dijo que algún día haremos justicia de la buena. Elena, suele estar deprimida en estas fechas, porque a pesar de su imperturbable sombra, no puede escabullirse de la oleada de guirnaldas navideñas que se imprimen a cada paso por la ciudad: papas nöeles importados, papeles de regalo con estrellas, belenes improvisados o besos y abrazos de personas no deseadas. Acudo en su rescate con la cena de nochebuena, ya es como de la familia, y todo el mundo está de acuerdo, en que se una el día de Navidad, en nochevieja y año nuevo, e incluso el día de reyes nos visita bajo nuestro árbol para recoger su regalo. A veces oigo algún comentario desafortunado que me duele en lo más hondo del corazón de mi sombra: “aprende de Elena, que mujer más vital, ¡cuánta suerte tendrá quien la pille!”. Yo también la admiro mucho, suelo responder, es mi mejor amiga. 3


La resaca navideña no deja indiferente a nadie. Son demasiadas fechas señaladas en un intervalo de emociones demasiado corto. Enero y febrero son meses de andar por casa. Elena desaparece de nuestras vidas y nos escribe postales desde las mejores estaciones de esquí. Y yo siempre me pregunto si resbalar por una de esas pistas proporcionará un estado de libertad muy diferente al que siento en mi patinar sobre las hojas mojadas del otoño.

III. Primavera No hay invierno que se precie que no tenga su correspondiente astenia primaveral. Mayo es el mes de las flores y además soy alérgica. El sol de mayo acostumbra a traer los primeros pólenes que dinamitan mis primeros estornudos. Estornudo a todo el mundo sin compasión, y como son tantos y tantos años explicando lo mismo, ya solo me limito a asentir con la cabeza cuando me sugieren el horrible resfriado que he pillado con unas temperaturas tan benignas. Mi madre aprovecha también para sentirse peor que nunca y nadie parece darse cuenta de lo cansada que estoy. Ni siquiera mis hijos, con esa energía tan característica que acompaña a su corta edad, me ofrecen una pequeña tregua. Por no defraudar sus expectativas de mamá jovial y aventurera, suelo acompañarles en las excursiones en bicicleta por los campos reverdecidos y regados de gramíneas, aunque me cueste un ingreso en el hospital y un buen chute de cortisona. Mientras todo esto ocurre, mi marido es ajeno a mi vida, como si su trabajo dedicado a la política fuera lo más importante del mundo. Siempre tan preocupado por salvar a esta sociedad, permanece exento a toda obligación familiar. Nuestra distancia se hace cada vez más insalvable y aunque Elena me recuerda que sólo se vive una vez, y que debiera tomar las riendas de mi vida, yo soy una mujer parecida a esas del siglo pasado, que desea unos hijos con vivencias felices a pesar de las dificultades para edulcorar las mías propias.

VI. Verano Hoy ha llegado el verano. Los calores de julio y agosto serán insoportables. Elena viajará al Artico, porque dice que allí hay unas auroras boreales increíbles. Nosotros iremos a Levante como todos los años. Estoy harta de aquel ridículo apartamento que compramos a bajo coste. Odio sus paredes lacadas en blanco y sus vistas a un mar de hormigón. Este año no iré. Acabo de anunciar la noticia y se ha producido una conmoción de grado extremo en nuestro hogar. He argumentado que necesito tiempo para mí, y nadie lo entiende. ¡Sólo os marcháis quince días! les he gritado, pero les ha parecido una eternidad. A pesar de sus súplicas me he 4


mantenido firme y decidida, y mi marido me ha mirado con estupor y desaliento. Es tan engreído que jamás confesará su miedo a olvidar a nuestros niños en la primera gasolinera que reposten, como el día que olvidó a Mariela en el coche en vez de llevarla a la guardería, tampoco admitirá que los trastos de la playa son unos bultos pesados que se triplican aderezados por los sudores y el mal humor cuando subimos la escalinata de nuestro maravilloso apartamento, no reconocerá que cocinar en un habitáculo sin extractor con treinta grados de temperatura media es una heroicidad después de haber discutido durante el recorrido de esos malditos quinientos metros. Él sólo me echará de menos como mujer un par de noches, el resto del día será como si echara de menos a su sirvienta. Seguramente comerán y cenarán todos los días de restaurante, y llevará seis maletas de ropa para no tener que lavar ni una mísera mancha de grasa. No me importa. Confiaré en que no los pierda, él es tan adulto como yo. Necesito ordenar mis ideas. Saber a quién, cómo y qué, voy a dedicar el resto de mis días, y todo por ese orden. El quince de agosto, se marcharon los cuatro con caras cariacontecidas. El coche familiar paró en la curva y mis hijos se bajaron del coche para abrazarme de nuevo. En ese momento supe a quién dedicaría una parte del resto de mis días. La casa enmudeció, de repente todo se desvaneció difuminado en las sombras de sus ausencias. El reloj de la cocina marcaba las horas más lentas y amanecía mucho después de que yo despertara. Los primeros días se precipitaron sobre mi invisibilidad y únicamente reconocía una parte de mi persona cuando charlaba con mis hijos por las noches. Busqué atropelladamente mi sombra intentando recomponerla, pero de nuevo comprobé, igual que los años anteriores, que si caminas a pleno sol durante el mediodía, el sol bulle sobre tu cabeza con toda su intensidad proyectando la sombra bajo tus pies y haciéndola imperceptible. Ya no era nadie, acaso una figura borrosa de una mujer cargada de responsabilidades cuyos únicos triunfos y méritos cuantificables se reducían a un currículum universitario excelente. Todo lo que ocurrió después de aquel período de juventud, engulló mi tiempo de forma trágica, después mi espacio y al final mi espíritu. Aquellos quince días mantuve una batalla implacable con mi sombra. Organicé el cómo, realizando numerosos cuadros con tareas por turnos, planchas, lavadoras, comidas, cristales, suelos y baños. Después organicé el qué: las horas que me quedaban libres, ¿pintura? ¿sauna? ¿ejercicio? ¡Cualquier cosa menos “cómo cocinar en tiempo récord para cinco”! Además actualicé y envié mi currículum vitae a empresas filiales del sector, en las que se valoraran menos las horas invertidas, y más la calidad del trabajo. Me sentía como una chiquilla haciendo muchos planes para su fiesta de graduación. Una de aquellas noches abrí mi cajón secreto, ese que toda mujer tiene olvidado en 5


alguna parte. El cajón del polvo de estrellas, las hadas madrinas y los sueños. Entre mis cosas, no encontré rastro de esa sombra que había condicionado mi existencia. Hallé mis papeles perdidos, mi amor por la escritura, y rescaté unas cuartillas amarillentas para releerlas una y otra vez. Por fin supe a qué dedicaría el tiempo que me quedara libre. Escribiría. Escribiría relatos cortos, breves o largos. Los primeros versarían sobre mi nueva condición de mujer humana, en toda la acepción del sujeto y calificativo. Destronaría a golpe de pluma a todas las supermujeres que dicen sentirse tan realizadas e importantes cuando se encuentran a un paso de abrir la puerta de su tránsito propio, que a menudo las relega a una transparencia que las convierte en totalmente prescindibles, sin que ellas sean conscientes. Mi nuevo proyecto de vida me ilusionó de tal forma que puse una conferencia con el Artico para compartirlo con mi amiga Elena. ¿Te separarás?, me preguntó mientras fotografiaba un glaciar que se derretía de manera incontrolada. —Elena, me estaba derritiendo como ese glaciar que me cuentas, y cuando he sentido la humedad y salinidad de mi propias lágrimas, he tomado conciencia de mi estado. Esa pregunta te la responderé el año que viene, cuando consiga realizar un nuevo tránsito completo en esta vida. Te quiero amiga, te quiero mucho.

FIN

Ejemplar dedicado a ese conjunto de amigos y amigas que habitualmente dedican unos minutos de su vida para leer un blog de palabras, también a quienes me escucharon atentamente el día 4 de marzo de 2013 en Alcalá de Henares y al Ayuntamiento de esa localidad por hacer posible un pedacito de mis sueños. Muchas gracias. Un placer haber conocido esa bonita ciudad, y un gran beso de Laura Garrido Barrera. http://demispalabrasylasvuestras.blogspot.com.es/ 6


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