Muestra de estilo monólogo 1

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¿Dónde está esa muchacha que me decía con tanta ilusión que quería aprender idiomas y sólo idiomas, para poder ser empleada de aviación y viajar y ver mundo? Tu primer grito me dejó aturdida. Nunca pensé que mi voz pudiera ir tan lejos y durar tanto. Y que todo ese sufrimiento me saliera hecho gritos por la boca y hecho criatura por abajo. Tan pronto como pude respirar oí un llanto y la comadrona tenía agarrado por los pies algo que parecía un animalillo, algo que era mío, y le golpeaba la espalda con la mano extendida. No quiero que tengas que gritar y llorar más si no quieres. Por eso te mando este pedazo de mi vida. Aprovéchalo. Mi madre nunca me habló de los hombres. Ella y mi padre pasaron muchos años peleándose, muchos años sin decirse nada. Se pasaban las tardes de los domingos en el comedor sin decirse nada. Cuando mi madre murió ese vivir sin palabras todavía se hizo más grande. Y cuando al cabo de unos años mi padre volvió a casarse, en mi casa no quedaba nada a lo que yo me pudiera agarrar. Vivía como un gato: de un lado a otro con la cola baja, con la cola tiesa, ahora es hora de comer, ahora es hora de dormir. Pero un gato no tiene que trabajar para vivir. Vivíamos sin palabras. Y las cosas que tenía dentro me daban miedo porque no sabía si eran mías o... Agaché la cabeza porque no sabía qué hacer ni qué decir. Y pensé que tenía que vivir las cosas que me traía la vida. Y pensé que tenía que apilar la tristeza, empequeñecerla. Y hacerlo deprisa, que no me envolviera, que no se me desparramara ni un minuto por la venas ni a mi alrededor. Hacerla un ovillo. Una bala. Un perdigón. Tragármela. Y pensé que las cosas bonitas de la vida... el viento, los cipreses horadando el


aire y las hojas yendo de un lado al otro, no estaban hechas para mĂ­. Que todo habĂ­a terminado para mĂ­.


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