Biografia Alvaro Uribe

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¿Sabrá esta mujer con quién está casada su hija? ¿Cuántos crímenes habrá cometido el hombre que entierra las rodillas en mi espalda? Y este niñito, ¿cuántos cometerá? Antes de que se acabe la hecatombe, ¿cuántos muertos engrosarán las estadísticas oficiales, cuántos secuestrados, cuántos heridos irrecuperables, cuántas familias desoladas, cuántas miserias silenciosas, cuántos millones más de desplazados, cuántas promesas incumplidas, cuántas poblaciones destruidas, cuántos seres humanos humillados? Humillado y ofendido debería ser el INRI de Dostoyevski sobre la frente de cada colombiano. Humillado y ofendido este individuo que pide limosna para él y su familia en una esquina bogotana bajo el chubasco de las 6 de la tarde. Humillado y ofendido el que roba, el que siembra coca porque no puede sembrar algodón o repollos, el que pasa meses de meses en un calabozo esperando a que alguien pague su rescate, el viejo que pierde su hijo y el hijo que pierde a su padre y la mujer que queda viuda o deja viudo a un hombre que la espera y la esperará frente a la ventana hasta el fin de los siglos. Y los niños: humillados y ofendidos todos los niños de Colombia. Todos esos seres indefensos, el viejo y el desplazado y la mujer y el herido por una mina o una bala, se han visto sumidos en una tragedia sin nombre en nombre de la igualdad, de los derechos humanos, de la defensa de unos principios, de un futuro. En la búsqueda de un futuro hipotético los colombianos hipotecamos nuestro futuro. Quién sabe cuántas de estas personas volverán al país algún día, tal vez alguna lleve en sus intestinos un cargamento de coca, es posible que una u otra vaya de turismo a descansar de nuestras miserias, y otra más intente volver mañana mismo con un contrabando de cualquier cosa. Aquí voy yo, con mi hija, desplazado por la violencia. Que salga yo no importa. ¿Pero Manuela? ¿Qué será de Manuela? ¿Cuándo volverá? Cada vez que un niño sale de Colombia, Colombia se hace menos Colombia. Y son centenares de miles los niños colombianos que hoy viven y estudian y piensan en otros países, que sorpresivamente sienten que se hacen poco a poco mexicanos o argentinos o ecuatorianos o canadienses o españoles o británicos o japoneses. En Colombia quedará algún abuelo, un tío calavera, un primo lejano. Pero ellos no volverán. Y ya, me acuerdo: “Pero aquellas que el vuelo refrenaban / tu hermosura y mi dicha a contemplar, / aquellas que aprendieron nuestros nombres... / ésas... ¡no volverán!”.

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