Papel Salmón 8 de abril de 2012

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EDICIÓN 1.013

domingo 8 de ABRIL de 2012 Manizales - Colombia

Premio Nacional de Cuento Cooperativa Médica del Valle COOMEVA, Cali, 1986 creación y vida

La ciudad sumergida Adalberto Agudelo Duque

El camino de la vida de Esmaragdo Enciso

Jornada con regreso Efraím Osorio López

La invención del retrocinematógrafo

Las siete vidas de Pandora Carlos Alberto Villegas Uribe

IMPRE(CI)SIONES

Circo

Camilo Gómez Gaviria


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domingo 8 de ABRIL de 2012

Jornada con regreso El camino de la vida de Esmaragdo Enciso

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se día, luego de tres décadas como profesional, un domingo por la mañana, Esmaragdo tomó la decisión irreversible de largarse de la capital. Esmaragdo Enciso, de corazón todavía con palpitaciones jóvenes, voluntad animosa y un espíritu lleno de ilusiones intactas, llegó a la capital a conquistar el mundo. La memoria de sus primeras letras es borrosa: ¿fue su mamá o fue Inesita, la maestra de la escuelita privada, la culpable de que él supiera leer y escribir? ¿Fueron las dos? Sólo ocupan su memoria los cuadernos de veinte hojas con doble rayado, los palotes y las oes que dibujaba perezosamente mientras anhelaba terminar pronto la tarea para salir a jugar bolas o trompos o cometas o el cojín o la lleva con los amigos de la cuadra; y las frases “Paco le toca la cola a la vaca”, “peine, peineta, pie” de la cartilla “Alegría de leer”. De sus primeros años de escuela los recuerdos son más claros pero también muy escasos, quizás las tareas y el tintero y la pluma y el secante y los dedos manchados de azul; uno o dos profesores, tres o cuatro compañeros; el tiovivo rudimentario del que siempre descendía con un vértigo premonitorio; las tediosas izadas de bandera y los

rosarios eternos por la tarde; los castigos en el establecimiento y las pelas por llegar tarde a la casa. Sus compañeros de colegio todavía lo recuerdan por su alegría, por su optimismo y por su tenacidad. “Era, decían todos, un cabecilla por vocación”. Y cualquiera podría añadir: “contagiaba a todos de su confianza, porque siempre estuvo seguro de sí mismo”. Fueron seis años, durante los cuales se convenció de que el universo había sido creado para él: estudiante insuperable, un as para el deporte y el más dinámico en todas las actividades del plantel. Durante el festejo de su graduación, Esmaragdo revivió con sus compañeros de universidad su primer día en la capital, asustado y optimista; los días iniciales de clases repletas de rostros sin nombre y dirigidas por profesores momificados; las vacaciones en su pueblo; las huelgas nocivas, inútiles e injustas; y las interminables noches de desvelo, solo, acompañado únicamente de fríos textos de jurisprudencia romana. Y esa noche, en medio del jolgorio y el bullicio del agasajo, Esmaragdo ingirió las primeras copas de licor, cuyo efecto le trajo el recuerdo ominoso del tiovivo en el que, de niño, se divertía allá en la escuela. Y, al otro día, y también por primera vez, sintió unos deseos inmensos de desprenderse de sí mismo, para evadir así aquellos sentimientos

indomables de remordimiento, desazón y fastidio. -Tengo ya cincuenta y seis años- le dijo a su mujer- y no sé qué camino tomar. Esmaragdo había contraído matrimonio pocos días después de su vigésimo sexto cumpleaños. De sus cuatro hijos, solamente la hija menor vive todavía con ellos, esperando con paciencia la llegada del protagonista de sus sueños. Los demás, una vez graduados, se fueron a buscar en otra parte lo que no encontraron en la capital. Nunca acudieron a su progenitor en busca de ayuda, y éste jamás la ofreció, a pesar de los éxitos obtenidos en el ejercicio de su profesión. Recién salido de la universidad, empezó a trabajar en una oscura firma de abogados, de la que llegó a ser, a los pocos meses, el socio más importante, por su capacidad de trabajo, sus conocimientos cada día más sólidos, su carácter innato de adalid, y la pobreza intelectual y académica de los socios. El cuchitril en donde comenzó su vida profesional estaba situado en el centro de la ciudad, en un edificio aporreado ya por los años y la negligencia de un propietario roñoso, a metros escasos del lugar en donde se interpretaba y ejecutaba la justicia del municipio. Su reducido espacio lo llenaban una mesa de madera; cuatro taburetes vencidos tristemente por el peso de los legistas y de los clientes;

Y allí también, en el café “La Media Luna”, se reunían sin falta todos los viernes, una vez satisfechas las obligaciones del día. -¿Qué van a tomar hoy, los señores? -Lo mismo de siempre, Rosaura, respondía automáticamente Esmaragdo. La opulencia, fruto de su trabajo paciente, ordenado y enérgico, le permitió a Esmaragdo llevar una existencia holgada, exenta de los aprietos de la mayoría de los habitantes de la ciudad. Pero fue también la causa de su perdición. Con el transcurso de los años, el programa semanal alegre y candoroso de todos los viernes, se fue convirtiendo, en un principio, en actividad incam-

Ilustración | Virgilio lópez | papel salmón

Efraím Osorio López* Papel Salmón

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una máquina de escribir Royal, negra, inmensa y pesada, pero fiel como una mascota; un teléfono, negro también y también pesado, que sonaba dos o tres veces al mes; un estante lleno de libros nunca hojeados; y un cuadro, al que le habían asignado la misión imposible de embellecer la oficina. “Este escenario, decidió Esmaragdo, será siempre el lugar de mis actuaciones”. Esta determinación, sumada a la juventud, empuje y optimismo de Esmaragdo, le hizo ver un palacio en ese cuarto lóbrego, y convertir en jurisperitos dos abogados desgavillados que trataban allí de resolver infructuosamente los pleitos de su clientela. Con el tiempo, esta visión distorsionada fue ajustando su deformación hasta convertirse en una hermosa realidad: un gabinete con oficinas para los letrados, con recibidor y ventanas

amplias, por donde se colaba el bullicio persa de la calle principal de la ciudad; las máquinas de escribir, Smith-Corona, eran ya eléctricas; los muebles, diseñados por encargo; los teléfonos, más livianos y eficientes, timbraban sin desfallecer; y los cuadros cumplían con su propósito embellecedor. La sala de recibo era el imperio en donde reinaba la secretaria, una joven agraciada, de veinte arrebatadores años recién cumplidos.

exageración. De palabra fácil y ademanes de declamador, nunca tuvo dificultades en el trato con sus socios, en los negocios con sus innumerables clientes, o en su manera de traducir los gustos femeninos. Hubiera sido, de habérselo propuesto, un político influyente, pero nunca quiso serlo, porque, decía, “son más los corrompidos que los otros”. Era el dechado del hombre sobresaliente, destinado a conquistar el universo.

Esmaragdo, de contextura aparentemente delicada, rostro muy masculino con bozo bien delineado, cabello abundante y siempre de corte impecable, vestía todos los días del año vestidos de paño de colores llanos, camisas finas con puños para mancornas, corbatas de seda adornadas con finos pisa-corbatas, y zapatos lustrados con

La monotonía laboral se veía interrumpida una o dos veces al año por las procesiones de sindicalistas agalludos, obreros y estudiantes desubicados, que aprovechaban la impunidad de su vandalismo para quebrar la tranquilidad urbana y romper los vidrios indefensos de negocios que nada tenían que ver con sus solicitudes desorbitadas.

El trabajo comenzaba todos los días a las ocho de la mañana, y finalizaba a las seis de la tarde, con una interrupción de dos horas al mediodía, descanso que cada cual empleaba de una manera diferente pero igual para cada uno. Si la firma hubiera resistido el ajetreo de tintos e incisos durante un siglo, la rutina acampada allí habría permanecido inalterable durante esos cien años. -Estos mis asociados, les decía Esmaragdo a sus compañeros de café, parecen fabricados a imagen y semejanza el uno del otro. El café “La Media Luna” funcionaba al frente de la oficina de los abogados. Era un local amplio, dividido en dos secciones: la primera la ocupaban dieciocho juegos de mesas y el mos-

trador, detrás del cual siempre había dos asalariados, encargados de recibir y despachar los pedidos de los habituales; en la segunda, al fondo, estaban los billares y las mesas de ajedrez, dado, dominó y cartas. Cuatro muchachas, vivaces, atentas y muy generosas, iban del mostrador a las mesas y de las mesas al mostrador sólo Dios sabe cuántas veces al día. La comodidad de su cercanía y la condescendencia de sus dueños habían permitido que este lugar se convirtiera en una extensión del trabajadero de los litigantes. Allí, mientras tomaban pocillos y pocillos de tinto, atendían también los asuntos de quienes acudían a ellos en busca de soluciones, que sólo aplacaban los sobresaltos económicos de los abogados.

biable de los lunes, y, más adelante, mucho más adelante, en adicción insensata y perniciosa de todas las noches, noches durante las cuales evocaba con fruición absurda los mareos que sentía montado en el tiovivo de su infancia, y noches que eran testigo impasible e indiferente de la degeneración de un hombre bueno. Fueron suficientes diez años para destrozar lo que Esmaragdo, con entusiasmo y vigor, había edificado durante tanto tiempo. -Lo mejor que puede hacer, le respondió la mujer a su marido, es renunciar a todo, abandonar la capital, y buscar en otra parte el camino que aquí embolató. Y así lo hizo. Con aquellas ansias infinitas de desprenderse de sí mismo que lo atormentaban de tarde en tarde, salió de la capital un día cualquiera de cualquier semana de ese fatídico año en el que se dio cuenta de

que era incapaz de enderezar su vida para regresar a lo que había sido hasta diez años atrás. Sin rumbo definido y sin metas claras, llegó a la estación del ferrocarril. El tren lo dejó en el andén de una de sus paradas, lejos del pueblo que Esmaragdo había elegido con la ayuda del conductor para una estadía de quién sabe cuántos años. Según sus cálculos ilusos, esta población quedaba a una distancia suficientemente considerable como para olvidarse de sí mismo, de su rutina y de sus vicios; pero cómoda, en caso de un regreso repentino y desesperado. Sus conocimientos de derecho y sus inciertos deseos de darle un vuelco a su existencia le abrieron generosamente las puertas de ese pueblito, enclavado por allá en alguna hondonada del suelo patrio. Allí, con la esperanza quimérica de volver a ser lo que fue, puso su oficina de abogado, y se entregó con bríos renovados a enderezar los conflictos de los pueblerinos. Cinco años bastaron para hacerle ver que cualquier esfuerzo que hiciera para cambiar su sino era infructuoso. Con la convicción profunda de que en otra parte tampoco hallaría el sendero perdido, resolvió, sin embargo, continuar su búsqueda. La obstinación, muy propia de su carácter, lo obligó a deambular durante diez años a través de veredas y pueblos, que siempre lo acogían con magnanimidad y con tristeza lo despedían. Llegó finalmente a una población, en la que todo era sosiego, alegría, juventud, lozanía y perfección. Se llamaba, le dijeron, El Rincón de Alejandro. -¡Este lugar es una mentira! –gritó rabiosamente- ¡como todos los pueblos! Y Esmaragdo Enciso, de corazón ya con palpitaciones viejas, voluntad pusilánime y un espíritu colmado de ilusiones desvanecidas, se convenció de que era imposible conquistar el mundo y, más difícil todavía, desprenderse de sí mismo. Ese día, entonces, tres lustros después, un domingo por la noche, Esmaragdo tomó la decisión irrevocable de regresar a la capital *ephraim056@yahoo.com


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A Fermín López, Fundador de Piedrizales

yó la quejumbre del carbonero al derrumbarse pero no tuvo tiempo de escuchar la protesta ronca y angustiada de los chamizos rotos ni de ver las mariposas brillando al sol. Al frente, en una ventana abierta de par en par, el paisaje se le entró por los ojos: en el fondo, azul sobre el manto blanco, el hocico del león tendido al cielo bebiéndose el aire frío de la montaña. Al lado, la pirámide de algodón deslumbrante y cegadora. Abatió con la peinilla arbustos, bejucos, hojas de pringamoza y rascadera, dulomocas y chilihuecas para despejar el mirador. Abajo, en un abismo que no sabía precisar, el canto de un río atormentado y tormentoso. Al pie, la cortina verde de entramado multicolor: nigüitas, tapaculos, chirillas. Más allá, un mar de niebla, tan espesa, que se podría cortar con el machete o navegar en balsa hasta los domos de los cerros diseminados como islas vírgenes en la vastedad gris y quieta. Un minuto más tarde el cielo se desplomó sobre su humanidad y sintió miedo: ni el lejano león azul y blanco, ni el resplandor agrisado de las nieves perpetuas, ni las cabezas de los montes emergiendo de la niebla puesta en marcha contra este intruso violador de sus secretos que osó posar los ojos desnudos sobre el mar interior. Ni sol. Ni cielo. Ni el verde oscuro del más allá. Ni el gris azulado del firmamento. El frío y la lluvia repentinos amenazaron deshacerlo, desintegrarlo. Muy adentro en la conciencia alguien le gritó que debía luchar, huir, evitar que la niebla se lo tragara. Soltó el hacha de doble filo pendiente del cinturón. Cerca, los árboles murmuraron algunas palabras y se le acercaron con sigilo sin maldecirlo. Caminó de espaldas por el camino recién abierto, temeroso, sin entender todavía. Dio media vuelta y corrió sendero abajo hacia el rastrojo levantado para la familia. Le faltaba el aire. Con el último impulso llegó hasta el patio. Se detuvo un momento para buscar con la mirada la mujer los hijos y los cerdos. La niebla empezaba a diluirlo. A pesar de que no vio su mano derecha más allá del codo supo que ahí estaba todavía. La sacó con fuerza sin dolor y sin rabia y se metió de prisa a la casa. Estaba muy oscuro. Los ojos de todos, blancos, abiertos, miraban con terror la niebla entrada sin invitación por la única ventana, las hendijas de las puertas, los tragaluces del zarzo. Una llamita crepitó sin esperanza en el fogón de leña pero una nube diminuta que penetró por los huecos de las guaduas fue hasta ella y en ella se deshizo al instante.

-\Tengo miedo, dijo la mujer. -\Yo también, contestó él mirando las paredes de esterilla. La china de iraca le iluminó el semblante. Contra fuego agua, niebla es agua, contra niebla fuego. Alcanzó la china y sopló en el rescoldo de la hornilla. Puso algunos trozos de carbonero seco y las llamas saltaron alegres calentándolos. -\Abajo hay un río, dijo sin dejar de soplar. Y continuó en voz alta como para que lo escucharan los fantasmas grises que rondaban su casa: -\Voy a hacer un rastrojo cerca del agua, cuando encuentre una vaga buena... Con el calor y la conversación la niebla se batió en retirada hasta los montes más altos. Y diciendo y haciendo no fue sino buscar la vaga y construir el rancho, bajo un pedazo de azul con un pedazo de río que arrullaba el cansancio de las tardes largas y las noches tempranas. Que después fue rancherío. Y después aldea. Y después pueblo con una calle larga apuntando a los incendios del amanecer por un extremo y a los incendios del atardecer por el otro. Un día, el sol amaneció más alto, más limpio el cielo y más suave el aire. Y entonces escuchó muy adentro en la conciencia que la niebla de siempre se había concentrado en los precipicios para deplomarse sobre ríos, riachuelos y quebradas. Y sin decir nada se metió en la casa. Reconoció las sombras de la mujer y los hijos haciendo un solo nudo alrededor del fuego de la

Ilustración | Virgilio lópez | papel salmón

Adalberto Agudelo Duque* Papel Salmón

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Premio Nacional de Cuento Cooperativa Médica del Valle COOMEVA, Cali, 1986

La ciudad sumergida hornilla. Encontró los ojos de todos blancos, abiertos, mirando con terror un punto indefinible de la montaña, oyendo el estruendo, la furia de la borrasca. -\Tengo miedo, dijo la mujer. -\Yo también, contestó él halándola de la mano con los hijos a rastras. Y los lle-

vó falda arriba hasta los pastizales recién sembrados donde mugían las vacas y pacían los caballos. Fueron muchos los que los siguieron. Cuando bajó la corriente a pleno sol de mediodía arrastrando troncos, árboles completos, la misma montaña, los maizales, se llevó también el pueblo de la calle

larga con las familias que se quedaron. Arriba, de pie en la falda de la colina, él y su gente vieron que la fuerza del agua derrumbaba sus sueños pero en secreto supo que pasarían muchos años antes de que la niebla se recuperara. Contra agua fuego, fuego es fuerza, contra agua fuerza. Lo que era ya no es, pensó sin amargura y se fue a cortar guaduas y cerezos mien-

tras la última gota de agua se ahogaba en la corriente para dejar al descubierto un lodazal sin escombros donde antes estaba el pueblo de la calle larga apuntando a Oriente y Occidente por sus ventanas. Y con guaduas y cerezos construyeron el rancho bajo un pedazo de cielo azul y blanco. Se quedaron sin el pedazo de río

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que arrullaba las tardes largas y las noches tempranas. Con la fuerza del sueño el rancho se les hizo aldea. Que después fue pueblo con las casas blancas sostenidas en el espacio por el milagro vertical de la guadua y un hilito de humo azul y blanco para que a las estrellas subiera bailando la esperanza. Guadua sobre guadua. Casa sobre casa. Techo sobre techo. Abajo, el canto del río se hizo más tenue y más tenue su caudal que empezó a lamer la base de la montaña en los inviernos cada vez más cortos y en los veranos cada vez más largos. Una noche de fogonazos incandescentes en las cumbres lejanas se desataron sin aviso las lluvias torrenciales sobre los techos rojos de barro y a pesar de eso las gentes escucharon apagarse el canto triste, la quejumbre desapacible del río: se fue montaña arriba por alguna razón que no entendieron nunca y la tierra floreció en su lecho grandes flores de piedra por donde el tiempo resbalaba sin caer ni lastimarse. Mas, por alguna razón que tampoco entendieron nunca, el pueblo de la calle larga perdió la memoria y se les volvió cuadrado. Y las calles apuntaron al cielo con ventanas inmensas por un extremo y caídas verticales al abismo por el otro. Casa sobre casa. Techo sobre techo. Guadua sobre guadua: más parecían sostenidas por la fuerza de los sueños y no por el milagro vertical de los cerezos. En noviembre el sol se detuvo en el nadir, las ánimas se agazaparon en los quicios de las puertas y la lluvia entonó un canto lúgubre en los tejados silenciosos. A pesar del cansancio y del sopor de duermevela, él adentro en su conciencia que la niebla de siempre se había concentrado en formación de batalla para desplomarse noche adentro y a mansalva sobre las calles apuntando al cielo por su ventana más alta y sobre las casas sostenidas del firmamento por un hilito de humo azul y blanco para que a las estrellas subiera bailando la esperanza. Reconoció en la penumbra las sombras de la mujer y los hijos haciendo un solo nudo alrededor del lecho y encontró los ojos de todos blancos, abiertos, mirando con terror un punto indefinible en los cielos. -\Tengo miedo, dijo la mujer. -\Yo también, contestó tomándola de la mano con los hijos a rastras. Y se los llevó monte arriba hasta la larga loma de la colina. Muchos los siguieron. Aquellos que se quedaron a charlar con los espectros de los sueños se derrumbaron con la montaña en una caída sin gritos y sin llantos. De pie en el lomo de la colina las gentes vieron la llama plateada del agua aparecer otra vez cañada abajo barriendo sin lamentos la tierra, el lodo, los cerezos, la guadua. Contra fuego agua, contra agua fuego; niebla es agua, contra niebla fuego, fuego es esperanza. Lo que era ya no es, pensó él sin amargura y se fue monte

adentro a cortar guaduas y cerezos mientras el último grano de tierra se ahogaba en la corriente para dejar al descubierto un lodazal sin escombros o lamentos y una herida larga, ancha, profunda, por la que la montaña lloraba grandes lágrimas de piedra ahí donde el pueblo de las calles como ventanas apuntaba al Oriente, al Occidente, al Norte y al abismo. Y con guaduas y cerezos construyeron el rancho bajo un pedazo muy grande de tarde. Se quedaron sin el río arrullando los días largos y las noches tempranas. Con la fuerza de los sueños el rancho se les hizo aldea. Que después fue pueblo con las casas blancas hechas de tierra y sangre sobre la montaña nivelada por la fuerza del fuego, de la pica y de la pala. Mas, por alguna razón que no entendieron nunca, el pueblo perdió la memoria y el rancho se les volvió vertical con edificios altos para asomarse al porvenir y torreones enhiestos sin campanarios y avenidas anchas sin la llama ondulante de los cerezos, las guaduas y los sauces. Casa sobre casa. Techo sobre techo en los que sinembargo ya no cabía la esperanza. Así, cuando el fuego se fue monte arriba tuvieron que esconder las estrellas en pequeñas burbujas de cristal para calentarse en las noches de invierno y alumbrarse en los días de niebla que empezó a concentrarse por los cuatro puntos cardinales en una operación envolvente y definitiva. Primero se tragó los caminos y los que estaban afuera se olvidaron de su existencia y su nombre no volvió a aparecer en los mapas y las historias y los de adentro que tomaban la salida de la rosa de los vientos se difuminaron también y para siempre en el recuerdo. Era noviembre y él no vio las ánimas agazaparse en los quicios de las puertas. En cambio, el sol amaneció más alto iluminando el gris resplandor del mar de niebla tan espesa, que se podría cortar con el machete o navegar en balsa hasta los domos de los cerros diseminados como islas vírgenes en la vastedad silenciosa y quieta. Entonces escuchó la quejumbre del carbonero al derrumbarse en coro con el grito de protesta de los chamizos quebrados. Muy adentro en la conciencia, alguien le gritó que debía luchar, huir, evitar que la niebla terminara por tragárselo como se tragó los caminos sin dejar rastro. Sintió miedo de no tener miedo. Así que no huyó con la mujer y los hijos a rastras. Se quedó a observar cómo la niebla diluía los escasos campanarios, las torres, las casas y en cambio aparecían grandes flores de piedra por donde resbalaba el tiempo sin caer ni lastimarse. Contra agua fuego, contra fuego agua; agua es niebla, contra niebla fuego. Lo que fue ya no será, pensó sin amargura y se sentó con la mujer y los hijos a esperar que la niebla los borrara de la vida porque ya no había en su corazón ninguna leña para encender los sueños *Escritor.


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Carlos Alberto Villegas Uribe* Papel Salmón

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– Qué tal la Pandora? Cuando me fui, ella tenía 10 años. Tantos como yo. Ahora regreso y la encuentro como si tal a la muy ladina. La gata intensificó el ronroneo. Parecía entender las palabras de Aristófanes. – Creí que no volverías nunca. Lástima que solo regresaste para el entierro. Se hubiera alegrado tanto de verte. – Yo no. – Entonces, por qué regresaste? –Porque es necesario cerrar círculos, madre. Si no venía a darle la última mirada al viejo cabrón me hubiera enterrado con él y hubiera perdido todos mis derechos. Que los tengo. O no? Sí no regresaba, ni para el entierro, me hubieran declarado otro de los desaparecidos de este país y parte sin novedad. –Santo Jesús. Mira cómo hablas. El tiempo no te ha cambiado nada. Sigues siendo el mismo mocoso insolente de hace cincuenta años, cuando tu padre te partió la cara. –Peor madre, soy peor que cuando me fui y no empieces con la monserga. Un nuevo aldabonazo atravesó con mayor urgencia el zaguán de entrada, subió las escaleras de macana y madera lacada, se paseó por el comedor heráldico en el segundo piso, rebotó en los muebles de cuero de la sala, se demoró en la vajilla china de la cristalera y fue a morir en el solar sin mayores estridencias. Afuera volvían a esperar una respuesta, mientras en Boinas Rojas un tango fastidiaba la espera y el aroma del café se revolvía con el sonido del vapor producido por la maquina Gaggia y con un insoportable olor a corrupción. Capuchino express para la mesa cuatro, gritó la mujer entrada en carnes y le sonrió al cliente de sombrero que leyó el gesto como un coqueteo. Aquí huele a muerto viejo y viene de arriba, le dijo Zoila al barista cubriéndose la nariz con el delantal. Los ojos se le llenaron de lágrimas y no pudo contener los intensos deseos de vomitar. Encarnación puso la hombrera del saco en la mesa de planchar, enjuagó el trapo, lo colocó con cuidado sobre el paño, y le aplicó el peso caliente de la plancha. El chasquido del agua no se hizo esperar y el vapor ascendió afantasmando el rostro de Encarnación. –Para qué le planchas la ropa si no la volverá a utilizar? –La casa siempre debe estar en orden, como le gustaba a tu papá. –Orden, orden, orden, el granputo orden. El viejo ya murió y listo. Y a otra cosa, mariposa. El tono de exaltación fue interrumpido por el repiqueteo de un celular. La gata maulló asustada y salió corriendo de la habitación. Las manos aceleradas de Aristófanes buscaron en varios bolsillos. Miró el nom-

La invención del retrocinematógrafo

Las siete vidas de Pandora bre de la persona que llamaba. Desde la puerta, los ojos verdes de Pandora siguieron atentos la conversación, mientras acentuaba con las orejas los diversos tonos de Aristófanes. Tuuurito que alegría escucharte, gracias por acompañarme. No esperaba verte en el entierro. No, no esperaba verte, si no nos veíamos desde cuarto primaria. Pero te lo agradezco, eres el único amigo que me queda en este pueblo. De verdad. No tengo amigos y si alguno tuve, se quedó en el camino de mis errancias. Si, si, sé que en este pueblo querían al viejo facho, pero yo no. Esperaré los trámites de la herencia y me largaré de nuevo. Este pueblo tiene vocación de pasado. Pero claro, hermano, nos tomaremos unos aguarruces antes de irme. Qué tal, mañana? Claro, llévate unas vaquitas. La Mona Baquero? La Sirenita? No las conozco, pero si están buenas. Claro que sí, tengo candela hasta para incendiar los pinares de Brehmen. Los espero mañana. Sí, me estoy quedando en la casa del viejo. Pásate por acá y salimos para la Última Lágrima. Me pareció fenomenal, este es el único pueblo que tiene las discotecas junto al cementerio. Bueno, bueno, los espero. La pasaremos del putas.

vés, es decir que no sólo reflejara las cosas sino que las atrapara para reproducirlas con todo su espacio–tiempo, decía. Buscó ayuda en la Universidad del Quindío para financiar la investigación, pero cuando citaba La Invención de Morel como la fuente de sus indagaciones, los académicos no podían reprimir una sonrisa maliciosa. Menos aún cuando les hablaba, como tantas veces le oí contarles, de mundos paralelos, de encajes gnoselógicos y de la realidad como construcción intersubjetiva de los lenguajes, como objetivaciones de espacio–tiempo. Pronto se conoció negativamente su fama y se quedó solo en su proyecto. Pero no desistió. No imaginas las partes conservadas de la Calarcá de antes del terremoto. La papelería La cigarra, por ejemplo, el café Neva, el Colegio San José, La Tertulia, los diversos parques de Bolívar que a cada alcalde le da por remodelar para aceitar el serrucho. Ven y te los muestro.

Ilustración | Virgilio lópez | papel salmón

l postigo entreabierto por donde entraba un rayo de luz iluminando la ascensión de los ácaros, se cimbró de repente. Los golpes del aldabón llenaron la casona de urgencias, pero ninguno de los dos detuvo la actividad. Encarnación siguió planchando minuciosamente los cuellos almidonados de la camisa, y Aristófanes continuó consintiendo a la gata que se restregaba entre sus piernas y estiraba la felicidad en un ronroneo interminable.

cinematográfico en un pueblo de estos. Imaginas, apenas lo hacían en Bogotá. Y eso. –Volverás a irte? Tu padre juró que si volvías te iba a amarrar para que no te escaparas nunca más. –Muy capaz lo creo. Afortunadamente ya está muerto y nada tengo que temer. No entiendo cómo le soportabas sus chocheras de Coronel y toda esa marcialidad estricta. Su inusitada pasión por los griegos. Cómo le permitiste que me pusiera Aristófanes? Me cagó la vida, no había una reunión donde me presentarán en público en la que alguno no esbozara una sonrisa idiota y yo terminará liándome con él a trompadas. Por eso me echaron varias veces de la escuela. Y cada vez el viejo me rompía la cara, sin hacerse consciente de su culpa. No entiendo cómo te lo aguantabas. Ni cómo soportabas que te golpeara. Ni por qué aguantábamos hambre solo porque a ese viejo sin principio de realidad le dio por volverse realizador

–Eran otros tiempos. Y sabes qué? Sí, eran tiempos mejores. Sé que no te gusta la palabra, ni la entiendes, pero eso se llama amor, amor hijo, amor. Tu padre te amaba. Ven, te voy a mostrarte cuánto. Vamos Pandora. Encarnación tomó el vestido recién planchado, salió de la habitación y se fue hasta el cuarto de San Alejo, seguida de la gata y del paso vacilante de Aristófanes. Sacó un manojo de llaves antiguas, seleccionó una de ellas y la introdujo en el grueso candado. Liberó la puerta de dos hojas y la abrió. El sonido de las bisagras molestó los oídos de Aristófanes. Le falta aceite, dijo. Encarnación tiró de una cuerda metálica y la bombilla iluminó la habitación. El maullido de Pandora reverberó en las paredes. Hacía más de medio siglo que Aristófanes no entraba en aquel cuarto. –No es tan grande como la recordaba. Y esto? –Se refería a un enorme aparato instalado en la pared posterior, con grandes carreteles–. Un cinematografo?

–Sí y no. Es un retrocinematógrafo. Cuando te fuiste tu padre quedó abatido con tú pérdida. No se lo perdonaba. Los dineros que había logrado recaudar para su primera película los gastó en tratar de hallarte. Los accionistas de la empresa cinematográfica lo ejecutaron y tuvo que vender una de las haciendas heredadas y el teatro del pueblo. Oyes eso? Parece que están tumbando el portón dijo Aristófanes. Encarnación trató de constatarlo, pero no le prestó el suficiente interés. Por el contrario, siguió contando la historia. Por un tiempo se dedicó a la bebida, eras la luz de sus ojos y tu huida le había convertido la vida en un fracaso. Años después encontró en la Papelería Inglesa La Invención de Morel, extraña publicación de un escritor argentino, Bioy Casares. Leyó el libro, compró los tres únicos ejemplares qué tenía don Jesús Sánchez, los descuartizo y recortó sus párrafos. Esta habitación se llenó de recortes, alfileres y flechas de colores que iban y venían en una y otra dirección. Ya sabes como era de compulsivo. Trataba de encontrar el secreto de La Invención de Morel. Si alguien lo había imaginado podía ser construido. No hay nada que el hombre haya soñado, repetía, que no pueda ser construido. Y citaba a Da Vinci, a Liebnitz, a Julio Verne. Le seducía la idea del retrocinematógrafo, una máquina que filmara al re-

Encarnación encendió el retrocinematografo y la habitación se fue llenando, como le había dicho, de objetivaciones cronotópicas. Y efectivamente Calarcá volvió a pasar por la personal experiencia de Aristófanes. No sólo por sus ojos. Pudo demorarse en alguna fiesta y volver a bailar en Flamingo con Olga Beatriz. La imagen idealizada de su Beatriz perseguida por tantas ciudades del mundo. El retrocinemátografo le ponía la vida pasada al alcance de sus manos con todas las coordenadas de tiempo y espacio. Fue como recobrar en el multitiempo las experiencias profundas que había dejado de vivir. Aristófanes fue tan feliz en ese momento como nunca lo fue en su larga vida errante. Dooooña encarnacióóón, Aristóóóófanes. Pudieron oír las voces y sintieron los pasos apresurados de hombres y mujeres ascendiendo –entre un olor a putrefacción, a corrupción milenaria–, por las escaleras de aquella casona declarada patrimonio arquitectónico del pueblo, de la región, del país, del continente. Por eso Pandora –continuó Encarnación–, no ha muerto y parece tener, en verdad, siete vidas. Como yo, ella habita este multitiempo, un lugar del cual podemos entrar y salir, porque así lo diseñó tu padre, cuando me diagnosticaron una enfermedad terminal de la que nunca me curé. Pero sólo hasta cuando regresarás y te quedaras con nosotros para siempre. Y mientras le revelaba la verdad del retrocinematógrafo, su íntimo sentido, le apuntó con el cañón y disparó. Los ojos desorbitados de Aristófanes no pudieron detener el rayo de luz que lo convertía en otro de los habitantes del paraíso perdido de su padre *cavillegasuribe@yahoo.com UTEP. MFA Creative Writing. El Paso, octubre 28, 2011


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Circo

Becas en formación artística y cultural El Ministerio de Cultura, ofrece dos becas de manutención para ayudar a cubrir los costos derivados de la estadía para los estudiantes en proceso de formación artística y cultura, en otro país. La fecha de cierre es el próximo 30 de abril. Las áreas que

Camilo Gómez Gaviria* Papel Salmón

EN ESTANTERÍA

C

asi todas las personas tienen el recuerdo de haber asistido alguna vez en la infancia a un espectáculo de circo tradicional, con acróbatas, payasos, trapecistas, malabaristas y domadores de animales. Estas funciones se caracterizan por su colorido, por sus números variados, y por dirigirse a un público familiar. Grandes o pequeños, la nota que subyace en los espectáculos suele ser la del humor, acompañado de música de banda. La carpa se asocia con este arte, como símbolo del circo itinerante: aquellos circos que van de ciudad en ciudad o de pueblo en pueblo como nómadas del espectáculo. En su interior se encierra un mundo de sueños que se desvanecen tan pronto como la carpa desaparece. Así, en el descampado donde antes se erigía este pabellón temporal, no queda otra cosa que su ausencia: el circo se ha mudado a otro lugar. Si bien el circo, tal y como lo conocemos, tiene sus orígenes en la segunda mitad del siglo XVIII, varios de sus componentes, como malabarismos y otras proezas, se remontan a tiempos inmemoriales. En todo caso, el término existe desde la antigüedad. Aunque con una función diferente, en la Roma antigua, el Circus Maximus era el hipódromo donde se realizaban las carreras de carros. Se cree que ésta desaparecida estructura de la capital del imperio, pudo albergar en su momento de apogeo a una cantidad de espectadores superior a la de un estadio moderno. Sin embargo, el ‘circo’ de la antigüedad (el de la famosa expresión ‘pan y circo’) solo se parece en su nombre al circo moderno. Este último ha sido llevado incluso al cine, como en el clásico El circo de Charlie Chaplin, en la que el personaje del vagabundo hace reír a la gente que asiste a este espectáculo, sin siquiera proponérselo. No obstante, el circo tradicional de payasos, animales amaestrados y malabaristas, no se corresponde tal cual con algunas propuestas contemporáneas, en las que sobresale la mezcla de las artes circenses con otras manifestaciones más afines al mundo de las tablas. Durante el XIII Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá, se llevó a cabo el primer Encuentro Iberoamericano de Circo. Después de todo, existe una afinidad entre el circo y los espectáculos teatrales. En el encuentro se reunieron varios representantes nacionales e internacionales del arte circense, partícipes de las diferentes vertientes de este tipo de espectáculo y su difusión actual en Iberoamérica. ¡Parece que el show no está pronto a terminarse! *camezmigolo@hotmail.com

cubre son música, canto, danza, literatura, teatro, escenografía, iluminación, maquillaje, vestuario, dirección escénica, edición, elaboración de guiones, animación y videojuegos. Informes en la página web www.mincultura.gov.co

La colección Argos

Roberto Cadavid Misas, más conocido como Argos, dedicó los últimos trece años de su vida a la producción periodística. “Gazaperas” su más famosa columna, fue publicada en distintos diarios del país; en ella comentaba con gracia y erudición algunos aspectos del idioma, la historia, la geografía, la ciencia o el arte. En un homenaje a este a este ingeniero civil que dedicó toda su vida al cultivo del idioma aparece la nueva edición de La colección Argos publi-

Indian Express

cada por primera vez en 2006. Cursillo de mitología, El Quijote a lo paisa, Gazaperas gramaticales I y Refranes y dichos, hacen parte de la colección. ARGOS. Cursillo de mitología (Pp.270), El Quijote a lo paisa (Pp. 341), Gazaperas gramaticales I (307) y Refranes y dichos (Pp. 317). Intermedio Editores. Bogotá. 2012. $39.900 c/u.

Isabel I

Lola y Che se conocen desde hace más de 40 años. Juntas han vivido interminables aventuras, pero el tiempo y ciertos asuntos nunca abordados las han separado. El destino les brinda, sin embargo, una segunda oportunidad y sus caminos vuelven a cruzarse. Así, deciden cumplir su sueño de juventud: viajar juntas a la India. Pepa Roma ha escrito una desbordante novela sobre el inmenso poder de sugestión que sigue teniendo la India para los occidentes de hoy. Un canto al poder ilimitado de los sueños y una penetrante mirada sobre el amor y la amistad, con todas sus luces y sombras.

Cuando la escritora estadounidense Margaret George publicó María Magdalena hubo una inmediata reacción por parte de la Iglesia ya que no aceptó en un comienzo que se pudiera hablar de la prostituta que enamoró a Jesús de Nazaret pero le tocó silenciarse cuando José Saramago publicó El evangelio según Jesucristo. A partir de ahí, su nombre se catapultó a lo largo y ancho del mundo con las extraordinarias biografías de Cleopatra y María la reina de Escocia, y ahora con la historia de Isabel I, cuyo seriado televisivo obtuvo los más altos ratings en más de un centenar de países.

ROMA, Pepa. Indian Express. Editorial Planeta. Bogotá. 2012. Pp. 313. $59.000.

GEORGE, Margaret. Isabel I. Ediciones B. Barcelona. 2011. Pp. 828. $55.000.


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