La Manzana, arte & psique. Número 28

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Junio-Julio 2009. Año 4. Número 28.

www.periodicolamanzana.blogspot.com

Eduardo Lizalde 80 años

Poemas de Eduardo Hurtado y Raúl Aceves

Entrevista a

Raúl Bañuelos

Mario Martín del Campo

Luis Jorge Boone


Directorio

Presentación

Dirección Ingrid Valencia Jefe de redacción Fernando de León Mesa de redacción Luis Jorge Boone Alberto Chimal Armando González Torres Patricia Medina Jorge Orendain Luis de la Peña Martínez Revisor de originales Arturo Suárez Diseño OHM Fotógrafo Carlos Valencia Corresponsales Oaxaca: Edgar Saavedra Ciudad de México: Askari Mateos Chiapas: Margarita Alegría Mérida: Armando Barrera Torreón: Julio César Félix Ciudad Guzmán: Ricardo Sigala En portada: Ilustración de Diana Martín Fotografía de Carlos Valencia La Manzana, arte & psique, revista bimestral, junio y julio de 2009 n Responsable de la publicación: Ingrid Valencia n Domicilio de la publicación: Fray Antonio de Segovia 815, Sector Reforma, Col. Universitaria, C.P. 44840, Guadalajara, Jalisco. n Tel.: 4040-2134 n periodicolamanzana@yahoo.com.mx n ©Todos los derechos de reproducción de los textos e imágenes aquí publicados están reservados por La Manzana, arte & psique n No. de reserva de derechos al uso exclusivo del título, en trámite n No. de certificado de licitud de título, en trámite n No. de certificado de licitud de contenido, en trámite n El contenido de la publicidad y de los artículos son responsabilidad exclusiva de los anunciantes y colaboradores. Guadalajara • Ciudad de México • Oaxaca • Torreón • Mérida • Michoacán • Cd. Guzmán • Puerto Vallarta • Zacatecas • Veracruz

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elebrar al poema y al poeta es la intención primera de estas páginas. La palabra certera de dos poetas jóvenes nos presentan la obra y la vida de dos poetas consagrados: Luis Jorge Boone abre el número con un ensayo sobre ese tigre amoroso que cumple 80 años llamado Eduardo Lizalde; por su cuenta, Jorge Orendain entrevista a Raúl Bañuelos, niño de mil años, a quien felicitamos por ser galardonado este verano con el premio Juan de Mairena. Poemas de Eduardo Hurtado y de Raúl Aceves dotan de permanencia a esta fiesta impresa. En la sección de plástica el pintor Mario Martín del Campo establece con imágenes una zoología cosificada en la que los objetos reniegan de su inmovilidad doméstica y asumen un espíritu animal vivo e indómito. Delicias renovadas a cada número son las aportaciones de Actor / Mario Martín del Campo nuestros columnistas: Arduro Suaves, coleccionista de astucias, ofrece la esperada dosis de periquetes de su club; Armando González Torres da un perfil sintético de Simone Weil, activista

Periquete requiero periquete requiero. sarna del club de periqueteros solitarios de occidente, asociación banal, dirigido por arduro suaves

Fe de erratas: en el número pasado el poema “El oro del Rin” se publicó bajo la firma de Yolanda Michel, cuando debió decir Yolanda Ramírez Michel.

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y teóloga, cuya obra merece la relectura; Luis de la Peña Martínez recuerda, a su vez, a un escritor apasionado de la libertad: José Revueltas. En el ámbito dancístico, Angélica Íñiguez parte y desarrolla algunas de las reflexiones de Doris Humphrey sobre la danza como lenguaje vital. Presentamos dos cuentos: en “Viajes en avioneta” Javier Rizzo elabora la teoría de los lados coincidentes como indicadores de la desgracia, y Ricardo Ibarra devela un panorama distópico en “Los eternos sobrevivientes”. Además, en la sección de memorias, Elena Arce nos comparte su invaluable testimonio sobre un día negro en la historia de Guadalajara y de México: el 22 de abril de 1992. Finalmente, Jesús de León reseña un recomendable libro de cuentos y Fausto Ramírez explica la adaptación clown del Hamlet, la celebérrima obra de Shakespeare. De esta manera, en La Manzana, arte & psique, corroboramos la felicidad de propiciar nuestro encuentro contigo, estimado lector.

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• las penas con mac son menos (sisi) • favor de no tocar. partitura fresca (raúl aceves) • no le pidas manzanas a josé luis perales ni peras a armando manzanero (javier ramírez) • soy ético cuando no etílico (¿es tuyo?) • somos carne de camión (maría luisa castillo) • cría fama y te sacarán del partido (liz salgado)

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tengo que ver para poder (marisa hernández) desfile de modos (antonio villa) para mueca un bocón (gonzalo tavares) no tiene la culpa el indio, sino el que lo hizo mestizo (mario a. calderón) • el que imita paga (fernando toriz) • qué bonito es llorar y no empaparse (ricardo yáñez)


Luis Jorge Boone

Paisajes con

tigres y

odio

os primeros textos incluidos en Nueva memoria del tigre, volumen que reúne la obra poética completa de Eduardo Lizalde (Ciudad de México, 1929) datan de 1949, y fueron escritos en una adolescencia literaria que para el autor guarda un estatus infamante, vergonzoso, y que lleva el nombre de poeticismo. El amplio corte de caja lírica que entraña dicho libro incluye, desde luego, los libros clave del autor, escritos en una madurez “tardía” —como él mismo la califica; lo cual no deja de contener algo de verdad, sobre todo si se comparan los cuarenta años del autor al entrar a esta etapa creativa, con los veinte y pocos de José Emilio Pacheco cuando dio a la imprenta uno de sus libros más redondos, No me preguntes cómo pasa el tiempo—: El tigre en la casa, de 1970, y La zorra enferma, de 1974. En ellos, a lo largo de los años en que fueron escritos y publicados, el crítico de Tablero de divagaciones (1999), propuso y redondeó uno de los imaginarios más oscuros, constantes e intensos de la lírica mexicana del siglo pasado. Personajes, arquetipos y espíritus malignos animan los poemas de estos libros: el tigre —encarnación asesina del amor que eleva y destruye—, la perra —la amada que devora a su amante— y el ángel caído que es el Odio —cuyo ropaje de harapos es siempre el atavío de la voz lírica, que a veces es un amante despechado, a veces un romántico derrotado y a veces un cínico incorruptible—. Este segmento de su obra es el que ha sido más estudiado, el que ha recibido más atención entre los lectores y los críticos.

Específicamente, en La zorra enferma, el uso del epigrama es inigualable: la inteligencia del poeta es elegante y certera, concreta y demoledora en sus críticas y burlas, dardos disparados contra la amada, los rivales, el mundo. Sin duda, esta destreza y la adopción de los estados oscuros del alma como motor sentimental han devenido en el magisterio del que han abrevado poetas de generaciones más recientes, como Héctor Carreto (Coliseo), Diego José (Volverás al odio) y Jair Cortés (Caza), por citar algunos de los ejemplos más notables. Sin embargo, quizá la enorme visibilidad y contundencia de estos libros centrales, ha relegado —como sucede en toda obra amplia que posee núcleos expresivos que definen el resto de la producción literaria de su autor— a otras colecciones de poemas de Lizalde a una penumbra de la que conviene sacarlos para captar con mayor amplitud los detalles de la escritura de uno de los poetas mexicanos vivos más importantes.

Ilustración: Diana Martín

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II Dos colecciones de poemas que se reúnen en Nueva memoria del tigre, posteriores a La zorra enferma, demuestran el sostenido ejercicio lírico que el poeta ha ejercido a lo largo de sesenta años, explorando en y con su escritura, a pesar de los riesgos y, aún más, de los hallazgos. Centro mi atención en Al margen de un tratado (1981-1983) y Otros (1982-1984); respectivamente, un libro unitario guiado por derroteros filosóficos, y una reunión miscelánea de textos hasta ese momento no compilados en libro. En ellos, el poeta prosigue su tránsito por “los esta-

dos más nefandos de la vida”, como definiría Salvador Elizondo en su Museo poético, su premisa estética y vital. Un rasgo definitorio del poeticismo era su intención de crear discursos unívocos. Este rechazo de la ambigüedad trazaba un itinerario alrededor —antes que de las palabras, sus ritmos y significaciones— de las ideas. Junio-Julio 2009

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La poesía de Eduardo Lizalde supo decantar ese rasgo, domar el estrato filosófico presente en la escritura para construir la personalidad de un poeta que ciertamente tañe la música de las ideas, pero que encuentra en la expresión lírica su mejor lugar. Lejos de las abstracciones, de los experimentos formales, el hablante poemático piensa, estructura y afirma una visión del mundo, enjuicia, hace de los razonamientos del maldito el leit motiv de su escritura. De esta forma, si bien podemos considerar a Cada cosa es Babel como un libro “inteligente” y “sensible” —como lo calificó Octavio Paz en el Post-scriptum de su prólogo a Poesía en movimiento—, es sin duda el duende de la inteligencia el espíritu dominante del lugar. Situación que comparte en gran medida con un poemario posterior, del que Christopher Domínguez, en su Diccionario crítico de la literatura mexicana, escribe: “Recurriendo a sus eficaces poderes paródicos, Lizalde escribió Al margen de un tratado (1982-1983), donde el Tractatus logico-philosophicus de Wittgenstein sustituye como materia de examen a las lecturas de Hume, Kant, o Hegel que transitan, sin mayores pretensiones académicas, por Cada cosa es Babel”. Así, Lizalde, descreyente de toda fe, cuya vocación es el escepticismo del apóstata, emprende una nueva etapa en la devastación de los pensamientos que el hombre toma por verdades como templos. El amor, las revoluciones, la belleza, lo útil, lo ético; no queda piedra sobre piedra. Y en el poema “Cartilla de Luzbel”, se encuentra quizá la poética que resume la cruzada del autor: Todo lo edificante es reaccionario (que se observen los efectos). Solamente la alianza con el diablo lleva a dios, funda su reino altísimo. No hay más fuerzas activas que las fuerzas del mal. No hay ángeles más puros que los caídos. El signo de Luzbel, no el de Caín, nunca el del pobre Asís y muchísimo menos el de Abel.

Poeta de rebeldías que escribe a dios con minúscula, Lizalde opta por un signo más oscuro que el del primer asesino, y ampara su voz bajo el del traidor más grande de todos. Por ello, cuando el lector llega al poema que cierra la primera sección del libro, el epígrafe del Tractatus resulta esclarecedor: “El primer pensamiento que emerge cuando se nos pone una ley ética de la forma ‘tú debes’ es: ¿y qué si no lo hago?”. El poema como un vehículo para nadar a contracorriente. La reescritura en clave cínica de un poeta romántico y de imágenes luminosas como Manuel Acuña, 4

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el diálogo con el monstruo caníbal que nos habita; en Al margen de un tratado nada se salva de esa capacidad infinita para mirar el rostro oculto —en un ademán despreciativo que mucho tiene de declaración de principios poéticos—, de nuestras concepciones sociales y vitales más manidas, para volver visible la naturaleza egoísta y desesperanzadora de todo sentimiento que pueda anidar en el corazón del hombre. Lizalde es un poeta que replantea sus obsesiones, que sabe dialogar con su propia obra y repasar con nuevas armas el mismo campo de batalla.

en la furia, en la lucha con el ángel de los efectos de la luz:

Sólo es feliz el imbécil de catorce prístinos kilates. Se puede —hay casos— ser feliz a veces y mucho tiempo incluso, pero sin alardes, sin muchos aspavientos y por puro egoísmo, y al paso, y de reojo y sin decirlo a los infortunados (es un asunto de elemental educación). La felicidad siempre es otra cosa —términos generales— que se consume a sorbos, con sed de catador, no de sediento, una droga ilustre, un don de los desesperados. “Tiempos felices”

De esta forma, calando en los distintos libros de Eduardo Lizalde, descubrimos a un poeta que, pese a su tono sostenido, solemne y recitativo, atreve nuevos temas. En una reseña sobre un poemario del autor, Luis Vicente de Aguinaga propone una nueva forma de leer esta obra, al señalar en un lúcido ordenamiento que es posible reunir los libros de Lizalde en varios núcleos temáticos: la ciudad, el erotismo, los cantos oscuros, el reino vegetal, etcétera. Ya sea revisitando asuntos que lo apasionan o descubriendo otros nuevos, el poeta ha construido una obra de la que nosotros, sus lectores, no hemos visto la última estación creativa. Prueba de ello es Algaida (libro que no aparece aún en la lírica reunida, pues fue publicado en 2004), y que, en palabras de De Aguinaga “la digresión [es el] recurso principal o esquema de base para el crecimiento arborescente del texto”, que amalgama con maestría materiales cultos y populares en un poema que es un recorrido por la memoria. ¿Qué nuevos territorios se sumarán a esta obra, de por sí rica abarcadora?

Es notoria la forma en que el siguiente libro, Otros, reúne poemas dispersos, que no alcanzaron a entrar quizá en otras colecciones con las que compartieron su escritura, o ejercicios que se orientan hacia laderas poco exploradas por el autor, pero en las que también encuentra su propio cumplimiento. En los poemas que abren dicha colección, por ejemplo, Lizalde incursiona en el acercamiento a pintores y obras plásticas afines en ciertos grados con su obra. Aunque otros poetas han recurrido con más frecuencia a este ejercicio —una parte importante de la obra poética de Alberto Blanco la constyituyen esos “relámpagos paralelos”, poemas que nacen de piezas pictóricas, y que aspiran a ganar, en su vuelo verbal, su independencia, sin negar su origen—, Lizalde suma en apenas cinco poemas —“Veo a Velázquez pintar”, “Goya”, “Tiziano en Venecia”, “José Luis Cuevas dibuja” y “Traducción de un rostro (un retrato de Arturo Rivera)”— una raya al tigre de sus capacidades poéticas, sumando a sus oficios notorios (orador operístico, tribuno oscuro, ex comunista, epigramista, traductor, cazador de tigres) el de observador tenaz, hábil al desentrañar al personaje y su técnica detrás de los cuadros, al dar vida a una pasión que atraviesa la vida y se traduce

se queda inmóvil, la paleta en la mano, como si quisiera trastornar los bienes de la luz meridiana —su impredecible efecto físico en el lienzo—, con un golpe goloso del pincel, que empañaría el perfil de ese mechón dorado, igual que una tos mancha el aura, el aire, el áureo cenital del concierto. “Veo a Velázquez pintar”

III Eduardo Lizalde es un poeta de personajes, narrativo, rapsoda de la ciudad vencida y de los seres marginados, pensador de tesis y antítesis. Del amor al odio hay un solo paso y su escritura oscila entre uno y otro, pues su centro de gravedad equidista de ambos. Siempre driblando con astucia la distancia que hay entre la consigna obvia y el chantaje de cierta poesía social, el autor de Tabernarios y eróticos se aposta a suficiente distancia de cualquier creencia ciega para burlarse de los poderosos, los héroes, los principales del banquete, desconfía de lo que llamamos “bueno” y renueva con una justa decadencia nuestra concepción del mundo. Sirvan estas líneas para atisbar territorios menos visibles del archipiélago de obra, tan extensa como intensa. Para renovar quizá nuestra mirada sobre sus paisajes habitados por amorosos, despiadados tigres, y por el luminoso ángel salvador del Odio.


Jorge Orendain: Más de alguna vez te he escuchado decir que la poesía da mucho a quien se entrega a ella. ¿Qué sientes que te ha dado? Y también, ¿qué falta darle? Raúl Bañuelos: Me ha dado lo mejor de mí. Me falta darle: lo mejor de mí. J.O.: Ahora que acabas de cumplir 55 años, ¿qué respuestas te ha dado la poesía en tu vida? R.B.: Me ayudó a clarificarme algunas preguntas, algunas esenciales, como: ¿Tiene sentido la belleza? ¿De verdad lo bueno y lo hermoso son una y misma cosa? Y algunas banales, como: ¿Es mejor usar calcetines del mismo color o no importa? J.O.: Si bien en el país se te reconoce como un buen poeta, te gusta decir que más bien eres “poemista”, quizá para señalar que para ser poeta te falta mucho aún. ¿Qué sería eso que hace falta? R.B.: La palabra poeta es sagrada: Dios es poeta. Y algunos escogidos que gracias a su gracia viven la vida en la poesía. Nombres: César Vallejo, Hölderlin, Novalis, Keats, Fina García Marruz. No han sabido vivir en el mundo porque han vivido dentro de la poesía. Los demás sólo somos autores —con alguna esporádica precisión mínima— que caligrafiamos el habla esencial: poemistas; hacedores simples de poemas. La poesía es perfecta —decía Borges—. Los errores son nuestros. J.O.: ¿Qué te gustaría explorar más en tu escritura futura? R.B.: Precisamente: explorar. En la anterior he buscado que cada libro sea diferente. Quizás dejando mucho más libre la intuición. J.O.: Me gusta decir que la poesía que se escribe en México es de primer mundo por la amplia y buena diversidad de autores, temáticas, formas, etcétera. ¿Qué opinas? R.B.: Estuve en Cuzco: había poesía. En

Fotografía: Carlos Valencia/La Manzana

Sumándonos a la celebración al poeta Raúl Bañuelos por el reconocimiento “Juan de Mairena”, que recibirá el 26 de junio en el marco del festival El Verano de la Poesía, presentamos la siguiente entrevista que retata con fidelidad el sentir y el pensamiento de un autor emblemático para las letras de Jalisco.

Raúl Bañuelos

“Uno escribe por el

ojo

de una

aguja”

Entrevista de Jorge Orendain Mérida: había poesía. En Francia: había menos poesía (los cerezos, Van Gogh, el queso y el vino en los parques). En Tecomán, La Habana la escritura es paralela. J.O.: ¿Cuáles son para ti los elementos fundamentales que debe tener todo poema que escribes para llegar a ser un gran poema? R.B.: Belleza. Precisión. Hondura. Resonancia.

J.O.: Siempre se habla de las primeras influencias que un poeta tiene cuando inicia a escribir, pero poco de las nuevas influencias de un poeta con mucha trayectoria como tú. ¿Qué poetas, filósofos, artistas, etcétera, últimamente te han marcado en lo que escribes? R.B.: Filósofos: Heidegger. Artistas: Sergio Garval, Caravaggio, Velázquez, Leonora Junio-Julio 2009

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Uno escribe Uno escribe porque fue niño y aprendió a escribir en los cuadernos y en las cosas y porque ya crecido sigue teniendo asombro por las cosas que viven y por las que mueren Uno escribe porque la muerte vive y lo carga en hombros por el camino y porque la vida está viva como quien la siembra y le da su agua y su sol constantemente Uno escribe porque es incapaz de cantar como ciertos pájaros y canta a su modo Uno escribe porque la luna permanece entera ciertos días

Fotografía: Carlos Valencia/La Manzana

Carrington, María Izquierdo, Jaramar, The Beatles, Madredeus, Javier Solís, Pancho Madrigal, Zitarrosa, Pedro Yerena, Gerardo Enciso, los soneros (veracruzanos, jaliscienses, cubanos, huastecos), Lola Beltrán, Camarón de la Isla y muchos de su género. Toreros: Morante de la Puebla. Poetas: los del margen de los márgenes y Héctor Viel Temperley, Fina García Marruz, Fayad Jamís, María Baranda, Francisco Hernández, Eugenio Montejo. En los dos recientes discos de Julieta Marón y Alfredo Saras hay cantos que me gustan mucho. J.O.: Uno de tus primeros libros fue un poema de largo aliento, Poema para un niño de edad innumerable. Poco después, publicaste libros con poemas breves, y luego incursionaste un poco en el poema en prosa. La pregunta es si volverás a explorar el poema de largo aliento. R.B.: Publiqué —posteriormente— otro de largo aliento, que tuvo poca resonancia en los medios (sólo leí una nota de Armando Oviedo, en el UnomásUno: Los solos, editado en Zacatecas por José de Jesús Sampedro, en la revista DosFilos. Era el año 1996. Los anteriores se dieron (en la parte escritural) como cascada. Por el chingo de cosas que vivimos juntos fue el resultado —penúltimo— de un proceso de incubación de varios meses, que tuvo como inicio un grave conflicto laboral (en 1979): me dio para salir de una poesía intimista hacia la observación de cuestiones sociales a mi alrededor. Javier Ramírez lo publicó al siguiente año en su colección Cuaderno breve. Poema para... apareció gracias a Enrique Rodríguez en ediciones Tinta, en el mismo 1980. La largura o extensión de un poema depende de factores conocidos y desconocidos. También en Écrits des Forges-Arlequín (gracias a Felipe Ponce) dos poemas largos (divididos en 7 y 12 partes). Mi relación con ello ha sido pendular. Creo que me corresponde observar en qué coordenada sigue el seguimiento: ¿brevedad?, ¿largueza? J.O.: A lo largo de tus libros, he considerado que una de tus propuestas como poeta es buscar la comunión con el otro, con el lenguaje, con la ciudad, la naturaleza y con la poesía misma… R.B.: Descubrir fibras que unen a las cosas que uno puede contemplar: el arte. Así lo decía Ungaretti: “El arte nos permite reconocernos una dócil fibra del Universo.” Él tiburón necesita peces pequeños que le quiten de encima. “En el momento actual de ahorita mismo”, como decía Tin Tan, podemos observar en el telescopio una estrella viva que murió hace millones de años. Reconocerse: reconocerse. Allí está nuestro origen, y nuestras semillas de uvas han sido encontradas en barcos de la antigüedad. El hilo negro nunca fue, pero en el horizonte hay una nube negrísima y el arco iris apunta en lo absoluto. J.O.: Ahora eres padre de dos hijos, Juan Pablo y Verónica. Ellos, de seguro, te han llevado a recordar más tu infancia. Si te encontrarás a ese Raúl niño de finales de los cincuenta e inicios de los sesenta, ¿qué le preguntarías? ¿Qué crees que te respondería? R.B.: ¿Conoces a Raúl? Es el niño que estoy esperando: Que perdí muchos lápices, pero encontré nueces y duraznos múltiples para seguir vivo en el camino. J.O.: En Guadalajara eres reconocido como uno

de los mejores talleristas de poesía. ¿Tienes intención de volver a la dinámica de dar un taller semanalmente como antes? R.B.: Sí. He tomado una pausa. He tenido la oportunidad de buscar renovarme. J.O.: Desde hace muchos años has dedicado tu tiempo a la docencia y a la investigación literaria en la Universidad de Guadalajara. ¿Qué consideras que le hace falta a la Universidad para consolidarse en este terreno? R.B.: Desencapsular lo encapsulado. Abrir los vasos comunicantes hoy cerrados. Lo macro de una FIL no justifica inoperancias en los espacios de todos los días en un año. En cuestiones de difusión hay varios elefantes blancos. La concentración de poder ha perjudicado mucho. El tipo de poder estilo priísta se ha reproducido en espacios de la Universidad. Como los cacicazgos y herencias del poder sin justificación en la calidad; y las decisiones unipersonales desde la cúpula controladora. El Departamento de Letras es un caso ejemplificador. Como ha dicho Trinidad Padilla, hace falta actualizar muchos espacios de la Universidad. Tomando como referencia otras universidades del mundo en la enseñanza de la literatura, estamos rezagados. J.O.: Sabemos que siguen siendo pocos los lectores de poesía, y que a los editores y libreros cada vez les interesa menos este género. ¿Por qué seguir en la escritura de poemas? R.B.: El amor es como el oxígeno, decía una canción rockera. La poesía es para mí el oxígeno. Te contesto con este poema final:

Porque hay mar y dónde poner los pies en la tierra Uno escribe por el ojo de una aguja desde el ojo de un águila a causa de un ojo de agua Uno escribe porque un día leyó un poema quechua: “Se supone que debo partir hoy. No iré. Iré mañana. Cuando parta me verán tocando una flauta de huesos de mosca; una tela de araña será mi bandera; un huevo de hormiga será mi tambor y mi sombrero el nido de un colibrí”. Uno escribe por el viento que le dice cosas al oído por las paletas de fresa y los deshielos, por los gajos de naranja y las abejas, por los creadores diarios del mundo más directos y visibles.: el albañil que carga en los ladrillos y en la mezcla la materia cercana al universo, el zapatero que junta en sus manos distancias imposibles, el campesino que suda en su cuerpo los cansancios del alma propia y ajena, la obrera que deja en la fábrica años de lucidez y de locura Uno vive por la herida que despierta el sueño por las moscas que hacen velar la herida porque la luz es siempre ella misma y no agota nunca su gracia de hacernos ver las cosas Por Dios, la libertad, la alegría por todo lo que sabemos por lo que hace falta Por el lápiz con que escribe escribe uno


zona freak Armando González Torres

Simone Weil

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asi todas las remembranzas la describen más o menos así: pequeña, frágil, nerviosa, muchacha bonita deliberadamente disfrazada de fea, que porta con desgaire ropas baratas para redimir su origen burgués, reacia al más mínimo contacto físico, melindrosa al extremo, polemista incansable, obsesionada con la injusticia y el sufrimiento. Simone Weil (1909-1943) nace en el seno de una rica familia de judíos seculares y ella y su hermano (uno de los matemáticos más notables de su tiempo) reciben la educación exigente de un par de genios. Aunque siempre sintiéndose a la zaga de su hermano, la niña prodigio despliega desde temprano sus desmesuradas ambiciones intelectuales y preocupaciones sociales: prestigiada normalista, ejerce un activismo y una política radical, aunque siempre opuesta a los totalitarismos; se mortifica físicamente y se priva de comida y comodidades por solidaridad con los desposeídos; acude a la Guerra Civil española y se emplea como obrera para conocer, de primera mano, el suplicio del proletariado. Su experiencia en las fábricas, si bien reveladora en lo político (a despecho del marxismo, la degradación y despersonalización del trabajo manual, dice, hace todo, menos preparar una clase revolucionaria) es devastadora para su frágil salud. Por lo demás, el desencanto político, (la caída de los gobiernos de izquierda y el ascenso de los fascismos en Europa) consolida una iluminación espiritual que, aunque ecléctica, culmina en una visión del cristianismo tan rica

como extravagante. Con la ocupación nazi, Weil inicia un éxodo por la provincia francesa hasta que, a regañadientes, escapa con sus padres a Nueva York, pero, atormentada por la culpa, regresa pronto a Londres para apoyar la resistencia. Agotada su salud, decepcionada por su poca participación (deseaba ser martir en el frente de guerra y la confinan a una oficina), la aspirante a santa se colapsa y muere de tuberculosis en 1943. La obra de Weil, que en sus mejores momentos reúne a la reformadora social, la mística y la pensadora laica, es prolija, ambiciosa, a ratos abtrusa, muy a menudo atada al análisis de la coyuntura de su época, pero con poderoso hálito histórico, filosófico y espiritual. Cierto, no es una pensadora de sistemas y su expresión más inspiradora, una vez removida mucha paja, debe buscarse en el fragmento. Si sus análisis políticos resienten el paso del tiempo, sus intentos filosóficos pueden llegar a ser difusos y sus escritos sociales combinan el descubrimiento con el disparate; su pensamiento teológico, lleno de provocaciones, paradojas y poesía, sigue siendo polémicamente fecundo. Como sucede con los rebeldes, Weil no hace el papeleo burocrático para la canonización, aborrece la Iglesia (no la liturgia ni el trabajo social del clero), cuestiona los principales dogmas y tradiciones y propugna una fe basada en la aflicción y la nostalgia por la ausencia de Dios. “Dios no ha podido crear más que ocultándose. De otro modo, no habría más que él”. Junio-Julio 2009

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Luis de la Peña Martínez

José Revueltas y el 68: la liberación de la escritura aprisionada A Gloria Arenas y las compañeras del taller de expresión escrita del penal de Chiconautala, en Ecatepec, Estado de México.

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más de cuarenta años del movimiento estudiantil que en México iniciara la transformación de las estructuras sociales y políticas que hizo posible la caída del régimen priísta (y que hoy algunos oportunistas de la derecha, y de la “izquierda”, se adjudican desde la comodidad de un foro político, mediático o académico) la figura de José Revueltas parece acrecentarse en su dimensión ética y artística. Su singularidad de hombre que amalgamó la literatura y la lucha ideológica de modo admirable nos ofrece un valioso legado que hay que rescatar de entre las tinieblas de un presente que parece olvidar a quienes realmente han aportado algo a la formación y consolidación de una cultura no conformista ni excluyente en nuestro país. Revueltas permanece vivo en su ejemplo de intelectual y escritor que se afanó por romper con las formas conservadoras y enajenantes de una sociedad opresora y represiva que lo mantuvo durante varios años encarcelado a causa de su compromiso con las causas populares, como fue el caso del movimiento del 68. Y desde su prisión, aunque parezca paradójico, ejerció como nadie su derecho a la libertad de conciencia y de palabra. Más que una escritura aprisionada la suya fue una en la que la experimentación estética y de pensamiento le permitieron hacerla escapar de la cárcel del lenguaje, liberándola de todo tipo de sujeción. Esto se puede comprobar en los diferentes textos escritos en la prisión de Lecumberri, en donde por cierto organizó junto con otros presos políticos ahí recluidos un taller literario. Textos más que concentrados, como si se

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tratara de una metáfora del mismo encierro, pero que en realidad eran una exploración hasta lo más profundo de las posibilidades de la imaginación y de la condición humana, tal como aparecen representadas en El apando, quizá la novela corta más estremecedora del siglo XX mexicano. En su cautiverio, Revueltas creó una literatura tensa y densa, en la que las palabras poseían una fuerza dialécticamente negativa (para parafrasear a Adorno) que nos lleva a descubrir el “lado moridor”, como al propio Revueltas le gustaba decir, de la más gris y oculta de las cotidianidades. Sus tramas y personajes van más allá del mero testimonio y de los estereotipos, penetrando en la médula de la existencia y royendo el duro hueso de lo casi indecible: juego violento donde los significados se trastocan y la conciencia queda enfrentada a sí misma, como ocurre en el relato “El otro yo” de su libro Material de los sueños: “En estos momentos Él está escribiendo y pensando exactamente con las mismas letras y las mismas palabras, las mismas cosas que Yo digo”. Rupturas, dualidades, confrontaciones, y oscuridades que sin embargo iluminan como un negro relámpago la limpidez de cada una de sus concisas y precisas páginas literarias. Lenguaje anónimo, “de nadie”, como llamó a alguno de su cuentos, que subterránea, subcutáneamente nos cuenta, como un murmullo insistente, las historias que todos prefieren ignorar. Cenizas de palabras ardientes que se consumen con rapidez. Trazos vertiginosos como los de ese “Ejercicio para probar nueva pluma”: “... mar mareado de mareas marítimas de otro mar sin mar desmemoriado desmarizado desmadrado mar-mar”; o los de las contundentes líneas de su “Diario de Lecumberri”: “Quien no puede soportar la desesperación de la cárcel, es que tampoco

puede soportar la desesperación de la libertad”. Rebeliones y revueltas de las palabras de Revueltas, quien escribió en el texto titulado “Las palabras prisioneras”: Los hombres nacen con la palabra, con sus palabras, que son pensamiento y acción, y negar el uso de la palabra es negarse a sí mismos. Ésta, así, constituye nuestra afirmación: las palabras prisioneras que nosotros, en la cárcel por ellas, ponemos en libertad con nuestro taller de palabras...”. Libertad de las palabras liberadas de sí, no bajo palabra, sino por ellas y para ellas mismas.


¿un don divino? Vivir es moverse. Roger Garaudy

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a danza, a diferencia de otras artes escénicas, se ha desligado de la palabra. Para Doris Humphrey esto va en detrimento de la propia danza, “del mismo modo que para un ser humano resultaría lamentable estar privado de habla”, pero esta ausencia la lleva a buscar su propio lenguaje más complejo a través de su máximo vehículo: el cuerpo. En nuestros confines aún se percibe la idea de que la capacidad para componer, para hacer coreografía dancística, es algo así como un don divino, digno de algunos privilegiados o iluminados. Pero si en la música y la pintura se reconoce claramente la necesidad de aprender a componer, ¿por qué debía de ser distinto en la danza? ¿El estudiante, el director de grupo o joven coreógrafo está realmente capacitado para reconocer los materiales y organizarlos de tal forma que resulte un montaje exitoso? ¿Y de dónde surgen las pautas o la inspiración para una coreografía? Pues de la vida misma, de las cosas más triviales e insignificantes o de las más profundas, Sería interesante, como espectadores, observar cuáles son las cosas de la vida que ocupan a los coreógrafos en la actualidad o de ellas cuáles alcanza a percibir el espectador. Hasta cierto punto la teoría de la danza es reciente y poco difundida. Los cuatro elementos que se supone deben componerla, al menos en occidente (diseño, dinámica, ritmo y motivación), han de ser usados a ciencia cierta, con un entrenamiento intelectual serio y profundo, como el de la composición musical, plástica o arquitectónica, y con una motivación interior, pues en escena cualquier gesto, movimiento o la quietud misma, significan. El movimiento, ejecutado a menudo por cuerpos bien entrenados, flexibles, fuertes, estéticos, presentes, debe tener un propósito, ya sea funcional, social, ritual o emocional; de otro modo, el bailarín, por excelente que sea su técnica, se convierte en un vehículo de nada, o mejor dicho, de una serie de incoherencias, comparables

a la construcción sin cimientos y sin planificación de un edificio por parte de un arquitecto. La danza, aunque abstracta, necesita un sentido para existir. Así, los mejores coreógrafos no son personas locas y soñadoras que de vez en cuando quedan poseídas por un alma creativa y tras una convulsión componen una joya, sino artistas sensibles e intelectuales reflexivos y analíticos que a fuerza de disciplina aciertan y yerran hasta lograr una obra terminada; eso sí, representan una minoría. ¿Y sobre qué bailar? Para Doris Humphrey la importancia del tema es primordial, sobre todo para el coreógrafo, pues “es la fuente de sus ideas, su sueño, su amor”. Aunque con frecuencia para el público el tema de una danza es lo menos importante, “en realidad algunas de las danzas más famosas y de mayor éxito tratan temas triviales e insustanciales”, y pone como ejemplo La muerte del cisne, que interpretada por la rusa Anna Pavlova llegó a conmover hasta las lágrimas a no pocos espectadores y cuya actuación es paradigma de la tragedia romántica de la danza, “lo cual por cierto no ha sido gracias a su tema”. Y aquí es donde entra la estética, porque como bien lo dice la Humphrey, “¿Quién podría interesarse seriamente por un cisne vivo o moribundo?”. Sólo aquel que se sienta conmovido estéticamente por su belleza o algún otro atributo. Tras la motivación, el diseño, la dinámica y el ritmo en armonía caerá el telón. Para Doris Humphrey el final de una danza representa el 40 por ciento de la obra, pues considera que la última impresión causada en el espectador es la más vigorosa y la que mayor influencia logra en la opinión del público sobre la coreografía en general. Doris Humphrey (Estados Unidos, 1895-1958) fue pionera de la danza moderna. Como bailarina exploró las posibilidades del equilibrio y el movimiento y fue discípula de Ruth Saint Denis y de Ted Shawn y pareja de Charles Weidman. Su obra como coreógrafa dramática es sobresaliente, lo mismo que su pedagogía plasmada en El arte de hacer danzas (1959), una de las obras sobre coreografía más importantes de la historia.

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La malsana

confección de la danza,

Angélica Íñiguez

La

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Arqueología del recuerdo

Elena Arce

el

en E

peligro

l 22 de abril de 1992 estaba pasando unas vacaciones en la ciudad de Chicago. En medio de la algarabía en la que me encontraba alcancé a escuchar en la radio de un taxi la palabra Guadalajara, pensé que era mi imaginación y quizá obedecía a un poco de nostalgia que padezco en los viajes. Al llegar a casa de unos amigos prendí la televisión y alcancé a ver que algo grave había pasado en mi ciudad: las imágenes mostraban calles abiertas, coches trepados en techos y casas caídas. Parecía una ciudad bombardeada. Traté de llamar a casa pero las líneas estaban bloqueadas. Pude obtener comunicación horas después cuando ya era de noche. Mi madre no sabía mucho, nada era claro y parecía reinar la confusión, lo único que entendí fue que mi familia estaba bien. El vuelo en el que regresaría era al día siguiente. Cuando llegué al aeropuerto de Guadalajara no había taxis y sí muchos pasajeros que estaban detenidos igual que yo. Esperé sentada sobre mis maletas hasta que finalmente apareció mi madre. Me fue explicando que la ciudad estaba partida en dos y las vías para llegar al aeropuerto estaban bloqueadas. Hicieron un gran desvío que les llevó mucho tiempo. Los periódicos que me aguardaban cuando llegué a casa decían que el colector ubicado bajo la calle Gante había explotado sin que se supiera con claridad las causas, pero sí los resultados. Eran muchos kilómetros los que estaban dañados. Esta zona corresponde al barrio de Analco, uno de los más antiguos de la ciudad. En realidad la causa no era lo que me debía importar. Me pregunté si yo podría ayudar en algo. Recordé mis épocas de enfermera y pensé que estaba muy lejos de la práctica. Quizá pudiera utilizar mis conocimientos de psicología y así participar de otra manera. Estaba imbuida en mis inquietudes cuando llamó una compañera psicoanalista y decidimos recorrer .el barrio por si detectábamos algún lugar donde ayudar. La iglesia de San Sebastián parecía ser crucial en la zona. Pensamos que sería adecuado empezar por ahí. La

Expedición hacia una memoria colectiva

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día

que vivimos

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ayuda se había organizado a través de las instituciones gubernamentales y la gente acudía a recibir despensas o a buscar familiares desaparecidos a un lugar ubicado justo al lado del templo. Había filas interminables de personas esperando ayuda. Quise explorar un poco y caminé hasta llegar a las vallas que impedían pasar hacia la avenida siniestrada. Podía ver un agujero profundo que había dejado la explosión. Sentí ganas de volver el estómago, correr, despreocuparme del mundo y regesar a un mundo de fantasía donde la muerte no tuviera presencia. Sin embargo, seguí en la búsqueda haciendo acopio de fuerzas interiores que me decían de mi responsabilidad social ante la desgracia. No es tan fácil la tragedia, ni la muerte. Debía hacer frente a esa violencia en el barrio que algunas veces había recorrido. Se había vivido la destrucción, corroborada por los desaparecidos. Una cantidad todavía no contabilizada de personas estaban desaparecidas, era mi ciudad en desgracia. Salí de ahí con el corazón contraído, y me dirigí a la casa del sacerdote que atendía San Sebastián. Entramos a preguntar si podíamos ayudar en algo. Fue difícil entendernos, aunque finalmente nos permitió que asistiéramos el domingo, día de reunión de los damnificados en la parroquia. Acudí por las tardes, fuera de lo que habíamos quedado con el sacerdote, y resultó muy interesante. Fui encontrando a los que voluntariamente daban ayuda a sus vecinos, familias y a adolescentes que acudían a clase de catecismo. En todos ellos la muerte se había hecho presente de manera abrupta. Llegó sin tocar la puerta, y más de alguno tenía un fallecido en la familia. Hablaban de lo que ya no estaba y había sido parte de aquella añosa barriada: El que vendía churros, el otro de los globos, el de las guasanas y muchos más que ya no estarían. La calle abierta se convirtió en la de los muertos y nadie quería cruzarla. El horror había hecho presa de la comunidad y no era para menos. Me contagié de sus miedos cuando escuché lo que cada uno contaba.


Se me pidió que platicara con una familia que había sufrido la pérdida de tres personas. Hasta hace unos días eran los dueños de una pequeña tienda en la calle Gante. A la hora de la explosión estaban trabajando, como todos los días. El lugar estaba lleno de niños por ser una semana de vacaciones. El flamazo llegó sin que se dieran cuenta y murieron los padres, así como uno de los nietos. La tienda quedó derruida y el saqueo fue inmediato. Sobre los cadáveres empezó la rapiña a pesar de que la policía hizo su aparición. Los servicios de asistencia recogieron heridos. A los muertos los llevaron al auditorio y los patios del CODE. Este sitio se convirtió en el peregrinar de familiares que buscaban a los desaparecidos. Siguió el horror al ver que los cuerpos estaban tirados sobre el piso, sin ropa y como señas de identificación una clave numérica sobre el pecho. Cuando la familia que tenía al frente narraba estas escenas me paralizaba. Ellos gritaban con desesperación ante la injusticia que habían encontrado. El respeto al cuerpo muerto no tuvo lugar en la tragedia. Quizá había alguna lógica, pero no para los deudos que buscaban una esperanza de vida. Esta familia fue desplazada de la zona, como muchas otras. Ante la pérdida de sus viviendas, las autoridades proporcionaron casas en lugares lejanos. Las personas perdieron su enclave emocional, a sus familias, también los trabajos y las fuentes de ingreso. Sentí una gran limitación en la que podía tener ante un desgarramiento tan intenso. En algún momento me dí cuenta que una de las herramientas que me ayudaba era que yo también había sido parte de una pequeña comunidad cuando niña y conocía el significado de las personas que forman parte de ella. En circunstancias tan graves sólo me quedaba escuchar. Dejé que lloraran su dolor, hice lo posible por recibirlo con la intención de acoger el duelo. Era extraño saber de las culpas que afloraban en cada uno. La muerte accidental las genera, ante el desconcierto de un Dios que parece no haberles hecho justicia. Se preguntaban por qué los otros eran los fallecidos y no ellos. Aparecía con fuerza el temor a la desaparición total. Es difícil cargar con la pesadez de la nada pero hubo que hacerlo día con día mientras vinieron a las citas.

La ciudadanía se organizó rápido y se formó la Coordinadora 22 de abril. Asistí a las juntas. Una gran cantidad de personas de la sociedad civil tomaban parte de la ayuda a los siniestrados. Me dio

gusto encontrar la solidaridad que puede darse en un accidente. Asumí la responsabilidad social que existe en muchas personas, entregadas y comprometidas con su actividad. Seguí asistiendo al templo de San Sebastián, no sin dificultades. Cada día era más difícil no encontrarme con el sacerdote. Me interrogaba acerca de lo que hacíamos, y lo veía con desconfianza, como si no entendiera nada de lo que significaba escuchar el dolor de otros. No sé cómo lo vivía en lo personal, quizá también asustado por la gran demanda de sus feligreses. Se anunció, al mes de la tragedia, que habría una misa el sábado por la tarde, con la presencia del cardenal Posadas. Traerían la imagen de la Virgen de Zapopan. Se iba a oficiar en el atrio del templo, contiguo al jardín, que ofrecía un espacio amplio para albergar a un numeroso grupo de personas. Cuando llegué la plaza estaba a reventar. Sentí el eco de las voces sobre mi cuerpo, las lágrimas vertidas por los asistentes fueron muchas, los cantos resultaron un bálsamo cálido para el dolor del alma. Se tenía gran expectativa hacia el sermón del cardenal. Tras la explosión la curia no había dado buena respuesta a los damnificados que esperaban solidaridad. No se había hecho ningún pronunciamiento en relación con la negligencia de las autoridades ante

los avisos que podrían haber prevenido el desastre. Así las cosas, estuve expectante, y lo que escuché no me pareció alentador. El cardenal se dirigió a los concurrentes con palabras que manifestaban una clara disculpa hacia la negligencia gubernamental, llamando a los presentes a reflexionar acerca de sus propios descuidos. Me parecía ver que las miradas esperanzadoras cambiaban hacia el coraje y la sorpresa. No fue el bálsamo esperado, sino una cachetada disfrazada de caricia. Al terminar la misa, la comitiva eclesial entró a la iglesia y cerraron las puertas a piedra y lodo. La gente intentó pasar pero se les impidió. En ese momento ya había visto demasiado, y la rabia me hacía correr. Me alejé atravesando el curato. Al cruzar vi que servían copas de nieve de vainilla. No entendía lo qué pasaba. No entender es no querer darse cuenta de que la política va más allá del dolor de cualquier persona. El refrigerio fue otra risotada de burla ante el dolor. Miré al cardenal que tenía una mirada indiferente y no pude más que salir corriendo. Seguí asistiendo a la parroquia algunas semanas más. Entonces fue más clara la situación. Pensé que la consigna clerical era que nadie levantara polvareda y las cosas quedaran igual como si nada hubiera sucedido. Las estadísticas finales no fueron fidedignas. Los muertos no pasaban de 300, según dijeron. Increíble, una cifra más o menos causó protestas aunque el tiempo las ha diluido. Se publicaron números, se habló de planes de reconstrucción y pareció que todo quedo recubierto, como la calle de Gante. Del 22 de abril ha corrido mucha tinta, se han hecho análisis de todo tipo, tesis doctorales, ciclos de conferencias. Yo me quedo con una huella intensa de cada una de las personas que conocí y de la fuerza que tuvieron para sostener sus vidas.

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Mario Martín del Campo

Bestiario

de

compostura

Mario Martin del Campo nació en Guadalajara, Jalisco en 1947. Estudió en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de San Carlos, Universidad Nacional Autónoma de México. Ha recibido en tres ocasiones el Premio de la Plata Hugo Salinas Price, en escultura: 2do. lugar en 2002, 3º lugar en 2004 y 1º lugar en 2006. Entre su últimas exposiciones individuales se encuentran las siguientes: “Un día de Campo”, Galería Juan Martín, 2005, México, D.F. “Sueños Volátiles”, Museo de Arte Zapopan MAZ, 2007, Guadalajara, Jalisco; y también en el Museo del Arzobispado, 2007, México, D.F.

Paseo. 2008. Dibujo-Papel. 34x42cm.

Solo para Mandolina. 2006. Óleo-lino. 140x170cm.

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Pájaro Huasteco. 1990. Gouache-Papel. 33x26cm


Bicicleta. 2002. Gouache-papel. 55x74cm.

Corte y Compรกs. 2005. Gouache-papel. 38x48cm.

Pรกjaro de Guinea. 2004. ร leo-lino. 70x80cm.

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Raúl Aceves Ventana en el tejado Abrir una ventana para la luz, la lluvia y las aves: mensajeras del mismo cielo. Abrir una ventana para la mirada, la palabra y lo azul: plumas del mismo ángel. Como pajarito de otro mundo posado en una rama del aire invisible dejó su mayor encanto en una sonrisa de alas azules, navegables: tocamos el cuerpo del aire con avidez de amantes alucinados. ¿En qué nido se empollan los poemas? ¿a qué linaje ornitológico pertenecen? ¿qué figura y dirección tienen sus vuelos? ¿qué hacer con los cascarones de sus huevos vacíos? ¿qué clase de cielo les tenemos prometido? ¿qué hacer con su forma sin cuerpo? La poesía anda como agua viva en el aire rasga el sonido con su cuchillo de silencio tiembla como la luz en la piel del agua se oculta en la selva como tigre o incendio repica como campana en mis oídos sobrevive como misterio líquido indescifrable. Navaja de voz, va cortando gajos de aire va rasgando las cuerdas del entusiasmo amarillo va soltando los pájaros de sus jaulas de cristal. Voz de navaja, va liberando los metálicos filos desde su rama, pájaro entre mil ramas, y la luna responde con sus timbales de plata.

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Eduardo Hurtado Llenar la noche con tu olvido, situarte entre renglones para empezar a descubrirte, a esbozarte con dedos y distancias, por grietas y collados, con la memoria sola de tus éxodos. Hija de luna y sombra, de aquello que se inclina para aplazar el sol y sus violencias. Horno de polvo blanco y de ternura, guarida de la flama, párpado que se entorna y me guarda en lo oscuro y me confiere el sueño. Yo sé de buena tinta que apenas te conozco, que al perseguir el mar me estoy tendiendo al pie de tus mudanzas. Y por eso te escribo: para que dure ahí —en el gastado vuelo de la pluma que borda en el vacío, en la huella del eco, en el silencio— lo que me va dejando, lo que me deja mudo al paso de las horas, raudo y ciego.

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Ilustraciones: Lizeth

Los

sobrevivientes

eternos un cuento de

Ricardo Ibarra Una tribu perdida en las montañas ha construido el señuelo de sus esperanzas: contar la historia de sus sueños y angustias. Fabricaron la Alcancía de la Verdad, un cacharro espacial que dirá cómo fue el fin del mundo

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C

onocer a alguien que conserve su empleo es tan extraño como tener al alcance de las tripas un puñado de proteínas olorosas y nutritivas. La época de bonanza parece convertirse en un sueño perdido en el gen de lo divino, por tanto, inexistente, aéreo, inmaterial. A la gente se le infiltraron los gusanos de la desesperación y nada puede salvarlos de esa putrefacción existencial. Somos animales salvajes. Ahora lo sabemos, el orden es una ilusión simulada y controlada por instituciones carnívoras, ataviadas con los principios morales y éticos de la época. La

angustia colectiva es una ola destructiva que rebota en la piel, de una sensibilidad a otra; golpea de una orilla continental hasta la otra, alimentando el mar de la confusión y la incertidumbre. El mundo entero está en crisis, dicen los noticieros internacionales, manipulados y boicoteados por activistas extremos que disputan una guerra continua desde las antenas y los satélites, y, a veces, desde los controladores de los cohetes de destrucción masiva. No hay dinero en las calles (ni existe el término). Salir de nuestros improvisados bunkers, guardados por perros flacos pero voraces protectores del


hueso, representa la odisea de la depredación, la conquista y la obtención de los pocos bienes dispersos. Limosnear, robar, mentir, matar o prostituirse, es un arte. Las comunidades más organizadas comenzaron a recuperar las antiguas escuelas, para recobrar los territorios perdidos. Era cierto, el fin del mundo (tal como lo conocemos) estaba cerca. Algo en mí sabía que algo como esto ocurriría; no lo creí, aunque lo leí en revistas científicas, académicas y culturales. Lo escuché en decenas de canciones: REM entonó “It’s the end of the world as we know it (and I feel fine)”, y cierto, todos nos sentíamos bien (había cerveza). Y apenas hace ¡50 años!, en el año 2000, cuando toda la humanidad mediatizada creía que ese año sería el fin mundial, solíamos cantar la estrofa de Molotov: “El mundo se va acabar, si un día me has de querer te debes apresurar”. Hasta los canales judeocristianoamericanos, como History Channel o Discovery, transmitían por televisión el día entero una programación completa sobre cómo sería nuestro final. Cuando existía la cinematografía, los guionistas de Hollywood nos bombardearon con cintas como El fin de los tiempos, Terminator, Armageddon, y un millón de cintas más. En internet había cientos de páginas pluralizando el tema. Era el fin, y muchos no lo esperaban ni previeron siquiera la corrosión de sus propias cabezas. En realidad, no sabemos si es verdad lo que nos transmiten los noticieros (cuando no hay fallas en la energía eléctrica). Desconocemos si sea cierto que Brasil y los otros países sudamericanos desaparecieron, como dicen, por exceso de agua. Tampoco si desaparecieron los habitantes de Estados Uni-

dos y Canadá, a causa de los estallidos en la franja volcánica. Porque todo parece ficción, literatura fantástica. Y las televisoras están en manos del movimiento armado, un grupo en constante mutación que no tiene credibilidad y quienes someten a la gente. Por lo menos aquí es así. No sé como sea en otras partes del mundo. Pero imagino que quienes controlan las armas sobrevivientes son los que dominan los destinos de los demás, los que tienen la vida y los sueños del resto desarmado. Ellos son los que escriben esta historia, porque tienen el poder de los medios. Es la historia de ellos. Ellos en los puestos de mando. Ellos en el gobierno. Ellos, la autoridad. Ellos, los que dicen, hablan y ordenan. Nosotros decidimos refugiarnos en las montañas. Por eso hoy, a 40 años de la Gran explosión, logro escribir estas líneas y contar nuestra historia. Un amigo de nuestra comunidad, Dani, “El loco”, como le decimos con cariño, logró armar con chatarra y desperdicios que recolectamos en expediciones en la orilla de las ruinas urbanas, una cápsula que lanzaremos al espacio esta noche, fecha que conmemoramos las primeras cuatro décadas de la catástrofe. Con la vieja técnica de la prueba y el error, nuestro amigo científico nos asegurá que pondrá el artilugio en el espacio. Funcionará, dice, logrará flotar alrededor de la Tierra por mil años, y luego caerá. Caerá como un mensajero del pasado para que el futuro sepa qué nos pasó, cómo logramos sobrevivir y cómo ha sido peor nuestro andar desde que los hombres viles y oportunistas violaron toda dignidad humana, perpetuando la estupidez en cada uno de los espacios que controlan. Cuando hacen una transmisión radiofónica o por televisión, alertan que estamos en

crisis, una y otra vez. Nosotros decimos que en crisis hemos vivido siempre. Eso sí, el oro está custodiado en los bancos de quienes provocaron esta “crisis mundial”, para que nos matáramos, nos extinguiéramos unos a otros para pelear por lo poco que hay y que viene de ellos, de sus manos limpias y tranquilas. Yo no sé quiénes son, pero sé que son los que gobiernan este miedo y este terror de estar desposeído, sin armas ni consuelo. Ellos son los que pretenden contar la historia de este fin. Son la voz que quiere estar escrita en los libros y en los símbolos de las banderas futuras. Son los ojos que nos quieren ver morir desvergonzados en los campos desiertos (porque así fue su voluntad). Pero ellos dirán que fue cosa natural, que así debía ocurrir. Ellos son los que planean poner las reglas públicas, porque fantasean que nosotros necesitaremos de ellos para comer. Ellos son los que nos venden a sus dioses para que lloremos y supliquemos perdón y redención. Ellos son los que dirán Planeta y un universo de bondades saldrán de sus bocas para alimentarnos en su civilización, la que ellos piensan crear, porque nosotros siempre moriremos y siempre seremos sobrevivientes de sus catástrofes, fabricadas o inventadas. Ellos son los que dominan las armas y mantienen la fidelidad de los ejércitos. Nosotros decimos que algún día se les acabarán las balas. Aunque será mejor que ellos sigan consumiéndose entre ellos, con sus traiciones y revueltas interminables, hasta que la carne muerta se consuma a sí misma, y los gusanos se conviertan en flores. Y los edificios ahora semidestruidos donde se pertrechan la avaricia, el odio y el salvajismo vulgar de esos hombres que se creían sabios y quedaron ahorcados dentro de la nube del polvo ancestral que crearon, acribillándose unos a otros. Cuando ellos se acaben, habrá una nueva tierra para que crezcan nuestros hijos y nietos. Todas nuestras cartas viajarán al futuro en esa “Alcancía de la Verdad”, como la hemos nombrado. Ahí están los niños alrededor de ella, colgándole cachos de plástico, como si fueran flores coloridas. Esta es mi palabra. Cuídenla bien, porque hoy nadie respeta su palabra. Hoy es la subsistencia traidora y mentirosa. Pero un día, la palabra creará monumentos hermosos y comunidades mágicas. Esta es mi historia. Me llamo Santiago de Santos, último de los sobrevivientes de la Gran explosión, de la tribu Corazón en la mano. Tengo 72 años. Estamos en el principio del fin, pero es mi deseo, que tú, lector, seas parte del principio del principio. Paz. Recuerden, siempre hemos sido sobrevivientes. El orden y el caos son una ilusión mortal. Cristo es nocivo. Junio-Julio 2009

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Jesús de León

La noche caníbal siete cuentos cuidadosamente calculados

N

o creo que haya dentro de la actual narrativa joven coahuilense un escritor con una conciencia tan clara y tan precisa de lo que debe ser un cuento como la que maneja el monclovense Luis Jorge Boone (1977) en su libro La noche caníbal. El volumen incluye siete cuentos. Lo primero que me llamó la atención de ellos es que no importa en qué orden se lean o en qué párrafo se detenga uno, el discurso narrativo hunde inmediatamente al lector en una atmósfera característica, en el ambiente donde se desarrollan las historias. Asimismo, para evitar que el texto se desvíe de su objetivo o reciba interpolaciones que afecten su estructura, el autor elige, con bastante acierto, el momento, lugar y personajes de sus cuentos y profundiza en ellos hasta agotarlos. Quizá la única objeción que pudiera hacerle es que no juegue más con las posibilidades del narrador. Salvo en el primer cuento, el resto adolece de un narrador no muy claramente definido, en el sentido de que tampoco logra definir a su narratario, aunque establece una firme separación entre el autor y el narrador como ente diseñado para funcionar desde adentro del universo de la ficción. Pero pienso que esta ambigüedad no es accidental, sino que está premeditada y que incluso está cuidadosamente calculada. Los temas que Boone ha elegido exigen cierto grado de sutileza. “Siempre habrá alguien detrás de ti” explora la posibilidad de que un hombre pueda cometer un crimen porque es convencido por las imágenes que ve en televisión de que es capaz de hacerlo. “El invierno en Devonshire” maneja un argumento arduamente teológico: un hombre, decidido a seguir la carrera eclesiástica, descubre que ha perdido la fe. Su búsqueda de Dios cambia de sentido al descubrir que para llegar a Dios debe primero encontrar al Diablo. Y al final del cuento ya no sabe si las huellas que sigue a través del bosque le pertenecen al demonio o son sus propias huellas. La búsqueda del mal se confunde con la búsqueda de la identidad. El camino puede ser circular. Boone conoce sin duda los cuentos de argumento 18

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Luis Jorge Boone, La noche caníbal. Fondo de Cultura Económica, México, 2008 (Letras Mexicanas. Serie Breve), 100 pp.

teológico de Jorge Luis Borges y no resistió la tentación de probarse en ese terreno, donde las especulaciones pueden fácilmente malograr la trama. Otro homenaje a Borges es el sugerido por el título del tercer cuento: “Laberintos circulares”, inspirado en tres figuras que exponen paradojas espaciales: la cinta de Möbius, el Nudo de Escher y Uruborus o serpiente que se muerde su propia cola. Aunque sin la desmesura de otro insomne célebre —“Funes el memorioso”—, estas tres figuras dentro del cuento se convierten en metáforas del insomnio que padece el personaje: Hace varias semanas que despierto a cualquier hora de la noche. Desde aquella primera en que soñé que caminaba sobre las vías de un tren y se extendía ante mí el horizonte inalcanzable. Abro los ojos a la mitad de este territorio de sombras y me parece que la línea del tiempo se hubiera torcido sobre sí misma y las horas se marcaran al azar en el reloj. Justo ahora se escuchan campanadas a lo lejos. Las tres. Si durmiese un poco más, las pesadillas me harían despertar de nuevo, y comprobaría que son las dos de la mañana o las once de la noche. A veces temo que mientras duermo amanezca y transcurra un día entero, y anochezca otra vez. Dondequiera que miro está la noche. Imposible orientarse en este vacío [pp. 45-46]. En cambio, en “Oblivion” una mujer encerrada en su casa espera el regreso de su pareja y empieza a sentir que la ausencia crea un reino que, cuando dormimos, se apodera sutil, pero irremediablemente, de los espacios que abandonamos. Esta mujer siente como si el espejo mismo devorara a la habitación, colocándola del otro lado, en el trasmundo. Esta vez el cuento tiene un discurso menos trabajado, pero aun así consigue su efecto. “Telarañas” parece mezclar dos tópicos previamente manejados: el de la acción que se anuncia y que no se puede evitar (morirás mañana) y el del insomnio como un laberinto que es más temporal que espacial y que aquí es representado por esa telaraña que poco a poco va enredando al personaje hasta que lo obliga a matarse.


“Mandrágula” es el cuento más cercano a una forma narrativa muy antigua pero todavía explotable: la alegoría. Aquí también recurre Boone a un expediente muy del gusto de Borges. Un tratado acaso apócrifo para hacer hechizos con la mandrágula o mandrágora. La alegoría se desarrolla a partir de la idea, también muy medieval, de que el cuerpo debe ser espejo del alma y de que la búsqueda de la pureza puede llevar a cometer las peores atrocidades. El protagonista se enamora de una mujer bellísima a la que cree pura e inocente, hasta que descubre que ella ha hecho el amor hasta con los hombres más viles. Intenta someterla a una pócima hecha a base de mandrágora con la que su alma manifestará en el cuerpo de ella sus horrendas deformidades. Veo los sueños de Celine, su cuerpo, su verdadero cuerpo, ronchas, costras, arrugas bajando por su cuello, huesos atrofiados, manchas y verrugas, llagas que supuran, un alma podrida merece un cuerpo podrido, la oscuridad de la noche, sueños, manos comprimen mi cabeza. Algo me golpea. Algo corta el interior de mi garganta [p. 85].

Pero también él queda expuesto al brebaje y las consecuencias lo enfrentan a una insoportable belleza que lo lleva a la locura. En el último cuento, que da título al libro, puedo percibir un homenaje del autor a su natal región minera. Debo admitir que se puede prescindir de la clave regional y leerlo como una ficción que ocurre en cualquier otro lugar. “La noche caníbal” es la noche de las minas, de los mineros que descienden para extraer carbón y que a veces ya no regresan a la superficie, pero también es la historia de los mitos y las creencias de los trabajadores de las minas.

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Avanzo golpeando trozos de carbón con mis zapatos y recuerdo la historia que contaba mi abuela, esa en que la mina es el camino que las almas tomaban para asistir a su encuentro con el más allá. De ser cierto, la otra vida no debe ser muy distinta a la que he llevado hasta hoy [p. 88].

Dos mitos me llaman la atención: la creencia de que así como hay hombres en la superficie que buscan descender a las profundidades de la tierra, hay otros que viven en las profundidades de la tierra y escarban en sentido inverso buscando la superficie. También está esa superstición que prohíbe a las mujeres entrar a las minas, porque eso provoca la ruina del yacimiento y de quienes trabajan. Pero, por supuesto, no falta una mujer que decide desafiar esa superstición y al disfrazarse de hombre invoca la desgracia. Sin duda, como cierra Luís Jorge Boone su libro, “la noche es eterna y todo lo devora”. Pero mi paso por La noche caníbal fue muy interesante y también, por qué no decirlo, nutrió mi entusiasmo y halagó mi imaginación. No caeré en lo obvio. Ni con respecto a mis expectativas ni a la narrativa joven coahuilense ni a lo que pueda ofrecer como narrador Luis Jorge Boone en el futuro. Pero sí quisiera cerrar esta nota observando que su actitud en relación al cuento me parece inteligente y digna de ser tomada en cuenta. Creo que en ese sentido nos queda la noche por delante. Junio-Julio 2009

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Viajes en avioneta un cuento de

Ilustración: Lizeth

Javier Rizzo

S

i no fuese por cuestiones de trabajo no dudaría en tomar otro medio de transporte y desistir completamente de los aviones. Además del gasto que implican, podría evitar los recuerdos de mi amigo, Kikimi, cada vez que me siento en la sala de espera. Antes de experimentar otro vuelo por los cielos tapatíos, intenté recordar con cuál pie había pisado al levantarme de la cama, sabiendo que de todas formas me tocaría viajar del lado derecho de la avioneta del tío Cutberto, y a Kikimi del lado contrario. Siempre digo: “Es de mala suerte ser zurdo o bajar primero el pie izquierdo antes de comenzar el día”. El autobús nos dejó temprano sobre el “campo del halcón”, y el tío (a quien le gustaba el nombre que le habíamos puesto al llano) sólo nos esperaba para cumplir con los pasos habituales: Nos amarraría a cada quien de un alerón de la avioneta y ninguno de los tres esperaría alguna diferencia durante el vuelo, sólo la máxima adrenalina. “Estoy en el lado derecho”, pensé, intentando recordar el pie con que había pisado la alfombra de mi cuarto y la mano que usé para jalar la silla mientras mamá servía el desayuno. Nunca supimos por qué nos gustaban las alas de la avioneta en lugar de escoger la cabina, como le ocurriría a cualquier chico de catorce años. Quizá el destino estaba determinado en ese detalle, y la vida y la muerte trazaron su línea imaginaria, en la cual, Kikimi tendría un fin de camino distinto al mío. Yo no culpo directamente al destino como motor del futuro, sino más bien al buen o mal uso de los “lados coincidentes”. Kikimi siempre conoció mis ideas a pesar de tener una opinión contraria. -Eso de tus lados coincidentes es pura superstición, Bru. Hay que vivir la vida y dejar de pensar en babosadas porque entonces le quitas la diversión, zoquete. Así que, chócalas. Tal vez, Kikimi, tenía la costumbre de contradecir a todo mundo porque lo había aprendido de su padre. En lo único que no estaba 20

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quecido mientras sentía cómo el mundo me quedaba boca arriba y las nubes del cielo boca abajo. Todo fue rápido, adrenalínico y adictivo porque siempre le gritábamos al tío que ejecutara más giros de la muerte, sabiendo que nunca nos escucharía porque, trepado en el alerón de una avioneta de fumigaciones a toda velocidad (bien lo decíamos Kikimi y yo), tu voz jamás podrá ser oída y tampoco lograrás sacar una risa. Es imposible. Chócalas. La avioneta hizo un movimiento inesperado que me obligó a poner más atención hacia el frente, donde las puntas de los pinos parecían lanzas apuntando hacia su blanco. Ahora pienso que no debí concentrarme en esos instantes y desechar la diversión para pensar con qué mano había jalado la silla a la hora del almuerzo con mamá. Hoy en día sé que ni siquiera llegué a jalarla porque me había traído el desayuno en el camino. Cosa errónea para despertar los “lados coincidentes”, pues recordé el puño utilizado para saludar a Kikimi mientras sostenía el sándwich con la otra mano. Claramente creí que uno de mis zapatos iba a salir disparado, y pude sentir un turbulento calambre en la espalda justo cuando supe que al chocarlas con Kikimi tuve que usar la mano prohibida; la izquierda. De inmediato Imaginé el quejido trinante de un pájaro con las alas desplumadas. Sólo recuerdo que le gritaba a mi tío que bajáramos a tierra porque me estaba mareando. Pero nadie escucha cuando uno viaja en alerones de avioneta. Después de eso, recuerdo que volteé hacia mi izquierda, apasionado de cómo Kikimi había logrado reírse; presionó sus cachetes inflados, y sus dientes risueños parecían lápidas bajo el sol. Segundos después lo vi salir despedido como una bola de helado de vainilla arrojada por un ventarrón inesperado. Sigo esperando el permiso de la agencia para transportarme de ahora en adelante a Sudamérica, por barco, aun con las demoras laborales que posiblemente se presenten. Pese a diez años de distancia no deseo volver más al cielo. Mientras tanto, presto atención en el pie que uso al ingresar por el túnel que conduce al avión, y verifico un par de veces el número de asiento: Se encuentra del lado derecho.

de acuerdo con él era cuando le prohibía salir conmigo, y terminaba escapando por la ventana de su casa. Después de esconderlo en mi recámara solíamos reírnos y chocar los puños victoriosos. El tío, Cutberto, se ajustó la gorra diciendo que habría buen clima y nos amarró con la seguridad de siempre sobre la base de los alerones, y cuando las llantas comenzaron a recorrer la pista de tierra logré recordar el pie que había apoyado al levantarme de la cama: Fue el derecho. El vuelo tuvo la emoción esperada: el viento nos estiró los cachetes helados hacia atrás, y cuando volteamos a mirarnos al mismo tiempo, vi que la boca de Kikimi se agitaba como los plásticos atrapados en la ventana de un auto a toda velocidad, e imaginé que yo estaba en la misma situación. Las hélices crearon los efectos de retroceso y cámara lenta que tanto me fascinaban. Un pájaro rozó mi cabeza, y las únicas monedas en la bolsa de mi pantalón se perdieron entre los árboles debajo de nosotros. El tío, Cutberto, giró su cuello para mirarnos, y con eso supimos lo que seguía: “El giro de la muerte”. Apreté las manos sobre el borde del alerón y grité enlo-


Fausto Ramírez

Algo se pudre en

Dinamarclown D

ice el creador inglés Peter Brook que a Shakespeare “siempre le puedes dar la vuelta a la obra (…) ya que produce un material dinámico, muy concentrado; no produce un producto acabado” Por lo mismo el material del autor inglés funciona para cada caso. Estas palabras me vinieron a la mente cuando, a invitación del grupo Thespis, comencé la adaptación y puesta en escena de una de las obras cumbres del poeta: Hamlet pero debo confesar que los sustentos argumentales de los santones del teatro no son suficientes para transformar mágicamente una obra clásica y menos si la tarea es someter el lenguaje del “cisne de Avon” al mundo del clown… ¡gulp! La irreverencia tocaba todas las noches las puertas de las ruinas de mi conciencia. Sentía que el Bardo me observaba desde el dintel de la puerta como en el viejo poema de Poe. De pronto, el mismo Shakespeare vino a mi rescate porque “el día es el día, noche la noche y tiempo el tiempo”, frase del ministro Polonio al dirigirse a Gertrudis, y comenzó la develación, de tal manera que si te platico la historia de este personaje hablador –Hamlet dixit– que termina muerto por accidente al estar espiando una conversación y por lo tanto exponerse a ser confundido con ratones, lo primero que

piensas es en un clown trágico, como todos los clowns. Sigue el cuento: Gertrudis y Claudio enredan de tal manera la acción hasta hacer que Hamlet sea primo de sí mismo. Hamlet mismo lleva sus dudas y bromas extremas al juego más verbal de los cómicos. Recordemos esa escena en la cual anuncia que Polonio ha sido “invitado a una cena, pero no a cenar sino a ser la cena…una cena de gusanos”. Y qué decir de Ofelia que enloquece por seguir a Hamlet en su locura… El material y el impulso de hacer clown a Shakespeare vinieron del mismo texto. Lo que seguía era asumir el mundo del clown, un mundo delirante, frágil, tierno y en muchas ocasiones naive llevado al kitsch, por lo que Hamlet vino a encajar en una ciudad dubitativa… hamletina. Por lo que las palabras de Brook tomaron al final del montaje otra dimensión. Shakespeare no sólo sirve para cada caso, sino que en el de Guadalajara nos ayudó a develar la ciudad como un “Elsignor” claunesco, donde las intrigas de humor involuntario de nuestros políticos, la sed de poder de los poderosos, la locura cotidiana llena de dudas de la cada vez mas impalpable realidad me hacen pensar hoy que “algo se sigue pudriendo en Dinamarclown” y, por lo tanto, ¡EL MUNDO SE VA A ACABAR! Junio-Julio 2009

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