Suplemento Cultural 30-072011

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EL MUNDO DE TÚN DESDE ADENTRO

Guatemala 30 de julio 2011

Suplemento Cultural Una idea original de Rosauro Carmín Q.


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Nueva Guatemala de la Asunción, 30 de julio de 2011 Tema central

In memoriam del “Paganini negro” Brindis de Salas La historia de este lírico bohemio parece un cuento, sin embargo es cierto. Arnoldo Varona

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on la proclamación de la Asamblea General de las Naciones Unidas del 2011 como “Año Internacional de los Afrodescendientes” nos parece propicia la idea de recordar una figura y excelsa personalidad negra del continente americano cuando se cumplen cien años de su muerte, Brindis de Salas.

Su viaje final Había llegado a Buenos Aires en el vapor español “Satrustegui”, era la segunda vez después de 20 años que visitaba a la Argentina. No sabemos a ciencia cierta para qué llegó allí, ni por qué, aunque los argentinos en su primera visita se habían quedado maravillados por su genio artístico y hasta le regalaron un valioso violín Stradivarius que conservó hasta su muerte. Decían que allí tenía una hija. Después de haber sido millonario y haber vivido la vida de un monarca, después de haber hecho temblar el corazón de las mujeres que amó, después de haber paseado por el mundo su alma que era un violín, después de tanto amor, de tanto fuego, de tanto sol, de tanta melodía, de tanta gloria y laurel, llegaba esta vez destrozado. Regresaba, esta vez viejo, pobre, sucio, tísico y solo... En su vida artística aquel virtuoso del violín, hombre alto, hermoso, elegante, caballeroso, amable, pulcro y simpático, de conversación agradable, que hablaba siete idiomas; había tocado por la gloria y la fama; fue un

negro único que derrochó el dinero a manos llenas. El cubano se había casado en Berlín con una hermosa baronesa alemana, con quien tuvo dos hijos que fueron también violinistas de cámara del emperador Guillermo II, el mismo monarca que le condecorara con la “Cruz del Águila Negra” haciéndolo barón y así tomando la ciudadanía alemana. En España recibió la “Cruz de Carlos III” del rey de España; la “Orden de Cristo” del rey de Portugal y fue nombrado “Caballero de la Legión de Honor” por la República de Francia. En unos pocos años la esposa alemana le pidió el divorcio cuando Brindis de Salas quiso continuar su carrera de concertista trotamundos. En sus programas Brindis incluía muchas obras de contenido latinoamericano, como “Boleros”, “La Bella Cubana” y la difícil “Zamacueca”, esta última compuesta por el maestro cubano White durante su estancia en Chile, basado en motivos populares de este país, incorporando además a su repertorio obras como la “Danza Colombiana”, de Morales Pino. Sus giras, además de un triunfo musical, le eran un éxito social y personal cuando se veía admirado por aquella sociedad que rechazaba el color de su piel. Escribía entonces el periodista argentino Freixas, al ver actuar a Brindis de Salas invitado a la casa del prócer Bartolomé Mitre, y a quien debía haberle abierto las puertas del éxito en ese país: “Brindis de Salas se había puesto de pie, al lado del piano, en el que el maestro Rodó lo acompañaba. Su mano se alzó de pronto, cayendo con el arco sobre las cuerdas del violín. Algo extraño pasó entonces. Aquello era un sonido, una sola nota, pero con su vibración se había apoderado de cuantos estaban

en la sala. Desde aquellos momentos todos miraron al mismo punto, y todos parecían seguir con profunda abstracción, y algunos hasta con el movimiento de su cuerpo, los giros de la frase, sus inflexiones, el dibujo sonoro, en fin, el ritmo melódico. ¡Raro efecto! No se oía más que la música; nadie pensaba en que se estaba oyendo a un artista...”. Al ejecutar, Brindis trasmutaba un poder supraterreno; su mirada relampagueaba; sus dedos se multiplicaban, alcanzando agilidades incomprensibles, su arco hacía pesar, en los nervios de su instrumento, la hondura de su espíritu y el torrente de su temperamento, y ebrio de emoción, en una crisis de facultades, derrochaba técnica y expresión a un público que lo escuchaba absorto. Eran todo un espectáculo sus presentaciones. Esta vez, con sólo breves días en la Argentina, entraba Brindis de Salas en una tienda de cambalache de la calle Rivadavia de la capital porteña para ofrecer en depósito-venta su tesoro más valioso, su violín. Un empleado lo miró con desdén pensando, por su andrajosa apariencia, que era un ladrón. Aceptó los diez pesos que le ofrecieron, estableciéndose un mes para recuperarlo. Luego se alejó, no sin antes cubrir de besos al fino instrumento al que abrazó como si fuera un niño. No se le volvió a ver. Se cumplen cien años de la muerte de uno de los más geniales violinistas de todos los tiempos... Así... solo y olvidado. Un gran artista que triunfó “sentado de espaldas a su piel” que era más discriminada entonces. Un triste destino de Claudio José Domingo Brindis de Salas Garrido, “Rey de la Octava” como también se le conoció universalmente.


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Tómelo con filosofía

Cioran entre prostitutas

E. M. Cioran es/fue un filósofo bastante fuera del molde tradicional del gremio. No fue profesor, ni conferencista ni alguna otra cosa parecida que lo hubiese sacado de su vagancia ilustrada. Se ufana de no haber trabajado nunca (“Habiendo tenido la suerte de no haber ejercido oficio alguno ni trabajado en libros serios, he dispuesto durante toda mi vida de gran cantidad de tiempo, privilegio reservado a los mendigos y a las mujeres. Mendigos hay cada vez más, pero ellos no se rebajan a escribir; en cuanto a las mujeres, ahora van a la oficina, infierno idiotizante”) ya por este hecho es menester envidiarle. Por Carlos Yusti

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isfrutar de ocio y tiempo para leer y entregarse a las especulaciones mentales y teorías más arbitrarias es un lujo supremo. Andar por ahí, sin apremios, husmeando en la vida, o en ese aquelarre de los bajos fondos para tomarse unas horas y conversar con los mendigos, los chulos y criminales de poca monta. Frecuentar a las “fulanas” (como las llamaba el autor de Breviario de podredumbre) y no sólo para gozar de sus favores carnales, sino también para aprender, para exprimir esa insólita experiencia de relacionarse con otros seres humanos. Ocio para conocer personas del más variado pelaje y del más indecente de los ambientes como el académico. Encontrarse en algún café, o en una plaza, con Samuel Beckett (“...recordé que durante nuestro primer encuentro, en la Closerie de Lilas, a principio de los años sesenta, me había confesado su gran cansancio, su sensación de que no podía sacarse ya nada de las palabras”) y conversar de todo, pero jamás de literatura. Luego intercambiar silencios por largas horas y quizás las más fructíferas para ambos. Conocer a un bisoño filósofo que lo inventó en España llamado Fernando Savater. Cuando Savater le comunicó que en el medio intelectual español era un filósofo inexistente, Cioran sonreído le dijo: “Estése tranquilo y por favor no los saque de su error”. El libro que prefiero de

Cioran es Ejercicios de admiración. Libro que recopila ensayos y retratos por escritores y poetas por los cuales Cioran sentía una absoluta inclinación. Raro en él que siempre quedó fichado como un amargo que despotricaba de todo y de todos. Su ensayo sobre Joseph Maistre es un ejercicio de admiración crítica llevada a sus extremos. Cioran pedalea furioso sobre ese camino sinuoso de la ideas reaccionarias de Maistre. Revisa con precisión de cirujano todos los tejidos de un pensamiento edificado desde lo reaccionario, desde el cinismo sin cortapisa. Maistre le permite dejarnos una lección: “No existe ningún movimiento de renovación que en el momento en que se aproxima a su objetivo, en que se realiza a través del Estado, no caiga en el automatismo de las antiguas instituciones, ni tome la apariencia de la tradición. A medida que se define y se precisa, va perdiendo energía; lo mismo sucede con las ideas: cuanto mejor formuladas estén, cuanto más explícitas sean, menor será su eficacia: una idea clara es una idea sin porvenir”. Hasta a Borges le dedica un corto texto: “Siendo estudiante, tuve que interesarme por los discípulos de Schopenhauer. Entre ellos, un tal Philipp Mainhinder me había llamado particularmente la atención. Autor de una Filosofía de la liberación, poseía además para mí el aura que confiere el suicidio. Totalmente olvidado, yo me jactaba de ser el único que me interesaba por él, lo cual no tenía ningún mérito, dado que mis indagaciones debían conducirme inevitablemente

a él. ¡Cuál no sería mi sorpresa cuando, muchos años más tarde, leí un texto de Borges que le sacaba precisamente del olvido! Si le cito este ejemplo es porque a partir de ese momento me puse a reflexionar seriamente sobre la condición de Borges, destinado, forzado a la universalidad, obligado a ejercitar su espíritu en todas las direcciones, aunque no sea más que para escapar a la asfixia argentina. Es la nada sudamericana la que hace a los escritores de aquel continente más abiertos, más vivos y más diversos que los europeos del Oeste, paralizados por sus tradiciones e incapaces de salir de su prestigiosa esclerosis”. Cioran puede ser considerado como un contrafilósofo y su comparación de la prostitución con la filosofía es magistral: “Carecer de convicciones respecto a los hombres y a uno mismo: tal es la elevada enseñanza de la prostitución, academia ambulante de lucidez, al margen de la sociedad como la filosofía. Todo lo que sé lo he aprendido en la escuela de las fulanas, debería exclamar el pensador que lo acepta todo y lo niega todo, cuando, a ejemplo suyo, se ha especializado en la sonrisa fatigada, cuando los hombres no son para él sino clientes, y las aceras del mundo, el mercado donde vende su amargura, como sus compañeras su cuerpo”. No le interesaban para nada los intelectuales o los literatos. Le gustaban las prostis, los reventados de la vida

que vagaban sin rumbo fijo y los “clochards”. A su manera abreva de ellos para tener un sentido más vivo del pensamiento y las ideas abstractas. Siempre estuvo, según sus propias palabras escritas en su diario, “ávido de exceso y herejía”. Escribió libros para no suicidarse. El sexo con prostitutas también le servía para retrasar la muerte. Revisando sus retratos y fotografías se nota una frente surcada de líneas, ojeras sin arrogancia y una austeridad en el vestir que declaran su excentricidad sin algarabía. El cabello a veces alborotado y otras peinado sin rigor, cejas pobladas y labios finos. En su rostro hay como una desesperación oculta, a pesar de esto Cioran estaba fascinado con la vida de los otros, intrigado por esas existencias que discurren como si el universo (o las grandes preguntas) no existieran. En sus textos hay una monstruosidad exagerada, pero su vida austera en un breve piso en París lo devuelve a su esencia humana, sin alardes, sin pedantería debido a que pensar contra el pensamiento mismo es un lujo que poca gente puede tener. Una vez dijo que había escrito su primer libro para no suicidarse, de allí que sus libros sean sólo una manera elegante de sacarle el cuerpo al suicidio. Empuñar la escritura como una pistola en la sien fue su manera de suicidar esas ideas edulcoradas y bobaliconas que tenemos de la existencia para llegar al otro día.


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Nueva Guatemala de la Asunción, 30 de julio de 2011 Civismo

Honor a José Joaquín Palma, autor de la letra del Himno Nacional José Joaquín Palma, nació en la ciudad de San Salvador de Bayamo el 11 de septiembre de 1844 en Cuba, poeta, educador, patriota, hijo de Pedro Palma y Aguilera, y doña Dolores Lasso. Contrajo matrimonio con Leonela del Castillo y tuvieron como descendencia a Carlos, José Joaquín, Zoila América, Ana y Francisco.

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jerció la docencia en el colegio San José en su ciudad natal como maestro de primeras letras (educación primaria), “A los veinte años de edad se inicia José Joaquín Palma en las actividades periodísticas, dando a conocer sus primeras producciones literarias en el periódico La Regeneración, de Bayamo. Dirige el periódico oficial de la Revolución: El Cubano Libre, cuyo primer número aparece en el mes de octubre de 1868. Suscribe y defiende la moción para abolir la esclavitud en octubre del año 1868. Inició su vida revolucionaria componiendo poesía rebelde en contra del gobierno militar, con el triunfo de la revolución cubana integró el primer ayuntamiento libre de la isla de Cuba en su ciudad natal. El último episodio de la gestión revolucionaria del poeta se desarrolla cuando en un viaje casi trágico, a bordo de una frágil embarcación, cruza las aguas profundas del sur de Cuba buscando las costas jamaicanas, arribando a Kingston, donde se cierra el capítulo de su gestión revolucionaria. Si el poeta se ha ganado la admiración de los hombres de letras al largo de un siglo, el patriota se ha ganado y merece se le otorgue una eternidad de devoción por los hombres honrados y por los demócratas convencidos. Debido a su participación en la guerra de 1868 tuvo que salir al exilio; recorrió América y llegó a establecerse en Guatemala, donde aún se le considera el “...más predilecto de sus hijos adoptivos.” En su exilio logra altos cargos y reconocimientos, en América Central, radicó a su familia, compuso bellas estrofas, educó a la juventud y sirvió a Cuba una y otra vez dándole refugio a otros exiliados y apoyando los esfuerzos de liberación. Participó desde el exilio en los actos de constitución de la República Cubana y se le otorgan honores bien merecidos. Volvió a Cuba en 1902 y 1909. Mantuvo su permanencia en Guatemala ejerciendo sus dones de diplomático bajo el cargo de Cónsul de Primera. Presentó a la sociedad guatemalteca, la figura ilustre de José Martí en el año 1877. Fue Director de la Biblioteca Nacional de Guatemala y comisionado

Fernando Mollinedo

para ir a Nueva York en busca de volúmenes para la misma, lo cual provocó interesantes comentarios de José Martí, como docente sirvió la cátedra de Literatura Española y Americana, en la Facultad de Derecho y Notariado de Guatemala en el año 1886. Fijó definitivamente su residencia en Guatemala en el año 1889. Por medio de Acuerdo Gubernativo de fecha 24 de junio de 1896 se puso a concurso la elaboración de un himno nacional, los participantes debían ser guatemaltecos, Escribió el Himno Nacional de Guatemala, se supone que lo hizo durante los meses de julio y agosto de 1896. El 28 de octubre de ese mismo año, los jurados favorecieron la letra del himno nacional de Guatemala amparada por el pseudónimo “Anónimo”, cuyo autor era José Joaquín Palma quien por ser de origen cubano participó de forma anónima. La primera audición del Himno Nacional de Guatemala (música y letra) fue el día domingo 14 de marzo de 1897 entonado por los alumnos del conservatorio Nacional de Música en acto cívico literario celebrado en el Teatro Colón. La letra de este poema fue entonada en la forma que la presentó

José Joaquín Palma hasta el año 1934, pues a propuesta del gramático José María Bonilla Ruano fue modificada por él mismo aduciendo que algunas estrofas del Himno no estaban ajustadas a la verdad histórica, aparte de que mantenía en pugna “los sentimientos de cordial amistad que unen a Guatemala y España”. Esas modificaciones fueron sancionadas legalmente por el presidente Jorge Ubico por medio del Acuerdo Gubernativo de fecha 26 de julio de 1934. El 3 de agosto de ese mismo año, fue escuchado por vez primera el Himno Nacional de Guatemala ya modificado Para la comprensión real del sentido contenido en las estrofas del himno nacional, sugiero leer la obra “Aproximación al Estudio del Himno Nacional” del musicólogo guatemalteco Luis Antonio Rodríguez Torselli. Guatemala glorificó al poeta con el Homenaje Nacional que se le tributó el día 23 de julio 1911. Ya muy enfermo en su casa de habitación ubicada en la 10ª. calle 2-68 de la zona 1 en ciudad Guatemala, y en su lecho escribió su última poesía “La Locomotora” que hizo en atención a la llegada de la primera locomotora a la ciudad de Guatemala. José Joaquín Palma, el “rimador de amores” falleció en Guatemala el 2 de agosto de 1911 por un cáncer en la boca en fecha agosto 2 de 1911. El jueves 3 de agosto de 1911, fueron sepultados sus restos en el Cemente-

rio General a las diez horas. El día 17 de abril de 1951, los restos del poeta José Joaquín Palma fueron trasladados a Cuba, su tierra natal. Zoila América Palma de Figueroa, hija del poeta cubano guatemalteco José Joaquín Palma; heredera de la letra original del himno nacional, ofreció a la Biblioteca Nacional cuando ella muriera, al poco tiempo de su fallecimiento se le recordó dicho ofrecimiento a su hija Luz Figueroa Palma (nieta del autor) quien pidió un lugar especial para dichos manuscritos, de lo contrario se los llevaría consigo a España o Estados Unidos donde pensaba radicar; sin embargo, el gobierno de Ydígoras Fuentes (1963) fue derrocado y no se pudo hacer. Fue el coronel Enrique Peralta Azurdia, Jefe de Gobierno quien mandó construir la urna del Himno Nacional en el mes de marzo del año 1964, a cargo del escultor Rodolfo Galeotti Torres por el precio de Q2,800.00, La inauguración del monumento en el salón “Rafael Landívar” en el edificio de la biblioteca se realizó el 11 de septiembre de 1964, en él se encuentran los manuscritos y la corona de laurel y olivo labrada en plata con que fue homenajeado, la pluma con que escribió el himno y sus anteojos. BIBLIOGRAFÍA Bran Azmitia, Rigoberto. “Historia del Himno Nacional”, Tipografía Nacional, Guatemala, 1997. Polonsky Celcer, Enrique. “Estructura y Significado del Himno Nacional de Guatemala” Cenaltex, Guatemala, 1987 Rodríguez Torselli, Luis Antonio. “Aproximación al Estudio del Himno Nacional” Editorial Cultura, Guatemala, 1999. Sánchez Morales, Juan Rafael. Origen y Evolución de la Canción Patriótica. CENALTEX, Guatemala, 1986.


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La Muerte en las vitrinas de la Calle Real

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uentan las viejas leyendas del Valle de la Ermita, la aún joven Ciudad de Guatemala, que en 1911 un grupo de pintores, hombres y mujeres, nacidos en el siglo XIX se reunían en una casita de la 6a. calle a conversar sobre el sentido de la vida, del arte, de los colores, de la vida de los colores y del arte de la vida. La casa era mágica, llena de buenas vibras y ocupada por gente bella e inteligente. Las ideas iban y venía como en los columpios del parque Minerva y se soltaban para volar hacia el cosmos y más allá. Estos artistas eran la vanguardia de la pintura en la Ciudad. En algún momento al hablar de la vida llegaron a hablar del final de ésta, es decir: la muerte. Se alejaron de las concepciones religiosas y oscuras que acerca de la muerte dominaban la época y la ciudad. La entendieron como un fenómeno natural presente en las plantas, en los animales, en los microbios y en toda la humanidad. Y recordaron a los abuelos y abuelas cuya energía y pensamiento se quedan con los vivos para guiar el camino. Animados por las conversas, se dieron a la tarea de retratar en lienzos, la visión que cada uno tenía acerca de este fenómeno presente en la vida de todo ser humano. Representaciones de la muerte nunca antes vistas aparecieron en los bocetos de los cuadros, usando todas como base el conjunto de huesos que quedan del cuerpo luego de que los gusanos y bacterias han hecho su trabajo de descomposición de órganos, músculos y piel. Esqueletos pues, fueron llenados de forma, color y ornamentación; pintados en praderas, edificios, calles y alamedas; riendo, pensando, manejando bicicletas, jugando, gozando la vida, aunque cueste trabajo pensar que un esqueleto pueda gozar de retozos vitales. Estos maestros de la pintura parecían niños y niñas imaginando, jugando, creando arte. La exposición fue instalada en la Calle Real con toda la publicidad posible en aquella época. Patojos chispudos gritaban de esquina en esquina desde el barrio de La Candelaria hasta más allá del Calvario, anunciando la inauguración de tan esperada muestra. La expectación crecía como espuma cuando se escuchaba en el pregonar de los gritones que la colección de pinturas se llamaba La Muerte Negra. Cierto miedo corrió por los nervios de muchas personas, pues le atribuían a la muerte comportamientos y cualidades oscuras y peligrosas. No dejaban de tener sustento estos miedos, sobretodo en sociedades

Por Pablo Sigüenza

donde la religión se mete tanto en el conocimiento y comportamiento de la gente. Pero movidos por la curiosidad y el morbo, el día de la apertura de la muestra, la Calle Real se encontraba bastante concurrida. Mujeres, hombre, niñas, ancianos, funcionarios, religiosos, trabajadores, extranjeros y orejas fueron llegando antes de las tres de la tarde del 23 de julio para asistir al acto inaugural de la exposición. Comerciantes progresistas ofrecieron el mejor espacio en la vitrina de sus comercios a lo largo de ocho cuadras sobre la Calle Real. Farmacias, relojerías, zapaterías, sastrerías, un banco, dos restaurantes chinos y uno francés, tres talabarterías, una tienda de telas importadas de Holanda, una refresquería de súchiles y una venta de accesorios para carretas tiradas por caballo albergaban las obras de arte. Al recorrer en horas de la tarde la Calle Real, los asistentes se sorprendieron pues los cuadros de la Muerte Negra eran hermosos, intensos y bien logrados, mas no inspiraban ningún tipo de terror; más bien el aspecto de los esqueletos pintados provocaba tranquilidad y alegría. Los rostros de la gente que iba y venía entre el empedrado de la calle reflejaba una nueva paz interior y los ojos transmitían plenitud y un renovado entendimiento de la vida. El manifiesto leído por el grupo de pintores y pintoras hablaba del amor a los colores y a la vida. La gente entonces empezó a murmurar que era bueno que los cuadros estuvieran detrás de los vidrios de los comercios, por muy simpáticas que fuera estas muertes pintadas, siempre es mejor que algo nos separé de ellas.

Semanas después, cuando casi la totalidad de los 90 mil habitantes de la ciudad de Guatemala habían asistido a observar detenidamente los cuadros de la Calle Real, el dueño de una de las zapaterías decidió quitar de su vitrina el cuadro de un esqueleto del cual había sido pintada solo la mitad izquierda de su figura, sin cabeza, pero con una linda pulsera dorada en la muñeca; un cuarto de hora después el dueño del almacén de ropa importada contiguo al teatro Lux, retiró del lugar de exposición el esqueleto que vestía sombrero de campesino; y cuando la dueña de una relojería estaba por llevarse para dentro del negocio el cuadro de la muerte montada en bicicleta, la gente que caminaba por la calle empezó a protestar y se acercaban a los almacenes solicitando que los cuadros siguieran en exhibición. La exposición continuó colocada en las vitrinas de la Calle Real por muchos años, gracias a que la población sentía alegría y paz al caminar entre las piedras de la vía, observando la bondad de la paleta de colores que formaba a aquellas muertes amables. Los tipos de comercio y mercadería en los negocios de la Calle Real iban cambiando con el pasar

del tiempo, pero cada nuevo inquilino de las vitrinas permitía que los cuadros de aquellos, ahora viejos pintores, se mantuviera a la vista de los paseantes. Con el tiempo sin detener su marcha, la conocida muerte fue encontrando a los creadores de aquellas viejas pinturas. La noche en que el último de los autores de la Muerte Negra murió, con una sonrisa plena en el rostro, desaparecieron de las vitrinas, todos y cada uno de los cuadros esqueléticos. Suceso misterioso que la población urbana aceptó con tranquilidad y con nostalgia. Una de las hijas del famoso pintor comentó a la mañana siguiente que el último anuncio de su padre había sido: los cuadros estarán siempre en la Calle Real, aunque la gente no los vea. Una tarde de canícula y sol radiante, 100 años después de la inauguración de la Muerte Negra, en la antigua Calle Real aparecieron un conjunto de viejas pinturas de esqueletos. Extraño fenómeno que sorprendió a los habitantes de la ciudad de Guatemala en pleno siglo XXI. Las vitrinas de almacenes de ropa juvenil, zapatos tenis y electrodomésticos ubicadas en la 6a. avenida de la zona 1, se vieron luciendo estas obras de arte y los encargados de tienda movidos por una extraña alegría buscaron el mejor lugar al frente de la mercadería. La luz de aquellos pintores que jugando a ser niños y niñas hablaban de la vida, la muerte y el conocimiento popular, reaparece hoy en el Paseo de la Sexta en los cuadros de la Muerte Negra, luego de cien años de haber sido pintados. Apresúrese, corra al Centro Histórico, quizá llegue a tiempo para verlos, le van a gustar Yo los vi ayer antes de la caída del sol y estoy feliz. De vuelta ya en mi casa, en el Callejón de la Cruz, me puse a pintar con tinta arcoíris estas letras negras llenas de futuro. Misterioso efecto el de las patojas y patojos pintores, como se le llamó a aquel ilustre grupo de artistas.


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40 años de historia del arte nacional

Noventa ARTISTAS CELEBRAN EL ANIVERSARIO DE EL TÚNEL

90 artistas de la plástica guatemalteca se aprestan a celebrar con sus obras el XL Aniversario de El Túnel con una exposición colectiva que abrirá sus puertas al público en agosto en la sede de la galería, Plaza Obelisco, Avenida Reforma y 16 Calle de la zona 10.

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egún dice Pedro Solís, director de la institución, “Se trata de una verdadera fiesta de la comunidad artística, pues los 40 años constituyen un acontecimiento que va más allá del orgullo familiar de ser la galería de arte más antigua del país, ya durante esas cuatro décadas los verdaderos protagonistas de la historia son los artistas y el arte de Guatemala que han encontrado en El Túnel el lugar más propicio para proyectarse a la sociedad guatemalteca que, por otro lado, siempre ha acudido con mucho entusiasmo a las exposiciones de sus artistas”. En la exposición del XL Aniversario participan, entre otros, Alfredo Gálvez Suárez, Erwin Guillermo, Rolando Ixquiac Xicará, Valenz, Elmar Rojas, Rodolfo Abularach, Mariadolores Castellanos, Max Leiva, Moisés Barrios, Ramón Ávila… La exposición permanecerá abierta al público hasta el sábado 13 de agosto y puede ser visitada de lunes a viernes de 9:30 a 19:00 horas y sábados de 9:30 a 13:30 horas. En Plaza Obelisco, 16 calle 1-01 zona 10


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Galería de artistas

EL MUNDO DE TÚN DESDE ADENTRO (I)

En 1996 la galería El Áttico publicó El mundo de Tún visto por Guillermo Monsanto, un acercamiento respetuoso e inteligente a la obra de Francisco Tún (ciudad de Guatemala, 1948-1989) que a la fecha sigue siendo de lectura obligatoria para aquellos que quieran conocer más de la pintura y la personalidad de este singular artista que desapareció de la escena artística guatemalteca a mediados de los años 80 de la misma manera abrupta en que 15 años atrás había aparecido en ella prácticamente de la nada. En ese entrañable librito de apenas un centenar de páginas, Guillermo Monsanto recorre con delicado tacto la errática órbita de ese planeta extraño y maravilloso y se demora, asombrado, en las “visiones” que del impenetrable mundo de Tún ofrecen sus cuadros —“únicos, sin parangón ni parámetros de referencias ni influencias”— y sus versos, igualmente originales.

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l propósito del sensible autor de este inapreciable estudio se cumple plenamente: acerca al lector al mundo de ese artista insondable, lo coloca sobre la superficie de ese planeta desconocido. Y allí lo deja, en el umbral del misterio, eso sí, con algunas pistas inquietantes y picado con la tarea de descifrar las claves de su resolución e interpretación profunda. De hecho, el libro de Monsanto se plantea como la investigación de un antropólogo de la vieja escuela que describe su objeto minuciosamente, pero desde fuera, desde esquemas de pensamiento que son ajenos a la cultura que describe, en este caso la inédita expresión de un artista inclasificable. De allí que para seguir adentrándose en el mundo de Tún habría que considerar que algunas de las pistas que ofrece Guillermo Monsanto para la interpretación de su obra son, por lo menos, equívocas. Por ejemplo, la pregunta sobre si “llega Tún a cruzar, en algún momento, la barrera entre lo culto y lo popular” introduce subrepticiamente en el equipaje del nuevo y arriesgado explorador del misterio de la pintura de Tún prejuicios conceptuales y clasificatorios que distorsionan de antemano la orientación del viaje y el sentido de la interpretación de las notas más características y originales de su obra, y equivale, en el sentido metodólógico, a pretender que sea el ser el que debe adecuarse al pensar y no al contrario, que el pensamiento se adecue al ser, como exige la validez del conocimiento. En consecuencia, habría que pensar que de aquí en adelante tal vez no sea el método descriptivo tradicional, por los prejuicios culturales que introduce, el más adecuado para “abrir” desde “afuera” el “cerrado” mundo de Tún, cuya interpretación exige más bien una fenomenología para acceder a su sentido interno y una hermenéutica para comprender y explicar desde “adentro” sus estructuras significativas. Así, fenomenológicamente hablando, en el hecho de que Francisco Tún, un indígena de la ciudad de Guatemala sin formación académica, haya aparecido en la escena cultural de los años 70 a la par de los artistas plásticos en tran-

Por Juan B. Juárez

ce de validar sus novedosos planteamientos estéticos en una sociedad culturalmente conservadora —por decir lo menos— es algo más que una anécdota. En efecto, tanto su “descubrimiento” por la crítica de arte Edith Recourat, originaria de Francia, como la entusiasmada aceptación de su pintura por la comunidad artística, sobre todo por los artistas que hacían un arte abstracto-geométrico (Luís Díaz, Margot Fanjul, Joyce) que vieron en la sencillez de sus composiciones, en la geometría instintiva de sus cuadros y en los colores planos de su pintura una confirmación de la vocación abstracta de la cultura guatemalteca ya no sólo precolombina sino también contemporánea, son hechos externos pero concomitantes que determinaron su fulgurante y fugaz trayectoria errática.

Sobre esos hechos, pero ahora del lado hermenéutico, habría que empezar por anotar —y notar— que la sencillez de su pintura tiene, sin embargo, un trasfondo conflictivo. En efecto, todos sus cuadros se expresa la irremediable soledad del marginado social y su imposibilidad de establecer vínculos con una realidad y asumir unos valores que desprecia y añora al mismo tiempo. En ese sentido, la cerrada geometría de sus paisajes urbanos no está ligada a conceptos artísticos modernos sino con un ambiente que lo rechaza, que literalmente le cierra las puertas, o bien —otra vez literalmente, desde la perspectiva de la cárcel— lo encierra y lo aísla. Continuará. (Fotografías de Alejandro Noriega)


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Revista de libros

La montaña infinita, de González Davison

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ste próximo jueves, 4 de agosto, a las 18:30 horas, en el Centro Cultural de España (Vía 5 1-23 zona 4, Cuatro Grados Norte), se presentará la segunda edición de “La montaña infinita”, novela histórica de Fernando González Davison. Esta novela se adentra en los albores del siglo XIX y viaja a través de dicha centuria, para seguirle los pasos al campesino montañés Rafael Carrera, que llegó a ser Presidente de Guatemala. La presentación de la novela contará con los comentarios de Celso Lara, Gustavo Porras, Alejandra Gutiérrez Baldizán y el autor. Bajo una perspectiva inédita del caudillismo regional se resalta su exitosa revolución y los cambios profundos

Mario Cordero Ávila

que transformaron las sociedades de Guatemala y de Centroamérica hasta forjar, con el apoyo principalmente indígena, el primer Estado intercultural del continente americano. González Davison, que ha sido ganador de premios con novelas anteriores, logra dar una nueva visión a la historia sociológica de Guatemala, luego de haber investigado el tema durante dos décadas. EL LIBRO “La montaña infinita” se inscribe dentro del resurgimiento de la nueva novela histórica latinoamericana, que rebate la retórica y contenido de la historia oficial. El autor, para lograr conocer la trama central de la historia, debió pasar horas buscando información sobre Rafael Carrera, sobre todo en sus años de su infancia, de los que no hay mucha información.

La mano del fuego Revista de libros

Mi casa se estaba quemando y sólo podía salvar una cosa. Decidí salvar el fuego. No tengo dónde vivir pero el fuego vive en mí. Y me defiende discretamente de todo lo impuro. Mi futuro ya no es importante. Sólo cuenta la intensidad del instante”. Con estas palabras de Jean Cocteau comienza el último libro de la tetralogía de Alberto Ruy Sánchez sobre el deseo: “La mano del fuego”, Anagrama, 2008. Un eje: “Nueve veces el asombro”, y cuatro puntos cardinales: “Los nombres del aire”, “En los labios del agua”, “Los jardines secretos de Mogador” señalan las singladuras de esa búsqueda poética del erotismo. Me inicié en la obra de este autor mexicano con “Lo jardines secretos de Mogador”, mientras yo vivía en otra ciudad mágica de Marruecos, Asilah. Allí preparaba mi libro “El sereno de Asilah” y quedé fascinado por la prosa algo preciosista de este autor obsesionado con descifrar el deseo, conocer a fondo el corazón del fuego. Como él mismo confiesa, no se trata de novelas, sino de lo que en el mundo árabe se llama una Jam-

sa, un relato amuleto que se dispara en cinco direcciones simbólicas como los cinco dedos de la mano de Fátima, la hija del Profeta. Tiene un cierto argumento, el amor de la hermosa Jassiba que cuida sus jardines secretos, mima sus plantas, entona el canto de las fuentes y va al mercado a vigilar la venta de sus flores. Y de su amado Zaydún, un contador de historias en la Plaza del Caracol, corazón cambiante de la ciudad de Mogador, hoy Essauira. Zaydún siente que lo habitan varios cuerpos e historias y todos piden salir. Trata de escribirlos para contarlos o de darles un cierto orden pero descubre que la vida, en realidad, tiene la lógica de los sueños. “Que contar las cosas de manera realista como en las novelas y relatos es una convención más, una salida que se han dado algunos para no aceptar el delirio que es la vida, el inmenso reto que es tratar de comprender. Es no aceptar que nos unen y nos separan, nos detienen y nos mueven poderosos malentendidos. Que nada es lo que parece, y además va cambiando. Que la última realidad es el deseo, sus ilusiones, sus búsquedas. Que los cuerpos enamorados son dunas y sus historias las cuenta el

viento mientras las mueve”. La hermosa Jassiba encarga al alfarero Tarik una cerámica, una forma inútil, frágil y tal vez bella. No se trata de una urna para sus cenizas y las de Zaydún sino de una obra de belleza inútil hecha de sus cenizas. Aclara a Tarik que no se preocupe por quien morirá antes, pues no se trata de un suicidio compartido: “Harás primero una vasija de prueba, un boceto que nos mostrarás para que lo aprobemos. Luego la volverás a hacer con cenizas de quien muera primero. Y después lo romperás, lo molerás y volverás a hacer otro con las cenizas reunidas de los dos.” Tarik se pone a buscar el boceto tridimensional con la esperanza, o la certeza de que sus manos, repletas de memoria involuntaria, de movimientos ancestrales y siempre nuevos, harán brotar la pieza perfecta para ofrecer a Zaydún y a Jassiba. El fuego, al final, será el artesano mayor de su obra. “Lo posible nos desborda en el oficio y en la vida. Ser un maestro (maalem, en árabe) del oficio no es dominarlo todo sino saber que se navega en flujos de la materia, que se remontan corrientes

y se descienden… En nuestra casa o en el mercado, cuando tocamos una pieza de cerámica tocamos las manos de quien la hizo. Tocamos una parte de sus sueños”. “Esta suma de lo que soy y de lo que no quiero ser es como mi huella que se lleva el viento. Mi palma en la arena, mi oasis frágil, mi voz convertida en un soplo que se mete en los personajes que describo, comenzando por mí, por mis sueños. Una invención como cualquier otra”. Un libro adecuado para este tiempo de holganza y de vagar bastante. Un libro anti-aventuras amorosas en forma de mano, de amuleto, de búsqueda disparatada del erotismo, nuestra piel más auténtica ahogada por los eunucos castradores que no pueden alcanzar el goce del placer en el éxtasis de la vida. Afirmación de

J. C. García Fajardo

la sensualidad y de la duda. Afirmación, como sugería Cocteau, de que sólo cuenta la intensidad del instante.” Despois, mais nada.


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