Suplemento Cultural 14-05-2011

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El estilo de EfraĂ­n Recinos

Guatemala, 14 de mayo de 2011

Suplemento Cultural Una idea original de Rosauro CarmĂ­n Q.


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Nueva Guatemala de la As

La Antigua que viví

EL DÍA DE LA ESCUELA E

El cierre de sus ojos para siempre de mi madre, fue un golpe rudo a mi mundo afectivo. Me sentí en un vacío, en una nebulosa y sin rumbo. Mis alas aún no tenían la fortaleza para levantar el vuelo, pero fue necesario el impulso y hacerlo para subsistir y desarrollar. POR MARIO GILBERTO GONZÁLEZ R.

n pleno goce de la dorada juventud, cuando la vida es un arco iris y los sueños y ensueños adornan cada día, la pérdida de una joya como lo es la madre, su partida removió las sólidas columnas de ese sueño llamado porvenir. Se definió un ayer y un mañana incierto. Y la vida obligada por las circunstancias, tomó un rumbo diferente. Había que hacer acopio de consejos y principios y sin dilación vestir las ropas y calzar las sandalias del peregrino y ponerse en camino. Las buenas gentes, fueron sostén maravilloso en el nuevo camino y en las aspiraciones. Y poco a poco la nube gris se fue disipando para confirmar que en la oscuridad, siempre hay una luz que nos alumbra. Mi llegada a la Hermandad del señor Sepultado y María Santísima de la Soledad de la Escuela de Cristo, fue providencial. La presidía José Fidel Guerro Ardón, junto con Augusto Porras y después con don Modesto Salazar y un grupo de devotos plenamente integrados en su cometido. En la Subdirectiva, fue notorio el entusiasmo devocional de Marco Antonio Gaytán, Antonio Nájera, Alfredo Ponce López, don Daniel González y sus hijos, Manuel Montiel y Jacobo Müller. Su devoción a las veneradas imágenes y el aporte de sangre nueva, oxigenó de inmediato las arcaicas estructuras de la Hermandad y la labor fue por una Hermandad renovada y progresista. Al estar en silenciosa contemplación ante María Santísima de la Soledad, llegó un rayo de luz. ¿Por qué no celebrar con ella el Día de la Madre? Fidel Guerrero –que siempre fue agua de cántarose emocionó con la idea y la enriqueció con que ese día fueran homenajeadas varias madrecitas antigüeñas. En la víspera, una serenata con el instrumento nacional, la marimba. El domingo inmediato al día de la Madre, María Santísima de la Soledad, presidía el altar mayor entre flores blancas y numerosas velas altas. A las diez de la mañana, misa solemne y luego el homenaje consistente en un panegírico y la entrega de un diploma. Después velación de la venerada imagen y por la tarde, la presencia de

agrupaciones religiosas. La Municipalidad colaboró con el préstamo de sus sillas históricas que se colocaron en semicírculo sobre una alfombra roja, frente al altar. Era imposible ocultar el asombro y a la vez la alegría de las Madres homenajeadas. Su vida maternal había pasado inadvertida, sin ningún reconocimiento especial. Ese día, lucían sus mejores galas y despedían los más gratos aromas. Transmitían la fiesta interior que vivían y se sentían extrañas por ocupar un lugar de honor, que jamás pensaron que estaba reservado para ellas. La familia al completo la acompañaban en gozo afectivo y para darle apoyo y sostén ante la pérdida física inminente. Desfilaron madres –sin ninguna distinción social- ejemplo de sólidos troncos familiares. Madres abnegadas que con esfuerzo y dignidad, levantaron el edificio de sus hijos hasta legarles una profesión académica y Madres a quienes el dolor las consumía. El orador sagrado Fray Ángel Martínez, enriquecía y enaltecía estos méritos con tanta emoción, que arrancaba un suspiro y los ojos de las homenajeadas se humedecían y una lágrima se deslizaba lentamente en su mejilla. ¡Qué momento especial ocupaba en sus corazones, este homenaje! Inolvidable para toda su vida. La Escuela de Cristo, seguía siendo una escuela del cristianismo. Ama al prójimo como a ti mismo. ¿Cómo nació la celebración del Día de la Madre? Se debe al cariño maternal y al esfuerzo de la señorita Ana Jarvis en la ciudad de Filadelfia. En 1905 cuando Ana Jarvis tenía 41 años de edad, falleció su madre. Como todos los que perdemos a la Madre, se quedó con un gran vacío. Fue a partir de entonces, que dedicó la mayor parte de su vida a una campaña para establecer el segundo domingo de Mayo, como el día especial para enaltecer en todo el mundo a la Madre. La primera celebración fue en el año de 1907 en el mes de Mayo. Al año siguiente persuadió a las Autoridades de Filadelfia para que la proclamaran en toda la ciudad. El Estado de West Virginia lo hizo en 1912 y al año siguiente Pensylvania.


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LA MADRE EN DE CRISTO

En el año de 1914, Ana Jarvis tuvo éxito al convencer al Señor Presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, del mérito de su campaña y el 8 de Mayo de ese año, el señor Presidente firmó una resolución de las dos Cámaras del Congreso de los Estados Unidos, alabando a todas las Madres Americanas como “LA FUENTE MAS GRANDE DE LA FUERZA Y LA INSPIRACION DE NUESTRO PAIS.” Esta resolución hizo del Día de la Madre, una celebración universal. En 1974, recibieron por primera vez, el homenaje de la Hermandad de las Consagradas Imágenes del Señor Sepultado y María Santísima de la Soledad de la Escuela de Cristo, las distinguidas mamás: María Rosales de Velásquez, Luz Hegel vda. de Solis, Natalia R. de Martínez, Dolores R. de Mendoza, Beatriz Ronquillo vda. de Aceituno y Vicenta Samayoa de Pellecer. En 1975: Vitalina Mazariegos de González, Elisa Bauer vda. de García, Felisa Alvarado vda. de Méndez, Antonia López, María Chiroy Morales, Graciela Miranda, Jesús Pérez de Mendoza, Marta Samayoa de Roca, Raquel R. de Diéguez, Paula Zambrano, María Bernarda Roldán de Guerrero, Adelina García de Deleón y Lic. Ana María Rodas de Ortíz. En 1976: Carmen Asturias de González, María G. vda de Morales, Mercedes Castellanos y Aurora Romero vda. de Laguardia. En 1977: Amabilia Pellecer de Godoy, Elvira C. vda. de Samayoa, Carmen Porras vda. de García, Maria Teresa López de Cabrera, Carlota Estrada Ramírez, Domitila Zamora vda. de Solís, Ofelia Solórzano vda. de Jiménez y Dolores Furlán de Rivera. En 1978: Venancio Cabrera, Cándida Rosa Sarceño Lima, Anita Villanueva de González, Soledad Guerrero de Mendoza, Natalia García de Cuevas, Timotea Ochoa, Beatriz Trinidad Molina Martínez de Araton, Amparo Rosbach vda de Barrios y Mercedes Sagastume vda. de Vives. En 1979: Josefina Nájera vda. de Pérez, Sofía Midence, Haydée Archila de Asturias, Lucila García vda. de Palacios, Julia Palomo Aragón de Díaz,

Isabel Mansilla de Meza, Hortensia de Burbano y María Concepción Castellanos Castillo. En 1980: Zoila Clarilda López de Guarán, Felipa Aguilar de Solórzano, Juana Chajón de Sicán, Petrona Pérez de Colín, Olivia Fernández de Paz, Timotea Taracena de Velásquez, Lic. Elsie de Sosa Silva, poetisa María Teresa Fernández Hall de Arévalo, Lic. Miriam R. de Bátres y Elifonsa Paredes. En 1981: Eulalia de León de Sicán, Calixta Burrión de Vásquez, Felipa Mar-

tínez vda. de García, María del Socorro Salamá vda. de López, Mercedes Luna de Figueroa, María Aragón vda. de Cotero, Dolores Mendoza vda. de Ruíz, Adriana Miranda de Sosa, Lorenza Alcayaga vda. de Bocaletti, Victoria López de Ponce, Francisca Cáceres de Solares y María Antonia Castellanos de Cordón. En 1982: Helga de Müller, Guillermina vda. de Valdéz, Herlinda Toscano, Laura Chávez de Mendoza, Guadalupe García, Antonia García vda. de Espinoza, Elida Samayoa de Berdúo, María

Nieves Casanova de Vides, Hilda Marina Gálvez de Larios, Guadalupe García vda. de Hernández, Antonia de Ramos y María Elena Martínez de Méndez. En 1983: Matilde Castellanos vda. de Orive, Cristina Aceituno de Velásquez, Mercedes Pérez de Sosa, María Cándida Mejía vda. de Larios, Carmen Mérida Abril, Carlota Castillo Montes de Oca, Rosario Orellana vda. de Flores, Ana Matilde Morales Castellanos, Maria Julia Estrada vda. de Terreaux, Rosa Coronado de Letona, Laura García de García y María del Socorro López Salamá. En 1984: Lilian Valdez de Leal, Patrocinia Melgar de Miralles, Esperanza Catalán de Vielman, María Teresa López de Paniagua, María Dolores López Aquino de Díaz, Edicarda Mich vda. de Sicay, Hermenegilda González de García, Maximina Sicán de Chacón, Sebastiana Reyes de Valle, María Teresa Hernández Campos, Hercilia García de Chacón, Balbina García de Chicojay, Olivia Marina Solís de López, Petrona Reyes de Alvarez, Julia Marina Zamora de Paiz y María Chacón vda. de Díaz. En 1985: Julia de Medina, Marcela Estrada de Boch, Josefa García vda. de Quán, Trinidad Castellanos de Rosales, Mercedes García vda. de Castellanos, Gregoria Estrada Martínez, María Isabel Núñez Lafuente, María Luisa Farfán de Méndez, Victoria Lobos de Velásquez, Graciela Asturias de Miranda, Marta Julia Roldán de Orellana, Lucrecia Ramos, María Natalia Aguilar de Sánchez, Clara Díaz de Aguilar, Ramona Méndez de López y Silvia González de Orozco. Muy significativo fue que a raíz de esta celebración, las demás Vírgenes de Dolores, fueran expuestas en velación en el Día de la Madre. Actualmente –además de las ceremonias religiosas dentro del templo- se celebra con una solemne procesión de María Santísima de la Soledad, por las principales calles de la ciudad de Antigua Guatemala. La celebración del Día de la Madre con la presencia esencial de María Santísima de la Soledad de la Escuela de Cristo, tocó el corazón de las madres antigüeñas que merecen un altar en el corazón de sus hijos. ¡Benditas sean!


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LA

Tramas, causas escritor Gonzalo

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a mujer sale del hospital en silla de ruedas. Nunca más va a poder caminar. Su amante está con ella. Con torpeza, ella se le acerca; le falta fuerza en los antebrazos. El la besa en las mejillas y después en la boca. “Ahora”, le dice, “podés venir a vivir conmigo.” Ella levanta la vista; él no logra sostenerle la mirada. Ella le dice: “¿Seguro que es lo que querés? “ El no contesta. “No tenés por qué”, insiste ella. “Te queda un tiempo por vivir. No tenés por qué pasarlo ocupándote de una inválida.” Entonces, sin un punto aparte, el narrador dice lo siguiente: “Los elementos de la conciencia contemporánea ya no están adaptados a nuestra condición mortal. Jamás, en ninguna otra época y en ninguna otra civilización, se ha pensado tanto ni con tanta persistencia en la propia edad; cada cual tiene en mente una perspectiva simple acerca del futuro; llegará un momento en que la suma de los placeres físicos que le quedan por experimentar en la vida será inferior a la suma de los dolores.” Cuando la narración retoma, la mujer se ha suicidado. Este pasaje, uno de los más intensos de Las partículas elementales, de Michel Houellebecq, es una muestra del uso radical que algunos escritores vienen haciendo de la teoría. En la “novela de ideas” clásica, en Dostoievski, en Thomas Mann, las ideas existen al margen de la narración. Iván Karamazov no expone argumentos contra la existencia de Dios porque esté amargado, ni por ganas de mortificar a su hermano monje, ni por ganarse unos pesos escribiendo una nota chocante en una revista cultural; en la dinámica del relato queda claro que son, al contrario, esos argumentos los que se han apoderado de él y lo han convertido en su portavoz. Del mismo modo, en Doktor Faustus , Adrian Leverkühn expone ciertas ideas sobre la deriva del arte a principios del siglo XX. El arte moderno ha agotado sus formas, y se encuentra en una encrucijada: le queda la parodia –“¿Te prometes mucha dicha y mucha gloria de tales ardides?” “No.”– o bien la violencia. Y cómo no, eso exactamente le pasa a él como compositor. Leverkühn es un prolongado quod erat demonstrandum , la ilustración de una tesis que no está


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A TEORÍA COMO LLANTO

s y efectos -la mecánica elemental de la teoría-, estructuran un día de cualquier vida. El Garcés asegura que es posible escribir una novela de puras peripecias que deje la impresión de haber asistido a un largo razonamiento. POR GONZALO GARCÉS

sujeta a las pasiones o la evolución del personaje. El enigma a develar radica, en todo caso, en la forma en que la idea se manifestará a través de las criaturas; los caminos impensados que elegirá para confirmar Su imperio. Aquí la novela, hegelianamente, es el gradual desenmascararse de la astucia de la Historia. Este modo de narrar las ideas corresponde a una concepción teleológica del mundo; verdades platónicas nos vigilan desde el firmamento, y mal o bien reptamos hacia ellas. Por contra, ¿qué pasa en la novela de Houellebecq? Bruno y Michel, los protagonistas, sufren como ratones de laboratorio. A ambos, de chicos, los abandonaron sus padres. A Bruno los compañeros de internado lo obligan a comer mierda. Michel es incapaz de amor o placer. Bruno se convierte en un hombre obeso, iracundo, sexualmente humillado. ¿Qué hacen para sobrevivir? Otros beberían. Ellos teorizan. Empujados por un sufrimiento desquiciante, elaboran tesis. Está su madre hippie, que los abandonó, y está el mundo presente que los maltrata; la función de la teoría, en tanto que excrecencia del sufrimiento y recurso de supervivencia psíquica, consiste en elaborar un vínculo verosímil entre los dos. La salvaje impugnación de la cultura boomer que hizo la notoriedad de Las partículas elementales resulta del establecimiento exitoso de ese vínculo. El hecho de que aquí la teoría sea una fiebre, una adrenalina, una reacción visceral y quizá neurótica, está como subrayado por un hallazgo de estilo: cuando el narrador reflexiona, lo hace adoptando la sintaxis glacial de una enciclopedia; cuando reflexionan los personajes, de golpe adoptan el mismo estilo. En ese contexto –con la teoría discretamente patologizada, convertida en llanto–, se entiende mejor la potencia del pasaje que cité al principio. A Bruno, después de tantas desgracias, le sale al encuentro la posibilidad del amor. Una mujer está dispuesta a quererlo; pero esa mujer acaba de quedar paralizada de la cintura para abajo. Bruno está ante la puesta a prueba capital, la abnegación, y en cuanto se plantea sabe que va a fracasar, pero el lenguaje en que se expresa la premonición de ese fracaso, la congoja de Bruno y su patético intento de justi-

ficarlo, es el de la sociología. A su vez, la ilusión de amplitud panorámica que conjura ese lenguaje hace que la escena parezca afectarnos en forma directa. En cierta novela de ideas actual, entonces, hay una suerte de revolución copernicana; las relaciones de dependencia se invierten. La teoría puede ser un llanto, lo cual equivale a decir que la teoría puede ser una intimidación gangsteril, una apuesta, una invasión, un sabotaje, una seducción, una plegaria, un ariete: porque lo que está en juego, se entiende, es la conciencia de que teorizar es sólo otra forma de intervenir, en nada diferente del escopetazo a lo Cormac McCarthy, la compra de acciones a lo John Grisham o

también la émula más evidente de Houellebecq. Pero ahí donde Houellebecq se limita a emplear tácticas, Oloixarac delinea en forma explícita la arena donde esas tácticas entran en pugna, y esboza un ars bellum de la teoría contemporánea. La novela se abre con un pasaje etnográfico sobre una comunidad nativa de Nueva Guinea; al igual que los pasajes sobre física o genética en Houellebecq, esas páginas no buscan reflexionar, sino marcar un tono: el tono mortificante, desmoralizador y eminentemente confiable del desapego científico, para que lo que viene después, por contagio, parezca más inapelable; en el caso de Oloixarac, la parodia brillante del diario de una militante naïf de los

Los elementos de la conciencia contemporánea ya no están adaptados a nuestra condición mortal. Jamás, en ninguna otra época y en ninguna otra civilización, se ha pensado tanto ni con tanta persistencia en la propia edad; cada cual tiene en mente una perspectiva simple acerca del futuro; llegará un momento en que la suma de los placeres físicos que le quedan por experimentar en la vida será inferior a la suma de los dolores.”

la fornicación a lo Philip Roth, y que narrar la verdadera vida de las ideas es narrar la forma en que impactan, copan mercados o penetran en un contexto dado. Ricardo Piglia escribe que en una novela pueden insertarse ideas tan complejas como las de un tratado científico o filosófico, siempre que parezcan falsas. Se entiende lo que Piglia quiere decir: siempre que se entiendan como atributos de un personaje. Pero más exacto sería decir: siempre que parezcan un acto interesado, porque en la experiencia real lo son. Esto, que sabe por instinto cualquier político y cualquier chico en el patio del colegio, y que un crítico como Walter Benjamin explicitó respecto del debate literario, recién ahora empieza a problematizarse y dramatizarse en la novela. Es, de hecho, el tema real –por debajo de la mojada de oreja a la ideología de los setenta– de Las teorías salvajes , de Pola Oloixarac, que es

setenta, hazaña de imaginación que se instala como centro de la novela. El momento propiamente reflexivo llega en la página 168, cuando dos personajes que Oloixarac se saca de la manga ( Las teorías salvajes , hay que decirlo, es una novela bastante caótica) abordan en serio el tema: “Fischer habló: ‘Cuando las condiciones subjetivas no son suficientes para que se entienda la necesidad de una teoría, un pequeño foco debe iniciar acciones que a primera vista resultarían impensables, de modo de expandir sus ideas y derrocar al régimen (verbigracia, la teoría) en que se enquistan.’ Fischer mantenía la calma, sin mirar a Fodder. ‘Es sólo una estrategia, Marvin. Eso es todo.’” Por cierto, el revuelo que causó la novela en el mundillo literario hispánico –la apuesta, ganada por la autora, a que una colección de irreverencias salvajemente hirientes contra la iconografía de los setenta, en un ambiente cultural dominado

por representantes avejentados de ese campo ideológico, debía causar el máximo de impacto– parece justificar y confirmar el pasaje citado. De todas maneras, no hace falta indagar mucho para sentir el nihilismo latente en estos enfoques. Ver la teoría como una táctica más, como telaraña, espolón o lengua pegajosa, es la condición para poder dramatizarla, pero también mina sus fundamentos. Todavía no se escribió, que yo sepa, una novela donde la teoría aparezca completamente desvinculada de cierta idea de verdad, pero una novela así se puede imaginar. Entretanto, un efecto del roman à théories actual es hacer aparecer cierto tono sepia, anticuado, en la novela moderna cualunque. Me refiero a las novelas de adolescentes airados, de oficinistas abúlicos, de exiliados que regresan marchitos, de amas de casa que acceden a un momento de violencia sexual o de contemplativos que se van al campo a superar un gran dolor, que son algo así como el medio pelo de la industria editorial. De repente, hacer como que los personajes no piensan, no segregan teoría –admitiendo que esa segregación puede ir desde sofisticaciones sobre la entropía hasta bocaditos de sabiduría del correo de lectoras de Cosmopolitan– parece una especie de amaneramiento, de estilización operática. En sus notas para El último magnate , Scott Fitzgerald anotó con mayúsculas enfáticas: ACCION ES PERSONAJE. Con la misma justicia se puede decir que acción es pensamiento. La busca de tramas, causas y efectos –la mecánica elemental de la teoría– estructura un día cualquiera de cualquier vida. Los hechos desnudos no constituyen la historia; las pasiones dominantes constituyen la historia, usando como material los hechos que encuentren a mano, y su forma es la de una reflexión cuya conclusión no aparece nunca. Debería ser posible –es posible– escribir una novela de puras peripecias que, en retrospectiva, deje la impresión de haber asistido a un largo razonamiento, a condición de que el peso emotivo esté en la pura necesidad de razonar, y no en el contenido “objetivo”. Algo de este escepticismo me parece encontrar en Los muertos , la notable novela que el español Jorge Carrión publicó este año. Narrada

en un presente de comentario televisivo o de videojuego, la acción transcurre en una Nueva York de pesadilla, donde un misterioso recién llegado es hostigado por lo que parece, por momentos, una organización o secta, y por momentos agresores casuales. Llegado cierto punto, la narración es interrumpida por un artículo donde se revela la naturaleza ficticia de lo anterior, y se invita a reflexionar sobre la posible equivalencia entre el sufrimiento real y el ficticio, entre el duelo por la pérdida de seres reales y el que causa la muerte de un personaje de novela. Se invita a reflexionar, digo, más de lo que se reflexiona: función tradicional de los comentaristas culturales, en especial los que aparecen en televisión, que no en vano es el ámbito de la novela, como si Carrión quisiera quitar importancia a las conclusiones concretas que puedan derivarse de su fábula. En cierta forma, esta indiferencia hacia el contenido tiene su precedente en Manuel Puig; en El beso de la mujer araña hay una finta muy hermosa, que Puig ejecuta sin más recursos que un manual de psicología freudiana; hoy hablaríamos de un copy-paste . Me refiero a las famosas notas a pie de página. La primera vez que ocurre, parece una referencia funcional: Valentín ha dicho que no sabe nada sobre los homosexuales, y la nota se refiere a los orígenes de la homosexualidad. La “nota” siguiente completa el relato de una película que queda trunco entre los personajes. En adelante, las notas guardan una relación lógica cada vez menos evidente, y una relación narrativa cada vez más sugestiva, con el lugar del texto donde se anota la llamada; a medida que aumenta el sufrimiento carcelario de los personajes, las notas hacen derivar la teoría sobre la homosexualidad hacia la cuestión de la represión. Cuando llega el final, la equivalencia íntima entre represión sexual y represión política se ha explicitado; pero, antes de eso, las notas a pie de página –que ni siquiera eran originales de Puig, sino extractos de teorías existentes– han creado un efecto de anticipación, la emoción de una revelación que va a producirse, que tiene la apariencia de una grave consideración ideológica, y que en rigor no es otra cosa que el amor de Molina por su compañero de celda.


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Educación

ENTRE LOS LIBROS Y LA EDUCACIÓN

L

Fue el sicoanalista José Ángelo Gaiarsa, uno de los profesores de mi hermano Leo, terapeuta también, quien me hizo descubrir las obras de Glenn y Janet Doman del Instituto de Desarrollo Humano de Filadelfia. La pareja es especialista en el mejoramiento del cerebro humano. POR FREI BETTO os animales hombre y mujer nacen con cerebros incompletos. Gracias al amamantamiento, en tres meses las proteínas finalizan este órgano que controla nuestros mínimos movimientos y logran que nuestro organismo produzca sustancias químicas que aseguran nuestro bienestar. Él es la base de nuestra mente y de él emana nuestra conciencia. Todo nuestro conocimiento, consciente e inconsciente, queda archivado en el cerebro. Al nacer nuestra red cerebral está formada por cerca de 100 mil millones de neuronios. A los seis años la mitad de esos neuronios desaparecen como hojas que en el otoño se desprenden de las ramas. Por eso la fase entre 0 y 6 años es llamada “edad del talento”. No es exagerada dicha expresión; basta constatar que el 90% de todo cuanto sabemos de importancia para nuestra condición humana fue aprendido hasta los 6 años: andar, hablar, discernir relaciones de parentesco, distancia y proporción, intuir situaciones de confort o de peligro, distinguir sabores etc. Nadie necesita insistir para que su bebé se convierta en un nuevo Mozart, que a los 5 años ya componía. Pero hay que tener en cuenta que la inteligencia de una persona puede ser ampliada desde la vida intrauterina. Los alimentos que la madre ingiere o rechaza durante la gestación tienden a influir posteriormente en la preferencia nutricional del hijo. Pero lo más importante es suscitar redes cerebrales. Y un excelente recurso se llama lectura.

Leerle al bebé acelera su desarrollo cognitivo, aunque se tenga la sensación de estar perdiendo el tiempo. Pero es importante hacerlo interactuando con el niño: dejar que manipule el libro, que remarque y coloree los grabados, que complete la historia y responda a las preguntas. Un niño familiarizado desde muy pronto con libros tendrá, sin duda, un lenguaje más variado, mayor facilidad de alfabetización y mejor desempeño escolar. La ventaja de la lectura sobre la televisión es que ante el monitor el niño permanece enteramente receptivo, sin condiciones para interactuar con la película o el dibujo animado. En cierto sentido la televisión ‘roba’ la capacidad onírica del niño, como si soñase por él. La lectura suscita la participación del niño, obedece a su ritmo y, sobre todo, fortalece los vínculos afectivos entre el lector adulto y el niño oyente. ¿Quién de nosotros no conserva un afectuoso recuerdo de los abuelos, papás y niñeras que nos contaban historias fantásticas? En tanto que la familia y la escuela quieren hacer del niño un ciudadano, la televisión tiende a domesticarlo como consumista. El Instituto Alana de São Paulo, del que soy asesor, constató que en un período de 10 horas de las 8:00 a las 18:00 del 1 de octubre del 2010, fueron exhibidos mil 077 comerciales dirigidos al público infantil, o sea, una media de ¡60 por hora o 1 por minuto! Fueron publicitados 390 productos, de los cuales 295 eran juguetes, 30 de vestuario, 25 de alimentos y 40 de diversas mercancías. Promedio de precio: ¡US$ 80! Re-

sulta que el niño es considerado por el mercado como consumidor prioritario, sea por no tener discernimiento sobre el valor y la calidad de los productos, sea por su capacidad de convencer afectivamente al adulto para que le adquiera el objeto deseado. Hay en el Congreso más de 200 proyectos de ley proponiendo restricciones e incluso prohibiciones de propaganda dirigida al público infantil. Pero ninguno avanza, pues el lobby del Lobo malo insiste en que no ahorre Caperucita roja. Y cuando se habla de restricciones al uso de niños en anuncios (observe cómo se multiplican) inmediatamente los afectados en sus ganancias gritan a coro: ¡censura! Estoy de acuerdo con Gabriel Priolli: sólo hay un camino razonable y democrático a seguir en este tema: el de la regulación legal aprobada por el órgano Legislativo, fiscalizado por el Ejecutivo y moderado por el Judicial. Y esto no tiene nada que ver con la censura; se trata de proteger la salud síquica de nuestros niños y niñas. Lo más importante, sin embargo, es que los padres y responsables inicien la regulación dentro de la misma casa. ¿Qué se adelanta con reducir la publicidad si los niños quedan expuestos a programas de adultos nocivos para su formación? Una erotización precoz, ambición consumista, obesidad excesiva y más tiempo ante el televisor y el ordenador que en la escuela, en los estudios y en juegos con sus amigos, son síntomas de que su querido hijo o hija puede llegar a ser mañana un amargo problema.


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Galería de artistas

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EL ESTILO DE EFRAÍN RECINOS (II) POR JUAN B. JUÁREZ

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n el artículo anterior señalamos que los temas que aborda la obra de Efraín Recinos constituyen la mejor vía de acceso a su estilo, es decir a su peculiar forma de formar la respuesta artística (de base psicobiológica) a las provocaciones que le plantea su entorno social, cultural y político. Precisamos también que en verdad se trata de un único tema, la Cultura Guatemalteca (con mayúsculas) y la consecuencia (identidad) de los guatemaltecos con esa cultura, tema de naturaleza filosófica pues involucra a la esencia (el ser) de esa cultura, la cual se resuelve en su obra de una manera más mítica que conceptual y que determina el carácter simbólico de su lenguaje artístico y la “gramática” alegórica que articula el discurso siempre en progreso de su trabajo creativo. Pero para ser más rigurosos —y más fieles al sentido de la obra y al “estilo” del artista— habría que decir que su obra no aborda ese tema sino que literalmente se levanta sobre él, que la serie de estímulos que provocan su respuesta a ese tema complejo y ambicioso no están en el exterior del artista sino que constituyen propiamente su sensibilidad (su percepción del mundo y lo que lo preocupa del mundo), conectada a un vasto campo de posibilidades imaginativas, conceptuales, formales, materiales y técnicas heredadas de la cultura y la tradición entre las cuales el artista decide “la respuesta” expresiva y vital más pertinente en relación al momento y a necesidades puntuales, que pueden ser la función en el caso de la arquitectura o una concepción más o menos difusa de la “conciencia del espectador” en el caso de la pintura y la escultura. Regresemos al ejemplo del Teatro Nacional y veamos ahora lo que tiene de respuesta vital y su conexión con el único tema que preocupa a Efraín Recinos, con la única realidad que percibe y le afecta. Para el caso tengamos presente la concepción urbanística y arquitectónica del Centro Cívico, planificado durante el período revolucionario como parte del proyecto de modernización del Estado y construido en la década siguiente bajo el influjo de la arquitectura internacional moderna, geométrica y funcional, pero con la pretensión de ser revolucionario y nacionalista. Recordemos también el concepto de integración plástica que adoptaron sus arquitectos y que en parte consistía en incluir en el diseño de los edificios espacios estructurales que acogieran murales realizados por artistas nacionales, entre los cuales, por cierto, estuvo Efraín Recinos que realizó los del Crédito Hipotecario Nacional. Ciertamente ese proyecto abrió por primera vez en la historia del arte guatemalteco un espacio para la reflexión arquitectónica sobre la cultura y la sociedad guatemalteca como destinatarios (y condicionantes de la forma, la función y el contenido) de los edificios que albergarían a las instituciones del Estado, y con ello se abrió también la reflexión sobre la identidad de la arquitectura nacional. Vistos ahora los edificios del Centro Cívico desde la perspectiva arquitectónica del Teatro Nacional, la solución geométrica y funcional que priva en su diseño conlleva un contrasentido —por internacional— con el espíritu nacionalista que los inspiró, tan acusado que ni siquiera los murales de tema mítico histórico integrados a su arquitectura

logra conciliar. Que tal conjunto de edificios, pese a esa contradicción, mantuvieran la pretensión de representar a la cultura nacional, se le presentó a la sensibilidad de Efraín Recinos como una usurpación, como algo cercano a una traición al ser guatemalteco que por esos tiempos empezada a imaginar. De allí que frente a la arquitectura internacional moderna, geométrica y funcional que priva en el Centro Cívico, el Teatro Nacional se levante con un estilo figurativo que desafiaba el gusto por lo moderno y lo funcional, y que frente al tímido concepto de integración plástica que margina y distorsiona a la Cultura Guatemalteca, Efraín Recinos se decida en esa obra por una audaz fusión de arquitectura, pintura, escultura y, más allá de sus límites físicos, con el paisaje y la naturaleza que la circundan. Pero aún hay más del estilo-respuesta de Efraín Recinos en la forma arquitectónica del Teatro Nacional, o mejor dicho en las formas que se integran en el diseño del Teatro. Lo que tiene de invasión y de avanzada el estilo internacional moderno presente en la arquitectura del Centro Cívico y de las instituciones del Estado que albergan sus edificios implica (desde la perspectiva de la sensibilidad de Efraín Recinos y su concepción del ser de la Cultura Guatemalteca) una inminente amenaza, y de allí que el Teatro se erija no sólo desafiante sino que también acumule en su forma todos los símbolos de la Cultura Nacional y, por un lado, los resguarde como templo y, por otro, los proteja como un fuerte inexpugnable, con guerreros feroces y terribles máquinas bélicas. Con un poco de esto en mente, estamos ahora en condiciones de entender no sólo el lenguaje simbólico y alegórico de Efraín Recinos sino también la coherencia formal de su estilo y sobre todo la vitalidad de su obra, concebida ahora como una reflexión sobre la Cultura Guatemalteca y sobre el conflicto que plantea a los guatemaltecos asumir su identidad. Continuará.


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Revista de libros

CHIQUITA, DE ANTONIO ORLANDO RODRÍGUEZ Confieso que de primera instancia este libro no hubiese caído en mi radar a no ser por la descripción que me dio mi prima: “Es la historia fantástica de una enanita que vivió a principios del siglo XX que era putísima”. Suficiente para picar mi curiosidad.

Por Sheila Montalvo

E

spiridiona Cenda, Chiquita, fue una joven cubana liliputiense de solo veintiseis pulgadas que fue estrella en el mundo de vaudevilles y ferias de Estados Unidos a fines del siglo XIX. Aunque Chiquita es una figura de la vida real, este libro no es una biografía. Es una novela con hechos reales de su vida, datos históricos, algunos histéricos, y situaciones fantásticas tan bien presentadas que te ponen a dudar si fueron reales o no. Antonio Orlando Rodríguez te presenta a Chiquita en primer plano con toda su complejidad. Hay una historia dentro de la historia. Una mujer diminuta que tiene una personalidad gigante y que no vacilaba en arrogancia si eso le aseguraba ganarse el respeto de los demás. No cabe duda que tenía talento y era brillante. La fragilidad que aparentaba por su tamaño lo compensaba en su toma de decisiones, algunas terribles para ella, pero necesarias para conseguir el respeto y triunfo. No le faltaron amantes de todos los tamaños y nacionalidades, conoció el amor, el amor la traicionó, pero siempre de pie. Chiquita nació en un momento clave en la historia de Cuba. La isla estaba bajo el dominio español, fue testigo de la guerra civil y la llegada de los norteamericanos. Su Cuba, su pueblo de Matanzas, su familia desaparecería frente a sus ojos. Vivió más años en el exilio que lo que vivió en su isla, pero nunca dejó de ser cubana. Llegó a Estados Unidos en el momento en que los shows de vaudeville estaban de moda. Los liliputienses eran reyes del escenario para satisfacer la morbosidad y fascinación de los norteamericanos. Es bien interesante conocer más de este mundo donde la imaginación trae las imágenes de retratos y películas de circo que hemos visto en nuestra infancia. Pero esa vida también trae envidia y traición. Hay elementos de fantasía y magia en un talismán y en una cofradía secreta que tenía como fin crear un mundo mejor para los liliputienses, así les costará la vida. Sus miembros eran escogidos, rechazarlo no era opción. El autor coloca a su protagonista en momentos históricos interactuando con personajes importantes de política y entretenimiento al estilo de Forrest Gump. La novela recorre la vida de Chiquita hasta sus setenta y seis años cuando fallece en 1946 y, en mi opinión, el último capítulo es muy superficial y anti-climático luego una vida tan fantástica. ¿O será ese el punto? Me pasó como en las novelas latinas donde luego de ocho meses de drama te lo resuelven todo en un capítulo. Lo salva la última página donde Rústica, la fiel acompañante de Chiquita, hace un grito de liberación (y no es para tomarlo literal). Para mí fue un final perfecto. En realidad no importa lo que yo opine,

el tema es fascinante y es una novela bien trabajada. La vida de Espiridiona Cenda es relatada en un juego de narradores; aquel que escribió la supuesta biografía y aquel

que escribe la novela, que no es el mismo. La novela incluye biografías de los personajes reales, fotografías, noticias de prensa y una pequeña entrevista al autor.

Chiquita obtuvo el Premio Alfaguara de novela 2008. Antonio Orlando Rodríguez, autor, es cubano y escribe novelas y cuentos para niños.


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