La Encuadre 11 - julio

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INVITADO Dioni Arroyo Merino - Autor de “Metonia” y “Los ángeles caídos de la eternidad” Edita: Asociación Encuadre/ ISSN 2254-7576 laencuadre.com info@laencuadre.com facebook.com/laencuadre @laencuadre Las opiniones vertidas solo representan a sus autores, La Encuadre no tiene responsabilidad respecto a ellas. La Encuadre es una publicación sin ánimo de lucro. El total económico obtenido se reinvierte para la cobertura de gastos y la realización de futuros números. Lugar de edición: Valladolid


Ă?NDICE 6. Escenas alucinantes, cine con mucho LSD 9. Coleccionable 10. El Prisionero y la bĂşsqueda de la verdad 14. Del Edimburgo marginal al Madrid pijo 18. Superdrugs

20. Lugares de cine: American Gangster 22. Sherlock Holmes, workaholic


28. El derrumbe del sueño americano 45. Una perfecta composición de la autodestrucción 49. Bane los excesos de la droga hechos carne 52. Sobrevivir a los 27

56. Lista de Reproducción: Canciones para fin de exámenes 58. Estrenos de julio 60. Firma invitada: Complaciente o cruel de Dioni Arroyo Merino


ESCENAS ALUCINANTES, CINE CON MUCHO LSD Por Dafne Calvo

Muchas sensaciones acompañan a los Û ȱ ǰȱ ȱ ȱ ȱ Ě ȱ ȱ ȱ ǰȱ £ǰȱ ø ȱ ȱ ¢ȱ ǯȱ ȱ ǰȱ ȱ ȱ ȱ Û ȱ ǰȱ àȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ¤ ȱ £ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ · ǰȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ Û ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ Ç ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ¢ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ǯ ȱ ȱ àȱ ȱ ȱ ȱ ȱ Û ȱŗşŜŜȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ǯȱ ȱ ȱ £ ǰȱ ȱ Ç ȱ ȱ ȱ ȱ¢ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ¤ ǰȱ ȱ ¤ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ę à ǰȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ǯȱ ȱ ȱ · ȱ Ç ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ à ȱ ȱ ȱ ȱ à ȱ ȱ ȱ ǰȱ ȱ ¢ Dzȱ ȱ ǰȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ŗşŜŜǯȱ ȱ ȱ ǰȱ ȱ ȱ ¤ ǰȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ¡ Û ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ǯ

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Llega el verano, y con él los festivales y en ellos las drogas, para los que no se conforman con ver a sus ídolos sobre un escenario. Quieres por el contrario concentran su atención en el directo de sus bandas, aguardan en las primeras filas, corean las canciones y, cómo no, piden púas. Estas se convierten en un regalo, en un detalle que se añadirá en el top del anecdotario festivalero. Aquel que, meses después de que el verano haya huído, se convierte en una de las gestas más divertidas para recordar durante el siempre deseado periodo estival.



EL PRISIONERO, Y LA BÚSQUEDA DE LA VERDAD Texto e ilustración por Doc Pastor Hay que reconocer que Patrick McGoohan hizo toda una obra de arte con El prisionero. Una serie muy adelantada a su época, sigue estándolo hoy y han pasado décadas. La idea de un hombre atrapado como consecuencia de sus propios actos, de su libertad que quizá es la culpa de la esclavitud, todo un círculo de mentiras que no llegan a contestarse, una extraña isla llena de misterios... y todo mucho antes de que Expediente X fuera un éxito, o que la gente se volviera adicta a Perdidos (producción que tiene muchas deudas con la que nos ocupa). Esta cumbre de la imaginación británica entra en caminos que hasta el momento parecían vetados, la crítica está en cada minuto de acción, los grandes diálogos llenos de sentidos ocultos y todas las inquietudes que movían los oscuros pensamientos de los años sesenta. Y sí, las drogas. Es inevitable que un producto de fan-

tasía (o no, quizá de gran realidad) de aquella época no tuviera su contacto con este tipo de sustancias. Es cierto que no se llega a caer en el delirio pop del absurdo cool como en Los Vengadores, otra joya de la corona, pero aquí la importancia que toman es capital ya que en gran medida la trama avanza gracias a sus efectos. Ya desde el comienzo, en ese impagable opening que os recomiendo ver a todos, el protagonista (que solo conoceremos como Número 6) cae al suelo inconsciente para despertar más tarde en ese siniestro (y tan bello a la vez) lugar al que llamaremos La Villa. A lo largo de los diferentes episodios esta será una constante, el héroe de la historia tendrá que pelear con sus enemigos a través de muchas formas, y una de ellas será no dejar que su mente y su voluntad se rindan. Realmente todo lo que veremos será solo el miedo que había en aquel enton


ces a las drogas, con el LSD en cabeza que es siempre la más conocida y tópica (además de la que se ha representado más veces en la pantalla, no sé si con acierto o no). Patrick McGoohan supo coger esta idea y llevarla más allá. El temor no era al consumo, allá cada uno, era a las posibles consecuencias de ello. Al qué podría pasar si nuestros gobernantes decidieran que la mejor forma de controlar a las masas fuera esta, y además, de regalo, aplicarlo junto con modernas máquinas para doblegar a los que no quisieran arrodillarse. Asusta, ¿verdad? Pues esto no es incierto. No puede decirse que sea verdad, no según se nos muestra en lo que es una fantasía (muy profunda, pero fantasía), pero por terrible que parezca es sabido (y es bastante vox pópuli) que se hicieron experimentos, pruebas y que se llegaron a usar drogas con estos fines. El ser humano a veces no es más que ganado, o eso parecen pensar algunos.

Pero como es habitual en El prisionero, lo que se ve a primera vista no es más que la superficie. Hay que pensar, reflexionar y profundizar dos o tres veces antes de ver el atisbo de lo que nos quieren contar (o lo que suponemos). Todo lo que hay, lo que no vemos, lo que podemos pensar que está, es en el fondo un complejo tratado de filosofía occidental. Sí, eso es en esencia El prisionero. Desde Platón con sus dos mundos, con la idea y la forma, pasando por Kant y sus preguntas sobre qué es el hombre, qué podemos ver y qué podemos esperar. E incluso permitiéndose entrar en algún momento en la teoría sobre el gusto de Hume. Todo esto y más, como Dickie e incluso Nietzsche. Al menos eso pienso ahora, cuando vuelva a verme toda la serie (sin duda) descubriré algo nuevo.



DEL EDIMBURGO MARGINAL AL MADRID PIJO Por Goyo Fermoselle La generación que a mediados de los noventa alcanzaba la mayoría de edad vio sacudida su vida cultural, casi de repente y sin anestesia, con dos libros (posteriormente convertidos en películas) que, sin duda, quebraron parte de los esquemas mentales de muchos de ellos. José Ángel Mañas escribió en 1994 Historias del Kronen. Fue su primera obra y con ella obtuvo el Premio Nadal. Irvine Welsh, el chico malo de la literatura escocesa, concibió Trainspotting, en 1993. Ambas historias fueron trasladadas al cine y ambas se convirtieron en referentes para muchos adolescentes. Aunque ambas obras literarias tienen

como nudo vehicular las drogas y el consumo de las mismas por parte de los jóvenes, lo cierto es que no se parecen demasiado. Edimburgo fue la capital europea con más casos de SIDA durante gran parte de la última década del siglo XX. La proliferación de la heroína fue total, especialmente en los barrios azotados por el desempleo y las reconversiones industriales. Pese a ello, seguían brillando las luces de una ciudad que es un referente cultural gracias al festival que cada verano se celebra en sus calles. Pero Trainspotting mostraba la ciudad que no salía en las guías turísticas. Welsh en su libro y Danny Boyle en su película retrataban una ciudad oscura, cruda, sin esperanzas, donde la supervivencia venía marcada por la consecu-


ción de un gramo más de heroína. Mientras, Mañas en sus palabras y Montxo Armendáriz en su versión cinematográfica relataban un Madrid veraniego en el que las preocupaciones para su protagonista, Carlos, un joven universitario de familia bien, únicamente pasaban por obtener una nueva raya, echar un polvo o encontrar un pub abierto. Armendáriz dibujó en 1995 una cinta fiel al libro. Con personajes reconocibles y que, hasta cierto punto, se podían asemejar a una parte de la sociedad española de la época. Acabada la crisis de principios de los noventa, España comenzaba a gestar un milagro económico que la llevaría a estar en la línea de salida del euro, aquella moneda que auguraba un futuro bien diferente al que hoy tenemos. El dinero fluía con cierta facilidad y los jóvenes españoles alcanzaban la universidad sin demasiados problemas. Económicas, derecho, empresariales… eran carreras que los hijos de las buenas familias cursaban para seguir, en muchos casos, los negocios de los progenitores. En ese ambiente de clase media alta acomodada vive y nace Carlos. Un crápula

en toda regla que, acabado el curso, solo piensa en divertirse en torno al Kronen, un bar en el que cada noche se reúne con su pandilla de amigos. Cervezas, copas, cocaína, speed, pastillas… un continuo derroche sufragado, obviamente, por papá y mamá que creen que en su casa vive un JASP (Joven Aunque Sobradamente Preparado) que en aquella España de los noventa era tan venerado. La identidad de Carlos también se perfila en torno a la novela American Psycho y a las películas Henry, retrato de un asesino y La naranja mecánica. De hecho, sueña con poder dirigir una snuff movie (película en la que se ejecuta a una persona por el mero placer de matarla). Los amigos de Carlos, en determinados momentos, no son capaces de seguirle el ritmo. Han de estudiar o trabajar y, evidentemente, no disponen de las posibilidades económicas del protagonista. Carlos es un vividor en toda regla y no duda, incluso, en una escena de la cinta, en morrearse con su propia hermana. Madrid es el epicentro de la película. Un verano cálido en el que los días transcurren con pausa hasta que cae la noche y comienza el desfase. Madrid es una ciudad que se transforma al llegar


la oscuridad y en la que los jóvenes pijos que aún no han podido escaparse a las playas del Mediterráneo matan sus ratos de ocio viviendo al límite. La marginalidad escocesa Sin embargo, Trainspotting muestra otra realidad de las drogas. Mientras en Madrid todo parece ser divertido, en Edimburgo la vida es diferente. Los problemas se palpan en cada plano. De hecho, la película comienza con una persecución a la carrera entre los protagonistas y la policía.

El Edimburgo de Boyle late de manera diferente al Madrid de Armendáriz. Boyle es crudo. Muestra la oscuridad y la decadencia de quien ha confiado su vida a la heroína y cuya existencia no sabe si llegará a ver un nuevo día. La ciudad escocesa que se nos muestra en Trainspotting es la ciudad azotada por el paro, por la miseria, por el SIDA, por la falta de esperanza. Nada que ver con la imagen que se vendía de una ciudad culta, preocupada por los grandes eventos y con intención de resurgir de sus cenizas tras las reconversiones in-


dustriales de los años ochenta. Mark Renton y Spud son dos balas perdidas incapaces de pasar un día sin su adicción a la heroína o a otras sustancias a pesar de que intentan desintoxicarse. Esa historia de la desintoxicación muestra las dificultades que ello conlleva. Tanto para la familia como para el propio drogadicto quien ve cómo sus esfuerzos caen en saco roto una y otra vez. Sin trabajo, muchos de los componentes de la pandilla se ven obligados a delinquir: tanto para comer como para poder adquirir una nueva dosis. La marginalidad de Edimburgo mostrada

en toda su fiereza refleja el horror de quienes han caído en las garras de las drogas. Dos ciudades Madrid y Edimburgo. Edimburgo y Madrid. Dos ciudades con más semejanzas que diferencias. Dos visiones de un mismo problema: el consumo de droga en los jóvenes. Ambas ciudades tratando de ayudar a levantar a sus hijos pero que, en el fondo, son dos monstruos gigantes que los devoran y que son incapaces de darles una segunda oportunidad.


SUPERDRUGS

Por Rafael Ruíz-Dávila

Cuando en 1954, el psiquiatra Fredric Wertham describió los cómics en su libro Seduction of the Innocent como uno de los grandes males que aquejaban a la tierna juventud norteamericana, el Senado para la Delincuencia Juvenil lo escuchó y se emprendió una auténtica caza de brujas contra las viñetas como otros medios habían sufrido el macartismo. Se creó entonces un comité de regulación autocensor al que se adscribieron la mayor parte de editoriales de cómics, a excepción de Dell, y que controlaban que en la producción de las obras se limitase o eliminase la apari-

ción de una serie de contenidos como la violencia, la sangre, el sexo, las chicas con poses sensuales y las drogas. Todos los cómics empezaron entonces a llevar el famoso símbolo de la Comics Code Authority. Esto fue así hasta que en 1971, las dos mayores compañías estadounidenses de cómic, Marvel y DC, se rebelaron contra lo impuesto. Antes del cómo vendría el porqué. Durante los sesenta y sobre todo a finales de dicha década, las drogas habían arraigado tanto en la sociedad, en cualquier estrato social, que la juventud americana corría peligro. Por ello, Marvel, en mayo de 1971, sacó a la venta el cómic The Amazing Spider-Man #96, una historia autoconclusiva en la que Spiderman se encontraba con un chaval puesto hasta las cejas, tanto que se creía capaz de volar. Se tiraba por la cornisa y ni el mismo trepamuros podía salvarlo. Caía varios pisos y una vez en el suelo, mientras la policía intentaba reanimarlo, el joven milagrosamente se recuperaba. El tema tenía más importancia aún en la diegética del cómic ya que Harry Osborn, hijo del Duende Verde, y el mejor amigo de Peter Parker, también estaba enganchado a las drogas. El porqué se llevó a cabo esta iniciativa, dadas las circunstancias de las drogas en la socie-


dad, fue que el Comité para la Prevención y Lucha contra las Drogas encargó a Stan Lee que escribiera un cómic que sirviera de momento de iluminación a los impresionables niños. Pero DC fue un paso más allá. En el verano de ese mismo año, DC hizo su jugada, aprovechando la exacta situación en el país que se comentaba poco más arriba. Pero aquí el yonqui no sería un “anónimo gothamita”, como pasaba con el número de Spiderman, sino que utilizaron a un joven superhéroe que jugaba el papel de ayudante-asistente, o sidekick, de otro héroe muy conocido: Green Arrow. Durante esa época se acordó renombrar la serie de Linterna Verde a Green Lantern/Green Arrow, donde ambos se enfrentaban a diversos achaques de la sociedad americana, ora haciendo justicia, ora con fines humanitarios. Desde la prostitución a la intolerancia racial, un piloto de pruebas con el arma más poderosa del universo y un multimillonario playboy de ideas socialistas armado con el arma más primitiva de la historia iban deshaciendo entuertos en una suerte de road movie en viñetas desde Metrópolis hasta el Sur más Confederado, pasando por el

Medio Oeste americano. Pero si hubo una historia que caló fue la del Green Lantern co-starring Green Arrow #8586 (septiembre–noviembre, 1971) titulada “Snowbirds Don’t Fly” y seguida por “They Say It’ll Kill Me... But They Won’t Say When!”. La historia fue realizada por Denny O’Neil y Neal Adams, tintas de Dick Giordano y con Julius Schwartz como editor. Ya en plena portada, rodeado de mensajes de “NO A LAS DROGAS”, veíamos cómo Green Arrow/Oliver Queen descubría a su pupilo Roy Harper, alias Speedy (curioso juego el del nombre, ¿eh?), chutándose nada menos que heroína y a Hal Jordan/Green Lantern echándoselo en cara a su amigo el arquero. La historia tuvo tal repercusión (mucho más que la de Spiderman) que muchos historiadores del cómic consideran este un cambio fundamental en los cómics de superhéroes, el momento en el que se descubría que un cuadernillo de 22 páginas comprado por cientos de miles de jóvenes podía influir de manera positiva en ellos. Llegó la intención de mejora y la crítica social a las capas y las mallas. Había nacido la Edad del Bronce de los cómics de superhéroes.


LUGARES DE CINE

American Gangster Por Ana Bueno

Enganchada, absorbida, colgada, drogada. La población empieza a sentirse atraída por la droga en los años setenta, una plaga imparable, un negocio en expansión. Y es que, a través de la película American Gangster retrocedemos unos cuantos años y cruzamos el charco para pasear por las calles de Harlem, el barrio que se encuentra al norte de Manhattan, no demasiado tranquilo o no lo suficientemente turístico. Un barrio que desde principios del siglo XX es habitado por afroamericanos y que, sin duda, se ganó la fama de la marginalidad por una fuerza que no se supo controlar, la heroína. Como si de un universo paralelo se tratase, en 1968 Harlem era controlada por los reyes de la droga, por los personajes que movían el dinero y las influencias en la ciudad. Las

calles eran propiedad de uno u otro en función del prestigio y la fuerza. Mientras los grandes reyes de la droga hacían fortuna y adquirían todo tipo de propiedades fuera de Harlem, la población era cada vez más adicta. Los niños de la época crecieron con la rutina de las jeringuillas, de la prostitución y de la delincuencia callejera, y es que, esos niños, son actualmente los padres, si es que consiguieron esquivar la tentación… Una población que nunca conoció un mundo fuera de la avenida 125 o quizás la 145. Muchos de aquellos habitantes de Harlem vivieron en primera persona la actividad de una de las ciudades con más desigualdades del mundo, la ciudad de los sueños, de las luces, la ciudad que nunca duerme, el foco del american dream, pero es que la


palabra «dream», en los setenta se sustituyó por «gangster». Nadie podía igualar a los señores de la droga. En Harlem eran vistos como la mano que da de comer, pero quizás en Manhattan solo eran un rico más de los muchos que se compraban un ático con vistas a Central Park. Nada tiene que ver el Harlem de aquellos tiempos y el de ahora con el resto de la ciudad. Hay quien dice que Harlem y el Bronx son la oveja negra de la ciudad de los rascacielos, y no hay más que fijarse en el lujo y el alarde de Manhattan para darnos cuenta de que son hijos de distinta madre. El glamoroso Upper East Side ve pasar cada día a estrellas televisivas tapadas con gorras de camuflaje, vestidas con chándal y tacones o paseando a sus ocho perros. Sin embargo, Harlem vio nacer en sus calles a estrellas que siempre han sido recordadas como Al

Pacino. Además, quién no se acuerda de los discursos de Malcom X o de Martin Luther King en aquellas calles. Las estrellas que ahora brillan en Nueva York son las ventanas de los rascacielos que miran desde lo alto a la población, el Rockefeller Center, la llama de la Estatua de la Libertad, los luminosos de Times Square o las luces del puente de Brooklyn. Porque aunque nos parezca injusto, siempre se impondrá la luz a la sombra, siempre quedará de lado Harlem y sus calles grises y apagadas, aunque es posible que en muchos de aquellos edificios viejos y desgastados esté una persona que, con un discurso como el Luther King, pueda sacar Harlem adelante, convertirlo en un barrio de raza y no por ello en un barrio olvidado, en recordar un pasado oscuro para convertirlo en un futuro con mucho que decir y nada que ocultar.



SHERLOCK HOLMES, WORKAHOLIC Texto por Fátima del Carmen López Sevilla Ilustración pot Pepe Rubíes Nunca podré olvidar mi primer Sherlock Homes. Un librito de esos de Penguin con clásicos adaptados para los estudiantes de inglés. The adventure of the red circle dio paso a las lecturas adaptadas de A Study in Scarlet y The Hound of the Baskervilles. Tres historias y ya estaba totalmente enganchada y enamorada del detective de la pipa. Diez años más tarde pasé de aventuras sueltas aquí y allá y logré hacerme con un gigantesco tomo en el que había recopilado todo el canon en su lengua original. Leyéndolo y releyéndolo me sorprendió ver que Holmes no es un adicto al tabaco o a la cocaína, y mucho menos al opio, como muchos han dado a entender. Y que lo de la gorra de caza no era algo habitual. Aun así, en mi habitación tengo a un pequeño Sherlock con gorra y capa que me observa fumando en su pipa mientras escribo. Un pequeño recuerdo de mi primera visita a Londres, cuando tuve que arrastrar a mis padres a Baker Street. Esta última década es una nueva época dorada para el famoso detective y su fiel e inseparable Watson, con películas, series de televisión y reediciones. De las adaptaciones televisivas y cinematográficas de estos últimos años, sin duda la


más fiel y exitosa es la de la BBC, con Benedict Cumberbatch como Holmes y Martin Freeman como Watson. ¿Fiel? ¡Pero si nos encontramos con Sherlock Holmes y el doctor Watson en pleno siglo XXI, en un Londres congestionado por el tráfico, con móviles inteligentes, blogs, páginas web y laboratorios equipados con lo último en tecnología! ¿En qué se diferencia de Elementary? En ambas series traspasan las historias de Conan Doyle al siglo XXI, pero Sherlock no solo traspasa a los personajes, sino que sus guiones están basados en las historias escritas por el autor escocés Estudio en escarlata, El sabueso de los Baskerville, “El problema final”, “El intérprete griego”, El signo de los cuatro, “Escándalo en Bohemia”, “El misterio del valle de Boscombe”… En Elementary hacen guiños al canon en el piloto, con un Holmes en rehabilitación en Nueva York y dedicado a la apicultura y escribiendo un libro «en su cabeza» titulado Manual de apicultura, con algu-

nas observaciones sobre la separación de la reina, algo que hace en Sussex en las aventuras de Conan Doyle cuando se jubila. Así, siguiendo el canon holmesiano, habría un lapso de veinte años entre un Sherlock y el otro, y el detective de la BBC no sufre de ninguna adicción más que al trabajo, mientras que el de Nueva York se está curando, algo tratado en la literatura holmesiana no oficial, destacando La solución del siete por ciento, libro de 1974, hecha película, en la que se cuenta cómo Sherlock cuenta con la ayuda de Sigmund Freud para curar su adicción a la cocaína. Pero, ¿era Sherlock Holmes un adicto? Si leemos con atención las cuatro novelas y las cincuenta y seis historias del canon, llegamos a la conclusión de que lo único a lo que el detective es adicto es al trabajo. Ya en su primera aventura, Estudio en escarlata, Watson habla del ensimismamiento en el que Sherlock cae cuando se encuentra ante un caso,


llegando a olvidarse incluso de comer o de dormir cuando está intentando resolver uno de los misterios que le traen sus clientes. Sherlock Holmes se aburre y se cansa por la inactividad. Su cerebro necesita estar activo. Esto lo han sabido transmitir de una manera excelente en la serie Sherlock. Sus síndromes de abstinencia no son por la ausencia de cocaína u otra sustancia en su cuerpo, sino por la falta de enigmas que pongan a girar los engranajes de su cerebro. Sherlock Holmes usa la ya célebre pipa para pensar y la cocaína para obtener ese “chute” que normalmente consigue con un buen enigma. Veamos cada una de sus “adicciones” (trabajo, tabaco y cocaína) un poco más en detalle en los libros y en la serie Sherlock: Sherlock Homes es un adcito al trabajo Como acabamos de decir, Sherlock Holmes necesita los casos y los enigmas como el respirar. Necesita estar activo o, al menos, sentirse activo intelec-

tualmente. El Sherlock de los libros lo dice en varias ocasiones y de diferentes formas: «Proporcióneme problemas, proporcióneme trabajo, deme los más abstrusos criptogramas o los más intrincados análisis, y entonces me encontraré en mi ambiente. Podré prescindir de estimulantes artificiales. Pero odio la aburrida monotonía de la existencia. Deseo fervientemente la exaltación mental. Ahí tiene por qué he elegido esta profesión a que me dedico, o, mejor dicho, por qué razón la he creado, puesto que soy el único en el mundo que la practica.» (El signo de los cuatro); «— Me libró de mi fastidio —contestó Holmes, bostezando—. Por desgracia, ya estoy sintiendo que otra vez se apodera de mí. Mi vida se desarrolla en un largo esfuerzo para huir de las vulgaridades de la existencia. Estos pequeños problemas me ayudan a conseguirlo.» (“La liga de los pelirrojos”). Cumberbatch interpreta a un Sherlock al que le dan berrinches y ataques de ansiedad cuando no tiene un caso entre manos. Estos ataques los hemos visto en los capítulos llamados “El gran


juego” (temporada 1 capítulo 3) y “Los sabuesos de Baskerville” (temporada 2 capítulo 2), donde pide casos a gritos de «¡Aburrido!». El aburrimiento es la gran debilidad de Holmes, y Moriarty lo sabe. Al fin y al cabo, son iguales. Por eso ya en el primer capítulo de Sherlock (al igual que en el piloto, un episodio que cuenta la misma historia, que luego fue ampliada a los capítulos-película que ahora conocemos), usa al taxista para decirle que conoce su debilidad: «Seguro que se aburre, ¿a que sí? Sé que sí. Los hombres como usted, tan inteligentes… ¿Pero de qué sirve ser inteligente si no puede demostrarlo? Es un adicto. Pero esta es su verdadera adicción. Hace cualquier cosa, lo que sea, para no aburrirse. Ahora no se aburre, ¿verdad?» (“Estudio en rosa”, temporada 1 capítulo 1.) Esta necesidad de actividad intelectual puede estar unida a una adicción a la adrenalina, pues en los libros Sherlock pone en peligro su vida (y la de Watson) sin pestañear y sin darle la menor importancia. Watson sí teme por su vida, como cualquier persona razonable. En cambio, en Sherlock Watson se ve atraí-

do por el peligro, como le señalan los hermanos Holmes. Mycroft lo relaciona con el hecho de que echa de menos el campo de batalla. Esta atracción por el riesgo se ve sobre todo en las películas Sherlock Holmes y Sherlock Holmes: Juego de sombras, que cuentan con Robert Downey Jr. como Sherlock y Jude Law como su inseparable John Watson. Frente a la ansiedad que le crea la falta de un caso, tenemos el estado de ensimismamiento en el que entra Sherlock cuando piensa. Cuando entra en estos estados de meditación, reacciona de forma brusca al ser interrumpido, normalmente por Watson. La diferencia entre el libro y la serie Sherlock es que en los libros el detective no es tan arisco y se disculpa ante su amigo Watson (sí, le llama amigo, incluso su «amigo más íntimo», cuando le presenta), mientras que en la serie es menos ducho en las relaciones humanas y en ver el efecto que sus palabras y acciones tienen en los demás. Este aspecto ha sido explotado en diversas películas y series. En los libros, Conan Doyle/Watson describe la actitud de estos momentos de reflexión de Holmes como momentos de total abandono y abstracción mental,


y el detective siempre tiene una expresión de vacío, como de no estar presente en la habitación. Estas descripciones pueden tomarse como las de una persona drogada, como bien expresa Watson en Estudio en escarlata, comparando estos estados de ensimismamiento con la actividad frenética con la que enfrentaba un caso: «Cuando se apoderaba de él la fiebre del trabajo era capaz de desplegar una energía sin parangón; pero a trechos y con puntualidad fatal, caía en un extraño caso de abulia, y entonces, y durante días, permanecía extendido sobre el sofá de la sala de estar, sin mover apenas un músculo o pronunciar palabra de la mañana a la noche. En tales ocasiones no dejaba de percibir en sus ojos cierta expresión perdida y como ausente que, a no ser por la templanza y limpieza de su vida toda, me habría atrevido a imputar al efecto de algún narcótico.» (Estudio en escarlata). Este comentario puede haber sido la base para la reacción de Watson en Sherlock ante la redada antidrogas que Lestrade organiza en el 221b de Baker Street en la adaptación de este libro, “Estudio en rosa” (temporada 1 capítulo 1), pues no cree posible que Sherlock tome nada «que sea siquiera considerado recreativo». Sherlock le hace callar,

dando a entender que sí que ha consumido alguna droga alguna vez. O que puede que encuentren algo. Aun así, en las dos temporadas de la serie, Sherlock no ha consumido nada más allá que tabaco, bien en forma de parches de nicotina o de un anecdótico cigarrillo. “Un siete por ciento más fuerte” A pesar de lo que Watson dice en el libro en relación a la «limpieza de su vida», el Sherlock literario empieza y acaba su segundo libro, El signo de los cuatro, hablando sin tapujos del uso de la cocaína. Mucho se ha hablado de la adicción del detective de Baker Street a la aguja, pero Holmes no es un adicto: usa la droga, en una solución al siete por ciento, para «estimular y aclarar la mente». Conan


EL DERRUMBE DEL SUEÑO AMERICANO El delirio de la película Miedo y asco en Las Vegas Por Selma Real Fotografías de Jesús Díez Modelo: Dani Vallejo




Marihuana, LSD, mescalina, cocaĂ­na, alcohol, ĂŠter, heroĂ­na, adrenocromo, opio... La mezcla de todas estas sustancias forma un cĂłctel explosivo con el que se desarrolla la trama de Miedo y asco en Las Vegas. Terry Gilliam es el director de esta delirante pelĂ­cula, inspirada en la novela del mismo tĂ­tulo de Hunter S. Thompson, creador del periodismo Gonzo, una clase de periodismo en el que el propio periodista estĂĄ inmerso en la historia, formando parte de ella. El largometraje muestra los desvarĂ­os de sus dos protagonistas que viajan hasta Las Vegas provistos de un maletĂ­n hasta arriba de drogas. Raoul Duke (Johnny Depp) ejerce de periodista y le encargan cubrir una carrera de motos en el desierto. Su amigo y abogado, el Dr. Gonzo (Benicio del Toro), decide ÂŠÂŒÂ˜Â–Â™ÂŠĂ›ÂŠÂ›Â•Â˜ČąÂ™ÂŠÂ›ÂŠČąÂ?Â’ÂœÂ?›žÂ?Š›ȹÂ?Ž•ȹę—ȹÂ?ÂŽČąÂœÂŽÂ–ÂŠÂ—ÂŠČąÂŽÂ—Čą ÂŠÂœČą ÂŽÂ?ÂŠÂœÇŻ


La película comienza con una cita del Dr. Johnson: «El que hace una bestia de sí ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ Ȏǯȱ ȱ ȱ ę ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ por el que se guía esta peculiar pareja: actúan por impulsos, anulan el sufrimiento e ignoran las consecuencias que puedan acarrear sus actos.


Johnny Depp hace de narrador en primera persona, es indispensable para que ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱę ȱ¢ȱ ȱ ȱ ȱ manera plena en su mundo. Describe cada situación, los estados por los que van pasando y las sensaciones producidas por las drogas. Solo así se puede encontrar algo de sentido dentro del absurdo y el surrealismo de la acción.


La historia transcurre en el año 1971. Estados Unidos continúa inmerso en la ȱ ȱ ȱ¢ǰȱ ȱ ǰȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ę ȱ¢ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ¢ ȱ ȱ ę ȱ ȱ ȱ ǯȱ ȱ ȱ · ȱ ȱ cambios socioculturales, pero también comienzan a popularizarse las drogas. Toda una generación descontenta trata de evadirse de la realidad por medio de su consumo.



Duke y Gonzo son víctimas de la explosión de las drogas, dos personajes que van en busca de lo que para ellos es el verdadero sueño americano. Se amparan en todo tipo de estimulantes, calmantes y alucinógenos, de los que abusan a lo largo de todo ȱę ǯȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ ǰȱ ȱ refugian en su propio mundo y cualquier acontecimiento en el que se ven envueltos pasa a un segundo plano. Se apoyan el uno en el otro, y el resto de personas que se cruzan en su camino acaban huyendo. La ciudad del pecado es el lugar perfecto para inten ę ȱ ȱ ȱ¢ȱ ȱ ȱ ȱ ȱ producen las drogas. La distorsionada realidad de los protagonistas se fusiona con la excentricidad de Las Vegas; neones de colores, días interminables, casinos, vicio y espectáculo son elementos que los Û ȱ ȱ ȱ ȱ ȱę ȱ ȱ ǯ



El vestuario tambiĂŠn va acorde con el ambiente de Las Vegas, las prenÂ?ÂŠÂœČąÂœÂŽČąÂ•Â•ÂŽÂ—ÂŠÂ—ČąÂ?ÂŽČąÂŒÂ˜Â•Â˜Â›ÂŽÂœČąÂ•Â•ÂŠÂ–ÂŠÂ?Â’Â&#x;Â˜ÂœÇ°ČąÂŽÂœÂ?Š–™ŠÂ?Â˜ÂœČąÂ?Â’Â&#x;ÂŽÂ›ÂœÂ˜ÂœÇ°ČąÂ‹Â›Â’Â•Â•ÂŠÂ—Â?ÂŽÂœÇ°ČąÄšÂŽcos, plumas, etc. Cualquier combinaciĂłn es posible. Las camisas cobran un gran protagonismo, sobre todo aquellas con moÂ?Â’Â&#x;Â˜ÂœÇ°ČąÂœÂŽÂŠÂ—ČąÂ?Ž•ȹÂ?Â’Â™Â˜ČąÂšÂžÂŽČąÂœÂŽÂŠÂ—ÇŻČą ÂŠČąÂ–Â˜Â?ŠȹÂ?ÂŽČąÂ•ÂŠČąÂ™ÂŽÂ•Ă‡ÂŒÂžÂ•ÂŠČąÂŽÂœÂ?¤ȹ’—ĚžŽ—Œ’ŠÂ?Šȹ Â™Â˜Â›ČąÂŽÂ•ČąÂ–Â˜Â&#x;’–’Ž—Â?Â˜ČąÂ‘Â’Â™Â™Â’ÂŽČąÂšÂžÂŽČąÂŒÂ˜Â—Â˜ÂŒÂ’Ă ČąÂœÂžČąÂŠÂ™Â˜Â?ÂŽÂ˜ČąÂŠČąÄ™Â—ÂŠÂ•ÂŽÂœČąÂ?ÂŽČąÂ•Â˜ÂœČąÂŠĂ›Â˜ÂœČą sesenta, pero de una forma mĂĄs moderada. Se puede observar por el estilo de los estampados y el colorido de la ropa.



Duke y Gonzo apuestan por las camisas hawaianas. Destaca el estilismo de un caracterizado Johnny Depp, siempre con gafas de sol, sea de dĂ­a o de noche (en especial unas grandes de cristales amarillos), gorro y una permanente boquilla en los labios, estĂŠ el cigarro encendido o apagado.


ŠȹÂ?ŽŒŠÂ?ÂŽÂ—ÂŒÂ’ÂŠČąÂšÂžÂŽČąÂ™Â›Â˜Â?ÂžÂŒÂŽÂ—ČąÂ•Â˜Âœȹ¤ÂŒÂ’Â?Â˜ÂœČąÂœÂŽČąÂ›ÂŽÄšÂŽÂ“ÂŠČąÂŽÂ—ČąÂŽÂ•ČąÂŠÂœÂ™ÂŽÂŒÂ?Â˜ČąÂ?ÂŽČąÂ•Â˜ÂœČąÂ™Â›Â˜Â?ŠÂ?˜nistas, a menudo sudorosos y descuidados. Los personajes se complementan, y cuando uno estĂĄ mĂĄs afectado, hasta el punto de confundir a las personas con reptiles gigantes, el otro estĂĄ mĂĄs cuerdo, y viceversa. Sin embargo, los momentos en los que ambos estĂĄn igual de colocados son los mĂĄs divertidos de esta comedia negra.



La película en sí es una alucinación constante, una paranoia difícil de determinar, pero, ante todo, una apuesta atrevida. Obtuvo varias críticas negativas, y no puede considerarse una película dirigida hacia las masas. No obstante, merece la pena verla porque para bien, o para mal, te va a sorprender.



UNA PERFECTA COMPOSICIÓN DE LA AUTODESTRUCCIÓN Texto por Beatriz Martín Ilustración pot Silvia García


Réquiem por un sueño, realizada en el año 2000, es una película dirigida por Darren Aronofsky, conocido diez años después también por Cisne negro. En el film el camino a la decadencia que siguen todos los personajes no es una casualidad, tiene una razón muy clara y visual: la droga. Esta progresión en la vida de cada una de las personas que integran la historia de Réquiem por un sueño se narra en algo más de dos horas, pero abarca tres estaciones (verano, otoño e invierno) mediante saltos en el tiempo. La película comienza ya con una escena peculiar e inquietante, en la que un chico se lleva la televisión de casa de su madre ante la pasividad de esta, asustada y encerrada en otra habitación. La razón de este hecho es el empeño del aparato para conseguir droga, el móvil de las acciones de varios de los personajes.

El inicio del largometraje es una presentación de los protagonistas y las rutinas que siguen en sus vidas, mientras el hilo conductor de la trama es esa sustancia alucinógena, capaz de transformarlos. Estos son Sara Goldfarb; su hijo Harry; la novia de este, Marion Silver; y el amigo del segundo, llamado Tyrone. Primero, la obsesión de Sara por la televisión no conoce límite. Sola en casa desde que su marido murió, se dedica a visionar programas ensimismada, hasta que cree que va a aparecer en uno y comienza a tomar pastillas adelgazantes para salir en él, ilusionada por esa quimera. Su hijo Harry, por otra parte, consume droga, y junto con su novia y Tyrone desean conseguir dinero también mediante el tráfico y llegar a vivir de ello. La inestabilidad que sufren los personajes se ve incrementada por su inclusión


en el mundo tétrico y sin retorno de la droga. Allí se da el punto de inflexión de la trama, que determina la historia completa, porque en él los cuatro antes citados escalan un peldaño en la consecución de esos sueños. Parece que se encuentran más cerca, que avanzan en sus objetivos y se sienten eufóricos, felices del funcionamiento de sus planes. Sin embargo, ese camino que han decidido tomar depende directamente de las sustancias que consumen, y, poco a poco, se torna diferente a como lo habían planeado; sin que casi se den cuenta, acaban con lo conseguido debido a su adicción. El resultado es la pérdida de sus proyectos y aspiraciones, que se desvanecen y vuelven a la situación inicial, pero con ansias de más, consumidos poco a poco por la droga sin percatarse de ello. Esto les dirige en el final del film a límites inhumanos, en los que el sueño se convierte en pesadilla, donde se refleja el título del largometraje. Los actores bordan esos últimos momentos en los que se encuentran solos, destrozados y consumidos por la droga. Además, el director maneja con maestría la cámara y adentra al espectador en el mundo de estos estimulantes. Combina efectos rápidos para escenas más extensas, donde se puede apreciar la acción sin trascendencia de los personajes hasta que se da un punto de inflexión, y otros ralentizados, cuando los protagonistas se hallan sumidos en un estado desolador, en los que también distorsiona la imagen, aporta ruido y sonidos grotescos, burlas o voces. Estas dos aportaciones técnicas se reflejan en la forma en la que consumen,

en los momentos en los que incluye la misma secuencia de imágenes. También con primeros planos del rostro de los personajes en los que se aprecian sus expresiones, detalles de los objetos que manejan, u otros más abiertos si el escenario merece esa concesión. Incluso en ocasiones divide la pantalla y coloca dos imágenes, lo que amplía la inclusión del espectador en la acción. En definitiva, Aronofsky narra a la perfección una historia grotesca que termina con un terrible final, donde los actores brillan en todas sus facetas y transmiten realismo en sus emociones. Todo ello acompañado de una banda sonora ideal, compuesta por Clint Mansell, que aparece en los momentos oportunos y envuelve cada imagen, transmitiendo una sensación imponente y desoladora.



BANE, LOS EXCESOS DE LA DROGA HECHOS CARNE Texto por Diego Matos Ilustración pot Iván Ruíz Bane es un adicto. El temible enemigo de Batman de la máscara blanca y negra; el villano al que Christopher Nolan enfrentó con «el caballero oscuro» en el cierre de su trilogía cinematográfica. Aquel tipo musculado y verdoso que ayudaba a una Hiedra Venenosa interpretada por Uma Thurman en Batman y Robin, la cuarta entrega cinematográfica del «hombre murciélago», la segunda dirigida por Joel Schumacher. Ese personaje creado por Chuck Dixon, Doug Moench y Graham Nolan en 1993 es un adicto. En efecto, Bane sufre una adicción a las drogas. Debutó en Batman, la venganza de Bane y ha sido desde entonces uno de los más fuertes e inteligentes villanos del «caballero» de Gotham. En Batman, la caída del murciélago, su arco más letal y reconocido, Bane fue capaz de romper la espalda de Batman haciendo que Bruce Wayne colgara la máscara por un tiempo y tuviese que buscar un sustituto para portar el manto del murciélago. Esa tarea recayó en Jean-Paul Valley, Azrael, que se convertiría en un Batman más extremo y tecnológico, mucho más sofisticado. Y es que aunque Bane es físicamente apto e inteligentemente su-

perior, la verdadera amenaza la supone gracias a las grandes dosis de la droga Veneno que fluyen por su organismo. Su origen está relacionado con la criminalidad, y su poder, con las drogas. Bane nació en la república ficticia de Santa Prisca, en el Caribe. Su padre se había escapado de la cárcel y el gobierno decretó que fuera él quien cumpliera la pena en Hard Rock, una prisión de extrema dureza. Pasó su niñez y su juventud en prisión. Allí se entrenó y desarrolló su mente con libros. Apuñaló a su primera víctima a los tiernos ocho años y poco a poco se transformó en el rey del lugar. Por ello, los encargados de controlar la prisión le obligan a ser sujeto de pruebas de unos experimentos relacionados con una misteriosa droga. Antes que él, los demás conejillos de indias habían muerto. La operación casi acaba con su vida, pero al final Bane sobrevive. La droga Veneno se convierte entonces en parte de su organismo. Con ella, su fuerza física se incrementa, aunque debe tomarla cada doce horas para que siga haciéndole efecto, sino, las capacidades mermarían hasta niveles ínfimos y los


efectos secundarios que sufriría serían terribles (debilitación y aterradoras alucinaciones). Bane necesita, por tanto, un sistema de tubos que bombeen la droga directamente a su cerebro. Esta droga ficticia, clave en el Universo DC, donde se sabe que es una variante basada en la fórmula Miraclo, desarrollada por los Productos Farmacéuticos Bannerman, transforma a quien la consuma en una masa de músculos de fuerza física desmesurada. El propio Batman se convirtió en adicto a esta droga durante una temporada para intentar luchar contra sus limitaciones físicas, pero se encerró en la Batcueva a tiempo

para luchar contra los efectos adversos y desintoxicarse. Bane, en cambio, no puede alejarse del producto que le convierte en quien es. Un producto terrible que convierte a este villano en un ser excesivo en todos los sentidos. Pero Bane no fue culpable, no tuvo elección. Fruto de los pecados de su padre, cumplió condena y tuvo que sobrevivir. Fruto de los experimentos para convertir a los hombres en superhombres, a los soldados en supersoldados, se transformó en ese ser casi perfecto; siempre obligado a continuar con los excesos.


El personaje tiene, incluso, un intento de redención cuando consigue recuperarse de su adicción en una historieta titulada Batman, el regreso de Bane: La redención, de 1996. De nuevo fuera de la cárcel después de lo acontecido en Batman, la caída del murciélago, Batman y Bane luchan juntos para acabar con una banda que está distribuyendo un nuevo derivado de la droga Veneno a los matones callejeros. El responsable no es otro que el mismo “médico” que experimentó con Bane en la prisión de Santa Prisca. Después de eso decide alejarse y emprende la búsqueda de su padre. En cambio, con quien se encuentra es con Ra’s al Ghul, quien lo elige

como heredero de su puesto al frente de la Liga de las Sombras. Tan solo cuando Bane se aleja de las drogas consigue tener la mente limpia para emprender un nuevo camino, un camino mejor. Aunque su destino siempre estará ligado a los excesos, en todas las versiones del personaje, tanto en cómic como en cine, televisión o videojuegos, la imagen de Bane será la del musculoso enemigo de Batman con su máscara blanca y negra y sus tubos verdosos entre su espalda y su cabeza. Los excesos de la droga se pagan y ese precio suele ser en onzas de carne.


SOBREVIVIR A LOS 27 Por Javier Luna Existe una gran controversia en relación con la pertenencia o no a esa larga lista de artistas, que supera ya la cuarentena, y cuyos flirteos y abusos con el alcohol, así como todo tipo de drogas —aún habituales y conocidos— dispusieron un final tan trágico, como afamado y prematuro para con sus protagonistas, que colaboró en la perpetuidad de su obra. De lo que no cabe duda, entre múltiples y variadas circunstancias propias —de hecho, no todo serían excesos con estas sustancias—, es que ella aúna cinco grandes nombres que motivaron a acrecentar el mito. Brian Jones, guitarrista y multiinstrumentista en The Rolling Stones, arraigaba, en julio de 1969, con su ahogamiento en una piscina, el eje central del Club de los 27. Un año después, el venerado por su electricidad sobre las cuerdas de la guitarra, Jimi Hendrix y, la espiritual y rebelde, Janis Joplin se sumarían a este

legado. Siendo, esta última, protagonista del caso menos polemizado debido a una incuestionable sobredosis de heroína. Una claridad que no se consiguió cuando, en julio de 1971, y coincidiendo con el segundo aniversario de la muerte de Jones, una insuficiencia cardíaca, cuyas causas siguen sin esclarecerse, provocó la despedida del vocalista de rock psicodélico, al frente de The Doors, Jim Morrison. A esta serie de casualidades, coincidencias, consecuencias y razones que superan ya cualquier intento de entendimiento terrenal o racional, llegarían, incluso, a sumarse la determinación — valoraciones propias a parte— de quien, además de soñar con convertirse en un icono musical, vio propicio el sumarse a este escabroso capítulo para su vida cuando era solo un niño. Es el caso, o al menos eso indica su biografía Heavier than Heaven, de Kurt Cobain. El libro, que recoge las declaraciones de su hermana Kim, relata cómo este quería entrar a formar parte de tan guardadas


efemérides. La fijación de una investigación en torno a este grupo de músicos, cantantes y compositores que perdían la vida a los 27 años de edad se debe, como la mayor o menor repercusión de las mismas, no al primer suceso de estas características, sino al primer nombre que reunió una notable popularidad y prestigio: el del bluesman, Robert Johnson. Habiendo dejado un registro de únicamente 29 canciones y, como en (casi) todos los inicios, con más enigmas y preguntas sin resolver que respuestas en torno a su vida, su legado fue mucho más grande para quienes le apodan «El abuelo del rock and roll» y «El rey del Delta blues». O, en palabras de Eric Clapton, «el más importante músico de blues que haya vivido». Lo cierto es que no fue su particular forma de tocar la guitarra, su consideración como uno de los padres de la técnica slide —consistente en deslizar sobre las cuerdas de la guitarra un tubo metálico—, la destreza vocal o la origi-

nalidad de sus canciones el motivo por el que su historia inspirara una película, sino la conocida leyenda que apunta la posibilidad de que Johnson vendiera su alma al diablo en el cruce de la autopista 61 con la 49 en Clarksdale (Misisipi), a cambio de resultar como el mejor intérprete de blues. La cinta, Crossroads, dirigida por Walter Hill y protagonizada por el actor Ralph Macchio —más conocido por su papel como Daniel Larusso en Karate Kid—, sí recoge, sin embargo, los devenires de una vida cruda que aunaba los sentimientos sobre los compases de sus composiciones. Una realidad con altibajos nada inusual que la cinematografía decidiría recoger, más tarde, en Cadillac Records (Darnell Martin, 2008) con Muddy Waters y Little Walter, los más directos sucesores del autor estadounidense, en el punto de mira como protagonistas. El Club reservaba también algún hueco para los artistas patrios. Así es, España despedía, a causa de un accidente aéreo y uno de tráfico respectivamente, a Evangelina Sobredo Galanes y María


Serrano-Serrano. Cecilia, como se conocería a la primera de ellas, impondría su canción de autor con éxitos como Un ramito de violetas o Mi querida España. La segunda, perteneciente a la banda Passion Fruit, por el pop bailable de melodías modernas a cargo de The Rigga-Ding-Dong-Song o Bongo Man. A 23 de julio de 2011, la industria musical se mostraba una vez más consternada, en citada ocasión, ante el fallecimiento y adhesión a esta larga lista de Amy Winehouse. El último de los más relevantes pasajes de esta historia —sin olvidar a Richard Turner, fallecido a causa de un paro cardíaco en agosto del

mismo año, y a Nicole Bogner, que consiguió sobreponerse a su enfermedad hasta enero de 2012— que supuso la despedida de tan ilustre británica, dejando sin explorar, seguro, fructíferos resultados en sus mezclas características de jazz, blues y soul, y el ascenso de su álbum Back to Black hasta las máximas cifras de venta en su país durante lo conocido de este siglo XXI. Y es que, como ya ocurriría con sus predecesores, parecía estar destinada a ser una influencia temprana. Un título, este, que ya concedería el Salón de la Fama del Rock and Roll, en 1986, a todo un impulsor, Robert Johnson.



LISTA DE REPRODUCCIÓN

Canciones para fin de exámenes Los tiempos han cambiado y con ellos también la fecha de los exámenes finales. Septiembre ha dejado paso a Julio como la última oportunidad para aquellos quienes quieran aprobar las asignaturas que dejaron colgadas. Entre el calor y el último esfuerzo, una canción motivadora nunca está de más.

Rock & Roll en la plaza del pueblo”. Tequila El verano es época de divertirse y pasarlo bien y este es un tema que se amolda perfectamente a eso…Festivo, alegre, divertido…un canto a la alegría, intemporal porque, a pesar de su apariencia, es una magnifica canción. Chusmi10 ‘Victorious’ - Inlogic Porque ha sido mi himno personal para darme ánimos en cualquier época de crisis: exámenes, cambio de ciudad, búsqueda de trabajo... y porque no hay nada como poder gritar “VICTORIOUS!” al conseguir lo que querías. Y porque estos madrileños meten caña y

animan cualquier momento del día y de tu vida. Fátima del Carmen López ‘The Beat Goes On’ - Beady Eye Una montaña de apuntes que se levanta un palmo de distancia por encima de tu cabeza. Y cada vez que te da un sofoco, pierdes un minuto en memorizar las palabras de éstos (palabras tan mal escritas que, por cierto, te hacen pensar si necesitas un cuaderno de caligrafía). A lo mejor hoy te parece imposible estudiarlos, pero ¡qué narices! Mañana todo será diferente, todo será mejor. Y el ritmo sigue. Dafne Calvo


‘Toro’ - El Columpio Asesino Verano, diversión y, en definitiva, fin de exámenes. El estallido que se produce con la entrega de la última prueba escrita bien puede asemejarse con el “te voy a hacer bailar...” que tanto se hace desear durante el recorrido de ‘Toro’; ese momento de éxtasis, de liberación, de carretera, de speed o de lo que cada uno quiera. Ainhoa Zabaleta ‘Don’t stop me now’- Queen La voz de Freddy Mercury y el solo de guitarra de Don’t stop me now nos transmiten la libertad de acabar, de hacer lo que nos apetezca. Sin presiones y sin parar de vivir el verano que se merece todo buen estudiante. María Díez

‘I’ll sleep when I’m dead’ - Bon Jovi No está de más prometerse algo para cuando acabes los exámenes. Es probable que te falten sábados para celebrar este fin de ciclo, pero tienes todo el verano por delante. ¡No se te olvide aprobar! Javier Luna ‘On top of the world’ - Imagine Dragons Los exámenes acaban, el calor aprieta y los planes y ganas de hacer cosas se multiplican. Ahora tenemos todo el tiempo del mundo para disfrutar, sin preocupaciones ni agobios, en buena compañía, sintiéndonos en la cima del mundo. Elena G. Castañón


ESTRENOS DE JULIO Por Pedro del Río

El 5 de julio llega a nuestras pantallas (con un absurdo retraso de casi dos meses respecto al estreno en Estados Unidos), Star Trek: En la oscuridad, secuela de la reinvención que en 2009 llevó a cabo J. J. Abrams sobre la mítica serie creada en 1966 por Gene Roddenberry. La saga llevaba años en dique seco tras el lógico desgaste generado por varias franquicias televisivas y diez adaptaciones cinematográficas, siendo el fracaso de la horrenda Star Trek: Nemesis (Stuart Baird, 2002), que ya acusaba un descenso notable de presupuesto, la excusa perfecta para que Paramount cerrara el grifo al perder al público norteamericano, realmente el único que mantenía a flote la saga. El proyecto de Abrams, quien se encontraba en buena sintonía con la productora tras los buenos resultados obtenidos con Mission: Impossible III (J.J. Abrams, 2006), convenció a los directivos de invertir millones para contar la historia de la tripulación original de la nave Enterprise en sus años académicos, creando (como viene siendo habitual en Abrams) una línea temporal diferente que le permitiera contar lo que quisiera sin tener que someterse a los condicionantes de la típica precuela. El resultado fue un éxito de taquilla a nivel mundial con un largometraje muy entretenido que funcionaba en su faceta de space opera, pero también como

película de aventuras, con un casting perfecto y con un sentido del ritmo y del espectáculo más cercano a la saga galáctica de George Lucas que al original televisivo de la década de los sesenta. Hay muchas expectativas puestas en esta segunda parte en la que han introducido a un atractivo villano interpretado por ese extraordinario actor llamado Benedict Cumberbatch (Sherlock). Damon Lindelof (Prometheus, Ridley Scott, 2012) en el retoque del guión es el que nos puede aguar la fiesta. Diez años después del estreno de la excelente Soñadores (2003), nos llega el nuevo trabajo del septuagenario y cada vez menos prolífico Bernardo Bertolucci, quien, alejado ya totalmente del cine norteamericano, nos trae una producción italiana sobre un adolescente que se encierra en un sótano con su hermanastra para ayudarla a superar su adicción a la heroína. El cineasta continúa retratando la pérdida de la juventud con personajes que inevitablemente tienen que enfrentarse a la madurez, aunque esta vez desde una perspectiva más íntima, alejada del marco revolucionario de Antes de la revolución, Novecento, o la citada Soñadores. Siempre es interesante recibir un nuevo proyecto del director italiano, autor de largometrajes imprescindibles en la historia del cine como El último tango en París (1972), El


último emperador (1987), o El cielo protector (1990). James Wan, responsable del primer Saw (2004) y de Insidious (2010) entre otras, estrena Expediente Warren, nueva vuelta de tuerca al subgénero de posesiones demoníacas con la supuesta historia real de un matrimonio especializado en investigar fenómenos paranormales. La película viene avalada por la solvencia del director dentro del género, críticas decentes, y un interesante reparto encabezado por Vera Farmiga (Infiltrados, Martin Scorsese, 2006) y Patrick Wilson (Young adult, Jason Reitman, 2011), película que puede convertirse en un buen remedio para el aburrimiento en medio de la pobreza general que presenta la cartelera veraniega. Tras un sinfín de dificultades que incluyeron la extraña salida del proyecto de Darren Aranofsky (Cisne negro, 2010) (quien podría haber dado un giro interesante al personaje), nos llega una nue-

va entrega de las aventuras de Lobezno, uno de los principales personajes de la saga X-Men. Ambientada en Japón, promete ser, al menos estéticamente, diferente a las tres primeras entregas de Bryan Singer y Brett Ratner, y, sobre todo, parece alejarse de la infame XMen orígenes: Lobezno (Gavin Hood, 2009), pésimo primer acercamiento al personaje en solitario. James Mangold, irregular realizador habituado a dar una de cal (En la cuerda floja, 2005), y otra de arena (Noche y día, 2010) ha sido finalmente el cineasta encargado de llevar a la pantalla una historia que él mismo se ha encargado de relacionar públicamente con múltiples clásicos del cine, entre los que encontramos ni más ni menos que a Yasujiro Ozu (Cuentos de Tokio, 1953). Sin esperar que las elevadas pretensiones de Mangold se cumplan, al menos puede que encontremos una espectacular superproducción que aporte mínimamente algo a la mitología de un personaje siempre excelentemente encarnado por Hugh Jackman.



COMPLACIENTE O CRUEL Texto por Dioni Arroyo Merino autor de “Metonia” y “Los ángeles caídos de la eternidad” Ilustración por Conrado Entiman

Complaciente o cruel es el título de una estupenda canción de Obús, uno de los grupos de culto más emblemáticos del panorama heavy de nuestro país. Y no solo eso: es una dramática balada de los años ochenta, donde se nos relata la vida de una joven de dieciséis primaveras amante de una jeringuilla. Una joven que «duerme de día y come de pie», que, en definitiva, solo subsiste para obtener su dosis diaria. Aquella convulsa década estuvo marcada por los estragos de la heroína, lo mismo que la siguiente por la cocaína, y el presente siglo por el auge de las pastillas de diseño. Las drogas forman parte de nuestra cultura, siempre han estado presentes y han encontrado una válvula para conseguir penetrar en nuestro organismo de mil maneras diferentes. Nos hallamos en el ecuador de la actual Estrategia Nacional sobre Drogas y, desde muchos ámbitos pedagógicos, ya se solicita su revisión. El principal objetivo era «promover una mayor conciencia social acerca del riesgo que supone para la salud y el bienestar el consumo de drogas». Un enfoque eminentemente preventivo, orientado a los adolescentes, para evitar que fuesen tentados por los múltiples rostros que presentan las drogas. Y otro de los “ambiciosos”

objetivos resaltaba la necesidad imperiosa de «implicar a la sociedad en la respuesta al fenómeno». Como primera reflexión, debo expresar que cuando un plan necesita de la complicidad de toda la comunidad, está condenado al fracaso por su evidente ambigüedad, y que cuando se pone el énfasis en la prevención, implícitamente, se renuncia a intentar salvar a los que ya se hallan dentro de las fauces de ese gran ser, que se muestra unas veces complaciente y otras cruel. Las distintas estrategias institucionales sobre drogas no han conseguido sus objetivos. Las sustancias nocivas para la salud gozan de una extraordinaria capacidad de adaptación al entorno, y siempre van por delante, la cuestión es por qué. Voy a exponer algunos de mis puntos de vista. Reconozco que no soy un experto en la materia, pero llevo catorce años trabajando en instituciones penitenciarias, y mi trato con toxicómanos es muy habitual, no en vano, pues son el colectivo más numeroso entre las personas privadas de libertad. Para casi todos ellos, las drogas son complacientes, te permiten volar, dotarte de una hiper-


sensibilidad y agudeza de los sentidos, por lo que todo cobra otro color. Cuando usan estas sustancias, experimentan sensaciones únicas e irrepetibles. Cada pastilla, cada dosis, cada raya es la perspectiva de un nuevo sueño en donde perciben el nirvana, la paz interior, la “hiperlaxitud ligamentosa”, que dirían los psicólogos, una relajación total que les permite abstraerse de la realidad. Y, sin embargo, los Planes Contra las Drogas les explican, con argumentos racionales pero muy repetitivos, que son malas, que perjudican su salud... “Ellos no tienen ni idea de lo que hablan porque nunca las han probado”, me dice a menudo un consumidor de éxtasis al que le centellean los ojos con solo nombrar ese término. Y aquí está el problema. Hace una década, un anuncio nos golpeó a todos la retina: un joven se metía una raya de coca por la nariz, pero esa raya cambiaba de aspecto según se introducía por las fosas nasales, transformándose en una desagradable oruga que se arrastraba ascendiendo hasta el cerebro. Incluso el ruido que emitía aquel insecto resultaba repugnante. Este anuncio estaba enfocado a gente como yo, que no tenía la menor intención de usar estas sustancias. Pero, ¿cuál fue el efecto sobre la llamada «población de riesgo»? ¿Redujo el consumo de cocaína? Ya ha pasado una década de aquellos impactantes anuncios, y las consecuencias han sido un auge exponencial de su consumo. Los que alguna vez las habían probado, siguieron experimentando. Digamos que esos anuncios «no iban con ellos» precisamente porque se alejaban de su realidad: las drogas no son malas. Estamos de acuerdo en que son compla-

cientes, pero como decía Obús, también son crueles. Y es aquí donde podría estar una de las claves: la libertad. La libertad es uno de los valores más cotizados por la sociedad, y las drogas siempre han incidido en este aspecto sin el menor atisbo de recato. Anuncios de tabaco de los años noventa donde siempre aparecían caballos en las praderas, corriendo velozmente; o el mismo término de «caballo» para referirse a la heroína, tal vez la más destructiva de las sustancias estupefacientes: en los procesos cognitivos humanos, un caballo representa la libertad absoluta, «el barco sobre el mar/y el caballo en la montaña», nos recuerda Lorca en uno de sus poemas más conocidos. Es irrelevante el peso de los mensajes institucionales cuando nos insisten en que las drogas son malas para la salud, si enfrente los toxicómanos nos hablan de libertad. Podremos meter miedo a los que nunca han probado ni tan siquiera un porro, disuadiéndoles durante un tiempo, pero los que alguna vez han disfrutado sus efectos, rápidamente asimilan sus consecuencias: la libertad que sienten se impone al miedo. Y las consecuencias a largo plazo son conocidas por todos: pérdida de habilidades sociales, perjuicios irreparables para la salud, y muerte en muchos casos... pero eso es a largo plazo. Cuando son conscientes de esa realidad, suele ser demasiado tarde... Por ello considero que es fundamental trabajar el tema de la libertad. No es lo mismo que una persona se tome una pirula porque quiera pasárselo bien un fin de semana, a que dependa de ellas y sea incapaz de afrontar la vida si antes no se las ha tomado. El momento en el que la relación con las drogas es de dependencia es cuando se pierde la li-


bertad de decidir por uno mismo si se quieren tomar. Su uso se convierte en abuso: son ellas las que pasan a controlar nuestra vida, anulando nuestra anhelada y anhelante libertad. Hace unos años tenía un amigo con el que compartía piso. Recuerdo que muchas noches era incapaz de permanecer en casa si carecía de tabaco. Acababa saliendo en horas intempestivas bajo la lluvia y el frío, buscando un bar abierto para comprar una cajetilla... ¿Es eso libertad? Supongo que si el pollo fuese adictivo, acabaríamos comiéndolo todos los días, a todas horas, nuestro colesterol estaría por las nubes, y nuestra dependencia nos alejaría de la libertad de decidir por nosotros mismos. Con las drogas sucede lo mismo: sus altos

niveles adictivos obligan a un consumo permanente y ascendente, por lo que la capacidad de optar si quiero hoy tomarlas o no se reduce hasta extinguirse. Las drogas, de invitadas a nuestro organismo, se convierten en un inquilino al que no se le puede echar, que dirige nuestras vidas, y lo que es casi peor, gobierna nuestra libertad. Como decía la balada de Obús, “su dosis diaria en el bolso, espera que pares el ruido del motor...” Podemos seguir insistiendo en que son perjudiciales para la salud, pero deberíamos introducir el valor que otorga nuestra sociedad a la libertad y que nada ni nadie puede anularla... ni siquiera las drogas con todo su incalculable poder.



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