por Rui Díaz
Rui Díaz y la banda imposible
H
ubo un tiempo en que quería saberlo todo de mis artistas favoritos. Todas sus manías y secretos, sus fetiches y rituales. Como si conocer las mentiras de sus personajes pudiese acercarme a la verdad de sus personas. Con el paso de los años, comprendí que sus leyendas eran más hermosas que cualquiera de sus verdades. La realidad carecía de magia, de luces y espectáculo, de misterio. ¿Quién querría saber que sus ídolos no son más que personas normales? Al cabo de los años, comencé a interesarme por la música como algo más que como un mero espectador. Rozaba los veintitrés años y acababa de comprarme mi primera guitarra. Me creía preparado para empezar a crear mi propia historia, pero para eso tenía que aprender algo más que la digitación de un acorde mayor. Desde aquel momento, y, a medida que fui mejorando, volví a recuperar el interés por saberlo todo de los músicos en los que siempre me había fijado. Llegué hasta el punto incluso de dejar de disfrutar de muchos conciertos; estaba tan pendiente de saber qué pedales usaban o de qué grosor era su púa, que casi se me olvidaba pasármelo bien con su música. Ya lo decía Jack White en el documental It might get loud cuando le preguntaban acerca de qué sería lo que haría cuando se reuniese con Jimmy Page y The Edge: robarles todos sus secretos. Han pasado todavía más años y no sé si he llegado a seguir aquel extraño consejo. Lo que sí sé seguro es que he conseguido aprender mucho de todos los compañeros con los que me he ido cruzando en el camino. Si he ganado algo, sin duda ha sido admiración por ellos y por una profesión que no deja de sorprenderme. Podría parecer que toda esta introducción no ha sido más que una manera de desviar la atención de lo que realmente me han pedido, pero nada más lejos. No es que no quiera contar mis secretos, ¡es que no quiero que sepáis que no tengo! Si algo he aprendido desde que empecé a tocar es que hay muchos lugares comu-
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